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El tesoro escondido

Domingo, 30 de julio de 2023
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 En Éxodo

La vida sobre ruedas o a caballo,
yendo y viniendo de misión cumplida,
árbol entre los árboles me callo
y oigo como se acerca Tú Venida.

Cuanto menos Te encuentro, más Te hallo,
libres los dos de nombre y de medida.
Dueño del miedo que Te doy vasallo,
vivo de la esperanza de Tú vida.

Al acecho del Reino diferente,
voy amando las cosas y la gente,
ciudadano de todo y extranjero.

Y me llama Tú paz como un abismo
mientras cruzo las sombras, guerrillero
del Mundo, de la Iglesia y de mí mismo.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

“El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?

Ellos le contestaron:

– “Sí.”

Él les dijo:

“Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.”

*

Mateo 13,44-52

***

“Se puede definir al hombre como el que busca la verdad”

Juan Pablo II

La vida que Dios da al hombre es original y diferente de la de los demás criaturas vivientes, o que el hombre aunque proveniente del polvo de la tierra (cf Gn 2,7; 3,19; Job 34,15; Sol 103,14; 104,29), es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencio, resplandor de su gloria (cf Gn 1,26-27; Sol 8,6). Al hombre se le ha dado un altísima dignidad, que tiene sus raíces en el vínculo íntimo que lo une o su Creador: en el hombre se refleja la realidad misma de Dios.

En la vida del hombre, la imagen de Dios vuelve o resplandecer y se manifiesta en toda su plenitud con lo venida del Hijo de Dios en carne humana: “El es Imagen de Dios invisible” (Col 1 ,15), “resplandor de su gloria e impronta de su sustancia” (Heb 1,3). El es la imagen perfecta del Padre… La plenitud de la vida se da a cuantos aceptan seguir a Cristo. En ellos, la imagen divina es restaurada, renovada y llevada a perfección. Este es el designio de Dios sobre los seres humanos; que “reproduzcan la imagen de su Hijo” (Rom 8,29). Solo así con el esplendor de esta imagen, el hombre puede ser liberado de lo esclavitud de lo idolatría, puede reconstruir lo fraternidad rota y reencontrar su propio identidad

*

Juan Pablo II,
carta encíclica Evangelium vitae, nn. 34.36.

***

*

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Oraciones de lamento y esperanza para las personas LGBTQ+

Lunes, 24 de julio de 2023
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IMG_9568Sr. Jane Aseltyne, IHM.

La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Jane Aseltyne, IHM. Hna. Jane, está en primeros votos con las Hermanas, Siervas del Inmaculado Corazón de María de Monroe, Michigan. Tiene una Maestría en Teología Sistemática y Espiritualidad de la Unión Teológica Católica de Chicago. Su tesis de maestría titulada“Beyond the Binary: Expanding Understandings of the Imago Dei,” – “Más allá de lo binario: Expansión de la comprensión de la Imago Dei”, busca desarrollar una comprensión más inclusiva de lo que significa ser hecho a imagen y semejanza de Dios, particularmente en lo que respecta al género y la orientación sexual.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el 16º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Recientemente escuché una homilía sobre nuestro llamado a ser una Iglesia acogedora. El sacerdote predicó sobre la importancia de acoger al extranjero, tender la mano a los marginados y estar dispuesto a correr riesgos para ser testigo vivo del amor de Dios. Pero nunca mencionó ningún grupo marginado en particular, como la comunidad LGBTQIA+.

Si bien sus sentimientos eran hermosos, no pude evitar preguntarme, ¿cómo se predica tal homilía e ignora el hecho de que muchos no se sienten bienvenidos por la iglesia? La comunidad LGBTQIA+ continúa marginada. Muchos en nuestra iglesia carecen de comprensión sobre la orientación sexual, la expresión de género y la identidad de género. En general, nuestra iglesia continúa operando con un pensamiento binario, lo cual perjudica a todo el pueblo de Dios. No hemos hecho un buen trabajo al escuchar las experiencias de las personas LGBTQIA+ y lo que significa para ellas vivir plenamente sus identidades queer.

Pero las lecturas litúrgicas de hoy nos llaman a mantener unida la tensión de lo que está aquí y lo que está por venir.

En la primera lectura del libro de la Sabiduría, dice el autor, “les diste a tus hijos un buen motivo para la esperanza de que permitirías el arrepentimiento de sus pecados”. Quizás el pecado del que debemos arrepentirnos es la exclusión del pecado de aquellos que no encajan dentro de los límites de la heteronormatividad o el género binario. Nuestro “buen terreno para la esperanza” comienza en Dios, y es a través de nuestra relación con Dios que estamos llamados a la inclusión radical de los más marginados.

En el salmo, vemos la tensión de alabar a Dios, pero también el anhelo de ser escuchado:

“Tú, oh SEÑOR, eres bueno y perdonador,

abundante en bondad para con todos los que te invocan.

Escucha, oh Señor, mi oración

y escucha el sonido de mi súplica.”

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El salmo se basa en la tradición del lamento que prevalece en todo el Antiguo Testamento. Los lamentos son, al mismo tiempo, declaraciones de esperanza y confianza en Dios y oportunidades para que las comunidades se reúnan y oren por el o los que sufren. Los Salmos y los textos proféticos están llenos de lamentaciones del pueblo de Dios (cf. Salmo 13; Miqueas 1:8; Jeremías 31:15). El lamento es parte de nuestro camino hacia Dios, y al practicar el lamento, expresamos la plenitud de nuestras emociones humanas: angustia y esperanza, anhelo y amor, miedo y alegría.

Cuando nos reunimos en misa o en otros contextos de oración comunitaria, ¿qué pasaría si saliéramos y ofreciéramos peticiones para nuestros hermanos queer? ¿Qué pasaría si el sacerdote que predicó sobre ser una iglesia acogedora incluyera peticiones enfocadas en la comunidad LGBTQIA+?

El testimonio público de las oraciones intercesoras centraría la experiencia de la comunidad queer y podría ser una forma de atraer a la gente. También mantendría la larga tradición de unir el lamento y la esperanza. A modo de ejemplo, ofrezco varias peticiones que pueden ser un buen punto de partida:

Por nuestra iglesia, para que podamos practicar lo que predicamos y, con los brazos abiertos, recibir a quienes se identifican como miembros de la comunidad LGBTQIA+. Que aquellos en posiciones de poder dentro de la iglesia recuerden que Jesús dio la bienvenida a todos a la mesa sin discriminación, oremos…

Para el Papa Francisco, que pastoree el Sínodo sobre la Sinodalidad con un corazón y una mente abiertos. Que él centre las experiencias de las personas LGBTQIA+ y escuche las súplicas de aquellos que anhelan una inclusión plena en la iglesia, roguemos…

Por nuestro mundo, para que podamos regocijarnos en la diversidad que constituye la raza humana. Para que podamos encontrarnos curiosos en lugar de condenar a aquellos que son diferentes a nosotros, y que nos regocijemos en las muchas formas en que el amor de Dios fluye a través de cada uno de nosotros, oremos…

Por las familias y amigos que han perdido seres queridos por la violencia y discriminación hacia las personas queer. Que el amor y la paz de Dios sean un bálsamo para sus corazones doloridos, y que sientan a sus seres queridos cerca en espíritu, roguemos…

Para aquellos que alguna vez se preguntaron si verdaderamente fueron hechos a imagen y semejanza de Dios por su orientación sexual o identidad de género. Que sepan que están hechos maravillosa y maravillosamente a la imagen amorosa de Dios, oramos…

Para aquellos en la comunidad LGBTQIA+ que se han sentido excluidos porque la Palabra de Dios se ha convertido en un arma y una herramienta de opresión. Que Dios rompa las barreras que han llevado a interpretaciones dañinas, roguemos…  Pedimos que Dios escuche el sonido de nuestras súplicas y nos sostenga en nuestro trabajo de reconocimiento y afirmación de la comunidad LGBTQIA+. Que podamos mantener unidas la desesperación que sentimos y la esperanza que anhelamos.

Amén.

—Sr. Jane Aseltyne, IHM, 23 de julio de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“La fuerza transformadopra de la levadura”. 16 Tiempo ordinario – A (Mateo 13,24-43)

Domingo, 23 de julio de 2023
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36_TO-16_A_1698202Jesús lo repetía una y otra vez: ya está aquí Dios tratando de trasformar el mundo; su reinado está llegando. No era fácil creerle. La gente esperaba algo más espectacular: ¿dónde podían captar el poder de Dios imponiendo por fin su reinado?

Todavía recordaba Jesús una escena que había podido contemplar desde niño en el patio de su casa. Su madre y las demás mujeres se levantaban temprano, la víspera del sábado, a elaborar el pan para toda la semana. A Jesús le sugería ahora la actuación maternal de Dios introduciendo su «levadura» en el mundo.

Con el reino de Dios sucede como con la «levadura» que una mujer «esconde» en la masa de harina para que «todo» quede fermentado. Así actúa Dios. No viene a imponer desde fuera su poder, como el emperador de Roma. Viene a trasformar la vida desde dentro, de manera callada y oculta.

Así es Dios: no se impone, sino que trasforma; no domina, sino que atrae. Y así han de actuar quienes colaboran en su proyecto: como «levadura» que introduce en el mundo su verdad, su justicia y su amor de manera humilde, pero con fuerza trasformadora.

Los seguidores de Jesús no podemos presentarnos en esta sociedad como «desde fuera», tratando de imponernos para dominar y controlar a quienes no piensan como nosotros. No es esa la forma de abrir camino al reino de Dios. Hemos de vivir «dentro» de la sociedad, compartiendo las incertidumbres, crisis y contradicciones del mundo actual, y aportando nuestra vida trasformada por el evangelio.

Hemos de aprender a vivir nuestra fe «en minoría» como testigos fieles de Jesús. Lo que necesita la Iglesia no es más poder social o político, sino más humildad para dejarse trasformar por Jesús y poder ser fermento de un mundo más humano.

José Antonio Pagola

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“Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Domingo 23 de julio de 2023. 16º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 23 de julio de 2023
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39-OrdinarioA16Leído en Koinonia:

Sabiduría 12,13.16-19: En el pecado, das lugar al arrepentimiento
Salmo responsorial: 85Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Romanos 8,26-27: El Espíritu intercede con gemidos inefables
Mateo 13,24-43:  Dejadlos crecer juntos hasta la siega

Hoy, como en tiempos de Jesús y durante toda la historia de la humanidad, solemos dividir y “organizar” aparentemente la sociedad con criterios que consideramos muchas veces correctos: buenos y malos deben estar separados y puestos en los extremos opuestos.

Esta práctica de dividir entre buenos y malos, era aceptada por muchos grupos en el tiempo de Jesús por diversos criterios religiosos (fariseos y esenios), así como por los grupos económicos y políticos (herodianos, saduceos y celotes), pues todos ellos veían como opositores a quienes no pensaban, creían u opinaban según sus mismos criterios.

Jesús llama a la apertura de la mente y el corazón para acoger con esperanza (no pasivamente, con indiferencia) a quienes aparecen ante nuestra forma de vida como diferentes (que solemos catalogar como “malos”). Necesitamos tener apertura para acoger con un actitud de pluralismo asimilado la diferencia, que siempre va a estar presente en nuestra humanidad.

No hay que ignorar en la parábola de la cizaña la presencia del mal en la historia, como lo reconoce Jesús en la presencia del enemigo que siembra la cizaña en el campo. Quiere llamarnos la atención de que no hay que buscar con afán, y posiblemente confundir la semilla buena con la semilla mala. Muchas veces dividir la humanidad entre buenos muy buenos, y malos muy malos, ofreciendo el premio de la salvación para los primeros y la condenación para los segundos, puede ocasionarnos equivocaciones irreparables. Sólo a Dios le corresponde juzgar, con inmensa justicia y misericordia, a cada ser humano, como sólo Dios lo sabe hacer.

Por creernos muchas veces con el poder y la autoridad, nos atribuimos en nuestra conciencia actitudes que excluyen y separan a unos de otros; nuestra autosuficiencia egoísta separa en la práctica cotidiana a personas que por su situación socio-económica o ideológica, son marginados y excluidos por una sociedad dividida en el poder, olvidando que todos y todas somos hermanos y hermanas que compartimos una misma humanidad.

El Reino debe implicar para el seguidor de Jesús una acción transformadora en la vida cotidiana, que llegue hasta lo más profundo del actuar de cada ser humano, y el llamado permanente a la búsqueda y construcción de un mundo más humano, no sólo para unos pocos, sino para todos. Las estructuras basadas en la injusticia no crean el bien necesario para que el mundo avance, sino que generan más muerte y división en la humanidad, atacando con su fuerza destructora cualquier propuesta alternativa de construcción de una nueva humanidad.

No podemos olvidar que la buena noticia que Jesús vino a anunciar (el Reino) es una Buena Nueva para los pobres, en la que de ahora en adelante Jesús y sus discípulos lucharán por una sociedad igualitaria. Comprender el valor de lo pequeño, de lo pobre, como opción fundamental de Jesús y de quienes proseguimos su causa, debe ser una denuncia permanente contra tantas formas de opresión y marginación de estructuras injustas que deshumanizan a tantas personas y comunidades, en donde vive ocultamente el valor de la grandeza del Reino cuando se construye organización y se promueven los valores del Reino.

 Dicho esto, abordemos un segundo nivel, más crítico, en este comentario.

Esta parábola puede resultar alienante si se toma como una invitación a la inactividad, o a la suspensión de nuestra responsabilidad para dejarla en las manos de Dios: él sería quien a fin de cuentas, al final de la historia, incluso más allá de la historia, deberá poner las cosas y las personas en su lugar… Esta idea de un Dios «premiador de buenos y castigador de malos», que contabiliza nuestras acciones y por cada una de ellas nos dará un premio o un castigo, ha sido una idea central de la cosmovisión cristiana clásica. El miedo a la condenación eterna, pieza central de la bóveda de la cosmovisión cristiana clásica medieval y barroca, está en la misma línea. ¿Qué decir de todo ello hoy?

Es obvio que conforme pasa el tiempo estas convicciones fundamentales del pensamiento cristiano van pasando a segundo plano, dejan de estar presentes, no se comentan, incluso se evitan positivamente… Diríamos que ésa es una manifestación más del famoso «eclipse de lo sagrado» que se da en nuestra sociedad moderna. Si nuestros abuelos y sus generaciones anteriores vivieron en una sociedad que transparentaba la eternidad, la vida del más allá, con sus premios y castigos, hoy vivimos, por el contrario, en una sociedad –y con una epistemología- en la que nos es difícil imaginar y pensar el más allá de la muerte como el lugar de los premios y castigos de Dios, como una separación post mortem del trigo y de la cizaña.

No vamos a pretender aquí resolver el asunto, ni abordar el tema en profundidad. Sólo queremos llamar críticamente la atención sobre él haciendo algunas afirmaciones.

Sea la primera la de reconocer que ya no se puede seguir hablando de más allá de la muerte con la ingenuidad y la rotundidad con la que durante siglos se ha hablado: el tema merece una revisión profunda, y en todo caso no permite las afirmaciones clásicas con su escandalosa simplicidad.

Buena parte de las descripciones de los premios y castigos eternos hoy aparecen como antropomorfismos insostenibles, respecto a los que no sólo merece la pena no dar más pábulo, sino que es importante también reconocerlos explícitamente como tales, liberando de ese modo a la fe de la obligación de compartir semejantes creencias mitológicas.

Es necesario tomar conciencia de la urgencia de una revisión a fondo de la posición de la fe cristiana respecto al más allá. Habitualmente hemos dado por bueno y por supuesto el dato de la vida más allá de la muerte, como si fuera un artículo de fe obvio, indiscutible. Y en efecto, normalmente ha quedado enteramente fuera de las crisis renovadoras de la fe en las décadas pasadas. El Concilio Vaticano II y su renovación simplemente envió a la trastera el conjunto de imágenes medievales y barrocas que aún estaban en circulación, y propició una relectura de la escatología en la línea del personalismo y del existencialismo, que realmente supusieron una brisa de aire fresco. La teología de la liberación, por su parte, simplemente añadió una lectura histórico-escatológica de la realidad (caminamos hacia el Reino) y la perspectiva de la opción por los pobres (redescubiertos como los «jueces escatológicos universales», Mt 25,31ss), pero dejó intactas las afirmaciones centrales, sin llegar siquiera a plantearse su cuestionamiento (el libro exponente máximo de la escatología de la teología de la liberación es «Hablemos de la otra vida», de Leonardo BOFF, Sal Terrae, Santander, 1978, muchas veces reimpreso, y libremente disponible en la red).

Hoy, un nuevo paradigma de «revisión del sentido y la identidad misma de la religión», nos exige dejar de vivir de rentas, dejar de repetir incuestionadamente lo de siempre, y plantearnos de nuevo las preguntas más radicales: ¿existe realmente la vida más allá de la muerte? ¿Nos ha sido realmente «revelada»? ¿Cuándo, dónde, cómo? ¿Forma parte del contenido mismo de la fe cristiana? ¿Se puede ser cristiano aceptando la inseguridad y la oscuridad que la ciencia actual confiesa respecto a este tema?

Ciertamente, no son preguntas para el hombre y la mujer de la calle que prefieran seguir viviendo en una edición renovada de la «fe del carbonero». No son tampoco preguntas a difundir imprudentemente, ni trofeos para exhibirse como abanderado de la crítica y el esnobismo. Pero son preguntas que los responsables han de plantearse alguna vez en la intimidad de su fe, para que sondeando la dificultad del misterio, tomen la determinación de ser muy respetuosos en su lenguaje y no seguir viviendo de las rentas de afirmaciones que hoy son de hecho tan incuestionadas como increíbles, tan insostenibles como irresponsables.

El tema sólo lo hemos iniciado. Invitamos al lector a tirar del hijo y seguir profundizando, tanto desde el estudio de la teología como en su oración y su fe. Leer más…

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23.7.23 (Dom 16 TO). El hombre siembra trigo, la mujer lo convierte en pan/iglesia (Mt 13).

Domingo, 23 de julio de 2023
Comentarios desactivados en 23.7.23 (Dom 16 TO). El hombre siembra trigo, la mujer lo convierte en pan/iglesia (Mt 13).

IMG_0072Del blog de Xabier Pikaza:

Las dos parábolas unidas que voy a comentar (Mt 13, 3-9 y 13, 31)  son el corazón del evangelio de Mateo (cf. Lc 13, 21), pero no han sido acogidas por igual en una iglesia dominada por varones:

Los hombres-sembradores  han asumido todos los poderes. Las mujeres creadoras de la iglesia/pan han sido relegadas e ignoradas. Esta ha sido y sigue siendo una de la mayores distorsiones anti-evangélicas de un tipo de Iglesia.

Introducción. Dos parábolas, una misma parábola.

Jesús les enseñaba muchas cosas en parábolas diciendo: Salió el sembrador (con ho, varón) a sembrar, y una parte cayó junto camino… (Mt 13, 3-9).

Les dijo otra parábola: “El reino de los cielos se parece a la levadura   que una mujer toma e introduce en tres medidas (de masa) de harina, hasta para que todo fermente. Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: “Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.”(Mt 13, 33-35)

 Contexto. Mt 13, 3-35

 Esta parábola doble empieza con un varón que siembra (13, 3) y culmina con una mujer que muele el trigo, introduce levadura en la masa  y cuece el pan (tres panes) de la iglesia.

Es muy significativo el hecho de que la “elevación/fermento”  del pan de la igleia (Reino) sea “tarea  de mujer”. También es significativo el hecho de que , tras hablar de la “levadura de mujer” que transforma/fermenta la masa de la vida/iglesia , Mateo ponga en boca de Jesús esta: “abriré en parábolas mi boca, anunciaré (=revelaré) lo escondido desde el principio del mundo” (Sal 78, 2). Lo dice Jesús,  un tipo de oglesia no le ha escuchado.

  En conjunto, la iglesia ha interpretado el evangelio con un tipo de filosofía ontológico) y sobre todo con un derecho romano de poderes, no de gratuidad y comunión de vida. Esta parábola final de la levadura/mujer  hasido sistemáticamente “olvidada” por una  iglesia, más jurídico-romana que evangélica

En este tiempo (2023) de reformulación/recreación mística y sinodal de la iglesia, como dice querer el Papa Francisco, puede ser importante una lectura y comprensión más honda de parábola fundante de la mujer-levadura.

DIEZ ANOTACIONES

Principio. Las dos partes (principio y fin de esta parábola doble (13, 3, varón que siembra, y 13, 33, mujer que fermenta y cuece la masa) han de verse (entenderse, aplicarse) de un modo conjunto, como saben los comentarios de Mateo, aunque, en general, una teología (=ideología) eclesiástica se ha fijado en la primera parte (siembra/semilla masculina, en línea de poder) y ha olvidado (negado) la segunda (amasar la harina y “leudarla” o levantarla con levadura femenina, cociendo así el pan/panes de la iglesia).

Éste no es un problema de “mala exégesis teórica”, sino de “mala experiencia vital”, de una Iglesia de imposición masculina, en línea de poder, donde el varón quiere ser todo (el que siembra y que se impone en la iglesia), negando el espacio central que Jesús abre para la mujer (organizar y definir la iglesia, como levadura).

Ciertamente, ambos símbolos (siembra de semilla, levadura/cocimiento de la masa) pueden aplicarse en principio a varones y mujeres (también las mujeres siembran, también los varones deben amasar/leudar/fermentar/cocer los tres panes)… pero están bien aplicados por el evangelio a varones y a mujeres, desde la perspectiva del tiempo de Jesús:

El símbolo dominante del varón es la siembra/semen. El símbolo dominante de la mujer es la acogida, la creación social, la organización y dirección de la iglesia/casa. Lo malo es que los varones de iglesia han apelado a un Jesús falsamente entendido como varón total (que sólo puede ser representado como poder por hombres/varones) y han apartado y colocado a las mujeres en un plano secundario y subordinado.

En este blog de RD (y en FB, lo mismo que en otros escritos y comentarios a los evangelios) he desarrollado este motivo de la semilla de varones y del fermento/levadura de mujeres. El lector interesado podrá ver con más detalle lo que pienso en esos lugares. Aquí mie limito a ofrecer algunas anotaciones críticas y esperanzadas sobre este doble parábola.

 1. Está en el fondo la visión bíblica del hombre y la mujer, como he desarrollado con cierta extensión en mi comentario de Salmos.

– El Ser humano/varón es sembrador… Siembra en la tierra semilla de trigo, siembra en la mujer semilla de vida humana. Es signo y presencia de Dios tanto en un caso como en otro, aunque corre el riesgo de destruirse y destruir la vida mal-sembrando en la tierra y mal-fecundando en la mujer.

El ser humano/mujer es mundo en plenitud (mundo divino): así recibe la semilla del Dios/varón, así ofrece su levadura divina en el proceso de la vida y, especialmente, en el engendramiento de los hijos. Entendida así, la mujer es la más honda imagen del Dios/horno, Dios/matriz, donde la vida divina se hace humana en cada nacimiento.

2. El Cristo/varón que siembra es una imagen esencial del evangelio… Pero es, al mismo tiempo, esencial la imagen del Cristo/mujer, entendido como plena humanidad, como iglesia/pan compartido

En esa línea, la iglesia establecida, como nueva humanidad, es esencialmente “femenina”. Así lo ponen de relieve los dos textos eclesiológicos fundamentales de la tradición sinóptica:

  1. La parábola de Marta-María en Lc 10, 38-42. Ellas, las dos mujeres, son la administración/dirección (obispos/presbíteros/diáconos) de la iglesia. La iglesia que siembra es más móvil, más simbolizada por varones (los Doce). La iglesia es casa/acogida es más de mujeres. En ese sentido, los obispos/presbíteros sedentes/sedentarios de la iglesia deberían ser todos (básicamente mujeres).
  2. La parábola de la levadura de Mt 13, 33, propia de Mateo, puede y debe compararse y completarse con la de Marta/Marías (Lucas). Esta mujer de levadura es la “administradora”, creadora (obispo/presbítero) de la iglesia. La mujer es el signo fundante del “pan” de la iglesia (eucaristía). Resulta aberrante el hecho de que los varones de poder eclesial hayan usurpado y mal-creado este signo básicamente femenino de la Eucaristía. Una eucaristía sin mujer como la de esta parábola está corriendo el riesgo de ser no-eucaristía.

 3. Tema y riesgo de la levadura en el barco de la Iglesia (Mc 8, 14-21 par…). Fariseos y herodianos, el mal pan de la iglesia.

 La levadura de esta mujer de Mt 13, 33 es buena… y fermenta/leuda las tres masas. Pues bien, en contra de eso, el mayor peligro de una iglesia/barco de varones consiste en la mala levadura que pervierte en pan eucarístico, el pan de la iglesia (convirtiéndolo en pan del diablo, según las tentaciones de Mt 4 y Lc 4). Recordemos este pasaje. Jesús va en la barca de la iglesia… Su signo, su verdad es el pan. El signo/verdad de la iglesia no es un edificio, ni un poder social, ni un dinero… Su signo es el pan. Y el pan de la iglesia se pervierte por la “mala levadura”, propia en especial de los varones (aunque no en exclusiva). Así les dice Jesús:

  1. Cuidaos de la mala levadura de los fariseos malos (se han dado en el judaísmo miles y miles de fariseos buenos), que es un tipo de ley impositiva, de legalismo sin amor. La iglesia ha corrido desde pronto el riesgo de la levadura farisea mala, de convertirse en legalismo, en código de leyes al servicio de un orden sin corazón, de un poder sin justicia
  2. Cuidaos de la mala levadura de herodianos/poder de varones. Herodianos eran en aquel tiempo los que pactaban con los poderes políticos de la familia de los Herodes, los que convertían la iglesia en sucursal y/o aliada de los poderes políticos

 4. Tres masas, tres panes… La mujer de la levadura aparece en esta parábola como “persona sinodal”, abierta a la diversidad. Hay una levadura… (un mismo estilo amoroso y creador de vida) que fermenta/leuda/eleva tres masas.

 a). No hay pan único, sino tres… Este simbolismo de las tres masas (las tres con la misma levadura) sigue siendo resistente a todas las posibles interpretaciones, como todos los símbolos fundantes… Conforme al culto del templo había siete panes de la proposición, que se ponían casa semana como signo de alimento de (para) Dios en el templo. De un modo significativo, Mt 13, 33 no pone un pan, ni siete, sino tres…que puede entenderse de diversas forma en la línea de un triadismo propio de la iglesia primitiva y en especial de Mateo:

  1. b) Los tres panes de mujer/iglesia podrían vincularse con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de la confesión final de fe y de vida (Mt 28, 16-20). No hay dos panes (uno contra otro, dos en lucha dialéctica infinita, sino tres en línea de apertura a la totalidad…
  2. c) Mateo podría referirse a las tres iglesias fundantes del principio (cf. Hch 15; Gal 2), que se dan la mano en el Concilio de Jerusalén (Pedro, Pablo, Santiago), tres panes distintos, un único pan de comunión. Según eso, la verdad del evangelio es synesthien, compartir los panes diferentes, en comunión de vida…
  3. d) Algunos han pensado en las tres mujeres de la experiencia pascual (Mc 16, par: Magdalena, María la de Santiago/José y Salomé…); tres mujeres, toda la iglesia

5.  Levadura de mujer, levadura en la masa… nuevo fermento de sinodalidad… posibles aportaciones:

El tema de la levadura de mujer (de mujeres) puede y debe aplicarse de hecho, en verdad, el libertad a la autoridad creadora de la iglesia… Eso exige superar un tipo de imposición eucarística de varones que ha venido angostando espiritual, social, jurídicamente a la iglesia en los últimos siglos… En esa línea se pueden y deben recordar algunas iniciativas y caminos:

  1. Me parece importante recuperar el espíritu de fraternidad eucarística de los Hermanos de Jesus, tal como lo formuló hace tiempo Ch. de Foucauld y lo desarrollo R. Voillaume (en el Corazón de las masas….).
  2. Hay que pasar de la falsa disputa sobre la “Ideología de género” y recuperar la levadura de mujer en la iglesia, conforme al evangelio…, no en línea de confrontación de poder frente a un poder de varones, sino en la de una creatividad evangélica.
  3. Lo que importa es que haya buen pan de Jesús, pan de celebración de la vida, en amor creador, pan de justicia, de pluralidad y diálogo… pan de mujer que define el evangelio.
  4. En esa línea hay que insistir, con Francisco (y quizá más allá de este Francisco) en la sinodalidad del pan…, no como una concesión de jerarcas varones (que siguen siendo los del poder), sino como una creatividad esencial e mujeres (y de varones). Sin un tipo de levadura de mujer no se eleva/leuda/fermenta/cuece el pan de la vida. Por mucha simiente de varón que echemos en la tierra (Mt 13, 3), sin levadura de mujer que acoge, muele, amasa, fermenta, cuece el pan no podrá haber iglesia. Un tipo de jerarquía eclesial de iglesia que sólo quiere conservar su poder no sabe nada de esto.

 6. Miedo de iglesia… Una levadura de mujer que sigue siendo inquietante para una iglesia de varones “impotentes”.

Los Doce de Jesús le dejaron en el Huerto (Mc 14, 50 par), todos huyeron. Tenían miedo de la novedad de Jesús, de tener que morir para hacerse pan… Quedaron sólo las mujeres.. Ellas le acompañaron en la muerte, vieron dónde le enterraban… y entraron en su tumba impura… (entrar en un sepulcro era mancharse, compartir la gran mancha/destructora de la muerte.

Leer más…

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Parábolas para una crisis (2ª parte). Domingo 16. Ciclo A

Domingo, 23 de julio de 2023
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El trigo y la cizañaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Mateo resume la crisis que atravesó su comunidad a finales del siglo I en cinco preguntas a las que responde con siete parábolas. El domingo pasado vimos la primera (¿por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús?), a la que respondía la parábola del sembrador. En este domingo se plantean otras dos preguntas, a las que se responde en tres parábolas. La primera de ellas (el trigo y la cizaña) debió considerarla Mateo difícil de entender, y por eso ofrece su explicación. Sin embargo, no lo hace de inmediato. Cuenta tres parábolas seguidas y más tarde, cuando los discípulos llegan a la casa, interrogan a Jesús y éste aclara su sentido. En cambio, las parábolas tercera (grano de mostaza) y cuarta (levadura) carecen de explicación en el evangelio.

La liturgia permite, por motivos pastorales (en España podría ser la ola de calor que estamos padeciendo), limitarse a la parábola del trigo y la cizaña, omitiendo su explicación y las otras dos.

¿Qué actitud adoptar con quienes no viven el mensaje?

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente:

― El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:

― Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?

Él les dijo:

― Un enemigo lo ha hecho.

Los criados le preguntaron:

― ¿Quieres que vayamos a recogerla?

Pero él les respondió:

― No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.

La parábola puede leerse desde diversas perspectivas, según pensemos que la finca es el pueblo de Israel, la comunidad cristia­na, o el mundo entero. Ya que esta parábola sólo la cuenta Mateo, vamos a verla primero desde el punto de vista de su comunidad, seriamente enfrentada con los judíos.

            1ª hipótesis: La finca es el pueblo de Israel

En ella, el Señor ha plantado buena semilla (los cristianos). Pero el enemigo ha plantado también cizaña (los fariseos y demás enemigos de la comunidad). La tentación de cualquiera de los dos grupos es decidir por su cuenta y riesgo quién es trigo y quién cizaña. Pablo, por ejemplo, antes de convertirse, pidió permiso a las autoridades de Jerusalén para perseguir a los cristianos. También la comunidad cristiana corre el riesgo de intentar acabar con los que no forman parte de ella o no la tratan como consideran justo. Así ocurrió cuando una aldea de Samaria no acogió a Jesús y dos discípulos, Juan y Santiago, le propusieron hacer bajar un rayo del cielo que acabase con todos (Lc 9,51-56). Con esta parábola, Mateo hace una exhortación a la calma, a dejar a Dios la decisión en el momento final.

            2ª hipótesis: La finca es la comunidad cristiana

La parábola también podría entenderse dentro de la comunidad cristiana (sola ésta sería la finca), donde hay gente que respon­de al evangelio (trigo) y gente que no parece vivir de acuerdo con él (cizaña). El mensaje es el mismo en este caso. Aunque las cosas parezcan claras, es fácil que al arrancar la cizaña se lleven por delante el trigo. Porque cualquier de nosotros, por muy preparado que se considere teológica y moralmente, puede equivocarse. No son raros los casos de personas condenadas por la Iglesia que terminaron no sólo rehabilitadas sino también canonizadas.

3ª hipótesis: la finca es el mundo

Finalmente, la parábola se puede interpretar en un contexto más general, donde la finca es el mundo, la buena semilla los ciuda­danos del Reino y la cizaña los secuaces del Malo. En esta línea se orienta la explicación de los versículos 36-43, que se puede omitir por motivos pastorales.

Los discípulos se le acercaron a decirle:

― Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.

Él les contestó:

― El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

En cualquiera de estas tres hipótesis (todas válidas), Jesús advierte contra el peligro de que paguen justos por pecadores. Es preferible tener paciencia y dejar la justicia a Dios, el único que puede emitir un veredicto exacto, sin temor a equivocarse.

La actitud de Dios, modelo de moderación e indulgencia

La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, se mueve en esta línea de bondad y tolerancia, poniéndonos a Dios como modelo. Un Dios al que el poder impulsa, no a castigar sino a perdonar, que gobierna con moderación e indulgencia, y que siempre da un voto de confianza al pecador, esperando que se convierta.

Fuera de ti, no hay otro Dios al cuidado de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia. Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres. Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.

[Lo que sigue puede omitirse] 

¿Tiene algún futuro esto tan pequeño?

Este es el otro tema tratado por las parábolas de hoy. La comunidad de Mateo es pequeña. Las otras comunidades también. Han pasado ya cincuenta años de la muerte de Jesús; aunque el cristianismo se va extendiendo por el Imperio Romano sus miembros representan una minoría. ¿Qué futuro tiene este grupo tan pequeño? ¿Qué futuro tiene la iglesia actual, que carece del influjo y el poder de hace unos años? Mateo responde con dos parábolas: la del grano de mostaza y la de la levadura. Ambos coinciden en ser algo pequeño, pero más importante de lo que puede parecer a primera vista.

            El grano de mostaza

El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.

Esta parábola se comprende mejor fondo cuando se conoce una parábola del profeta Ezequiel que utiliza Jesús como modelo. A comienzos del siglo VI a.C., cuando el pueblo de Israel se encontraba deportado en Babilonia, para expresar que su suerte cambiaría y sería espléndida, Ezequiel cuenta lo siguiente:

Cogeré una guía del cogollo del cedro alto y encumbra­do;

            del vástago cimero arrancaré un esqueje

            y lo plantaré en un monte elevado y señero,

            lo plantaré en el monte encumbrado de Israel.

            Echará ramas, se pondrá frondoso

            y llegará a ser un cedro magnífico;

            anidarán en él todos los pájaros,

            a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves. (Ez 17,22-23).

Jesús acepta la imagen del árbol y la idea de que sirve para acoger a todas las aves del cielo. Pero introduce un cambio radical: no elige como modelo el cedro alto y encumbrado, sino el modesto arbusto de mostaza, que, cuando crece, «sale por encima de las hortalizas». Es un ataque lleno de humor e ironía al triunfalismo. Lo importante no es que el árbol sea grandioso, sino que pueda cumplir su función de acoger a los pájaros. Para la comunidad de Mateo era una excelente lección, y también debe serlo para nuestras tentaciones de triunfalismo eclesial.

            La levadura

Les dijo otra parábola:

El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.

Algo parecido ocurre con la parábola de la levadura. Se usa en poca cantidad, pero cumple su función, hace que fermente la masa. La tentación de la comunidad cristiana es querer ocupar mucho espacio, ser masa, llamar la atención por su volumen, por el número de miembros. Jesús dice que lo importante es la función de fermentar la masa.

Resumen

Mateo ofrece una explicación de la realidad (sembra­dor) y una llamada a la sereni­dad (trigo y cizaña) y a confiar en algo que tiene unos comienzos tan modestos (mostaza y levadura). El próximo domingo, otras tres parábolas completarán esta enseñanza.

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Domingo XVI del Tiempo Ordinario. 23 Julio, 2023

Domingo, 23 de julio de 2023
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“Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.”

(Mt 13, 24-43)

Este domingo el evangelio nos vuelve a traer parábolas y semillas.

Jesús quiere hablar de realidades que no se ven. Nos quiere hablar del Reino de Dios y de Dios mismo. Para ello utiliza imágenes de la vida cotidiana. Recurre a ejemplos que sabe que quienes le están escuchando comprenden completamente.

Las gentes sencillas que se acercaban a escuchar a Jesús sabían perfectamente cómo era el trigo y cómo era la cizaña. Conocían las semillas. Veían plantas de mostaza y sabían, porque lo veían cada día, que un poco de levadura era capaz de levantar mucha masa.

A muchas de nosotras todos estos ejemplos nos pillan lejos. Seguramente más de una no ha visto nunca un campo de trigo y no sabe cómo es la cizaña. Tampoco conocemos las plantas de mostaza. Y como el pan ya no se hace en casa quizá hay gente que nunca ha visto subir una masa.

Si Jesús nos hablara hoy tendría que ponernos otros ejemplos. Nos tendría que hablar de Internet, de teléfonos táctiles o de whatsapps.

No sé qué ejemplo nos pondría para hacernos comprender que a veces es necesario dejar crecer aquello que no está bien. La cizaña es una mala hierba, muy parecida al trigo pero tóxica.

En la parábola se nos dice que no arranquemos la cizaña. ¿Por qué? Porque podríamos dañar el trigo.

Nuestras vidas están llenas de pequeñas (o grandes) sombras que desearíamos arrancar. Pero Jesús nos dice que no. Que las dejemos crecer junto con nuestras luces.

Nuestro afán por tener una imagen prefecta puede acabar con aquello que teníamos de bueno y valioso.

En una sociedad donde se nos invita continuamente a eliminar cualquier defecto: arruga, grano, cana… Jesús nos dice: dejad que crezcan.

No sé si le podremos hacer mucho caso. ¿Nos atreveremos a dejar crecer nuestros defectos? ¿Tendremos paciencia para esperar al tiempo oportuno para arrancarlos?

Oración

Haznos valiente y arriesgadas para dejar crecer Tu trigo y la cizaña que se nos ha colado.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La incapacidad de descubrir la cizaña en nosotros impide que la aceptemos en los demás.

Domingo, 23 de julio de 2023
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1602347DOMINGO 16 (A)

Mt 13, 24-43

La parábola de la cizaña es una de las siete que Mateo narra en el capítulo 13. Como decíamos el domingo pasado, se trata de un contexto artificial. Como todas las parábolas se trata de un relato anodino e inofensivo por sí mismo, pero puede llevarnos a una reflexión muy seria sobre la manera que tenemos de catalogar a las personas como buenos y malos. Mal entendida, puede dar pábulo a un maniqueísmo nefasto, que tergiversa el mensaje de Jesús. Bien y mal se encuentran inextricablemente unidos en cada uno de nosotros.

El punto de inflexión en la lógica del relato lo encontramos en las palabras del dueño del campo: “dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Lo lógico sería que se ordenara arrancar la cizaña en cuanto se descubriera en el sembrado, para que no disminuyera la cosecha. Pero resulta que, contra toda lógica, el amo ordena a los criados que no arranquen la cizaña, sino que la dejen crecer con el trigo. Este quiebro debe hacernos pensar. No es que el dueño se haya vuelto loco, es que quiere hacernos ver que otra actitud ante la realidad es posible.

El domingo pasado, una cosecha del ciento por uno era el quiebro que nos obligaba a saltar a otro plano. Esa desorbitada cosecha no se puede dar en el trigo, luego tenemos que dar un salto para entender lo que nos quiere decir. Ya no se trata de tierra y grano sino de fruto espiritual. En esta parábola, la falta de lógica está en no arrancar la cizaña. Si en el trigo se nos pide hacer lo contrario de lo que se debe, nos obliga a saltar a otro nivel en que eso sea posible. En el orden espiritual no solo no se debe arrancar la cizaña, sino que no se puede separar.

El dueño siembra buena semilla. La cizaña tiene un origen distinto. Según aquella mentalidad, hay un enemigo del hombre empeñado en que no alcance su plenitud. Pero la hipótesis del maniqueísmo es innecesaria. Durante milenios el hombre trató de buscar una respuesta coherente al interrogante que plantea la existencia del mal. Hoy sabemos que no tiene que venir ningún maligno a sembrar mala semilla. Las limitaciones, que inevitablemente nos acompañan como criaturas, dan razón suficiente para explicar los fallos de toda vida humana.

Casi cuatro mil millones de años de evolución han ido siempre en la dirección de asegurar la supervivencia del individuo y de su especie. A ese objetivo estaba orientado cualquier otro logro. El ser humano descubre que hay un objetivo más valioso que el de la simple supervivencia. Al intentar caminar hacia esa nueva plenitud de ser que se le abre en el horizonte, el hombre tropieza con esa enorme inercia que le empuja al objetivo puramente egoísta. En cuanto se relaja un poco, aparece la fuerza que le arrastra en la dirección equivocada.

El objetivo de subsistencia individual y el nuevo horizonte de unidad-amor que se le abren al ser humano no son contradictorios. En el noventa por ciento deben coincidir. Pero esa pequeña proporción que les diferencia no es fácil de apreciar. Como en el caso de la cizaña y el trigo, solo cuando llega la hora de dar fruto queda patente lo que los distingue. Es inútil todo intento de dilucidar teóricamente lo que es bueno o lo que es malo. La mayoría de las veces las personas solo descubren lo bueno o lo malo después de innumerables errores.

El trigo y la cizaña tienen que convivir a pesar de que son plantas antagónicas y lo que produce una, será siempre a costa de la otra. La cizaña perjudica al trigo, pero la realidad es que son inseparables. Aplicado al ser humano, la cosa se complica hasta el infinito, porque en cada uno de nosotros coexisten juntos cizaña y trigo. Nunca conseguiremos eliminar del todo nuestra cizaña. Solo aceptando esto, superaremos el puritanismo y lo aceptaremos tal como es.

Esta mezcla inextricable no es un defecto de fábrica, como se ha hecho creer con mucha frecuencia; por el contrario, se trata de nuestra misma naturaleza. Dejaríamos de ser humanos si se anularan todas nuestras limitaciones. No solo es absurdo el considerar a uno bueno y a otro malo, sino que el solo pensar que una persona se pueda considerar perfecta, es descabellado. Arrancar la cizaña en nosotros y en los demás ha sido una tentación inmemorial.

También hoy Jesús, a petición de sus discípulos, explica la parábola. No se trata de una explicación de Jesús, sino de un añadido de la primera comunidad, que convirtió la parábola en alegoría para utilizarla como instrumento moralizante. En la explicación que el evangelio da se ve con toda claridad la diferencia entre parábola y alegoría. Podemos apreciar cómo se desvía el acento desde la necesidad de convivir con el diferente a la insistencia en que los malos serán quemados, con la intención de que el miedo a ser quemados nos haga mejores.

Si a través de veinte siglos, la Iglesia hubiera hecho caso de esta parábola, ¡cuántos atropellos se hubieran evitado! En todos los tiempos se ha perseguido al que discrepa, solo por el afán de preservar el trigo. Se ha excomulgado, se ha desterrado, se ha quemado en la hoguera a miles de cristianos que eran bellísimas personas, aunque no coincidieran con la verdad oficial. Es patético que se haya declarado santos a algunos de los que han sido sacrificados.

Aún tenemos pendiente un cambio en nuestra actitud ante el diferente. Hemos sido educados en el exclusivismo. Jesús sabía muy bien lo que decía a un pueblo judío que se creía elegido y superior a los demás. A pesar de la claridad del mensaje, muy pronto olvidaron los cristianos las enseñanzas de Jesús y reprodujeron el exclusivismo judío. Una sola frase resume esta actitud totalmente antievangélica: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Esta máxima ha sido defendida todavía, por el último Catecismo de la Iglesia Católica.

La parábola no solo se aplica al orden moral sino a la doctrina y al culto. En las verdades también hay trigo y cizaña y tampoco se puede separar el error de la verdad. Dice un proverbio oriental: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. En el culto, el trigo sería un descubrimiento de Dios en nosotros y una verdadera relación con Él. Cizaña sería quedarnos en los ritos externos y no llegar a la vivencia. En la moral es mucho más sangrante la pretensión de exclusividad. Hemos predicado como voluntad de Dios lo que no son más que preceptos humanos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Las parábolas vegetales.

Domingo, 23 de julio de 2023
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Mt 13, 24-43

«El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza…»

Nunca me dejan de sorprender esas fotos que muestran templos orientales construidos con enormes sillares de roca, y ahora engullidos por la selva y destruidos piedra a piedra por la fuerza avasalladora de ramas y raíces. Es increíble que algo tan aparentemente blando e inofensivo nacido de una semilla frágil e insignificante, acabe imponiéndose con el paso del tiempo a lo que en principio había nacido para ser indestructible.

Pero así es.

Jesús creía en el poder incontenible de la semilla y plasmó su creencia en ese conjunto de parábolas singulares a las que llamamos “parábolas vegetales”. Cada una de ellas tiene su propio mensaje particular, pero de su conjunto podemos sacar dos conclusiones comunes: la primera y más importante es que el Reino no crece por la fuerza del dinero o la imposición del poder, sino que se siembra y crece por la fuerza interior de la Palabra.

La segunda es que la humanidad nunca va a alcanzar su plenitud si se limita a buscar la justicia promulgando leyes y amenazando con castigos. Es necesario cambiar el corazón de las personas sembrando en ellos el perdón, la compasión y el servicio. Las leyes coartan, pero no cambian el corazón y el mal persiste en ellos a pesar de los castigos.

Jesús hablaba en parábolas porque el lenguaje parabólico permite decir lo más profundo que se puede decir de Dios y del ser humano; aquello que no se puede expresar sino mediante este lenguaje. Intenta con ellas anunciar y presentar lo “divino” en el lenguaje humano; trata de facilitar a los oyentes esa otra dimensión de la realidad que no se ve, y que no puede enunciarse directamente en lenguaje terreno.

El resultado es que a través de las parábolas Jesús hace la mejor teología de la historia de la humanidad; una teología que no está reservada a los sabios e iniciados, sino al alcance de todos; principalmente de los humildes. Con demasiada frecuencia, los sabios complican su sencillez extrema y emborronan el mensaje.

Refiriéndonos ya a las dos parábolas del evangelio de hoy, la mostaza es un arbusto peligroso que invade los campos en los que cae. Es muy probable que con ella Jesús estuviese mostrando su confianza en que los criterios del Reino iban a acabar por imponerse a las viejas estructuras religiosas de Israel, y no es casual que lo haga delante de escribas y fariseos que sin duda estaban allí y acusaron el golpe.

La otra parábola —la cizaña— se presta a ser mal interpretada, y de hecho se suele interpretar muy mal: “En el mundo hay buenos y malos que viven mezclados los unos con los otros, pero, al final, Dios los separará y condenará a los malos al fuego”. Una interpretación muy desafortunada y alejada de la realidad. El bien y el mal son fuerzas contrapuestas que luchan tenazmente en nuestro interior, y en esa lucha, unas veces vence una y otras, la otra. Nadie está libre del mal, o como decía Ruiz de Galarreta: «No hay justos y pecadores, sino solo pecadores amados por Dios».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer otro comentario sobre este evangelio publicado en fe adulta, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Las parábolas, imágenes para un sueño.

Domingo, 23 de julio de 2023
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the-passion-fox-netflix-644x362Mt 13, 24-30

Mateo en el capítulo 13 de su evangelio nos presenta a Jesús narrando a su auditorio una serie de parábolas a través de las cuales, dice el evangelista, les va exponiendo muchas cosas (Mt 13, 3). Las historias que propone reflejan el contexto agrario de la Palestina del siglo I y posiblemente para un lector o lectora del siglo XXI resulten lejanas e incluso le resulte difícil captar su carga profética. Pero lo importante está en ir más allá del ejemplo y sintonizar con la propuesta de fondo, con la mirada que propone, con el desafío que lanza.

Cuando Jesús presenta su enseñanza a través de parábolas no pretende ofrecer enigmas difíciles de resolver ni mensajes ocultos que haya que desvelar. Él busca ofrecer esperanza y sentido a quienes ven sus vidas destruidas, se sienten agobiad@s o margind@s. Con un lenguaje sugerente y sencillo, Jesús compara la acción amorosa de Dios en la historia con experiencias cotidianas que, más que de poder o omnipotencia, hablan de fragilidad y empatía: unas semillas, un poco de levadura, un tesoro escondido… Imágenes que hablan de confianza en un futuro diferente, que muestran a un Dios que es misericordia y perdón y que solo quiere salvar.

Sus parábolas son, además, invitaciones a comprometerse con el cambio, a estar atentas y atentos a los signos que muestran el camino, a sostenerse con paciencia activa en los procesos que transforman… como levadura, como semilla, como tesoro…

La parábola del trigo y la cizaña

En esta parábola el Reino de los cielos se identifica con un hombre que siembra su campo con buena semilla y su enemigo planta cizaña en medio de ella. La lógica parece decir, como expresan los criados, que es necesario arrancar la cizaña cuanto antes para que el trigo pueda seguir creciendo sin amenazas. Sin embargo, el dueño del campo prefiere esperar a la siega para separar el trigo de la cizaña.

La imagen de ver el trigo mezclado con la cizaña en los campos no era desconocida para l@s oyentes de Jesús. Seguramente sabían que la cizaña era una planta venenosa de forma parecida al trigo y que crecía como una mala hierba entre el cereal y que era necesario evitar que se confundiera o ahogara el trigo estando atent@s a su crecimiento y a separarla en cuanto fuese posible. Jesús, sin embargo, no buscaba abrir un debate sobre lo acertado o no, en términos agrícolas, de si la decisión del propietario del campo era adecuada o no. Él quería ir más allá. Quería cuestionar esas fronteras, rápidas y aparentemente seguras, que trazamos entre lo bueno y lo malo pues, como pasa con el trigo y la cizaña, no es tan fácil de distinguir y corremos el riesgo de juzgar equivocadamente o estigmatizar a personas con decisiones precipitadas o desde principios absolutos.

A Jesús, sus encuentros con la gente herida, con las personas enviadas a las cunetas sociales, con quienes han sido silenciados o ignorados por ser diferentes, le ayudaban a entender que nadie estaba perdido definitivamente. El Dios Abba que sostenía su vida lo invitaba a confiar, a esperar el cambio y la transformación de quien había errado en el camino, a ver más allá de categorías o identidades y anunciar sin descanso la Buena Noticia de un Dios siempre amor y perdón para todos sus hijos e hijas.

Más grises que blancos

A Mateo esta parábola le sirve para recordar a su comunidad que su opción de seguir a Jesús no hace a sus miembros más pur@s, ni mejores. Que en su vida personal y colectiva no hay blancos y negros sino muchos grises que hay que clarificar y acompañar. No se trata tanto de esperar un juicio final sino de comprender en el presente que hay que acoger lo diferente, respetar los ritmos, tener compasión con las heridas, acompañarnos en las caídas, sostenernos en la fragilidad y fortalecer nuestros vínculos para caminar juntos y juntas en la diferencia y diversidad.

Carme Soto Varela

Fuente Fe Adulta

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Cuando la religión amenaza.

Domingo, 23 de julio de 2023
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IMG_0048Domingo XVI del Tiempo Ordinario

23 julio 2023

Mt 13, 24-30

Indudablemente, el surgir de las grandes religiones -no hace más de siete mil años- constituyó un momento importante en la evolución de nuestra especie: se desarrollaron ahí capacidades simbólicas, organizativas, relacionales, en definitiva, se creció en el proceso de humanización.

De la misma manera, resulta igualmente innegable la capacidad de la religión para movilizar a las personas y despertar lo mejor de ellas mismas, en forma de solidaridad, compasión, servicio, amor… Esto se produce cuando religión y humanización caminan en paralelo.

Sin embargo, a lo largo de la historia, la religión no solo no ha estado libre de perversiones -todo lo humano puede ser ambiguo y, tal como rezaba el adagio latino, “corruptio optimi pessima” (la corrupción de lo mejor se convierte en lo peor)-, sino que ha generado sufrimiento tan intenso como inútil.

Eso se ha producido siempre que, en un contexto social determinado, la religión se hizo fuerte, adquiriendo un lugar de dominio y detentando un poder más o menos absoluto.

En tales situaciones, la religión ha implementado mecanismos poderosos que han tenido como objeto controlar las conciencias para forzar que la población se sometiera a su propio proyecto. Aquí han ocupado un lugar preponderante las amenazas, los castigos y el sentimiento de culpa -tan omnipresente como nocivo-, sostenido todo ello por un “corpus” doctrinal, que se presentaba como incuestionable.

En las épocas de mayor poder religioso, ese cuerpo doctrinal adoptó la forma de absolutismo, tanto cognitivo como moral. La institución, que se consideraba a sí misma como poseedora de la verdad absoluta, se erigía igualmente como juez inapelable y, llegado el caso, como implacable verdugo.

La religión podía, por ejemplo, etiquetar a personas y comportamientos como “trigo” o “cizaña” -por utilizar la imagen de la parábola de Jesús- pero, en lugar de reconocer que ambas realidades se dan siempre de forma inseparable -tal como había sugerido el propio Jesús en la citada parábola-, promovían la condena e incluso la extirpación de todo aquello que, según su particular criterio, se consideraba “cizaña”. No es extraño que asistamos ahora a todo un proceso de desafección religiosa y rechazo de la religión institucional. Desafección y rechazo provocados, no solo por actitudes y comportamientos autoritarios, sino por creencias míticas que resultan inasumibles para la conciencia moderna.

Tampoco es casual que la perversión que he mencionado se produjera siempre en situaciones de poder cuasi omnímodo, porque este, que únicamente busca perpetuarse e imponerse, no se lleva nunca bien con la verdad.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Trigo y cizaña: hay que tener paciencia histórica en la vida

Domingo, 23 de julio de 2023
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imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

DOMINGO XVI del AÑO

01.- Trigo y cizaña.

         La historia de la humanidad, nuestra propia historia personal es un largo recorrido tejido de bien y de mal, de trigo y cizaña.

En el lenguaje teológico se suele decir que estamos en una historia de salvación, al mismo tiempo que en una historia de daños y males, (historia salutis – historia damnationis).

    La gran tentación suele ser la de extirpar cuanto antes el mal, arrancar la cizaña. Especialmente las posturas y temperamentos violentos y fanáticos enseguida esgrimen el hacha de guerra.

    Jesús no actúa así. Jesús no es un fundamentalista fanático que actúa agresiva y fulminantemente.

    Las precipitaciones y las prisas no son buenas consejeras. El crecimiento es lento y paciente.

Jesús y el Dios de Jesús son pacientes

Dejad crecer juntos el trigo y la cizaña hasta la cosecha, hasta a siega.

02.- ¿Dios solamente trata con los puros y perfectos?

    No parece muy sensato –ni razonable- pensar que el ser humano solamente accede a Dios y tiene relación con Dios cuando es perfecto o santo. Esto es un fundamentalismo fanático nada cristiano. Jesús comía con pecadores y publicanos. La mayor parte de las personas con las que Jesús trataba eran gente débil, pecadora, pagana, enferma.

    Según el Evangelio de Jesús, todo ser humano vive, vivimos, nuestra  historia con experiencias de gracia y de miseria.

    La parábola de la cizaña y el trigo es una descripción de nuestra propia vida personal.

Sentirnos alejados de Dios cuando en nosotros crece la cizaña, el mal, sería un suicidio espiritual, que no tiene nada que ver con la parábola que hemos escuchado.

Si somos cristianos, sabemos que hemos de dar cuenta de nuestra vida; pero también sabemos y confiamos que, el Dios que siembra una tiene paciencia infinita y la paciencia y la bondad- son la justicia de Dios.

03.- ¿Una religión y una Iglesia perfectas?

    Ni las religiones, ni el cristianismo, ni la Iglesia se miden por su perfección, sino por el contenido de bondad y misericordia que conllevan.

    La entraña de lo que Jesús siembra es que nunca perdamos la memoria de que somos “hijos De Dios ”. Que –como el hijo pródigo- no perdamos nunca la memoria de la “casa del Padre”. ¡Cuántos jornaleros en la casa de mi Padre…!

    Ni la religión ni la Iglesia son una comunidad de “puros”.

Siempre ha habido en la Iglesia una tendencia al puritanismo. Por ejemplo: Los cátaros medievales franceses (s XII) pretendían una iglesia ultrapuritana, una iglesia de élite. ¿No se estará repitiendo esta misma actitud hoy en algunos modernos movimientos eclesiásticos?

Jesús nos ofrece esta parábola de la cizaña: la paciencia y la bondad de Dios hacen posible el crecimiento de la buena semilla y la conversión. No nos salvamos por nuestra “pureza”, sino por la paciente bondad de Dios.

Curiosamente esta parábola del trigo y la cizaña  solamente la narra el evangelista San Mateo: un evangelio para judeo-xtnos. Los judíos creían en una religión de “puros”, cumplidores estrictos de la ley, de los ritos, de las purificaciones. En el cristianismo –en la vida- las cosas no son así. Somos una comunidad de publicanos y pecadores, trigo y cizaña.

    No se trata de que la humanidad sea un “imperio cristiano de la Iglesia”, simplemente se trata de ser levadura, fermento, sal de la tierra…

03.- Paciencia histórica.

    La vida no crece a tirones, ni a golpes. Tanto personal como social y comunitariamente, la existencia y la madurez humana requieren procesos, recorridos, altibajos, retrocesos. En la vida atravesamos por momentos y situaciones de todo tipo, de trigo y de cizaña.

    No es cuestión de arrancar precipitadamente la mala hierba, no es cosa de excomulgar, de condenar, de imponerse con poder. Son tentaciones fanáticas.

    En la vida hay que tener paciencia histórica. Las personas podemos cambiar podemos evolucionar, madurar. En ocasiones nacemos a una nueva vida -como Nicodemo- siendo ya mayores, quizás viejos.

    Hay que saber esperar, que al fin y al cabo toda siembra es una esperanza.

Dios sabe esperar, es más, la paciencia de Dios es nuestra salvación, (2Ped 3,15).

Tengamos paciencia histórica.

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Debemos sembrar semillas LGBTQ+ en el Sínodo, incluso cuando la mayoría falla

Lunes, 17 de julio de 2023
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IMG_0044La reflexión de hoy es del editor gerente de Bondings 2.0, Robert Shine.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el 15º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

La esperanza abundó en octubre de 2021 cuando el Papa Francisco lanzó el “Sínodo sobre la Sinodalidad”. Este proceso de varios años de caminar juntos como pueblo de Dios es visto por muchos como el evento eclesial más importante desde el Concilio Vaticano II en la década de 1960. Es muy probable que sea la marca definitoria del pontificado de Francisco.

Ya llevamos casi dos años en este viaje. Varias etapas han ido y venido —local, diocesana, nacional, continental—, frecuentemente marcadas por la escucha, la apertura, el diálogo y la reflexión. Los temas LGBTQ+ fueron prominentes en cada etapa, apareciendo en muchos informes nacionales y en seis de los ocho informes continentales. El documento de trabajo para la asamblea de este octubre incluye dos referencias a la inclusión LGBTQ+, y un documento anterior de la oficina del Sínodo reconoció cuán frecuente era el problema a nivel mundial. Y ahora, habrá una serie de líderes de iglesias LGBTQ positivos que participarán en la asamblea del Sínodo en Roma este octubre.

Lo confieso: este camino sinodal todavía me emociona mucho y tengo grandes esperanzas en él. A menudo me he preguntado cómo debe haber sido ser católico después del Vaticano II cuando había tanta energía por la reforma en la iglesia y la justicia en el mundo. Ha sido difícil de imaginar.

Crecí en una iglesia diferente donde Benedicto XVI era Papa y el abuso sexual del clero era lo que ocupaba los titulares. Si bien aún quedan muchos desafíos para la iglesia y el mundo, ahora entiendo un poco mejor cómo era esa energía en la era posterior al Vaticano II, cuando tantos profetas hablaron y comenzaron tantos grupos católicos de justicia.

Aún así, algunas personas hoy me advierten que maneje las expectativas. Estas advertencias no provienen de los críticos abiertos del Sínodo, sino de amigos y colegas comprometidos con el camino sinodal, pero que cuestionan esa esperanza inicial que una vez compartimos.

Todo esto estaba en mi mente cuando me senté con las lecturas de hoy que presentan la parábola del sembrador. Las lecturas no me entusiasmaron. No solo es una parábola que todos conocen, sino que incluso es una parábola que Jesús explica directamente. Muchas reflexiones sobre esta parábola se centran en los “héroes” de esta historia: las semillas que caen en tierra fértil y dan frutos en abundancia. Estas semillas, que Jesús explica, son las personas que escuchan la palabra de Dios y la entienden. Ellos son quienes debemos esforzarnos por ser con vidas interiores ricas y relaciones fructíferas con Dios. En resumen, todas las lecturas parecen bastante sencillas.

Sin embargo, la mayor parte de la parábola y la explicación de Jesús en realidad no se trata de los aparentes héroes, las semillas en tierra fértil. En cambio, se presta más atención a los fracasos: las semillas en un sendero que se convirtió en comida para pájaros, las semillas quemadas por el sol por carecer de raíces, las semillas estranguladas por las espinas. Las tres cuartas partes de las semillas arrojadas por el sembrador de la parábola simplemente murieron. Si las semillas son la palabra de Dios, esa es una tasa de fracaso bastante alta para recibir a Dios.

Cambiemos un poco la parábola presentando a las personas y aliados LGBTQ+ como sembradores. Las semillas son nuestras historias, nuestra fe, nuestras alegrías y esperanzas, nuestras penas y ansiedades, nuestra defensa y ministerio, siendo arrojadas por el paisaje, en este caso la Iglesia Católica. Si somos honestos, a menudo es cierto que nuestra tasa de fracaso es casi la misma que la de Dios. Trabajamos mucho, nos arriesgamos tanto, nos sacrificamos bastante y, sin embargo, las semillas que echamos fracasan: se topan con gente que no comprende, gente que nos acepta pero con limitaciones, gente que es aliada hasta que cuesta, gente dispuestos a ceder su privilegio para crear equidad para otros.

No quiero sugerir que el fracaso, ya sea en la palabra de Dios o en nuestro trabajo, deba ser el enfoque. El fracaso no es la comida para llevar aquí. La conclusión es que incluso cuando la tasa de fallas es alta, Dios todavía produce bienes en gran abundancia. La historia de la iglesia está repleta de historias de cómo las semillas de la palabra de Dios fueron plantadas en la rica tierra de pequeñas comunidades o incluso de una persona singular con una fe profunda, que luego tuvo un impacto enorme para cambiar el mundo.

Estos últimos dos años, las personas LGBTQ+ y sus aliados han estado sembrando semillas de inclusión a lo largo del proceso sinodal. Es probable que muchas de esas semillas, quizás la mayoría, fracasen. Pero solo se necesitan unas pocas semillas en la tierra adecuada para que Dios produzca un bien tremendo. No podemos saber qué conversación tuvimos, carta que escribimos, recurso que compartimos u oración que pronunciamos que será la semilla que echará raíces. Por eso debemos seguir sembrando ampliamente, predicando la inclusión a todo aquel que escuche y testimoniando la santidad de nuestras identidades y nuestro amor.

El viaje continúa hasta octubre de 2024 con más altibajos por venir. Pero cuando veo cuán poderoso ha sido el impacto de los católicos pro-LGBTQ+ en este proceso hasta ahora, ¿cómo no puedo tener esperanzas? No obtendremos todo lo que buscamos. Eso es seguro. Sin embargo, sí creo que habrá muchos buenos frutos de las semillas que arrojamos que están encontrando un suelo fértil.

Para ver la cobertura completa de Bondings 2.0 del Sínodo sobre la sinodalidad, haga clic aquí. Para ver todos los recursos del New Ways Ministry sobre el Sínodo, incluida una lista completa de los participantes de la asamblea de octubre de 2023 con registros LGBTQ+, haga clic aquí.

—Robert Shine (él/él), New Ways Ministry, 16 de julio de 2023

Fuente e New Ways Ministry

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“Aprender a sembrar como Jesús”. 15 Tiempo ordinario – A (Mateo 13,1-23)

Domingo, 16 de julio de 2023
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le-semeurNo fue fácil para Jesús llevar adelante su proyecto. Enseguida se encontró con la crítica y el rechazo. Su palabra no tenía la acogida que cabía esperar. Entre sus seguidores más cercanos empezaba a despertarse el desaliento y la desconfianza. ¿Merecía la pena seguir trabajando junto a Jesús? ¿No era todo aquello una utopía imposible?

Jesús les dijo lo que pensaba. Les contó la parábola de un sembrador para hacerles ver el realismo con que trabajaba y la fe inquebrantable que le animaba. Las dos cosas. Hay, ciertamente, un trabajo infructuoso que se puede echar a perder, pero el proyecto final de Dios no fracasará. No hay que ceder al desaliento. Hay que seguir sembrando. Al final habrá cosecha abundante.

Los que le escuchaban la parábola sabían que estaba hablando de sí mismo. Así era Jesús. Sembraba su palabra en cualquier parte donde veía alguna esperanza de que pudiera germinar. Sembraba gestos de bondad y misericordia hasta en los ambientes más insospechados: entre gentes muy alejadas de la religión.

Jesús sembraba con el realismo y la confianza de un labrador de Galilea. Todos sabían que la siembra se echaría a perder en más de un lugar en aquellas tierras tan desiguales. Pero eso no desalentaba a nadie: ningún labrador dejaba por ello de sembrar. Lo importante era la cosecha final. Algo semejante ocurre con el reino de Dios. No faltan obstáculos y resistencias, pero la fuerza de Dios dará su fruto. Sería absurdo dejar de sembrar.

En la Iglesia de Jesús no necesitamos cosechadores. Lo nuestro no es cosechar éxitos, conquistar la calle, dominar la sociedad, llenar las iglesias, imponer nuestra fe religiosa. Lo que nos hace falta son sembradores. Seguidores y seguidoras de Jesús que siembren por donde pasan palabras de esperanza y gestos de compasión.

Esta es la conversión que hemos de promover hoy entre nosotros: ir pasando de la obsesión por «cosechar» a la paciente labor de «sembrar». Jesús nos dejó en herencia la parábola del sembrador, no la del cosechador.

José Antonio Pagola

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“Salió el sembrador a sembrar”. Domingo 16 de julio de 2023. 15º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 16 de julio de 2023
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38-OrdinarioA15Leído en Koinonia:

Isaías 55,10-11: La lluvia hace germinar la tierra
Salmo responsorial: 64: La semilla cayó en tierra buena y dio fruto.
Romanos 8,18-23: La creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios
Mateo 13,1-23: Salió el sembrador a sembrar

El libro del profeta Isaías se divide en tres parte: la primera la podemos llamar el libro de la denuncia; la segunda el libro del anuncio y la tercera la consolación. El texto que hoy leemos pertenece a esta última sección del libro y nos da ya una pista para la interpretación del pasaje. Isaías III nos presenta una comparación que subraya el papel fundamental de la palabra de Dios para que se verifique la eficacia de su obra o acción. La palabra de Dios es entonces la lluvia que hace fecundos incluso los terrenos más áridos y duros. Se describe todo el ciclo completo del agua, desde su precipitación como gotas en las nubes, pasando por su acción benéfica en el terreno cultivado, hasta su retorno al cielo, lista para reemprender de nuevo su ciclo. De igual forma la palabra de Dios, que parte rauda de la boca de Dios, hace fértil el campo cultivado y realiza el cometido para el que fue enviada.

Esta comparación nos ayuda a comprender que la palabra que Dios nos comunica no gira en el vacío, sino que se dirige a los ‘terrenos cultivados’, o sea , a todas las personas que con devoción y cariño preparan su mente y sus afectos para que sea eficaz la palabra que ellos reciben de Dios por medio de los profetas. De este modo, la comparación resalta dos elementos muy importantes: la palabra se dirige a los ‘terrenos cultivados’ donde la semilla ya reposa y la palabra retorna a su fuente de origen.

El evangelio de Mateo complementa esta imagen tan poderosa y sugestiva con la ‘parábola del sembrador’. En esta parábola los elementos decisivos son la excelente calidad de la semilla y la disposición del terreno. El sembrador lanza una semilla de excelente calidad y lo hace con la generosidad y esperanza de quien ama su campo de cultivo. No ahorra esfuerzo ni semillas; las coloca incluso en lugares en donde no cabría esperar ningún resultado ya que su interés no es conservar sino esperar que esa semilla haga fructificar todos los sectores de su parcela. El otro elemento decisivo, el terreno, responde de diferente manera según la ‘calidad’ de la tierra. La buena disposición de cada pedazo de la parcela constituye el factor desicivo para el éxito de la empresa. La semilla es buena, pero el terreno responde de manera desigual.

La interpretación de la parábola que aparece en la sección siguiente del evangelio, nos da unas claves poderosas de comprensión. La disposición del terreno se refiere a la actitud de las personas. Algunas se dejan cultivar y ofrecen una tierra apta donde la semilla echa raíces profundas. Otras, en cambio, ofrecen terrenos donde la semilla se pierde por exceso de dureza, por descuido, superficialidad o negligencia. Tanto el grupo representado por los buenos terrenos, como el grupo representado por los terrenos no receptivos, forman parte de la misma parcela. Los dos están en la misma geografía, en la misma historia y en el mismo momento. No hay excusa válida para justificar la falta de acogida y de respuesta.

Esta parábola se refiere a una realidad de la comunidad cristiana sobre la que ya se había hecho una profunda recepción. En la comunidad, representada por la parcela, se encuentran terrenos, es decir personas, con diferentes actitudes y proyectos. No se puede saber de antemano qué respuesta va a dar cada quien. Lo único que se sabe es que el sembrador reparte con generosidad su fértil semilla. En el desarrollo del proceso de cultivo se sabe quién es apto y quién no. Pero no basándonos en criterios arbitrarios, sino en el fruto que cada quien muestra. La expresión ‘dar frutos’ tiene un valor muy preciso en la Biblia y se refiere siempre a la respuesta positiva del ser humano al proyecto de Dios. Pero no a cualquier proyecto presentado en nombre de Dios, sino a la propuesta de los profetas que Jesús de Nazaret ha llamado ‘reinado de Dios’. Es decir, una experiencia humana donde sea posible el amor solidario, la libertad para hacer el bien y la justicia responsable.

La parábola del sembrador nos pone en contacto con la profecía consoladora de Isaías. La palabra de Dios actúa en la historia humana en las personas que cultivan el terreno sorprendente del amor solidario, de la escucha atenta del hermano y del servicio generoso y desinteresado a los excluidos. La palabra de Dios se hace fecunda en las comunidades y personas que asumen una actitud responsable ante la historia y no permiten que la ‘buena nueva del Evangelio’ se convierta en consigna barata ni en cliché de espiritualizaciones alienadoras y superfluas, sino que procuran siempre que la palabra del profeta sea eficaz en la historia.

Pablo, en la Carta a los Romanos, nos propone esta misma reflexión: la creación, el terreno fértil que Dios ha dado al ser humano en la historia (Gn 2,4-25), aguarda con impaciencia la realización de la obra de Cristo en toda la humanidad. La propuesta de Jesús nos abre a la esperanza de un futuro en el que la Humanidad se reconoce en la justicia y en el amor solidario, y no en la muerte y la guerra. Leer más…

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16.7.23 (Dom 15 TO). Salió Jesús a sembrar (Mt 13, 3-9).

Domingo, 16 de julio de 2023
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360100675_2462437047266806_116720303679359830_nDel blog de Xabier Pikaza:

Salió a sembrar en toda tierra el Reino… y precisamente por hacerlo como hizo,  sembrando en toda tierra, sin limitarse a mantener según ley  oficial su rebaño en la buena tierra de los justos…  por sembrar donde decían que no  era lugar ni momento de siembra (entre pobres, excluidos, enfermos, desterrados, impuros…) le mataron, y su vida así sembrada fue semilla de Reino en toda tierra.

Ahora,  este año 2023, son muchos los que dicen que llevamos decenio sin haber sembrado. Vivimos de rentas caducadas y de rebusca mezquina, mientras la tierra se angosta sin agua de vida, sin semilla de palabra. Nos hemos especializado en ser pastores de un rebaño de rediles viejos, mientras son pocos los que salen a los campos de la siembra

Dicen que llevamos decenios sin siembra verdadera de evangelio, como si debiéramos limitarnos a enterrar muertos antiguos, en contra de Jesús que decía: “Dejad que los . Jesús nos dice hoy que tomemos el  zurrón de las semillas y sembremos, a fondo perdido, en esperanza de futuro, en toda tierra.

Evangelio  

Mt 13 3b Salió el sembrador a sembrar, 4 y, al sembrar, unas semillas cayeron al borde del camino; y vinieron los pájaros y las comieron. 5 Y otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y, como la tierra no era profunda, brotaron en seguida; 6 pero, en cuanto salió el sol, se quemaron y por falta de raíz se secaron. 7 Otras, en cambio, cayeron entre zarzas, y crecieron las zarzas y ahogaron la semilla. 8 Pero otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien; otras sesenta; otras treinta. 9 Quien tenga oídos oiga [1].

Sembradores de palabra

    Jesús nos ha hecho sembradores de Palabra. Éste es nuestro primer oficio en la iglesia. Hay un sembrador principal que es Dios; hay un director de sembradores que es Jesús… Con él estamos todos nosotros, sembradores de evangelio en las nuevas tierras de la vida, el año 2023. Vamos a sembrar, hermanos, a sembrarnos nosotros mismos como  palabra de evangelio.

‒ ¿Por qué hay diversas tierras, y algunas son malas para la semilla: el camino, el pedregal, el zarzal? ¿No hizo Dios todas las tierras buenas (Gen 1)? El problema no se resuelve simplemente diciendo que las tierras son los seres humanos que deben hacerse buenos, como en la forma actual de la parábola, sino que debemos preguntar: ¿por qué hizo Dios o permitió que hubiera tierras malas, hombres y mujeres que parecen incapaces de acoger la semilla?

‒ Si el sembrador es Dios ¿por qué actúa de esa forma, como si no conociera su oficio de sembrador que sólo siembra en buena tierras?¿Por qué ha dejado que parte de su semilla cayera en la tierra dura del camino, en el zarzal o el pedregal? ¿Por qué no ha hecho primero que todos los terrenos (hombres y mujeres) fueran buenos? En esa línea, el texto parece estar suponiendo que Dios (o el mesías sembrador) no conoce bien su oficio, pues malgasta semilla en terrenos al parecer poco aptos. ¿O es que Dios quiere que todos los terrenos sean aptos?

— La siembra del Dios-Mesías depende de que nosotros (sus sembradores) salgamos al campo de la vida y sembremos su palabra en toda tierra, de forma creadora. Eso sigue significando que la obra mesiánica se entiende en forma dramática y dialogal, condicionada no sólo para bien, sino también para mal, por la acogida-respuesta de los hombres, conforme a la división de las diversas tierras, que no parece paritaria, sino desigual (pues hay tres tipos de mala tierra, y sólo un tipo de buena):

‒ Camino duro y pájaros (13, 4). Sembrar en el camino, sin que la semilla pueda hundirse en la tierra, es dejarla a merced del viento o de los pájaros. Jesús ha de saberlo, y sabe (en forma de parábola) que los pájaros están ahí, formando una amenaza para la siembra, un riesgo para la obra de Dios. Sobrevuelan sobre el campo; pero sólo son peligrosos allí donde la tierra es dura y no absorbe la semilla, es decir, allí donde es como un camino pisado y repisado.

Éstos son los pájaros de Dios de Mt 6, 25-34 (señal de su providencia generosa), pero mirados desde otra perspectiva, esos pájaros son signo del peligro que corre la semilla cuando no penetra en la hondura de la vida humana, quedando así a merced de esos pájaros, que comen todo lo que encuentran. ¿No se podría decir, en esa línea, que las semillas del camino son bendición para los pájaros, pero no sirven para la cosecha?

Pedregal y sol que quema la semilla (13, 5-6). El sol es necesario para que madure la semilla, como saben bien los agricultores. Sin tierra con agua (¡aquí ausente!) y sin luz-calor de sol no hay cosecha. Pero allí donde la tierra carece de profundidad y no acoge en hondura la semilla, y no permite que las raíces de la planta penetren y se arraiguen, por ser pedregosa, en vez de tener profundidad y ofrecer un “humus” (lugar de alimentación y crecimiento para la semilla), calienta el sol y se convierte en fuego que calcina y quema la planta recién nacida. Dios mismo es semilla, pero si el hombre no tiene profundidad y no le acoge ni Dios puede germinar en su tierra.

‒ Campo de espinas que ahogan la semilla (13,7). Además de los pájaros del aire y del sol ardiente, que quema las pequeñas raíces de las plantas en tierra pedregosa, la siembra puede y en algún sentido debe crecer en un espacio de “competencia biológica”, en un contexto de enfrentamientos vitales donde actúan también otras plantas que estaban ya allí, que (en sentido externo) pueden ser más poderosas que la semilla sembrada.

Frente a la planta buena de Dios hay otras, que parecen más adaptadas y más fuertes y pueden ahogarla. También las espinas tienen derecho a crecer, también los cardos, todo tipo de variedades agrarias. Ciertamente, si quiere sobrevivir como especie “inteligente”, el hombre debe quitar espacio a las espinas y cardos, para que brote la buena semilla, pero si destruimos toda la inmensa variedad de especies vegetales que parece inútiles (con pesticidas…) corremos también el riesgo de destruir la vida humana.

‒ Semilla buena en tierra buena (13, 8). Aquí se expresa el “milagro” de la siembra: buena semilla en buena tierra. ¿Tierra buena “de Dios”, es decir, en estado natural, o tierra buena roturada y preparada, limpiada y regada cuidadosamente por los hombres? A pesar de todos los enemigos que pueden actuar y actúan, desde fuera y desde dentro de la tierra, el sembrador se arriesga, y prepara la tierra, y una parte de su semilla cae sobre un lugar adecuado, de manera que su obra resulta positiva, tiene éxito. Aquí también peguntamos: ¿Por qué es buena la tierra, en qué medida es obra suya y en qué medida es resultado del esfuerzo del labrador que la cuida y prepara?

Mirada desde sí misma, esta parábola no puede razonarse, está ahí, como visión originaria, , para que aprendamos a pensar, para que respondamos. En ese contexto debemos plantear la función del mesías sembrador y de nosotros sus colaboradores, su cuadrilla de siembra.  

    Así nos dice Jesús que salgamos a sembrar, este año 2023, en esta tierra que muchos parecen haber abandonado. Podría haber dicho Jesús: Salió el sembrador y una parte de su semilla cayó entre ruinas de campo abandonados, por olvido quizá de los sembradores antiguos…,quizá por cambio de los tiempos. 

Ampliación: Sobra la siembra en parábolas

 Volvamos a leer el texto. Austeramente describe Jesús lo que sucede a la semilla, empleando experiencias normales de la agricultura, de manera que sus oyentes puedan entenderlo. Todo es normal, prosa concreta, sin atisbo de enseñanza exclusivista de corte de reyes o palacio de nobles. Pero escuchada mejor esa parábola y otras resultan sorprendentes, una enseñanza más alta y paradójica, pensada para que la gente piense por sí misma.

Una educación de campo. Esta parábola del sembrador parece sencilla… Muchos mayores tenemos todavía en los ojos la imagen del abuelo en los campos duros de la tierra antiguo. Aquel abuelo nos decía: Un buen sembrador siembra sólo en buena tierra y no desperdicia los granos entre piedras, caminos y zarzas. Jesús, en cambio, parece empeñarse en sembrar sobre suelos que no pueden prepararse, pues no son apropiados para ello (camino, pedregal, zarzal).

    Un viejo amigo educador me decía: Esta nueva juventud no es “materia de religión” (no es campo donde pueda sembrarse el evangelio…); y sin embargo seguía buscando, imaginando, sembrando…. Para el futuro, me decía, quizá para sus nietos. Pero tenemos que seguir sembrando, y hacerlo de otra forma, como hizo Jesús, que rompió los métodos pedagógicos de los escribas y sacerdotes de su tiempo:

 Es evidente que necesitamos una sabiduría más alta. La parábola expresa la sabiduría de Dios, que dice su palabra por Jesús, sembrando semilla en toda tierra.

El buen científico, hombre de sistema, busca eficacia y calcula, piensa de antemano y escoge la tierra más fértil y adecuada. Nos diría quizá no no tenemos métodos; que hagamos ciencia, si queremos progresar, que dejemos la siembra de evangelio.

Pero nosotros estamos empeñados en sembrar como Jesús… Él sabía que los sembradores de evangelio necesitamos una lógica distinta, propia del Dios sabio, que introduce su semilla/palabra en toda tierra.

 Jesús no era sabio de puras razones, sino que iba enseñado (sembrando su palabra, sembrándose a sí mismo) en la universidad de la calle, para que todos pudieran pensar y sentido el color y  sentido de las cosas, no porque él las dijera desde arriba (que nos las decía así), sino porque al decir sus palabras se decía a sí mismo. No era un erudito en el sentido normal, repetidor de textos al servicio del sistema.

 Jesús aparece en el evangelio como sabio, pero haciendo a todos podamos ser sabios a su lado, pues ofrece y comparte su palabra con pobres, ignorantes, enfermos…. No busca imágenes herméticas, ni signos de sabiduría especializada. Al contrario, él mira donde todos miran: hacia el lago de los pescadores, hacia el campo de los sembradores, hacia el monte donde guardan su rebaño los pastores… y dice su palabra de iluminación, de comunión, de promesa.

Jesús enseña a sus oyentes a mirar y ver de otra manera. De esa forma se ha fijado en el padre que reparte la herencia entre sus hijos, en las muchachas que acompañan a la novia, en la mujer que amasa el pan o busca la moneda perdida en las esquinas de la casa. Él ha mirado también a los arrendatarios y obreros, con aquellos que hacen guardia por miedo a los ladrones, de tal manera que en un primer nivel sus parábolas parecen algo de tal forma simple que todos las entienden. Pero luego, al pensar mejor en ellas, descubrimos su extrañeza, de forma que debemos pensarlas y entenderlas por nosotros mismos.

Las parábolas emplean, de esa forma, un lenguaje de choque que los niños pueden entender y acoger mejor que los mayores, los “ignorantes” mejor que los letrados. No son alegorías, de manera que no pueden interpretarse detalle a detalle, sino que han de entenderse en su conjunto, evocando en ellas la imagen central, para destacar después su novedad, que es paradójica, pues rompe el nivel del razonamiento ordinario, la lógica diaria, para introducirnos en el espacio sorprendente de la gracia de Dios que se expresa en la vida humana. No pueden entenderse desde la lógica normal, sino que nos transportan a un nivel de realidad donde saber es sorprenderse, subiendo de plano, para entrar en la vida en Dios, como volveremos a poner de relieve en el capítulo final de este libro.

 Jesús no ha contado las parábolas para divertir a los curiosos, como un bufón de corte a quien se le permite decir cosas prohibidas a otros; no ha tejido sus poemas para distraer a los demás, sino para interpelarles, haciendo que ellos mismos se vuelvan creadores, sorprendidos, iluminados, incitados:

‒ Las parábolas sorprenden. Donde todo parecía normal introducen ellas un signo más alto de interrogación. ¿Se puede arrojar la semilla entre las zarzas? ¿Debe el padre recibir al hijo pródigo y darle una nueva herencia después que ha gastado la primera, a detrimento del hijo que ha quedado en casa? ¿Es justo el patrono que paga al jornalero de la hora undécima lo mismo que al primero? ¿Puede el comerciante gastar todo su dinero por comprar ado ante estas y otras parábolas sin hallar una respuesta, pues quieren saber sin comprometerse, de manera que acaban mirando y no ven. Por el contrario, aquellos que deciden entrar en su dinámica saben que ellas son verdaderas.

 No se pueden entender por pura ciencia, si no hay un compromiso personal que nos permita penetrar en ellas. Por eso, todas las hermenéuticas teóricas (propias de intérpretes que quieren ser neutrales) resultan incapaces de hacernos entender su contenido, pues Jesús, como poeta, sólo cuenta su secreto al que se deja interpelar y enriquecer por su palabra, penetrando en ella. Lógicamente, él no ha fundado una escuela de templo, para organizar los ritos de los sacerdotes y realizar mejor los sacrificios. Tampoco ha creado una academia rabínica, para interpretar mejor la Ley y las tradiciones, en la línea de los nuevos especialistas rabínicos, sino que ha sido más bien un sabio mesiánico, contador de parábolas, no para saber más, sino para ser y hacer, es decir, para madurar como seres humanos y ayudarse unos a otros.

 ‒ Las parábolas son sabias siendo paradójicas: no ofrecen enigmas en el sentido usual de la palabra, ni adivinanzas de iniciados, sino que exponen de forma sencilla, pero sorprendente, el lado más profundo de la realidad, situándonos en aquello que parece conocido (siembra o viña, pesca o tesoro del campo…), para introducirnos desde allí hacia lo desconocido y fundamental, que es la presencia gratuita y creadora de Dios, que invierte y transfigura todo, para abrirnos así un camino de Reino.

‒ Ellas hablan desde el lugar donde gracia de Dios y tarea de la vida se vinculan, haciendo pasar ante nosotros una serie de figuras paradójicas (samaritano, publicano, pródigo, mendigo…), para mostrarnos la extrañeza creadora del Reino. Ellas no pueden entenderse como inversión de la realidad actual (al modo hegeliano marxista), pues esa inversión sigue estando al servicio de un sistema de violencia. Superando ese nivel (tesis y antítesis, poder del sistema), las parábolas nos llevan el lugar de la sabiduría primera, donde se revela Dios y los humanos aprenden a entenderle, en gracia sorprendida.

  Jesús eleva su mensaje sobre (contra) la verdad oficial de su entorno (sospecha de ella), no para criticarla con envidia o destruirla con violencia, sino para llevar a sus oyentes al más hondo manantial de su saber, para mirar las cosas y personas desde la ribera de la gratuidad, con los ojos salvadores de Dios.

Precisamente allí donde parece que todo está resuelto, donde sacerdotes y jerarcas judíos o cristianos elaboran su sistema de seguridades, expulsando a los pobres o pequeños, ha proclamado Jesús su protesta creadora, en favor de ellos. Él no es un erudito al servicio del gran “todo” (la seguridad del sistema, el señorío de los poderosos), sino sabio que habita al interior de la vida de hombres y mujeres, poniéndose siempre al lado de los pobres. Desde ese fondo, sus parábolas son voz de aviso: denuncia para aquellos que buscan seguridades a costa de los otros; anuncio de salvación para los excluidos del sistema.

Notas

 [1] En general, cf. J. D. Crossan,The seed parables of Jesus, JBL 92 (1973) 244-266; Ch. Dietzfelbinger, Das Gleichnis vom ausgestreuten Samen, en E. Lohse. (ed.), Der Ruf Jesu und die Antwort der Gemeinde, FS Joachim Jeremias, Vandenhoeck, Göttingen 1970, 80-93; B. Estrada-Barbier, El Sembrador: perspectivas filológico-hermenéuticas de una parábola, Pontificia, Salamanca 1994;X. Léon-Dufour, La parábola del sembrador, en Estudios de Evangelio, Cristiandad, Madrid 1982.

[2] Sobre ese simbolismo sagrado, cf. M. Astour, La Triade de Déesses de Fertilité à Ugarit et en Grèce, Ugaritica 6 (1969) 9-23; L. Cencillo, Mito. Semántica y realidad, BAC, Madrid 1970; I. Cornelius, The Many Faces of the Goddess, BO, Freiburg/Schweiz 2004; W. Herrmann, Aštart, MIO 15 (1969) 6-52; J. Morgenstern, Some significant Antecedents of Christianity, Brill,Leiden 1966, 81-96.

[3] Entendido así, lo que parece desinterés de Dios, que crea tierras muy distintas, y del Mesías, que se atreve a sembrar en todas ellas, puede presentarse como signo de un interés más hondo, pues Dios ofrece su palabra a toda tierra, un tema que dentro del evangelio de Mateo puede interpretarse como expresión de universalidad: Dios puede sembrar también y encontrar buena respuesta en tierra de gentiles, de manera que todo colabora al fin al despliegue de su obra, como supone Pablo en Rom 8, 28… Pero el tema de fondo no es aquí la oposición entre judíos y gentiles (entre buenos y malos sin más, como veremos en la parábola de la cizaña: 13, 24-43), sino entre diversos tipos de tierra, que por ahora aparecen de forma simbólica, y pueden aplicarse a todos los seres humanos, dentro y fuera de Israel.

El tema es mi tierra, la siembra de Dios en mi vida. Mirada así, esta parábola puede interpretarse desde dos perspectivas:

 (a) Una, más emergentista, supone que todo está dado de algún modo en la primera tierra, y que el mesías de Dios actúa como buen partero, en línea mayéutica, para que nosotros descubramos lo está ya dentro de nuestra propia tierra, como ha puesto de relieve A. Torres, Repensar la revelación. Trotta, Madrid 2008.

(b) Otra, más creacionista, pone de relieve el poder de la semilla, que no es puramente nuestra, sino del mismo Dios, que se va haciendo semilla/palabra en la historia de la humanidad, y en nuestra propia historia… No todo está en la tierra, pues también es fundamental la palabra que viene de fuera y sorprende, transforma a los hombres. He desarrollado el tema en Antropología bíblica 2005..

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Respuestas para una crisis de la Iglesia. Domingo 15 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 16 de julio de 2023
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porta15ordADel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Ya que este año el domingo 15 coincide con la fiesta de la Virgen del Carmen, aprovecho el envío para felicitar a todas las que celebren su santo. Feliz día.

 

Crisis ayer, hoy y siempre

            Que la Iglesia actual (al menos en España) está en crisis no lo puede negar nadie. Baja el número de los que se confiesan cristianos, el número de bautismos y matrimonios, la práctica sacramental. Pero las crisis no son una novedad de la Iglesia actual. Se han dado siempre.

Una crisis con cinco interrogantes y siete parábolas: Mateo 13

            El evangelista Mateo tuvo que enfrentarse a una de ellas. Probablemente no fue la primera. Pero él intentó ver sus diversos aspectos y ofrecer respuestas válidas a partir de la palabra de Jesús.

            Al llegar a este momento de su evangelio (c. 13), el horizonte ha comenzado a oscurecerse. Lo que comenzó tan bien, con el seguimiento de cuatro discípulos, el entusiasmo de la gente ante el Sermón del Monte, los diez milagros posteriores, ha cambiado poco a poco de signo. Es cierto que en torno a Jesús se ha formado un pequeño grupo de gente sencilla, agobiada por el peso de la ley, que busca descanso en la persona y el mensaje de Jesús y se convierten en “mis hermanos, mis hermanas y mi madre”. Pero esto no impide que surjan dudas sobre él, incluso por parte de Juan Bautista; que gran parte de la gente no muestre el menor interés, como los habitantes de Corozaín y Betsaida; y, sobre todo, que el grupo religioso de más prestigio, los fariseos, se oponga radicalmente a él y a su doctrina, hasta el punto de pensar en matarlo.

            Mateo está reflejando en su evangelio las circunstancias de su época, hacia el año 80, cuando los seguidores de Jesús viven en un ambiente hostil. Los rechazan, parece que no tienen futuro, se sienten desconcertados ante sus oponentes, no comprenden por qué muchos judíos no aceptan el mensaje de Jesús, al que ellos reconocen como Mesías. Las cosas no son tan maravillosas como pensaban al principio. ¿Cómo actuar ante todo esto? ¿Qué pensar? Mateo, basándose en el discurso en parábolas de Marcos, pone en boca de Jesús, a través de siete parábolas, las respuestas a cinco preguntas que siguen siendo válidas para nosotros:

            ¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús? ― Parábola del sembrador.

            ¿Qué actitud debemos adoptar con los que rechazan ese mensa­je? ― El trigo y la cizaña.

            ¿Tiene algún futuro este mensaje aceptado por tan pocas personas? ― El grano de mostaza y la levadura.

            ¿Vale la pena comprometerse con él? ― El tesoro y la piedra preciosa.

¿Qué ocurrirá a los que aceptan el mensaje, pero no viven de acuerdo con los ideales del Reino? ― La pesca.

            Este domingo se lee la primera; el 16, las tres siguientes; el 17, las otras tres.

ADVERTENCIA PREVIA

            El fragmento elegido, bastante largo, consta de tres partes:

            1) Jesús cuenta la parábola del sembrador.

         2) Los discípulos le preguntan por qué habla en parábolas. Jesús responde de forma enigmática y desconcertante.

            3) Explica la parábola del sembrador.

          La liturgia “por motivos pastorales”, permite limitarse a leer la primera parte. Que se suprima la segunda me parece lógico, porque es de los pasajes más difíciles del evangelio. Pero carece de sentido suprimir la explicación de la parábola. Sin ella, no se entiende nada.

1) El problema de la siembra y del sembrador

            La parábola del sembrador responde al problema de por qué la palabra de Jesús no produce fruto en algunas personas. Parte de una experiencia conocida por un público campesino. Basta recordar dos detalles elementa­les: Galilea es una región muy montañosa, y en tiempos de Jesús no había tractores. El sembrador se veía enfrentado a una difícil tarea, y sabía de antemano que toda la simiente no daría fruto.

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:

― Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga. 

            No recuerdo si esta parábola forma parte de “La vida de Brian”, pero es fácil imaginar la cara de desconcierto de los oyentes y los comentarios irónicos a los que se presta. Ni siquiera los discípulos se enteraron de lo que significaba e inmediatamente le preguntan a Jesús: ¿Por qué les hablas en parábolas?

2) Explicando lo oscuro con algo más oscuro [se puede y debe suprimir]

La pregunta sirve para introdu­cir el pasaje más difícil de todo el capítulo.

― A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure. ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

La liturgia permite suprimir la lectura de esta parte y aconsejo seguir su sugerencia, pasando directamente a la explicación de la parábola. Por si a alguno le interesa, comento al final, en un Apéndice, este difícil pasaje.

3) El sentido de la parábola [se puede, pero no se debe, suprimir]

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado en zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril.  Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.

            ¿Por qué la palabra de Jesús no da fruto en todos sus oyentes? Se distinguen cuatro casos.

        1) En unos, porque esa palabra no les dice nada, no va de acuerdo con sus necesi­dades o sus deseos. Para ellos no significa nada la formación de una comunidad de hombres libres, iguales, hermanos, hijos del mismo Padre.

         2) Otros lo aceptan con alegría, pero les falta coraje y capacidad de aguante para sopor­tar las persecu­cio­nes.

            3) Otros dan más importancia a las necesidades prima­rias (la comida, el vestido) que al objetivo a largo plazo (el Reino de Dios). Dos situaciones extremas y opuestas, el agobio de la vida y la seducción de la riqueza, producen el mismo efecto: ahogan la palabra de Dios.

           4) Finalmente, en otros la semilla da fruto. La parábola es optimista y realista. Opti­mis­ta, porque gran parte de la semilla se supone que cae en campo bueno. Realista, porque admite diversos grados de producción y de respuesta en la tierra buena: 100, 60, 30. En esto, como en tantas cosas, Jesús es mucho más comprensivo que nosotros, que sólo admitimos como válida la tierra que da el ciento por uno. Incluso el que da treinta es tierra buena (idea que podría aplicarse a todos los niveles: morales, dogmáticos, de compromiso cristiano…).

            Toque de atención y acción de gracias

            La parábola podría leerse también como una llamada a la respon­sabilidad y a estar vigilan­tes: incluso la tierra buena que está dando fruto debe recordar qué cosas dejan estéril la palabra de Dios: el pasotismo, la inconstancia cuando vienen las dificulta­des, el agobio de la vida, la seducción de la riqueza.

            Pero es más importante dar gracias porque el Señor ha sembrado en nosotros su palabra, la hemos acogido y, aunque solo sea un treinta por ciento, ha dado su fruto.

Invitación a la fe y al optimismo: Isaías 55,10-11 y Salmo 64

            La crisis ante la situación actual puede venir en muchos casos de que centramos todo en la acción humana. Cuando nosotros fallamos y, sobre todo, cuando fallan los demás, creemos que todo va mal. Sólo advertimos aspectos negativos. En cambio, la primera lectura, que usa también la metáfora de la semilla y el sembrador, nos anima a tener fe en la acción misteriosa de la palabra de Dios, fecunda como la lluvia, que no dejará de producir fruto.

Así dice el Señor: 

«Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.»

            Este breve pasaje parece muy sencillo y teológico, casi al margen de la vida diaria. Sin embargo, es el punto final de los capítulos 40-55 del libro de Isaías, donde se anuncia la liberación de Babilonia y la vuelta a la patria. ¿Cómo será posible? A través de un rey humano, Ciro de Persia, y de la Palabra de Dios, que mueve la historia.

            También nosotros debemos estar convencidos de que la semilla plantada no dejará de dar fruto. Será como la palabra del Señor, que «no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad».

            La acción de Dios la subraya el salmo, usando también imágenes campesinas. El Señor no solo planta la semilla, también riega la tierra, iguala los terrones, envía la llovizna, bendice los brotes. Al final, «los valles se visten de mieses que aclaman y cantan». El futuro es más esperanzador de lo que a veces pensamos.

APÉNDICE: El pasaje más difícil

            Para explicar este pasaje cuento una parábola que me he inventado.

            Había una vez un profesor de Matemáticas. A los pocos días de clase, advirtió que sus alumnos se divi­dían en dos grupos. Unos se tomaba la asignatura con interés, pre­guntaban lo que no enten­dían, preparaban las evaluaciones. No eran unas eminen­cias matemá­ti­cas, pero seguían con aten­ción las clases. Los del otro grupo eran todo lo contra­rio: no aten­dían a la explicación, ni siquiera miraban a la pizarra, no estudiaban en privado y siempre estaban armando jaleo. Al cabo de unos meses, moles­to el profe­sor con esta actitud, anunció a todos: “A partir de mañana, la clase se divide en dos grupos. Al primero le dedicaré todo el tiempo que nece­siten, incluso echando horas extraordinarias. Al segundo, sólo le dedicaré el tiempo fijado, y le explicaré las mate­máticas en inglés”.

            Esta parabolilla ayuda a entender la respues­ta de Jesús. Comienza dividiendo a su auditorio en dos grupos: el de los discí­pu­los (“voso­tros”) y el de los que no quieren atender (“los otros”). Los discípu­los pueden conocer los misterios del Reino; los otros, no. ¿Por qué? Porque los discípulos se han comprometi­do con Jesús, están produciendo fruto, y los otros no hacen nada. Y “al que produce se le dará hasta que le sobre, mientras al que no produce se le quitará hasta lo que tiene”. Las palabras de Jesús son más duras de lo que parece a primera vista. No dice “al que produce se le dará, y al que no produce no se le dará“. Dice: “al que no produce, se le quitará hasta lo que tiene” (le expli­carán las matemáticas en inglés).

            A continuación, desarrolla este tema, con una cita de Isaías. A la gente que no hace nada, que miran sin ver y escuchan sin oír ni entender, que le resbala todo, que pasa de todo, Jesús le habla en parábolas (en inglés) para que entiendan menos todavía y no se aclaren de ningún modo. “Por mucho que oigáis no entenderéis, por mucho que miréis no veréis, porque está embotada la mente de este pueblo”. A Dios le gustaría curar a esta gente (igual que al profesor le gustaría que sus discípulos malos aprobasen), pero ellos se niegan a convertirse (a estudiar); y la reacción de Jesús es durísima: si no quieren convertirse, haré lo posible para que no me entiendan. Por eso les hablo en parábolas. En cambio, a los que quieren entender y ver Jesús les dice: “Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Porque muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís vosotros, y no lo oyeron”.

            Aunque el pasaje resulte claro, surge una pregunta espontánea: ¿Es justa la actitud de Jesús? ¿No conseguiría más de la gente hablándoles con claridad? Hay que tener en cuenta que nos encon­tramos en el c.13 del evangelio. Jesús ha hablado ya mucho, sobre todo en el Sermón del Monte. Lo ha hecho con absoluta claridad, y a propósi­to de los temas más diversos: la actitud ante la ley, ante el dinero, ante las obras de piedad, el prójimo. Ha seguido enseñan­do de forma sencilla mediante sus milagros y en las discusiones con los fariseos. Pero no piensa pasarse así toda la vida. Tiene que explicar temas más difíciles, sobre todo en relación con el misterio del Reino de Dios. Y no está dispuesto a perder el tiempo por culpa de unos alumnos holgaza­nes, que sólo quieren tomarle el pelo. Más aún, va a usar las parábolas para que los oyentes que no están dis­puestos a hacerle caso no entien­dan el mensaje que va a transmitir.

            Es importante tener en cuenta este contexto polémico para no sacar consecuencias equivocadas. Sería erróneo basarse en estas palabras del Evangelio para justificar una predicación oscura e ininteligible y echarle la culpa a los oyentes. O para criticar las dudas e interrogantes que puede sentir mucha gente con respecto a la formulación de ciertos dogmas o de determinados aspectos de la doctrina de la Iglesia. Estas palabras no se dirigen contra el que desea con sencillez y honradez que le expliquen determinadas cosas, sino contra el que se obstina en rechazar el evangelio y desprecia a Jesús y su mensaje tachándolo de ridículo, infantil o pasado de moda.

 

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Domingo XV del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 16 de julio de 2023
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“Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente, que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas.”
(Mt 13, 1-23)

Hoy domingo apetece salir de casa y acudir junto a Jesús al lago, sumarse a ese grupo de gente que se queda junto a la orilla para escuchar la Palabra. Coger la Biblia y volver a releer la parábola de la semilla como quien la escucha por primera vez, olvidando que nos la sabemos de memoria.

Sí, escucharla en profundidad y, cuando marche el gentío, acercarnos a Jesús para que nos explique qué significa la parábola. Pero también para alegrarnos al escucharle decir: “Dichosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen.

Dejemos que la fuerza de su Palabra moldee nuestro corazón, lo convierta en un corazón de aprendiz, de discípula, para que de verdad nuestros ojos vean y nuestros oídos oigan. Porque es precisamente en ese ver y en ese oír donde se encuentra nuestra felicidad.

Solo cuando somos capaces de ver y oír la Palabra nos convertimos en la tierra buena que acoge la semilla.

Por eso, hagamos el esfuerzo de dejarnos “educar” en su Evangelio. Sin prisas y sin pretensiones. Como la tierra que abraza la semilla y se deja traspasar por ella. Se deja traspasar por el tallo y las raíces. Se convierte en alimento y sustento. Pero permanece siempre a sus pies, humildemente.

Aprendamos de la humildad de la Tierra. No nos hagamos protagonistas. Cedamos todo el protagonismo a su Buena Noticia y disfrutemos de ella. Así seremos aprendices humildes. Alegres porque ven y oyen.

Oración

Trinidad Santa, haz caer sobre nuestra tierra la semilla generosa de tu Palabra para que seamos espacio de tu 

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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En cada uno de nosotros hay zarzas, piedras y tierra dura.

Domingo, 16 de julio de 2023
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Mt 13,1-23

Mateo agrupa siete parábolas en un solo capítulo. No es probable que Jesús haya dicho estas parábolas juntas. Marcos y Lucas las colocan en distintos sitios. La parábola es un género literario muy apropiado para hablar de la trascendencia. A partir de conceptos simples, tomados de la vida cotidiana y que todo el mundo conoce, nos proyecta hacia una realidad que va más allá de lo material. La parábola, por estar pegada a la vida, mantiene el frescor de lo genuino y auténtico a través del tiempo.

El relato en sí no es significativo; poco importa cómo nace y da fruto la semilla. Pero ese relato, en sí anodino, da que pensar, cuestiona mi manera de ser, me dice que otro mundo es posible y espera de mí una respuesta vital. Esta propuesta solo se puede hacer con metáforas. En toda parábola existe un punto de inflexión que rompe la lógica del relato. En esa quiebra se encuentra el verdadero mensaje. En esta parábola, la ruptura se produce al final. En la Palestina de entonces el diez por uno era una excelente cosecha. Tu tierra puede llegar a producir el ciento por uno.

El objetivo de las parábolas es sustituir una manera de ver el mundo miope, por otra abierta a una nueva realidad llena de sentido. Obliga a mirar a lo más profundo de sí mismo y descubrir posibilidades insospechadas. La parábola es un método de enseñanza que permite no decir nada al que no está dispuesto a cambiar, y decir más de lo que se puede decir con palabras al que está dispuesto a escuchar. Quien la oye debe hacer realidad la utopía del relato y vivir de acuerdo con lo sugerido.

La explicación, que los tres evangelistas ponen a continuación, no aporta nada al relato. Las parábolas ni necesitan ni admiten explicación. Jesús no pudo caer en la trampa de intentar explicarlas. La alegorización de la parábola es fruto de la primera comunidad, que intenta extraer consecuencias morales. Para descubrir el sentido hay que dejarse empapar por las imágenes. La parábola exige una respuesta personal, no retórica sino vital; obliga a tomar postura ante la alternativa de vida que propone. Si no se toma la decisión de cambiar, ya se ha definido la postura.

Los exégetas apuntan a que, en un principio, los protagonistas de la parábola fueron el sembrador y la semilla. El sembrador como ejemplo de generosidad y la semilla como ejemplo de potencial ilimitado. El objetivo habría sido animar a predicar sin calcular la respuesta de antemano. Hay que sembrar a voleo, sin preocuparse de donde cae. La semilla debe llegar a todos. Pretende que se descubra la fuerza de la semilla en sí, aunque necesite unas mínimas condiciones para desarrollarse.

No debemos dar importancia a la cantidad de respuestas. La intensidad de una sola respuesta puede dar sentido a toda la siembra. La sinuosa y larga trayectoria de la existencia humana queda justificada con la aparición de un solo Francisco de Asís o de una Teresa de Calcuta. Por eso Jesús pudo decir: El Reino ya está aquí, yo lo hago presente. Descubramos que el Reino puede estar creciendo, aunque el número de los cristianos está disminuyendo. Su plena manifestación depende de uno solo.

Más tarde se dio más importancia a las condiciones de la tierra (actitud de los oyentes). Esta alegorización no sería original de Jesús sino un intento de acomodarla a la nueva situación de los cristianos, cambiando el sentido original y haciéndola más moralizante. Aún en un sentido alegórico, no debemos pensar en unas personas como tierra buena y otras, mala. Más bien debemos descubrir en cada uno de nosotros la tierra dura, las zarzas, las piedras que impiden a la semilla fructificar.

No debemos identificar la “semilla” con la Escritura. Lo que llamamos “Palabra de Dios” es ya un fruto maduro, porque es la manifestación de una presencia que ha fructificado en experiencia personal. La verdadera “semilla” es lo que hay de Dios en nosotros. Lo importante no es la palabra, sino lo que la palabra expresa. Esa semilla lleva miles de años dando fruto, y seguirá cumpliendo su encargo. El Reino de Dios está ya aquí, pero su manera de actuar es lenta y paciente.

Juan dice: En el principio ya existía La Palabra; y la palabra era Dios. En la Palabra había Vida. La semilla es el mismo Dios-Vida germinando en cada uno. Dios está en sus criaturas y se manifiesta en todas ellas, constituyendo la semilla de todo lo que es. Los cristianos no somos privilegiados por recibir la semilla. Dios se derrama en todos y por todos de la misma manera (a voleo). Dios no se nos da como producto elaborado, sino como semilla que cada uno tiene que dejar fructificar.

Caemos en la trampa de creer que dar fruto es hacer obras grandes. La tarea fundamental del ser humano no es hacer cosas, sino hacerse. “Dar fruto” sería dar sentido a mi existencia de modo que al final de ella, la creación entera estuviera un poco más cerca de la meta. La meta de la creación es la UNIDAD. Yo no tengo que dar sentido a la creación sino impedir que por mi culpa pierda el sentido que ya tiene. Mi tarea sería no entorpecer la marcha de la creación entera hacia su objetivo.

Porque se trata de alcanzar la unidad en el Espíritu, esa plenitud de ser no la puedo encontrar encerrándome en mí mismo sino descubriendo al otro y potenciando esa relación con el otro como persona. Y digo como persona, porque generalmente nos relacionamos con los demás como cosas, de las que nos podemos aprovechar. Cuando hago esto me deshumanizo. Descubriendo al otro y volcándome en él, despliego mis posibilidades de ser. Hemos llegado a la esencia de lo humano.

“El que tenga oídos que oiga”. Esa advertencia vale para nosotros hoy. En aquel tiempo, era la doctrina oficial la que impedía comprender el mensaje de Jesús. Hoy siguen siendo los prejuicios religiosos los que nos mantienen atados a las falsas seguridades que nos sigue ofreciendo una religión muy alejada de los orígenes. Aferrarnos a esas seguridades sigue impidiendo una respuesta al mensaje. El evangelio es fácil de oír, más difícil de escuchar y cada vez más complicado de vivir.

Descubrir cuál sería el fruto al que se refiere la parábola sería la clave de su comprensión. El fruto no es el éxito externo, sino el cambio de mentalidad del que escucha. Debemos situarnos en la vida con un sentido nuevo de pertenencia, una vez superada la tentación del individualismo. El fruto sería una nueva manera de relacionarse con Dios, consigo, con los demás y con la naturaleza. No se puede crecer en humanidad sin relaciones. Toda meditación tiene como fin la unidad.
Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El ocaso de la Palabra.

Domingo, 16 de julio de 2023
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Mt 13, 1-23

«Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta»

Quiero empezar con las palabras de José Enrique Ruiz de Galarreta en el comentario que en su día hizo al texto de esta semana:

«Hoy —decía— se nos ofrece la oportunidad de hacer un íntimo acto de fe. Pensamos en el fragor del mundo, el vértigo de los negocios, el poder de las multinacionales, la corrupción de los gobiernos, la crueldad de tantos nacionalismos e integrismos, la sistemática explotación de las personas y la destrucción de la naturaleza… y sentimos terror ante el poder de “el mal”, destructivo y avasallador. Comparado con todo esto, ¿qué son los hombres y mujeres de buena voluntad? ¿qué fuerza tiene la honradez, la solidaridad y la compasión…?»

«Es necesario —añadía— reduplicar nuestra fe en la Palabra, en el poder de Dios. La levadura fermentará esta masa. La pequeña semilla se hará árbol que romperá los muros de piedra. Jesús, grano de trigo sembrado y triturado, no fracasó. Dios no fracasa. Hay que hacer un acto de fe —por encima de toda apariencia— en que la Humanidad llegará a ser dada a luz por la fuerza de la Palabra» …

Es reconfortante la fe de José Enrique en un final feliz, pero no podemos olvidar que para lograrlo no basta con el poder de la Palabra, sino que también se precisa nuestro trabajo. Dios quiso hacernos a nosotros, sus hijos, partícipes ineludibles de su obra, sembró su Palabra en Jesús, Jesús la sembró en nosotros, y nos invitó a sembrarla a nuestro alrededor para que el poder del mal vaya decayendo; para que la humanidad alcance su destino: «Como mi Padre me envió, así os envío yo a vosotros»

Era tal la fe de Jesús en el poder transformador de la Palabra, que no dudó en dar la vida para que prevaleciese; para que diese el fruto abundante que sin duda ha dado hasta llegar a nosotros. Pero nosotros, gente lista e ilustrada, hemos destruido todos los cauces de trasmisión de la Palabra, y lo hemos hecho de manera tan eficaz, que nuestros hijos o nuestros nietos ya no la conocen. Y éste es un problema de tal magnitud, que todos los demás palidecen ante él hasta casi desaparecer.

Y es que, si no hay Palabra, no hay semilla, ni cosecha, ni fruto, y el empeño de Jesús habrá sido en vano. Y, una vez más, cabe recordar que nuestra seña de identidad como cristianos es el compromiso con la misión. Que ser cristiano no consiste en hacer metafísica, ni en sentirse ufano de nuestro profundo conocimiento del evangelio, ni en abrazar espiritualidades ajenas o criticar a la jerarquía propia, sino en perdonar, en compadecer y en servir; es decir, en sembrar, en trabajar por el Reino… Pero claro, esta actitud es fruto de la Palabra… y desaparecerá si ésta desaparece.

La cultura religiosa ha sido tradicionalmente la cultura del pueblo, y el conocimiento generalizado de la Palabra hacía que la gente se comportase mejor. En el mundo de nuestros abuelos había un empeño colectivo en trasmitir la Palabra de padres a hijos, de generación en generación, y eso mantenía viva la esperanza en un mundo mejor y un final feliz. Pero hoy ese empeño ha desaparecido… y, sin Palabra, mantener la esperanza de la que hablaba José Enrique nos resulta cada vez más difícil.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer otro comentario sobre este evangelio publicado en fe adulta, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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