Magdalena Bennasar, SFCC,
Bilbao.
ECLESALIA, 24/02/20.- Cuando Rut (Rut 1,16…) le dice a Noemí “A donde tú vayas yo iré, donde quiera que vivas viviré, tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios” no sabe en qué situación pone su vida. La confianza, lealtad y abandono de esta joven viuda en su suegra, es escalofriante.
¿Por qué será que la fuerza, casi magnética de estas palabras que emergen de las entrañas de Rut, nos enganchan e incluyen en este círculo potente -de pérdida y amor incondicional-?
La Noemí que sufre en silencio, cargada de pérdidas y nostalgias, resetea su “gps” interior y es guiada a Belén, su lugar de origen: Belén: “casa del pan”. Hace mucho había marchado de allí, joven, del brazo de su esposo. Ambos llenos de vitalidad y futuro, buscando un lugar para formar una familia con dignidad, sin pasar necesidad.
Como esa pareja del este de Europa, con dos hijos en su país, que ayer me encontré pidiendo ayuda en la calle. También ellos desean regresar a su tierra, dejar de dormir en cajeros, ducharse, calzar zapatos y no pantuflas en la lluvia y sentir el olor a hogar. Su pérdida de esperanza en una Europa saturada que los mira como a delincuentes hace que deseen regresar a su pobreza donde está su tesoro, sus hijos.
Sí, no exagero, mientras hablaba con ellos y me intentaba situar para ver cómo ayudarles, pasa el típico español cuya imagen no gusta: estirado, prepotente, con un perro que alimentarle un día cuesta más que alimentar a toda una familia en otros países y desde la distancia, el hombre del perro, me grita “señora, no se deje tocar”, indignada y confusa le pregunté ¿por qué? y sin detenerse me dice, “por si luego le falta algo”.
Cuando me volví vi la cara de dolor y humillación en mi joven y atractiva pareja: rubios, guapos, si hubieran ido duchados, descansados y alimentados, podrían parecer más pijos que el del galgo. Pero iban andrajosos, y esto da miedo.
Dejé que aquel ego bien vestido con su perro elegante marcharan y seguí con mí, ya más cercana, pareja. Zapatos, calcetines, dinero para el autobús a su tierra… poquito pero básico para su subsistencia un día más, con esperanza.
Y a mi querido señor del galgo, le cuento que no me faltó nada, me dejé tocar por dentro y me sentí hermana, tanto que me sentí culpable de todo lo que me sobra y feliz de saber que nada me pertenece.
Entiendo a Rut y a Noemí, ellas como ellos, mi pareja del este, necesitan encontrar de nuevo sus raíces, y tal vez labrar su pedazo de tierra y dejar de soñar en occidente porque aquí… ¡hay mucho galgo!
Estábamos orando en el retiro de fin de semana con este texto de Rut y Noemí, y pude sentir en el grupo de unas 30 personas, mujeres y hombres, mayoría jóvenes, que había muchas Ruts y Noemís entre nosotras y nosotros.
Unas personas mostraban cansancio, sequedad interior, otras ilusión y miedo a la vez por sentir la energía de un amor que nos invade y toca y mueve nuestros cimientos.
Pienso que es más fácil dejarnos tocar por el pobre de recursos materiales que por los que están tan desertizados por dentro que casi no pueden llegar a la fuente, o prefieren creer que es un espejismo. A veces mirar nuestro vacío es más cómodo que hacer el camino a la fuente; al vacío lo controlamos más y es una opción, el camino a la fuente es una sorpresa, y no siempre nos gusta no saber qué viene después de la curva.
Estas dos mujeres nos hablan de empoderamiento mutuo. Nos hablan de lealtad y de sinergia. Hacen el proceso de despatriarcalizarse, y juntas, apoyadas en el Dios que nos sostiene, emprenden su camino sin más brújula que la del Dios de Noemí.
¿Cómo es el Dios de Noemí que tanto atrae a la joven Rut? ¿Cómo ha logrado Noemí esa seguridad en sí misma? Es una presencia que actúa en su interior, que se intuye en los sentidos. Es la sutil energía que realiza la transformación de nuestro adn interior.
¿Cómo se da ese cambio, esa transformación? Cuando nos despatriarcalizamos también nosotras, como ellas, y pasamos de un Dios mediado (por instituciones, personas más importantes que nosotros…) a un Dios que habla directamente al corazón.
Es el Dios que me pone en contacto con mi tierra y me invita a ser parte activa en el proceso, co-creando con la Ruah un mundo nuevo, alternativo y ya sembrado y brotando.
Ese Dios es el tuyo y el mío. El que nos sostiene y habita. El que crea comunidad y comunión. Es el Dios que conduce a Belén, a la casa del pan, en forma de cariño, de comunidad, de sentido, de presencia, de desconcierto y riesgo, de saber que hay alguien con quien hacer el camino.
Cuando el sábado por la noche, en nuestro retiro, otras cuatro personas se comprometían en comunidad a hacer el camino, con otras seis en España, yo me sentí, con el resto, un poco Noemí: lo único que tenemos es ese Dios que nos habita y una fuerza interior imparable que nos mueve como a peonzas por la geografía, porque en cada lugar hay alguien ¡está Rut! y hay que acompañarla en su proceso de descubrir esa fuerza de Noemí dentro de ella.
Y, ya estamos preparando la Pascua, esta vez viene precedida, con el tiempo primaveral, de algún aleluya ya, sí, después de muchas pérdidas… aparecen brotes de vida, Belén está cerca.
Y al grupo, lo que les impactó, fue el espíritu de Rut en los que se comprometían, porque al final, no son las palabras, sino los hechos los que tocan.
Amor incondicional, porque no pone condiciones, porque no pone cánones, porque es abierto, creativo, inclusivo, profético, empoderador, liberador.
Amor porque es energía creadora que sigue evolucionando desde dentro de nosotros y desde el cosmos hacia nosotros. La belleza y el dolor que nos envuelve nos formatean e impulsan a ser Rut, que se fía incondicionalmente de la luz que descubre en Noemí, pedazo de Ruah en nosotras.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Biblia, Espiritualidad
Amor incondicional, Femenino, Noemí, Rut
Comentarios recientes