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“Lo importante no es el bien, es la bondad”, por José María Castillo, teólogo.

Lunes, 19 de mayo de 2014
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francisco-jovenLeído en su blog Teología sin Censura:

Es un hecho que el actual obispo de Roma, el papa Francisco, con las cosas que hace y con las que no hace, está desconcertando a mucha gente. Y, por supuesto, no faltan los que pasan del desconcierto al desengaño, a la desilusión o incluso a la indignación. ¿A qué viene, por ejemplo, canonizar el mismo día a Juan Pablo II y a Juan XXIII? Si no estaba de acuerdo con subir a los altares a uno de ellos, ¿ha equilibrado la cosas subiendo también al otro? ¡Estos “apaños”!, piensa la gente, se notan mucho. Y terminan por no contentar a nadie.

Con una consecuencia ulterior, que nos deja más inquietos. Porque es fatal. Ya que, con estos vaivenes – de pronto una cosa y a renglón seguido casi la contraria – son muchos los que se preguntan: “pero este hombre, ¿a dónde nos lleva?” Más aún, ¿sabe siquiera, a ciencia cierta, a dónde tenemos que ir? Si, no hace mucho, recibió a Gustavo Gutiérrez y aplaudió su Teología de la Liberación, ¿cómo se explica que ahora reciba a Kiko Argüello y apruebe con todas sus bendiciones el Camino Neocatecumenal?

Por supuesto, yo sé que este papa ha puesto en marcha un estilo de ejercer el papado, que poco o nada tiene que ver con los usos y costumbres de los papas anteriores, incluido Juan XXIII, que todavía se dejaba llevar subido en la silla gestatoria y coronado con la tiara, que era la guinda sobre el pastel de la pompa y el boato del papado a la antigua usanza. Eso ya, gracias a Dios, se acabó. Pero es evidente que (como piensa mucha gente) con cambiar el estilo de aparecer en público – y eso sólo hasta cierto límite – con tal cosa nada más no vamos a llegar muy lejos. De ahí que ya son demasiados los que cada día se reafirman más en su convicción de que este papa no aporta a la Iglesia lo que más necesitamos en este momento y tal como han llegado ponerse las cosas en nuestro mundo. Y en la religión.

No pretendo, como es lógico, presentar aquí la solución al problema que acabo de indicar. Entre otras razones, porque yo no sé dónde está esa solución. De todas maneras, tenemos un hecho, que está a la vista de todos, y que a mí, por lo menos, me da mucha luz. Esto es lo que quiero explicar a continuación.

Para empezar, será útil caer en la cuenta de que no es lo mismo “lo bueno” que “la bondad”. Ya Nietzsche, en “La genealogía de la moral” (I, 2), nos hizo caer en la cuenta de que el concepto “bueno” entraña un fallo radical: “¡el juicio “bueno” no procede de aquellos a quienes se dispensa “bondad”! Antes bien, fueron “los buenos” mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo”. ¿A dónde nos lleva todo esto? Muy sencillo. Tan sencillo como patético.

Es “bueno” y está “bien” lo que les conviene a los que tienen el poder de fijar lo que es bueno y está bien. Por ejemplo, lo que es bueno y está bien en una dictadura, no lo es en una democracia. Por eso, las leyes, los derechos, los privilegios…, todo eso cambia según las conveniencias del que tiene la sartén por el mango. Y si me apuran, en una democracia, no es lo mismo que mande la izquierda como que mande la derecha. Como tampoco es igual, gobernar en democracia desde la mayoría absoluta, que teniendo que recortar las decisiones para alcanzar y mantener los pactos con quien puede aportar los votos que hacen falta para sacar adelante una ley determinada. Todo esto es bien sabido. Pero mucha gente no se da cuenta de que esto muestra a las claras hasta qué punto el “bien” y el “mal” dependen del que tiene el poder necesario para decidir e imponer lo que es bueno y lo que es mal.

La “bondad” es otra cosa. La bondad es siempre “relacional”. Es en la relación con los demás, sobre todo en la relación con los que menos me pueden dar a mí, donde más y mejor se detecta quien actúa, no por conseguir el “bien”, sino porque le brota de las entrañas la “bondad”. Lo he dicho y lo repito: “el espejo del comportamiento ético no es la propia conciencia, sino el rostro de quienes conviven conmigo”. Y conste que, al menos tal como yo veo este asunto, la “bondad” no es lo mismo que el “buenismo”. Porque una bondad que no está edificada sobre la verdad, la justicia, la honradez, la sinceridad y la transparencia, eso no es bondad, sino hipocresía pura y dura.

Por eso, exactamente por lo que acabo de decir, en un libro que he publicado hace unos días, “La laicidad del Evangelio”, he puesto lo siguiente: “la genialidad de Jesús y su Evangelio estuvo en desplazar el centro del hecho religioso. La vida de Jesús, y el culmen de aquella vida, que fue su muerte, constituyeron el desplazamiento del hecho central y determinante de la religión. Este hecho que, desde sus orígenes, fue el sacrificio “ritual”, quedó transformado por el sacrificio “existencial”.

Jesús, en efecto, ni durante su vida, ni en su muerte, ofreció “rito” alguno. Lo que Jesús ofreció fue su propia “existencia”, que fue, en todo momento, una existencia para los demás. Por eso se puede (y se debe) afirmar, con todo derecho, que Jesús desplazó el centro de la religión. Ese centro dejó de ser el ritual sagrado, con sus ceremonias, su templo, su altar y sus sacerdotes y pasó a ser el comportamiento ético de una vida que, desde la propia humanidad, contagia humanidad, y desde su propia felicidad, contagia felicidad. De esta manera, la bondad ética sustituyó al ritual religioso”.

Nada más – y nada menos – que esto, es lo que nos ha quedado de la religión. Y en esto es en lo que se tiene que centrar la tarea de la Iglesia. A mi manera de ver, esto exactamente es lo que ha puesto en marcha el actual obispo de Roma, el papa Francisco. Y por esto, porque el camino que ha emprendido es tan nuevo como desconcertante, yo me pregunto si es que no lo entendemos porque, en el fondo, lo que no acabamos de entender (y nos da miedo entenderlo) es la laicidad del Evangelio. El obispo Francisco no cree en “el bien”. Su proyecto de vida, de Iglesia y de futuro es “la bondad”. Porque sólo la bondad es digna de fe. En definitiva: la bondad no es nada más – y nada menos – que vivir de tal manera que quienes viven conmigo, sean quienes sean, se sientan bien. Esta es la bondad que yo anhelo.

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J. I. González Faus: «Es obligatorio que la Iglesia piense cómo los objetos del culto pueden servir a los pobres» , por Javier Morán

Domingo, 4 de mayo de 2014
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obligatorio-iglesiaImagen extraída de: La Nueva España

Voces. Javier Morán. [La Nueva España] El jesuita José Ignacio González Faus, uno de los dos o tres grandes teólogos españoles, advierte de las presiones en las que se mueve el Papa Francisco y defiende que la Iglesia se desprenda de sus bienes en favor de los pobres. González Faus dictó ayer, sábado, la conferencia “De Romero a Francisco, y los pobres de Cristo”, promovida por el Comité Óscar Romero de Asturias. Monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, fue asesinado el 24 de marzo de 1980, después de que denunciase con tenacidad las injusticias de su pueblo. Y aunque antes había sido un mitrado de corte clásico, fue otro asesinato, el del jesuita Rutilio Grande (12 de marzo de 1977), el que acentuó sus denuncias en nombre del Evangelio.

González Faus, nacido en Valencia en 1933, ingresó en la Compañía de Jesús en 1950. Culminó sus estudios teológicos con el doctorado en la Facultad de Innsbruck (Alemania). Ha sido profesor en el Instituto de Teología Fundamental de San Cugat del Vallés (Barcelona), así como en varias universidades latinoamericanas. También fue responsable académico del Centro de Estudios Cristianismo y Justicia de Barcelona. Entre sus libros destacan “La humanidad nueva. Ensayo de cristología” (1974), “Acceso a Jesús” (1979), “Clamor del reino” (1982) y “Proyecto de hermano. Visión creyente del hombre” (1989). Sus últimas obras publicadas han sido “El rostro humano de Dios”, “Otro mundo es posible… desde Jesús”, “Herejías del catolicismo actual” y “El amor en tiempos de cólera… económica”.

-¿Qué es lo que va de Romero a Francisco?

-Lo que tienen ambos en común es la sintonía evangélica con el mundo de hoy. Una mirada al mundo desde los ojos del Evangelio que en Romero supuso su asesinato en El Salvador, y en Francisco, con un magisterio más amplio, supone lo contrario a una mirada puramente ejercida desde el poder religioso, que es la que tiene muchas veces la Iglesia oficial, como si se creyera la voz de Dios y fuera mucho más la de un juez que de un hermano. Y en el tiempo que va entre ambos se ha dado lo que el teólogo Karl Rahner llamó un “invierno eclesial”, es decir, que después del Concilio Vaticano II, por miedo o por la imprudencia de un lado, vino la reacción de la curia, que se supone la tenía más o menos pensada. Yo digo a veces que habíamos metido el Concilio en el congelador y a ver si ahora lo sacamos y lo ponemos un poco al baño María para que vuelva. Quizá la gran promesa de Francisco sea que saquemos la mirada evangélica del congelador.

modelo-mendigo-e1351374118361-¿Usted acaba de pedir en una carta al Papa que la Iglesia enajene bienes de culto para dárselos a los pobres?

-En esa carta no hago nada más que citar unas frases de Juan Pablo II cuando dijo que en tiempos de crisis es quizás obligatorio que la Iglesia piense en cómo los objetos del culto divino pueden servir a los pobres. Lo único que digo es que, si se hace así, se dará más culto a Dios que teniéndolos metidos donde sea.

-Hay quienes califican esas propuestas de demagógicas, porque ¿a quién se le vendería, por ejemplo, la custodia del Corpus de Toledo?

-No hablo nunca de vender, sino de enajenar, que es una palabra suficientemente vaga, y digo incluso en esa carta que se nombre a un grupo de expertos en economía que estudie a ver si con eso se puede hacer algo. A lo mejor el ejemplo de la custodia de Toledo no está bien puesto, pero hay infinidad de otras cosas, como cálices de oro y otros objetos. Lo que me hubiera gustado es ver en la Iglesia esa preocupación y, como no la he visto, pienso que si Francisco moviera a nuestros obispos y les recordara lo que dijo Juan Pablo II la Iglesia daría un ejemplo y mejor culto a Dios que teniendo esos objetos guardados en una vitrina.

-Al igual que recuerda esa frase de Juan Pablo II, usted suele citar la tradición de la Iglesia y los errores que cometió, por ejemplo, en el libro “La autoridad de la verdad. Momentos oscuros del magisterio eclesiástico”.

-También es algo que le debo a Rahner, es decir, que no descuidemos la tradición de la Iglesia porque, además de tener algunos aspectos muy lamentables, tiene unas riquezas enormes. Me he metido en la tradición de la Iglesia y creo que su fuente original, el Evangelio, es la que debe motivar a la Iglesia, y no el progresismo actual ni cosas de ésas. También me da cierto miedo que las generaciones que nos siguen, por no saber latín o por ser de otra época, crean que el mundo empieza con ellos o que la tradición de la Iglesia se reduce al siglo XIX. Pero ésa no es la tradición y me gustaría abogar por volver a lo mejor del cristianismo original.

-Con la tradición en la mano, ¿se puede ser crítico respecto a la Iglesia del presente?

-Se debe ser porque es evidente que la Iglesia se equivocó muchas veces, lo que pasa es que tal vez esos errores se pueden contextualizar y decir que en su tiempo no fue un error tan grande. Pero lo terrible es que cuando una medida discutible se acepta luego se le quiera convertir en palabra de Dios. Pongo el ejemplo de los Estados Pontificios. No sé si entre Carlomagno y el Papa Adriano I estuvo bien o mal darle un poder político a la Iglesia. Lo veo oscuro, pero en aquella época era todo muy oscuro. Lo que no entiendo es que diez siglos después, cuando Italia se quiere unificar, Pío IX diga que los Estados Pontificios no son suyos, sino de Dios, y que por ello no puede cederlos. Eso no tuvo sentido. Puede que en el siglo IX fuera una medida de excepción, pero en el siglo XIX no tenía ningún sentido y hubo que quitarlo a la fuerza, por desgracia.

-En sus críticas a la Iglesia o en sus escritos ¿ha recibido alguna censura de la Santa Sede?

-Sí he tenido alguna, pero no ha llegado la sangre al río. Y en parte también porque mis superiores jesuitas se han portado muy bien conmigo, incluso en la curia general de la Compañía en Roma. Leer más…

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“Un nuevo clima pastoral”, por Victor Codina.

Sábado, 15 de marzo de 2014
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Francisco2_t670Publicado en Cristianismo y justicia:

Victor Codina. [Vida Pastoral] En el  conocido cuento de Hans Christian Andersen sobre El traje nuevo del rey, el rey, creyendo estar vestido con un traje maravilloso elaborado por unos grandes sastres, salió a la calle desnudo, enseñando sus vergüenzas, pero nadie se atrevía a decir nada porque temían ofender al monarca y perder sus favores; a mitad del recorrido, un niño se atrevió a alzar la voz y gritó, ante el asombro de todos: ¡el rey va desnudo!

El rey del cuento no representa a una persona sino a un sistema, sea político o  religioso. Pero hasta ahora los “niños” que decían que el rey caminaba desnudo, eran tenidos por imprudentes, utópicos e ingenuos.

Los que proclamaban que “otro mundo es posible” eran ridiculizados por los sensatos economistas y estadistas reunidos en Davos. Cuando H. Küng escribía cartas a los obispos pidiendo reformas en la Iglesia o el jesuita egipcio H. Boulad se dirigía a Benedicto XVI con varias peticiones de cambio, cuando se hablaba del peligro de que la Iglesia se convirtiese en un gueto, o se detectaba un cisma silencioso de gente que abandonaba la Iglesia… los “sensatos” creíamos que exageraban.

Y resulta que ahora Francisco, el nuevo obispo de Roma, es el que, como el “niño” del cuento, dice que el sistema económico liberal, basado en la idolatría del dinero es injusto, pues enriquece a unos pocos y convierte a una gran mayoría en masas sobrantes; que la actitud de los países ricos ante los emigrantes africanos y asiáticos, muchos de los cuales mueren en el intento de llegar a las costas europeas, es una vergüenza; que vivimos en la burbuja del consumo y con el corazón anestesiado ante el sufrimiento ajeno. Francisco condena las armas químicas y ante los niños muertos en Siria lanza una campaña de oración y ayuno para evitar una nueva guerra; en Brasil les dice a los jóvenes que hagan lío y sean revolucionarios en busca de un mundo mejor y más justo; que el problema de la Iglesia es el desempleo de los jóvenes; que las confesiones religiosas del mundo deben aunarse para resolver el problema del hambre y de la falta de educación…

Francisco se reconoce pecador y pide oraciones; recuerda que la Iglesia necesita una conversión y una continua reforma; que el ambiente cortesano es la lepra del Papado; que la curia es vaticano-céntrica y traslada su visión al mundo; que el clericalismo no es cristiano; que la Iglesia no puede ser restauracionista ni añorar el pasado; que los pastores han de oler a oveja y no convertirse en clérigos de despacho o coleccionistas de antigüedades, ni caer en el carrerismo; que los obispos no pueden estar siempre en los aeropuertos; que la confesión no puede ser una tortura sino un lugar de misericordia; que hay que evitar el centralismo y el autoritarismo en el gobierno de la Iglesia; que no hay que teorizar desde el laboratorio sino experimentar la realidad del pueblo; nos invita a no tener una visión monolítica, a respetar la diversidad, a no ser narcisistas, y a recordar que la Iglesia no es una ONG piadosa sino la casa de Dios que ha de desnudarse de todo lo mundano.

¿Quién hubiera esperado hace algún tiempo que el Papa fuese este “niño” que denuncia que el “rey” camina desnudo por la historia…?

Un Papa cristiano

El dibujante “El Roto, que publica en el diario El País de España unas viñetas humorísticas, siempre críticas y muchas veces incluso ácidas, dibujó hace poco a un personaje vestido de rojo (¿cardenal? ¿obispo? ¿monseñor?) que exclamaba indignado: “Nos ha salido un Papa cristiano. ¡Qué calamidad!”

Dejando a un lado la ironía sarcástica del humorista, es muy cierto que lo que Francisco dice y hace no es otra cosa que traducir el evangelio al mundo de hoy: estar  más preocupado del hambre del mundo que de los problemas intraeclesiales, hacer que la Iglesia sea un signo del perdón y misericordia de Dios, una Iglesia pobre y de los pobres, ser como un hospital de campaña que sana heridas; que ha de salir a la calle, ir a las fronteras existenciales aun con peligro de accidentes; que respete a los laicos y la dignidad de las mujeres; que viva en una atmósfera de diálogo con todas las confesiones religiosas sin proselitismo, buscando ante todo el bien de la humanidad; que respete la conciencia de cada persona que es la que debe optar por el bien; que no se centre obsesivamente en temas morales como el aborto, el matrimonio de los homosexuales y el divorcio, sino que anuncie la buena noticia de la salvación en Cristo; que camine con otros en medio de las diferencias, en espíritu sinodal y fraterno; que reconozca que todos somos hijos e hijas del mismo Padre y hermanos y hermanas, una Iglesia con entrañas maternales de misericordia, que refleje la ternura de Dios y cuide de la creación… que no se grite ni aclame al Papa Francisco, sino a Jesús.

Al Papa no le tiembla el pulso, ha criticado públicamente a un monseñor implicado en tráfico de divisas, ha apartado de sus cargos a un obispo que ha construido un lujoso  palacio episcopal y a un nuncio acusado de pedofilia.

Se respira un aire nuevo, oxigenante, con olor a Evangelio. Esto que sorprende positivamente a creyentes y no creyentes, comienza a suscitar recelo y miedo en algunos sectores eclesiales que se escandalizan farisaicamente de muchas acciones y palabras del Papa. Algunos le llaman despectivamente “el argentinito” y piden que “lo iluminen o lo eliminen”

Las florecillas del Papa Francisco

Lo más sorprendente es que el nuevo obispo de Roma ha causado un impacto por sus gestos y símbolos y por sus expresiones gráficas más que por largos discursos o encíclicas que muy pocos leen. Los semiólogos explican la importancia y el impacto de los símbolos para influir y cambiar la mentalidad del pueblo. Francisco ha optado por el método de Jesús que hablaba en parábolas y hacía signos del Reino: sanar enfermos, alimentar al pueblo hambriento, comer con pecadores, lavar los pies a sus discípulos…

La encíclica Lumen fidei, firmada por Francisco pero escrita mayormente por Benedicto XVI, ha tenido poca resonancia, pero en cambio el pueblo creyente y no creyente ha captado sus gestos: besar a un niño discapacitado, lavar los pies a una joven musulmana, comer en Asís con niños con síndrome de Down, lanzar al mar en Lampedusa una corona de flores amarillas y blancas en memoria de los emigrantes fallecidos, usar sus zapatos viejos de antes, no vivir en los Palacios Apostólicos, viajar por Roma en un sencillo y pequeño coche, contestar a las preguntas de un periodista no creyente, invitar a Santa Marta al rabino de Buenos Aires, regalar unos zapatitos al nieto de Cristina Fernández de Kirschner, recibir a Gustavo Gutiérrez, celebrar la eucaristía el día de San Ignacio en la Iglesia del Gesù y llevar un ramo de flores a la tumba del P. Pedro Arrupe, ex General de la Compañía de Jesús que había sido cuestionado y marginado por el Vaticano…

Las florecillas del Papa Francisco recuerdan las florecillas de San Francisco de Asís y las del Papa Juan XXIII. Se ha cambiado el clima eclesial. No sabemos si el Papa Francisco podrá llevar adelante la reforma de la curia y de la Iglesia, pero ha desbloqueado el ambiente, y el invierno eclesial parece ceder a unos sencillos y todavía tímidos brotes de primavera. ¿Volverá la primavera conciliar?

Un icono pastoral latinoamericano

Este Papa venido del Sur, de América Latina, aporta a toda la Iglesia un estilo nuevo pastoral que refleja el caminar de la Iglesia latinoamericana desde Medellín a Aparecida: la opción por los pobres, la denuncia de las estructuras injustas de pecado, el respeto a la fe y religiosidad del pueblo sencillo, la devoción mariana, la sencillez y cordialidad, el cuidado de la Madre tierra, la confianza en la misericordia de Dios que siempre está abierto al perdón.

Detrás de sus gestos y palabras está su experiencia pastoral y teológica latinoamericana, argentina, sus contactos frecuentes con las villas de miseria y los curas villeros, su sentido de pueblo, ¿el influjo de la teología de Lucio Gera y de Juan Carlos Scannone…?

El programa pastoral del Papa es Aparecida, de cuya última redacción él fue el responsable: discípulos y misioneros de Jesucristo para que el pueblo tenga vida, conversión pastoral, Iglesia en estado de misión, Iglesia casa y comunidad, opción por la formación de laicos, ver en los pobres el rostro de Jesús, pues no se puede hablar de Cristo sin hablar de los pobres… Todo lo de oler a oveja, salir a la calle, ir a las fronteras… huele a América Latina y es un mensaje para todo el mundo, pero en especial para el Continente Americano. No en vano hemos de observar ese detalle significativo de que el Papa ha regalado el documento de Aparecida a varios líderes latinoamericanos.

Desde el Sur de la Iglesia sopla el Espíritu, desde los pobres, los marginados, las mujeres, los jóvenes, los indígenas, desde “el niño” que descubre que el “rey”, sea la sociedad o la Iglesia, está desnudo…

Nos toca ahora proteger la desnudez del “rey”, cubrir sus vergüenzas, instaurar entre todos un mundo más justo y fraterno, una Iglesia más sencilla y comunitaria, más nazarena, que huela a Jesús y a Evangelio.

¡Qué maravilla, tenemos un Papa realmente cristiano!

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“Francisco, un año de esperanza y de incógnitas”, por Juan José Tamayo.

Jueves, 13 de marzo de 2014
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Francesco-Gänswein Nov-13-2013Nos extraña que en este artículo ni se mencione la situación de las personas LGTB… Leemos en El País:

El Papa recupera la idea de solidaridad, pero las mujeres siguen marginadas en la Iglesia

Ha interpretado la crisis actual como resultado de un capitalismo salvaje

Desde su elección el 13 de marzo de 2013, Francisco no ha cesado de sorprender a fieles y escépticos por sus gestos y palabras, que han cambiado, al menos de cara al exterior, la imagen del Papa y la han hecho más cercana al pueblo y más creíble. Su primer mensaje desde el balcón del Vaticano no fue para bendecir urbi et orbi cual monarca absoluto, sino para pedir a los reunidos en San Pedro que rezaran por él.

El Jueves Santo “transgredió” las rúbricas litúrgicas al celebrar tan importante efemérides en un centro penitenciario donde lavó los pies a 12 jóvenes, entre ellos a dos mujeres, una musulmana. Durante su viaje a Brasil visitó la favela Varginha, criticó la indiferencia ante las desigualdades y, en plena movilización de los indignados, lejos de apagar el fuego de la protesta, se puso del lado de los jóvenes, a quienes les dijo: “Espero lío, que haya lío, que la Iglesia salga a las calles”.

El viaje a Brasil era una excelente oportunidad para encontrarse con las comunidades eclesiales de base y con los teólogos y teólogas de la liberación, algunos de ellos condenados por los papas anteriores. Dicho encuentro no se produjo. Es verdad, no obstante, que durante los últimos meses se han dado pasos importantes de acercamiento del Vaticano hacia la tan castigada teología latinoamericana de la liberación, al menos en la persona del peruano Gustavo Gutiérrez, considerado el padre de dicha tendencia teológica, al que papa ha recibido y del que L’Osservatore Romano ha publicado un importante artículo, algo impensable con Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Al menos ha comenzado el deshielo y se ha pasado del anatema al diálogo y del silenciamiento a la palabra. Con todo falta, a mi juicio, un paso importante por dar: la retirada de las sanciones contra los teólogos y teólogas de las diferentes tendencias teológicas más vivas y creativas actuales: de la liberación, de las religiones, feminista, etcétera.

Es un paso que no tendría que serle difícil dar a Francisco, ya que su crítica del capitalismo, su teología del bien común y su propuesta de la “Iglesia de los pobres” van en la dirección de la teología de la liberación e incluso se inspiran en ella. Un ejemplo es: la exhortación apostólica La alegría del Evangelio, que crítica el neoliberalismo en continuidad con las tradiciones antiidolátricas de ayer y de hoy: de ayer, los profetas de Israel y Jesús de Nazaret; de hoy, los Foros Sociales Mundiales, los movimientos alterglobalizadores y los indignados.

Es un texto revolucionario que interpreta la crisis actual como resultado de un capitalismo salvaje dominado por la lógica del beneficio a cualquier precio y pronuncia cuatro noes: a una economía de la exclusión, a la nueva idolatría del dinero, a un dinero que gobierna en lugar de servir y a la inequidad que genera violencia. Recupera la palabra “solidaridad” que corre el riesgo de ser eliminada del diccionario y es “una palabra incómoda, casi una palabrota” para los mercados.

Critica la utilización de los derechos humanos como justificación para la defensa exacerbada de los derechos individuales y de los derechos de los pueblos más ricos. Pone en el centro de su mensaje las palabras que molestan al sistema neoliberal: ética, solidaridad mundial, distribución de bienes, preservar las fuentes del trabajo, dignidad de los débiles.

Uno de los ámbitos donde se juegan tanto la credibilidad del Papa como la autenticidad de su reforma es la actitud hacia las mujeres. Francisco reconoce, es verdad, el hecho de la marginación de las mujeres en la Iglesia católica; afirma que le produce un profundo sufrimiento ver cómo en ella o en algunas organizaciones eclesiales el servicio de las mujeres desemboca en servidumbre. Defiende su incorporación a los ámbitos de responsabilidad eclesial.

Pero hasta ahora no ha dado pasos en esa dirección. Ha mostrado su negativa al acceso de las mujeres a los ministerios ordenados, lo que es contrario a las investigaciones bíblicas, históricas, arqueológicas, teológicas y pastorales que avalan el ejercicio de todas las funciones ministeriales por parte de las mujeres. Defiende la elaboración de una “teología de la mujer”, que justifica las tareas diferenciadas en función del sexo y recurre al discurso de la excelencia.

Francisco no parece tener en cuenta las principales aportaciones de la teología feminista: el movimiento de Jesús como comunidad (no clónica) de iguales hombres y mujeres; la hermenéutica de la sospecha aplicada a los textos androcéntricos de la Biblia y de la teología; la crítica de la organización jerárquico-patriarcal de la Iglesia; la defensa de una Iglesia inclusiva y no sexista, etcétera. Papel importante en el mantenimiento de la discriminación de las mujeres está jugando el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe cardenal Müller. Haría bien el papa Francisco en vigilar de cerca al “vigilante de la ortodoxia” o en sustituirlo.

Un año después de su elección, hay muchas esperanzas depositadas en Francisco, pero siguen quedando no pocas incógnitas.

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Juan José Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, Barcelona, 2013).

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