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Vicente Martínez: Todos uno.

Domingo, 23 de abril de 2017
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14-doubtingthomas_1No soy rico, pero un corazón os doy, un alma amante (Conde de Almaviva)

Jn 20, 19-31

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice: Paz con vosotros. (20, 19)

23 de abril. II domingo de Pascua

El domingo es el día en que los cristianos reunidos nos encontramos con el Señor Resucitado a quien no vemos, pero en quien creemos por la fe, como aquellos primeros cristianos que creyeron por el testimonio de los apóstoles y los signos que hacían.

Jesús siempre llega: al alba cuando le vio María Magdalena (Jn 20, 14) o al atardecer, cuando los de Emaús (Lc 24, 15). En nuestro caso, también al atardecer y a los ocho días, en el Cenáculo (Jn 20, 14). No es nunca protagonista de El viaje a ninguna parte (1986), de Fernando Fernán Gómez, en la que ninguno de ellos llega a su destino.

El Maestro de Nazareth llega para decirnos con Los Hechos de los Apóstoles, lo que son hechos. Que “Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común” (Hch 2, 42-47); que mediante su resurrección “nos ha regenerado para una esperanza viva” (1 Pe 1, 3); y dando paz a los hogares: “Cuando entréis en una casa, decid primero Paz a esta casa” (Lc 10, 5).Lo pre-anunció Ezequiel en 43, 4-5: “La gloria de Jehová entró en la casa por la vía de la puerta que daba al oriente. Entonces el espíritu me levantó y me llevó al atrio interior, y vi que la gloria del Señor llenaba el templo”.

En Colombia trabaja en el departamento de La Guajira Ruth Consuelo Chaparro -Proyecto Cafam-, para demostrarle a su país y a mundo los sentimientos de amor, solidaridad, humildad y servicio de sus compatriotas indígenas. La línea básica de su pensamiento es que la eficacia de un gobierno se confronta observando los platos de los gobernados evitando las muchas muertes por hambre que en esa zona se producen. En la entrega del Premio a la Mujer, que se le otorgó en 2011, dijo en su discurso: “No hay derecho a que en nuestro país sobrevivan comunidades indígenas que por falta de recursos y de programas básicos en salud, educación y vivienda, no pueden disfrutar de las oportunidades de desarrollo que tenemos los demás colombianos. Los indígenas también son colombianos”. ¿No esto ser realmente en hechos “Todos uno”?

De Ruth -de Jesús, por supuesto y tantos otros, instituciones y personas- podríamos decir lo que, en la ópera El barbero de Sevilla, de Gioacchino Rossini, decía el Conde Almaviva a la protagonista: “No soy rico, pero un corazón os doy, un alma amante, que fiel y constante por vos sola suspira desde la aurora hasta el ocaso del día”.

Todos uno y uno con todos, como estuvo y sigue siempre estando Jesús para atender y satisfacer con generosidad, con solicitud y hechos las apremiantes necesidades de los otros.

Y ojalá no tengamos que preguntarle un día al Gran Sabio de la vida de nuestro Poema, lo de “¿por qué nos amasaste hombres y no Gansos?”

EL GANSO SALVAJE

Os he visto hacer la travesía
en punta de lanza
por el cielo.
Permanecíais unidos cogidos de la mano
y en equipo.
Remeros de los mares siderales
donde el espacio es siempre infinito
¿Quién ha sido el Gran Sabio de la vida
que os dijo: “así volando en sintonía
alcanzaréis mejor vuestro destino?”
Todos son
capitanes del barco y son remeros.
Todos tienen su turno
en el Puente de Mando y en el remo.
Todos graznan
y dan al Capitán coraje.
Todos se sienten solidarios;
y cuando alguno flaquea, se cansa o cae enfermo,
dos aguerridos dejan la formación y le acompañan
hasta facilitarle retomar el vuelo.
Gran Sabio de la vida:
¿por qué nos amasaste hombres y no Gansos?

(NATURALIA. El sueño de las criaturas. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Amar sin ver.

Domingo, 23 de abril de 2017
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0703still-doubting-jn-granville-gregoryJn 20,19-31

No habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo veis, y creéis en Él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado (1Pe 1,8). Así dice el autor de la primera carta de Pedro en la segunda lectura del domingo siguiente a la Pascua. Un buen preludio del evangelio del día que ratifica estas palabras llamando “dichosos” a los que creen sin ver. Llamativo, teniendo en cuenta que estamos en el tiempo de las apariciones del Resucitado, donde los discípulos fortalecen su fe gracias al encuentro con Él, que les permite hasta tocarlo. Al menos eso sucedió con Tomás, el apóstol con quien nos identificamos, el que necesita pruebas palpables, el que no se fía del todo de las palabras de los otros (ni siquiera de las del mismo Señor a quien seguía), el que posee una visión plana de la realidad.

La petición de Tomás forma parte del interminable reguero de signos que ya antes otros habían pedido a Dios y que, a día de hoy, continuamos pidiendo nosotros para darle crédito. El problema, sin embargo, no está en el hecho de suplicar que se nos dé una señal, sino en que únicamente aceptemos la que queremos nosotros sin darnos cuenta de que hay multitud de ellas mucho mejores que la nuestra. De hecho, la que anhelamos es la menos valiosa (por poco relevante o porque contradice las auténticas). Les pasó a aquellos que merodeaban por delante de la cruz y le decían a Jesús que se desclavara porque así creerían (Mt 27,42). Una petición tramposa. Ellos la hicieron a sabiendas de que no iba a ocurrir; pero si hubiera sucedido, si hubiera bajado… ¿habrían creído? Y si les hubiera concedido ese deseo, ¿ya no habrían vuelto a pedir pruebas nunca más? ¿Habrían desaparecido las dudas para siempre? Sabemos que no.

Cuando Tomás pidió tocar sus heridas y meter la mano en el costado abierto del Señor estaba reclamando algo parecido a los que pasaban delante de la cruz: una demostración irrefutable de su poder que en el fondo no lo era tanto. Porque todo pasa, y hay un después. Y al día siguiente aparecería la duda razonable de pensar si, de verdad, lo visto y tocado fue real y no fruto de la imaginación y del deseo.

No bajó de la cruz porque habría sido una acción contraria al modo de ser de Dios; sin embargo, a Tomás sí le mostró sus heridas para que las tocara, porque en ellas se encontraba la clave para entender el contenido de la resurrección. Al apóstol incrédulo no le dio una prueba definitiva, como a él le hubiera gustado, sino que le dio algo mejor: le hizo ver que solo el amor tiene la palabra definitiva.

Ahora, fortalecer la fe está ya al alcance de cualquiera. Porque no depende de una visión extraordinaria. Porque se puede amar sin ver.

Que el Crucificado mostrara sus heridas fue una de las mejores noticias que trajo la resurrección, además de haber vencido a la muerte y estar vivo. Porque éstas se convirtieron en la señal de que el amor, efectivamente, deja huella, pero nunca va acompañado ni de la violencia ni de la venganza, sino de la paz y el perdón. Por eso, la mejor pista para encontrar la Vida es dejarnos conducir por el amor inspirado en Jesucristo pues, aunque no veamos, él nos llevará a la resurrección.

María Dolores López Guzmán

Fuente Fe Adulta

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Estando simplemente ahí…

Sábado, 1 de abril de 2017
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Pidamos la gracia de que todo comience hoy, qué nuestra vida se eternice en un presente dado y que no haya más instrospección sobre uno mismo, sobre nuestro pasado, no más pesares de las cosas que ya no son, sino esta decisión firme e inamovible de hacer de nuestra vida una obra maestra de luz y de amor  estando simplemente ahí en medio de los hombres, en medio de nuestra familia, en medio de nuestra oficina, en medio de nuestra sociedad y en medio de sus compromisos de solidaridad,  siempre simplemente ahí, como una presencia que da testimonio de la vida del Cristo resucitado y que aporta la Luz y la sonrisa de su Amor.”

*

Maurice Zundel

***

, detenerse,
Degustar una palabra
Compartir un trozo de pan,
e irse de nuevo.

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Una paz del corazón

Martes, 14 de febrero de 2017
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Del blog de la Communion Béthanie:

El hermano Roger es una profeta de nuestro tiempo. Centró toda su vida en Cristo, en cuyo nombre dio la bienvenida a cualquier persona, cualquiera que sea su ori gen, su pasado, su edad, su religión. Hombre de oración, el fundador de la comunidad ecuménica de Taizé no ha dejado de animar a los hombres a reconciliarse. Su testamento espiritual continúa sosteniendo a aquellos que deseen desarrollar un monaquismo interior. Os proponemos oraciones y palabras del hermano Roger para alimentar cada semana la vida interior en el seguimiento del Dios uno y trino. (Citas sacadas del libro “Vivir para amar” Ed. Les Presses de Taizé, 2010).

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*

“Por su Espíritu Santo, el resucitado atraviesa para transfigurarlo, incluso lo más desconcertante que hay en ti. Los pesimismos que llevas sobre tí mismo se disuelven. Dale caza a las impresiones sombrías que puede provocar la imaginación. Y se alumbra una paz del corazón.

*

Frère Roger de Taizé,

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¿Retomarás el impulso?…

Miércoles, 1 de junio de 2016
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Del blog de la Communion Béthanie.

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Donde quiera que estés en la tierra, tú que querrías percibir el misterio en el corazón de tu corazón, ¿presientes en ti, incluso fugaz, la silenciosa espera de  una presencia?

Esta sencilla espera, este simple deseo de Dios es ya el comienzo de la fe. […]

Lo que Dios te pide, es abandonarte a Cristo en la confianza y acoger su amor.

¿Retomarás el impulso, conducido por Aquél que, sin imponerse jamás, te acompaña apaciblemente? Él, el resucitado, se pone a la cabeza y por delante de ti en el camino.

Llama en el corazón del hombre, luz en la oscuridad, él te ama como su único, por tí él dio su vida, ahí está su secreto.

Dios es espíritu y su presencia permanece invisible. Cristo, sin brillo, deja a Dios transparentarse.

Paso inesperado del amor de Dios, el Espíritu Santoatraviesa a cada ser humano como un relámpago en la noche. Por esta misteriosa presencia, el Resucitado te sostiene, él se encarga de todo, toma sobre él hasta la pesada prueba.

¿Te dejarás llevar a crear, por tu vida, el poema de un amor con él? ¿Sabrás esperar, a él, el Señor resucitado, incluso en la aridez de esta tierra reseca de tu cuerpo y de tu mente?

Y él suscita en ti una intuición, un impulso …

Tú él Resucitado, nos tomas con nuestro corazón tal, como es. ¿Por qué deberíamos esperar a que nuestro corazón cambiase para ir contigo? Tú lo transfiguras.

Con nuestras propias espinas tú enciendes un fuego. Y en nuestros propias magulladuras haces crecer una flor del desierto, una flor de alegría.

*

Extractos del hermano Roger, “Las Fuentes de Taizé”
En Los escritos fundadores: Dios nos quiere felices,  

Ateliers et Presses de Taizé, 2011, pp. 11-16.

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“Resucitar”, por José Arregi

Lunes, 11 de abril de 2016
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resucitadoLeído en su blog:

No frecuento las salas de cine, y solo por la prensa y algún tráiler conozco la película recién estrenada Resucitado. El director –no tiene poco mérito solo por haberse atrevido– vuelve a la historia de Jesús de Nazaret narrada por los Evangelios y a centrarse en la cuestión más espinosa: ¿Qué pasó con Jesús después de su terrible muerte en la cruz?

Su cadáver ha desaparecido y en Jerusalén circulan rumores de que ha vuelto a la vida. Si fuera así, sería el Mesías. Pilato, el procurador romano que lo había condenado a la terrible pena de la cruz, empieza a temer y encarga al centurión Clavius que busque el cadáver como sea, para acabar con los rumores y evitar un posible levantamiento “cristiano” o “mesiánico” (que significan lo mismo) por parte de los seguidores del profeta nazareno. Pero el cadáver no aparece, y el mismo Clavius empieza a dudar: ¿será el Mesías?

Parece que la película acierta a construir una historia que capta y sostiene el interés del espectador. No creo, sin embargo, que acierte a tratar el asunto de fondo, la resurrección, como nuestro tiempo lo demanda. A pesar de ello, la película, según cuenta Religión Digital, ha contado con el visto bueno del Vaticano y del propio Papa Francisco, y también con el del arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, que incluso ha posado con los actores.

Como cristiano que quiero ser y busco decir mi fe de manera creíble, me da pena, no por la película –que será buena si la historia, la ambientación y los actores son buenos, y parece que lo son–, sino porque constato de nuevo que la institución eclesial sigue anclada en parámetros del pasado. En parámetros que se han vuelto totalmente ajenos para nuestra sociedad en masa desde los 65 años para abajo. ¿Quieren hablar de Dios, de Jesús, de la Pascua, solo a los jubilados, y aun solo a una pequeña parte de ellos? ¿Creen realmente que el Evangelio puede ser todavía levadura y aliento para nuestra sociedad moderna del conocimiento? ¿O han desistido del todo? ¿O piensan que pueden seguir hablándonos hoy con el lenguaje de ayer? Nadie les entiende.

La institución eclesial y la teología oficial –y esta película de ahora– siguen encerrando el anuncio pascual, el mensaje de la resurrección, la buena noticia de la Vida en imágenes, conceptos, cosmovisiones del pasado: la resurrección como un hecho físico ocurrido al tercer día, la desaparición milagrosa del cadáver, la aparición igualmente milagrosa y selectiva de Jesús resucitado solo a algunos… Es como seguir diciendo que este mundo maravilloso fue creado en seis días, que el ser humano apareció en nuestro planeta por una intervención divina “especial” o que el sol gira en torno a la luna.

Es verdad que la Biblia y los evangelios lo cuentan así, pero seguir leyendo la Biblia y los evangelios de esa manera, a la letra, y empeñarnos en que la fe pascual conlleva la creencia literal en todo ese aparato imaginario y conceptual equivale a ser profundamente infieles al mensaje de la Biblia y del Evangelio.

La resurrección no sucede en nuestros parámetros de tiempo y lugar. No es temporal ni intemporal, sino transtemporal. No es espacial ni a-espacial, sino transespacial. No es histórica ni a-histórica, sino transhistórica. No la podemos imaginar, porque nuestras neuronas solo pueden imaginar 3 dimensiones. Pero la Resurrección o Dios o el Espíritu Vital no se pueden encerrar en nuestras 3 dimensiones ni en todas las otras que pudiéramos conocer o manejar.

Así pues, Jesús no resucitó “al tercer día” en Jerusalén, sino cada día de su vida, cuando respiraba el Espíritu de la Vida lleno de confianza, cuando era prójimo bueno y feliz, alentaba a los pobres a liberarse de su miseria, se enfrentaba al poder político y religioso, anunciaba y realizaba un mundo libre y fraterno, contaba parábolas consoladoras y provocadoras, curaba enfermos y les decía: “Levántate”, compartía la mesa con los excluidos de la sociedad y de la religión… Jesús resucitó en su vida, cuando vivía y hacía vivir. Por eso resucitó también en la cruz, cuando entregó del todo su aliento vital.

Lo mismo nosotros. No resucitaremos “al fin del mundo”, ni en el “valle de Josafat” o en “el otro mundo”. Como Jesús, resucitamos en cada instante de bondad creativa –por incipiente y fragmentaria que sea– de nuestra vida cotidiana. Resucitamos a la Vida cuando acogemos a los refugiados –el Viviente se nos hace presente en ellos–, y si no los acogemos nos morimos. Resucitamos a la Vida cuando resucitamos a los que mueren: está en nuestras manos. Está en nuestras manos, por ejemplo, resucitar a esos niños –2 cada día– que se ahogan en el Egeo y el Mediterráneo, y van más de 340 niños y niñas ahogadas en los últimos 6 meses en el Mediterráneo, convertido en “la fosa común más grande del mundo” (Nuria Díaz, portavoz de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado). ¿Cómo los resucitaremos? Recibiendo en nosotros, respirando hondamente su tierno, poderoso, aliento vital, y haciéndolo revivir en todos los niños y niñas amenazadas de muerte. Resucítalos y estarás resucitando.

Si tus entrañas se compadecen, si tus manos se abren, si en tu desaliento te levantas, si vuelves a confiar en el otro, si tu mirada se amplía, entonces resucitas como Jesús, como toda vida buena, como la semilla y la hoja en primavera.

Escucha en lo más hondo de ti las palabras del resucitado a María de Magdala: “¿Por qué lloras, María? ¿Por qué buscas el cadáver? ¿Por qué te aferras al pasado? No te apegues a la forma perdida. Descubre la vida, la presencia nueva. Vive”. Escucha lo que dice el misterioso caminante pascual a la pareja de Emaús: “¿Por qué volvéis atrás y camináis cabizbajos? ¿Por qué creéis en el poder de Pilato, en las mentiras europeas, en la dictadura financiera más que en el poder del Espíritu? ¿Por qué creéis en la muerte más que en la vida? Abrid vuestra mente, vuestro corazón, vuestras manos. Creed en la vida nueva. Construid un futuro nuevo. Resucitad cada día al ‘más allá’ divino que es el corazón del ‘más acá’”.

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¿Dónde está el resucitado?

Lunes, 4 de abril de 2016
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Del blog de la Communion Béthanie:

 

¿Donde veremos a Cristo
sino a través de las comunidades reunidas
para celebrar su muerte y resurrección
y la alegría que fluye en el mundo?

¿Donde oiremos Cristo
sino a través de las comunidades
que anuncian actos de perdón y de paz?

Donde brillará el rostro de Cristo
sino a través de las comunidades
que vivan concretamente  según su Espíritu
y practicando cada día su evangelio

¡Es por esto por lo que
Señor, Dios nuestro,
envíanos a los caminos de todos los días!
Envíanos a dar
nuestra bondad,
nuestra atención,
comprometer nuestra solidaridad,
trabajar por la dignidad,
tener tiempo
para la oración y, que así,
a través de nuestra existencia
llevada  a cabo según el Evangelio,
aparezca el rostro de Cristo
para nuestros hermanos y hermanas de este tiempo!

*

Charles Singer

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Del Misterio Pascual al Jesús de la historia

Domingo, 27 de marzo de 2016
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vcruciscontemporAudacia, fe, vida y evangelio en Semana Santa

Jesús protestó por los que hacían “muy anchas las cintas de la Ley”

(Consuelo Vélez).- Celebramos la Semana Santa, tiempo propicio para recuperar lo “esencial” del Evangelio porque en momentos como estos, donde algunas personas abandonan la iglesia católica bien para participar de otras iglesias o simplemente para vivir su religiosidad de manera privada sin referencia a una comunidad eclesial, conviene preguntarnos cómo ofrecer lo realmente genuino del evangelio, lo central del reinado de Dios anunciado por Jesús, lo que en verdad cuenta a la hora del seguimiento.

Porque hay muchas cosas que no son esenciales y se convierten en “pesadas cargas” como decía Jesús a sus contemporáneos hablando de los maestros de la ley y fariseos: “preparan pesadas cargas muy difíciles de llevar y las echan sobre las espaldas de la gente, pero ellos ni siquiera levantan un dedo para moverlas. Todo lo hacen para aparentar ante los hombres por eso hacen muy anchas las cintas de la Ley que llevan colgando y muy largos los flecos de su manto. Les gusta ocupar los primeros asientos en los banquetes y los principales puestos en las sinagogas, también les gusta que los saluden en las plazas y que las gente les diga: maestro” (Mt 23, 4-7). No están lejos de esa realidad -por duras que suenen estas palabras- algunos ambientes eclesiales donde todo es lujo, protocolo, etiqueta, títulos nobiliarios, formalidad litúrgica, ostentación de poder, juicios condenatorios sobre diversas realidades. Gracias a Dios existen también ambientes donde todo es sencillez, apertura, acogida, calidez, vida que rebosa y solidaridad verdaderamente vivida.

Por eso en esta Semana Santa donde volvemos a recordar los misterios centrales de nuestra fe, podemos hacernos preguntas que nos conecten con lo esencial del misterio que celebramos. ¿Por qué matan a Jesús? ¿cómo vivió su muerte? ¿qué significa su resurrección para nosotros? Para responder hemos de mirar el evangelio y recuperar la vida histórica de Jesús pero no como mero recuerdo que más o menos todo el mundo sabe, sino para preguntarnos a fondo cómo su actuar debe marcar el nuestro y cómo su vida -real, palpable, cotidiana-, deber dirigir nuestra vida cristiana.

Lamentablemente nos quedamos muchas veces en el Cristo de la fe, es decir, en el Jesús resucitado, sin duda, -sentido y plenitud de nuestra fe- pero olvidándonos del Jesús de la historia. Y es ahí donde se deforma nuestra vida cristiana pensando que basta con participar en la liturgia y pedirle al Cristo glorioso por todas nuestras necesidades sin revisar las demás instancias de nuestra vida (lo político, cultural, social, económico), creyendo que Él no tiene nada que ver con eso.

Pero ese Cristo glorioso no se puede separar del Jesús de la historia quién nos invita a meternos en el corazón del mundo preguntándonos, por qué hay injusticia, desigualdad y muerte, por qué la política no responde al bien común, por qué la iglesia no da un testimonio más claro de los valores del reino, por qué aún no es verdad en todos los ambientes -incluido el eclesial-, una participación igualitaria sin discriminaciones por sexo, raza, credo, etc.

El Jesús de los evangelios anunció incansablemente el reino de inclusión, de rechazo a todo poder, a toda riqueza, a todo honor. Y confirmó sus palabras con sus acciones. Todos los milagros no son “prueba” del poder divino sino “signo” palpable del amor de Dios. Jesús curó a los enfermos no porque tuviera conocimientos privilegiados, sino porque la enfermedad era concebida en términos de castigo divino y exclusión de la comunidad. Derribó las mesas de los mercaderes del templo no porque no practicaran “correctamente” la liturgia, sino por practicar un culto discriminatorio donde la fraternidad no era el elemento convocante. En otras palabras, Jesús se ganó la muerte por tener una fe capaz de denunciar lo que no es reino y de proponer con su propia vida lo que en verdad agrada al Señor: “romper las cadenas injustas, desatar las amarras, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo” (Is 58,6).

Que al recordar los misterios dolorosos de la vida de Jesús no los “espiritualicemos” de tal manera, que desvirtuemos lo esencial de nuestra fe. Por el contrario que encontremos en ellos la audacia y la valentía suficientes, para dar testimonio del evangelio vivo, de ese que se inclina por los pobres, del que opta por lo sencillo, del que renuncia a toda ostentación y poder, del mismo porque el que Jesús dio la vida, evangelio “esencial” que realmente vale la pena vivir y anunciar.

Fuente Religión Digital

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“El oficio de consolar”, por Gema Juan OCD

Martes, 12 de mayo de 2015
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16726558813_1e269c9ca4_mDe su blog Juntos Andemos:

«Este Señor y consolador mío» —así llamaba Teresa de Jesús a Cristo. Había experimentado lo que, poco antes de tomar ella la pluma, había dejado escrito Ignacio de Loyola: que el Resucitado trae el oficio de consolar.

Teresa llamará a este Señor «descanso de todas las penas» y dirá que consuela esforzando y animando, rehaciendo el corazón. Cristo es «consuelo de los desconsolados y remedio de quien se quiere remediar».

Con tanta confianza como amor, escribirá: «¿Será mejor callar mis necesidades?… No, por cierto; que Vos, Señor mío y deleite mío, sabiendo las muchas que habían de ser y el alivio que nos es contarlas a Vos, decís que os pidamos y que no dejaréis de dar». En el Resucitado se descansa, se dejan las necesidades y de Él se puede esperar el consuelo de la paz y la fortaleza.

Cuando se ha hecho experiencia de esta verdad, se deja de buscar «en otra parte su consuelo ni sosiego ni descanso, sino adonde entienden que con verdad le pueden tener». Y quienes lo entienden, «pónense debajo del amparo del Señor; no quieren otro». Teresa aún añadirá: «¡Cuán bien hacen de fiar de Su Majestad, que así como lo han deseado lo cumplen! Y ¡cuán venturosa es el alma que merece de estar debajo de esta sombra!». Bajo la sombra del que vive, se haya la vida.

A punto de terminar las VI Moradas, dirá que Él «da esfuerzo a quien ve que le ha menester» y se ocupa de los que sufren: «En todo defiende a estas almas, y responde por ellas en las persecuciones y murmuraciones».

Además, es un consuelo que ilumina. Teresa dirá que la presencia viva de Cristo «da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado». Por eso alumbra el camino: Él es «el verdadero Consolador [que] consuela y fortalece, para que quiera vivir todo lo que fuere su voluntad».

De este Señor, del que Teresa decía: «Olvidará sus dolores por consolar los vuestros, solo porque os vais vos con Él a consolar y volváis la cabeza a mirarle», pedirá a sus hermanas y a todos los que beban en sus escritos que se hagan seguidores. ¿Cómo? Ella lo tiene muy claro: acompañando a Cristo en el oficio de consolar. Haciéndose consoladores como Él.

Cuando Teresa habla de las dificultades que ha tenido en su propio camino, de sus tropiezos y vueltas atrás, lo hace en gran medida, para consolar. Dirá: «Escríbolo para consuelo de almas flacas, como la mía, que nunca desesperen ni dejen de confiar en la grandeza de Dios. Aunque después de tan encumbradas, como es llegarlas el Señor aquí, caigan, no desmayen». Aunque después de un largo camino, se tenga un tropiezo, no hay que abandonar, porque Él jamás deja de dar la mano.

Pocos años antes de su muerte, un grupito de mujeres de Villanueva de la Jara, pedía a Teresa que transformase su beaterio en una comunidad de carmelitas descalzas. Ella se resistía, pero acaba comprendiendo que detrás de la petición está el servicio a Jesús y escribirá: «Paréceme que por muchos trabajos que hubiera de pasar, no quisiera haber dejado de consolar estas almas». Igual que, al concluir su Camino de Perfección, dice: «Consolarme he que os consoléis», leyendo el librito.

Consolar, dice Teresa, es «hacer placer y servir» a los demás. Y advertía a sus hermanas de la necesaria libertad para unirse a Jesús en el oficio de consolar. Por eso, decía: «En otras partes hay libertad para consolarse con deudos; aquí, si algunos se admiten, es para consuelo de los mismos». Pedía, sencillamente, una inversión de intereses, algo que atañe a cualquier seguidor de Cristo: anteponer el bien de los demás.

Así, en una carta a su querido Gracián dejará escrita la razón por la que andaba fundando sus casitas de oración: consolar a los demás. Y, como si no bastara consolar a quienes necesitan remedio, Teresa deja su alegato consolador a favor de las mujeres, una vez más. Porque si su condición la obliga a escribir que «no somos para nada», enseguida añade que esas mujeres reunidas son tan valiosas que podrán conseguir cuanto desean.

«Cada día voy entendiendo más el fruto de la oración y lo que debe ser delante de Dios un alma que por sola su honra pide remedio para otras. Crea, mi padre, que creo se va cumpliendo el deseo con que se comenzaron estos monasterios que fue para pedir a Dios que a los que tornan por su honra y servicio ayude, ya que las mujeres no somos para nada. Cuando yo considero la perfección de estas monjas, no me espantaré de lo que alcanzaren de Dios».

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“Misterio de Esperanza”, por José Antonio Pagola

Lunes, 6 de abril de 2015
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Creer en el Resucitado es resistirnos a aceptar que nuestra vida es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándonos en Jesús, resucitado por Dios, intuimos, deseamos y creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la humanidad y en la creación entera.
Creer en el Resucitado es rebelarnos con todas nuestras fuerzas contra el hecho de que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, humillación y sufrimientos, quede olvidada para siempre.

Creer en el Resucitado es confiar en una vida en la que ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar.

Por fín podremos ver a los que vienen en pateras llegar a su verdadera patria. Creer en el Resucitado es acercarnos con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, discapacitados físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión, cansadas de vivir y de luchar. Un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: “Entra para siempre en el gozo de tu Señor “.

Creer en el Resucitado es no resignarnos a que Dios sea para siempre un “Dios oculto” del que no podamos conocer su mirada, su ternura y sus abrazos. Lo encontraremos encarnado para siempre gloriosamente en Jesús.

Creer en el Resucitado es confiar en que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío..Un día feliz, los últimos serán los primeros y las prostitutas nos precederán en el reino.

Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor.

Creer en el Resucitado es esperar que las horas alegres y las experiencias amargas, las “huellas” que hemos dejado en las personas y en las cosas, lo que hemos construido con amor, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termina, la fiesta que se acaba ni la despedida que entristece. Dios será todo en todos.

Creer en el Resucitado es creer que un día escucharemos estas increíbles palabras que el libro del Apocalipsis pone en labios de Dios: “Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed, yo le daré gratis del manantial del agua de la vida”. Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no habrá gritos ni fatigas, porque todo eso habrá pasado.

José antonio Pagola

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“Miradle resucitado”, por Gema Juan, OCD

Domingo, 5 de abril de 2015
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158De su blog Juntos Andemos:

«Miradle», el gran adagio teresiano, resuena también en la mañana de Pascua: «Miradle resucitado».

El Resucitado se deja encontrar y hace sentir su presencia. Mirad «con los ojos del alma», si queréis verle —decía Teresa. Y advertía que ella «jamás vio cosa con los ojos corporales» pero que, en su interior, quedaba tan imprimida la presencia viva y el amor, que hacía «tanto efecto como si lo viera con los ojos corporales».

Parecía hablar, al mismo tiempo, con el apóstol Tomás y con la Magdalena, dos grandes deseadores de Jesús, hambrientos de verle y tocarle. Ansiosos por confirmar, Tomás la fe y María el amor. Y, hablando con ellos, Teresa lo hace con todos los que avanzan en la fe, a tientas, confiando, deseando, amando… con los que piden ver y tocar. Con los que permanecen sin acabar de ver y los que se dejan despertar por la voz del Maestro resucitado, que los llama por su nombre.

Por eso, Teresa escribía: «A los que se han de aprovechar de su presencia, Él se les descubre; que, aunque no le vean con los ojos corporales, muchos modos tiene de mostrarse al alma por grandes sentimientos interiores y por diferentes vías».

Para «ver y tocar», para reconocer a Jesús, Teresa invita a descubrir su presencia real, que es divina y humana, crucificada y resucitada: «Divino y humano junto es siempre su compañía».

Teresa hizo esta experiencia, como antes la hicieron los discípulos y las fieles mujeres que acompañaron a Jesús. Dirá: «Miradle camino del huerto… miradle cargado con la cruz… miradle resucitado». Una experiencia profunda de continuidad en la fe, que no separa la tierra del cielo ni la carne del espíritu, sino que unifica y enseña a vivir como Jesús, porque descubre en el Resucitado al mismo que andaba por los caminos de tierra.

Mirando al Jesús que experimentó hasta el fondo su condición humana, que supo de dolor y alegría, que conoció la amistad y la soledad, y eligió la verdad y la bondad como señas de identidad, Teresa escribió: «Juntos andemos, Señor; por donde fuereis, tengo de ir; por donde pasareis, tengo de pasar».

Después, un encuentro con el Resucitado dejó en ella la certeza profunda del amor incuestionable al que llama, de la amistad que quiere vivir con sus amigos. Teresa sintió que Cristo le decía «que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y Él tendría cuidado de las suyas».

Eso anuncia la Resurrección: el tiempo de la unión profunda, del compartir sin medida. El tiempo de experimentar que Cristo se hace compañero, cuando se acoge su presencia: «No os faltará para siempre; ayudaros ha en todos vuestros trabajos; tenerle heis en todas partes» —decía Teresa. Cuando se elige acompañar a Jesús en su camino, se descubre que es Él quien acompaña.

Esa experiencia de Jesús, «hombre y Dios», enseñó a Teresa el camino de la armonía. Había conocido la oscuridad profunda, alejada de la verdad pero, después, se verá a sí misma, de la mano de Jesús, «con gran luz, quitada toda aquella pena». Y dirá que, andando con Él, no vuelve la oscuridad «ni se le pierde la paz; porque el mismo que la dio a los apóstoles, cuando estaban juntos se la puede dar».

Con el tiempo, escribirá: «Me veía rica siendo pobre». La bienaventuranza que nace de la Resurrección toma cuerpo en Teresa y quiere hacerlo en cada creyente. La luz de Cristo no diluye los profundos contrastes que definen lo humano —eso dice Teresa. Ella no deja de ser quien es, pero se descubre «rica», agraciada, renovada e iluminada.

Teresa llega a decir que la presencia de Jesús hace de esta tierra un cielo, es decir, convierte la propia vida en el lugar donde vivir la voluntad de Dios, porque «nos ha hecho tan gran merced como hacernos hermanos suyos». Dirá: «Hecha la tierra cielo, será posible hacerse en mí vuestra voluntad». Podrá hacerse en todos la voluntad de Dios, porque Jesús se ha hermanado con todos.

Desde esa comunión, Teresa comprende que el «gran resplandor y hermosura y majestad» de Jesús resucitado habita en cada ser humano y lo llama a resucitar. «En este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey» —decía. Y hablaba del Señor de la vida, que muestra su poder en el amor y que habita para liberar.

Este Rey «nunca falta» –dice Teresa– y «como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama, hácese a nuestra medida». Este es el Cristo vivo, que ama, libera y sale al encuentro de todos. «¿Quién nos quita estar con Él después de resucitado?».

«Miradle resucitado».

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Escoger la vida

Martes, 17 de marzo de 2015
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De blog de la Communion Béthanie:

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“¡Alegraos con Jerusalén y regocijaos con ella, todos los que la amáis;
rebosad de júbilo con ella, todos los que han llorado por ella!
(Is 66,10)

Aquí estamos a mitad de nuestro camino hacia la Pascua.
Camino que nos hace adelantar el faro de la alegría.
Estas palabras de Isaías nos recuerdan que es en la alegría
como nos dirigimos hacia la Pascua en el encuentro con Cristo resucitado.

Entonces interroguemosnos.
¿Dónde estoy con la oración, el ayuno y el compartir?
¿He tomado el camino del encuentro de Aquél que se aloja en lo más hondo de mí
optando por la visita de mi templo interior?
¿ O todavía tengo que interpretar al perfeccionista?
¿ Yo mismo he quedado ensimismado en mis profundidades
buscando los granos de arena de mis desiertos,
dando vueltas,
a deprimirme, a juzgarme, a condenarme?
El Evangelio de este cuarto domingo nos invita
A alzar la cabeza hacia El que salva, que nos salva
A ser veraces con nosotros mismos, sobre nuestros límites y nuestras fragilidades
A detestar las tinieblas para preferir la luz,
A escoger la vida.

Dejemos resonar en nosotros estas palabras:
“Dios amó tanto el mundo que envió a su Hijo único
Para que, por él, el mundo sea salvado“.

*

Anne-Marie,
Sœur de la Communion Béthanie

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , ,

“Jesús salvará a la Iglesia”. 27 de abril de 2014. 2 Pascua (A). Juan 20, 19-3.

Domingo, 27 de abril de 2014
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24-PascuaA2Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está con ellos Jesús. En al comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él? “Está anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.

Dentro de la casa, están “con las puertas cerradas”. Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento de las gentes.

Los discípulos están llenos de “miedo a los judíos”. Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el mundo como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.

De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. “Entra en la casa y se pone en medio de ellos”. La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a la apertura de la misión.

Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.

Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.

Solo Jesús salvará a la Iglesia. Solo él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.

Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores y seguidoras.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Invita a reavivar la confianza en Jesús. Pásalo.

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“A los ocho días, llegó Jesús”. Domingo 27 de abril de 2014. 2º Domingo de Pascua.

Domingo, 27 de abril de 2014
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thomas-et-jesusLeído en Koinonia:

Si la resurrección de Jesús no tuviera efecto alguno en la vida del discípulo, es decir, si la Resurrección no tuviera como sentido final la re-creación del ser humano y por tanto la re-creación de un nuevo orden, entonces eso de la Resurrección de Jesús no habría pasado de ser un asunto particular entre el Padre y su Hijo. Pero, como la resurrección de Jesús es la base y fundamento de una comunidad y el horizonte hacia el cual tiende toda la creación, por eso, tanto el evangelio de hoy como la primera lectura de Hechos, tratan de iluminarnos sobre cuál es ese horizonte y cuáles, por tanto, son los efectos inmediatos, reales y concretos de la Resurrección.

Las fallas, los tropiezos y las caídas en el proceso de construcción de una comunidad igualitaria y justa no hay que verlos como la demostración de que no se puede lograr esa construcción; esos aspectos negativos se pueden percibir como el signo de que ciertamente no es fácil, pero en todo caso no es imposible, máxime si hay plena conciencia de que ése es el proyecto de Dios y que por ese proyecto Jesús hasta derramó su sangre y entregó su vida. Pero, también por ese proyecto, el Padre lo resucitó, para que quienes confesamos ser seguidores suyos veamos si nos comprometemos o no con ese “su” proyecto que él quiere compartir con nosotros y que ciertamente él respalda y acompaña en todo momento. Ese es el principal sentido de la Resurrección y eso es lo que los discípulos no entienden de manera inmediata.

Justamente el evangelio de hoy nos da la pista para entender que el descubrimiento de los efectos y alcances de la resurrección de Jesús no se comprenden rápidamente, de un momento a otro. Aunque los dos discípulos han comprobado que Jesús “no está” en la tumba y una vez que María Magdalena les anuncia que Jesús está vivo y que ha hablado con él (cf. Jn 20, 1-18), los discípulos siguen encerrados. Dos veces en el pasaje de hoy escuchamos estas dos expresiones, “los discípulos estaban con las puertas bien cerradas” (v.19) y “ocho días después los discípulos continuaban reunidos en su casa” (v. 26), lo cual es signo de que esto es un proceso de maduración de la fe. No nos dice el evangelista que los discípulos “no creyeran” en el Resucitado; con excepción de Tomás, todos lo habían visto y creían en él; pero una cosa es creer y otra abrirse a las implicaciones que tiene la fe, y ese es el proceso que le toma a la comunidad de discípulos un buen tiempo, tiempo por demás en el que Jesús, con toda paciencia y comprensión, está ahí cercano, acompañando, animando y ayudando a madurar la fe de cada discípulo.

Tal vez a nosotros, como creyentes de este tiempo, nos hace falta madurar aún mucho más el aspecto de la fe; tal vez nuestros conceptos tradicionales aprendidos sobre Jesús y su evangelio no nos permiten ver con claridad cuál es el horizonte de esa fe cristiana que confesamos tan folclóricamente y que, por tanto, no impacta a nadie. Valdría la pena hacer el ejercicio de desaprender; vaciar completamente nuestro ser, nuestro corazón, hacer lo de Tomás, viendo el caso de Tomás desde la óptica más positiva, claro está; es decir, si no lo juzgamos de entrada como “el incrédulo”, sino como el que quiere creer y poner en práctica su fe, pero que desde su vacío interior necesita ser llenado por la presencia de su Señor. Éste es el camino que estamos llamados nosotros hoy a recorrer.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 128 de la serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/), de los hnos. LÓPEZ VIGIL, titulado «Lo que hemos visto y oído».

Para la revisión de vida

La historia de Tomás quiere enseñarnos que no era más fácil creer en Jesús por haber sido contemporáneo suyo, y que los que crean sin haber visto serán dichosos. ¿De verdad siento yo en mi vida la alegría de creer? ¿Vivo mi fe como fuente de gozo, o la veo a veces como una carga más o menos pesada?

Para la reunión de grupo

– Tomás no cree, porque no ve. Y cuando llega a ver, ya cree… ¿Es posible «creer» cuando ya «se ve»? La vieja definición del catecismo decía que «fe es creer lo que no se ve». ¿Quién tiene la razón?

– ¿Qué relación (semejanzas, diferencias…) hay entre la fe humana (creer a alguien) y la fe religiosa (creer en Dios)? ¿Creemos «a» Dios, o «en» Dios?

– En una visión de conjunto, Lucas nos presenta lo fundamental de la Comunidad cristiana de todos los tiempos: escuchar la Palabra, participar en la «fracción del pan» (=Eucaristía), oración y vida en común. Hoy día, en bastantes regiones de la Iglesia Católica, el 80% de los fieles no puede participar en la eucaristía semanal por falta de sacerdote, y no hay ministros ordenados suficientes porque sólo se admite al mismo a personas que tengan simultáneamente vocación al celibato, y que sean varones. ¿Qué reflexiones nos sugiere esta situación?

– Si se tiene posibilidad de conseguirlo, hacer un círculo de estudio o un debate en torno al libro de Jesús EQUIZA, La Eucaristía, ¿privilegio del clero o derecho de la comunidad?, Editorial Nueva Utopía (fax: 34-91-44.545.44), Madrid 2001 segunda edición, 201 pp.

Para la oración de los fieles

– Para que la Iglesia sea más la Comunidad que vive y anuncia el Evangelio, que un grupo con fuerza social. Roguemos al Señor.

– Para que todos los pueblos avancen por los caminos de la justicia, la paz y la igualdad entre todas las personas. Roguemos…

– Para que nunca perdamos la esperanza ante las dificultades de la vida, y seamos siempre conscientes de que el Amor de Dios es más fuerte que la muerte. Roguemos…

– Para que el Señor aumente cada día nuestra fe y nuestra confianza en El, y sepamos descubrir los mil gestos de su amor que a diario se producen a nuestro alrededor. Roguemos…

– Para que nuestra solidaridad con los pobres y oprimidos de la sociedad anime su esperanza. Roguemos…

– Para que todos nosotros vivamos nuestra fe en Cristo resucitado en una Comunidad que comparta lo que es y lo que tiene. Roguemos…

Oración comunitaria

Dios, Padre nuestro, que llenas cada año nuestro corazón de gozo y alegría con las fiestas pascuales; haz que nuestra fe no vacile, que nuestra vida sea siempre coherente con esa fe, y que trabajemos siempre por tu Reino, sabiendo que al construirlo ya lo estamos viviendo. Nosotros te lo pedimos gracias a Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.

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“Cristo resucitado, misterio de esperanza”, por Arnaldo Zenteno.

Domingo, 27 de abril de 2014
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2013_9Leído en la página web de Redes Cristianas

VER

Preguntas

1.- Con la muerte de Jesús en la Cruz parece que vence el mal y matan también el proyecto de Jesús ¿En ese contexto valoramos la Resurrección de Jesús como algo fundamental en nuestra vida o simplemente pensamos en la Resurrección como un hecho personal en la vida de Jesús?

2.- ¿Cómo recuperar en nuestra vida cotidiana la experiencia viva de Jesús resucitado?

JUZGAR

La ejecución de Jesús ponía en cuestión todo su mensaje y su actuación.

Aquel final trágico planteaba graves interrogantes incluso a sus seguidores más fieles: ¿tenía razón Jesús o esta-ban en lo cierto sus ejecutores? ¿Con quién estaba Dios? En la cruz no habían matado solo a Jesús. Al crucificarlo, habían matado también su mensaje, su proyecto del reino de Dios y sus pretensiones de un mundo nuevo. Si Jesús tenía razón o no, solo lo podía decir Dios.

2.- CRISTO, NUESTRA ESPERANZA

VER

Preguntas

1.- ¿Por qué es importante no sólo decir que Jesús resucitó, sino que el que resucita es el que fue crucificado?
2.- ¿La resurrección de Jesús cómo confirma su mensaje sobre quién es Dios y sobre los pobres?

JUZGAR

Todavía hoy podemos percibir en los textos que han llegado hasta nosotros la alegría de los primeros discípulos al descu-brir que Dios no ha abandonado a Jesús. Ha salido en su defensa. Al resucitarlo de entre los muertos, se ha identificado con él desautorizando a quienes lo han condenado. Esto es lo primero que predican una y otra vez en las cercanías del tem-plo y por las calles de Jerusalén: «Vosotros lo matasteis clavándolo en una cruz por manos de unos impíos, pero Dios lo ha resucitado» 12.

Resucitando a Jesús, el Padre ha confirmado su vida y su mensaje, su proyecto del reino de Dios y su actuación entera. Lo que Jesús ha anunciado en Galilea sobre la compasión y la misericordia del Padre es verdad: Dios es como lo sugiere Jesús en sus parábolas. La manera de ser de Jesús y su actuación profética coinciden con la voluntad del Padre. La solidaridad de Jesús con los que sufren, su defensa de los pobres, su perdón a los pecadores: eso es lo que Dios quiere.

Jesús tiene razón cuando busca una vida más digna y dichosa para todos, empezando por los últimos. Ese es el anhelo más grande que guarda Dios en su corazón. Ese es el camino que conduce a la vida.

Pero Dios no solo le ha dado la razón, sino que le ha hecho justicia. No se ha quedado pasivo y en silencio ante lo que han hecho con su Hijo. Lo ha resucitado: le ha devuelto la vida que le han arrebatado de manera tan injusta, llevándola a su plenitud. Lo ha constituido para siempre como Señor y Salvador de vivos y muertos. El mal tiene mucho poder, pero solo hasta la muerte: las autoridades judías y los poderosos romanos han matado a Jesús, pero no lo han aniquilado. Más allá de la muerte solo tiene poder el amor insondable de Dios.

3.- LOS CREYENTES TENEMOS DUDAS E INTERROGANTES ANTE EL SUFRIMIENTO Y LA MUERTE

VER

Preguntas

1.- ¿Ante la injusticia y la muerte, cuál es la fuente principal de nuestra esperanza?
2.- ¿Por qué la esperanza en Jesús resucitado no es un escape del compromiso por el Reino, por construir un Mundo más justo?

JUZGAR

Los creyentes llevamos en nuestro corazón los mismos in-terrogantes que todos los seres humanos: ¿hay algo que pueda ofrecernos un fundamento definitivo para la esperanza? Si todo acaba en la muerte, ¿quién nos puede consolar? Los seguidores de Jesús nos atrevemos a esperar la respuesta definitiva de Dios allí donde Jesús la encontró: más allá de la muerte. La resurrección de Jesús es para nosotros la razón última de nuestra esperanza: lo que nos alienta a trabajar por un mundo más humano, según el corazón de
Dios, y lo que nos hace esperar confiados su salvación.

Cristo, resucitado por el Padre, es nuestra esperanza. En él descubrimos la intención profunda de Dios confirmada para siempre: una vida plena para la creación entera, una vida liberada para siempre del mal y de la muerte, el reino de Dios hecho realidad. Nosotros estamos todavía en camino. Todo sigue mezclado y confuso: justicia e injusticia, muerte y vida, luz y tinieblas.

Todo está inacabado, a medias y en proceso. Pero la energía secreta del Resucitado está atrayendo todo hacia la Vida definitiva.

En estos tiempos en los que la crisis parece extenderse a todos los dominios de la existencia humana, la Iglesia ha de recordar que tiene «la responsabilidad de la esperanza». Esta es su tarea primordial. Antes que «lugar de culto » o «ins-tancia moral», la Iglesia ha de entenderse a sí misma como «comunidad de esperanza». ¿Qué es la Iglesia de Jesús si no comunica la Buena Noticia de un Dios amigo de la vida ni contagia la esperanza que brota del Resucitado?

4.- RECUPERAR LA EXPERIENCIA VIVA DEL RESUCITADO

VER

Preguntas

1.– ¿Al confesar que Jesús resucitó es una confesión de Fe en que decimos que Jesús resucitó hace 2000 años o que tiene que ver con nuestra historia?
2.- ¿Qué significa lo que dice Pablo “hay que vivir del Espíritu del Resucitado que da vida”?

JUZGAR

Cuando los primeros cristianos hablan del Resucitado no lo hacen solo para confesar su fe en aquel acontecimiento singular e irrepetible por el que Dios «ha levantado de entre los muertos» a Jesús para introducirlo en la plenitud de su propia vida, sino, sobre todo, para vivir ahora su fe en Cristo «resucitando a una vida nueva». Según Pablo de Tarso, esta experiencia consiste en «conocer a Cristo y el poder de su resurrección» (Flp 3,10). Vive con tal intensidad esta experiencia que llega a decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2.20). Los discípulos, que han seguido a Jesús por los caminos de Galilea, han de aprender ahora a vivir del Espíritu del Resucitado, que da vida (1 Cor 15,45).

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“El eco del que vive”, por Gema Juan OCD.

Viernes, 25 de abril de 2014
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13489069304_9eaf29f143_mDe su blog Juntos Andemos:

En la mañana de resurrección, un eco rompe el silencio. Es el eco de la vida que se abre paso, el eco del Viviente que irrumpe y quiere «hacer saltar la tumba de nuestro corazón» –como decía Rahner–, «resucitar del centro de nuestro ser también, donde está como fuerza y promesa».

Pegando el oído a la pluma de Teresa de Jesús, se puede sentir ese eco y entrar en la Presencia de quien «está siempre vivo».

Es un eco que invita a dejarse llevar, para descubrir que el Jesús de los caminos compartidos, maestro en la escuela de las bienaventuranzas, en el pan partido y en el dolor es el «Cristo vivo… no hombre muerto» –dice Teresa–. Es «viva noticia» y no mero recuerdo.

Es un eco que abre puertas y provoca encuentro. La voz de Teresa no inventa nada que no exista ya en el brasero de la fe de cada creyente, solo aviva el fuego, despierta la fe y entusiasma el corazón. Hace resonar lo profundo de cada quien, que a veces dormita, como dormitaron los apóstoles aquella noche única en que Jesús les pedía compañía.

Teresa decía del Resucitado que «no podía dejar de entender estaba cabe mí», que no lo veía «con los ojos del cuerpo ni del alma», pero que «no podía dudar que era Él». Con sus palabras, desvela el rostro del Resucitado, prolonga la presencia del Viviente, que quiere ser vida de cada ser humano. El eco de su pluma es reflejo de Él y a Él da paso. Ese eco es…

Un eco luminoso, que alumbra quién es Dios y cómo su amor da vida: «Se nos da a entender cómo es Dios… todo lo hinche su amor» y «se entiende… ser Dios el que da vida».

Un eco amoroso, que transforma y enamora: «Siéntese una suavidad en lo interior del alma tan grande, que se da bien a sentir estar vecino nuestro Señor de ella… parece que todo el hombre interior y exterior conforta… así parece es este amor suavísimo de nuestro Dios: se entra en el alma, y es con gran suavidad, y la contenta y satisface».

Un eco pacífico, porque Dios nunca se impone, ni siquiera para dar vida: «No es resplandor que deslumbre». Y, a la vez, un eco inextinguible, porque cuando la vida de Jesús irrumpe, no se retira jamás: «Es luz que no tiene noche».

Un eco vibrante, que abre las puertas interiores para recibir al Dios vivo, que «como ve que le reciben, así da y se da. Quiere a quien le quiere. Y ¡qué bien querido! Y ¡qué buen amigo!».

Un eco fuerte, que trae la voz de quien tiene palabras verdaderas: «Sus palabras son obras… ¡y cómo fortalece la fe y se aumenta el amor!». Y un eco valiente: «¡Oh amor fuerte de Dios! ¡Y cómo no le parece que ha de haber cosa imposible a quien ama!» porque «la compañía que tiene le da fuerzas muy mayores que nunca».

Un eco feliz, que alegra los entresijos del ser. «Se representa por una noticia al alma más clara que el sol… una luz que, sin ver luz, alumbra el entendimiento, para que goce el alma de tan gran bien».

Un eco generoso, que hace resonar la fuerza de la gratuidad: Él «se da a sentir», sin otra razón que mostrar su amor, porque «no está deseando otra cosa, sino tener a quien dar». Y un eco íntimo, que da seguridad interior: «En diciéndome una palabra sola de asegurarme, quedaba como solía, quieta y con regalo y sin ningún temor».

Un eco reconciliador, porque de «verse tan cerca de la luz», se va «ensanchando todo nuestro interior» y nace «paz y sosiego y aprovechamiento». Y «viendo cuán sin tasa es su misericordia», dirá Teresa, se empieza a recorrer el camino de la reconciliación y a comunicar la paz y el perdón. Porque, tocado el ser por este amor, «el que [tiene] a los prójimos y el que a los enemigos… es muy crecido».

«De muchas maneras se comunica el Señor… de muchas maneras os enseñará». El eco del Resucitado es inabarcable. «Hay muchos caminos» por donde llega, para que nadie quede excluido, porque es un eco que reúne y crea comunidad: una comunidad viva, de revividos, que se hacen «espaldas unos a otros… para ir adelante».

Luminosa, amorosa, pacífica, vibrante, fuerte, feliz, generosa, reconciliadora… así es la presencia del Resucitado entres sus amigos. Quiere despertarlos del sueño que les venció en la hora de la Pasión. Y Teresa se lo suplica: «Resucitad a estos muertos; sean vuestras voces, Señor, tan poderosas que, aunque no os pidan la vida, se la deis».

Resucitando con Él, se crea una cadena de ecos que prolonga su vida. Iluminando, amando, pacificando, alegrando, reconciliando… Siguiendo sus gestos, sus huellas en los caminos, su único modo de pasar por el mundo: haciendo el bien, resucitando.

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“¿Cómo, donde y en quién está presente y actúa el Señor resucitado?”, por José María Castillo, teólogo.

Martes, 22 de abril de 2014
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6a00d8341c730253ef00e54f2b32268833-640wiLeído en Koinonia:

Es un hecho que la resurrección de Jesús constituye el acontecimiento central de nuestra fe cristiana. Pero es un hecho también que ese acontecimiento central de la fe cristiana no parece estar en el centro de la vida de los creyentes. Por lo menos, a primera vista, no se tiene la impresión de que los cristianos lo entiendan y lo vivan así. Hay otras cosas que interesan más al común de los mortales bautizados. Y conste que me refiero a cosas estrictamente religiosas: la pasión del Señor, la devoción a la Virgen y a los santos, determinadas prácticas religiosas, etc.

Sin embargo, a mí me parece que no deberíamos precipitarnos a la hora de dar un juicio sobre esta cuestión. Porque, sin duda alguna, se trata de un asunto más complicado de lo que parece en un primer momento. Por eso, valdrá la pena analizar, ante todo, de qué maneras el Resucitado debe estar presente en la vida y el comportamiento de los creyentes, según el Nuevo Testamento, para poder, desde ahí, sacar luego las consecuencias.

La persecución: predicar la resurrección es entrar en conflicto

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos informa de que los discípulos de Jesús eran perseguidos por causa de la resurrección, exactamente por predicar que Cristo había resucitado: “el comisario del templo y los saduceos, muy molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban que la resurrección de los muertos se había verificado en Jesús, les echaron mano y, como era ya tarde, los metieron en la cárcel hasta el día siguiente” (Hech 4,1-3). Más claramente aún, si cabe, cuando los apóstoles son llevados ante el tribunal y testifican valientemente la resurrección (Hech 5,30-32), provocan la irritación en los dirigentes religiosos, que deciden acabar con ellos (Hech 5,33). Y lo mismo pasa en el caso de Esteban: cuando éste confiesa abiertamente que ve a Jesús resucitado en el cielo “de pie a la derecha de Dios” (Hech 7,56), la reacción no puede ser más brutal: “Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos y, todos a una, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearle” (Hech 7,57-58). Y otro tanto cabe decir por lo que se refiere a Pablo, que confiesa por dos veces que fue llevado a juicio precisamente por predicar la resurrección (Hech 23,6; 24,1).

Jesús Misionero 0001Ahora bien, este conjunto de datos plantea un problema. Porque la verdad es que actualmente nadie es perseguido, encarcelado y asesinado por predicar la resurrección. Es más, parece que el tema de la resurrección es uno de los temas más descomprometidos y menos peligrosos que hay en el evangelio. De donde se plantea una cuestión elemental: ¿será que no entendemos ya lo que significa la resurrección del Señor?, ¿será, por lo tanto, que no la predicamos como hay que predicarla?

Para responder a esta cuestión, empezaré recordando cómo presentan los apóstoles y discípulos la resurrección de Jesús. En este sentido, lo más importante es que la presentan en forma de denuncia. Una denuncia directa, clara y fuerte: Vosotros lo habéis matado, pero Dios lo ha resucitado (Hech 3,15; 4,10; 5,30; 13,30). Por lo tanto, se trata de un anuncio que, en el momento de ser pronunciado, tiene plena actualidad. Es decir, no se trata de una cuestión pasada, que se recuerda y nada más, sino que es un asunto que concierne y afecta directamente a quienes oyen hablar de ello. Más aún, es un asunto gravísimo, que, en el fondo, equivale a decir lo siguiente: Dios le da la razón a Jesús y os la quita a todos vosotros. Porque, en definitiva, la afirmación según la cual “Dios lo ha resucitado” (Hech 2,24-32; 3,15-26; 4,10; 5,30 ,30; 10,40; 13,30.34.37), viene a decir que Dios se ha puesto de parte de Jesús, está a favor de él y le ha dado la razón, aprobando así su vida y su obra.

Por consiguiente, parece bastante claro que predicar la resurrección y vivir ese misterio consiste, ante todo, en portarse de tal manera, vivir de tal manera y hablar de tal manera que uno le da la razón a Jesús y se la quita a todos cuantos se comportan como se comportaron los que asesinaron a Jesús. Pero, es claro, eso supone una manera de vivir y de hablar que incide en las situaciones concretas de la vida. Y que incide en tales situaciones en forma de juicio y de pronunciamiento: a favor de unos criterios y en contra de otros; a favor de unos valores y en contra de otros; a favor de unas personas y en contra de otras; y así sucesivamente.

De donde resulta una consecuencia importante, a saber: la primera forma de presencia y actuación del resucitado en una persona y en una comunidad de creyentes consiste en ponerse de parte de Jesús y de su mensaje, en el sentido indicado. Por lo tanto, se trata de una forma de presencia y de actuación que inevitablemente resulta conflictiva, como conflictiva fue en el caso de los primeros creyentes, que se vieron perseguidos por causa de su fidelidad al anuncio del resucitado.

Y todo esto, en definitiva, quiere decir lo siguiente: Jesús fue perseguido y asesinado por defender la causa del ser humano, sobre todo por defender la causa de los pobres y marginados de la tierra, contra los poderes e instituciones que actúan en este mundo como fuerzas de opresión y marginación. Por lo tanto, se puede decir que cuantos sufren el mismo tipo de persecución que sufrió Jesús, esos son quienes viven la primera y fundamental forma de presencia del resucitado en sus vidas, mientras que, por el contrario, quienes jamás se han visto perseguidos o molestados, quienes siempre viven aplaudidos y estimados, ésos se tienen que preguntar si su fe en la resurrección no es, más que nada, un principio ideológico con el que a lo mejor se ilusionan engañosamente. He ahí un criterio importante, fundamental incluso, para compulsar y medir nuestra propia fe en Jesús Resucitado.

El triunfo de la vida: el Resucitado está presente donde la vida lucha contra la muerte

La enseñanza de San Pablo sobre la resurrección se centra, sobre todo, en un punto esencial, a saber: que la resurrección cristiana es el triunfo definitivo de la vida sobre la muerte. Así fue en el caso de Jesús. Y así es también en la situación, en la vida y en la historia de cada creyente (Rom 6,4.5.9; 7,4; 2 Cor 5,15; Fil 3,10-11; Col 2,12). Porque, en definitiva, el destino del cristiano es el mismo destino de Jesús. Leer más…

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El Resucitado es el Crucificado. Lectura de la resurrección de Jesús desde los crucificados del mundo”, por Jon Sobrino, teólogo

Domingo, 20 de abril de 2014
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8461470921_30a1ef6ec4_zLeído en Koinonía:

Este número monográfico está dedicado a la resurrección de Jesús como acontecimiento y verdad fundamental para la fe cristiana. Queremos en este breve artículo recordar otra verdad no menos fundamental para la fe: que el resucitado no es otro que Jesús de Nazaret crucificado. No nos mueve a ello ningún a priori dolorista, como si no pudiera haber en la fe un momento de gozo y esperanza, ni tampoco ningún a priori dialéctico que fuese necesario conceptualmente para la reflexión teológica. Nos mueve más bien una doble honradez, con los relatos del Nuevo Testamento por una parte y con la realidad de millones de hombres y mujeres por otra.

Con lo primero queremos decir que es preciso recordar que el resucitado es el crucificado, por la sencilla razón de que es verdad y de que así -y no de otra manera- se presenta la resurrección de Jesús en el NT. Esta verdad no es además sólo una verdad fáctica de la cual hubiera que tener noticia, como un dato más del misterio pascual, sino una verdad fundamental, en el sentido de que fundamenta la realidad de la resurrección y, de ahí, cualquier interpretación teológica de ella.

Con lo segundo queremos decir que en la humanidad actual -y ciertamente donde escribe el autor- existen muchos hombres y mujeres, pueblos enteros, que están crucificados. Esta situación mayoritaria de la humanidad hace del recuerdo del crucificado algo connatural y exige ese recuerdo para que la resurrección de Jesús sea buena noticia concreta y cristiana, y no abstracta e idealista. Por otra parte, son estos crucificados de la historia los que ofrecen la óptica privilegiada para captar cristianamente la resurrección de Jesús y hacer una presentación cristiana de ella. Esto es lo que pretendemos hacer a continuación: concretizar cristianamente algunos aspectos de la resurrección de Jesús desde su realidad de crucificado, lo cual, a su vez, se descubre mejor desde los crucificados de la historia.

1. El triunfo de la justicia de Dios

Muy pronto, a través de un proceso creyente, se universalizó lo ocurrido en la resurrección de Jesús. Cruz y resurrección empezaron a funcionar como símbolos universales, de la muerte, como destino de todo ser humano y su anhelo de inmortalidad, como esperanza de todo ser humano. El poder resucitante de Dios se presentó como garantía de esa esperanza más allá y contra la muerte.

Todo ello es correcto, pero conviene no precipitarse en este proceso de universalización, sino ahondar antes en la historicidad concreta del destino de Jesús.

En la primera predicación cristiana, aunque de forma ya estereotipada, la resurrección de Jesús fue presentada de la siguiente manera: “Ustedes, por mano de los paganos, lo mataron en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte” (Hech 2,24; cfr. el mismo esquema en Hech 3, 13-15; 4,10; 5,30; 10,39; 13,28ss). En este anuncio se da fundamental importancia al hecho de que alguien ha sido resucitado, pero no menor importancia se da a la identificación de quién ha sido resucitado por Dios.

Este hombre no es otro que Jesús de Nazaret, el hombre que, según los evangelios, predicó la venida del reino de Dios a los pobres, denunció y desenmascaró a los poderosos, fue por ellos perseguido, condenado a muerte y ejecutado, y mantuvo en todo ello una radical fidelidad a la voluntad de Dios y una radical confianza en el Dios a quien obedecía. En los primeros discursos se le identifica como “el santo”, “el justo”, “el autor de la vida” (Hech 3,14s). Y muy pronto también se interpreta su destino de muerte como la suerte que corrieron los profetas (1 Tes 2,15).

La importancia de esta identificación no consiste sólo, obviamente, en saber el nombre concreto de quien ha sido objeto de la acción de Dios, sino en que a través de esa identificación, de la narración e interpretación de la vida del crucificado, se entiende de qué se trata en la resurrección de Jesús. Quien así ha vivido y quien por ello fue crucificado, ha sido resucitado por Dios. La resurrección de Jesús no es entonces sólo símbolo de la omnipotencia de Dios, como si Dios hubiese decidido arbitrariamente y sin conexión con la vida y destino de Jesús mostrar su omnipotencia. La resurrección de Jesús es presentada más bien como la Respuesta de Dios a la acción injusta y criminal de los seres humanos. Por ello, por ser respuesta, la acción de Dios se comprende manteniendo la acción de los seres humanos que origina esa respuesta: asesinar al justo. Planteada de esta forma, la resurrección de Jesús muestra en directo el triunfo de la justicia sobre la injusticia; no es simplemente el triunfo de la omnipotencia de Dios, sino de la justicia de Dios, aunque para mostrar esa justicia Dios ponga un acto de poder. La resurrección de Jesús se convierte así en buena noticia, cuyo contenido central es que una vez y en plenitud la justicia ha triunfado sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo.

2. El escándalo de la injusticia que da muerte

La acción victoriosa de Dios en la resurrección de Jesús no debe hacer olvidar la suma gravedad de la acción de los hombres y mujeres, a la cual es respuesta. Los primeros discursos lo repiten continuamente: “ustedes lo mataron”. Es cierto que se tiende a suavizar la responsabilidad en el asesinato de Jesús: “Hermanos, sé que lo hicieron por ignorancia” (Hech 3,17). Pero esta frase consoladora y motivadora de la conversión no reduce en absoluto la suma gravedad de asesinar al justo. En la resurrección acaece ejemplarmente la afirmación paulina de que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia; pero esa sobre-abundancia de la gracia recalca más lo extremoso del pecado de asesinar al justo.

Si se toma con seriedad la presentación dual y antagónica de la acción de Dios y de los seres humanos en el destino de Jesús entonces se puede replantear al menos en qué consiste el escándalo primario de la historia y cómo debemos enfrentarlo. Una concentración unilateral en la acción resucitadora de Dios presupone con frecuencia que ese escándalo es en último término la propia muerte futura. Según eso, lo que posibilita y exige la resurrección es el coraje de la esperanza en la propia supervivencia personal. Pero si se sigue escuchando la afirmación de que “ustedes lo mataron”, entonces lo que resalta en primer lugar como escandaloso no es simplemente la muerte, sino el asesinato del justo y la posibilidad humana, mil veces hecha realidad, de dar muerte al justo. La pregunta que, lanza la resurrección es si participamos nosotros también en el escándalo de dar muerte al justo, si estamos del lado de los que le asesinan o del lado de Dios que le da vida.

La resurrección de Jesús no sólo nos plantea el problema de cómo podemos habérnoslas con nuestra propia muerte futura, sino que nos recuerda que tenemos que habérnoslas ya con la muerte y la vida de los otros; que la tragedia del ser humano y el escándalo de la historia no consiste sólo en el hecho de que el ser humano tiene que morir él, sino en la posibilidad de dar muerte al otro. Estas reflexiones no pretenden minimizar el problema universal de la muerte ni hacer pasar a segundo término el indudable mensaje de esperanza que aparece en la resurrección de Jesús. Sólo pretenden recalcar que existe ya el inmenso escándalo de la injusticia que da muerte en la historia, y que el modo de enfrentar ese escándalo es la forma cristiana de enfrentar también el escándalo de la propia muerte personal. Dicho en otras palabras, el coraje cristiano en la propia resurrección vive del coraje para superar el escándalo -histórico de la injusticia; la necesaria esperanza, como condición de posibilidad de creer en la resurrección de Jesús como futuro bienaventurado de la propia persona, pasa por la práctica del amor histórico de dar ya vida a los que mueren en la historia. Leer más…

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