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Misericordia, viga maestra que sostiene a la Iglesia

Domingo, 26 de abril de 2015
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102vigaEl Papa acaba de publicar una bula convocando para el año 2016 a un jubileo extraordinario de la misericordia. Precisamente ahí, en el anuncio de la misericordia de Dios y en la vivencia de las obras de misericordia, se juega la Iglesia su credibilidad, o sea, el ser escuchada y respetada. Pues la misericordia es “la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”. En la misericordia, y no en la ley o en la justicia, está la clave para entender el Evangelio de Jesús. Lo que movía a Jesús, en todas las circunstancias, era la misericordia. En ella se refleja el modo de obrar del Padre y ella es criterio para saber quienes son realmente sus hijos.

Subrayo tres de las muchas ideas que pueden encontrarse en la carta de Francisco. La primera es la relación entre el jubileo de la misericordia y el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento, con el que ella iniciaba un nuevo periodo de su historia. Y de hacer siempre reales las palabras de Juan XXIII en su discurso inaugural del Concilio: la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad.

El segundo subrayado se refiere a una idea de Tomás de Aquino, recogida también por la liturgia: donde Dios manifiesta de verdad su omnipotencia es cuando usa de misericordia. La misericordia, lejos de ser un signo de debilidad, es un signo del poder de Dios. ¿Cómo es esto posible? Vale la pena recordar la explicación que ofrece Santo Tomás: “la manera de demostrar que Dios tiene el poder supremo es perdonando libremente los pecados… porque perdonando y apiadándose conduce a los hombres a la participación del bien infinito, que es el máximo efecto del poder divino”. En otras palabras: tiene poder el que logra lo que se propone. Lo que Dios quiere para todos y cada uno de sus hijos es la salvación. Perdonando los pecados consigue ese fin. Luego su poder se manifiesta cuando perdona y tiene misericordia.

Al final de la carta hay una pequeña sorpresa. La misericordia puede favorecer el diálogo interreligioso. Ella posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. En primer lugar, porque es una ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano. Por tanto, puede ser un buen lugar de encuentro con todo ser humano. Pero también porque las grandes religiones monoteístas, como el judaísmo y el islam, la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios. Por eso, el Papa desea que este año jubilar de la misericordia “nos haga más abiertos al diálogo” para conocer esas nobles tradiciones religiosas y permita que todos los creyentes en el único Dios nos comprendamos mejor. Más aún: el Papa desea que la vivencia de la misericordia “elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación”.

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“Recordar lo nuevo II”, por Gema Juan OCD

Viernes, 27 de febrero de 2015
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16127366765_905ef89a0a_mDe su blog Juntos Andemos:

Algunos años antes de que Juan de la Cruz se pusiera a recordar novedades, la que fuera su amiga, madre y hermana, maestra y discípula a la vez, hizo memoria de lo nuevo, igual que él. Añadió ella –Teresa de Jesús– un toque particular, un deje de ironía sobre las novedades que, en realidad, no lo son. Novedades que no son más que vanidad y un husmear por costumbre; cosas bien antiguas, en realidad.

A lo largo de sus numerosas fundaciones, Teresa había comprobado que «como el mundo es tan amigo de novedades», todos curioseaban cuando llegaba, con su grupito de hermanas, a una ciudad.

Y decía a Dios: «En todo se puede tratar y hablar con Vos como quisiéremos» y añadía, poco después que, sin embargo, «está ya el mundo de manera, que habían de ser más largas las vidas para deprender los puntos y novedades y maneras que hay de crianza… [que] para títulos de cartas es ya menester haya cátedra, adonde se lea cómo se ha de hacer».

Para Teresa, como para Juan, la gran novedad era el Dios de misericordia. Un Dios incansable, que no ceja en su empeño de hacer nueva la vida de sus amigos. Y así, dirá: «Primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias».

Teresa se había cansado, primero de sí misma –«ya yo andaba cansada»– de una superficialidad que había puesto en juego su buena reputación —«la sospecha que tuve se había entendido la vanidad mía». Después, siendo ya monja, se agotó en una vida tibia: «Andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía». Y también, cansada «de ver lo que estiman los hombres», de ver poner el afán en lo que no vale.

Tomó conciencia de que la había «tenido Dios de su mano en todo» y de que Él, el Incansable, llama y busca siempre: «Aunque os dejaba yo a Vos, no me dejasteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo».

Que Dios no se canse de esperar, de cuidar, de promover lo bueno de sus criaturas, impresionó profundamente a Teresa. Pero, además, vio que esa imposibilidad de cansarse tenía un rostro humano, como si Dios quisiera despejar cualquier duda sobre su ser inagotable de amor y hacerse cercano, para «que entiendan y vean que es posible» llegar a tanto su bondad.

Cuando comente el Padrenuestro, dirá que Jesús vive entre los hombres y mujeres del mundo para «servir cada día». Y no solo eso, añade: «No hay esclavo que de buena gana diga que lo es, y que el buen Jesús parece se honra de ello».

Novedoso y sorprendente. Teresa es consciente de que servir es una elección fuerte en la vida, pero decidirse a hacerlo hasta el extremo, hacerlo como Jesús que «nunca se cansa de humillarse por nosotros», es inaudito.

«Él se hace el sujeto» –dirá–, una novedad incomprensible para quienes creen que la vida es un escaparate en el que figurar y en el que se ha de andar con cuidado de no «perder punto en puntos de mundo, so pena de no dejar de dar ocasión a que se tienten los que tienen su honra puesta en estos puntos».

Teresa se empeña en recordar la auténtica novedad, que es el «verdadero amor de Dios… que consume el hombre viejo de faltas y tibieza y miseria… y queda hecha otra el alma después con diferentes deseos y fortaleza grande. No parece es la que antes, sino que comienza con nueva puridad el camino del Señor».

Una novedad que renueva, que hace presente a un Dios que no olvida a los que ama y cuida de ellos: «¡Que sea tan grande vuestra bondad, que… os acordéis Vos de nosotros, y que… nos tornéis a dar la mano y despertéis… para que procuremos y os pidamos salud!».

La novedad puede entusiasmar… pero también asustar. Teresa había entrado en «una vida nueva» y emprendió un proyecto nuevo de la mano de Dios. Con algún temor, pero tan enamorada que nada pudo detenerla. Sin embargo, sufrió la incomprensión de quienes temen la irrupción de lo nuevo: «Decían que me quería hacer santa y que inventaba novedades».

Lo que Teresa sabía es que el Dios incansable «da siempre oportunidad, si queremos», y ella quiso. Se abrió a la mejor novedad, a la que está disponible para todos: «Una vida nueva… que vivía Dios en mí».

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“Discutir el aborto por amor a la vida”, por Leonardo Boff, teólogo y escritor

Domingo, 5 de octubre de 2014
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1Leído en la página web de Redes Cristianas

Carta al Papa Francisco
Red latinoamericana de católicas por el derecho a decidir

Me cuesta creer que haya personas que defiendan el aborto por el aborto. Implica eliminar la vida o interferir en un proceso vital que culmina con la aparición de la vida humana. Yo personalmente estoy en contra del aborto pues amo la vida en cada una de sus fases y en todas sus formas.

Pero esta afirmación no me vuelve ciego a una realidad macabra que no puede ser ignorada y que desafía el buen sentido y a los poderes públicos. Cada año se hacen en Brasil cerca de 800 mil abortos clandestinos. Cada dos días muere una mujer víctima de un aborto clandestino mal asistido.

Esta realidad debe ser enfrentada no con la policía sino con una salud pública responsable y con sentido realista. Considero farisaica la actitud de aquellos que de forma intransigente defienden la vida embrionaria y no adoptan la misma actitud ante los miles de niños lanzados a la miseria, sin comida y sin cariño, deambulando por las calles de nuestras ciudades. La vida debe ser amada en todas sus formas y edades y no solo en su primer despertar en el seno de la madre. Corresponde al Estado y a toda la sociedad crear las condiciones para que las madres no necesiten abortar.

Yo mismo asistí, en las gradas de la catedral de Fortaleza, a una madre famélica, pidiendo limosna y amamantando a su hijo con sangre de su pecho. Era la figura del pelícano. Perplejo y lleno de compasión la llevé hasta la casa del Cardenal Dom Aloisio Lorscheider donde le dimos toda la asistencia posible. Incluso así ocurren abortos, siempre dolorosos y que afectan profundamente a la psique de la madre. Narro lo que escribió un eminente psicoanalista de la escuela junguiana de São Paulo, Léon Bonaventure, narrado en la introducción que escribió a un libro de otra psicoanalista junguiana italiana, Eva Pattis, titulado: Aborto, pérdida y renovación: paradoja en la búsqueda de la identidad femenina (Paulus 2001).

Cuenta Léon Bonaventure, con la sutileza de un fino psicoanalista para quien la espiritualidad constituye una fuente de integración y de cura de heridas del alma.

«Un sacerdote confesaba a una mujer que en el pasado había abortado. Después de oír la confesión, le preguntó: “¿Qué nombre le diste a tu hijo?” La mujer, sorprendida, quedó callada largo rato pues no había dado nombre a su hijo.

“Entonces” –dijo el cura–, “vamos darle un nombre y si está usted de acuerdo vamos a bautizarlo”. La mujer asintió con la cabeza y así lo hicieron simbólicamente.

Después el cura hizo algunas consideraciones sobre el misterio de la vida: “existe la vida” –dijo–, “que viene a la luz del día para ser para vivida en la Tierra, durante 10, 50, 100 años. Otras vidas nunca van a ver la luz del sol. En el calendario litúrgico católico existe, el día 28 de diciembre, la fiesta de los santos inocentes, los recién nacidos que murieron gratuitamente cuando nació el Niño divino en Belén. Que ese día sea también el día de la fiesta de tu hijo”.

Y siguió diciendo: “en la tradición cristiana el nacimiento de un hijo es siempre un regalo de Dios, una bendición. En el pasado era costumbre ir al templo para ofrecer el niño a Dios. Nunca es demasiado tarde para que ofrezcas tu hijo a Dios”.

Terminó diciendo: “como ser humano no puedo juzgarte, si pecaste contra la vida, el propio Dios de la vida puede reconciliarte con ella. Vete en paz y vive”» (p. 9).

El Papa Francisco recomienda siempre misericordia, comprensión y ternura en la relación de los sacerdotes con los fieles. Ese sacerdote vivió avant la lettre esos valores profundamente humanos y que pertenecen a la práctica del Jesús histórico. Que ellos puedan inspirar a otros sacerdotes a tener la misma humanidad.

Traducción de Mª José Gavito Milano

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” Creo en el Dios de Papa Francisco”, por Marco Antonio Velásquez Uribe.

Domingo, 3 de agosto de 2014
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cartel-charla-formacion-seguridad-privada1Leído en Reflexión y Liberación

Y qué decir de esa oposición silenciosa que, no sólo en Roma, trabaja tras bambalinas para desactivar tanta misericordia con los…
(Marco Antonio Velásquez).

La jerarquía de la Iglesia lleva en sus espaldas la gigantesca y necesaria tarea de mediar entre el cielo y la tierra para traer a Dios a los hombres y mujeres, así como llevarlos a Dios. Una tarea que se ha complejizado en medio de un cambio de época que sorprende al clero con seguidores menos fieles, más exigentes, más instruidos y más estrictos con la propia libertad.

Consecuentemente, mientras la cultura galopa a ritmo desenfrenado, la iglesia institucional multiplica temores y resistencias que acentúan la brecha de incomprensión con el mundo, abriendo un abismo de grandes proporciones. Ello configura la crisis de la iglesia y de otras iglesias, y explica el avance de la increencia, el abandono de la fe materna y la privatización de la fe. Paradojalmente, la sed y hambre de Dios crecen como nunca.

En medio de un panorama tan desolador como el descrito, y ante los ojos del universo entero, el mundo católico vive una primavera sin igual, gracias al ejemplo cautivador de papa Francisco, que con un testimonio genuinamente cristiano se ha convertido en un verdadero fenómeno mediático. Francisco, con su estilo de vida y con su paternidad, ha dejado al descubierto la catolicidad de la sencillez del Evangelio, donde la bondad, la misericordia, la acogida y la predilección por los pobres consiguen mostrar la universalidad de lo simple, lo sencillo y del servicio. Paralelamente, y sin buscarlo, desentraña por contraste el absurdo de la ostentación, del poder, de la severidad, de los privilegios, de la acumulación y de otras vanidades, que vistos en la vida de los pastores provocan la nausea del Pueblo de Dios.

Curiosamente el empeño histórico de la Iglesia ha sido la sacralización de la jerarquía, mientras el testimonio de papa Francisco revela que la humanización de los pastores es lo que conmueve al Pueblo Santo. Mientras lo primero es una cripto-herejía; lo segundo evidencia la confianza de Dios en la potencialidad transformadora de la acción humana de todos los hombres y mujeres.

Quienes quieran ver en los frutos de la acción de papa Francisco una reversión de la profundidad de la crisis eclesial equivocan sus anhelos. El testimonio del papa hoy muestra un camino, y las esperanzas que despierta son eso, esperanzas.

El mundo y las comunidades eclesiales observan con preocupación la soledad del papa en su afán transformador de la Iglesia. En muchas iglesias locales persiste la exhibición escandalosa de las vanidades de cierto clero, y qué decir de algunos obispos y cardenales, que rodeados de potestades medievales continúan haciendo uso de un poder, en algunos casos despótico, que se vuelca contra los pecadores y pecadoras empedernidos, así como también con inusitada inmisericordia contra su propio clero.

Y qué decir de esa oposición silenciosa que, no sólo en Roma, trabaja tras bambalinas para desactivar tanta misericordia con los “pobres, viudas y huérfanos” desamparados de la Iglesia. Son los “planes del soberbio corazón” (Lc 1, 51b) que se reagrupan a la espera de un nuevo cónclave; mientas papa Francisco sigue multiplicando esperanza y consuelo por el mundo.

Mientras tanto, yo creo en el Dios de papa Francisco y reniego de ese dios mezquino y castigador que muestran aquellos otros.

Marco Antonio Velásquez Uribe

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Frustración ante el Sínodo de la familia. Más de lo mismo: Paternalismo, Discriminación, Homofobia y NO al matrimonio.

Sábado, 28 de junio de 2014
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El Vaticano considera que educar contra la homofobia es pervertir la sexualidad de los menores

El Papa promoverá una pastoral de “misericordia” para parejas de hecho, homosexuales, divorciados o madres solteras

Pablo Ordaz: La encuesta del Vaticano: Los católicos ya no comulgan con la doctrina de la Iglesia sobre las familias

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SÍNODO DE LOS OBISPOS. III ASAMBLEA GENERAL EXTRAORDINARIA
LOS DESAFÍOS PASTORALES DE LA FAMILIA EN EL CONTEXTO DE LA EVANGELIZACIÓN
INSTRUMENTUM LABORIS

Cuenta Ragap que el Vaticano ha presentado el análisis del cuestionario sobre familia en el que han participado diócesis de todo el mundo. Y sus conclusiones en lo referente a la homosexualidad y el matrimonio entre personas del mismo sexo son aberrantes. Las Conferencias Episcopales consideran que “no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia.” Eso sí, a continuación añaden que las personas con tendencias homosexuales “deben ser acogidas con respeto, compasión, delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”.

A primera vista, este informe parece recoger la nueva postura eclesiástica de no juzgar la homosexualidad aunque no se defienda ni justifique. Pero leyendo con detenimiento el capítulo acerca de las uniones entre personas del mismo sexo, vemos que las conclusiones van más allá. Están en contra de la redefinición del matrimonio porque dicen que reduce la perspectiva sobre la pareja a algunos aspectos jurídicos, como la igualdad de derechos y la “no discriminación”. También aluden como motivo para justificar su posición el bien de los niños en el seno de estas uniones, considerando que no es natural para su desarrollo y bienestar.
En cuanto a la educación sexual, opinan que la promoción de la ideología de género conlleva un aspecto negativo, llegando incluso a afirmar que “detrás de la idea de eliminación de la homofobia, en realidad propone una subversión de la identidad sexual.” Este aspecto sencillamente demuestra las incongruencias que parecen persistir por los siglos de los siglos en el seno de la educación y moralidad católica, por muchos Papas que se sucedan en el cargo.
Para continuar atacando la homosexualidad, las Conferencias Episcopales defienden la llamada “ley natural” que “responde a la exigencia de fundar sobre la razón los derechos del hombre y hace posible un diálogo intercultural e interreligioso”. Para ellos esta ley se percibe anticuada hoy en día porque hay otros valores como los derechos humanos o la libertad del individuo han ganado peso y amenazan sus principios. Las uniones entre homosexuales son para ellos situaciones contrarias al dictado tradicional de la ley natural, equiparables con el aborto o la fecundación in vitro.
Esta pérdida de significado de la “ley natural” la consideran un error y una amenaza que disuelve el vínculo entre amor, sexualidad y fertilidad, entendidos como esencia del matrimonio. Denuncian que las uniones entre individuos de orientaciones y de identidades sexuales distintas están basadas sólo en sus propias necesidades y en sus carencias individuales. Y acusan a “la influencia insistente de los medios de comunicación y el estilo de vida que exhiben algunas figuras del deporte y del espectáculo” como responsables de ello.
El documento será usado por los obispos de todo el mundo durante la III Asamblea General Extraordinaria, que se celebrará del 5 al 19 de octubre en el Vaticano, sobre “los desafíos pastorales en las familias en el contexto de la evangelización”.
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Por su parte, leemos en Religión Digital:

El Vaticano presenta la síntesis de la encuesta papal sobre la familia

Cardenal Baldisseri: “Urge permitir a las personas heridas curarse y encontrar misericordia”

El cardenal Ving-Trois no quiere que el Sínodo se reduzca a los dovorciados vueltos a casar

(José M. Vidal).- Presentación en la Sala Stampa del Vaticano de la síntesis de laencuesta del Papa para el Sínodo de la Familia. Una rueda de prensa “esperada“, según el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, y con una mesa “amplia”, con tres cardenales (Baldisseri, Erdo y Ving-Trois), un obispo-teólogo (Bruno Forte) y una pareja proveniente de la Acción Católica. Con explicaciones teóricas y ausencia de datos concretos.

El Vaticano ha anunciado que promoverá una “pastoral de misericordia” para aquellos que están en situaciones de irregularidad canónica, como los que conviven, los divorciados, los separados, los divorciados vueltos a casar, las madres solteras o las parejas del mismo sexo y sus eventuales hijos, durante la presentación esta mañana del Instrumento de trabajo que será usado por los obispos de todo el mundo durante Sínodo sobre la familia, que se celebrará del 5 al 19 de octubre.

El Instrumento de trabajo, que se estudiará durante el Sínodo que dará lugar a una nueva exhortación apostólica del Papa Francisco, constituye un diagnóstico de la preocupación por la situaciones familiares, fruto de las respuestas enviadas al Vaticano por episcopados, congregaciones y movimientos de todo el mundo.

“No existe fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. No obstante, los hombres y las mujeres con tendencias homosexuales deben ser acogidos con respeto, compasión, delicadeza. Se evitará respecto a ellos todo signo de discriminacion injusta”. Eso se lee también en el ‘Instrumentum Laboris’, el documento de 87 páginas que servirá de base para la reunión de obispos de todo el mundo que en octubre próximo se celebrará en El Vaticano sobre los desafíos de la familia.

El documento se ha elaborado a partir del cuestionario con 39 preguntas enviado por El Vaticano a todas las conferencias episcopales del mundo sobre la realidad de muchas familias: uniones de hecho, parejas homosexuales, madres solteras, divorciados, divorciados casados en segundas nupcias…. De hecho, lo más relevante de este ‘Instrumentum Laboris’ es que hace una radiografía realista de la situación actual, que admite claramente los problemas y dificultades a los que se enfrenta la Iglesia en el terreno de la familia y que reconoce sin tapujos que sus enseñanzas son ignoradas por buena parte de la población.

Interviene el cardenal Baldisseri, presidente del Sínodo de los Obispos, para presentar el instrumentum laboris.

“Una encuesta que encontró un amplio interés en el pueblo de Dios y tuvo repercusiones estimulantes”.

Baldisserri insiste en el papel de la “ley natural” en este tema, asi como en el “decisivo papel de la familia”.

Y subraya los desafíos de la familia hoy, tanto internos como externos, como las “situaciones matrimoniales difíciles”. “Urge permitir a las personas heridas curarse y encontrar la misericordia que Dios concede a todos“.

Se trata de ofrecer, no imponer“.

Ante el fenómneo de las parejas de hecho la Iglesia siente la obligación de acompañarlos. Y ante los divorciados vueltos a casar, “la Iglesia se siente interpelada” a encontrar remedio a su situación, quizás flexibilizando la nulidad matrimonial.

Baldisseri reevindica la propuesta de la “paternidad y maternidad responsable”.

Reconoce la dificultad de “transmitir la fe a los hijos”.

El documento será entregado a los miembros del Sínodo para que lo puedan estudiarlo y reflexionarlo y a las conferencias episcopales. Leer más…

Homofobia/ Transfobia., Iglesia Católica , , , , ,

Felices los que creen sin haber visto ( Jn 20, 29)

Domingo, 27 de abril de 2014
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Domingo de la Misericordia

Del blog À Corps… À Coeur:

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 Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacedlos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre de ellos,
y sólo para ti quiero tenerlos.

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

*

San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, estrofas 10 y 11

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , , , , , , , , ,

Raniero Cantalamessa: “El pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia”

Domingo, 20 de abril de 2014
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JONATHAN SCARFE, JOHNATHON SCHAECHLeemos en Religión Digital:

El predicador del Papa traza una vibrante reflexión sobre el pecado y el perdón

“El dinero es el verdadero enemigo, el competidor de Dios en este momento”

(Jesús Bastante).- Viernes Santo. Cristo muere abandonado y traicionado por los suyos. Por Judas, el gran traidor de la Historia. Pero también por Pedro, quien le negó tres veces. Y tantas veces por cada uno de nosotros. “El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia”, indicó esta tarde el predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, durante los oficios en la basílica de San Pedro.

Fue una ceremonia sobria, impregnada de la relevancia del momento. El propio Francisco se tumbó en el suelo de la basílica para orar, y durante toda la ceremonia mantuvo un rictus serio, concentrado, casi en trance. No así Cantalamessa, que trazó una vibrante homilía en la que reflexionó sobre la traición de Judas, y la de cada uno de nosotros.

Y es que, más allá de las posibles razones que muchos han tratado de apuntar, a lo largo de los siglos, para explicar por qué Jesús fue vendido por uno de sus amigos, el capuchino insistió en quehubo un motivo más a ras de la tierra: el dinero.

Judas, responsable de la bolsa de los compañeros de Jesús, “era un ladrón”. Y un entusiasta del dinero. “Su propuesta a los sacerdotes es explícita: ¿cuánto estáis dispuesto a darme si os lo entrego? Y ellos fijaron el precio: 30 monedas”.

“¿Acaso no ha sido casi siempre así en la historia, y no es todavía así? El dinero, ¿no es el ídolo por antonomasia?”, dijo Cantalamessa, quien calificó al dinero de “verdadero enemigo, el competidor de Dios en este momento”. “¿Quién es el otro patrón, el anti dios? Nos lo dice Jesús: nadie puede servir a dos amos: no podéis servir a Dios y al dinero”.

El dinero es el anti dios, cambia la fe, esperanza y caridad… se hace una siniestra inversión de los valores, añadió el capuchino, quien insistió en que “el apego al dinero es la raíz de todos los males“. “¿Qué hay detrás del comercio de la droga, que destruye tantas vidas humanas, detrás de la prostitución, la mafia, la corrupción política, el comercio de armas, o la cosa más terrible, detrás de la venta de órganos humanos arrancados a niños? Y la crisis, ¿no es debida en buena parte a la detestable codicia del dinero?“, recordó Cantalamessa.

¿No os dice algo de algunos administradores del dinero público?”, continuó. “¿No es ya escandaloso que algunos perciban sueldos cien veces superiores a los que trabajan en sus dependencias, y que levanten la voz en cuanto se apunte la posibilidad de tener que renunciar a algo?

El dinero es falso y mentiroso, promete la seguridad pero la quita, promete libertad pero la destruye“, prosiguió el predicador de la Casa Pontificia, quien añadió que “la traición de Judas continúa en la historia. Y el traicionado es siempre Él. Judas vendió al jefe, sus imitadores venden su cuerpo. Porque los pobres son miembros de Cristo. ‘Todo lo que hagáis con cada uno de mis hermanos pequeños, me lo hacéis a mi'”.

Pensad en el Judas que cada uno tenemos dentro de nosotros”, se detuvo Cantalamessa. Y es que “se puede traicionar a Jesús de otra manera: quien traiciona a su esposa o su marido; el ministro de Dios infiel a su estado o quien en lugar de apacentar a su rebaño, se apacienta a sí mismo; traiciona a Jesús quien traiciona su conciencia”.

Judas, el gran culpable, tenía un atenuante que yo no tengo: él no sabía quién era Jesús, no sabía que era el hijo de Dios. Nosotros sí“. Y aún así, “al final, Judas se arrepintió, y devolvió los denarios. Los arrojó en el templo y fue a ahorcarse”.

Y pese a todo, “Jesús nunca abandonó a Judas, y nadie sabe dónde cayó en el momento en que se lanzó desde el árbol con la soga al cuello. Quién puede decir lo que pasó por su mente en los últimos instantes”.

De nadie sabe la Iglesia que esté ciertamente en el Infierno, ni siquiera Judas“, proclamó Cantalamessa, quien sí incidió en que “la historia de nuestro hermano Judas nos tiene que llevar a rendirnos a quien nos pide el perdón, y a ponernos en los brazos abiertos del crucificado. No es la traición, sino la respuesta de Jesús a la traición. Él sabía bien lo que iba a hacer, pero no lo expone: quiere darle la posibilidad hasta el final de dar marcha atrás. Sabe a qué ha venido, pero ni siquiera rechaza su beso”.

Cuando Jesús dice en la cruz, “Jesús perdónales porque no saben lo que hacen”, no excluye a Judas, su traidor. “¿Qué haremos pues nosotros, hermanos y hermanas, en este día? ¿A quién seguiremos? ¿A Judas o a Pedro? Pedro tuvo el remordimiento, pero también Judas lo tuvo. ¿Dónde está la diferencia? En una sola cosa: Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, Judas no. El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia. Si lo hemos imitado en la traición, no lo imitemos en la falta de confianza”.

Esta es la predicación íntegra del padre Cantalamessa:

«ESTABA TAMBIÉN CON ELLOS JUDAS, EL TRAIDOR»

Dentro de la historia divino-humana de la pasión de Jesús hay muchas pequeñas historias de hombres y de mujeres que han entrado en el radio de su luz o de su sombra. La más trágica de ellas es la de Judas Iscariote. Es uno de los pocos hechos atestiguados, con igual relieve, por los cuatro evangelios y por el resto del Nuevo Testamento. La primitiva comunidad cristiana reflexionó mucho sobre el asunto y nosotros haríamos mal a no hacer lo mismo. Tiene mucho que decirnos.

Judas fue elegido desde la primera hora para ser uno de los doce. Al insertar su nombre en la lista de los apóstoles, el ‘evangelista Lucas escribe: «Judas Iscariote que se convirtió (egeneto) en el traidor» (Lc 6, 16). Por lo tanto, Judas no había nacido traidor y no lo era en el momento de ser elegido por Jesús; ¡llegó a serlo! Estamos ante uno de los dramas más sombríos de la libertad humana.

¿Por qué llegó a serlo? En años no lejanos, cuando estaba de moda la tesis del Jesús «revolucionario», se trató de dar a su gesto motivaciones ideales. Alguien vio en su sobrenombre de «Iscariote» una deformación de «sicariote», es decir, perteneciente al grupo de los zelotas extremistas que actuaban como «sicarios» contra los romanos; otros pensaron que Judas estaba decepcionado por la manera en que Jesús llevaba adelante su idea de «reino de Dios» y que quería forzarle para que actuara también en el plano político contra los paganos. Es el Judas del célebre musical «Jesucristo Superstar» y de otros espectáculos y novelas recientes. Un Judas que se aproxima a otro célebre traidor del propio bienhechor: ¡Bruto que mató a Julio César para salvar la República!

Son todas construcciones que se deben respetar cuando revisten alguna dignidad literaria o artística, pero no tienen ningún fundamento histórico. Los evangelios -las únicas fuentes fiables que tenemos sobre el personaje- hablan de un motivo mucho más a ras de tierra: el dinero. A Judas se le confió la bolsa común del grupo; con ocasión de la unción de Betania había protestado contra el despilfarro del perfume preciosos derramado por María sobre los pies de Jesús, no porque le importaran de pobres -hace notar Juan-, sino porque “era un ladrón y, puesto que tenía la caja, cogía lo que echaban dentro» (Jn 12,6). Su propuesta a los jefes de los sacerdotes es explícita: «¿Cuanto estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? Y ellos fijaron treinta siclos de plata» (Mt 26, 15).

 Pero ¿por qué extrañarse de esta explicación y encontrarla demasiado banal? ¿Acaso no ha sido casi siempre así en la historia y no es todavía hoy así? Mammona, el dinero, no es uno de tantos ídolos; es el ídolo por antonomasia; literalmente, «el ídolo de metal fundido» (cf. Éx 34,17). Y se entiende el porqué. ¿Quién es, objetivamente, si no subjetivamente (es decir en los hechos, no en las intenciones), el verdadero enemigo, el competidor de Dios, en este mundo? ¿Satanás? Pero ningún hombre decide servir, sin motivo, a Satanás. Quién lo hace, lo hace porque cree obtener de él algún poder o algún beneficio temporal. Jesús nos dice claramente quién es, en los hechos, el otro amo, al anti-Dios: «Nadie puede servir a dos amos: no podéis servir a Dios y a Mammona» (Mt 6,24). El dinero es el «Dios visible», a diferencia del Dios verdadero que es invisible.

Mammona es el anti-dios porque crea un universo espiritual alternativo, cambia el objeto a las virtudes teologales. Fe, esperanza y caridad ya no se ponen en Dios, sino en el dinero. Se opera una siniestra inversión de todos los valores. «Todo es posible para el que cree», dice la Escritura (Mc 9,23); pero el mundo dice: «Todo es posible para quien tiene dinero». Y, en un cierto nivel, todos los hechos parecen darle la razón.

«El apego al dinero -dice la Escritura- es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Detrás de cada mal de nuestra sociedad está el dinero o, al menos, está también el dinero. Es el Moloch de bíblica memoria, al que se le inmolaban jóvenes y niñas (cf. Jer 32,35), o el dios Azteca, al que había que ofrecer diariamente un cierto número de corazones humanos. ¿Qué hay detrás del comercio de la droga que destruye tantas vidas humanas, detrás del fenómeno de la mafia y de la camorra, la corrupción política, la fabricación y el comercio de armas, e incluso -cosa que resulta horrible decir- a la venta de órganos humanos extirpados a niños? Y la crisis financiera que el mundo ha atravesado y este país aún está atravesando, ¿no es debida en buena parte a la «detestable codicia de dinero», la auri sagrada fames, por parte de algunos pocos? Judas empezó sustrayendo algún dinero de la caja común. ¿No dice esto nada a algunos administradores del dinero público?

Pero, sin pensar en estos modos criminales de acumular dinero, ¿no es ya escandaloso que algunos perciban sueldos y pensiones cien veces superiores a los de quienes trabajan en sus dependencias y que levanten la voz en cuanto se apunta la posibilidad de tener que renunciar a algo, de cara a una mayor justicia social?

En los años 70 y 80, para explicar, en Italia, los repentinos cambios políticos, los juegos ocultos de poder, el terrorismo y los misterios de todo tipo que afligían a la convivencia civil, se fue afirmando la idea, casi mítica, la existencia de un «gran Anciano»: un personaje espabiladísmo y poderoso, que por detrás de los bastidores habría movido fila los hilos de todo, para fines que sólo él conocía. Este «gran Anciano» existe realmente, no es un mito; ¡se llama Dinero!

Como todos los ídolos, el dinero es «falso y mentiroso»: promete la seguridad y, sin embargo, la quita; promete libertad y, en cambio, la destruye. San Francisco de Asís describe, con una severidad inusual en él, el final de una persona que vivió sólo para aumentar su «capital». Se aproxima la muerte; se hace venir al sacerdote. Éste pide al moribundo: «¿Quieres el perdón de todos tus pecados?» , y él responde que sí. Y el sacerdote: «Estás dispuesto a satisfacer los errores cometidos, devolviendo las cosas que has estafado a otros?» Y él: «No puedo». «¿Por qué no puedes?» «Porque ya he dejado todo en manos de mis parientes y amigos». Y así él muere impenitente y apenas muerto los parientes y amigos dicen entre sí: «¡Maldita alma la suya! Podía ganar más y dejárnoslo, y no lo ha hecho!”

Cuántas veces, en estos tiempos, hemos tenido que repensar ese grito dirigido por Jesús al rico de la parábola que había almacenado bienes sin fin y se sentía al seguro para el resto de la vida: «Insensato, esta misma noche se te pedirá el alma; y lo que has preparado, ¿de quién será?» (Lc 12,20)! Hombres colocados en puestos de responsabilidad que ya no sabían en qué banco o paraíso fiscal almacenar los ingresos de su corrupción se encontraron en el banquillo de los imputados, o en la celda de una prisión, precisamente cuando estaban para decirse a sí mismos: «Ahora gózate, alma mía». ¿Para quién lo han hecho? ¿Valía la pena? ¿Han hecho realmente el bien de los hijos y la familia, o del partido, si es eso lo que buscaban? ¿O más bien se han arruinado a sí mismos y alos demás?

La traición de Judas continua en la historia y el traicionado es siempre él, Jesús. Judas vendió al jefe, sus imitadores venden su cuerpo, porque los pobres son miembros de Cristo, lo sepan o no. «Todo lo que hagáis con uno solo de estos mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí» (Mt 25,40). Pero la traición de Judas no continúa sólo en los casos clamorosos que he mencionado. Pensarlo sería cómodo para nosotros, pero no es así. Ha permanecido famosa la homilía que tuvo en un Jueves Santo don Primo Mazzolari sobre «Nuestro hermano Judas». “Dejad -decía a los pocos feligreses que tenía delante-, que yo piense por un momento al Judas que tengo dentro de mí, al Judas que quizás también vosotros tenéis dentro».

Se puede traicionar a Jesús también por otros géneros de recompensa que no sean los treinta denarios de plata. Traiciona a Cristo quien traiciona a su esposa o a su marido. Traiciona a Jesús el ministro de Dios infiel a su estado, o quien, en lugar de apacentar el rebaño que se la confiado se apacienta a sí mismo. Traiciona a Jesús todo el que traiciona su conciencia. Puedo traicionarlo yo también, en este momento -y la cosa me hace temblar- si mientras predico sobre Judas me preocupo de la aprobación del auditorio más que de participar en la inmensa pena del Salvador. Judas tenía un atenunante que yo no tengo. Él no sabía quién era Jesús, lo consideraba sólo «un hombre justo»; no sabía que era el hijo de Dios, como lo sabemos nosotros.

Como cada año, en la inminencia de la Pascua, he querido escuchar de nuevo la «Pasión según san Mateo», de Bach. Hay un detalle que cada vez me hace estremecerme. En el anuncio de la traición de Judas, allí todos los apóstoles preguntan a Jesús: «¿Acaso soy yo, Señor?» «Herr, bin ich’s?» Sin embargo, antes de escuchar la respuesta de Cristo, anulando toda distancia entre acontecimiento y su conmemoración, el compositor inserta una coral que comienza así: «¡Soy yo, soy yo el traidor! ¡Yo debo hacer penitencia!», «Ich bin’s, ich sollte büßen». Como todas las corales de esa ópera, expresa los sentimientos del pueblo que escucha; es una invitación para que también nosotros hagamos nuestra confesión del pecado.

 El Evangelio describe el fin horrible de Judas: «Judas, que lo había traicionado, viendo que Jesús había sido condenado, se arrepintió, y devolvió los treinta siclos de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, diciendo: He pecado, entregándoos sangre inocente. Pero ellos dijeron: ¿Qué nos importa? Ocúpate tú. Y él, arrojados los siclos en el templo, se alejó y fue a ahocarse» (Mt 27, 3-5). Pero no demos un juicio apresurado. Jesús nunca abandonó a Judas y nadie sabe dónde cayó en el momento en que se lanzó desde el árbol con la soga al cuello: si en las manos de Satanás o en las de Dios. ¿Quién puede decir lo que pasó en su alma en esos últimos instantes? «Amigo», fue la última palabra que le dirigió Jesús y él no podía haberla olvidado, como no podía haber olvidado su mirada.

Es cierto que, hablando de sus discípulos, al Padre Jesús había dicho de Judas: «Ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición» (Jn 17,12), pero aquí, como en tantos otros casos, él habla en la perspectiva del tiempo no de la eternidad; la envergadura del hecho basta por sí sola, sin pensar en un fracaso eterno, para explicar la otra tremenda palabra dicha de Judas: «Mejor hubiera sido para ese hombre no haber nacido» (Mc 14,21). El destino eterno de la criatura es un secreto inviolable de Dios. La Iglesia nos asegura que un hombre o una mujer proclamados santos están en la bienaventuranza eterna; pero de nadie sabe ella misma que esté en el infierno.

Dante Alighieri, que, en la Divina Comedia, sitúa a Judas en lo profundo del infierno, narra la conversión en el último instante de Manfredi, hijo de Federico II y rey de Sicilia, al que todos en su tiempo consideraban condenado porque murió excomulgado Herido de muerte en batalla, él confía al poeta que, en el último instante de vida, se rindió llorando a quien «perdona de buen grado» y desde el Purgatorio envía a la tierra este mensaje que vale también para nosotros:

Abominables mis pecados fueron
mas tan gran brazo tiene la bondad
infinita, que acoge a quien la implora .

He aquí a lo que debe empujarnos la historia de nuestro hermano Judas: a rendirnos a aquel que perdona gustosamente, a arrojarnos también nosotros en los brazos abiertos del crucificado. Lo más grande en el asunto de Judas no es su traición, sino la respuesta que Jesús da. Él sabía bien lo que estaba madurando en el corazón de su discípulo; pero no lo expone, quiere darle la posibilidad hasta el final de dar marcha atrás, casi lo protege. Sabe a lo que ha venido, pero no rechaza, en el huerto de los olivos, su beso helado e incluso lo llama amigo (Mt 26,50). Igual que buscó el rostro de Pedro tras la negación para darle su perdón, ¡quién sabe como habrá buscado también el de Judas en algún momento de su vía crucis! Cuando en la cruz reza: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34), no excluye ciertamente de ellos a Judas.

¿Qué haremos, pues, nosotros? ¿A quién seguiremos, a Judas o a Pedro? Pedro tuvo remordimiento de lo que había hecho, pero también Judas tuvo remordimiento, hasta el punto que gritó: «¡He traicionado sangre inocente!» y restituyó los treinta denarios. ¿Dónde está, entonces, la diferencia? En una sola cosa: Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no! El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia.

Si lo hemos imitado, quien más quien menos, en la traición, no lo imitemos en esta falta de confianza suya en el perdón. Existe un sacramento en el que es posible hacer una experiencia segura de la misericordia de Cristo: el sacramento de la reconciliación. ¡Qué bello es este sacramento! Es dulce experimentar a Jesús como maestro, como Señor, pero aún más dulce experimentarlo como Redentor: como aquel que te saca fuera del abismo, como a Pedro del mar, que te toca, como hizo con el leproso, y te dice: «¡Lo quiero, queda curado!» (Mt 8,3).

La confesión nos permite experimentar sobre nosotros lo que la Iglesia canta la noche de Pascua en el Exultet: «Oh, feliz culpa, que mereció tal Redentor!» Jesús sabe hacer, de todas las culpas humanas, una vez que nos hemos arrepentidos, «felices culpas», culpas que ya no se recuerdan si no por haber sido ocasión de experiencia de misericordia y de ternura divinas!

Tengo un deseo que hacerme y haceros a todos, Venerables Padres, hermanos y hermanas: que la mañana de Pascua podamos levantarnos y oír resonar en nuestro corazón las palabras de un gran converso de nuestro tiempo:

«Dios mío, he resucitado y estoy aún contigo!
Dormía y estaba tumbado como un muerto en la noche.
Dijiste: «¡Hágase la luz! ¡Y yo me desperté como se lanza un grito! […]
Padre mío que me has generado antes de la aurora, estoy en tu presencia.
Mi corazón está libre y la boca pelada, cuerpo y espíritu estoy en ayunas.
Estoy absuelto de todos los pecados, que confesé uno a uno.
El anillo nupcial está en mi dedo y mi rostro está limpio.
Soy como un ser inocente en la gracia que me has concedido».

Este puede hacer de nosotros la Pascua de Cristo.

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