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“El habla De Dios”, por Ramón Hernández

Viernes, 17 de febrero de 2023
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9838A8CC-3F33-44A7-9EB2-ADBB2B2F9B53De su blog Esperanza radical:

De tanques y tractores

Tremenda y muy arriesgada la reflexión que hoy se nos plantea debido a que podría llevarnos a conclusiones realmente revolucionarias. Porque, si decimos que hubo un tiempo en que Dios habló a su pueblo y que ahí están los libros que contienen su voz, emitida hace ya tantos siglos y recogida en las Escrituras, entonces es difícil entender una supuesta mudez suya actual, equivalente para algunos a su muerte, como si se hubiera ausentado para siempre de nuestras vidas y, dada la evolución radical de las costumbres y de los pensamientos humanos, como si se hubiera dado media vuelta y nos hubiera confinado en la más absoluta indigencia intelectual y afectiva. Pero la verdad palmaria de cada cosa y de cada acción humana, que tan claramente nos proyectan su presencia, hacen que su voz no se apague nunca. Un supuesto silencio actual suyo requeriría un cambio substancial en el ser y en el obrar de un Dios que, habiendo sido antaño tan celoso de su pueblo, se muestra hogaño indiferente a su postración y a su sufrimiento.

Pero si decimos que Dios sigue hablándonos a través de cuanto acontece en cada instante de nuestras vidas, entonces se desencadena la intriga de saber qué nos está diciendo y de si su palabra actual rubrica o descalifica la de tantos profetas que se erigen en portavoces suyos. Teniendo en cuenta lo esencial y partiendo del hecho de que Dios no puede desdecirse, que su voz es siempre la misma, porque no puede cambiar ni un ápice su forma de proceder, debemos confiar en que sigue vivo junto a nosotros y en que está interviniendo de alguna manera en cuanto somos y hacemos. De ahí que nuestra gran preocupación, en vez de fijarse en si nos sigue hablando, debe ceñirse a qué nos está diciendo realmente en nuestro tiempo y a discernir si sus supuestos portavoces nos transmiten realmente su voz o persiguen otros intereses. De hecho, la fe revierte siempre en una oración que es conversación amistosa con un Dios que nunca se cansa de hablar con nosotros.

No deja de ser curioso y hasta contradictorio que la Iglesia de nuestro tiempo, o más bien sus jerarcas y doctores, sostengan que la Escritura, que es la palabra de Dios, se cerró con el último libro canónico del Nuevo Testamento, pero que nosotros debemos estar atentos a los dictados actuales del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús que la sostiene y la guía. Pero no son las suyas revelaciones dictadas al oído, como algunos suponen que ocurrió con las Escrituras, sino mensajes que nos transmiten los llamados “signos de los tiempos”, ambigua denominación que, en boca de los aprovechados oportunistas de turno, lo mismo vale para un roto que para un descosido. Pero, en el fondo, nos queda la duda de si Dios habla o calla en nuestro tiempo.

De no hablarnos, puesto que el eco de su antigua voz es poco menos que indescifrable e incluso resulta imperceptible, estamos definitivamente perdidos, pues nunca seremos capaces de dar razón por nosotros mismos de nuestra propia vida y, lo que es más importante, de esbozar siquiera un horizonte que ilumine el recorrido humano. En otras palabras, por nosotros mismos no seremos capaces más que de decapitar la vida al confinarla en la sinrazón y la náusea. Pero si realmente nos habla, debemos apretarnos los machos, primero, para captar su voz y, segundo, para responder al diálogo que siempre provoca, sin olvidar en ningún momento que lo que hoy nos dice debe estar en completa armonía con lo que nos dijo ayer, habida cuenta en ambos casos de las circunstancias de lugar y cultura en que su voz toma cuerpo, pues la suya no puede ser más que una única palabra.

Si los cristianos decimos que esa palabra se llama Jesús de Nazaret, el judío que predicó en Palestina y el Cristo que sigue vivo entre nosotros, lo primero que debemos preguntarnos es qué es lo que realmente conserva de ese mismo Jesús la Iglesia de la que nos consideramos miembros. Para no entretenernos con menudencias e ir directamente a lo más determinante, cabría preguntarse a bocajarro si quien proclamó abiertamente que su reino no es de este mundo podría estar conforme con que hoy su Iglesia sea y se comporte como Estado, presidido por una especie de vicario-rey, rodeado de una corte de príncipes, y que dicha Iglesia esté formada por comunidades de seguidores establecidas en territorios gobernados por una especie de señores feudales. ¿Pudo Jesús sospechar siquiera o incluso temer que sus seguidores se organizarían en una estructura de poder tan férreo y atosigante como el que realmente ejercen los papas, los cardenales y los obispos sobre el pueblo de Dios? Si la respuesta es obviamente negativa y que todo ello ha obedecido a la necesidad imperiosa de ir acoplando el mensaje evangélico a los tiempos, la conclusión obvia sería que también hoy debemos seguir en esa línea, aunque sin las fijezas y fidelidades con que nos anclamos a costumbres y procedimientos forzosamente cambiantes y efímeros. Seguir en la misma línea requiere únicamente acoplar el mensaje cristiano a los tiempos actuales, tiempos en que, por ejemplo, las monarquías absolutas y las tiranías de cualquier pelaje están fuera de lugar, razón por la que son rechazadas de plano como sistemas válidos y legítimos de gobierno de los pueblos.

Si de las estructuras jerárquicas saltamos al lenguaje en sí mismo, deberíamos tener muy en cuenta que este evoluciona para no seguir grabando a fuego en la mente del cristiano terminologías hoy extrañas por obsoletas. ¿Seríamos capaces de entablar hoy una guerra por aquilatar conceptos tan complejos y distantes como los de “naturaleza” y “persona” a la hora de proclamar en nuestro Credo que el Dios de nuestra fe es Trinidad porque en él hay tres “personas”, pero que, a la postre, se trata de “un” solo Dios, porque sus tres personas tienen una única “naturaleza”? ¿Debe todo esto tener alguna repercusión en la vida de los cristianos de nuestro tiempo? Y, sin embargo, el “misterio” de la Trinidad, misterio que no debería serlo tanto al haber sido desvelado tan claramente por la inserción en él de los términos filosóficos de persona y naturaleza, sirvió en el pasado no solo para construir sobre él un emporio de dogmas y un baluarte de espiritualidad, sino también para ser utilizado como punta de lanza para pronunciar excomuniones y dictar condenas a morir en la hoguera.

Todavía no hace mucho, al discrepante y al contrincante se los tildaba fácilmente de “herejes”, igual que hoy se los tilda de “fascistas. ¿Qué lenguaje utiliza hoy el Espíritu de Jesús para hablarnos? Solemos decir que lo hace a través de “los signos de los tiempos”, pero la triste realidad es que los signos de nuestro tiempo apuntan claramente a la guerra, a la eliminación de los contrincantes y a la muerte por hambre de millones de seres humanos, procedimientos perversos que los cristianos debemos erradicar partiendo del hecho evidente de que vivimos en un mundo con recursos suficientes para que todos podamos llevar una vida digna, construida sobre la libertad y la justicia. De ahí que esos mismos signos tengan hoy un clamoroso timbre denunciador en demanda de conversión personal y de cambio de rumbo social.

Y, si del lenguaje pasamos a las costumbres, ¿condenaría hoy Jesús a las adúlteras de nuestro tiempo cuando en vida encontró la manera de perdonar a cuantas se cruzaron en su camino? El hambriento come, el leproso se cura, el ciego ve, el cojo anda y, en general, el pecador se arrepiente. Tales eran los signos y los prodigios con que él acreditaba su proceder mesiánico para implantar en la tierra el reino de Dios. ¿Acaso era Jesús un ser fantasmal venido de otro mundo o un filósofo sabio, un gran matemático, un sobresaliente general de algún ejército, un destacado constructor de templos o un rico comerciante de especias? Por fortuna para todos, no fue más que un sencillo judío devoto y fiel, ungido por la gracia de Dios, de quien recibía la fuerza con que obraba las maravillas con que justificaba su poder y su obra. Ateniéndonos a cuanto de él nos cuentan las  Escrituras, nos enseñó a cambiar nuestra forma de ver el rostro de un Dios que había sido, y aún sigue siéndolo para muchos en nuestro tiempo, duro como el pedernal, insaciablemente vengativo, terriblemente celoso y cruel más allá de todo lo imaginable, capaz de infligir terribles castigos “eternos” por nimiedades,  para contemplarlo gozosamente como un hacendoso hortelano, que cuida y mima los lirios del campo, o un bondadoso padre, que no desespera de que su hijo díscolo retorne un buen día al hogar paterno.

Aunque para el cristiano no haya otro camino que el de la cruz de Jesús, de seguir sus pasos, todo en su vida ha de volverse positivo por la fe que profesa creyendo en el Dios que él predica. Por muchas vueltas que le demos al hecho de ser cristianos, no hay más camino que el recorrido por el judío que todo lo hizo bien, generoso en el perdón y dedicado de lleno a mejorar la vida de cuantos le rodeaban y escuchaban. Incluso su muerte por sedición, en el seno de un pueblo atenazado por un poder extranjero y sometido al juego sucio de manipuladores de la ley, salvó realmente a “su” pueblo, pueblo del que los cristianos formamos parte. En vida y muerte, él cumplió la voluntad de su Padre y bebió hasta la última gota amarga de su cáliz en beneficio de su pueblo, de todo pueblo.

Sin la menor duda, el Espíritu Santo, el espíritu de Jesús, nos habla hoy a través de los acontecimientos que entretejen y cincelan nuestras propias vidas. Hay en este mundo nuestro muchas guerras y hambres a las que todos los cristianos, como una piña, debemos poner remedio sirviéndonos de cuantos recursos y fuerzas tengamos. De estar persuadidos de que esa es la voluntad que Dios nos manifiesta a través de los signos de nuestro tiempo, podemos llegar muy lejos en el logro de tan encomiable cometido. El tirano que subyuga a unos y el codicioso que imposibilita la vida de otros deberían ser denostados como se merecen en el seno de nuestras comunidades. Son precisamente ellos los que convierten esta hermosa vida nuestra en un purgatorio y, seguramente, en el único infierno que nos acecha o que de hecho nos engulle. Desde luego, no me cabe la más mínima duda de que el Espíritu de Jesús nos está gritando con fuerza, a través de los signos de nuestro tiempo, que es mucho mejor vivir amándonos que odiándonos y que nuestros mortíferos tanques deben “convertirse” en vivificadores tractores.

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Pluralidad

Viernes, 18 de noviembre de 2022
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Toda palabra del prolongado, y no siempre fácil, diálogo entre Dios y su pueblo, y “nosotros“, es preciosa. Aislar una palabra del prolongado discurso o diálogo significa no tomar en serio a aquel que habla. Quien escucha sólo la melodía del oboe no capta la sinfonía… Y el hecho de que el judaísmo haya canonizado un Tanaj a más voces, y la Iglesia una Biblia que consta del Antiguo y del Nuevo Testamento, significa que la pluralidad y el carácter multiforme del canon reflejan la riqueza gloriosa y dramática del obrar de Dios. Hay una pluralidad que nace aparecer la complejidad de la vida y que nos ofrece toda una serie de figuras de esperanza y de búsqueda de Dios. Hay momentos en el que Job y Qohélet expresan la “palabra que profiere Dios“, y otros en los que alguna parábola de Jesús o el testimonio de su resurrección nos trae la salvación, pero hay también otros en los que se unen muchas voces en una poderosa orquesta para dejar fascinada a toda la comunidad.

Y es precisamente este carácter multiforme de la Palabra de Dios, tal como resuena en el Antiguo Testamento, lo que hemos de preservar los cristianos del riesgo de caer en la miopía “cristológica” y en una eclesiología de corto aliento. Y es ese carácter multiforme el que nos invita a desconfiar de toda sistematización apresurada. No existe una llave capaz de abrir todas las dimensiones de la vida frente a Dios y con Dios, sino sólo las diferentes llaves de los diferentes testimonios bíblicos, mantenidos unidos por el anillo del canon y ofrecidos por la benevolencia divina.

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Erich Zenger

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“¿Es la Biblia “Palabra de Dios”?·, por Consuelo Vélez

Miércoles, 13 de octubre de 2021
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Un-hombre-estudia-la-Bibliaestudios-biblicosDe su blog Fe y Vida:

“Veo tanta ingenuidad en los que nutren su vida con otras tradiciones que creen que todo lo que leen es verdad absoluta”

Hay mucha gente que relativiza la palabra de Dios porque está cansada de que se haya invocado tantas veces para mantener doctrinas o leyes que más que ayudar a las personas, les ponen cargas pesadas sobre sus hombros

Durante muchos siglos se leyó la Biblia de manera literal y se la invocó para afirmar que Dios dice esto o aquello. Por supuesto la ingenuidad o ignorancia sobre esa lectura literal es evidente

Es urgente una formación bíblica adecuada que muestre que aquello es una deformación y que, bien interpretada, es palabra de Dios en la medida que usando mediaciones humanas nos da testimonio de cómo descubrir la presencia de Dios en nuestra historia

Planteo esta pregunta de si la Biblia es “Palabra de Dios” porque últimamente he escuchado algunas afirmaciones que parecen relativizarla, también porque mucha gente no cae en cuenta de lo que significaría esto si lo creyéramos a fondo y, finalmente, porque otras personas buscan “palabras de sabiduría” en muchos otros escritos fuera de la tradición cristiana y, sin duda, les ayudan mucho para su vida.

Vayamos por partes. En el primer caso, hay mucha gente que relativiza la palabra de Dios porque está cansada de que se haya invocado tantas veces para mantener doctrinas o leyes que más que ayudar a las personas, les ponen cargas pesadas sobre sus hombros. Ante esto hay que reconocer que la interpretación adecuada del texto bíblico es una conquista “relativamente” reciente y por eso durante muchos siglos se leyó la Biblia de manera literal y se la invocó para afirmar que Dios dice esto o aquello. Por supuesto la ingenuidad o ignorancia sobre esa lectura literal es evidente. Por ejemplo, se toma al pie de la letra que Jesús calmó la tempestad (Mt 8, 26) pero no se toma al pie de la letra el que “si tu ojo es ocasión de pecado, arráncatelo” (Mt 5, 29).

Ya es una afirmación aceptada por la Iglesia que la Biblia fue escrita mucho después de que suceden los acontecimientos que allí se narran y no con la intención de relatarnos detalles precisos de lo que allí pasó sino de testimoniar la presencia de Dios a favor de su pueblo en esos acontecimientos que se cuentan allí. Lo hacen con los géneros literarios de su tiempo y desde las categorías y esquemas de su contexto. Por eso es imprescindible utilizar los métodos exegéticos y hermenéuticos adecuados para entender el texto. Ahora bien, aunque esa tarea es propia de los/as biblistas, no significa que no se enseñe a todo el pueblo de Dios que para acercarse a dicho texto hay que hacerse por lo menos dos preguntas básicas: ¿Qué quiso decir el autor bíblico con ese texto en su contexto? ¿Qué dice ese texto bíblico hoy para nosotros? Sin olvidar que las circunstancias son distintas y que la biblia no es un recetario para aplicar literalmente sino un horizonte de sentido para interpretar nuestro presente.

Es decir, lo que es “Palabra de Dios” no es la literalidad del texto sino el testimonio de fe que los autores/as sagrados nos han dejado en el texto bíblico -una maravillosa mediación humana para mantener en el espacio y tiempo dicho testimonio-. Por lo tanto, tienen razón aquellos que ya están cansados de escuchar predicaciones bíblicas fundamentalistas o literales que no se entienden para el hoy. Por eso es urgente una formación bíblica adecuada que muestre que aquello es una deformación y que, bien interpretada, es palabra de Dios en la medida que usando mediaciones humanas nos da testimonio de cómo descubrir la presencia de Dios en nuestra historia.

En el segundo caso, también es entendible que una tradición tan antigua se vaya desgastando y, más si no se actualiza. Con lo cual, en cada Eucaristía escuchamos al finalizar las lecturas que el lector dice: “Palabra de Dios” y el pueblo responde: “Te alabamos Señor” o “Gloria a Ti, Señor” en el caso del Evangelio. Pero se ha vuelto tan rutinario o se motiva tan poco esa lectura o se explica tan mal esa palabra que la gente no permanece atenta o no llega a “saborear” lo que eso significaría si lo creyéramos a fondo. No estamos escuchando una palabra cualquiera sino una que nos hace posible que sepamos cómo han entendido a Dios los que nos precedieron y cómo podemos entenderlo nosotros hoy. Eso sí, con la humildad suficiente de saber que lo que entendemos sobre Dios siempre es mucho menos de lo que Él es y que como está mediado por nuestra comprensión, podemos matizarla y señalar nuevos aspectos, en la medida que seguimos meditando sobre ella. En este último sentido, si creyéramos que la Biblia es Palabra de Dios, la tarea teológica se referiría mucho más a ella, no solo invocándola para “justificar” alguna idea que decimos, sino para dejarnos sorprender y enriquecer con lo que ella nos dice -ya que es una palabra viva, no muerta-. Pero, como ya lo he dicho otras veces, muchas publicaciones teológicas y muchos eventos académicos, adolecen de la perspectiva bíblica a la hora de presentar sus reflexiones.

Finalmente, nuestro mundo ya esta mucho más configurado con la pluralidad de expresiones culturales y religiosas. De ahí que la cercanía con otras maneras de ver la vida, de darle sentido, de enriquecer las comprensiones ya es una práctica adquirida. Y, resulta una experiencia muy rica -como variada y polifacética es la vida humana-, reconocer que toda la verdad o la manera de ver las cosas, no la tenemos desde la tradición cristiana y que hay muchos libros de sabiduría que nos ayudan y enriquecen. Pero dos observaciones sobre esto. La primera, para los que somos cristianos ojalá que no perdamos la riqueza que nuestra propia tradición nos regala y siga siendo fuente de sentido para nuestra vida. La segunda, saber que con cualquier otro libro de sabiduría hay que tener el mismo cuidado interpretativo que señalé para la Biblia. A veces, veo tanta ingenuidad en los que nutren su vida con otras tradiciones que creen que todo lo que leen es verdad absoluta. Eso también puede revelar una ignorancia o ingenuidad total, admitiendo a veces planteamientos que rayan con lo absurdo. Como toda mediación humana, cualquier horizonte de sentido que se proponga, puede tener errores, manipulaciones, intencionalidades que nos siempre son positivas. Ojalá que el discernimiento sea siempre la actitud para acercarnos a todo libro de sabiduría, pero, a los que nos ha constituido la tradición cristiana, sería muy importante, no olvidar la profundidad de lo que creemos: en una mediación humana -bien interpretada- Dios nos habla como un amigo y su palabra es viva y eficaz, capaz de penetrar el alma y el espíritu y discernir los pensamientos y las intenciones del corazón (Cf. Hb 4,12).

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Mantén el silencio interior…

Martes, 25 de octubre de 2016
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Del blog de la Communion Béthanie:

El hermano Roger es un profeta de nuestro tiempo. Centró toda su vida en Cristo, en cuyo nombre dio la bienvenida a cualquier persona, cualquiera que sea su origen, su pasado, su edad, su religión. Hombre de oración, el fundador de la comunidad ecuménica de Taizé no ha dejado de animar a los hombres a reconciliarse. Su testamento espiritual continúa sosteniendo a aquellos que deseen desarrollar un monaquismo interior. Os proponemos oraciones y palabras del hermano Roger para alimentar cada semana la vida interior en el seguimiento del Dios uno y trino. (Citas sacadas del libro “Vivir para amar” Ed. Les Presses de Taizé, 2010).

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*

“Qué en tu jornada, trabajo y descanso sean vivificados por la Palabra de Dios.

Manten en todo el silencio interior para permanecer en Cristo.

Llénate del espíritu de las bienaventuranzas:

alegría, sencillez, misericordia.

*

Frère Roger de Taizé,

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***

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על נהרות בבל : אם אשכחך, אם אשכחך ירושלים …– Salmo 137: Si me olvido de tí, Jerusalén…

Sábado, 5 de diciembre de 2015
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Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.

Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión».

¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha;

que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.

*

על נהרות בבל – Salmo 137

*

***

 

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Liberación

Lunes, 9 de noviembre de 2015
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  “Yo, yo mismo, te doy ánimo.
¿A quién tienes miedo?
¿A los hombres?
¿A los hombres mortales,
que no son más que hierba?

  ¿Vas a olvidarte del Señor, tu creador,
que extendió el cielo y afirmó la tierra?
¿Vas a temblar continuamente, a todas horas,
por la furia de los opresores
que están listos para destruirte?
Pero, ¿dónde está esa furia?

El que sufría la opresión,
pronto quedará libre;
no morirá en la fosa
ni le faltará su pan.

 Yo soy el Señor tu Dios,
mi nombre es Yahveh  Sebaot;
yo agité el mar
y rugieron las olas,

extendí el cielo
y afirmé la tierra.
Yo puse en tu boca mis palabras
y te protegí al amparo de mi mano.
Yo dije a Sión:
‘Tú eres mi pueblo.’ ”

*

(Isaías 51:12-16)

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Elegidos por Él.

Domingo, 19 de octubre de 2014
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Del blog Pays de Zabulon:

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Lo sabemos bien, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido

y que, cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras,

sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda.”

*

(Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1, 1-5b)

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“Palabra viva y encarnada”, por Carlos Ayala Ramírez

Jueves, 2 de octubre de 2014
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2014_09_carlos-ayala-bibliaLeído en Adital

El último domingo de septiembre se celebra el Día de la Biblia. Sabemos que esta es fundamental para la fe cristiana. El teólogo Rafael de Sivatte, en su libro Dios camina con los pobres, nos dice que en el Antiguo Testamento se narra la historia de un pueblo al que Dios animó y acompañó en su camino de liberación de la esclavitud, y con el que hizo una alianza. De ese pueblo surgiría Jesús (el Mesías, el Siervo de Yahvé, el Hijo del Hombre). El Nuevo Testamento da fe de Jesús de Nazaret (el nuevo ser humano, el Hijo de Dios), al que no se le puede comprender en profundidad sin comprender la historia y el pueblo del que surgió. La Biblia, pues, es como una biblioteca, un conjunto de libros en el que un pueblo fue formulando y transmitiendo sus experiencias de Dios. No está escrita, por tanto, por una u otra persona, sino por todo un pueblo creyente que, a lo largo de muchos siglos de historia, en diferentes lugares (Egipto, Mesopotamia, Judá-Sur, Israel-Norte, Canaán), con diferentes estilos o géneros literarios (cuentos, poesías, leyendas, proverbios, refranes), fue poniendo por escrito su experiencia de fe. En definitiva, en la Biblia nos encontramos con la larga historia de un pueblo creyente.

Antes que un catálogo de verdades, la Biblia es la manifestación de la gracia, el amor y la misericordia de Dios para nosotros. Su objetivo principal y el de su interpretación es ayudar al pueblo a descubrir la presencia amigable y gratuita de ese Dios y experimentar su amor liberador. La certeza mayor que la Biblia nos comunica es que Dios escucha el clamor de su pueblo oprimido. Él está presente en la vida y en la historia de este pueblo, y lo ayuda en su liberación. Este es el núcleo de toda la revelación, expresado en el nombre Yahvé, Dios con nosotros. Por el misterio de la encarnación, la Palabra de Dios asume las características y formas de lenguaje humano. La palabra de Dios no es abstracta, ajena al curso de la historia. En la Sagrada Escritura, Dios habló a través de los seres humanos en leguaje humano. Por ello, debe ser interpretada también con la ayuda de los criterios que se usan para interpretar el lenguaje humano, es decir, con la ayuda de la investigación histórica, la arqueología, la crítica literaria, entre otras.

El papa Francisco, en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, propone algunas orientaciones para el estudio de la Biblia que, en principio, van dirigidas a los predicadores, pero también pueden ayudar a las comunidades y al cristiano en particular.

En primer lugar, hay que descubrir el mensaje principal. Ante todo, según el papa, conviene estar seguros de comprender adecuadamente el significado de las palabras que leemos. En este sentido, advierte que el texto bíblico que estudiamos tiene dos mil o tres mil años; por tanto, su lenguaje es muy distinto del que usamos ahora. Por más que nos parezca entender las palabras, que están traducidas a nuestra lengua, eso no significa que comprendamos correctamente lo quería expresar el escritor. De ahí la importancia de informarnos de los diversos recursos que ofrece el análisis literario, para acceder al mensaje central que el autor quiere transmitir, lo cual implica no solo reconocer una idea, sino también el efecto que ese autor ha querido producir.

Por ejemplo, explica el papa, “si un texto fue escrito para consolar, no debería ser utilizado para corregir errores; si fue escrito para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si fue escrito para enseñar algo sobre Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas noticias”.

En segundo lugar, hay que tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios. Este criterio recomienda que no solo se conozca el aspecto lingüístico o exegético del texto, sino que también es necesario acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en nuestros pensamientos y sentimientos. En este sentido, se recuerda que Jesús se irritaba frente a los pretendidos maestros, muy exigentes con los demás, pero incapaces de dejarse iluminar por la Palabra. La necesidad de escucharla con apertura sincera, dejando que toque la propia vida, que la interpele, que la exhorte y movilice, es fundamental si no se quiere ser un “falso profeta, un estafador o un charlatán vacío”, sentencia el papa.

En tercer lugar, se plantea una forma concreta de escuchar la Palabra y dejarse transformar por el Espíritu presente en ella: la lectura espiritual del texto, esto es, escuchar y descubrir la palabra de Dios en la vida, la oración y el compromiso. En este contexto, es bueno y oportuno preguntarse ¿qué me dice a mí el texto?, ¿qué quiere cambiar de mi vida con este mensaje?, ¿qué me molesta en este texto?, ¿por qué esto no me interesa? O bien, ¿qué me agrada?, ¿qué me estimula de esta Palabra?, ¿qué me atrae y por qué? En definitiva, afirma Francisco, se trata de mirar “con sinceridad la propia existencia y presentarnos sin mentiras ante Dios, dispuestos a seguir creciendo, y de que le pidamos a Él lo que todavía no podemos lograr”.

En cuarto lugar, hay que tener un oído en el pueblo, es decir, no solo se trata de ser un contemplativo de la Palabra, sino también un contemplativo del pueblo. Al respecto, Francisco señala que “hay que conectar el mensaje del texto bíblico con una situación humana, con una experiencia que necesite la luz de la Palabra (…) Lo que se procura descubrir es lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia”. Este aspecto fue también señalado con vehemencia por Pablo VI, en su Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, al plantear que la evangelización no estará completa si no tiene en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida, personal y social. De ahí la necesidad de que la evangelización lleve consigo un mensaje explícito adaptado a las diversas situaciones y constantemente actualizado a la vida de las personas y los pueblos. En frase del papa Francisco: “Partir de un hecho para que la Palabra pueda resonar con fuerza en su invitación a la conversión, a la adoración, a actitudes de fraternidad y de servicio”.

Finalmente, el pontífice aconseja que no solo hay que dar importancia a los contenidos del mensaje bíblico, sino a las formas concretas de enseñarlos. En este sentido, sugiere usar imágenes en la predicación. Explica que “una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida”. Cuidar la forma significa que la enseñanza bíblica debe contener una idea, un sentimiento, una imagen. Que debe ser sencilla, clara, directa, y adaptada a la realidad de los interlocutores. El Concilio Vaticano II recomendó la lectura habitual de la Biblia. Pero no por simple curiosidad, interés cultural o afán proselitista. La razón de fondo es más decisiva: “Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo”. Y Cristo es la Buena Noticia de Dios para los pobres y para los hombres y mujeres que construyen un mundo humano.

23/09/2014

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Cántico de Simeón.

Domingo, 2 de febrero de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

“Ahora, Señor,

según tu promesa,

puedes dejar a tu siervo

irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones

y gloria de tu pueblo Israel.”

*

NT3, Lc 2, 29-32

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