Del blog de Xabier Pikaza:
Dom 30, ciclo a. Mt 22, 34-40. Amarás a Dios con todo tu corazón y el prójimo como a ti mismo. Éstos son los dos primeros (y únicos) artículos del “mandamiento” o credo de Jesús, las marcas que señalan la identidad del cristiano, no para separarle de los demás, sino para unirle con todos los que se dejan amar y aman, de cualquier estado o raza que sean, varones o mujeres, judíos o romanos, de un estado político o de otro.
Dejarse amar de corazón por Dios (¡la vida!) y acompañar al prójimo en amor, esto es, en vida, no en ideología de política o de raza, esto es el evangelio, ésta es la fe de Cristo. Todo lo demás es apostilla, nota a pie de página, simple consecuencia.
Éste es el tema: Ser en amor, caminando así entre dos amantes – amados, que son el mismo (Dios “y” prójimo), inseparables ambos, siendo, al mismo tiempo, distintos en su unidad, como iré indicando, pues no basta con decir que yo amo a Dios si no amo al prójimo en concreto.
Según eso, la fe es dejarse amar por Dios (y por los otros) y amar a Dios y al prójimo en concreto, pero siempre en apertura a todos, sabiendo que en general los prójimos son distintos de tí, y que sólo en respeto a la distinción puedes amarñes, superando fronteras de religión y tendencia sexual de raza o cultura, como enseñó Jesús, pero siempre dialogando, respetando, buscando caminos de encuentro en la distinción. Aquí no basta con decir (como algunos dicen en la misa, que hay que amar “a muchos”). Muchos no basta, hay que decir de un modo universal “a todos”, siendo distintos.
No hay por una parte fe y por otra vida, sino que la misma vida de amor (el mandamiento) es fe. No hay por tanto una “ortodoxia” separada de la vida, una especie de creencia que vale aunque no se cumpla… El acto mayor de fe creer en el amor (que soy amado) y amar en concreto, con el riesgo y la gracia que eso implica
La ortodoxia es la “ortopraxia”, si vale la palabra. Creer es amar, no es otra cosa, pues en el fondo fe y amor se identifican: Creer a los demás, ser fiable para ellos. De esa forma el amor en que se unen Dios y el prójimo, según la respuesta de Jesús, es el único dogma del credo de la iglesia, de manera que todo lo demás (iglesia e instituciones eclesiales, jerarquía y dogmas, otros mandamientos) resulta secundario.
Imágenes:
1. San Serfín de Sarov y el oso. El amor al otro integrado en un sentimiento cósmico de amor sagrado
2. Cita de Machado: Ama al prójimo como a ti, pero sabiendo que es distinto y respetando su distinción, en línea personal y social, de ideas y de sentimiento.
3. Riesgo de que el prójimo sea sólo una imagen de ti mismo… no te veas sólo a ti mismo cuando le quieres… Es como tú, pero es él.
Buen día a todos, y como “ciervos de espesura” (San Juan de la Cruz) brindemos por el amor, que es siempre uno, siendo a la vez siempre doblo, como verá quien siga leyendo.
Texto. Mateo 22,34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”
Él le dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” Este mandamiento es el principal y primero.
El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.”
Organizar los mandamientos
Se suele decir que este doble mandamiento recoge la experiencia más profunda de la teología israelita, que se funda en el Shema, amar a Dios con todo el corazón (Dt 6, 4-9; cf. Dt 11, 13-21 y Num 15, 37-41), y en el principio de amar al prójimo como a uno mismo (Lev 19, 18). Muchos habían hablado de estos “dos amores”, pero parece que Jesús fue el primero en formularlos de esta forma (cf. J. P. Meier, Judío marginal IV, 483-505).
Los que preguntan le piden a Jesús que diga cuál es el primer mandamiento, y lo hacen con autoridad, para ver si es ortodoxo en su doctrina. Le piden que diga el primero, pero él responde diciendo que hay dos, no basta uno:
1. Amar a Dios (dejarse amar por Dios), por encima de todas las cosas.
2. Amar al prójimo como a sí mismo”…
Le preguntan por uno, y Jesús responde con dos, como indicando que al principio no hay un tipo de monismo (sólo Dios o sólo el hombre) sino un dualismo básico, una unidad y distinción entre Dios (fundamento del que brota la vida del hombre, a quien hay que escuchar y acoger) y el prójimo a quien uno debe amar como a sí mismo, como si formara parte de la Vida de su vida.
Jesús forma parte del Israel mesiánico (Cristiano), de la Comunidad de aquellos que “escuchan” a Dios, es la Iglesia de Jesús, con la totalidad de los hombres y mujeres capaces de recoger amor (dejarse amar, naciendo en amor a la vida). Éste es el nuevo Israel, sin necesidad de templo ni de ley, de circuncisión ni de mandatos más concretos. Hay un único mandato, que vincula al “Israel de Dios”, formado por aquellos que se saben nacidod por amor y quieren expresarlo en su vida.
Este mandamiento dice “amarás…”. Dios habla desde su propia transcendencia gratificante, como amor… Habla Dios amando todo, y haciendo así que todos sean (como sabe y dice el libro de la Sabiduría, comentando el Shema y el principio de la creación). Pues bien, Dios ha creado al ser humano de tal forma que le hace capaz de responderle amando.
Al lado de ese ese “primer” mandamiento Jesús ha situado un segundo, que ya era conocido, pero que no había recibido la importancia que le da Jesús. Un mandamiento que es segundo (deuteros) y por tanto distinto, pero semejante al primero: “Amarás a tu prójimo…”.
Amores consubstanciales
Como el amor es “uno” (agapêseis) y el “objeto” del amor son dos (Dios y el prójimo) se plantea aquí una especie de “consustancialidad”, esto es, de identificación entre Dios y el prójimo. Éste es en el fondo el mismo tema que plantearán más tarde los concilios de Nicea (325 d.C.) y Calcedonia (451): Jesús es Dios y hombre… Siendo un hombre, Jesús es consubstancial a Dios, “homo-ousios”, de la misma ousía, de forma que en Jesús amamos, al mismo tiempo a Dios y al prójimo (dejándonos amar por Dios y el prójimo).
Mt 22, 39 dice que “el segundo mandamiento (amar al prójimo) es igual al primero… (amar a Dios)”. Ciertamente, la palabra que emplea el evangelio es “homoios” (semejante) y no “homo-“ igual), de manera que, según las controversias teológicas posteriores, podríamos hablar de un “homoiousios” en vez de un “homoousios”, como se dijo una y otra vez en la disputas arrianas, pero Mateo no ha planteado estos temas posteriores, sino que dado la misma dignidad a las dos mandamientos, pues en ellos se expresa y vive un mismo amor.
Un desbordamiento: del Amor a Dios (Shema) al amor al Prójimo
En este lugar de desbordamiento creador (donde Dios se hace prójimo) nos sitúa Jesús. Si sólo hubiera la primera parte (escuchar a Dios y responderle) el ser humano podría acabar en un espiritualismo teológico. Pues bien, para superar ese “riesgo”, retomando, pero situando en un lugar nuevo una palabra clave del judaísmo de su tiempo (Lev 19, 18), Jesús interpreta y amplia el amor a Dios diciendo: amarás a tu prójimo como a ti mismo.
La novedad de Jesús está en la fuerza que ha dado al término común agapêseis (amarás: hebreo ‘ahabta) de Dt 6, 5 y Lev 19, 18, uniendo los dos mandamientos (amores) y diciendo que no hay “otro” mayor que estos. Son dos amores, pero forman uno solo, son aquello que el escriba llamaba el primero de todos (prôte pantôn de 12, 28). Leer más…
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