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“Ucrania, Melilla y el buen samaritano”. Domingo 15º. Tiempo ordinario.

Domingo, 10 de julio de 2022
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thumbs_b_c_26ca008b97275d7d46bb64060961c27bDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El domingo pasado, el envío de los setenta y dos discípulos nos hacía pensar en los miles de personas anónimas que difunden el evangelio en todas partes del mundo. Este domingo, la parábola del buen samaritano nos recuerda a tantísima gente que ha puesto en práctica su enseñanza. Cuando comenzó la guerra de Ucrania, hubo conductores que recorrieron miles de kilómetros para salvar a mujeres y niños y ponerlos a salvo entre nosotros. En todos los países de la Unión Europea se ofreció casa, comida, vestidos, cariño. Esto no debe hacernos olvidar lo difícil, casi imposible, que resulta a veces comportarse como el buen samaritano. Pero el contexto actual ayuda a comprender mejor la parábola y la gran dosis de mala idea.

1ª lectura. Una receta rápida para salvarse (Deuteronomio 30,10-14)

¿Existe esa receta? ¿Es fácilmente asequible? La respuesta del Deuteronomio es clara: no hay que subir al Himalaya ni atravesar el Atlántico para saber lo que Dios quiere de nosotros. Está escrito “en el código de esta ley”, que se limita a los capítulos 12-26 del Deuteronomio. No se trata de estudiar mucho sino de convertirse con todo el corazón y toda el alma, y de poner en práctica lo que allí se dice.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

            ‒ Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma. Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: “¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos?” Ni está más allá del mar, no vale decir: “¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?” El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo.

            Pero al Deuteronomio le ocurrió un problema. Aunque el texto era intocable, y nadie estaba autorizado a quitar ni añadir nada, la interpretación de sus normas fue creciendo de forma incontrolada. En tiempos de Jesús, el judaísmo contaba 613 mandamientos (365 prohibiciones y 248 preceptos) capaces de volver loco a cualquier persona.

            Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, o de saber qué era lo más importante. A propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivie­ron pocos años antes de Jesús, se cuenta la siguiente anécdota. Una vez llegó un pagano a Shammay, famoso por su intolerancia, y le dijo: “Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mien­tras aguanto a pata coja”. Él lo echó, amenazándolo con una vara de medir que tenía en la mano. Entonces fue a Hillel, famoso por su tolerancia, que le dijo: “Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpreta­ción”. También del Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) se recuerda un esfuer­zo parecido de sintetizar toda la Ley en una sola frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran princi­pio general en la Torá”.

            En los evangelios hay diversos intentos de simplificar la cuestión con una respuesta breve y drástica. El más famoso es la Regla de oro, con la que cierra el evangelio de Mateo el Sermón del Monte: “Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros. En esto consiste la ley y los profetas” (Mt 7,12). El tema reaparece en el episodio de hoy, cuando le preguntan a Jesús cuál es el mandamiento principal. El relato de Lucas introduce cambios muy significativos en el de Marcos.

El escriba bueno de Marcos

            Los escribas, equivalentes a los doctores de teología actuales, pero con mucho más poder, autoridad y prestigio, no quedan bien en los evangelios. Generalmente aparecen junto a los fariseos, como adversarios de Jesús. Menos en este caso de Marcos, donde un escriba pregunta a Jesús cuál es el mandamiento principal, y él le responde: amar a Dios y amar al prójimo. La reacción del escriba es alabar a Jesús, que le devuelve la alabanza.

El escriba malintencionado de Lucas

            El protagonista del relato de Lucas no viene con buena intención, pretende poner en un aprieto a Jesús; y no plantea una cuestión teórica (“¿cuál es el mandamiento principal?”) sino muy personal: “¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.

            Jesús no cae en la trampa. En vez de responder, pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” Y el legista se ve obligado a reconocer que sabe perfectamente lo que debe hacer: amar a Dios y al prójimo. Jesús, con cierta ironía, le indica que su problema no consiste en saber lo que tiene que hacer, sino en hacerlo.

            Aquí podría haber terminado todo. Pero el legista, que tiene la sensación de haber quedado en ridículo, para justificarse plantea una cuestión filosófico-teológica: “¿Y quién es mi prójimo?” Afortunadamente, Jesús no era alemán. No le da una conferencia de Antropología ni le escribe un Manual de quinientas páginas intentando aclarar esa intrincada cuestión. Se limita a contar una parábola.

            ‒ Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto.

            Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo.

            Lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo

            Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo,

            le dio lástima,

            se le acercó,

            le vendó las heridas,

            echándoles aceite y vino,

            y, montándolo en su propia cabalgadura,

            lo llevó a una posada

                        y lo cuidó.

            Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:

            ‒ Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.

           La parábola ofrece dos modelos de conducta: 1) la del sacerdote y el levita, que ante el pobre hombre asaltado y malherido por los bandidos dan un rodeo y pasan de largo, y 2) la del samaritano que siente lástima, se acerca, echa aceite y vino en las heridas, las venda, lo monta en su cabalgadura, lo lleva a una posada, lo cuida y paga su estancia. Son siete acciones, basadas todas ellas en el sentimiento inicial de lástima.

            Al legista podría resultarle ofensivo que le cuenten un cuento. Pero Jesús no le da tiempo a protestar, pasa directamente al ataque, obligándole a reconocer que lo importante es comportarse como prójimo.

            ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? 

            Él contestó: El que practicó la misericordia con él.

            Díjole Jesús: Anda, haz tú lo mismo.

Lo importante no es discutir sino actuar.

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La mala idea de la parábola

            A muchos les gustaría limitar la parábola al ejemplo del samaritano y dejarnos con buen sabor de boca. Pero Lucas, del que siempre alabamos su bondad, resulta en este caso muy hiriente. No le basta un protagonista, necesita tres. Y los elige con toda la intención: un sacerdote, un levita, un samaritano.

            El sacerdote y el levita, los personajes especialmente consagrados a Dios, hacen exactamente lo mismo: dan un rodeo y siguen su camino. ¿Por qué actúan de este modo? ¿Porque son malos y egoístas? No. Porque si el herido no está herido, sino muerto, basta tocarlo para quedar impuro.

            La ley es tajante: “El sacerdote no se contaminará con el cadáver de un pariente, a no ser de pariente próximo: madre, padre, hijo, hija, hermano o de su propia hermana soltera, no dada en matrimonio. Queda profanado” (Levítico 21,2-4). Si no pueden contaminarse con un pariente, mucho menos con un desconocido al borde de la carretera.

            Y lo que se deduce es trágico: es la ley de Dios la que impide practicar la misericordia y comportarse como prójimo del herido.

            Lucas podría haber buscado como tercer protagonista a un cura progre o a un diácono permanente sin obsesión por la ley. Elige al menos indicado: un samaritano. El personaje más odioso y despreciable para un judío, miembro de un pueblo que, según el libro de los Reyes, “no veneran al Señor ni proceden según sus mandatos y preceptos”. Irónicamente, un representante de este pueblo que no venera al Señor ni procede según sus mandatos y preceptos es quien actúa con misericordia y se comporta como prójimo.

Reflexión actual

Sin caer en la crítica injusta a obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, la parábola nos hace pensar en tantos samaritanos agnósticos, ateos, homosexuales, lesbianas, etc., que se entregan plenamente a personas necesitadas. Pero la realidad actual podría proporcionar una final muy distinto a la parábola.

«Al cabo del tiempo, el legista se presentó a Jesús y le dijo:

– Maestro, he intentado poner en práctica lo que me dijiste. Vi multitud de personas hambrientas, enfermas, desesperadas, intentando huir de la guerra y del hambre. Quise acercarme a ayudarlas, pero tropecé con vallas y muros custodiados por la policía y el ejército.

Jesús miró al cielo, suspiró y le dijo:

– Llegará un día en el que no habrá vallas ni muros. Mientras, busca en otras partes. Siempre encontrarás gente a la que ayudar.

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Domingo XV del Tiempo Ordinario.10 julio, 2022

Domingo, 10 de julio de 2022
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“…, al llegar junto a él y verlo sintió lástima. Se acercó y le vendó las heridas, después de habérselas curado con aceite y vino; luego lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él.”

(Lc 10, 25-37).

Es llamativo pero las tres historias la del sacerdote, la del levita y la del samaritano empiezan casi de la misma manera: “al verlo”. La diferencia es que el samaritano al mismo tiempo que lo ve ya está llegando “junto a él” y los otros dos, antes de acercarse lo ven y se alejan definitivamente.

Cuando vemos las cosas “desde lejos” es más fácil “pasar de largo”. Cuando los acontecimientos nos tocan de cerca es más sencillo que nos impliquemos. Lo que nos convierte en “buenos samaritanos” es la capacidad de sentirnos “cerca” de las demás personas y de sus sufrimientos.

Y esa capacidad es una semilla divina, un rasgo que nos asemeja a Nuestro Buen Dios que quiso hacerse uno de nosotros.

Dios, para la fe cristiana, es el “próximo”, el Cercano. El que se ha mezclado en nuestra historia. En Jesús Dios se ha ENCARNADO y nos invita a acercarnos unos a otros.

Solo cuando “nos acercamos” empezamos a saber lo que tenemos que hacer. Desde lejos es imposible actuar y lo único que vemos con claridad son las dificultades.

Cuando nos quedamos a distancia nos sucede como al sacerdote o al levita: nos invade el miedo. Solo vemos problemas y peligros, y en consecuencia, huimos. Nos alejamos más y más. El miedo nos quita lo más divino que tenemos: el amor compasivo.

Pero cuando además de ver nos acercamos, nos asemejamos más y más a Dios Trinidad. Emerge la misericordia. “Verlo”, ver al hombre caído y conmoverse es nuestra esencia más profunda. Por eso, cuando nos mueve la misericordia hacemos milagros.

Os dejamos el ejemplo actual de Lucia Lantero.

Oración

Conéctanos, Trinidad Santa, con la misericordia que nos asemeja a ti. Permítenos “ver de cerca” para que se conmuevan nuestras entrañas. Amén.

 

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Si no te aproximas al que te necesita, te alejas del verdadero Dios.

Domingo, 10 de julio de 2022
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DOMINGO 15 (C)

Lc 10,25-37

Hoy la primera lectura nos da la clave para entender el evangelio. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es una exigencia de nuestro ser. Dios no crea al ser humano y luego le impone unas obligaciones. Dios no tiene “voluntad”, porque no tiene partes ni cualidades ni potencias. Es un “ser” simplicísimo. Lo que Dios espera es que despleguemos esas posibilidades (exigencias) que nacen de nuestro ser más profundo. ¡Cuánto fundamentalismo se evitaría si tuviéramos en cuenta esta simple verdad!

El jurista sabía la respuesta, luego no pregunta para aprender, sino para examinar. Jesús se lo hace ver, haciendo que él mismo responda. Lo que no estaba tan claro era quién era Dios y quién era el prójimo. Aquí sí que había, y sigue habiendo, mucho que aclarar. Jesús habla de superar la Ley como venida de un Dios que desde fuera y desde arriba nos exige normas de conducta que van en contra de nuestros intereses. Como la primera lectura de hoy, Jesús habla de una ley no escrita que llevamos todos dentro y que hay que descubrir.

Solo Lucas narra esta parábola del “buen samaritano”. Como todas, no necesita explicación. Lo único que exige es implicación. El oyente tiene que tomar partido después de oírla. Si no lo hace, la narración carece de sentido. Se nos invita a descubrir una manera nueva de ser religioso, siendo más humanos. No basta tener muy buenas relaciones con el Dios del templo, aunque sea sacerdote o levita, hay que hacerse prójimo. La parábola nos propone dejar de considerarse a sí mismo el ombligo del mundo y poner en el centro al otro.

Cuando pregunto, ¿Quién es mi prójimo?, presupongo que puede haber alguien que no lo es y tendría que amar solo al que lo es. En algunos casos, en el AT, el prójimo tenía este sentido. La religión judía nació como un medio de aglutinar un pueblo en torno a un Dios, con unas obligaciones que le permitían asegurar una cohesión interna capaz de superar el egoísmo destructor. Para nada pensaban en un amor universal, sino en un amor a los pertenecientes al pueblo, con la finalidad de defenderse de los que no pertenecían a él.

La pregunta presupone que el ser o no ser prójimo depende de las circunstancias. Este es el fundamento de la mentalidad legalista que excluye toda aproximación. La ayuda al miserable desde el estricto cumplimiento de la Ley no excluye el sentimiento de superioridad. Cumplo lo mandado pero no me involucro en la situación del otro. Lo hago “por amor a dios”. Esta es la trampa donde hemos caído. Lo que hizo el Samaritano está a años luz de esta actitud. Se aproxima, lo cura, lo venda, lo lleva a la posada…

El relato es típico de la literatura oriental, pero los personajes implicados en él lo convierten en provocador. Los oficiales de la religión están demasiado preocupados por la legalidad y la pureza para preocuparse del otro. Para el sacerdote y el levita, lo primero era la Ley. Para el samaritano, lo primero era el hombre. El hereje, el idólatra, el impuro, odiado precisamente por no ser religioso, no está sujeto a normas externas, lleva la ley en el corazón. La palabra empleada en griego para indicar que se conmueve, nos indica que el Samaritano se dejó llevar por su verdadero ser desde el interior y acabó imitando a Dios.

La parábola, no deja lugar a dudas sobre lo que Jesús entendía por próximo. Prójimo es todo aquel con quien me encuentro en mi camino. Prójimo es aquel que me necesita. Estamos equivocados al pensar que el prójimo lo puedo determinar yo. Jesús nos dice que el prójimo se me impone, aunque yo puedo tomar la decisión de escamotear esa presencia e ignorarlo. Cuando me niego a verlo, estoy fallando, buscando excusas para escapar a esa imposición que me saca de mi programación, de mis planes, a veces tan religiosos ellos.

Estamos equivocados cuando pensamos que si me acerco a otra persona para ayudarla, estoy haciendo una cosa buena, pero que si no la ayudo, no pasa nada, porque yo soy libre de ayudarla o de no ayudarla. No vemos como una necesidad el ayudarla, sino como una posibilidad que se me ofrece y que yo puedo aprovechar. No, debemos sentir esa ayuda, como una urgencia. Soy capaz de programar un prójimo para una hora determinada, pero rechazo instinti­vamente al que se me impone sin mi consentimiento.

Tanto en el AT como en el evangelio, se entiende a Dios como cosa, es decir como alguien que existe al margen de la creación. Hoy sabemos que Dios está en las cosas, no al margen de ellas, ni por encima de ellas. Si pudiéramos ver la creación desde Dios veríamos que no se diferencia en nada de ella. La creación es la manifestación de Dios. Vista desde la criatura, sí hay diferencia, pero no por lo que la creación es, sino por lo que no es; por sus limitaciones. Dios es infinito, la criatura no, ni por separado ni en conjunto. Si en todas las cosas está Dios, es claro que en cualquier ser humano se está manifestando su presencia.

Aclaremos esta idea con el ejemplo de la luz. La luz no se puede ver. Los espacios intersiderales son inmensos vacíos en absoluta oscuridad, aunque los fotones los traviesan. Solo cuando los fotones tropiezan con la materia, puedo descubrir los reflejos de la luz en ese objeto. Esto pasa con Dios, no se le puede ver más que reflejado. Para cada uno de nosotros no hay más Dios que el que podemos ver en la creación. La conclusión es clara: No puedo pensar en un Dios al margen de la creación, porque sería un ídolo. Por lo tanto, no puede haber dos mandamientos. Amo a Dios solo en la medida que amo a sus criaturas.

Hay una frase que empleamos siempre para justificar nuestro egoísmo, pero que es verdadera: “el amor bien entendido empieza por uno mismo”. Efectivamente, descubriendo la luz que se refleja en mi propio ser, estaré capacitado para verla en los demás. El Dios que descubro en mí, es el mismo que debo descubrir en los demás. Si me doy cuenta de lo que soy en el Todo, veré al otro insertado en el Todo. Si creo que soy una mónada aislada, veré al otro algo distinto de mí, que me estorba, y no encontraré motivos para amarlo.

Cuando tenga claro esto, solucionaré el problema de mi egoísmo. Es falsa la creencia de que yo soy una individualidad aislada, que tengo existencia y consistencia propia. Yo, separado del creador y de las demás criaturas, no soy nada. Lo que constituye mi ser, y lo que constituye el ser de los demás, es la misma Realidad, Dios, que está fundamentando mi propio ser y el de los demás. Por tanto, no puedo ir en contra de los demás sin ir en contra mía. El día que descubra lo que no soy, habré dado un paso hacia el verdadero amor.

El prójimo está siempre ahí, a tu vera. Descubrirlo depende solo de ti. Siempre que te aproximas a otro para ayudarle, lo estás convirtiendo en próximo. Cada vez que haces a uno prójimo, te estás acercando a ti mismo y a Dios. Cada vez que superas tu egoísmo y pones al otro en el centro, te acercas a la plenitud de humanidad. Siempre que das un rodeo para pasar de largo ante el dolor ajeno, te estás alejando de ti mismo y de Dios. La religión que me permite vivir sin preocuparme de los demás será siempre falsa.

Meditación

Prójimo es todo aquel que me necesita
si estoy dispuesto a ayudarlo, a ser más humano.
No debo pensar solamente en las necesidades materiales.
Si creo que puedo amar a Dios desentendiéndome de otro,
es que no he entendido nada del mensaje de Jesús.
Si no descubro a la persona que me necesita,
es que no me preocupo de lo que pasa en mi interior.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Conocimiento… o compasión.

Domingo, 10 de julio de 2022
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Lc 10, 25-37

«Anda y haz tú lo mismo»

Es tan rematadamente sencilla la interpretación de esta parábola que apenas deja resquicio para añadir un comentario. Dos personas sagradas encuentran en el camino a un hombre malherido, se desentienden y siguen adelante. Un hereje samaritano, que también pasaba por allí, lo ve, se conmueve, se acerca, le atiende… Y ya está.

«Haz esto y tendrás la vida», le dice Jesús al letrado pedante que le había hecho una pregunta rebuscada para no quedar desairado delante de los suyos.

La genialidad de Jesús es que con esta historieta tan simple, tan comprensible por todos, nos sitúa ante el núcleo más íntimo de su mensaje; la compasión, pero aquí vamos a resaltar un aspecto concreto que consideramos básico para su seguimiento: el contraste entre la sabiduría estéril del letrado y la compasión activa del samaritano; entre su pregunta artificiosa y la sencillez extrema de la respuesta de Jesús.

«El evangelio es la sabiduría de los sencillos» —decía Ruiz de Galarreta, y la verdad es que el evangelio resulta muy difícil de entender desde el intelecto, porque lo de Jesús tiene poco que ver con el conocimiento, y mucho con el corazón…

Por Jesús sabemos que todo el conocimiento que no lleva al servicio es infecundo; que lo importante no es la teoría sino el comportamiento; que no es el entendimiento ni la razón lo que justifica nuestra vida, sino la compasión; el amor… Y es evidente que amar no tiene nada que ver con filosofar, con entender, sino con sentir, con conmoverse, con acercarse, con implicarse, con servir…

Así lo debieron entender sus primeros seguidores, y nos consta por “Hechos” que fueron consecuentes con su mensaje. Pero llegaron los sabios, quisieron hacer del cristianismo algo más culto, más acorde con las tendencias de la época, olvidaron su estilo, desnaturalizaron su mensaje y se equivocaron. Y nosotros nos volveremos a equivocar si tratamos de convertir su propuesta en algo para eruditos imbuidos de metafísicas doctas, o para iniciados en posesión de un conocimiento que el resto de mortales al parecer no tenemos.

Si algo es de Jesús debe ser comprensible por todos sin excepción alguna, y si no es así, no es de Jesús. Podrá ser algo valioso (o podrá no serlo), pero no de Jesús. Lo de Jesús es tan sencillo que podríamos arriesgarnos a resumirlo en una sola frase: “Dios me quiere y me invita a responder a su amor con amor a los demás” … y asumido esto, el resto de consideraciones que nosotros podamos hacer no dejan de ser simples notas a pie de página…

El letrado de la parábola conocía maravillosamente la ley, pero se quedaba en el conocimiento. El samaritano, un hereje inculto y despreciado, es puesto de ejemplo por Jesús porque lleva la Ley en el corazón, aunque no la conozca, o la conozca mal.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Sin rodeos ante el prójimo.

Domingo, 10 de julio de 2022
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El Evangelio de este domingo nos presenta la parábola del Buen Samaritano como eje central del mensaje. Es una parábola muy conocida y usada en cuestiones de moral social para enseñarnos cómo situarnos ante las personas que están en situación de necesidad. Muchos creyentes sentimos mucho respeto hacia esta parábola no solo por el compromiso con los que sufren, sino por su contenido provocador en cómo vivir coherentemente nuestra fe.

La parábola del Buen Samaritano está situada entre los pasajes que aluden al viaje de Jesús de Cafarnaún a Jerusalén. Es narrada a partir de un encuentro entre Jesús y un maestro de la ley. Este grupo de judíos eran eruditos en el conocimiento de la ley, pero la practicaban poco. El gesto de levantarse este maestro ya indica su posición de poder desde el status que la estructura religiosa judía le había concedido. El maestro de la ley pretende poner a prueba a Jesús. Su manera de acercarse a Jesús ya está condicionada por su objetivo de encontrar argumentos para denunciarle. Claramente se ve en ese diálogo que a Jesús no le interesa entrar en discusión. El maestro de la ley le pregunta qué hacer para alcanzar la vida eterna y Jesús responde remitiéndole a sus conocimientos, a su mundo judío, a encontrar respuesta en sus tradiciones y su universo religioso. El maestro no parece estar satisfecho con la contestación de Jesús porque nada ha dicho que pueda hacer sospechar. Por eso el maestro insiste: ¿Y quién es mi prójimo?Probablemente una respuesta teórica de Jesús hubiera sido motivo claro de enfrentamiento, sin embargo, prefiere una respuesta abierta y susceptible de interpretación. Su inteligente estrategia consiste en responder narrando una parábola. Sobre la cuestión del prójimo no se teoriza, es mucho más que un discurso explicativo, con el prójimo se actúa y no para alcanzar la vida eterna, sino para recuperar su dignidad. Jesús usaba con frecuencia el género literario de la parábola, una composición didáctica que impactaba en el oyente para posicionarse ante diferentes realidades necesitadas de liberación.

En esta parábola aparecen personajes o grupos de personas con sus respectivas actitudes que Jesús pone delante para cuestionarnos en lo que necesitamos mover para vivir más auténticamente nuestra fe.

Por un lado, el hombre herido que es asaltado por unos bandidos. La ruta que hacía este hombre era muy insegura, un camino desértico, solitario y buen refugio para salteadores. Solía haber muchos asaltantes en los bordes de estos caminos, muchos de ellos desesperados ante el empobrecimiento que estaba generando la carga de impuestos que debían pagar al Imperio. Incluso eran grupos organizados y manejados por otros.

El hombre malherido queda medio muerto y es visto por tres personajes que, sin duda, representan tres posiciones que podemos vivir ante la necesidad del prójimo. Estos personajes pasan por donde estaba este hombre y le ven, pero sólo uno reacciona implicándose en la situación. El sacerdote da un rodeo y pasa de largo. Los sacerdotes judíos lo eran por nacer en una familia sacerdotal y no por vocación. Debían vivir en un alto estado de pureza y no tocar a enfermos, sangrados o tener contacto con muertos, muy rigurosos y escrupulosos con estos ritos. Si hubiera tocado a este herido quedaría impuro y no podría celebrar la liturgia. Lo mismo ocurre con el levita. Un levita sería semejante a la figura de un sacristán: para organizar cantos, celebraciones litúrgicas, asistir a los sacerdotes y también lo eran por pertenecer a los descendientes de la tribu de Leví. También ve la situación, igualmente da un rodeo y pasa de largo.

La narración de la parábola se rompe cuando entra en escena un samaritano cuya actitud contrasta y pone en evidencia a los servidores del Templo. Jesús no inventa este personaje de manera casual, hay una clara intención de desmontar los elementos inútiles, perjudiciales y deshumanizadores de la ley. Los samaritanos eran muy mal vistos por los judíos porque creían en otros dioses o en ninguno y no pertenecían al Pueblo elegido. El samaritano no tiene ataduras a la ley, no se centra en su cumplimiento estricto, trasciende las normas paralizantes y es libre de lo más dogmático y cerrado. Su proceso de reacción es una clara referencia a lo que Jesús quiere que vivamos con respecto al prójimo. Primero siente com-pasión, es decir, padecer (sentir) con… Sus emociones se despiertan de una manera empática, se pone en el lugar del malherido y se hace hermano de su sufrimiento. Pero no es suficiente este primer paso. Con frecuencia nos quedamos en este universo emocional, que no está mal, pero raquítico para resolver lo que padecen nuestros hermanos y hermanas sufrientes. Esta com-pasión moviliza al samaritano para actuar. Dice el texto que con miseri-cordia, es decir, poniendo corazón en la miseria y necesidad, actuando de manera concreta y dando de sí mismo mucho más que un sentimiento. Esta es la ruta que Jesús vivió y que somos llamados a vivir todos sus seguidores y seguidoras. Sólo desde esa liberación del ritualismo, del deber hacer de una manera automática, de vivir sometidos a estrechas normas, se puede despertar nuestra capacidad de compromiso auténtico.

No olvidemos que el origen de esta situación parte de un maestro de la ley que busca respuestas para alcanzar la vida eterna, para salvarse. Jesús es radical en su propuesta a través de esta parábola. La salvación o plenitud humana pasa por reconocer mi dignidad y la dignidad de quien tengo al lado, no porque hacer el bien me vaya a “salvar” sino porque es mi hermano, mi hermana, y vamos a “salvarnos” juntos. Mirar al prójimo desde los aspectos más periféricos, sus roles, culturas, ideologías, nos va a conducir a una vida individualista, insolidaria, enfrentada y egocéntrica.

¿Cuáles son esos rodeos que damos en la vida para no hacernos cargo de nuestro prójimo? ¿Qué nos ata de tal manera que nos conformamos con tener la conciencia tranquila porque “sentimos” el dolor del otro? ¿Por qué no terminamos de asentarnos en una fe madura, adulta, comprometida y transformadora? Quizá este domingo sea una oportunidad para intentar liberarnos de aquello que nos paraliza y nos sigue manteniendo en nuestra zona de confort religiosa. Y claro que podemos conseguirlo si conectamos con lo esencial que somos y con quien nos hace SER permanentemente.

FELIZ DOMINGO

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Provocación, Subversión, Compasión

Domingo, 10 de julio de 2022
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2355BAF6-A7D3-46B3-9603-F028831AFD6EDomingo XV del Tiempo Ordinario

10 julio 2022

Lc 10, 25-37

La conocida como “parábola del buen samaritano” constituye una joya universal y atemporal de humanidad, aunando en sí misma provocación, subversión y compasión.

Es un texto provocativo (literalmente, pro-vocar significa “llamar hacia adelante”) que busca desinstalar de creencias y seguridades rutinarias. Trasciende la formulación de la Ley y sus preguntas –“¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”-, llevando al interlocutor del mundo de las creencias a la realidad de la persona necesitada.

Es un texto subversivo, que coloca como prototipo de bondad a alguien (“un samaritano”) que era considerado “hereje” y “pecador” -alguien a quien la religión despreciaba-, al tiempo que muestra al sacerdote y al levita -los hombres del Templo- como errados en su comportamiento legalista.

Es un texto que sitúa la compasión como criterio definitivo de verdad y de acierto. ¿Cómo hacer para acertar en la vida? Brindando ayuda a la persona en necesidad. En ese principio se centra toda la práctica propuesta por Jesús: “Haz tú lo mismo”.

¿Qué lugar ocupa la compasión en mi vida?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Dios es un “buen samaritano”

Domingo, 10 de julio de 2022
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Ferdinand Hodler El buen samaritano, 1885Del blog de Tomás Muro la Verdad es libre:

01.- Compasión

Compasión significa “padecer-con”, “compadecerse”.

Al Evangelio de San Lucas se le conoce como el evangelio de la misericordia, de la bondad. Jesús en este evangelio siente compasión, siente lástima:

  • Jesús siente lástima ante la viuda cuyo hijo ha muerto. (Lc 7,13).
  • El Padre siente compasión ante su hijo perdido (hijo pródigo) (Lc 15,20).
  • El samaritano siente compasión, recoge y ayuda a aquel hombre que había quedado medio muerto en el camino de la vida, (hemos escuchado hoy).

Jesús fue un hombre de misericordia, que siente compasión y lástima ante el sufrimiento humano: sea ante los enfermos físicos o psíquicos, sea ante los pobres y débiles, sea ante la muerte.

Y Jesús es expresión –Palabra- de Dios. Jesús nos refleja quién y cómo es Dios: un Dios de misericordia y compasión. El Dios de Jesús es bueno. Haríamos bien en “cancelar del windows” que nos han enseñado la idea de un Dios justiciero y castigador. El Dios de Jesús es bueno, siente compasión de nosotros.

Sentir cercanía, compasión ante el dolor humano hace bien a todos y ese es el tono vital del cristianismo.

Ser cristiano es ser buen samaritano: sentir compasión.

02.- La religión.

Los sistemas religiosos viven en otros esquemas. El sacerdote (hombre de la ley religiosa) tenía motivos para no mancharse con la sangre del hombre malherido. La sangre le convertía en impuro.

Lo mismo el levita (hombre del Templo y del culto), tenía que acudir a celebrar los ritos religiosos correspondientes.

Por eso pasan de largo ante el hombre malherido, ante el sufrimiento humano. Tienen que cumplir con sus deberes religiosos. Su obligación religiosa se complicaba si atendían al herido.

Muchas veces los ministros del Templo dejamos a la gente malherida. Un hereje (samaritano) es quien se compadece y pone los medios para sanar al maltrecho en la vida.

Solo un hombre extranjero, medio pagano (samaritano), mal considerado por la ley y por el Templo, es quien siente lástima, se conmueve, interrumpe su viaje, su tiempo, su dinero y ayuda al que estaba abandonado en la carretera.

Bonhoeffer (1906-1945; ahorcado por los nazis en 1945) estando encarcelado escribió un puñado de cartas clandestinas a un amigo suyo (E. Betghe). En una de estas cartas dice: Hemos llegado a un tiempo en el que hemos de vivir cristianismo sin religión. La Iglesia del Reich apoyaba e iba hacia el Imperio. La Iglesia testimonial de Bonhoeffer, Betghe, Tillich, etc. propugnaba un cristianismo de misericordia, de salvar vida de los judíos…

    La afirmación: un cristianismo sin religión, causa un cierto vértigo. Pero, tal vez, hemos olvidado lo que es la compasión y la misericordia y nos pasamos la vida discutiendo un dogma, un rito litúrgico, unos modos eclesiásticos y pasamos de largo, como el sacerdote y el levita, ante el sufrimiento humano.

    En la parábola del buen samaritano no aparece ni una sola palabra o gesto estrictamente religioso. No hay alusiones a la ley, al rito, al templo, a los sacrificios, al dogma, etc.

    El samaritano pasaba por allá y sintió lástima, se acercó y le vendó las heridas, lo llevó al “hospital”, lo cuidó, pagó la factura del hospital (dos denarios), se comprometió a volver y puso todo lo que pudo para ayudar al otro.

03.- ¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?

La parábola del Buen Samaritano comienza con la pregunta de un maestro de la ley: qué hay que hacer para tener Vida, vida definitiva, que dirá San Juan.

Si pensamos un poco a fondo es también nuestra cuestión y nuestro problema. ¿Qué hay que hacer en este pueblo y en esta civilización nuestra para tener vida, para poder vivir? Lo que está en juego es la Vida. ¿Cómo vivir bien?

¿Qué hay que hacer en la vida familiar, social, cultural, política, en la vida eclesial  para que podamos vivir, para tener vida?

¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?

Sentir lástima, compasión.

    ¿La vida nos vendrá de la economía, de la democracia, de la sinodalidad, etc…?

La vida nos vendrá de o por la compasión.

Jesús siente lástima, compasión.

    Es casi ilusorio pensar que Ucrania y Rusia sientan compasión. La pacificación de nuestro pueblo, víctimas de la violencia, etc…, encontrarán vida  en la compasión, en sentir lástima por lo sucedido.

    Los viejos conflictos familiares necesitan compasión y sentir lástima.

Lo cristiano -y lo humano- está en la actitud del samaritano: sintió lástima.

Quizás dentro y fuera de la Iglesia, en los ámbitos educativos, políticos y eclesiásticos se nos ha olvidado ya lo que es sentir lástima y misericordia.

Vivimos de otros criterios, de otros valores. Pero se nos ha olvidado lo fundamental: el perdón, la misericordia, sentir lástima, compasión. (Hace unos días Ortega expulsaba de Nicaragua a las misioneras de los pobres de la Madre Teresa de Calcuta).

Gracias a Dios que la Iglesia del papa Francisco recupera la lógica del buen samaritano, de lo viviente, del que sufre, de los refugiados, etc., y Francisco clausura un periodo en el que la religión, la moral y la política estaban enfermas de abstracción y dureza, más interesados en la condición téorica y fantasmal de la corrección dogmática que en el prójimo y el que sufre. La Iglesia de Francisco ha pasado de ser la “santa Inquisición” a ser un hospital de campaña donde se curan heridas.

La profundidad de Dios es que Él mismo, Dios es un buen samaritano que nos acompaña en la vida. La hondura de Dios es bondad, no rito, ley ni dogma.

Prójimo es el malherido y quien sintió lástima y practicó misericordia.

 Anda y haz  tú lo mismo.

Cuando sufre un hombre y llora sin consuelo.
Cuando espera y no se cansa de esperar.
Cuando amamos el sentir de los sencillos.
VA DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR.
VA DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR.

Oración de los fieles

+   Oramos por los que están caídos, medio muertos por las cunetas de la vida: drogadictos, depresivos, emigrantes, mujeres con malos tratos, encarcelados, pobres, sin techo…

Ayúdanos a ser buenos samaritanos:

anda y haz tú lo mismo.

+   Recordamos con afecto al papa Francisco. Ayúdale, Señor, a devolver a la Iglesia el rostro amable de la bondad.

    Ayúdanos a ser buenos samaritanos:

anda y haz tú lo mismo.

+   Oramos por quienes recibieron una mala y legalista educación religiosa y moral: que descubramos que Tú eres misericordia y buen samaritano.

    Ayúdanos a ser buenos samaritanos:

anda y haz tú lo mismo.

Prefacio y Plegaria Eucarística

Te damos gracias, Padre, por Jesucristo, hijo tuyo y hermano nuestro.

Él es el buen samaritano de la humanidad, que se ha acercado a nosotros, malheridos en la vida.

Tú nos revelas, Padre nuestro, que aunque nos hemos quedado tirados fuera del camino, Jesús camina con nosotros, venda y unge nuestras heridas.

Gracias, Padre, porque no andamos solos por la vida ni marchamos a la deriva y perdidos.

Tú eres presencia constante a nuestro lado.

Te damos gracias por quienes saben pararse para ayudar a quien lo necesita.

Así nos sentimos reconfortados, con ánimo y fuertes.

Con alegría y unidos a la creación, te cantamos:

Kanta dezagun denok hau da egun alaia
Kristo piztu da eta kanta aleluia.
poztu famili, poztu gurasoak,
poztu biziak, poztu hildakoak.

Eres bueno de verdad, Señor, porque has querido que Cristo, tu Hijo, descienda hasta lo más profundo de los infiernos, es decir, hasta lo más hondo del dolor, de la soledad y del abandono.

Nos ha entregado todo, su vida, su esperanza, su Espíritu.

Jesús, la noche en que iba a ser entregado …

Llegando a la encrucijada, Tú proseguías, Señor; Te dimos nuestra posada, techo, comida y calor.

Sentados como amigos a compartir el cenar, Allí te conocimos al repartirnos el pan.

Que el Espíritu nos impulse a salir de nuestras cerrazones, a levantarnos de nuestros hundimientos y caídas y a llegar hasta la casa paterna.

Acuérdate, Padre, de tu Iglesia, y de todas las tradiciones cristianas, de los cristianos perseguidos.

Oramos por las misiones.

Oramos por los que creen y por los que no tienen fe.

Despeja el horizonte de todos los que se hallan desorientados en la vida

Gracias porque, como buen samaritano, acoges a todos los que llegan a Ti malheridos de la vida.

Gracias Padre, Hijo y Espíritu. Amén.

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Ya hay demasiados mártires…

Martes, 15 de marzo de 2022
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Seas bendito, oh eterno Dios. Que cesen toda venganza, la incitación al castigo o a la recompensa. Los delitos han superado toda medida, todo entendimiento. Ya hay demasiados mártires. No peses sus sufrimientos en la balanza de tu justicia, Señor, y no dejes que estos carniceros se ceben con nosotros. Que se venguen de otro modo.

Da a los verdugos, a los delatores, a los traidores y a todos los hombres malvados el valor, la fuerza espiritual de los otros, su humildad, su dignidad, su continua lucha interior y su esperanza invencible, la sonrisa capaz de borrar las lágrimas, su amor, sus corazones destrozados pero firmes y confiados ante la muerte, sí, hasta el momento de la más extrema debilidad […].

Que todo esto se deposite ante ti, Señor, para el perdón de los pecados como rescate para que triunfe la justicia; que se lleve cuenta del bien y no del mal. Que permanezcamos en el recuerdo de nuestros enemigos no como sus víctimas, ni como una pesadilla, ni como espectros que siguen sus pasos, sino como apoyo en su lucha por destruir el furor de sus pasiones criminales. No les pediremos nada más. Y cuando todo esto acabe, concédenos vivir como hombres entre los hombres y que la paz reine sobre nuestra pobre tierra. Paz para los hombres de buena voluntad y para todos los demás.

*

Oración anónima, escrita en yiddish,
Encontrada en Auschwitz-Birkenau,
cit. en B. Ducruet, Con la pace nel cuore, Milán 1998, 42s.

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Pero ¿quién es el prójimo que debo amar?

Miércoles, 17 de noviembre de 2021
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el-pensador-auguste-rodinDel blog Esperanza radical:

 Realmente, los seres humanos no sabemos de dónde venimos. Sin duda, somos un producto avanzado del universo, tal vez el último eslabón de una larga cadena de evolución que ha hecho aparecer la vida sobre el planeta tierra. Mirando hacia atrás, nos asombra ver que nuestro desarrollo craneal y el inicial despegue de los ecosistemas nos llevó a la condición de seres autónomos, capaces de obrar libremente e incluso de dominar y someter la naturaleza a la conveniencia propia. Y tampoco sabemos adónde vamos, pues un gran misterio envuelve nuestro inexorable destino, al que solo podemos enfrentarnos armados de esperanza ciega, radical. Y, desde luego, no nos conocemos a nosotros mismos, pues no somos conscientes de la envergadura del potencial que nos otorga nuestra condición humana, razón por la que sería muy aventurado, pongamos por caso, vaticinar cómo serán, comparados con nosotros, los hombres que vivan dentro de mil años. Nuestras hazañas se han limitado a ir arañando, pasito a paso, gotas de verdad al universo del que formamos parte, pero es tanto lo que nos queda por descubrir que los más introducidos en el tema hablan de que todavía no hemos llegado a conocer ni el 5% de su contenido.

Por todo ello, debemos confesar, abierta y humildemente, que no sabemos a ciencia cierta de dónde venimos, adónde vamos y quiénes somos. Pero no hay duda alguna de que venimos de algún lugar (entidad) y de que somos un algo (entidad) que camina hacia algún destino (entidad), y es que el ser que somos, diametralmente opuesto a la nada de la que solo podemos servirnos como concepto dialéctico, jamás podrá identificarse con ella. Mucho peor lo tienen nuestros congéneres, los demás animales, que ni siquiera pueden plantearse tan entretenidas cuestiones y cuyo periplo vital les obliga a limitarse a nacer, a vivir comiendo y a procrearse copulando para, finalmente, morir sin ni siquiera tener conciencia de ello. Sin embargo, es muy curioso que, en el cúmulo de ignorancias referidas a nuestro entorno y a nosotros mismos, haya “palabras que quedarán en la memoria”, tal como nos asegura el libro del Deuteronomio en el texto recogido en la primera lectura de la liturgia de este domingo, y también es curiosa, por su claridad y contundencia, la sublime respuesta de Jesús al escriba que le pregunta cuál es el primer mandamiento, recogida en el relato del evangelio de hoy. Choca que, ignorando tanto sobre nosotros mismos, haya verdades a las que podamos asirnos y, sobre todo, que nos conste con meridiana claridad cuál es el primer y único mandamiento por el que deben regirse nuestras vidas.

Por lo demás, subrayemos el contraste entre el texto de Hebreos de la segunda lectura de hoy y el que comentamos el domingo pasado en relación a Jesús como sumo sacerdote. El texto de hoy, rebasando la cicatería del anterior, nos lo presenta sin limitación ni debilidad alguna, pues dice de él que es “santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo”. De este sumo sacerdote sí que podemos decir, con el salmo, que es nuestra roca, nuestro alcázar, nuestro libertador, nuestra peña, nuestro refugio, nuestro escudo, nuestra fuerza salvadora y nuestro baluarte, sirviéndonos de un lenguaje que trasluce un fondo bélico en el que Dios interviene como gran valedor y defensor de su pueblo.

Sin salirse del contexto de fortaleza y perfección que le son propias, el evangelio de hoy nos lleva afortunadamente a otro escenario para mostrarnos un Jesús sabio, menos alambicado y muchísimo más cercano, a la hora de entablar un diálogo fluido y abierto que le permite el acercamiento y la conversación llana y directa con el escriba ansioso de claridad. Frente a la dificultad de establecer una jerarquía entre los muchos mandamientos que contiene la ley, Jesús sorprende a su interlocutor con una respuesta asombrosa que pulveriza toda posible jerarquización, pues simplifica maravillosamente la complejidad legislativa al hacerla confluir en la dirección del mandamiento más coherente y de sentido común que cabe imaginar: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”, mandamiento que lleva adosada, como reflejo o como proyección, la obligación de amar “a tu prójimo como a ti mismo”.

El peso del propio egoísmo nos impide muchas veces no solo ponernos en el lugar del otro, lo que ciertamente es difícil, sino también identificarnos con él, lo que requiere incluso una buena dosis de heroísmo. Pero, por difícil que resulte, esa es la clave del proceder cristiano, claramente reflejada en el único mandamiento válido, el del amor que, a través del prójimo, nos lleva a Dios. Asombra ver la cantidad de cosas que los humanos especulamos a la hora de referirnos al cristianismo, rompiéndonos la cabeza con sus contenidos dogmáticos, y, sobre todo, la obsesión que tenemos con el tema de la “verdad”, y, más en particular, la cantidad de tácticas pastorales que proyectamos para que el mensaje de Jesús, su pan de vida y su bebida de salvación, sirva de alimento también a los seres humanos de nuestro tiempo. Y, sin embargo, el único mandamiento a que Jesús se atiene, que engloba cuanto es el cristianismo y lo que los cristianos debemos hacer, se limita a algo tan claro y simple como amar a Dios con todas nuestras fuerzas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Invito a los seguidores de este blog a reflexionar hoy en profundidad sobre tan clara y bella “verdad” para despejar su mente e inyectar energía a su corazón. Estoy seguro de que, de hacerlo, se sentirán felices, sensación difusa de seguridad y bienestar que, desgraciadamente, tantas veces nos conduce por senderos equivocados y que con frecuencia nos despeña en los acantilados que nos salen al paso. Todos buscamos ansiosamente la felicidad. ¿Alguien podría medir de alguna manera la fuerza y el empuje del instinto de supervivencia y el tesón con que procuramos no solo evitar cuanto nos hiere, sino también conseguir todo aquello que nos place?

Me refiero al amor incondicional que nos profesamos a nosotros mismos, al trabajo que realizamos en el ancho campo de continua acción benevolente que somos. Podría decirse que nos amamos a nosotros mismos hasta los tuétanos. Pues bien, ese es precisamente el amor con que el mandamiento divino, rubricado por Jesús, nos dice que debemos amar a nuestro prójimo, sabiendo que nuestro prójimo es todo ser humano sin excepción, un ser que nos rodea por todas partes y que indefectiblemente se nos muestra necesitado de amor. Pero amar al prójimo, sobre todo con la intensidad con que lo hacemos a nosotros mismos, no es fácil, pues requiere un gran esfuerzo y un sufrido sacrificio que, como recompensa, nos deparan la grata sorpresa de descubrir que el amor a nosotros mismos solo se nutre del amor al otro, igual que el amor que debemos a Dios solo se concreta en el que profesamos a quienes nos reflejan su rostro, nuestros semejantes. Y así, el prójimo no solo es el único aeropuerto desde el que podemos despegar hacia Dios, sino también el único huerto que podemos cultivar para alimentarnos nosotros mismos. Los cristianos nunca deberíamos olvidar que todos los seres humanos formamos un único cuerpo, “el cuerpo místico” del que Jesús es la cabeza.

Ramón Hernández Martín

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Amor

Martes, 16 de noviembre de 2021
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Del blog Nova Bella:

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La plenitud del amor al prójimo consiste en ser capaz de hacer una pregunta a los demás:

¿cuál es tu tormento?


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Simone Weil

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El prójimo

Martes, 16 de febrero de 2021
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Si os resulta difícil interesaros por el prójimo, reflexionad sobre el hecho de que no podéis alcanzar la bienaventuranza de ningún otro modo. Suponed que se declara un incendio en una casa: algunos vecinos, preocupados sólo por sus cosas, no se preocupan de alejar el peligro. Cierran la puerta y se quedan en sus casas, temiendo que entre alguien y les robe. Pues bien, sufrirán un gran castigo. El fuego crecerá y quemará todos sus bienes. Y ellos, por no haberse interesado por el prójimo, perderán también lo que tienen.

        Dios ha querido unir entre sí a los hombres, y para ello ha imprimido en las cosas la ley de que el beneficio del prójimo vaya ligado al de cada uno. Y, de este modo, subsiste todo el mundo. Así sucede también en la nave si el capitán, al estallar la tempestad, sacrifica el bien de muchos buscando sólo su propia salvación: en seguida se ahogarán tanto los otros como él mismo. Así sucede en todas las ocasiones: si se tiene en cuenta únicamente el propio interés, no podrán sostenerse ni la vida ni el mismo arte.

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Juan Crisóstomo,
Homilías sobre la primera carta a los Corintios, 25,4.

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Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado

Domingo, 25 de octubre de 2020
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Antes de la venida de Jesús, los imprecaciones de los profetas recordaban que los sacrificios no le agradaban o Dios y que era imposible darle culto sin un corazón humilde que no practicara la justicia con el prójimo   Un par de frases sólidas de los labios de Cristo nos bastan para que sepamos qué meditar y qué hacer hasta el final del mundo: “Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos o tos otros”. ¡Y es todo!

¿Por qué este mandamiento es nuevo? Antes de pronunciar estas palabras, a la pregunta: “Cual es el mandamiento mas importante de la Ley”, Jesús no hace otra cosa que recordar la Ley: “Amarás at Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todo tu alma y con todo tu mente. Este es el primer mandamiento y el más importante. El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como o ti mismo. En estos dos mandamientos se basó toda  la ‘Ley y los profetas’”. Después de recordar que en el Antiguo Testamento esté escrito:‘Amarás a tu prójimo, odiarás a tu enemigo”, “Ojo por ojo, diente por diente”, Jesús añade: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen; a quien os abofetee en la mejilla derecha presentadle también la otr”. Entiéndase: esto no es una aplicación, sino una consecuencia,

Lo nuevo en el mandamiento de amarnos unos a otros es, desde ahora, amar a nuestros hermanos como Jesús nos ama [..,]. Y aun hoy otro aspecto de este mandamiento del Señor, no siempre bien comprendido, sobre el que debemos reflexionar brevemente. En efecto, en el mandamiento de la Ley tenemos que amar al prójimo “como a ti mismo”. Se ha visto en esta  término uno especie de “minimización” del amor o los otros y casi la justificación de una solapada prudencia egoísta. Y ciertamente, no estamos obligados a amar o nuestros hermanos más que a nosotros mismos. No tenemos que pretender excesivas cosas con los otros, ya que es necesario empezar por nosotros mismos. Y se acaba con una filosofía de la vida muy mediocre y con una concepción muy humana y egoísta del amor al prójimo. El Señor repite este mandamiento y lo asume como propio .

*

René Voillaume,
Con Jesús en el desierto, Brescio i969, 103ss

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En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

“Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”

Él le dijo:

“”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.”Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.

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Mateo 22,34-40

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“No olvidar lo esencial”. 30 Tiempo ordinario – A (Mateo 22,34-40)

Domingo, 25 de octubre de 2020
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201110211226393d6463No era fácil para los contemporáneos de Jesús tener una visión clara de lo que constituía el núcleo de su religión. La gente sencilla se sentía perdida. Los escribas hablaban de seiscientos trece mandamientos contenidos en la ley. ¿Cómo orientarse en una red tan complicada de preceptos y prohibiciones? En algún momento, el planteamiento llegó hasta Jesús: ¿qué es lo más importante y decisivo? ¿Cuál es el mandamiento principal, el que puede dar sentido a los demás?

Jesús no se lo pensó dos veces y respondió recordando unas palabras que todos los judíos varones repetían diariamente al comienzo y al final del día: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Él mismo había pronunciado aquella mañana estas palabras. A él le ayudaban a vivir centrado en Dios. Esto era lo primero para él.

Enseguida añadió algo que nadie le había preguntado: «El segundo mandato es: amarás a tu prójimo como a ti mismo». Nada hay más importante que estos dos mandamientos. Para Jesús son inseparables. No se puede amar a Dios y desentenderse del vecino.

A nosotros se nos ocurren muchas preguntas. ¿Qué es amar a Dios? ¿Cómo se puede amar a alguien a quien no es posible siquiera ver? Al hablar del amor a Dios, los hebreos no pensaban en los sentimientos que pueden nacer en nuestro corazón. La fe en Dios no consiste en un «estado de ánimo». Amar a Dios es sencillamente centrar la vida en él para vivirlo todo desde su voluntad.

Por eso añade Jesús el segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir olvidado de gente que sufre y a la que Dios ama tanto. No hay un «espacio sagrado» en el que podamos «entendernos» a solas con Dios, de espaldas a los demás. Un amor a Dios que olvida a sus hijos e hijas es una gran mentira.

La religión cristiana les resulta hoy a no pocos complicada y difícil de entender. Probablemente necesitamos en la Iglesia un proceso de concentración en lo esencial para desprendernos de añadidos secundarios y quedarnos con lo importante: amar a Dios con todas mis fuerzas y querer a los demás como me quiero a mí mismo.

José Antonio Pagola

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“Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo”. Domingo 25 de octubre de 2020. 30º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 25 de octubre de 2020
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53-OrdinarioA30Leído en Koinonia:

Éxodo 22,20-26: Si explotáis a viudas y huérfanos, se encenderá mi ira contra vosotros.
Salmo responsorial: 17: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
1Tesalonicenses 1,5c-10:Abandonasteis los ídolos para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo.
Mateo 22,34-40: Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.

Podríamos decir que hoy comenzamos la recta final del año litúrgico; esto significa que dentro de un mes estaremos finalizando un ciclo para dar inicio al siguiente. Nos vienen entonces de maravilla las lecturas de hoy para que desde ya comencemos a revisar nuestra vida de fe y cada una de nuestras acciones a lo largo de este año y para que nos preparemos de manera adecuada para vivir con más radicalidad y compromiso el año que viene. La frase clave del pasado domingo nos puede ayudar a entender con más precisión el mensaje de hoy y el de los próximos domingos. Escuchamos hace ocho días la bien conocida frase de Jesús: “den al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Centrémonos en lo que hay que dar a Dios; de este modo, lo que habría que “dar al césar” tendrá que ir disminuyendo cada día más y más, pues en la medida que vamos ampliando nuestra conciencia de ciudadanos/as del Reino, todo lo que somos y tenemos estará únicamente en función de ese proyecto de Reino que es la sociedad solidaria, igualitaria y fraterna; el “césar” y su sistema, tendrán que desaparecer, por fuerza. Y la manera práctica cómo Dios tiene en mente la creación de ese sistema humano social distinto al egipcio, lo expone maravillosamente en el Sinaí, en el contexto de la Alianza con su pueblo. Para ello se vale de tres figuras que simbolizan lo que NO es su proyecto: la viuda, como símbolo del más desvalido de los seres por no tener un macho que le de identidad; el forastero, por no tener un pedazo de tierra donde realizar su proyecto personal y familiar, y el que no posee nada y va de préstamo en préstamo, como símbolo del indigente. Si el seguidor de Yahveh pasa por alto estos tres extremos o declaradamente se aprovecha de su situación, o no hace nada por mejorarla (lo más común aún en nuestros días), él mismo está atrayendo sobre sí la desgracia por ir en contravía del proyecto de la justicia que es la esencia misma del proyecto de Dios que mueve todo el aparato liberador de Egipto. Nada más claro para ayudarnos a entender, además, el pasaje del evangelio que hoy escuchamos; Jesús sienta su posición respecto al camino que hay que seguir si se quiere estar en sintonía auténtica con el proyecto del Padre: no es el legalismo, no es la preocupación de si estamos o no cumpliendo este o aquel mandato; no se puede dudar: “ama a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”; en esto se resume toda la Revelación de Dios.

La legislación de Israel estaba orientada a mitigar los efectos del empobrecimiento de las grandes masas de campesinos. El exilio, el desplazamiento forzado por causa de la guerra, la usura… se convertían en una amenaza para la convivencia y, sobretodo, contradecían los fundamentos éticos del pueblo de Dios.

El «código de la alianza» hacía énfasis, no sólo en las rúbricas litúrgicas o en las orientaciones religiosas, sino en la protección de los sectores más vulnerables de la sociedad: forasteros, viudas, huérfanos, jornaleros y pobres en general. Los forasteros porque, en la mayoría de los casos, eran exiliados de la guerra que habían sufrido el desplazamiento forzado y llegaban a las tierras de Israel sin otro recurso que sus propias manos. La legislación recuerda los beneficios del éxodo y el cambio de situación del pueblo hebreo que pasó de la servidumbre a la libertad. Las viudas y los huérfanos estaban a merced de los parientes varones que detentaban el monopolio jurídico de la tierra. Los jornaleros estaban a merced de los terratenientes que les pagaban cuando se les venía en gana y no al terminar el día, como lo determinaba la Ley. El clamor de estas personas se convertía en una preocupación del Dios liberador que no podía dejar impune a los opresores, explotadores y usureros.

Un hombre del antiguo Israel, como Jesús, se sorprendería al ver que nuestra sociedad se basa en la usura. Para ellos, los exagerados intereses de una deuda eran una auténtica vergüenza. Y más se asustaría al saber que los grandes usureros gobiernan las políticas de los países y determinan quién vivirá satisfecho y cuantos millones de pobres morirán de hambre. La usura es, en la Biblia, un delito comparable sólo con el asesinato. La usura es la mayor amenaza para la gente pobre que se ve obligada a empeñar hasta la propia ropa para poder comer. La usura se origina en la injusta percepción de los valores sociales, pues la ambición y la acumulación se convierten en el objetivo de las relaciones sociales, quitándoles su carácter de gratuidad y solidaridad.

Esta situación queda consagrada igualmente en el plano internacional. Tan consagrada, que se considera «natural» la situación de sometimiento absoluto con el que las finanzas internacionales, impúdicamente especulativas, dominan la vida y el trabajo de las mayorías de los distintos países, mediante la subida y la bajada, casi enteramente caprichosa, de los intereses de «los mercados» internacionales. Hace unos años fue con la Deuda Externa: países enteros gravados con deudas que equivalían a muchas veces su producto nacional bruto anual… es decir, que debían todo lo que podían producir durante varios años, podríamos decir que de hecho se debían a sí mismos. Y todo ello, proviniendo de unos préstamos que habían sido ofrecidos a intereses bajísimos, pero «fluctuantes», intereses que una vez contraídas las deudas fueron internacionalmente alzados hasta un 18%, cuando a lo largo de la historia tales intereses nunca habían subido más allá de un 6%. En los préstamos personales sabemos cuándo unos intereses comienzan a ser usureros. ¿Por qué no se sabe en qué cifra de interés comienza la «usura» en el plano internacional? ¿No estamos viviendo una situación de usura en el sistema financiero internacional? Solemos pensar que el mundo civilizado y moderno es muy distinto de aquel mundo de masas pobres y de esclavos que no eran dueños de sí mismos, pero la diferencia no es tan grande: las grandes estructuras de injusticia son ahora mucho más complejas, sofisticadas y masivas.

 Pablo interpreta el paso de una mentalidad legalista y opresora, hacia una mentalidad creativa y liberadora, como un cambio de la idolatría al culto al Dios verdadero, al Dios de la Vida. Mientras los hebreos eran prisioneros de los interminables preceptos de la Ley (la escrita y la oral), los así llamados paganos eran esclavos de la incesante marea de modas de pensamiento y de religiones que les impedían descubrirse a sí mismos como esclavos de la idolatría del imperio. Pablo propone a los gentiles no una religión más, sino un nuevo estilo de vida donde el discernimiento, la gratuidad y la conciencia de ser libres constituía el fundamento de la relación con Dios y con el prójimo.

 El evangelio apunta, precisamente, en la misma dirección al mostrarnos que para Jesús, el fundamento de la relación con Dios y el prójimo es el amor solidario. Jesús sintetiza el decálogo y casi toda la legislación en su principio de amor fraternal y recíproco.

Los juristas gustaban de probar los conocimientos que Jesús tenía sobre la Ley. Para ellos el mandamiento más importante era la observancia del sábado. Ese día debían dedicarse por completo al reposo y a escuchar la lectura de la Escritura. Con el tiempo convirtieron esta ley en una carga que a duras penas soportaban los pobres.

El sábado había dejado de ser fiesta del Señor y se había convertido en un día lúgubre, lleno de prescripciones ridículas que impedían a las personas movilizarse, cocinar e incluso auxiliar al necesitado.

Cuando los juristas preguntan a Jesús por la ley más importante esperan que el cometa un error y se pronuncie contra la Ley misma. Jesús se les adelanta y les hace ver que en la Ley lo más importante es el amor a Dios y el amor al prójimo. El amor es el espíritu mismo de la legislación divina.

Al colocar estos dos mandamientos como el eje de toda la Escritura, Jesús pone en primer lugar la actitud filial con respecto a Dios y la solidaridad interhumana como los fundamentos de toda la vida religiosa. Incluso, la adecuada interpretación de la Escritura (la Ley y los Profetas) depende de que sean comprendidos y asumidos estos dos imperativos éticos.

Nosotros vivimos hoy en sociedades que tienen muchas más normas que el pueblo judío, incluso nuestras iglesias tienen extensas legislaciones. Vivimos también en un mundo que tiene muchísimos más millones de pobres oprimidos bajo la usura internacional, que los pobres oprimidos por los que clamaron los profetas. La Palabra de Jesús que hoy recordamos y actualizamos en nuestra celebración es una invitación a sacudir nuestra pasividad, a recuperar la indignación ética ante la situación intolerable de este mundo llamado moderno y civilizado, y a volver a lo esencial del Evangelio, al mandamiento principal, a los dos amores. Leer más…

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Dom 25 octubre. 30 T0 Amar a Dios y amar al prójimo. Éste es el credo y mandamiento. de la Iglesia

Domingo, 25 de octubre de 2020
Comentarios desactivados en Dom 25 octubre. 30 T0 Amar a Dios y amar al prójimo. Éste es el credo y mandamiento. de la Iglesia

amar-al-projimoDel blog de Xabier Pikaza:

El credo cristiano consta de dos artículos: Amar a Dios y amar al prójimo. No es aceptar una verdades o artículos de fe, sino confiar en el don (Dios) de la vida y amar a los demás hombres (que son prójimos), vinculado ambos principios en un tipo de simbiosis radical…Esa fe activa que defina la vida de los creyentes…

Esa era también también la fe radical del AT… pero un tipo de rabinismo había tendido a insistir en un tipo de “obras” de tipo ceremonial, sacral y religioso. Muchos cristianos han vuelto a insistir en algo parecido, en un tipo de “obras” religiosas y de prohibiciones de tipo moralista. Jesús, en cambio, no tiene (no enseña) más fe ni mandamiento que amar a Dios (fuente de vida) y al prójimo como a uno mismo (es decir, en comunión conmigo). Quien dice que cree y no vive la fe (no ama) se está mintiendo a sí mismo.

24.10.2020 | X.Pikaza

Un amor, dos amores que son uno, en el principio de la Iglesia 

Mc 12, 28-34 había presentado esta escena como diálogo de Jesús con un escriba que está cerca del Reino de los cielos, de manera que ambos, el fariseo y Jesús, iban en una misma línea. Pues bien, según Mateo, este fariseos es un  escriba experto en leyes (nomikos), y no viene para aprender o compartir un camino, sino para tentar a Jesús(22,35), como el Diablo de 4, 11, que actuaba también como experto en leyes, apelando a textos de Deuteronomio y Salmos. Este fariseo no quiere conocer y cumplir el mandamiento mayor, sino “cazar” a Jesús por su doctrina (cf. 22, 25), en una disputa que no busca el conocimiento y diálogo mutuo, sino el engaño y condena[1].

22 34 Y los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron todos a una, 35 y uno de ellos, que era experto en la Ley (escriba), le preguntó para ponerlo a prueba: 36 Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? 37 Y él le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. 38 Éste es el mandamiento mayor y primero. 39 El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 En estos dos mandamientos se sostiene toda la Ley y los Profetas.

Éste es el primer credo cristiano, vinculado al credo israelita (y de alguna forma a la sahadamusulmana), que consta de dos artículos: el primero y más grande es amar a Dios; y el otro que es semejante, amar al prójimo. Se puede añadir que este doble mandamiento recoge la experiencia más profunda de la teología israelita, que se funda en el Shema (amar a Dios: Dt 6, 4-9; cf. también Dt 11, 13-21 y Num 15, 37-41) e incluye, en segundo lugar, el mandato de amar al prójimo, como propone Lev 19, 18 y otros textos semejantes.

Credo judío, credo universal. En esa línea, todo lo que dice este credo es judío, y puede ser aceptado por las religiones teístas que interpretan el amor como experiencia fundante de la vida. Este mandamiento se plantea desde el judaísmo, pero desborda sus fronteras[2].

‒ ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley? (22, 34-36). Ciertamente la pregunta es buena, aunque Mateo supone que ha sido preparada y formulada con malicia por los fariseos, que le siguen tentando (lo mismo que en el caso del tributo del César: 22, 15-16), mandándole a un maestro de la ley para que discuta con él. Pues bien, la malicia de la pregunta está en el hecho de que diversas escuelas judías discrepaban sobre el “primer” mandamiento y, sobre todo, en el hecho de que podía pensarse que Jesús no admitía el principio radical del judaísmo (confesar que Dios es uno), por dedicarse demasiado a la causa de los hombres (pareciendo a veces que por ayudar a los necesitados dejaba en un segundo plano a Dios).

Los fariseos que así preguntan son cuidadosos en cumplir los mandatos. Además, en contra de lo que suele decirse, su problema no está en que los mandatos sean numerosos (más tarde se dirá que hay 248 positivos y 365 negativos, en total 613), pues la mayoría resultaban obvios en aquella sociedad. El problema consistía en “organizarlos”, insistiendo en el más importante, y entendiendo los demás como una aplicación o consecuencia. En esa línea podían citarse maestros como Hilel que estaban cerca de Jesús (o viceversa)[3].

 ‒ No hay un solo mandamiento, sino dos (22, 37-39). Le piden que diga cuál el más grande (megalê), como si hubiera uno mayor, por encima de los demás, y él ha respondido que hay uno que es grande y primero (mega,lh kai. prw,th), para añadir inmediatamente que hay otro semejante(o`moi,a). (a) El grande y primero es amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…, como dice el shema (escucha Israel, el Señor tu Dios es Uno…: Dt 6, 5), y en esa línea Jesús se muestra plenamente judío, pues mantiene el amor (=fidelidad) a Dios por encima de todas las cosas. (b) Pero Jesús añade que hay un segundo mandamiento, semejante (homoia): amarás a tu prójimo como a ti mismo (cf. Lev 19, 18).

Esta respuesta es decisiva para interpretar el movimiento de Jesús, tanto por lo que añade como por lo que niega. (a) Jesús añade algo fundamental: Junto al amor a Dios hay otro amor (fidelidad) semejante, en relación con el prójimo. Eso significa que, en un sentido, él ha puesto al prójimo al mismo nivel práctico que a Dios, igualando en importancia los dos mandamientos. (b) Jesús ha citado sólo un segundo mandamiento (amor al prójimo), semejante al primero, de manera que margina todos los restantes mandamientos, sean dos o seiscientos. De esa forma devalúa en su raíz la multitud de los preceptos legales del judaísmo nacional que, a su juicio, sólo tienen valor en la medida en que pueden tomarse como consecuencia (o expresión) del amor a Dios y al prójimo. Leer más…

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“Aprenda a salvarse en treinta segundos”. Domingo 30. Ciclo A.

Domingo, 25 de octubre de 2020
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mandamientosDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj: 

¿Cuál es el mandamiento principal? Muchos católicos responderían: «Ir a misa el domingo». Los que piensan así probablemente no irán a misa este domingo. A los que piensen de otro modo y vayan, les gustará recordar lo que pensaba Jesús.

El problema de los contemporáneos de Jesús

En los domingos anteriores, diversos grupos religiosos se han ido enfrentado a Jesús, y no han salido bien parados. Los fariseos envían ahora a un especialista, un doctor de la Ley, que le plantea la pregunta sobre el mandamiento principal. Para comprenderla, debemos recordar que la antigua sinagoga contaba 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones), que se dividían en fáciles y difíciles: fáciles, los que exigían poco esfuer­zo o poco dinero; difíciles, los que exigían mucho dinero (como honrar padre y madre) o ponían en peligro la vida (la circuncisión). Generalmente se pensaba que los importantes eran los difíciles, y entre ellos estaban los relativos a la idolatría, la lascivia, el asesinato, la profanación del nombre divino, la santificación del sábado, la calumnia, el estudio de la Torá.

¿Se puede reducir todo a uno?

Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, de saber qué era lo más importante. Este deseo se encuentra en una anécdota a propósito de los famosos rabinos Shammai y Hillel, que vivie­ron pocos años antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammai y le dijo: «Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mien­tras aguanto a pata coja». Shammai lo despidió amenazándolo con una vara de medir que tenía en la mano. El pagano acudió entonces a Hillel, que le dijo: «Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpreta­ción” (Schabat 31a). También el Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) sintetizó toda la Ley en una sola frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran princi­pio general en la Torá».

La novedad de Jesús

Mateo había puesto en boca de Jesús una síntesis parecida al final del Sermón del Monte: «Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Pero en el evangelio de hoy Jesús responde con una cita expresa de la Escritura:

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús habla hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

̶ Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?

Él le dijo:

̶  Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.

            «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Deuteronomio 6,5). Son parte de las palabras que cualquier judío piadoso recita todos los días, al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. No peca de originalidad, sino que aduce lo que la fe está confesando continuamente.

            La novedad de la respuesta de Jesús radica en que le han preguntado por el manda­miento principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19,18). Una vez más, su respuesta entronca en la más auténtica tradición profética. Los profetas denunciaron continuamente el deseo del hombre de llegar a Dios por un camino individual e intimista, que olvida fácilmente al prójimo. Durante siglos, muchos israelitas, igual que muchos cristianos, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto, peregrinaciones, ofrendas para el templo, sacrificios costosos… Sin embargo, los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos preceptos, en la mentalidad de los profetas y de Jesús, están al mismo nivel, deben ir siempre unidos. «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas» (v.40).

El prójimo son los más pobres (1ª lectura)

            En esta misma línea, la primera lectura es muy significativa. Podían haber elegido el texto de Deuteronomio 6,4ss donde se dice lo mismo que Jesús al principio: «Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…» Sin embargo, han elegido un texto del Éxodo que subraya la preocupación por los inmigrantes, viudas y huérfanos, que son los grupos más débiles de la sociedad (la traducción que se usa en España dice los «forasteros», pero en realidad son los inmigrantes, los obligados a abandonar su patria en busca de la supervivencia, marroquíes, senegaleses, rumanos, etc.). Luego habla del préstamo, indicando dos normas: si se presta dinero, no se pueden cobrar intereses; si se pide el manto como garantía, hay que devolverlo antes de ponerse ponerse el sol, para que el pobre no pase frío. Es una forma de acentuar lo que dice Jesús: sin amor al prójimo, sobre todo sin amor y preocupación por los más pobres, no se puede amar a Dios.

Así dice el Señor: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos. Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»

El ejemplo de unos cristianos pobres (2ª lectura: 1 Tes 1,5c-10)

            La lectura de la primera carta a los Tesalonicenses, continuación del fragmento que leímos el domingo pasado, recuerda lo bien que acogieron «la Palabra, entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo». La continuación de la carta aclara que «tanta lucha» se refiere a las persecuciones de los judíos. La comunidad, quizá la más pobre de las que fundó Pablo, supo unir dos realidades aparentemente irreconciliables: sufrir y vivir alegres, gracias al Espíritu Santo. De este modo se convirtieron en modelo para otros muchos cristianos de Macedonia y Grecia y nos recuerdan el ejemplo parecido de otras comunidades actuales.

            El texto, aunque muy breve, contiene dos datos interesantes: 1) Resume la predicación de Pablo, al menos en sus primeros tiempos: el recurso para evitar el castigo futuro de Dios consiste en abandonar los ídolos, volverse al Dios verdadero y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús. 2) Hay comunidades cristianas no solo en Macedonia, sino también en Acaya y «en todas partes»; Acaya es la región situada al norte del Peloponeso, entre la región de Corintia y el mar Jónico. Esto demuestra que la predicación de Pablo y de los otros misioneros no se limitó a la ciudad de Corinto, sino que se extendió también hasta relativamente lejos.

Hermanos: Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegaste a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Desde vuestra comunidad, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes; vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que os hicimos: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que os librará del castigo futuro.

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Amor, defensas y sustitutos

Domingo, 25 de octubre de 2020
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Amor.2Domingo XXX del Tiempo Ordinario

25 octubre 2020

Mt 22, 34-40

La pregunta que los fariseos formulan a Jesús no era ociosa: por una parte, se trataba de una cuestión debatida entre ellos y, por otra, parecía necesario establecer una cierta jerarquía entre la jungla de normas que los propios fariseos habían desarrollado al comentar la Torá.

   La respuesta de Jesús se enmarca dentro de la ortodoxia tradicional: el primer mandamiento para un judío es el famoso Shemá Israel (“Escucha, Israel”), tal como fue recogido en el Libro del Deuteronomio (6,4-9). En su respuesta, Jesús une el Shemá Israel con el amor al prójimo. Lo que hace es anudar dos textos de la Torá: Deut 6,4-5 y Lev 19,18. Sin embargo, tampoco esta unión sería completamente original de Jesús, ya que su propio interlocutor –otro rabino– la reconoce del mismo modo.

     No es casual que diferentes tradiciones sapienciales, de un modo u otro, establezcan el amor como “el mandamiento más importante”. Porque tal “mandamiento” no depende de alguna voluntad arbitraria, sino que es expresión de la naturaleza de lo real. Al afirmar que el amor es “lo más importante” no se hace sino reconocer la unidad profunda de lo real, la no-separación de todo lo que es. Porque eso es el amor, no un sentimiento o emoción, sino la certeza de que no existe nada separado de nada, por lo que todo lo que hago a alguien o a algo me lo estoy haciendo a mí. Y es aquí justamente donde se enraíza la llamada regla de oro, presente en todas las tradiciones espirituales: “No hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti” o “trata a los demás como desearías que ellos te tratasen a ti”.

   Lo que ocurre es que, al querer amar, solemos encontrar no pocas resistencias. Por un lado, el amor humano es reactivo. Eso significa que, cuando no nos hemos sentido amados de un modo incondicional, nuestra propia capacidad de amar ha podido quedar bloqueada y nosotros mismos atrapados en diferentes mecanismos de defensa, al tratar de protegernos del sufrimiento generado por aquella carencia. Por otro, el miedo a darnos o entregarnos suele hacer que nos defendamos del amor, prefiriendo permanecer en nuestra zona de confort.

    A raíz de una parábola de Jesús, hace unas semanas comentaba que, en el nivel profundo, la realidad es como la fiesta de un banquete de bodas. Sin embargo, al no verla así –porque estamos alejados de aquella profundidad–, podemos pensarla como un castigo, un absurdo ­–“pasión inútil” la llamó algún filósofo existencialista–, una prueba o un aprendizaje. Y al alejarnos de aquella misma profundidad que es plenitud, buscamos sustitutos de la fiesta, para entre-tenernos –necesita entretenerse el que no se “tiene” a sí mismo–, en un intento desesperado de evitar la superficialidad y el vacío.

    Cuando desconectamos del amor –entendido como certeza de no separación–, nos alejamos de nosotros mismos y, en el mismo movimiento, de la vida que somos. Tal vez necesitemos recorrer el camino que nos permita mantener una cercanía amorosa con nosotros mismos y con toda la realidad, en la certeza de que somos uno con todo lo que es.

¿Amo o me distancio?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La experiencia cristiana más profunda es sentirse amablemente querido por Dios.

Domingo, 25 de octubre de 2020
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_21_1_1_1130_1.El amor es la actitud más realizadora y sanante del ser humano.

         Podríamos decir que las personas somos un entramado de dimensiones, que hemos de integrar bien en la vida para que resultemos equilibrados, serenos, pacíficos interiormente y en las relaciones con los demás.

         Somos seres corpóreos, inteligentes, sociales-políticos, libres, seres culturales, seres históricos, etc. Todas estas dimensiones las viviremos serenamente si vivimos en amor.

Cuando otra realidad o perspectiva humana se alza como “dios”, pueden surgir graves desajustes y polarizaciones en la vida personal y comunitaria. Cuando el dios de mi vida es la patria, el poder, el sexo, el dinero, etc. entonces todo queda distorsionado.

         Uno vive en bondad y una comunidad social o cristiana vive en paz, cuando vive en un clima de amor. Decía San Juan de la Cruz que el amor ni cansa, ni se cansa.

         Podemos vivir sin dinero, con hambre, sin justicia, sin libertad (¡hemos vivido!). Lo que no podemos vivir es sin ser amados y sin amar.

2.Dios es amor.

         Dios nos ama ya en la creación

         Dios es amor, al menos el Dios de Jesús es amor. Dios nos ha creado porque nos ha amado ya en el seno materno (salmo 138).

Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho;

si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado.

Tú tienes compasión de todos”,

y tú amas todo lo que tiene vida,

         (Sabiduría 11,24.26)

Dios es bueno siempre con nosotros.

Ya en el AT Dios había hecho una -muchas- Alianza de amor con su pueblo: Dios no abandona nunca a “su gente”, y su gente somos todos, toda la humanidad. Dios está siempre de parte de sus hijos, de la humanidad. El pueblo hacía lo que podía, que era más bien poco y regular. Pero Dios siempre es fiel, su misericordia es eterna, repite un salmo.

La seriedad de nuestra existencia humana y cristiana se entiende desde la infinita misericordia de Dios.

         El ser humano y los cristianos nos entendemos como tales desde el amor, desde la bondad de Dios.

         Jesús no fue un monje religioso que pudiera haber vivido en Qumrám. Jesús fue el hombre para los demás.

 3. El amor no es ley religiosa. (A vueltas con la religión).

         El amor no es una norma o ley, al estilo de los 248 preceptos y de las 365 prohibiciones de la religión judía. El amor es esa fuerza que abre nuestra existencia hacia los demás.

         Y el amor se realiza en lo que hemos escuchado en la primera lectura del libro del Éxodo:

No oprimirás ni vejarás al extranjero, porque extranjeros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, no siendo usurero ni extorsionando al pobre.

         Es muy semejante a lo que Jesús dice en el NT (Mt 25,31-46):

Amamos cuando damos de comer al hambriento, damos de beber al sediento, vestimos al desnudo, acogemos al extranjeros, visitamos a los enfermos y encarcelados.

4. a propósito del extranjero

         En la lectura del libro del Éxodo (1ª lectura) hemos escuchado algo que es constante en la Biblia y está muy presente en el pensamiento de Jesús: “No oprimirás ni vejarás al extranjero, porque extranjeros fuisteis vosotros en Egipto

Jesús no es racista, ni mucho menos, y el cristiano, tampoco debe serlo.

Por una parte, Jesús era judío, más bien galileo, nazareno, pero conocía “al dedillo” la Palabra y sabía también el hondo respeto que Israel sentía -debía sentir- hacia el extranjero: porque extranjeros fuisteis vosotros en Egipto. Son decenas los textos en los que se recuerda esta actitud:

Él hace justicia al huérfano y a la viuda, y muestra su amor al extranjero dándole pan y vestido. Mostrad, pues, amor al extranjero, porque vosotros fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto, (Dt 10,18-19).

         Cuando el mismo Mateo “escenifica el “juicio final” dice: Fui extranjero y me acogisteis, (Mt 25,35), o no me acogisteis…

         No es fácil ser extranjero y menos cuando se es extranjero por debilidad y pobreza. Pensemos en tantos miles de emigrantes por razones de hambre, falta de trabajo, exilios políticos, etc., etc.

Por otra parte, Jesús siempre, siempre mira primero al ser humano. Jesús no le pide a nadie el “carnet del partido” o el DNI o el pasaporte, ni tan siquiera la partida de bautismo. “San Pedro” en la “puerta del cielo” no le pide absolutamente a nadie el pasaporte, la nacionalidad, etc., y Dios Padre, menos. En el cielo no hay “sin papeles”, ni indocumentados, ni extranjeros, ni emigrantes

         Jesús cura, perdona, sana, alivia, acompaña a todo el mundo sea de la nación que sea, sin hacer acepción de personas, (Rom 2,11). A Jesús le da lo mismo da que seamos leprosos, endemoniados, medio locos, paralíticos, hombres o mujeres, samaritanos y samaritanas, centurión romano, cananeos, cobradores de impuestos, o que estemos muertos moral o físicamente. Jesús cura, salva.

         Parece que las naciones y las Iglesias tienen fronteras, pero la salvación de Jesús no tiene límites. ¿Fuera de la Iglesia no hay salvación? ¿Y quién y por qué hay que poner rayas rojas en la Iglesia?

Salid a los cruces de los caminos e invitad a todos los que encontréis, buenos y malos. (Mt 22).

5. volvamos al Dios del amor

         La tradición (los escritos) de San Juan hace gran hincapié en el amor a los demás como criterio del amor a Dios:

Quien dice que está en la luz, pero odia a su hermano, todavía está en las tiniebla. El que ama a su hermano vive en la luz y no hay nada que le haga caer en pecado. (1Jn 2,9)

El que no ama no ha conocido a Dios, (1Jn 4,8)

El que no ama, aún está muerto. (1Jn 3,14)

El que dice: “Yo amo a Dios”, pero al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. (1Jn 4,20)

         La persona religiosa pretende contentar a Dios como los fariseos y el mundo judío: cumpliendo la ley, los ritos El cristiano ama a Dios a través del prójimo.

Llama la atención que hoy en día los obispos tienen la gran preocupación de la escasez de curas y, por tanto, de que no se celebre Misa en tal pueblo a tal hora. Ahora con la pandemia les preocupa si la Misa por TV “vale o no vale” (¿Y qué será valer o no valer? En Roma hay dicasterios, congregaciones y curias para todo: de culto, de religiosos, Secretaría de estado, etc, pero no hay una Congregación para los pobres.

Sin embargo, decía K. Rahner, el único criterio moral cristiano es el amor, el amor a los demás y, por tanto, a Dios. De otro modo: amar a Dios es ser buen samaritano, lo demás son “milongas” lucernarias.

6. El amor hace bien.

         Probablemente la experiencia humana y cristiana más profunda sea el amor o la ausencia de amor.

         Detrás de tantos comportamientos de ansiedad, de deseo de poder, de fanatismo, hay una falta de afecto fundamental, probablemente desde la infancia.

         Quien ha sido y es amado, se encuentra centrado y sereno en la vida.

Hay estudios acerca de la falta de afecto inicial en los comportamientos fanáticos de tipo religiosos (Islam / ultracatólicos). Quien ha experimentado en su vida el amor, no será fundamentalista fanático. Cuando no se tiene la experiencia íntima del amor, se está tocando a vísperas de fanatismos.

El amor abre nuestra existencia a la vida, a la creatividad.

  1. ser cristiano es sentirse querido por Dios.

Todos nos hemos encontrado con alguna o algunas personas buenas, bondadosas en la vida; personas buenas que nos quieren (sin memeces ni alharacas). Esa es la experiencia cristiana, sentirse amablemente querido por Dios.

Yo no sé si a Dios le preocupa ni le interesa mucho todo el tinglado eclesiástico, el trasiego de obispos, el cumplimiento de la normativa litúrgica y todo el tinglado ultraortodoxo, más bien pienso que a Dios le importa poco toda esa coreografía.

Dios siente lástima y le conmueve mucho más la pandemia, los enfermos, el hambre de los niños, el paro, la madre soltera, la chica que anda angustiada y le da vueltas la cabeza y el corazón por el aborto que le ronda. A Dios -al Dios de Jesús – le preocupan mucho más los deprimidos, los suicidas, los encarcelados, que si hay que ponerse casulla o cómo se celebra la penitencia.

Y es que Dios nos quiere, nos ama a los seres humanos. Dios es amor. Lo demás es “pompa y circunstancia”.

Puede ocurrir que seamos unos perfectos cumplidores, unos buenos fariseos, pero que no tengamos la experiencia de ser cristianos, ni humanos. Y esto no es que esté bien o mal jurídicamente, sino que es una pena que no sintamos en la vida la bondad de Dios.

Dios no nos ama porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno. Ser cristiano es sentirse querido por Dios y vivir en esa bondad que transmite.

         Buenos cristianos son el hijo pródigo, la pecadora que se postra a los pies de Jesús, la pobre mujer a la que quieren apedrear y a la que Jesús “no condena”, el buen samaritano, Zaqueo ¿Con quién trataba y comía Jesús? Pues todos esos son malos religiosos, pero excelentes cristianos, etc.

7. a veces no es fácil.

Nadie dice que -a veces- sea fácil amar. En problemas serios en los que entran en juego viejos contenciosos, viejas cuestiones familiares, modos de ser y psicologías, no es tarea sencilla.

         Llegar a ciertos convencimientos de bondad y amor es, en muchos casos, tarea lenta que requiere procesos y recorridos en los que se ve implicada toda la persona: la inteligencia, la libertad.

Los sentimientos negativos estarán y aflorarán -probablemente- siempre, pero habremos de aplicar la inteligencia y la razón sobre los sentimientos para saber dejar de lado, aparcar viejas cuestiones, cerrar carpetas abiertas y vivir en la mayor entereza y paz posibles.

         El amor, el respeto, hacer el bien humaniza también a todo el mundo: a uno mismo y a los demás.

Ama y haz lo que quieras, o lo que quieras (amas), hazlo

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“Lo que hace la mano derecha y la izquierda”, por Gabriel Mª Otalora

Viernes, 7 de agosto de 2020
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5bab63debef82-569x427De su blog Punto de Encuentro:

El evangelio está lleno de indicaciones sorprendentes, por lo novedosas, para quien las lee con el corazón abierto a la escucha. Da igual si estamos en el siglo de los iluministas, en el Medioevo o en pleno siglo XXI. Dios es siempre novedad y aliento fresco que nos invita al crecimiento y a la madurez integral. Pues bien, me he fijado en un pasaje en el evangelio de Mateo no es menor sobre el mensaje que atesora.

Dicho pasaje nos habla de la importancia de no practicar la justicia delante de los demás para ser vistos y alabados por ello; cuando demos limosna, que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna sea en secreto; y nuestro Padre, que ve en lo secreto, nos recompensará (Mt 6). Jesús nos alerta de lo fácil que es caer en la tentación de ser generosos… poniendo un cuidado disimulado para que otros se enteren de mi buen corazón. Y ya sabemos lo que Jesús opinaba de la hipocresía vanidosa de los “sepulcros blanqueados”. Se entiende bien cuando vemos a gente famosa en los medios de comunicación “comprando” prestigio asegurándose de ser vistas como gente buena realizando donativos a causas solidarias de primer orden, pero a bombo y platillo.

No siempre es así, y por ello me abstendré de poner ejemplos con nombres y apellidos recientes en los medios de comunicación anunciando una filantropía, desinteresada o no, aunque a veces es muy evidente la utilización de la pobreza y la desigualdad para consumo de la vanidad personal; un servicio a los demás que puede tener como primer objetivo nuestras necesidades de autoestima o vanagloria para llenar vacíos personales o sueños que pesan bastante más que el bien que hemos decidido hacer. El evangelio nos hace reflexionar que es humano, pero no lo mejor, que pensemos en nuestro ego que en las personas que nos necesitan en su precariedad. Sus mensajes se refieren siempre en el servicio a las necesidades de los demás, lo único que nos llenará el corazón de verdadera alegría y madurez humana.

Si acertamos en nuestra actitud, crecemos; cuando nos centramos en lo nuestro apoyados en las necesidades de los demás, no. Ahora que está de moda la espiritualidad en todas sus variantes, resulta oportuno el tino de Gabriel Marcel cuando dijo que “Entrar dentro de sí quiere decir, en el fondo, salir de sí”. Buscar que nos alegre el bien de los demás es evangelio puro, sin importar el nivel de influencia social o la cercanía afectiva con lo que somos y pensamos. Al mensaje de “Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? (Lc 32), Jesús nos invita a seguirlo centrados en el necesitado y en su precariedad, no solamente en nosotros y en nuestros afines.

Verdadera misericordia evangélica es lo que el mundo demanda frente a la insensibilidad y la apatía. La ternura, el cariño, la acogida cálida a cada persona deben recuperar el papel esencial con esa actitud de entrega delicada en los que sufren como si fuera yo mismo el necesitado. Y no solo por lo que hemos comentado de la vanidad hipócrita poco evangélica, sino porque al centrarnos disimuladamente en nosotros, nuestra actuación tendrá menos éxito ante cualquier dificultad que aparezca, lógica con personas a las que nadie escucha, nadie espera en ningún sitio, nadie acaricia y besa y, sin embargo, son los preferidos del evangelio. Una prioridad que no viene de que los pobres son mejores, sino porque su indigencia (física, afectiva, etc.) les aprieta, están más desvalidos y urge una ayuda ante su desvalimiento y precariedad.

El compromiso cristiano está llamado a introducir misericordia amorosa eficaz en los engranajes de esta sociedad concreta, para ayudar al que no tiene ni para comer, asistir al que sufre de soledad, acompañar en la depresión, aliviar las limitaciones de la vejez, sostener la vida del desvalido o al apestado social. Y hacerlo sin vanidad, lo cual no quiere decir que los cristianos debamos esconder nuestra coherencia fiel al mensaje evangélico. Anuncio sí, vanagloria, no. Como no es fácil la distinción, Jesús nos lo recuerda y muestra su ejemplo al tiempo que nos recuerda que la oración es la fuente directa para un acertado discernimiento.

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Frei Betto: El poder es una prerrogativa divina para el servicio al prójimo y a la colectividad.

Sábado, 20 de junio de 2020
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dios-dinero2Lo que condujo a Jesús a invertir la óptica del poder fue la siguiente pregunta: ¿a quién debe servir el poder en una sociedad desigual e injusta? A la liberación de los pobres, respondió”

“El poder es una prerrogativa divina para el servicio al prójimo y a la colectividad. Tomado en sí mismo, pervierte”

“Es falsa la democracia que concede libertad virtual a todos y excluye a la mayoría de bienes económicos esenciales como el acceso a la alimentación, la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, la cultura y el descanso”

En tiempos de Jesús ya estaba sobre la mesa la cuestión de la democracia, aunque en una región distante de Palestina: Grecia. Dominada por el Imperio Romano, Palestina era gobernada por hombres nombrados o aprobados por Roma: el rey Herodes, los gobernadores Poncio Pilatos, Herodes Antipas, Arquelao y Felipe, y el sumo sacerdote Caifás.

Lo que es nuevo en Jesús es que le da a la vieja cuestión un enfoque radicalmente diferente al de sus contemporáneos: el poder, ya objeto de la reflexión de los filósofos griegos desde Sócrates. Platón le dedicó al tema su libro La República, y Aristóteles la obra titulada Política.

En el Primer Testamento, el poder es más que una  dádiva divina. Es la manera de participar del poder de Yahvé. Es a través de sus profetas que  Yahvé elige y legitima a los poderosos. A diferencia de lo que sucedía en Egipto y en Roma, ninguno de ellos era divinizado por ocupar el poder. Aunque era un elegido de Dios, el poderoso seguía siendo falible y vulnerable al pecado, como ocurrió en los casos de David y Salomón. No se autodivinizaban como los faraones egipcios y los césares romanos.

Hasta en Grecia, Alejandro Magno, desesperado por mantener centrada en su persona la unidad de sus conquistas, trató de autodivinizarse y exigió que sus soldados lo adoraran.

Jesús le imprimió otra óptica a la cuestión del poder. Para él, no se trataba de una función de mando, sino de servicio. Es lo que afirma en Lucas 22,24-27: “Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige como el que sirve (…) Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.” Jesús dio el ejemplo al afirmar que “el Hijo del Hombre  no vino para ser servido, sino para servir” (Mc 10,41-45) y se arrodilló para lavar los pies de los discípulos.

Lo que condujo a Jesús a invertir la óptica del poder fue la siguiente pregunta: ¿a quién debe servir el poder en una sociedad desigual e injusta? A la liberación de los pobres, respondió, a la curación de los enfermos, al abrigo a los excluidos. Ese es el servicio por excelencia de los poderosos: liberar al oprimido y hacer que este también tenga poder.

El poder es una prerrogativa divina para el servicio al prójimo y a la colectividad. Tomado en sí mismo, pervierte. El individuo tiende a cambiar su identidad personal por la identidad de la función que desempeña. El cargo que ocupa pasa a tener más importancia que su individualidad. Por eso, muchos se aferran al poder, porque hace posible lo deseable. Imanta al poderoso, de modo que atrae veneración y envidia, sumisión y aplausos.

Para que el poderoso no se deje embriagar por el cargo que ocupa, Jesús propone que se someta a la crítica de sus subalternos. ¿Quién de nosotros es capaz de hacerlo? ¿Cuál es el párroco que indaga lo que los miembros de su parroquia piensan de él? ¿Cuál el dirigente de un movimiento popular que les solicita a sus dirigidos una evaluación de su desempeño en el cargo?  ¿Qué político les pide a sus electores que lo critiquen? Jesús, por su parte, nunca temió preguntarles a sus discípulos lo que pensaban sobre él, y como si eso no fuera suficiente, también se lo preguntó al pueblo (Mt 16,13-20).

La cuestión del poder es el corazón de la democracia. Etimológicamente, democracia significa gobierno del pueblo para el pueblo. No obstante, en la mayoría de los países aún se mantiene es un estadio meramente representativo. Para hacerse participativa, la democracia deberá ser expresión del fortalecimiento de los movimientos populares.

Un poder –el del Estado o el de la clase dominante–  solo admite límites y evita abusos en la medida en que enfrenta otro poder: el del pueblo organizado. Esa es la condición para que la democracia base la libertad individual y los derechos humanos sobre la justicia social y la equidad económica.

Es falsa la democracia que concede libertad virtual a todos y excluye a la mayoría de bienes económicos esenciales como el acceso a la alimentación, la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, la cultura y el descanso.

Frei Betto es autor, entre otros libros, de A mosca azul – reflexão sobre o poder (Rocco).

Fuente Religión Digital

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