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Se levantó de la mesa…

Jueves, 1 de abril de 2021
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041317-jn-13-1-15-660x330En la noche en que iba a ser entregado, Jesús realizó un gesto insólito: se levantó de la mesa distanciándose del lugar reservado a quienes presiden y se situó en el de los que, entonces y ahora, pertenecen a la categoría de “los que sirven”. Sabía que el lugar en que estemos situados condiciona nuestra mirada y por eso tomó distancia y adoptó la perspectiva que le permitía percibir otras dimensiones de la vida. Desde ese lugar se toca de cerca el barro, el polvo, el mal olor, la suciedad…, todo eso de lo que los sentados a la mesa creen estar a salvo o sencillamente ignoran y desprecian. A ras del suelo y en contacto con los pies de los demás, se produce un cambio de plano que revela lo elemental de cada persona, su desnudez, las limitaciones de su corporalidad. Y miradas desde ahí, cualquier pretensión de superioridad o dominio se descubre como ridícula y falsa.

Desde aquel lugar, el de “uno de tantos”, él veía cerca y dentro a los que otros consideraban lejos y fuera y, en cambio, los de arriba resultaban estar abajo. Porque para él los más, los mayores y los importantes eran aquellos que a nuestros ojos son menos. El lugar en que había decidido situarse había creado esta “revolución de adverbios” que tanto nos sobresalta y a la que tanto nos resistimos. La sola posibilidad de ese desplazamiento nos resulta amenazadora porque nos saca del terreno de lo conocido y nos invita a descubrir nuevos significados que no coinciden con los que consideramos evidentes. Y sin embargo él se lo exigirá a quien quiera seguirle: tendrá que estar dispuesto, lo mismo que él, a “no tener dónde reclinar la cabeza”, a ir más allá de todo aquello en lo que la cabeza (la de ellos y la nuestra) “se reclina”, descansando en lo que se cree saber, controlar o dominar.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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Decía el P. Arrupe que mientras exista hambre en el mundo, la Eucaristía no será completa. Jueves Santo

Jueves, 1 de abril de 2021
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icono-del-lavatorio-de-los-pies-40x60-cmDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. La Eucaristía y las comidas de Jesús.

         Eucaristía no es solamente la Última Cena, la cena que nosotros llamamos del Jueves Santo. Eucaristía es la infinidad de veces que Jesús comió con publicanos y pecadores: comidas salvíficas Eucaristía es la multiplicación de los panes: Jesús toma el pan, lo bendice, lo reparte por medio de sus discípulos, (Jn 6).

  •  Se sentó a la mesa con recaudadores de impuestos en casa de Leví, publicanos, prostitutas, (Mc 2,14-17).
  •  Jesús aceptó la hospitalidad de Zaqueo y fue a hospedarse en su casa (Lc 19,1-10).
  •  Jesús comía con publicanos y pecadores” (Mc 2,16).

Por otra parte, las comidas de Jesús tenían un enorme significado porque violaban casi todas las normas judías. Jesús comía con personas con las que un buen judío no podía, ni debía compartir la mesa. Además declaraba que todos los alimentos eran puros, no observaba el ayuno ni quería que sus discípulos lo hicieran (Mc 2,18-22).

Las comidas de Jesús fueron siempre salvíficas y gozosas:

Zaqueo hoy tengo que cenar contigo, porque ha entrado la salvación en tu casa.

Ya a la mesa, los dos de Emaús se llenaron de alegría.

La Eucaristía no es, no debe de ser un rito, sino la celebración gozosa de la salvación, no un cumplimiento, ni un amasijo incomprensible de ritos hieráticos.

  1. He deseado comer esta Pascua con vosotros. (Lc 22,15).

Jesús deseaba vivamente comer con pecadores y publicanos, hombres y mujeres.

La comida, las comidas siempre han tenido un carácter de encuentro, de acogida, de compartir la palabra y el alimento, la amistad, las comidas son encuentro, celebración, solidaridad.

Jesús deseó ardientemente toda su vida encontrarse, acoger, compartir, hablar, celebrar la vida con sus hermanos. Santo Tomás de Aquino recoge muy bien este deseo de Jesús cuando escribió aquel himno, que tantas veces hemos cantado (Pange lingua):

In supremae nocte coenae recumbens cum fratribus: En la noche suprema, estando sentado con los hermanos.

Jesús nos ama y por ello, quiere convivir y compartir con nosotros.

  1. La mesa de Jesús está abierta a todos.

         La mesa, la palabra y el pan de Cristo están abiertos a todos. En la mesa de Jesús todos tenemos un sitio.

         Este año –estos años- celebramos el jueves santo en esta crisis de pandemia y económico social por la que unos cuantos millones de personas quedan fuera de la mesa del capital.

         No podemos tampoco olvidar el hambre del tercer mundo, la hambruna de África, las enfermedades. (Si el paludismo fuese una enfermedad del primer mundo, hace años que habría desaparecido).

La banca y los banqueros ¿se sientan a la mesa o sientan a su mesa a los débiles? ¿Desean ardientemente celebrar, ser felices con los más desheredados?

         ¿Celebro la Eucaristía al margen de los demás, sin tener en cuenta mis relaciones, familia, sociedad?

         La mayor parte de los cristianos y no cristianos creo que sentimos una gran impotencia, ¿qué podemos hacer ante la crisis, ante el tercer mundo? Podremos hacer poco, pero no dejemos de hacer lo que podamos en forma de ayuda, de protesta, de indignación. Dadles vosotros de comer.

         Decía el P. Arrupe que mientras exista hambre en el mundo, la Eucaristía no será completa.

         tres notas en el jueves santo:

  1. Fácilmente calificamos de ateos o increyentes a muchas personas que trabajan por la justicia en el mundo sindical y se dice de ellos que si son de izquierdas, comunistas, anticlericales, y tonterías por el estilo. Los parados y quienes trabajan por la mesa del Reino son pobres, no paganos. Los pobres es lo más evangélico que tenemos en nuestras iglesias y sociedad. Salid a las calles y caminos y llamad a todos. Todos esos son trabajadores no sé si pertenecen a la Iglesia, ciertamente sí al Reino de Dios.
  1. Brutal y pseudo-litúrgicamente excluimos de la Eucaristía a muchas personas cuya vida afectivo-matrimonial se ha tambaleado o entrado en crisis. Excluimos igualmente de la comunión a personas que viven situaciones difíciles. Jesús no excluye a nadie de su mesa. Jesús no tiene prejuicios sociales ni étnicos, ni morales ni religiosos: Jesús se sienta fraternal y con cariño con todos sus hermanos. ¿A qué otra realidad se referiría Cristo con aquella parábola del banquete del Reino cuando les dice a los criados: id y salid a los caminos e invitad a todos?

Decía Francisco el pasado Domingo de Ramos: “Sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo”.

Cristo está presente no solamente en el pan y en el vino, sino -sobre todo-: “Con la gracia del estupor entendemos que, acogiendo a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está allí, en los últimos, en los rechazados” (Francisco en la homilía del Domingo de Ramos pasado).

  1. La misma tradición de san Juan dice que en el amor os conocerán que sois mis discípulos, (Jn 123,35).

¿Realmente trato de ser cristiano en la vida respetando, siendo caritativo, ayudando lo que sé y puedo?

¿Realmente en nuestra iglesia diocesana de San Sebastián nos caracterizamos por el respeto, comunión y amor que mantenemos las diversas líneas de pensamiento y pastoral, la jerarquía, el presbiterio y los laicos? ¿Buscamos la comunión, el amor o la victoria?

  1. actitud servicio en el amor.

         La última cena del Señor con los suyos tiene una solemnidad intensa, pero no por la grandeza y “esplendor del Templo”, sino por la dignidad de Jesús que

  • Primero amó a los suyos hasta el final
  • Y por eso se quita el manto de Señor y se ciñe la toalla de esclavo para lavar los pies de los suyos. Amor y servicio constituyen la dignidad de Jesús, (no el poder).
  • El lavatorio de los pies ha pasado de refilón en la iglesia y apenas ha quedado reducido a un pequeño rito. Sin embargo el lavatorio de los pies es un momento fundacional de la iglesia.
  • Hay iglesia de Jesús donde hay servicio y amor, otras cosas puede que sean estructuras religiosas, pero lejanas a Jesús

El cristianismo está en el amor y el servicio.

         La teología de Jesús no se ventila en las academias o en el Santo Oficio, sino en su cercanía hacia los débiles, hacia los suyos, los pobres. Jesús hace una teología en vivo.

Os he dado ejemplo, haced vosotros lo mismo.

Haced esto en memoria mía.

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Mateo 6. Semana Santa 2: Servidores y amigos (contra el poder y la hipocresía)

Martes, 30 de marzo de 2021
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29026181_947642415412951_8567517690470133571_nDel blog de Xabier Pikaza:

El tema ha sido desarrollado por Mt 23, 2-12, en centro de una durísima polémica, que no se eleva contra los judíos como tales, sino contra un tipo de judíos y cristianos que entienden la vida como ejercicio de dominio de unos sobre otros.

Estos versículos elevan su condena en contra una forma de ejercer su autoridad, entendida y desplegada con hipocresía, es decir, con separación entre palabra y vida. Ellos (y todo Mt 23) no plantean ninguna acusación dogmática, esto es, doctrinal; ningún rechazo por la forma de entender a Dios o de enfrentarse a Jesucristo, sino una reflexión y condena retórica contra una manera de asumir y ejercer la autoridad que Mateo atribuye a los escribas y los fariseos, a los que, por otra parte, él considera como autoridad legítima:

‒ En este pasaje, los cristianos de Mateo aceptan en principio la autoridad judía, pero rechazan la hipocresía de algunos escribas y fariseos de ese momento (en torno al 85 dC), criticando su separación entre enseñanza y vida, su falta de transparencia: No son lo que dicen (representan), haciéndose infieles a la tradición de su verdad judía, porque anhelan el poder y los primeros puestos, convirtiendo la piedad en medio para el triunfo propio.

‒ Para responder a su raíz judía, pero en la línea de Jesús, los cristianos han de vivir en igualdad y transparencia; nadie entre ellos puede ser padre o maestro; todos han cumplir de cumplir la exigencia de la ley originaria y la verdad del judaísmo. De esa manera, este panfleto anti-rabínico de Mt 23 es un discurso a favor del verdadero judaísmo, parecido al que encontramos en otras críticas judías de aquel tiempo.

Estos versos (y todo Mt 23) condenan a los escribas y fariseos porque, en conjunto, ellos eran los más cercanos al cristianismo. En esa línea, bien leído, a pesar de la dureza de sus críticas, este capítulo constituye un homenaje al judaísmo fariseo, que ha sido capaz de recrear las tradiciones judías, aunque, al mismo tiempo, él (Mateo) condene de forma apasionada y retórica (¡injusta!) algunos de sus riesgos negativos.

Ciertamente, como he destacado, los cristianos de Mateo aceptan la interpretación petrina de la ley (16, 19) y la autoridad disciplinar de sus comunidades (18, 15-29), pero eso no les separa de otros grupos judíos regidos por escribas y fariseos, cuya autoridad admiten, aunque a su juicio no sean buen ejemplo, pues “no hacen lo que dicen”.
Éste es el evangelio del amor como servicio mutuo,que el el evangelio de Juan presentará como clave del Jueves Santo.

1. En la cátedra de Moisés se han sentado… (23, 2-7).

Este pasaje nos sitúa ante un tema clave de la identidad cristiana, en un momento en que la iglesia corre el riesgo de convertir el camino de Jesús en una carrera de honores:

23 2 En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos; 3 cumplid, por tanto, y guardad todo lo que os digan, pero no hagáis según sus obras, pues dicen y no hacen 4 Pues pesan cargas pesadas (e incapaces de soportar) y las echan a las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.5 Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos; 6 buscan el primer puesto en los banquetes y la primera cátedra en las sinagogas, 7y los saludos en las plazas, y que los hombres le llamen Rabí (Mt 23, 5-7).

Mateo reconoce la autoridad magisterial de los escribas y fariseos (representantes de la tradición de Moisés), no sólo porque los seguidores de su evangelio vivían (o habían vivido) al interior de las comunidades judías, organizadas por intérpretes de la ley (escribas), siguiendo el ejemplo de los fariseos (testigos de un compromiso fuerte de pureza), sino porque su camino sigue siendo básicamente judío. En esa línea, al aceptar la autoridad de los maestros judíos, aunque negando su ejemplo (haced lo que dicen, no lo que hacen), Mateo defiende una continuidad básica con ellos, de forma que en principio, su Iglesia no despliega instituciones propias, pues se despliega desde el mismo judaísmo, en apertura mesiánica, aunque en contra de cierto rabinismo.

Mateo no propone, pues, un choque frontal, una salida violenta, sino una transformación interior, en defensa de aquellos a quienes escribas y fariseos están imponiendo una carga muy severa. No les critica para negarles, sino para invitarles a cambiar, pues están asumiendo un tipo de poder sobre las comunidades que, a su juicio, es negativo. Estamos pues ante un conflicto de autoridad y pertenencia. En esa línea, la crítica contra escribas/fariseos se dirige, al mismo tiempo, en contra del riesgo de algunos cristianos en la iglesia.

El mayor problema que Mateo ha visto en las comunidades es la hipocresía, el hecho de que se eleven en ellas unos vigilantes, imponiendo sobre los pequeños unos cargas y pesos que ellos no soportan. De esa forma condena un riesgo que él advierte en algunas comunidades regidas por escribas y fariseos, donde el purismo (a su juicio falso) de los dirigentes desemboca en la opresión de los pequeños, un pecado que él había destacado en el discurso eclesial (Mt 18), pues no se encuentra sólo en los judíos de fuera, sino también en los cristianos.

Mateo no ha inventado este reproche, sino que lo ha tomado del Q (cf. Lc 11, 46) y especialmente de Mc 12, 38-39, lo que indica que el problema surgió pronto en ciertos grupos, en un tiempo en que muchos cristianos seguían integradas en las sinagogas, y no se habían independizado de ellas, formando así comunidades mixtas. Ni los cristianos habían abandonado del todo las sinagogas judías, ni los judíos de tendencia rabínica se habían cerrado aún de un modo exclusivista, como harán más tarde al condenar a los “minim” o herejes (entre los que estarán después los cristianos).
Se trata pues de un problema de organización, que Mt 18, 15-20 había ya querido superar en claves de comunidad fraterna, dentro de un contexto donde los cristianos iban desarrollando sus principios de interpretación bíblica y comunitaria a partir del recuerdo y figura de Pedro (16, 17-19), en el mismo interior del judaísmo. Pues bien, en contra de esa fraternidad de iguales, algunas comunidades rabínicas, a las que se encuentran asociados los cristianos, están creando (conforme a las acusaciones de Mateo) un sistema de honores, con los siguientes rasgos:

‒ Poder de apariencia, hipocresía: “Dicen y no hacer…Hacen las cosas para ser vistos” (23, 5). Antes, en un contexto donde todos, en general, eran judíos, no había que acentuar los distintivos exteriores; cada uno “era lo que era”, y no tenía necesidad de decirlo expresamente (a no ser los sacerdotes de Jerusalén en un contexto de celebración). Ahora algunos sienten la necesidad de destacarlo, vistiéndose de un modo distinto, para que los otros les vean, interpretando la apariencia como verdad, en contra de la palabra clave del evangelio, donde se dice que la Palabra se hacer Carne, esto es, se revela, se manifiesta de un modo trasparente. La identidad entre ser y aparecer, eso es el evangelio. La oposición entre ser y aparecer, eso es la mentira, la hipocresía.

‒ Poder de presidencia: “Buscan los primeros asientos en los banquetes y las primeras cátedras en las sinagogas” (23, 6). La apariencia se muestra así como “autoridad fingida”, no la autoridad de la vida y del propio pensamiento/amor, sino la que se logra a través de un tipo de mentira organizada y egoísta. Surge así una religión hecha de autoridad en las comidas y reuniones, en las que, más que el diálogo personal y la ayuda mutua (comunicación entre iguales, desde los más pequeños, como había puesto de relieve Mt 18), importa un tipo de estratificación social. Ciertamente, éste es un riesgo de muchas comunidades instituidas (no sólo judías y cristianas), y así puede verse en grupos religiosos de diverso tipo, pues la crítica de Mateo se dirige no sólo a los escribas/fariseos, dirigentes de las comunidades judías en general, sino, y sobre todo, a los cristianos.

‒ Honor y poder social: “Y los saludos en las plazas, y que los hombres les llamen Rabí” (23, 7). Poder significa honor y afirmación pública en la sociedad antigua, un reconocimiento que tiene tanta importancia como la riqueza económica, con la que se vincula (cf. 6, 19-34 y 19, 16-30). Éste no es sólo un tema de pequeña moralidad para administradores eclesiales, sino un problema básico de institución comunitaria. De esa manera, el mensaje mesiánico, dirigido a los pobres y excluidos, a los que Jesús ha querido ofrecer toda la dignidad (cf. Mt 18), se convierte en un medio para el establecimiento de nuevas y más hondas desigualdades, fundadas en motivos religiosos.

Mateo no condena el buen judaísmo de la honradez y devoción profunda, ni el buen cristianismo del seguimiento de Jesús, sino un mal judaísmo y un cristianismo hecho de gestos y formas externas, que está surgiendo en ese tiempo (en torno al 85 dC) como amenaza para unos y otros. El poder de los vestidos (con su posible magia sacral) ha tardado más en introducirse en las iglesias cristianas; pero el honor y poder en banquetes y reuniones doctrinales se ha extendido en ellas más que en las sinagogas en las que nunca ha logrado imponerse (hasta el día de hoy) un tipo de monarquía episcopal (ni una oligarquía presbiteral), pues la autoridad básica ha seguido estando en manos de todos los miembros (varones) de las comunidades.

2. Ni rabino, ni padre, ni director (Mt 23, 8-12).

En la línea anterior, desde el interior del mismo judaísmo (en diálogo con el rabinismo de escribas y fariseos), el Jesús de Mateo ha roto los esquemas de dominación de la sociedad jerárquica de su entorno, para crear una fraternidad igualitaria y universal donde son importantes los ancianos (padres) como necesitados (personas), pero no como portadores de un poder que margina o rechaza a los impuros y pobres. En ese contexto se sitúan tres normas básicas, establecidas de forma negativa (no, no, no…: 23, 8-10), aunque con un fondo poderosamente positivo, para destacar la importancia de la fraternidad (cf. 18, 15-20), tal como se ratifica después, cuando se diga: ¡El que se eleve será humillado… (23, 10-11):

23 8 Pero vosotros no os dejéis llamar rabino, porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. 9 Y no llaméis a ninguno de vosotros padre en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. 10 Ni dejéis que os llamen director, porque uno es vuestro director, el Cristo.

Esta palabra recoge la doctrina central de la iglesia de Mateo, estableciendo, al mismo tiempo, una crítica en contra de un tipo de escribas/fariseos de sinagoga o de Iglesia, que tienden a convertir las comunidades en estructuras jerárquicas de poder. En esa situación recoge Mateo la mejor tradición anti-jerárquica del Antiguo Testamento, reinterpretada desde el mensaje de Jesús (cf. 20, 20-28). Este pasaje, profundamente evangélico, define, en clave negativa, las relaciones que deben establecerse en una iglesia donde no ha de haber rabinos, padres o dirigentes:

‒Nos os dejéis llamar Rabi. Contra el poder de magisterio (23, 8). El judaísmo que empieza a reconfigurarse tras la caída del templo (70 dC) se define como federación de sinagogas, y se constituye en torno a los rabinos, maestros, que recrean la tradición y se elevan como autoridad, para ser así reconocidos (ratificados) más tarde por la Misná. La palabra Rabi/Rabbino es una transliteración del hebreo rab: mucho, grande, y significa propiamente “mi grande”, mi Honorable Señor (Mon-Señor).

Los Rabinos judíos empezaban a destacar por su “saber” de Libro, en línea de hermenéutica textual (legal) y de fidelidad a las tradiciones que conforman la identidad del pueblo. El nuevo judaísmo que ellos recrearon, tras el 70 dC (y que ha durado hasta nuestros días) ha sido federación de sinagogas, con maestros que dirigen la vida del pueblo, sin obispos o señores sacrales como aquellos que han surgido y triunfado después en la comunidad cristiana. Humanamente, muchos rabinos han enseñado de un modo ejemplar, en diálogo y respeto, sencillez y estudio, entre las diversas escuelas de la tradición nacional judía.

A pesar de ello, Mateo ha rechazado en su Iglesia ese modelo de autoridad, que parece nacer de los mismos dirigentes a quienes les agrada que les llamen rabinos. Así les dice Jesús, precisamente a ellos “no os dejéis llamar (mh. klhqh/te, subjuntivo aoristo pasivo) rabinos”. Mateo no condena a los “fieles ordinarios” (¡que no llamen rabino a nadie!), sino a los dirigentes, para que no se dejen llamar de esa manera, pues en la comunidad de Jesús no existe más rabino (Didascalos, Maestro) que Jesús, que instituye el rabinato de la vida, propio de aquellos que enseñan con la entrega personal, como vamos viendo desde 16, 21.

‒ Y no llaméis a ninguno de vosotros Padre. Contra un poder patriarcal (23, 9). Jesús no quiere que en la iglesia haya padres que impiden descubrir al Padre del cielo (y convierten a los demás en menores en un sentido no cristiano). Esta palabra no se dirige a los “pretendidos rabinos” de fuera, sino a los miembros de la comunidad a los que ella manda que no llamen “padre” a nadie entre vosotros (u`mw/n). Al decir “no llaméis a nadie padre”, Mateo supone que algunos lo están haciendo, de manera que empieza a surgir en la iglesia una veneración jerárquica, dirigida a algunos que quieren hacerse “padres” de la comunidad, o de otros creyentes (que aparecen de esa forma como inferiores o subordinados).

El Jesús de Mateo se opone de forma tajante a esa exigencia “patriarcal” dentro de la comunidad, recuperando la mejor tradición cristiana (que no hablaba de padres, cf. Mc 12, 46-48), no para negar a los padres de familia (que, a diferencia de Mc 10, 30, aparecen en Mt 19, 29), sino para recrear la iglesia en línea de comunión. La comunidad cristiana no se entiende como “sistema” de paternidad-filiación, sino de fraternidad universal, y el símbolo “padre” se reserva sólo para Dios, de manera que ningún creyente puede realizar funciones de padre o superior respecto de otro.

‒ Directores, poder de guiar a los demás (23, 10). No ha de haber tampoco en la Iglesia directores, katheguetes (kaqhghtai, personas que guíen y dirijan a otras), con poder de marcar el camino a los demás, asumiendo así una autoridad particular, como instructores o líderes de otros. El kathêgetes es alguien que va por delante, que “adoctrina” a los demás y que se arroga el poder de dirigirles. Esa palabra y función tiene un sentido cercano al de maestro, aunque con un matiz de dirección socio/personal más que de mando doctrinal, en línea helenista. Pues bien, en contra de la advertencia de Mateo, la tradición posterior de la Iglesia hablará de esos kathegetas/catequetas como obispos de las comunidades, con un poder de orientación (dirección comunitaria) no simplemente doctrinal, actuando así como entrenadores, bajo cuya dirección han de ponerse el resto de los creyentes.

El katheguetes, dirigente no es simplemente un grande (rabí) que tiene más sabiduría o un padre, que está por encima, sino alguien que, además, quiere guiar a la comunidad, pudiendo convertirse en iniciador jerárquico de otros. Al prohibir que algunos actúen como kathegetas, el Jesús de Mateo afirma que cada creyente puede y debe vincularse de manera directa e inmediata a Cristo, que es el verdadero kathegeta de aquellos que creen en él. En esa línea, de una forma sorprendente, el evangelio de Mateo insiste en un tema que ha sido intensamente desarrollado por la comunidad del Discípulo Amado.

Las tres advertencias se entienden de un modo unitario: la primera (sobre los rabinos) y la tercera (sobre los dirigentes) resultan paralelas; en el centro queda la alusión contra aquellos que actúan como padres, ignorando que el único Padre verdadero es Dios. En contra de una tendencia, normal en nuestras sociedades, Jesús no ha fundado un grupo de rabinos y sabios, pues quiere que todos los miembros de su iglesia sean hermanos (se vinculen directamente entre sí). Nadie puede elevarse como director o guía, intermediario o bróker de los otros, pues todos tienen acceso directo a Dios Padre y al Cristo que es Rabi y Kathêgêtês de cada uno de sus fieles.

Conforme a la visión de Mateo, el judaísmo rabínico, entendido como religión de Ley y Libro, necesita intérpretes, rabinos/catequetas que ejerzan la función de padres. Pues bien, en contra de eso, el evangelio de Mateo propone una religión de encuentro personal con Cristo, sin necesidad de rabinos/padres/catequetas que se impongan sobre los demás. El objetivo de la iglesia de Mateo no es crear estructuras que funcionen bien (con buenos mandos), ni es superar a las demás instituciones en conocimiento o número, sino expandir y celebrar gratuitamente la gracia y el amor de Cristo, buscando el bien de todos (incluso de los otros grupos sociales) tanto o más que el propio. El objetivo de la Iglesia es ofrecer un testimonio y camino de fraternidad, no la creación de una buena empresa socio-religiosa. Por eso, al final de este pasaje, Mateo vuelve (como indicaré) a su doctrina fundamental, que sido desarrollada en los pasajes sobre los niños: El mayor de todos sea vuestro servidor, pues el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado (19, 13-15).

3. El mayor entre vosotros sea vuestro servidor… (23, 11-12).

Estos versos forman la conclusión y fundamento de las tres sentencias anteriores sobre los rabinos, padres y dirigentes, en la línea de Mc 10,41-45 (respuesta de Jesús a los zebedeos: Mt 20, 26-28) y de la tradición del Q (el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado: Lc 14, 11; 18, 14)

23 11 El más grande entre vosotros sea vuestro servidor. 12 Pues el que se eleve a sí mismo será humillado; y el que se humille será elevado.

Estas palabras transmiten una experiencia clave de Mateo, que aparece no sólo en los textos sobre los pequeños y los niños (18. 1-5; 19, 13-15), sino en la invitación radical al seguimiento, tras la confesión de Pedro (16, 24-28). Sólo en el espacio de comunión mesiánica abierto por Jesús en su camino hacia Jerusalén recibe sentido esta llamada a la fraternidad real y radical, que sólo puede surgir y mantenerse allí donde se invierte el fundamento jerárquico de las instituciones del entorno social donde los que mandan dominan a sus subordinados y se aprovechan de ellos (cf. 20, 20-28).
Este motivo, que proviene de la tradición israelita, radicalizada por Jesús, parece negativo y condenatorio y sin embargo resulta extraordinariamente positivo, pues no implica odio o rechazo de los grandes (rabinos-padres-directores), sino inversión creadora. Por eso afirma que el más grande (mei,zwn) tiene lugar e importancia en la comunidad, pero sólo en la medida en que se convierta en servidor de los demás (dia,konoj u`mw/n). No se trata de que la comunidad esclavice al grande, le rebaje y le obligue a humillarse, sino que el grande, por sí mismo, ha de hacerse servidor de los demás, descubriendo y realizando su auténtica grandeza, como el Hijo del Hombre que ha querido dar la vida, regalarla, como redención (lu,tron: 20, 28), es decir, como potencial transformador, a favor de los demás. Esta es la “inversión” del grande, que no es destrucción, sino confirmación de su grandeza, puesta de esa forma al servicio de los demás, como ratifica la sentencia posterior, de tipo paradójico: El que se eleva será abajado, el que se abaje será elevado (23, 12).

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Aún con todo, aún ahora

Jueves, 25 de marzo de 2021
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mendigo-perro

ECLESALIA, 12/03/21.- Aún con todo, aún ahora, no sé si me va a aguantar el corazón tanto amor a la deriva. Si podrán atravesar mis brazos por entre tantos mares de necesidad y sinsentido. Si mis espaldas podrán cargar con el dolor de tantos y mi boca acertará a pronunciar Tu nombre entre los hombres-sin-nombre, cuando mis palabras oscurezcan el sol de Tu Palabra.

No lo sé aún, solo voy sabiendo apenas, que mi vida me sabe a Tu Evangelio y me sabe, sobre todo, en la mirada de los pobres, en sus metros cuadrados de silencios, en la frágil construcción de sus amores, en el barro de la calle soledades.

No lo sé aún, solo voy sintiendo que soy parte de un sinfín enorme de solidaridades; pequeñitas, silenciosas y constantes. Y se me escurren los adentros por entre los dedos compasivos cuando afronto inocente los encuentros. Y me abraso en el fuego apasionado de la lucha cuando con ella se está acercando dignidad a los vencidos o algo más de sentido en los caminos o algo más de igualdad en los estómagos.

No lo sé aún, solo voy amando a cuerpo entero, cuando escucho por los poros de la piel y las entrañas, Tu Palabra hecha hueso y carne en mis hermanos.

Te pido que no me dejes, que me acompañes en la tarea de servirte en los más pobres, pues a un pobre has elegido para serte.

Tú sabes el temor que me acompaña, pero es más fuerte el amor que Tú me tienes

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Jesús Herrero Estefanía
Chile

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(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Lo que hace la mano derecha y la izquierda”, por Gabriel Mª Otalora

Viernes, 7 de agosto de 2020
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5bab63debef82-569x427De su blog Punto de Encuentro:

El evangelio está lleno de indicaciones sorprendentes, por lo novedosas, para quien las lee con el corazón abierto a la escucha. Da igual si estamos en el siglo de los iluministas, en el Medioevo o en pleno siglo XXI. Dios es siempre novedad y aliento fresco que nos invita al crecimiento y a la madurez integral. Pues bien, me he fijado en un pasaje en el evangelio de Mateo no es menor sobre el mensaje que atesora.

Dicho pasaje nos habla de la importancia de no practicar la justicia delante de los demás para ser vistos y alabados por ello; cuando demos limosna, que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna sea en secreto; y nuestro Padre, que ve en lo secreto, nos recompensará (Mt 6). Jesús nos alerta de lo fácil que es caer en la tentación de ser generosos… poniendo un cuidado disimulado para que otros se enteren de mi buen corazón. Y ya sabemos lo que Jesús opinaba de la hipocresía vanidosa de los “sepulcros blanqueados”. Se entiende bien cuando vemos a gente famosa en los medios de comunicación “comprando” prestigio asegurándose de ser vistas como gente buena realizando donativos a causas solidarias de primer orden, pero a bombo y platillo.

No siempre es así, y por ello me abstendré de poner ejemplos con nombres y apellidos recientes en los medios de comunicación anunciando una filantropía, desinteresada o no, aunque a veces es muy evidente la utilización de la pobreza y la desigualdad para consumo de la vanidad personal; un servicio a los demás que puede tener como primer objetivo nuestras necesidades de autoestima o vanagloria para llenar vacíos personales o sueños que pesan bastante más que el bien que hemos decidido hacer. El evangelio nos hace reflexionar que es humano, pero no lo mejor, que pensemos en nuestro ego que en las personas que nos necesitan en su precariedad. Sus mensajes se refieren siempre en el servicio a las necesidades de los demás, lo único que nos llenará el corazón de verdadera alegría y madurez humana.

Si acertamos en nuestra actitud, crecemos; cuando nos centramos en lo nuestro apoyados en las necesidades de los demás, no. Ahora que está de moda la espiritualidad en todas sus variantes, resulta oportuno el tino de Gabriel Marcel cuando dijo que “Entrar dentro de sí quiere decir, en el fondo, salir de sí”. Buscar que nos alegre el bien de los demás es evangelio puro, sin importar el nivel de influencia social o la cercanía afectiva con lo que somos y pensamos. Al mensaje de “Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? (Lc 32), Jesús nos invita a seguirlo centrados en el necesitado y en su precariedad, no solamente en nosotros y en nuestros afines.

Verdadera misericordia evangélica es lo que el mundo demanda frente a la insensibilidad y la apatía. La ternura, el cariño, la acogida cálida a cada persona deben recuperar el papel esencial con esa actitud de entrega delicada en los que sufren como si fuera yo mismo el necesitado. Y no solo por lo que hemos comentado de la vanidad hipócrita poco evangélica, sino porque al centrarnos disimuladamente en nosotros, nuestra actuación tendrá menos éxito ante cualquier dificultad que aparezca, lógica con personas a las que nadie escucha, nadie espera en ningún sitio, nadie acaricia y besa y, sin embargo, son los preferidos del evangelio. Una prioridad que no viene de que los pobres son mejores, sino porque su indigencia (física, afectiva, etc.) les aprieta, están más desvalidos y urge una ayuda ante su desvalimiento y precariedad.

El compromiso cristiano está llamado a introducir misericordia amorosa eficaz en los engranajes de esta sociedad concreta, para ayudar al que no tiene ni para comer, asistir al que sufre de soledad, acompañar en la depresión, aliviar las limitaciones de la vejez, sostener la vida del desvalido o al apestado social. Y hacerlo sin vanidad, lo cual no quiere decir que los cristianos debamos esconder nuestra coherencia fiel al mensaje evangélico. Anuncio sí, vanagloria, no. Como no es fácil la distinción, Jesús nos lo recuerda y muestra su ejemplo al tiempo que nos recuerda que la oración es la fuente directa para un acertado discernimiento.

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Coge tu cruz y sígueme…

Domingo, 28 de junio de 2020
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No te he negado

Por causa de Tú causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.

Fiel, fiel…, es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.

Siempre esperé Tú paz. No Te he negado,
aunque negué el amor de muchos modos
y zozobré teniéndote a mi lado.

No pagaré mis deudas; no me cobres.
Si no he sabido hallarte siempre en todos,
nunca dejé de amarte en los más pobres.

*

Pedro Casaldáliga,
El Tiempo y la Espera, Sal Terrae 1986

***

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.”

*

Mateo 10,37-42

***

Dios, que me entrega tesoros para que los guarde, me permite que los custodie y los administre bien   Me agrada relacionarme con los demás. Mi intensa participación, me parece, irradia lo mejor y más sincero de mí; las personas se muestran sinceras conmigo, cada uno es una historia, y todos me cuentan su vida. Y mis ojos encantados no tienen que leer. […]. Soy un enfermo, no puedo hacer nada. Mas tarde enjugaré lágrimas y replegaré miedos, allá abajo. En el fondo, ya lo hago en esta cama. ¿Quizá sea por esto que tengo fiebre y mareos?. No quiero ser cronista de horrores. Ni tampoco de sucesos sensacionales.

Esta mañana le he dicho a Jopie: siempre llego a la misma conclusión, la vida es bella. Y creo en Dios. Quiero estar entre los  “horrores” y decir igualmente que la vida es bella. Ahora, con fiebre y mareos, acostado en un rincón, no puedo hacer nada. Hace poco me he despertado con la garganta seca, he aferrado mi vaso y he agradecido los sorbos de agua; he pensado: si pudiese andar entre los millares de hombres amontonadas por ahí y pudiese ofrecerles un trago… Me digo: no es nada, tranquilo, no es nada, tranquilo.

Cuando una mujer o un niño hambriento se ponía a llorar detrás de nuestras mesas de grabación, me arrimaba, le abrazaba sobre mi pecho, le apretaba, le sonreía y suavemente le decía a quien se encontraba acurrucado y aturdido: no es nada, no es nada. Me quedaba allí y, si podía, hacía algo. A veces me sentaba cerca de alguien, le ponía el brazo encima del hombro, guardaba silencio y le miraba a la cara. Nada resultaba nuevo, ninguna de aquellas expresiones de dolor humano. Todo me parecía familiar; como si ya hubiera vivido cada casa. Algunos me decían: tienes nervios de acero para resistir. No creo que tenga nervios de acero; mas bien, nervios sensibles, capaces de “resistir”. Tengo el coraje de mirar de frente al dolor. Al final de coda día me decía: ¡quiero tanto a los hombres!.

*

E. Hillesum,
Diario 1941-1943,
Milán 5i 992, 232ss.

*

***

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El ideal de servicio. “A esto he venido, a servir” (Mt 20.28), por Ramón Hernández

Jueves, 16 de enero de 2020
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lavatorio-5La coincidencia circunstancial de que hoy (19 de Noviembre) la Iglesia católica celebre la “jornada mundial de los pobres” encuadra a las mil maravillas el tema de esta reflexión. ¿Somos conscientes los cristianos de que seguimos a un líder que se hace comida y bebida para compartir?  El pobre, y todo hombre lo es, es la diana a que apunta el cristianismo y la piedra angular de su fortaleza, pues el Verbo se encarnó para enriquecernos.

La palabra clave del cristianismo no hace referencia a una “idea” y a su universo conceptual sino a una “acción” y a su contexto de esfuerzo. Esa palabra es claramente “amar” como acción exigente que, al llevarse a efecto, genera una gran libertad y abre una panorámica espectacular.

Dependemos unos de otros

La naturaleza hace que los seres vivos dependamos unos de otros. Los seres humanos, más incluso que nuestros congéneres. Frente a animales que, al nacer, se echan a correr, los humanos viviríamos pocas horas de no recibir cuidados vitales especiales en ese preciso instante.

Por muy autosuficientes que lleguemos a sentirnos, a lo largo de la vida seguimos siendo casi tan dependientes como al nacer. De hecho, cuando en una pesadilla del sueño me veo solo en el mundo, de la conciencia de mi abisal impotencia nace la angustia de que mi propia andadura vital será triste y corta. Aterrado por la soledad, me veo como un torpe Robinson incapaz de sobrevivir.

La idea troncal de servicio

La idea cristiana de servicio (el “he venido a servir”, de Jesús de Nazaret) hace posible nuestra andadura humana porque, amén de mostrar nuestras severas carencias y limitaciones, nos asigna la misión de comportarnos conforme a un orden moral que, al regular nuestra conducta, asegura nuestra supervivencia. Nuestra conciencia propugna la vida humana, esa gran maravilla que es fruto de la valiosa y misteriosa cooperación de lo que hemos dado en llamar reinos mineral, vegetal y animal.

El ideal de servicio, piedra angular del cristianismo, inspira y encuadra las actuaciones de otras organizaciones internacionales de gran renombre, tales como, por ejemplo, el Rotary International, organización a la que dediqué unos años de intensa actividad y de la que salí escaldado al constatar la distancia infranqueable que a veces media entre la idea y su plasmación. Su sublime eslogan básico de “dar de sí antes de pensar en sí” ilumina y enamora. Los rotarios, profesionales ávidos de comunicación, siguen la estela de un ideal que les alumbra, les seduce y les emociona al obligarse los clubes a realizar cada año cinco precisos proyectos de servicio en cinco campos diferentes: el del propio grupo, el de la sociedad en general a través de la profesión de cada cual, el de la propia demarcación territorial del grupo, el de la comunidad internacional y el de las nuevas generaciones.

Hermoso ideal que entronca, más allá de lo meramente social y profesional, con las aspiraciones más genuinas del evangelio cristiano y de la conciencia de humanización. Sin duda, es el ideal que inspira las actuaciones de la mayoría de las ONG, nacidas en nuestro tiempo de la necesidad de atender con premura las carencias de determinados grupos humanos o de todo un territorio. Reconforta saber que donde los seres humanos padecen necesidades inaplazables para la subsistencia y para cuya satisfacción no se bastan por sí mismos, allí acuden otros con capacidad profesional y económica para hacerlo.

Ojalá que, conforme a la más persuasiva propaganda que hacen los partidos políticos en las campañas electorales, este ideal impregne de verdad la acción política. El ideal de servicio es uno de los pilares más sólidos que sustentan la sociedad, una razón irrefutable que hace que la humanidad entera sea, a pesar de tantas conductas depredadoras, acreedora a una larga supervivencia sobre la tierra.

En la Iglesia católica

Como ocurre en otros ámbitos, también en este merece una mención especial la Iglesia católica, muchas veces denostada merecidamente por su arcaica estructura jurisdiccional y dogmática y por un bagaje moral que carga pesados fardos de obligaciones sobre las espaldas de sus fieles, pero se vuelve flexible y permisiva ante las deplorables conductas de dirigentes que claudican ante las exigencias del servicio que dicen prestar.

Obviando tan deleznables lacras, propias de las sociedades que se fundamentan en el poder, el más corrosivo de los cuales es el eclesial, la realidad es que la Iglesia católica viene avalada por una gigantesca obra en beneficio del hombre.  Desde la perspectiva de la acción humanitaria, es posible que nunca haya existido o pueda existir una institución equiparable. De ahí que no sea el poder eclesiástico sino la caridad cristiana lo que sostiene una compleja estructura que requiere una piedra angular consistente.

Horizonte de humanización

Si desde la mera crónica de las calamidades de unos hombres, a las que otros prestan socorro, saltamos al hombre en sí, sea como problema humano o como fuerza de solución, el pesimismo sobre el destino fatídico de la humanidad se desvanece a impulsos de la fuerza inconmensurable que brota del hecho de que los seres humanos nos conmovemos ante las catástrofes públicas y el dolor ajeno hasta redoblar o triplicar nuestras fuerzas y nuestras capacidades en beneficio de los damnificados.

Nunca sabremos si somos héroes o cobardes hasta el día en que nos veamos en una situación de peligro extremo en la que la rapidez de intervención pueda salvar la vida de un hombre. En frío, seguro que nos acobardaría adentrarnos en una casa en llamas para rescatar a un niño o lanzarnos a un río desbordado para tenderle la mano. Pero, llegado el momento, puede que una fuerza interior, superior a nosotros mismos, nos fuerce a emprender acciones tan arriesgadas sin medir sus secuelas. La fuerza que dimana del sentido de humanidad que atesoramos nos hace humanos y nos mantiene en pie en una sociedad tan egoísta como la nuestra.

El faro del ideal de servicio alumbra el camino de humanización del hombre. Nuestra categoría no se mide por las riquezas acumuladas o por el poder acaparado, sino por convertir nuestros haberes en fuente abierta y por la disposición a servir a nuestros semejantes.

Ávidos de dinero, poder y fama, hemos entronizado la más pura depredación humana creyendo que no se puede ser alguien sin ningunear a otros, rico sin empobrecerlos o señor sin esclavizarlos. La crudeza de la vida, que no permite muchos señores ricos, nos obliga afortunadamente a comportarnos como auténticos seres humanos que se ayudan a vivir.

El ideal de servicio sitúa el poder y el señorío en el servicio. El cristianismo habla de ser el último para ser el primero, de un Dios benefactor.  El servicio deifica. Cuando el señor sirve al esclavo es cuando consolida y transfiere su propio señorío.

Ramón Hernández Martín

Fuente Fe Adulta

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El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos

Domingo, 21 de octubre de 2018
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DEJA LA CURIA, PEDRO

Deja la curia, Pedro,
desmantela el sinedrio y la muralla,
ordena que se cambien todas las filacterias impecables
por palabras de vida, temblorosas.

Vamos al Huerto de las bananeras,
revestidos de noche, a todo riesgo,
que allí el Maestro suda la sangre de los Pobres.

La túnica inconsútil es esta humilde carne destrozada,
el llanto de los niños sin respuesta,
la memoria bordada de los muertos anónimos.

Legión de mercenarios acosan la frontera de la aurora naciente
y el César los bendice desde su prepotencia.
En la pulcra jofaina Pilatos se abluciona, legalista y cobarde.

El Pueblo es sólo un «resto»,
un resto de Esperanza.
No Lo dejemos sólo entre guardias y príncipes.
Es hora de sudar con Su agonía,
es hora de beber el cáliz de los Pobres
y erguir la Cruz, desnuda de certezas,
y quebrantar la losa—ley y sello— del sepulcro romano,
y amanecer
de Pascua.

Diles, dinos a todos,
que siguen en vigencia indeclinable
la gruta de Belén,
las Bienaventuranzas
y el Juicio del amor dado en comida.

¡No nos conturbes más!
Como Lo amas,
ámanos,
simplemente,
de igual a igual, hermano.
Danos, con tus sonrisas, con tus lágrimas nuevas,
el pez de la Alegría,
el pan de la Palabra,
las rosas del rescoldo…
…la claridad del horizonte libre,
el Mar de Galilea ecuménicamente abierto al Mundo.

*

Pedro Casaldáliga
El tiempo y la Espera.
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:

“Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.”

Les preguntó:

“¿Qué queréis que haga por vosotros?”

Contestaron:

“Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.”

Jesús replico:

“No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?”

Contestaron :

“Lo somos”

Jesús les dijo:

“El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniendolos, les dijo:

“Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.”

*

Marcos 10, 35-45

***

       El pueblo, las naciones, los ciegos, los prisioneros, existen para nosotros, están presentes en nosotros, del mismo modo que existimos para nosotros mismos, como estamos presentes a nosotros mismos. Deben ser carne de nuestra carne, fibras de nuestro corazón. Deben ser acogidos sin descanso en nuestro pensamiento.

        Ellos y nosotros debemos ser, vitalmente, inseparables. Debemos poner en común su destino y nuestro destino, el destino que, para nosotros, es la consumación de la salvación. El cristiano animado por la pasión de Dios verá crecer en él la pasión por imitar la bondad paterna de Dios con una caridad fraterna cada vez más exigente y cada vez más verdadera. Ahora bien, este mismo cristiano, poseído cada vez más por el sentido de la alianza divina, querrá acercar a los hombres cada vez más a la salvación, obra suprema de la bondad de Dios por ellos. Y el cristiano, simultáneamente, se verá obligado a estar cada vez más al servicio de la felicidad de cada uno de sus hermanos, se verá obligado a estar cada vez más al servicio de su salvación. La felicidad y la salvación de los hombres coincidirán en lo más íntimo de cada uno; sin embargo, de esta coincidencia no saldrá ni confusión ni tensión estéril. El servicio a la felicidad humana que el cristiano perseguirá a semejanza de Dios, se ordenará, se jerarquizará, se encaminará asumiendo la gran perspectiva de la salvación.

*

Madeleine Delbrél,
Nosotros, gente de la calle,
Estela, Barcelona 1971.

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Razones para la esperanza.

Sábado, 6 de octubre de 2018
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Un antiguo alumno mío, que se ha vuelto agnóstico, me repite a menudo: «La Iglesia ha llegado a la agonía, es inútil que usted se agote en poner dentro de la misma cesta los trozos que quedan». Pues bien, no […]. Mi vida dominicana me permite grandes espacios de silencio y de recogimiento. Son los momentos en que se deposita la memoria de las heridas, de los fracasos, de los arañazos, de los celos (el gran mal eclesiástico), de las inquietudes por el futuro, y en los que se hace más profunda la conciencia de la gracia de Dios. Siento entonces subir a mi espíritu algunos versículos de salmos, de relatos evangélicos, de la literatura joánea, de las cartas apostólicas, en particular de la carta a los Efesios.

Este flujo de versículos que pueblan mi memoria creyente se conecta con las palabras que el evangelio de Juan pone en labios de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos?». Desde hace dos mil años, hombres y mujeres de «toda pobreza», volviendo sobre esta confesión de fe, la han releído a la luz de su experiencia y de su deseo. La han considerado capaz de dar un sentido a su vida […]. Pedro da razón de su adhesión radical a Cristo: «Sólo tú tienes palabras de vida eterna». La respuesta de Pedro aparece de inmediato como el hilo conductor del destino de todos los grandes santos, heridos también ellos por la vida, atormentados también ellos por la vida […]. Por eso afirmo que mientras haya hombres y mujeres que buscan el sentido de su vida y otros que pronuncian el nombre de Cristo, sabiendo lo que significa, habrá cristianos […].

La Iglesia de Dios es, al mismo tiempo, revelación y actualización de su ternura, capaz de abrazar el destino humano en lo concreto de aquellas cosas que le hacen feliz, pero también – y tal vez sobre todo- en aquellas cosas que le hunden en la desesperación.

Dios no quiere que la humanidad carezca de esperanza, y la humanidad tampoco quiere estar sin ella. No sé qué es lo que la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, está llamada a ser en los siglos futuros. Ahora bien, en mi fe, creo que en el día del Señor ella será sierva de la misericordia-fidelidad.

*

J.-M. R. Tillard,
«Razones para esperar»,
en Testimoni del 30 de noviembre de 2000.

***

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Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.

Domingo, 23 de septiembre de 2018
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EL POETA

«El poeta es su infancia».
Y el niño Rilke lo supo.

Una infancia bien soñada.
La que soñara y no tuvo.

Todo poeta es un niño
que se niega a ser adulto.

Podrán crecerle las barbas
de la ira o del orgullo.

Y caérsele a pedazos
el corazón ya maduro.

Pero conserva los ojos
deslumbradamente puros.

*

Pedro Casaldáliga

El tiempo y la espera,
Editorial Sal Terrae.

***

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía:

“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.”

Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:

“¿De qué discutíais por el camino?”

Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó llamó a los Doce y les dijo:

“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.”

Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:

“El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.”

*

Marcos 9, 30-37

***

«Surgió entre los discípulos una discusión sobre quién sería el más importante» (Lc 9,46). Sabemos bien quién es el que siembra esta discusión entre las comunidades cristianas. Pero tal vez no tengamos bastante presente que no puede formarse ninguna comunidad cristiana sin que, antes o después, nazca esta discusión en ella. En cuanto se reúnen los hombres, ya empiezan a observarse unos a otros, a juzgarse, a clasificarse según un orden determinado. Y con ello ya empieza, en el mismo nacimiento de la comunidad, una terrible, invisible y a menudo inconsciente lucha a vida o muerte.

        Lo importante es que cada comunidad cristiana sepa que, ciertamente, en algún pequeño rincón «surgirá entre sus componentes la discusión sobre quién es el más importante». Es la lucha del hombre natural por su autojustificación. Ese hombre se encuentra a sí mismo sólo en la confrontación con los otros, en el juicio, en la crítica al prójimo. La autojustificación y la crítica van siempre de la mano, lo mismo que la justificación por la gracia y el servicio van siempre unidos. Como es cierto que el espíritu de autojustificación sólo puede ser superado por el espíritu de la gracia, los pensamientos particulares dispuestos a criticar quedan limitados y sofocados si no les concedemos nunca el derecho a abrirse camino, excepto en la confesión del pecado.

        Una regla fundamental de toda vida comunitaria será prohibir al individuo hablar del hermano cuando esté ausente. No está permitido hablar a la espalda, incluso cuando nuestras palabras puedan tener el aspecto de benevolencia y de ayuda, porque, disfrazadas así, siempre se infiltrará de nuevo el espíritu de odio al hermano con la intención de hacer el mal. Allí donde se mantenga desde el comienzo esta disciplina de la lengua, cada uno de los miembros llevará a cabo un descubrimiento incomparable: dejará de observar continuamente al otro, de juzgarle, de condenarle, de asignarle el puesto preciso donde se le pueda dominar y hacerle así violencia. La mirada se le ensanchará y al mirar a los hermanos, plenamente maravillado, reconocerá por vez primera la gloria y la grandeza del Dios creador. Dios crea al otro a imagen y semejanza de su Hijo, del Crucificado: también a mí me pareció extraña esta imagen, indigna de Dios, antes de que la hubiera comprendido.

*

Dietrich Bonhoeffer,
Vida en comunidad,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1997.

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¿Serviste hoy?

Lunes, 17 de septiembre de 2018
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Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.

Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.

Donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú.

Sé el que apartó del camino la piedra, el odio de los corazones y las dificultades del problema.

Hay la alegría de ser sano y justo, pero hay, sobre todo, la inmensa alegría de servir.

Qué triste sería el mundo si todo él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender…

No caigas en el error de que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos.

Hay pequeños servicios que nos hacen grandes: poner una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña…

El servir no es una faena de seres inferiores. Dios, que es el fruto y la luz, sirve. Y me pregunta cada día: ¿Serviste hoy?

*

Gloria Fuertes.

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Jueves Santo, huella y camino de amor: La próxima Copa en el Reino

Jueves, 29 de marzo de 2018
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Jesús ha sabido beber y ha bebido la Copa del Reino, con sus seguidores y amigos, a quienes ha invitado al banquete de su vida. Desde ese fondo se entiende su gesto y entrega de amor hasta la muerte.

Él ha muerto, en el sentido antiguo (le han matado), pero ha empezado a vivir de un modo nuevo más alto. corazón de amor en la arena de la gran Playa del Mundo, abierta a todos los mares de la vida.

Sintiéndose amenazado, sabiendo que su anuncio y camino de Evangelio culminaba, Jesús quiso beber con sus amigos el vino del gozo compartido, desde esta ribera, junto al mar de todos, abierto a sus olas, prometiendo que la próxima vez lo bebería con ellos en el Reino.

29594654_956733327837193_3573620807152640304_n— Éste es el sentido del texto central del Jueves Santo: “La próxima copa en el Reino”: Al acabar su camino en el mundo antiguo, Jesús nos invita a la “nueva copa de Dios”, que es nuestra vida (nuestra herencia).

— Esperando esa copa vivimos y bebemos, compartiendo la Eucaristía del camino, el signo supremo de la comunión: Vivir unos con otros (en los otros), sabiendo que esa misma comunión de amor es Dios.

— Por eso, el Jueves Santo es el día del amor fraterno, que es, al mismo tiempo, materno y paterno, filial y de amistad, amor enamorado y solidario, revelación de Dios, allí donde culmina el camino de Jesús y se abre a todos los hombres y mujeres.

29543277_956733124503880_6871875677606237905_nÉste es el principio y sentido del Jueves Santo, la raíz y sentido del amor cristiano, universal, gozoso… pues la copa final queda siempre pendiente para el Reino, pero el camino podemos y debemos recorrerlo, dejando nuestras huellas bien plantadas en la arena del reloj de la vida, que es Dios.

“Logion” o texto escatológico. El vino del reino.

Uno de los textos más misteriosos y profundos del evangelio es aquel donde Jesús, en su cenal final, de despedida, dice a sus discípulos que no beberá ya más vino en este mundo viejo… porque la próxima copa con ellos será la del Reino.

Por eso, el Jueves Santo es para los cristianos el día del Vino. Éste es el día del amor que se expresa del modo más perfecto por eel vino. “En verdad os digo, que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que beba (con vosotros) el vino nuevo del Reino” (Mc 14,25). Esta palabra tiene dos elementos, implicados:

Mc 14, 25a par. Voto de abstinencia: «En verdad os digo, que ya no volveré a beber del fruto de la vid…». Como he puesto de relieve en mi comentario de Marcos, este logion (pasaje) vincula dos elementos:
(1) Jesús hace un voto de renuncia, comprometiéndose a no tomar más vino mientras siga existiendo el mundo actual.
(2) Jesús hace un voto de abundancia: promete a los suyos el vino del Reino.

evangelio-de-marcosEl texto comienza de un modo elevado (en verdad os digo…), y sigue con una triple negación (que ya no beberé: ouketi ou mê…), que debe interpretarse como juramento o voto sagrado, en el que el mismo Dios actúa como testigo, en fórmula que podría traducirse: «así me haga Dios en el caso de que…».

En el momento más solemne de su vida, rodeado por sus discípulos, tomando con ellos la última copa, Jesús se compromete a no beber más hasta que llegue en plenitud el Reino que él ha prometido e iniciado (cf. Mc 9, 1; 13, 30). Este juramento puede interpretarse como voto de abstinencia escatológica, en línea de compromiso total, de tal manera que, de ahora en adelante, Jesús puede presentarse como nazareo (voluntario) del Reino de Dios.

El vino (con el pan) ha sido un signo importante de su vida y esperanza. Lógicamente, al acercarse el momento decisivo, Jesús proclama que ya no beberá más vino en este mundo viejo, en este orden de cosas (pues podrán matarle), pero añade que llega (se está acercando de inmediato) el reino.

Mc 14, 25b. Vino nuevo del Reino. Jesús promete abstenerse de beber vino “hasta que beba (con vosotros) el vino nuevo del Reino”. Eso significa que ha puesto su destino al servicio de la viña de Dios, es decir, de la plenitud escatológica. Con el “vino de este mundo”, en la fiesta de su despedida (entrega), ha prometido a sus amigos el “vino nuevo” (es decir, el vino de la nueva cosecha del Reino).

Este juramento escatológico deriva de todo su camino de evangelio: Jesús ha ofrecido su mesa (pan y peces) a los marginados y pobres, a los publicanos y multitudes. Ahora, en el momento final, asumiendo y recreando la mejor tradición israelita, él declara y proclama delante de sus amigos que ha cumplido su camino, ha terminado su tarea: sólo queda pendiente la respuesta de Dios, el vino del “año nuevo”, la fiesta del Reino.

Así pasa del “vino viejo” de esta fiesta de despedida (que el ritual de la institución eucarística interpreta como sangre de alianza: Mc 14, 23-24) al “vino nuevo” de la promesa de culminación mesiánica: al beber así la última copa (copa vieja), en compañía de sus discípulos, Jesús les está invitando a tomar la “nueva copa” en el Reino, es decir, en la vida compartida para siempre.

Entendido de esta forma, este logion desborda el nivel de los elementos centrales de la pascua judía (pan sin levadura, hierbas amargas o cordero sacrificado), abriéndose a la nueva tierra y vino del Reino.

Recordando esa palabra sobre el vino, la tradición evangélica sabe que Jesús se ha mantenido fiel a su proyecto de Reino, hasta la muerte. Sin esa “fidelidad” hubiera sido imposible el camino posterior del evangelio (el nacimiento de la Iglesia). Pues bien, esa fidelidad se inscribe en un contexto de “negación” de los discípulos que, en el momento decisivo, no han querido (o no han podido) aceptar el proyecto de Jesús, abandonándole y dejándole a solas con la muerte. En este mismo contexto se sitúa el relato de la “fundación eucarística” (Mc 14, 22-24 par).

Vino. La tradición de la entrega.

Junto al logion anterior (del vino), la tradición de Jueves Santo ha trasmitido la palabra de Jesús sobre el pan y el vino, es decir, la eucaristía. En su forma actual, el relato eucarístico consta de dos signos, uno de pan, otro de vino (cf. Mc 14, 22-24), que, al unirse, forman el mejor retrato de Jesús, hombre del pan compartido con los pobres (con todos), hombre del vino de la fiesta del Reino.

a. La bendición del vino

Tal como ha sido narrado por Marcos, ese signo del vino (Mc 14, 23-24 par: Mt 26, 26-0; Lc 22, 152º y 1 Cor 11, 23-25), que concretiza y desarrolla el sentido del “logion escatológico” del texto que acabo de explicar (Mc 14, 25), incluye tres momentos:

1. Tomó una copa (potêrion).
La copa es señal de agradecimiento (eukharistía). Mientras un grupo de hombres y/o mujeres sean capaces de beber juntos una copa podrán dar gracias a Dios, no están abandonados sobre un mundo adverso. El mismo vino, fruto de la tierra y del trabajo humano, es para ellos un signo del cuidado de Dios, expresión del valor de la vida. Jesús no ofrece a sus discípulos una sesión de ayuno, hierbas amargas, en plano de sudores, sino el más gozoso y bello producto de la tierra mediterránea. Leer más…

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Mt 6: Ha culminado el amor, Jueves Santo (Mt 25, 31-46)

Jueves, 29 de marzo de 2018
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29062647_947728382071021_2766847485168511070_nDel blog de Xabier Pikaza:

Varias veces he presentado en este blog la liturgia del Jueves Santo, con sus diversos elementos:

Última Cena, gran despedida: Testamento de Jesús.

Lavatorio de pies, servicio mutuo: Amor universal

Mandato cristiano: el ministerio universal de Cristo,nuevo sacerdocio (como aparece en la primera imagen de las catacumbas)

Este año quiero hacerlo siguiendo el esquema del Curso de Mateo, con la lectura central del juicio en amor, conforme al pasaje clave: Mt 25, 31-46.

A la caída de la tarde nos examinarán en el Amor, Amor que es Dios, revelado en Cristo, por la Cena y la Eucaristía, Amor que es Dios, la Vida en Plenitud. Ésta es la tarde de la vida, el Jueves Santo, un día para descubrir y celebrar el amor.

29572434_956151161228743_263728227188611592_nMás de una vez he celebrado el Jueves Santo meditando este pasaje y descubriendo que Dios se ha hecho en Jesús hambriento y sediento de amor, exilado y desnudo en la tierra, herido, encarcelado. Con este pasaje de evangelio introduce Mateo su “semana santa”, ofreciendo sentido y las implicaciones, el don y tarea del Jueves Santo de la vida.

Acompañar a Jesús en ese camino de Vida, ser y vivir (en) con él. Este es el principio y meta de la vida en Cristo, que aparece caminando con su Cáliz de Vino (invitando al amor) por las calles de la ciudad.

Que esta lectura (os) nos ayude a celebrar el Amor, es decir, el Jueves Santo.

Mt 25, 31-46. Una lectura adecuada para la Última Cena

Jesús ha sido el gran sediento de amor, dejándose querer y queriendo a corazón entero. Así le vemos en esa parábola hambriento de amor en todos los hambrientos…

evangelio-de-mateoEn esta “parábola” culminan del evangelio de Mateo, desde una perspectiva de revelación de Dios y juicio de los hombres. Algunos rasgos de esa revelación y juicio pueden encontrarse no sólo en Israel, sino en otras naciones y culturas cercanas y lejanas (de Mesopotamia a Grecia, de Egipto a China…). Pero en su conjunto, tal como aparece dentro de Mateo, esta parábola ofrece un mensaje único, y ha marcado no sólo la visión del cristianismo, sino de toda la cultura de occidente (y del mundo). Ésta es la gran parábola del día del amor fraterno, es decir, del Jueves Santo.

[Parábola] 25 31 Pues cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces se sentará en el trono de su gloria; 32 y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. 33 Y colocará las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
[Salvación] 34 Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. 35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero y me acogisteis; 36 estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí…

1. Un texto de juicio, revelación de la verdad

Mt 25, 31-46 es un texto de juicio, elaborado desde una perspectiva israelita de pacto, un juicio que invierte la forma normal de interpretar la vida, poniendo en el centro el derecho de los pobres, en clave de misericordia creadora. Es una obra cumbre de la tradición judía, en línea de apertura universal (sin referencia a Israel, ni a su Ley, ni a Jesús), identificando a Dios (a su representante) con los necesitados:

‒ Este pasaje responde al mensaje de Jesús, que había vinculado su Reino con el juicio que ha de aplicarse a todos, partiendo de la misericordia de Dios, la curación de los enfermos y la salvación de los hombres. En esa línea, el mismo Jesús o sus seguidores inmediatos han podido afirmar que Dios se identifica con los pequeños y los pobres, con quienes sufre y a quienes ofrece salvación.

‒ Este pasaje responde al mensaje de Mateo, con rasgos de “derecho escatológico” (Lc 12, 8-9; Mc 8, 38), expresado en la figura del Hijo del hombre, que, por un lado, comparte la suerte de los pobres (con quienes se identifica) y, por otro, les juzga según la manera que ellos han tenido de tratarles. En esa línea podemos afirmar que ha sido formulado en su sentido actual por una iglesia judeocristiana como la de Mateo.

Mt 25, 31-46 está poderosamente influido por las estructuras del pacto, es decir, de la vinculación del Mesías de Dios con los pobres y por la manera en que Dios ha de juzgar a los poderosos, por su forma de servir o no servir a los necesitados. (a) En esa línea, Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros (1, 23), aparece por un lado como el pobre por excelencia, pues ha compartido con los hombres hambre y sed, exilio y enfermedad. (b) Pero, al mismo tiempo, él se presenta, como aquel que ayuda a los pobres (pequeños, enfermos, hambrientos, excluidos). Leer más…

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El amor manifestado en Jesús es el Ágape.

Jueves, 29 de marzo de 2018
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os_he_dado_ejemploJn 13,1-15

El tema central del Triduo Pascual es el AMOR. El Jueves se manifiesta en los gestos y palabras que lleva a cabo Jesús en la entrañable cena. El Viernes queda patente el grado supremo de amor al dar la vida por no renunciar al bien del hombre. El Sábado celebramos la Vida que surge de ese Amor incondicional. En la liturgia de estos días intentamos manifestar, de manera plástica, la realidad del amor supremo que se manifestó en Jesús. Lo importante no son los ritos, sino el significado que éstos encierran.

La liturgia del Jueves Santo está estructurada como recuerdo de la última cena. La lectura del evangelio de Jn nos debe hacer pensar; se aparta tanto de los sinópticos que nos llama la atención que no mencione la fracción del pan, pero en su lugar, nos narra una curiosa actuación de Jesús que nos deja desconcertados. Si el gesto sobre el pan y el vino tuvo tanta importancia para la primera comunidad, ¿por qué lo omite Juan? Y si realmente Jesús realizó el lavatorio de los pies, ¿por qué no lo mencionan los tres sinópticos?

No es fácil resolver estas cuestiones, pero tampoco debemos ignorarlas o pasarlas por alto a la ligera. Seguiremos haciendo sugerencias, mientras los exégetas no lleguen a conclusiones  más o menos definitivas. Sabemos que fue una cena entrañable, pero el carácter de despedida se lo dieron después los primeros cristianos. Seguramente en ella sucedieron muchas cosas que después se revelaron como muy importantes para la primera comunidad. El gesto de partir el pan y de repartir la copa de vino era un gesto normal que el cabeza de familia realizaba en toda cena pascual. Lo que pudo añadir Jesús, o los primeros cristianos, es el carácter de símbolo de lo que en realidad fue la propia vida de Jesús.

El gesto de lavar los pies era una tarea exclusiva de esclavos. A nadie se le hubiera ocurrido que Jesús la hiciera si no hubiera acontecido algo similar. Es una acción más original y de mayor calado que el partir el pan. Seguramente, en las primeras comunidades se potenció la fracción del pan, por ser más sencilla. Poco a poco se le iría llenando de contenido sacramental hasta llegar a significar la entrega total de Jesús. Pero esa misma sublimación llevaba consigo un peligro: convertirla en un rito estereotipado que a nada compromete. Aquí veo yo la razón por la que Jn se olvida de la fracción del pan. La explicación que da de la acción, lleva directamente al compromiso con los demás y no es fácil escamotearla.

Parece demostrado que, para los sinópticos, la Última Cena es una comida pascual. Para Jn no tiene ese carácter. Jesús muere cuando se degollaba el cordero pascual, es decir el día de la preparación. La cena se tuvo que celebrar la noche anterior. Esta perspectiva no es inocente, porque Jn insiste, siempre que tiene ocasión, en que la de Jesús es otra Pascua. Identifica a Jesús con el cordero pascual, que no tenía carácter sacrificial, sino que era el signo de la liberación. Jesús el nuevo cordero, es signo de la nueva liberación.

Los amó hasta el extremo. Se omite toda referencia de lugar y a los preparativos de la cena. Va directamente a lo esencial. Lo esencial es la demostración del amor. “Hasta el extremo” (eis telos) = en el más alto grado, hasta alcanzar el objetivo final. Manifestó su amor durante toda su vida, ahora va a manifestarse de una manera total y absoluta. “Había amado… y demostró su amor hasta el final”, dos aspectos del amor de Dios manifestado en Jesús: amor y lealtad, (1,14) amor que no se desmiente ni se escatima.

Dejó el manto y tomando un paño, se lo ató a la cintura. No se trata en Jn de la cena ritual pascual, sino de una cena ordinaria. Jesús no celebra el rito establecido, porque había roto con las instituciones de la Antigua Alianza. Dejar el manto significa dar la vida. El paño (delantal, toalla) es símbolo del servicio. Manifiesta cuál debe ser la actitud del que le siga: Prestar servicio al hombre hasta dar la vida como Él. Jn pinta un cuadro que queda grabado para siempre en la mente de los discípulos. Esa última acción de Jesús, tiene que convertirse en norma para la comunidad. El amor es servicio concreto y singular a cada persona.

Se puso a lavarles los pies y a secárselos con la toalla. El lavar los pies era un signo de acogida o deferencia. Solo lo realizaban los esclavos o las mujeres. Lavar los pies en relación con una comida, siempre se hace antes, no durante la misma. Esto muestra que lo que Jesús hace no es un servicio cualquiera. Al ponerse a los pies de sus discípulos, echa por tierra la idea de Dios creada por la religión. El Dios de Jesús no actúa como Soberano, sino como servidor. El verdadero amor hace libres. Jesús se opone a toda opresión. En la nueva comunidad todos deben estar al servicio de todos, imitando a Jesús. La única grandeza del ser humano es ser como el Padre, don total y gratuito para los demás.

¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Esta explicación, que el evangelista pone en boca de Jesús, nos indica hasta qué punto es original esa actitud. Retomó el manto pero no se quita el delantal. Se recostó de nuevo, símbolo de hombre libre. El servicio no anula la condición de hombre libre, al contrario, da la verdadera libertad y señorío. La pregunta quiere evitar cualquier malentendido. Tiene un carácter imperativo. Comprended bien lo que he hecho con vosotros, porque éstas serán las señas de identidad de la nueva comunidad.

Vosotros  me  llamáis  “Maestro” y “Señor” y decís bien porque lo soy. Jn es muy consciente de la diferencia entre Jesús y ellos. Lo que quiere señalar es que esa diferencia no crea rango de ninguna clase. Las dotes o funciones de cada uno no justifican superioridad alguna. Los hace iguales y deben tratarse como iguales. La única diferencia es la del mayor o menor amor manifestado en el servicio. Esta diferencia nunca eclipsará la relación personal de hermanos, todo lo contrario, a más amor más igualdad, más servicio.

Pues si yo os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Reconoce los títulos, pero les da un significado completamente nuevo. Es “Señor”, no porque se imponga, sino porque manifiesta el amor, amando como el Padre. Su señorío no suprime la libertad, sino que la potencia. El amor ayuda al ser humano a expresar plenamente la vida que posee. Llamarle Señor es identificarse con él, llamarle Maestro es aprender de él, pero no doctrinas sino su actitud vital. Sienten la experiencia de ser amados, y así amarán con un amor que responde al suyo.

Os dejo un ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Los sinópticos dicen, después de la fracción de pan: “Haced esto para acordaros de mí”. Es exactamente lo mismo, pero en el caso del lavatorio de los pies, queda mucho más claro el compromiso de servir. Lo que acaba de hacer no es un gesto momentáneo, sino una norma de vida. Ellos tienen que imitarle a él como él imita al Padre. Ser cristiano es imitar a Jesús en un amor que tiene que manifestarse siempre en el servicio a todos los hombres.

Es una pena que una vivencia tan profunda se haya reducido a celebrar hoy el día de la caridad. Tranquilizamos nuestra conciencia con un donativo de algo externo a nosotros, siempre de lo que me sobra, o por lo menos, que en nada compromete mi nivel de vida. Podemos aceptar que no somos capaces de seguir a Jesús, pero no tiene sentido engañarnos a nosotros mismos con ridículos apaños. Celebrar la eucaristía es comprometerse con el gesto y las palabras de Jesús. Él fue pan partido y preparado para ser comido. Él fue sangre (vida) derramada para que todos los que encontró a su paso la tuvieran también. Jesús promete y da Vida definitiva al que es capaz de seguirle por el camino que nos marcó. La misma Vida de Dios, la comunica a todo el que acepta su mensaje. No al que es perfecto, sino al que, con autenticidad, se esfuerza por imitarle en la preocupación por el hombre.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Jueves Santo 2018. 29 marzo, 2018

Jueves, 29 de marzo de 2018
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pascua2018
Dios está aquí y yo no lo sabía.

Jacob es un personaje del libro del Génesis, un patriarca. Hijo de Isaac y hermano de Esaú. Esaú era el primogénito pero Jacob, con astucia y mentiras, despoja a su hermano de todos sus derechos. Esto provoca, naturalmente, el enfado de Esaú y Jacob tiene que huir. En su huida se encuentra con Dios en Betel (ahora hablaremos detenidamente de este lugar). Este encuentro es importante para Jacob pero no lo transforma. Después del encuentro se refugia en casa de su tío y prueba su propia medicina. Jacob saborea la mentira, el engaño de su tío Labàn. Durante 14 años Jacob servirá a Labàn antes de regresar a su casa y en el camino de vuelta se encuentra de nuevo con Dios, en Penuel y aquí sí, Jacob es transformado.

Podemos decir que Jacob vive una conflictiva e intensa experiencia de Dios.

Comienza robando el lugar de su hermano en la familia, huye para salvar su vida y retener la herencia sustraída con engaño. Pero su camino más que un viaje físico se convierte en un itinerario espiritual. Dios lo envuelve en su misterio y lo recrea en su amor. Dios lo espera en cada esquina, en cada acción sosteniéndolo y reconduciéndolo, esperando pacientemente que deje de sostenerse en sí mismo para abrazarse a él.

BETEL

Jacob salió de Berseba y se dirigió a Jarán. Acertó a llegar a un lugar; y como se había puesto el sol, se quedó allí a pasar la noche. Tomó una piedra del lugar, se la puso como almohada y se acostó en aquel lugar. Tuvo un sueño: una rampa, plantada en tierra, tocaba con el extremo el cielo. Mensajeros de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: —Yo soy el Señor, Dios de Abrahán tu padre y Dios de Isaac. La tierra en que yaces te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás a occidente y oriente, al norte y al sur. Por ti y por tu descendencia todos los pueblos del mundo serán benditos. Yo estoy contigo, te acompañaré adonde vayas, te haré volver a este país y no te abandonaré hasta cumplirte cuanto te he prometido. Despertó Jacob del sueño y dijo: —Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía. Y añadió aterrorizado: —¡Qué terrible es este lugar! Es nada menos que Casa de Dios y Puerta del Cielo. Jacob se levantó de mañana, tomó la piedra que le había servido de almohada, la colocó a modo de estela y derramó aceite en la punta. Y llamó al lugar Casa de Dios –la ciudad se llamaba antes Luz–. Jacob pronunció un voto: —Si Dios está conmigo y me guarda en el viaje que estoy haciendo y me da pan para comer y vestido con que cubrirme, y si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he colocado como estela, será una casa de Dios y te daré un diezmo de todo lo que me des.  (Gn 28, 10-22)

Betel es el eje de todo su camino, es donde recibe las promesas y adonde volverá para confesar la fidelidad de Dios. Tras su huida de la casa paterna Jacob experimenta la soledad, el miedo y en la noche Dios le hace sentir su presencia para regalarle lo que él había robado. Pero esto solo es el comienzo porque el regalo divino ha de ser acogido como don, pero Jacob todavía sigue mirándose a sí mismo. Dios se hace su compañero de camino y lo invita a un viaje hacia el interior. La debilidad de Jacob es el punto de partida para un encuentro liberador y rehabilitador de su persona. Dios le muestra su proyecto, pero lo impulsa a recrearlo y a hacerlo el centro de su existencia.

Jacob se sobrecoge ante el misterio de Dios que se le hace presente pero todavía duda, necesita confirmaciones que le aseguren que la revelación de Dios se cumplirá. En un sueño, el Dios de sus antepasados le hace la promesa sobre su futuro y sobre su presente, recibe de Dios asistencia y fidelidad. Él, por su parte, se compromete a hacer de Betel un santuario para el Señor, y sella este compromiso con un gesto simbólico: levanta la piedra y la unge. Es decir, derrama aceite sobre la piedra, de manera que esa piedra queda consagrada, queda convertida en altar.

Cada una de nosotras tenemos, en nuestro itinerario personal esos altares, esos lugares sagrados en los que nos hemos encontrado con Dios. Una mirada, una palabra, una persona, un atardecer… cada una de nosotras tenemos lugares, objetos o personas que se han convertido en altares porque nos han hecho descubrir que “Dios estaba AQUÍ”.

PENUEL

Pero volvamos con Jacob. Después de su encuentro con Dios su vida cambia, descubre una Presencia que lo acompaña, lo cuida y lo bendice, pero él todavía no ha aprendido a abandonarse. Jacob ha vivido importantes experiencias en casa de Labán. Se ha hecho rico, ha negociado y no ha dejado de ponerse a él el primero en todos los acontecimientos. Ahora, de regreso a su tierra natal, Dios vuelve a buscarlo y lo reta a un encuentro cara a cara con él.

Todavía de noche se levantó, tomó a las dos mujeres, las dos criadas y los once hijos y cruzó el vado del Yaboc. A ellos y a cuanto tenía los hizo pasar el río. Y se quedó Jacob solo. Un hombre peleó con él hasta despuntar la aurora. Viendo que no le podía, le golpeó la cavidad del muslo; y se le quedó tiesa a Jacob la cavidad del muslo mientras peleaba con él. Dijo: —Suéltame, que despunta la aurora. Pero Jacob respondió: —No te suelto si no me bendices. Le dijo: —¿Cómo te llamas? Contestó: —Jacob. Repuso: —Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con dioses y hombres y has podido. Jacob a su vez le preguntó: —Dime tu nombre. Contestó: —¿Por qué preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. Jacob llamó al lugar Penuel, diciendo: —He visto a Dios cara a cara, y he salido vivo. Salía el sol cuando atravesaba Penuel; y marchaba cojeando –por eso los israelitas no comen el tendón del muslo de la cavidad del muslo hasta hoy, porque Jacob fue herido en la cavidad del muslo, en el tendón del muslo–.  (Gn 32, 23-33)

Jacob sigue sin estar contento consigo mismo, necesita reconciliarse con su pasado y de nuevo en la noche se experimenta solo y débil, con miedo a las represalias de su hermano y con un futuro incierto. El río que ha de traspasar se convierte en la frontera simbólica del cambio existencial que necesita dar a su vida. Penuel es el lugar de encuentro “cara a cara” con Dios. El encuentro se presenta como una lucha, un desafío. Al comienzo Jacob no sabe con quién lucha, pero el combate hasta el amanecer le va revelando de quién se trata. Dios lo coge por sorpresa, no le da tiempo a planear una estrategia y Jacob siente la amenaza, pero a la vez también la atracción. Hay certezas, pero a la vez oscuridad. Jacob lucha con Dios, pero en realidad lucha consigo mismo con su egoísmo, con su mentira, con el miedo a perder el control. El Señor le obliga a confesar su nombre, es decir, su pecado, su forma de ser y de actuar. El nombre de Jacob significa el suplantador. Tras la noche Jacob es una persona nueva, se ha dejado conquistar por Dios y recibe un nombre nuevo: Israel, símbolo de su nueva existencia marcada por la debilidad fortalecida y sus propias fuerzas derrotadas. La articulación dislocada de su muslo, su cojera, será el signo de lo que ha acontecido. Aquí queda enterrado el estafador embustero y nace una persona nueva. Con su fe y su oración Jacob/Israel ha superado la noche oscura; reconciliado con Dios, puede pedirle perdón a su hermano.

También nosotras hemos recibido un nombre nuevo: cristianas. Cristo significa el Ungido. Podemos ver esa lucha de Jacob en la que recibe la bendición de Dios como el aceite con el que un día, el día de nuestro bautismo, nos ungieron. Y también como el aceite que más tarde, en nuestra confirmación nos volvió a ungir. Hoy es un día muy propicio para volver a esos dos acontecimientos de nuestra vida, al bautismo y a la confirmación, ya que hoy en muchos lugares se reúnen el obispo, los sacerdotes y el pueblo para bendecir y consagrar los distintos aceites, óleos con los que se ungirá a los nuevos bautizados, confirmados, catecúmenos y enfermos.

Ungir es preparar, fortalecer, capacitar a alguien para algo. Algunos de los grandes personajes del Antiguo Testamento fueron ungidos para realizar distintas misiones, algunos eran reyes y profetas. Otros reyes, jueces y profetas. Otros sacerdotes y profetas… hasta que con el Nuevo Testamento, llega JESÚS. Jesús es el UNGIDO por excelencia, porque Él viene a realizar la gran MISIÓN. Jesús viene a SALVARNOS, a hacer de cada uno de nosotros hijos e¡ hijas de Dios. Y para realizar su misión recibe el ESPÍRITU SANTO. El Espíritu está presente desde el primer instante de la vida de Jesús; “María concibe por obra y gracia del Espíritu Santo.” Como nos cuenta Lucas al principio de su Evangelio. Será la Santa Ruah quien descienda sobre Jesús en el Jordán y quien le acompañe después al desierto. Jesús se sabe habitado por el Espíritu y por eso hace suyas las palabras de la profecía; “El Señor me ha ungido para proclamar la Buena Noticia…” Para Jesús el Espíritu es algo propio, por eso al Espíritu le llamamos también Espíritu de Jesús. Y porque es algo suyo puede ofrecerlo, Jesús promete enviar su Espíritu. El aceite con el que somos ungidas en el Bautismo, la Confirmación o la Unción de Enfermos representa la fuerza del Espíritu, la marca de Dios en lo más profundo de nuestros corazones. Y ahora que nos ponemos en marcha, ahora que nos decidimos, una vez más, a acompañar a Jesús en estos días de su Pasión, vamos a dejarnos ungir, como él mismo se dejó.

Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los Ázimos. (…) Estando él en Betania, invitado en casa de Simón el Leproso, llegó una mujer con un frasco de perfume de nardo puro muy costoso. Quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban indignados: —¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haberlo vendido por trescientos denarios para dárselos a los pobres. Y la reprendían. Pero Jesús dijo: —Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena conmigo. A los pobres los tendréis siempre entre vosotros y podréis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no siempre me tendréis. Ha hecho lo que podía: se ha adelantado a preparar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se proclame la Buena Noticia, se mencionará también lo que ella ha hecho.  (Mc 14, 1. 3-9)

Para ayudar a la reflexión personal.

Sueño de Jacob, Betel “Casa de Dios” (Gn 28, 10, 22)

Después de leer el relato ¿Es mi debilidad lugar de encuentro con Dios? ¿Me siento regalada con una bendición y una promesa? ¿Cómo siento a Dios compañero de camino? Rememoro junto a Dios los momentos en que me he sentido atraída por Dios, pero no acababa de confiar en él. ¿Cuáles son mis resistencias? Todos los altares son etapas de un camino que sigue abierto, dirigido hacia el futuro que marcan las promesas. Recorre los altares de tu historia personal con un corazón agradecido.

Jacob lucha con Dios, Penuel “Cara de Dios” (Gn 32, 23-33)

Jacob teme encontrarse con su hermano porque es consciente de su pecado. ¿Qué pecados, qué miedos necesito poner delante de Dios para poder acercarme a mis hermanos?

La cojera de Jacob se convertirá en el signo de su encuentro con Dios, de su bendición, ¿cuál

es tu cojera, esa herida por la que Dios ha entrado en tu vida y te ha dejado marcada para siempre?

El aceite con el que un día nos ungieron en nuestro bautismo o en nuestra confirmación es el símbolo del Espíritu, de la Santa Ruah. Es la fuerza que hemos recibido para responder al proyecto que Dios tiene sobre cada una de nosotras. ¿Cómo recibo el proyecto que Dios ha puesto en mi vida?

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Se levantó de la mesa…

Jueves, 29 de marzo de 2018
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041317-jn-13-1-15-660x330En la noche en que iba a ser entregado, Jesús realizó un gesto insólito: se levantó de la mesa distanciándose del lugar reservado a quienes presiden y se situó en el de los que, entonces y ahora, pertenecen a la categoría de “los que sirven”. Sabía que el lugar en que estemos situados condiciona nuestra mirada y por eso tomó distancia y adoptó la perspectiva que le permitía percibir otras dimensiones de la vida. Desde ese lugar se toca de cerca el barro, el polvo, el mal olor, la suciedad…, todo eso de lo que los sentados a la mesa creen estar a salvo o sencillamente ignoran y desprecian. A ras del suelo y en contacto con los pies de los demás, se produce un cambio de plano que revela lo elemental de cada persona, su desnudez, las limitaciones de su corporalidad. Y miradas desde ahí, cualquier pretensión de superioridad o dominio se descubre como ridícula y falsa.

Desde aquel lugar, el de “uno de tantos”, él veía cerca y dentro a los que otros consideraban lejos y fuera y, en cambio, los de arriba resultaban estar abajo. Porque para él los más, los mayores y los importantes eran aquellos que a nuestros ojos son menos. El lugar en que había decidido situarse había creado esta “revolución de adverbios” que tanto nos sobresalta y a la que tanto nos resistimos. La sola posibilidad de ese desplazamiento nos resulta amenazadora porque nos saca del terreno de lo conocido y nos invita a descubrir nuevos significados que no coinciden con los que consideramos evidentes. Y sin embargo él se lo exigirá a quien quiera seguirle: tendrá que estar dispuesto, lo mismo que él, a “no tener dónde reclinar la cabeza”, a ir más allá de todo aquello en lo que la cabeza (la de ellos y la nuestra) “se reclina”, descansando en lo que se cree saber, controlar o dominar.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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Contemplar y comprender.

Jueves, 29 de marzo de 2018
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lavatorio-5Hermanos, hoy Dios se nos revela como servidor. Quiere reunirnos, sentarnos a su mesa, lavarnos los pies y mirarnos a los ojos y al corazón. Oremos.

Jesús, danos ojos para contemplar y comprender

Jesús nos reúne porque no quiere que faltemos ninguno a la fiesta. Nos reúne porque nos ve y siente dispersos. Nos reúne y nos quiere estrechar contra su pecho, como al discípulo amado. Le gusta vernos aquí, formando comunidad.

Jesús, danos ojos para contemplar y comprender

Jesús nos sienta a su mesa porque es un signo de su amistad y confianza; porque nos ve débiles, pobres y hambrientos. En su mesa hoy nos sentimos personas con dignidad, hijos, hermanos, familia, y él sirve y se da, para que no nos conformemos con lo que tenemos y compartamos con los que no tienen.

Jesús, danos ojos para contemplar y comprender

Jesús, nos lava los pies. Es su forma de decirnos quién es él y cómo nos ama él. Es para decirnos que el amor no tiene reparos en tirarse al suelo y llegar hasta lo más bajo. Es para decirnos que el amor está hecho de esmero y ternura; de pasta recia y sufrida. Es para que comprendamos que el amor duele.

Jesús, danos ojos para contemplar y comprender

Jesús nos mira a los ojos y al corazón. Hablar de amor y entrega, de siervos y esclavos, de dignidad y vida sólo puede hacerse mirando a los ojos y al corazón; poniendo al descubierto lo que El es y lo que somos nosotros. Deja actuar hoy a Jesús…

Jesús, danos ojos para contemplar y comprender

Padre bueno, el Evangelio de hoy es, no sólo una llamada e invitación a amar rompiendo todos los límites, sino también la experiencia de lo que es sentirse amados por un amor sin medida, gratuito y entrañable como es el tuyo. Te damos gracias Padre, por ponernos delante a tu hijo Jesús.

Vicky Irigaray

Fuente Fe Adulta

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La Iglesia nace del lavatorio de los pies, no del poder

Jueves, 29 de marzo de 2018
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lavanda-dei-piediDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. JUEVES SANTO.
El Jueves Santo es como un mosaico compuesto por muchos contenidos y de muchas resonancias: la libertad (el Éxodo), la Eucaristía, el servicio en la iglesia y en la vida, el amor, etc.

Son grandes valores que construyen bien la existencia humana personal y comunitaria.

02. PECULIARIDADES DEL EVANGELIO DE JUAN.

El relato de la última Cena en el evangelio de Juan comienza con una gran solemnidad.
Jesús reunido con los suyos.

Consciente de su cercanía con Dios: viene del Padre y a Él vuelve.

Ha llegado la HORA.

Se quita el manto de SEÑOR y se ciñe la toalla de SIERVO.

Se pone a LAVAR LOS PIES de sus discípulos.

En la Última Cena del evangelio de Juan no se hace mención a la Eucaristía (como la hacen los sinópticos). Más bien San Juan sitúa la Eucaristía en la multiplicación de los panes (Jn 6). Ahí es donde JesuCristo se presenta como PAN DE VIDA: Yo soy el pan que ha bajado del cielo, quien coma de este pan, vivirá para siempre.

En la última cena según san Juan se ponen de relieve: El lavatorio de los pies y el mandamiento del amor.

03. EL LAVATORIO DE LOS PIES.

El lavatorio de los pies ha quedado relegado a un mero rito litúrgico del jueves santo. Pero el gesto de Jesús de lavar los pies a los suyos es un momento fundacional de la Iglesia.

En el lavatorio de los pies está “naciendo” la comunidad cristiana. Hay iglesia de Jesús donde hay creyentes, personas que se ayudan y sirve humildemente unos a otros.

El poder no es un valor cristiano (puede que desempeñe alguna función en la sociedad, pero no es especialmente humanista, ni cristiano). El superhombre (Nietzsche) y la prepotencia están muy distantes del Evangelio de Jesús y del humanismo.

Pedro no entiende nada de lo que allí se está gestando, por eso dice: tú no me lavarás los pies jamás … El poder no entiende de servicio.

Por desgracia el poder ha tenido un terreno abonado en los estratos eclesiásticos. Basta mirar la historia y la realidad eclesiástica: cargos y puestos en la iglesia, en las diócesis, puestos, diócesis y parroquias de mayor rango, etc.

El papa Francisco no se cansa de luchar contra el “carrerismo” en la Iglesia. Sin embargo muchos obispos, curas, cardenales, etc. viven ansiando un puesto mejor, una diócesis de “más rango” (¿), etc. Todo “perfectamente antievangélico y anticristiano”.

Una iglesia, una jerarquía, (curias, congregaciones, comunidades, etc.) que vivamos en una dialéctica y búsqueda de poder, de puestos y sedes, estará -estaremos- muy lejos de ser la iglesia de Jesús.

Cristo responde a Pedro (poder): Si no te lavo los pies no tienes nada que ver conmigo.

Solamente entiende lo que allí está ocurriendo quien ama, es decir: el Discípulo Amado.

La iglesia de Jesús nace y está allá donde unas personas se ayudan y se sirven unos a otros entre sí y a los demás.

04. EL AMOR A LOS SUYOS: DISCÍPULOS AMADOS.

El evangelio del lavatorio comienza con la solemnidad propia del estilo literario de san Juan: sabiendo Jesús que había llegado su hora, amando a los suyos, los amó hasta el final …

Jesús ama a los suyos, es decir: a todos. Los suyos aparece ya al comienzo del evangelio, Jesús vino a los suyos (Jn 1,11). Todos somos suyos

Somos Discípulos amados.

La figura del Discípulo Amado, comienza a aparecer en la Última Cena.

Somos discípulos si amamos y nos amamos, si nos respetamos, nos ayudamos unos a otros: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros. (Jn 15,9-10).

 El amor es esencial para ser humano (“la ley de la selva vive con otro código”). El amor es el medio y la meta de la vida humana.

 Vivir es amar. Quien no ama, permanece en la muerte, (1Jn 3,14). Los sentimientos de rencor y venganza nos hacen daño a nosotros mismos y a los demás.

 En algunos momentos de la vida podemos vivir situaciones fuertes, quizás afrentas. Es momento de dejarse amar por Dios en la profundidad de nuestro ser. Hemos de pensar y profundizar en nuestra vida hasta encontrarnos con el amor. Dios es amor, hasta sentir el amor como lo último y definitivo. Lo más profundo de la vida es el amor.

 El amor tiene consecuencias eclesiales. Sería hermosa una Iglesia que fuese un hospital de campaña donde se curan heridas. Sería muy cristiano y muy hermoso que nuestra diócesis viviera desde el lavatorio de los pies y desde el amor. En la comunidad del Señor no puede tener cabida la condenación, la descalificación, la condena.

 En estos momentos de dificultades eclesiales en nuestra diócesis nos hará bien a todos volver a la fuente, al origen, a Cristo. El centro de la iglesia es Cristo, no la jerarquía. El eje eclesial es el servicio el amor, no la ultraortodoxia y el fanatismo. La Iglesia es la asamblea de misericordia, de bondad, de respeto a las personas

 El amor (y el perdón) tienen repercusiones sociopolíticas: ¿cómo se van a solucionar -si no- los problemas raciales, los viejos rencores de nuestros pueblos y gentes? El odio u la venganza hurgan más las heridas. El amor reconcilia.

 Os conocerán no por el orden jerárquico, ni por la precisión de vuestras reuniones litúrgicas o doctrinales, ni por vuestro Derecho Canónico, ni por el catecismo. Os conocerán porque os amáis unos a otros. Jn 13,35: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros.

 El amor reviste muchas variantes según las diversas circunstancias de la vida: a veces es caridad, otras comprensión, perdón, en algunos momentos olvido, siempre discreto. San Pablo decía:

El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1Cor 13,4-7)

Permaneced en mi amor. (Jn 15,9)

05. MOMENTO ECLESIAL Y POLÍTICO

En nuestra diócesis y en nuestro pueblo la comunión eclesial, la paz y el amor (perdón) no están en un momento especialmente álgido.

La situación de nuestra diócesis es de división y enfrentamiento en el pueblo, en sus sacerdotes, en su jerarquía. Es evidente que la comunión eclesial, si existe, está en crisis. Esta situación está causando tristeza, desmotivación y muchos cansancios y canseras en muchos de nosotros.

El amor, perdón, pacificación tampoco están muy presentes en la vida sociopolítica

Los cristianos celebramos el jueves santo que es bueno vivir en la libertad del Éxodo, en caridad y amor. Entonces podremos celebrar la Eucaristía.

Permaneced en mi amor

Os he dado ejemplo, haced vosotros lo mismo

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Mateo 6. Semana Santa 2: Servidores y amigos (contra el poder y la hipocresía)

Martes, 27 de marzo de 2018
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29026181_947642415412951_8567517690470133571_nDel blog de Xabier Pikaza:

El tema ha sido desarrollado por Mt 23, 2-12, en centro de una durísima polémica, que no se eleva contra los judíos como tales, sino contra un tipo de judíos y cristianos que entienden la vida como ejercicio de dominio de unos sobre otros.

Estos versículos elevan su condena en contra una forma de ejercer su autoridad, entendida y desplegada con hipocresía, es decir, con separación entre palabra y vida. Ellos (y todo Mt 23) no plantean ninguna acusación dogmática, esto es, doctrinal; ningún rechazo por la forma de entender a Dios o de enfrentarse a Jesucristo, sino una reflexión y condena retórica contra una manera de asumir y ejercer la autoridad que Mateo atribuye a los escribas y los fariseos, a los que, por otra parte, él considera como autoridad legítima:

‒ En este pasaje, los cristianos de Mateo aceptan en principio la autoridad judía, pero rechazan la hipocresía de algunos escribas y fariseos de ese momento (en torno al 85 dC), criticando su separación entre enseñanza y vida, su falta de transparencia: No son lo que dicen (representan), haciéndose infieles a la tradición de su verdad judía, porque anhelan el poder y los primeros puestos, convirtiendo la piedad en medio para el triunfo propio.

‒ Para responder a su raíz judía, pero en la línea de Jesús, los cristianos han de vivir en igualdad y transparencia; nadie entre ellos puede ser padre o maestro; todos han cumplir de cumplir la exigencia de la ley originaria y la verdad del judaísmo. De esa manera, este panfleto anti-rabínico de Mt 23 es un discurso a favor del verdadero judaísmo, parecido al que encontramos en otras críticas judías de aquel tiempo.

Estos versos (y todo Mt 23) condenan a los escribas y fariseos porque, en conjunto, ellos eran los más cercanos al cristianismo. En esa línea, bien leído, a pesar de la dureza de sus críticas, este capítulo constituye un homenaje al judaísmo fariseo, que ha sido capaz de recrear las tradiciones judías, aunque, al mismo tiempo, él (Mateo) condene de forma apasionada y retórica (¡injusta!) algunos de sus riesgos negativos.

Ciertamente, como he destacado, los cristianos de Mateo aceptan la interpretación petrina de la ley (16, 19) y la autoridad disciplinar de sus comunidades (18, 15-29), pero eso no les separa de otros grupos judíos regidos por escribas y fariseos, cuya autoridad admiten, aunque a su juicio no sean buen ejemplo, pues “no hacen lo que dicen”.
Éste es el evangelio del amor como servicio mutuo,que el el evangelio de Juan presentará como clave del Jueves Santo.

1. En la cátedra de Moisés se han sentado… (23, 2-7).

Este pasaje nos sitúa ante un tema clave de la identidad cristiana, en un momento en que la iglesia corre el riesgo de convertir el camino de Jesús en una carrera de honores:

23 2 En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos; 3 cumplid, por tanto, y guardad todo lo que os digan, pero no hagáis según sus obras, pues dicen y no hacen 4 Pues pesan cargas pesadas (e incapaces de soportar) y las echan a las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.5 Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos; 6 buscan el primer puesto en los banquetes y la primera cátedra en las sinagogas, 7y los saludos en las plazas, y que los hombres le llamen Rabí (Mt 23, 5-7).

Mateo reconoce la autoridad magisterial de los escribas y fariseos (representantes de la tradición de Moisés), no sólo porque los seguidores de su evangelio vivían (o habían vivido) al interior de las comunidades judías, organizadas por intérpretes de la ley (escribas), siguiendo el ejemplo de los fariseos (testigos de un compromiso fuerte de pureza), sino porque su camino sigue siendo básicamente judío. En esa línea, al aceptar la autoridad de los maestros judíos, aunque negando su ejemplo (haced lo que dicen, no lo que hacen), Mateo defiende una continuidad básica con ellos, de forma que en principio, su Iglesia no despliega instituciones propias, pues se despliega desde el mismo judaísmo, en apertura mesiánica, aunque en contra de cierto rabinismo.

Mateo no propone, pues, un choque frontal, una salida violenta, sino una transformación interior, en defensa de aquellos a quienes escribas y fariseos están imponiendo una carga muy severa. No les critica para negarles, sino para invitarles a cambiar, pues están asumiendo un tipo de poder sobre las comunidades que, a su juicio, es negativo. Estamos pues ante un conflicto de autoridad y pertenencia. En esa línea, la crítica contra escribas/fariseos se dirige, al mismo tiempo, en contra del riesgo de algunos cristianos en la iglesia.

El mayor problema que Mateo ha visto en las comunidades es la hipocresía, el hecho de que se eleven en ellas unos vigilantes, imponiendo sobre los pequeños unos cargas y pesos que ellos no soportan. De esa forma condena un riesgo que él advierte en algunas comunidades regidas por escribas y fariseos, donde el purismo (a su juicio falso) de los dirigentes desemboca en la opresión de los pequeños, un pecado que él había destacado en el discurso eclesial (Mt 18), pues no se encuentra sólo en los judíos de fuera, sino también en los cristianos.

Mateo no ha inventado este reproche, sino que lo ha tomado del Q (cf. Lc 11, 46) y especialmente de Mc 12, 38-39, lo que indica que el problema surgió pronto en ciertos grupos, en un tiempo en que muchos cristianos seguían integradas en las sinagogas, y no se habían independizado de ellas, formando así comunidades mixtas. Ni los cristianos habían abandonado del todo las sinagogas judías, ni los judíos de tendencia rabínica se habían cerrado aún de un modo exclusivista, como harán más tarde al condenar a los “minim” o herejes (entre los que estarán después los cristianos).
Se trata pues de un problema de organización, que Mt 18, 15-20 había ya querido superar en claves de comunidad fraterna, dentro de un contexto donde los cristianos iban desarrollando sus principios de interpretación bíblica y comunitaria a partir del recuerdo y figura de Pedro (16, 17-19), en el mismo interior del judaísmo. Pues bien, en contra de esa fraternidad de iguales, algunas comunidades rabínicas, a las que se encuentran asociados los cristianos, están creando (conforme a las acusaciones de Mateo) un sistema de honores, con los siguientes rasgos:

‒ Poder de apariencia, hipocresía: “Dicen y no hacer…Hacen las cosas para ser vistos” (23, 5). Antes, en un contexto donde todos, en general, eran judíos, no había que acentuar los distintivos exteriores; cada uno “era lo que era”, y no tenía necesidad de decirlo expresamente (a no ser los sacerdotes de Jerusalén en un contexto de celebración). Ahora algunos sienten la necesidad de destacarlo, vistiéndose de un modo distinto, para que los otros les vean, interpretando la apariencia como verdad, en contra de la palabra clave del evangelio, donde se dice que la Palabra se hacer Carne, esto es, se revela, se manifiesta de un modo trasparente. La identidad entre ser y aparecer, eso es el evangelio. La oposición entre ser y aparecer, eso es la mentira, la hipocresía.

‒ Poder de presidencia: “Buscan los primeros asientos en los banquetes y las primeras cátedras en las sinagogas” (23, 6). La apariencia se muestra así como “autoridad fingida”, no la autoridad de la vida y del propio pensamiento/amor, sino la que se logra a través de un tipo de mentira organizada y egoísta. Surge así una religión hecha de autoridad en las comidas y reuniones, en las que, más que el diálogo personal y la ayuda mutua (comunicación entre iguales, desde los más pequeños, como había puesto de relieve Mt 18), importa un tipo de estratificación social. Ciertamente, éste es un riesgo de muchas comunidades instituidas (no sólo judías y cristianas), y así puede verse en grupos religiosos de diverso tipo, pues la crítica de Mateo se dirige no sólo a los escribas/fariseos, dirigentes de las comunidades judías en general, sino, y sobre todo, a los cristianos.

‒ Honor y poder social: “Y los saludos en las plazas, y que los hombres les llamen Rabí” (23, 7). Poder significa honor y afirmación pública en la sociedad antigua, un reconocimiento que tiene tanta importancia como la riqueza económica, con la que se vincula (cf. 6, 19-34 y 19, 16-30). Éste no es sólo un tema de pequeña moralidad para administradores eclesiales, sino un problema básico de institución comunitaria. De esa manera, el mensaje mesiánico, dirigido a los pobres y excluidos, a los que Jesús ha querido ofrecer toda la dignidad (cf. Mt 18), se convierte en un medio para el establecimiento de nuevas y más hondas desigualdades, fundadas en motivos religiosos.

Mateo no condena el buen judaísmo de la honradez y devoción profunda, ni el buen cristianismo del seguimiento de Jesús, sino un mal judaísmo y un cristianismo hecho de gestos y formas externas, que está surgiendo en ese tiempo (en torno al 85 dC) como amenaza para unos y otros. El poder de los vestidos (con su posible magia sacral) ha tardado más en introducirse en las iglesias cristianas; pero el honor y poder en banquetes y reuniones doctrinales se ha extendido en ellas más que en las sinagogas en las que nunca ha logrado imponerse (hasta el día de hoy) un tipo de monarquía episcopal (ni una oligarquía presbiteral), pues la autoridad básica ha seguido estando en manos de todos los miembros (varones) de las comunidades.

2. Ni rabino, ni padre, ni director (Mt 23, 8-12).

En la línea anterior, desde el interior del mismo judaísmo (en diálogo con el rabinismo de escribas y fariseos), el Jesús de Mateo ha roto los esquemas de dominación de la sociedad jerárquica de su entorno, para crear una fraternidad igualitaria y universal donde son importantes los ancianos (padres) como necesitados (personas), pero no como portadores de un poder que margina o rechaza a los impuros y pobres. En ese contexto se sitúan tres normas básicas, establecidas de forma negativa (no, no, no…: 23, 8-10), aunque con un fondo poderosamente positivo, para destacar la importancia de la fraternidad (cf. 18, 15-20), tal como se ratifica después, cuando se diga: ¡El que se eleve será humillado… (23, 10-11):

23 8 Pero vosotros no os dejéis llamar rabino, porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. 9 Y no llaméis a ninguno de vosotros padre en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. 10 Ni dejéis que os llamen director, porque uno es vuestro director, el Cristo.

Esta palabra recoge la doctrina central de la iglesia de Mateo, estableciendo, al mismo tiempo, una crítica en contra de un tipo de escribas/fariseos de sinagoga o de Iglesia, que tienden a convertir las comunidades en estructuras jerárquicas de poder. En esa situación recoge Mateo la mejor tradición anti-jerárquica del Antiguo Testamento, reinterpretada desde el mensaje de Jesús (cf. 20, 20-28). Este pasaje, profundamente evangélico, define, en clave negativa, las relaciones que deben establecerse en una iglesia donde no ha de haber rabinos, padres o dirigentes:

‒Nos os dejéis llamar Rabi. Contra el poder de magisterio (23, 8). El judaísmo que empieza a reconfigurarse tras la caída del templo (70 dC) se define como federación de sinagogas, y se constituye en torno a los rabinos, maestros, que recrean la tradición y se elevan como autoridad, para ser así reconocidos (ratificados) más tarde por la Misná. La palabra Rabi/Rabbino es una transliteración del hebreo rab: mucho, grande, y significa propiamente “mi grande”, mi Honorable Señor (Mon-Señor).

Los Rabinos judíos empezaban a destacar por su “saber” de Libro, en línea de hermenéutica textual (legal) y de fidelidad a las tradiciones que conforman la identidad del pueblo. El nuevo judaísmo que ellos recrearon, tras el 70 dC (y que ha durado hasta nuestros días) ha sido federación de sinagogas, con maestros que dirigen la vida del pueblo, sin obispos o señores sacrales como aquellos que han surgido y triunfado después en la comunidad cristiana. Humanamente, muchos rabinos han enseñado de un modo ejemplar, en diálogo y respeto, sencillez y estudio, entre las diversas escuelas de la tradición nacional judía.

A pesar de ello, Mateo ha rechazado en su Iglesia ese modelo de autoridad, que parece nacer de los mismos dirigentes a quienes les agrada que les llamen rabinos. Así les dice Jesús, precisamente a ellos “no os dejéis llamar (mh. klhqh/te, subjuntivo aoristo pasivo) rabinos”. Mateo no condena a los “fieles ordinarios” (¡que no llamen rabino a nadie!), sino a los dirigentes, para que no se dejen llamar de esa manera, pues en la comunidad de Jesús no existe más rabino (Didascalos, Maestro) que Jesús, que instituye el rabinato de la vida, propio de aquellos que enseñan con la entrega personal, como vamos viendo desde 16, 21.

‒ Y no llaméis a ninguno de vosotros Padre. Contra un poder patriarcal (23, 9). Jesús no quiere que en la iglesia haya padres que impiden descubrir al Padre del cielo (y convierten a los demás en menores en un sentido no cristiano). Esta palabra no se dirige a los “pretendidos rabinos” de fuera, sino a los miembros de la comunidad a los que ella manda que no llamen “padre” a nadie entre vosotros (u`mw/n). Al decir “no llaméis a nadie padre”, Mateo supone que algunos lo están haciendo, de manera que empieza a surgir en la iglesia una veneración jerárquica, dirigida a algunos que quieren hacerse “padres” de la comunidad, o de otros creyentes (que aparecen de esa forma como inferiores o subordinados).

El Jesús de Mateo se opone de forma tajante a esa exigencia “patriarcal” dentro de la comunidad, recuperando la mejor tradición cristiana (que no hablaba de padres, cf. Mc 12, 46-48), no para negar a los padres de familia (que, a diferencia de Mc 10, 30, aparecen en Mt 19, 29), sino para recrear la iglesia en línea de comunión. La comunidad cristiana no se entiende como “sistema” de paternidad-filiación, sino de fraternidad universal, y el símbolo “padre” se reserva sólo para Dios, de manera que ningún creyente puede realizar funciones de padre o superior respecto de otro.

‒ Directores, poder de guiar a los demás (23, 10). No ha de haber tampoco en la Iglesia directores, katheguetes (kaqhghtai, personas que guíen y dirijan a otras), con poder de marcar el camino a los demás, asumiendo así una autoridad particular, como instructores o líderes de otros. El kathêgetes es alguien que va por delante, que “adoctrina” a los demás y que se arroga el poder de dirigirles. Esa palabra y función tiene un sentido cercano al de maestro, aunque con un matiz de dirección socio/personal más que de mando doctrinal, en línea helenista. Pues bien, en contra de la advertencia de Mateo, la tradición posterior de la Iglesia hablará de esos kathegetas/catequetas como obispos de las comunidades, con un poder de orientación (dirección comunitaria) no simplemente doctrinal, actuando así como entrenadores, bajo cuya dirección han de ponerse el resto de los creyentes.

El katheguetes, dirigente no es simplemente un grande (rabí) que tiene más sabiduría o un padre, que está por encima, sino alguien que, además, quiere guiar a la comunidad, pudiendo convertirse en iniciador jerárquico de otros. Al prohibir que algunos actúen como kathegetas, el Jesús de Mateo afirma que cada creyente puede y debe vincularse de manera directa e inmediata a Cristo, que es el verdadero kathegeta de aquellos que creen en él. En esa línea, de una forma sorprendente, el evangelio de Mateo insiste en un tema que ha sido intensamente desarrollado por la comunidad del Discípulo Amado.

Las tres advertencias se entienden de un modo unitario: la primera (sobre los rabinos) y la tercera (sobre los dirigentes) resultan paralelas; en el centro queda la alusión contra aquellos que actúan como padres, ignorando que el único Padre verdadero es Dios. En contra de una tendencia, normal en nuestras sociedades, Jesús no ha fundado un grupo de rabinos y sabios, pues quiere que todos los miembros de su iglesia sean hermanos (se vinculen directamente entre sí). Nadie puede elevarse como director o guía, intermediario o bróker de los otros, pues todos tienen acceso directo a Dios Padre y al Cristo que es Rabi y Kathêgêtês de cada uno de sus fieles.

Conforme a la visión de Mateo, el judaísmo rabínico, entendido como religión de Ley y Libro, necesita intérpretes, rabinos/catequetas que ejerzan la función de padres. Pues bien, en contra de eso, el evangelio de Mateo propone una religión de encuentro personal con Cristo, sin necesidad de rabinos/padres/catequetas que se impongan sobre los demás. El objetivo de la iglesia de Mateo no es crear estructuras que funcionen bien (con buenos mandos), ni es superar a las demás instituciones en conocimiento o número, sino expandir y celebrar gratuitamente la gracia y el amor de Cristo, buscando el bien de todos (incluso de los otros grupos sociales) tanto o más que el propio. El objetivo de la Iglesia es ofrecer un testimonio y camino de fraternidad, no la creación de una buena empresa socio-religiosa. Por eso, al final de este pasaje, Mateo vuelve (como indicaré) a su doctrina fundamental, que sido desarrollada en los pasajes sobre los niños: El mayor de todos sea vuestro servidor, pues el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado (19, 13-15).

3. El mayor entre vosotros sea vuestro servidor… (23, 11-12).

Estos versos forman la conclusión y fundamento de las tres sentencias anteriores sobre los rabinos, padres y dirigentes, en la línea de Mc 10,41-45 (respuesta de Jesús a los zebedeos: Mt 20, 26-28) y de la tradición del Q (el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado: Lc 14, 11; 18, 14)

23 11 El más grande entre vosotros sea vuestro servidor. 12 Pues el que se eleve a sí mismo será humillado; y el que se humille será elevado.

Estas palabras transmiten una experiencia clave de Mateo, que aparece no sólo en los textos sobre los pequeños y los niños (18. 1-5; 19, 13-15), sino en la invitación radical al seguimiento, tras la confesión de Pedro (16, 24-28). Sólo en el espacio de comunión mesiánica abierto por Jesús en su camino hacia Jerusalén recibe sentido esta llamada a la fraternidad real y radical, que sólo puede surgir y mantenerse allí donde se invierte el fundamento jerárquico de las instituciones del entorno social donde los que mandan dominan a sus subordinados y se aprovechan de ellos (cf. 20, 20-28).
Este motivo, que proviene de la tradición israelita, radicalizada por Jesús, parece negativo y condenatorio y sin embargo resulta extraordinariamente positivo, pues no implica odio o rechazo de los grandes (rabinos-padres-directores), sino inversión creadora. Por eso afirma que el más grande (mei,zwn) tiene lugar e importancia en la comunidad, pero sólo en la medida en que se convierta en servidor de los demás (dia,konoj u`mw/n). No se trata de que la comunidad esclavice al grande, le rebaje y le obligue a humillarse, sino que el grande, por sí mismo, ha de hacerse servidor de los demás, descubriendo y realizando su auténtica grandeza, como el Hijo del Hombre que ha querido dar la vida, regalarla, como redención (lu,tron: 20, 28), es decir, como potencial transformador, a favor de los demás. Esta es la “inversión” del grande, que no es destrucción, sino confirmación de su grandeza, puesta de esa forma al servicio de los demás, como ratifica la sentencia posterior, de tipo paradójico: El que se eleva será abajado, el que se abaje será elevado (23, 12).

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Si quieres ser perfecto…

Miércoles, 17 de enero de 2018
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Antonio nació el año 252 en Qeman, en el Medio Egipto, hijo de hacendados cristianos acomodados. Hacia los veinte años escuchó la proclamación del Evangelio: «Si quieres ser perfecto…». Fulminado por la invitación de Jesús, vendió los fértiles terrenos que recibió en herencia tras la muerte de sus padres y emprendió la vida ascética, primero, junto a su pueblo y, después, encerrándose en una necrópolis durante casi trece años. Tras diversos ataques demoníacos, se comprometió todavía más en la lucha ascética y se estableció en un fortín abandonado, donde se quedó durante otros veinte años.

El año 306 dejó su retiro y aceptó tener discípulos. Para huir de la notoriedad, se retiró a la «montaña interior» (el monte Kolzum). Murió el 17 de enero del año 356, a los ciento cinco años muchos de los cuales transcurrieron enseñando a los solitarios, curando a los enfermos, refutando a los herejes con un ministerio carismático y autorizado que le ha convertido para siempre en el padre de los monjes.

***

En aquel tiempo, se acercó uno y le preguntó:

-“Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?”

Jesús le contestó:

“¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es bueno. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.”

Él le preguntó:

-“¿Cuáles?

Jesús contestó:

-“No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio;  honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo.”

El joven le dijo:

-“Todo eso ya lo he cumplido. ¿Qué me falta aún?

Jesús le dijo:

-“Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme”.

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Mateo 19,16-21

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Al joven rico, que ya observa los mandamientos y desea saber qué debe hacer aún para obtener la vida eterna, Jesús le propone la «perfección», esto es, la renuncia a sus propios bienes en favor de los pobres, y seguirle de manera incondicional (v. 21). El joven se entristece porque su alegría estaba puesta precisamente en aquellos bienes que no deseaba abandonar, y se marchó. Le faltaba lo único necesario: un corazón libre y bien dispuesto para acoger aquella «vida eterna» que decía desear.

Es impensable seguir a Jesús sin estar dispuesto a romper con los vínculos que nos impiden tener una actitud dócil y obediente con el Maestro. Él quiere fijar  en todos su mirada de amor, pero ésta sólo es al atraída por quienes tienen el corazón humilde, pobre y libre.

***

«Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres» (Mt 19,21). Antonio escuchó estas palabras como pronunciadas por el Señor. Su generosa respuesta procuró vigor en la Iglesia a la maravillosa realidad del movimiento monástico… Lo esencial, por consiguiente, consiste precisamente en el radicalismo de este deseo. Antonio se dejó conducir dócilmente por el Espíritu… Su vigor aumentó a lo largo del camino. La primera respuesta que le liberó de los bienes terrenos le abrió el camino a un compromiso evangélico cada vez, más enérgico, que le permitió caminar humildemente con su Dios, lejos de las miradas de los hombres.

Sólo después de la gran lucha contra las pasiones, Antonio estuvo en condiciones de servir verdaderamente a los otros, convirtiéndose en amigo, hermano y padre de todos. Con una gran audacia, su itinerario pasó de la victoria sobre la tentación a la enseñanza y al cuidado de los hermanos, «inventando» -por así decirlo- un nuevo modelo de vida cristiana, que le convirtió en un maravilloso ejemplo de libertad, de ascesis viril, de fidelidad a la Palabra, de amor a Cristo y al prójimo. No en balde, la tradición ha reconocido siempre en él no sólo al padre de los monjes, sino, sobre todo, al «modelo» del cristiano.

***

a-28

Ruego por vosotros, noche y día, a mi Dios que os conceda los mismos dones que me ha concedido a mí por su gracia, no porque yo fuera digno de ellos […]: el gran Espíritu de fuego que yo mismo he recibido. ¡Recibidlo, pues, también vosotros!

Y si queréis obtener que more en vosotros, presentad antes las fatigas del cuerpo y la humildad del corazón, elevando noche y día vuestros pensamientos al cielo.

Pedid con corazón sincero este Espíritu de fuego, y os será dado […]; cuando lo hayáis recibido, os revelará todos los misterios más altos […]. Os ruego que abandonéis vuestra voluntad carnal y mantengáis la serenidad en cada cosa, a fin de que, con el apoyo del Espíritu Santo, moren en vosotros las potencias celestes y os ayuden a cumplir la voluntad de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quien sea la alabanza eterna por los siglos de los siglos. Amén

*

Antonio Abad,
Carta 8,1.3, passim

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Les aconsejaba, sobre todo, recordar siempre estas palabras del apóstol: «Que el sol no se ponga sobre tu ira» (Ef 4,26), y considerar estas palabras como dichas de todos los mandamientos: el sol no debe ponerse no sólo sobre la ira, sino sobre ningún otro pecado. Es enteramente necesario que el sol no condene por ningún pecado de día, ni la luna por ninguna falta o incluso pensamiento nocturno. Para asegurarnos de esto, es bueno escuchar y guardar lo que dice el apóstol: «Júzguense y pruébense ustedes mismos» (2 Cor 13,5). Por eso, cada uno debe hacer diariamente un examen de lo que ha hecho de día y de noche; si ha pecado, deje de pecar; si no ha pecado, no se jacte por ello. Persevere más bien en la practica de lo bueno y no deje de estar en guardia.

No juzgue a su prójimo ni se declare justo él mismo, como dice el santo apóstol Pablo, «hasta que venga el Señor y saque a luz lo que está escondido» (1 Cor 4,5; Rom 2,16). A menudo no tenemos conciencia de lo que hacemos; nosotros no lo sabemos, pero el Señor conoce todo. Por eso, dejémosle el juicio a él, compadezcámonos mutuamente y «llevemos los unos las cargas de los otros» (Gal 6,2). Juzguémonos a nosotros mismos y, si vemos que hemos disminuido, esforcémonos con toda seriedad para reparar nuestra deficiencia.

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Atanasio,
Vita Antonii, 55).

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El acontecimiento que supuso Antonio en la historia de la Iglesia tiene una función -casi de matriz- análoga al ciclo de Abrahán en la historia del pueblo judío. Aunque vivida por uno solo, a título de ejemplo, simboliza a la humanidad en camino hacia Dios, una humanidad cuya vanguardia puede decirse que está compuesta por los monjes.

En la vida de Antonio podemos divisar la actitud apasionada hacia la persona de Jesús. Antonio nos recuerda que el Reino de Dios está dentro de nosotros, es el tesoro escondido en el campo de nuestro corazón. ¿Lo ha encontrado un hombre? Se va de allí, ebrio de alegría, y vende todo lo que posee. La búsqueda de lo absoluto impulsa al monje al desierto y se esconde en él periódicamente para encontrar ahí recursos: es aquí donde se forma como en un crisol el hombre interior. El desierto, a pesar de esto, no es más que un lugar de paso, y, a menudo, el espíritu que conduce a los monjes a él los lleva de nuevo -transfigurados- a la ciudad de los hombres: revestidos de su poder, se hacen humildes servidores de sus hermanos. Se trata de una dialéctica fecunda, cuyo prototipo nos presenta la vida de Antonio, movimiento de sístole y de diástole que constituye el latido mismo del corazón humano.

No se trata de imitar materialmente esta vida, sino de dejarse penetrar por la luz que emana de ella .

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E. Bianchi,
en N. Devilles, Antonio el Grande,
Milán 1973, pp. 1 lss.

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