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La meditación “disuelve” el yo, por Enrique Martínez Lozano

Viernes, 20 de enero de 2017
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un_hombre_desnudo_haciendo_yoga_y_sintiendose_superior_5061_622x466Para quienes únicamente han oído hablar de ella, la meditación suele aparecer como una práctica, más o menos extraña o incluso esotérica, con la que se buscaría relajación o serenidad. En cualquier caso, se trataría de algo marginal y, en cuanto tal, prescindible.

Esta opinión ha empezado a modificarse en Occidente gracias a la inusitada expansión del “mindfulness” y a su reconocimiento creciente, particularmente en ámbitos psicológicos, médicos y académicos.

Sin embargo, mindfulness no es sinónimo de meditación. Se trata de una valiosa y eficaz herramienta terapéutica, cuyos efectos se han comprobado fehacientemente, tanto en la prevención o disminución de la ansiedad, el estrés y la depresión, como en el crecimiento integral de la persona. No es extraño, por tanto, que desde los terrenos psicológico y educativo se le preste cada vez una mayor atención.

La meditación, sin embargo, no es un conjunto de prácticas –aunque las incluya–, sino de un estado de consciencia, caracterizado por la vivencia de la no-dualidad.

No se trata, por tanto, del ejercicio de un yo que busca en la meditación algún beneficio en particular. La meditación es un estado de pura atención, en el que esta llega a ocupar todo el espacio, hasta el punto de que desaparece incluso el yo que quería meditar. Meditación es, por tanto, un estado sin yo. Lo cual resulta plenamente coherente: dado que el yo es solo un pensamiento, acallado este en la atención, aquel se disuelve. (Quizás, en rigor, habría que decir que lo que se disuelve es la identificación con el yo).

Lo que ocurre, con frecuencia, es que son los propios meditadores habituales quienes entienden la meditación como un medio para alcanzar algo que les resulte “beneficioso”. Cuando eso ocurre, lo que se consigue es seguir fortaleciendo la sensación del ilusorio “yo”, que utiliza incluso la meditación para perpetuar su afán de protagonismo. De ese modo, aquella se convierte en una herramienta más al servicio del yo.

Frente a este engaño, tan sutil como habitual, me parece importante tener presente que la meditación es un estado de consciencia radicalmente diferente del estado mental, al que se accede silenciado el pensamiento y poniendo atención, hasta que llega un punto en el que la atención (consciencia) lo ocupa todo.

El sujeto de la meditación no es, pues, el yo que quiere estar atento o se esfuerza por mantenerse consciente, sino la propia consciencia. De ahí que, siempre que el meditador se considera “sujeto” de la práctica, cae en el engaño antes citado, que imposibilita que emerja el estado meditativo.

En todo caso, el “sujeto” de la práctica habrá de ser el “Testigo”, no el yo o la mente, sino la consciencia que atestigua, Eso que observa o se da cuenta. En rigor, “yo” no medito, porque cuando hay meditación no hay (identificación con el) yo. Y “yo” no es tampoco el Testigo que observa; se trata de un nivel diferente de identidad: acallado el yo mental, emerge el Testigo. Y, a partir de ahí, puede operarse el “paso” del Testigo a la Consciencia una, donde todo es –y solo es– atención sin sujeto separado.

La “moraleja” que de aquí se desprende para quienes meditan es simple pero profundamente renovadora o transformadora: no te sitúes en el yo para meditar; más aún, no te busques como “yo”. Ábrete a percibir que “tú” no eres el sujeto de la práctica, sino que, en cuanto empiezas a meditar, el yo cae, porque emerge otra nueva identidad que trasciende la mente.

Para terminar, me gustaría señalar que es precisamente este cambio de estado el que explica que la no-dualidad no pueda ser percibida por la mente, que fácilmente la descalificará como ilusoria. La incapacidad es la misma que experimentaría quien duerme –en el estado de consciencia onírico– para captar el mundo de la vigilia. Un estado de consciencia inferior tiene vedado el acceso a otro estado superior.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“Escojamos la auténtica felicidad “, por José Carlos García Fajardo,

Jueves, 14 de abril de 2016
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tumblr_nnjc97ygtt1sg130wo1_500Leído en la página web de Redes Cristianas

La búsqueda de la verdadera felicidad va más allá de la búsqueda de estímulos meramente placenteros. Se trata de un bienestar más completo y auténtico que procede de adentro.

Unida a todas las exigencias de nuestra época, la perspectiva de tomarse un tiempo cada día para dedicarlo a la meditación puede parecer una carga más. Pero estoy seguro, escribe Alan Wallace, de que la razón por la que mucha gente no encuentra tiempo para meditar no son las ocupaciones excesivas. El autor de tan hermosos libros como “El poder de la meditación para alcanzar el equilibrio”, del que Daniel Goleman declara que sintetiza la práctica y la convierte en un conjunto de ejercicios accesibles y atractivo, habla de “meditación” pero que no es lo que se entendía desde la Edad Media por lectio, meditatio et contemplatio, como la reflexión sobre lo leído o escuchado, sino que se trataría de estar atento a lo que haces o no haces, aquí y ahora, de respirar como conviene para caer en la cuenta de que la virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer.

Como decía mi madre, “hay que estar a lo que estás”. No es cuánto más, mejor; sino cuanto mejor, más. Y mejor en el sentido de poner el corazón “y con los cinco sentidos”, añadía. Si hay  algo que hacemos todos los seres sentientes es respirar, desde el primer vagido hasta el último suspiro.

Todos estamos haciendo algo cada minuto del día, o hacer sin hacer, el wu wei de la sabiduría china. En qué ocupamos nuestros días es cuestión de prioridades. Por supuesto que es de sentido común priorizar la supervivencia, para garantizarnos suficiente comida, casa, ropa y asistencia médica, y que nuestros hijos puedan recibir una buena educación. Para utilizar una metáfora universitaria, las tareas que permiten todo eso son las “asignaturas básicas” y las demás son “optativas”. Estas dependen de nuestros valores.

Podemos creer que se trata de la búsqueda de la felicidad, de la plenitud o de una vida con sentido, porque como respondió André Malraux al General De Gaulle, “puede que la vida no tenga sentido pero tiene que tener sentido vivir”, aquí y ahora. Sea cual sea nuestro propósito vital, éste se centrará en las personas, las cosas, las circunstancias u otras cualidades más intangibles que nos proporcionan satisfacción… o que no tenemos más remedio que sacar adelante y entonces, más que nunca, no preguntarnos si nos gusta o no nos gusta lo que tenemos que hacer. Ya hace tiempo que vivimos y hemos buscado la felicidad durante décadas. Deténgase un momento, dice Wallace, y pregúntese: ¿cuánta satisfacción me ha proporcionado la vida hasta ahora?

Muchos de los grandes pensadores como san Agustín, William James, Whitman  o el Dalai Lama, han comentado que la búsqueda de la verdadera felicidad es el objetivo de la vida. Se refieren a algo más que a la búsqueda de estímulos meramente placenteros. Tratan de un bienestar más completo y auténtico que procede de adentro. Según no pocos especialistas la verdadera felicidad es síntoma de una mente equilibrada y sana, al igual que el bienestar físico es signo de un cuerpo sano. En nuestros días prevalece la idea de que el sufrimiento es inherente a la vida, de que experimentar la frustración, la depresión y la ansiedad forma parte de la naturaleza humana. Aunque la mayoría de las veces se confunde dolor, que es cosa del cuerpo, con sufrimiento, que es de la mente. Éste no conduce a nada mientras que el dolor nos alerta de una dolencia que, una vez detectada, se debe eliminar.

Es una aflicción  que no nos reporta ningún beneficio. A mis 18 años me dijo el Dr. Marañón que la misión del médico era acoger, escuchando; eliminar el dolor, una vez descubierta la causa y no interferir en el camino de la naturaleza para la curación.

En nuestra búsqueda de la felicidad, sostiene Wallace, es de vital importancia reconocer que son sólo muy pocas las cosas que controlamos en este mundo. Los demás, familia, amigos, compañeros de trabajo y extraños, se comportan como quieren, según sus ideas y objetivos. Del mismo modo, podemos hacer muy poco para controlar la economía, las relaciones internacionales o el medio ambiente en manos de intereses bastardos, oligopólicos y sectarios empeñados en ignorar lo que me empeño en denominar el arma más letal de destrucción masiva que es la explosión demográfica que, en menos de un siglo, nos llevó de unos 1.200 millones de habitantes del planeta a los casi tres mil setecientos millones de nuestros días.

De ahí que si basamos la búsqueda de la felicidad en nuestra capacidad de influencia sobre otras personas y el mundo en general, estaremos abocados al más estrepitoso fracaso. Nuestro primer acto de libertad debería ser una sabia elección de nuestras prioridades porque, como afirmaba el Buda Sakiamuni, quien sabe amarse a sí mismo, no hará daño al otro; mientras que el que no sabe amarse cómo podrá amar a los demás si nadie puede dar lo que no tiene.

José Carlos García Fajardo, Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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Twitter: @GarciaFajardoJC

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Ante el Crucificado

Jueves, 7 de abril de 2016
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Reflexiona esta noche. Reflexiona esta noche cuando está oscuro, cuando está lloviendo. Piensa en el juego que has olvidado. Eres el hijo de una raza grande y pacífica, una fábula indecible. Te descubrieron en una suave montaña. Has salido del océano divino. ERES SANTO, y estás desarmado y sellado con un emblema puro. También estás marcado con el olvido. En lo hondo de tu pecho llevas el número de pérdida.

Reflexiona esta noche. Hazlo. Hazlo. Recupera tu nombre originario.”

*

Thomas Merton

crucifijo

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31.7.15 Ignacio: La meditación cristiana

Viernes, 31 de julio de 2015
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Captura_de_pantalla_2013-11-04_a_las_16.47.27_350x234Del blog de Xabier Pikaza:

Se celebra hoy la fiesta de Ignacio de Loyola (1491-1556), maestro y testigo de la meditación, el método o camino de oración (meditación) más empleado en la iglesia moderna. Con esta ocasión quiero distinguir tres formas o momentos de meditación, para desarrollar después, la última, la meditación cristiana:

1. Meditar es pensar con asentimiento interior, no en línea de ciencia objetiva (medible, instrumentalizable, igual para todos), sino de búsqueda y comunión personal, en verdad y armonía con el conjunto de la realidad.Así el que medita busca siempre su equilibrio interior: Saber por qué vive y vivirlo con asentimiento personal. En esa línea se puede situar el buen método de la meditación filosófica, que ha guiado a los grandes pensadores de occidente, desde Platón hasta Descartes y Husserl.

2. En sentido más estricto, meditar es superar todo pensamiento externo, objetivo, en una línea de interiorización oriental (yoga, budismo zen…), para adentrarse así más allá de todos los objetos y deseos en la verdad del absoluto. El que medita deja que en él piense y sea la realidad en sí, eso que algunos llamar lo divino; no se trata de pensar, sino de ser pensado más allá de todo pensamiento. No se trata de salvar el mundo, sino de salvarse uno a sí mismo del mundo.

3. Sin negar lo anterior, la meditación cristiana, tal como la formuló Ignacio de Loyola, es un pensamiento de encuentro con Cristo, esto es, un método de identificación personal con Jesús, para retomar con él (dese él) su camino mesiánico de transformación de la historia, es decir, de salvación humana. El que medita dialoga con Jesús, dejando que él le guía, para realizar así su obra mesiánica de salvación del mundo, es decir, de instauración del mundo en Cristo (instaurare omnia in Christo), según la voluntad y gloria de Dios (AMDG).

11241223_474680446042486_4323225915705169420_nEn las reflexiones que siguen, suponiendo conocidos los dos niveles previos de meditación, quiero fijarme en la de Ignacio de Loyola, para indicar de esa manera lo que significa (lo que tiene de específico) la meditación cristiana.

Buen día a todos (31.7.15). Me gustaría que fuera el día de la meditación cristiana, conforme al modelo de Ignacio de Loyola, estratega y animador de la nueva “compañía” de los amigos de Jesús. Dejo así para los lectores de mi blog tres cuestiones o preguntas radicales:

— ¿Cuál es el sentido esencial de la meditación cristiana? ¿Lo ha entendido y expuesto bien Ignacio de Loyola? ¿Son fundamentales los cuatro momentos que expone?
— ¿Cómo se relaciona la “meditación cristiana”, centrada en Jesús, y la “meditación transcendental” (sin objeto ni persona histórica) de gran parte del hinduismo y budismo?
— ¿Por qué son muchos los que actualmente parecen olvidar la “meditación cristiana”, mientras defienden, practican (e incluso a veces “venden”) un tipo más o menos fino de meditación trascendental?

Ignacio de Loyola

fue ante todo un maestro de oración. Su herencia para la Iglesia Cristiana y para la Cultura de Occidente es el desarrollo de un método de oración personal que se ha llamado y se llama Meditación Cristiana, que consta de cuatro momentos:

• Composición de lugar. Para iniciar el camino de su meditación, el orante ha de evocar y «componer» o recrear en su imaginación el encuadre de una determinada escena evangélica. De esa forma puede concentrarse enteramente en ella.

• Discurso mental. Centrado en la escena, el orante ha de pensar a fondo acerca de ella. Así discurre: organiza y elabora los diversos aspectos del misterio, para descubrir lo que ellos significan. La oración tiene pues un rasgo de razonamiento.

• Participación del corazón. El orante no consigue resolver con su discurso los enigmas que le ofrece el evangelio. Por eso debe introducirse en el misterio. Ya no piensa, no razona. Deja que Dios mismo hable en su hondura, al interior del corazón, y de esa forma participa en el misterio.

• Transformación de la voluntad. La oración se convierte en nuevo compromiso que brota del amor de Cristo, en actitud de entrega radical a la misión del evangelio: no soy yo quien se decide y compromete; el mismo Cristo me ama y actúa con su fuerza salvadora a través de mi existencia.

Así lo he querido desarrollar en las reflexiones que siguen, que ofrezco a mis lectores como ejemplo y guía de oración cristiana, en la línea de Ignacio de Loyola. Buena fiesta a todos en su día.

1. Principio sensible

Ignacio no ha querido fundar en la pura razón su nueva empresa (su “compañía” de voluntarios de Jesús). Sabe que la razón es importante, pero sabe que en su base están la imaginación y los recuerdos, los proyectos y deseos sensibles de la vida.

Por eso no se puede empezar por el pensamiento. La oración ha de fundarse en los principios sensibles de la vida, centrándolos en Cristo; sólo así podrá centrar y dirigir después el pensamiento. Hay otra causa. La meditación cristiana no se ocupa de problemas que se pueden resolver por la teoría: misterios inmutables y verdades eternas de la mente que supera el mundo y se introduce en lo divino. La meditación cristiana ha de enfrentarse con Jesús y con su historia, con aquellos hechos primordiales que suscitan y sostienen nuestra vida de creyentes, arraigándola en el tiempo y espacio de la tierra.

Nótese la diferencia que esto implica con respecto a métodos o técnicas que vienen del lejano oriente. Cierto tipo de yoga y otras técnicas hindúes y budistas quieren que el hombre prescinda en la oración de ese nivel sensible. Para hallarse ante el misterio, les parece necesario superar todo ese plano donde imperan las imaginaciones y deseos de la historia. Sólo en el vacío de mi propio yo interior, cuando la vida externa ya se encuentra silenciada, puede haber lugar para el misterio.

La meditación cristiana sigue un camino diferente. No trata de olvidar nuestro pasado, sino de cimentarlo en Cristo. No trata de borrar nuestros deseos, las imágenes sensibles que parecen dominar la fantasía. Quiere centrar todo eso en Cristo, concentrando nuestra fantasía y sentimiento en los aspectos más visibles y más fuertes de su historia: nacimiento, vida y pascua.

Esta opción ignaciana es teológicamente importante: Dios no se encuentra en el vacío de este mundo, sino allí donde este mundo madura como humano, en apertura hacia el amor y vida plena, en Cristo. Por eso resulta teológicamente peligroso para el cristianismo un método de tipo introspectivo, una meditación trascendental donde no exista lugar para el encuentro con el Cristo que ha venido en carne, haciéndose por tanto historia humana.

En esta perspectiva podemos enfocar el tema psicológico. La meditación trascendental del oriente pone de relieve el aspecto supracósmico de Dios. Por eso, en la oración debemos superar los rasgos que podemos llamar «categoríales», las imágenes y formas concretas de este mundo. Dios emerge en el vacío trascendente de la mente. Por eso, para orar hay que aprender a suscitar ese vacío, superando las pre-ocupaciones de este mundo. Ciertamente, este camino me parece valioso en un primer momento, como medio de lograr autodominio, de tal forma que yo sea dueño de mí mismo. Sin embargo, eso no puede llamarse todavía una oración cristiana. La meditación cristiana debe penetrar en lo sensible, en el recuerdo de Jesús y de su historia, de manera que esa historia se convierte en lugar de Dios y campo de manifestación de su misterio. La misma ley de encarnación nos pone sobre el mundo, iniciando en lo sensible aquel camino que conduce a lo divino.

Veamos un ejemplo. Supongamos que la meditación tiene por lema el nacimiento (cf. Le 2, 1-21). Partiendo del texto evangélico, el orante ha de intentar que sus sentidos y potencias se concentren en la escena: dejará que vayan emergiendo los diversos personajes en su fantasía; se adentrará en los hechos viendo, escuchando, gustando lo que allí sucede. De esa forma, la evocación del pasado se convierte en fuente de experiencia para el presente. El orante no es un simple espectador que mira desde fuera lo que pasa. En su oración se vuelve actor: penetra en la vivencia de la escena y deja que ella misma le penetre, le conforme, le transforme.

Este ejercicio de concentración sensible resulta necesario por la misma forma de actuar de nuestra mente. Nosotros pensamos sintiendo; y muchas veces dejamos que la misma sensación nos lleve y nos transporte a su capricho. Nos hallamos, sobre todo, a merced de una fantasía que va y viene, que vuela y sobrevuela sobre un mundo de fantasmas y deseos que nosotros no podemos dominar del todo. Por eso, la oración implica un ejercicio de dominio de esa fantasía: queremos concentrarla, dirigirla hacia un suceso donde pueda reposar y enriquecerse. No se trata de un control cualquiera, que nosotros ejercemos por decreto; todo lo contrario, dirigimos y centramos la atención sensible en un momento de la vida de Jesús, el Cristo.

Por eso, el mismo ejercicio de concentración implica ya un encuentro religioso. No centramos y aquietamos los sentidos sobre un dato puramente hermoso o agradable de la vida, como quieren ciertas formas de relajación sensible, psicológica. No buscamos una hermosa escena de familia, de mar o de montaña, aunque sepamos que eso pueda ser valioso en un momento, para descargar nuestra atención, como terapia de tipo psicológico. Nosotros queremos concentrarnos en el Cristo, de manera que la fuerza de su vida pueda introducirse de manera creadora y transformante en nuestra vida. Este ejercicio tiene, por tanto, dos finalidades.

Una es de tipo más metódico: para orar es necesario concentrarse, comenzando por la imaginación, por los sentidos exteriores. El verdadero orante es hombre que se esfuerza en dirigir y alimentar su actividad sensible. Por eso, en un momento determinado, sobre todo en el comienzo de la noche, cuando llega el tiempo del descanso, intenta revivir unas escenas de evangelio, llenando así su fantasía. El mismo sueño puede cargarse de esa forma del recuerdo de Jesús y su presencia en los niveles preconscientes de la mente.

Hay una segunda finalidad de tipo más teológico: el creyente es hombre que desea «ver» a Cristo. Por eso le imagina. Ciertamente, ya no conocemos a Jesús en un nivel de carne, como sabe Pablo (cf. 2 Cor 5, 16): no le conocemos con los juicios y principios de este mundo. Pero debemos conocerle en mucha hondura, a partir de la misma sensibilidad y fantasía, en un camino que nos lleva después al pensamiento y decisión creyente. En este aspecto, la oración es ejercicio de hombre pleno: no se cierra en un nivel de pensamiento; quiere encauzar, dirigir, enriquecer todos los planos de la mente, para así fundarlos en Jesús, el Cristo.

2. Reflexión intelectual

Como hemos indicado ya, ciertos métodos de oriente no sólo silencian lo sensible, sino también lo racional. Pero, ¿es posible? Juzgo que no. El hombre es pensante: Dios le ha dado la razón para discurrir, orientándose entre riesgos, arguyendo, investigando, argumentando. Por eso, la meditación cristiana no se puede cerrar en lo sensible, ni abandona de modo «trascendental» el pensamiento. Una vez que el orante se ha dejado enriquecer por la vivencia sensible de Jesús, ha de pasar de un modo riguroso al nivel del pensamiento.

Repetimos. Al hombre no le basta con vivir en el espacio de la fantasía. En un momento dado se pregunta «cómo», «por qué»: el significado y la función de los diversos personajes que intervienen en la vida de Jesús. Volvamos, por ejemplo, al nacimiento, que de un modo tan certero ha presentado Ignacio de Loyola (Ejercicios espirituales, 111-117).

Enriquecido por la fuerza de la escena, sintiéndose integrado en su misterio, con las voces, las figuras y colores de los personajes, el orante ha de pensar. Entonces se pregunta por qué actúan de esa forma los agentes del misterio: animales, pastores, José, María, Jesús, ángeles y Dios. Dentro de ese «por qué» se van centrando todas las preguntas del cielo y de la tierra: el sentido de la naturaleza (gruta) y de la historia, la existencia de los hombres y la gracia de Dios que se revela como niño, en la impotencia de un pequeño y perdido nacimiento.

Una vez que ha comenzado ya la reflexión, y la mente ha penetrado, razonando, en el sentido de la escena, se establece un proceso que pretende ser definitivo. El orante es racional y ha de pensar sin miedo. Por eso discurre de manera rigurosa: investiga, compara, interpreta. En un momento dado quiere resolverlo todo, penetrarlo y comprenderlo con su mente. De esa forma, el nivel de lo sensible queda en un segundo plano. Está allí, se pueden revivir colores y formas de la escena; pero hay algo mucho más valioso que se debe conocer e interpretar por medio de la mente.

De esta forma hemos llegado al corazón de la plegaria meditativa: desde el júbilo sensible, de las formas y colores, intentamos alcanzar el pensamiento. Orar implica pensar sobre Jesús, como lugar de manifestación definitiva de Dios. Frente a todos los intentos antirracionales, frente a todas las tendencias de la mística vacía o sensiblera, la oración se nos presenta en este plano como ejercicio intelectual.

Ciertamente, esta oración no será sólo un ejercicio del discurso, como luego indicaremos. Pero si ella no despliega este nivel, si busca su refugio en el silencio interior o el entusiasmo de una pretendida actuación de Dios que ciega el pensamiento, corre el riesgo de acabar degenerando dentro de sí misma. Volvemos de esa forma a los problemas del método. Ignacio ha presupuesto que el hombre, en su camino de realización cristiana (orante), ha de pasar por cuatro etapas. Las primeras ya las conocemos:

a) el hombre es ser senciente: sólo puede aprehender la realidad por los sentidos, permitiendo que ella le impresione y transfigure; por eso, en el comienzo de toda la oración hallamos el recuerdo y fantasía;
b) el hombre es racional: conoce comparando y discurriendo sobre aquello que impresiona sus sentidos; por eso, al situarse ante Jesús ha de pensar, en el nivel de causas, razones y sentidos. Sólo después podrán venir los aspectos ulteriores de la contemplación del corazón (más allá del pensamiento) y de la nueva voluntad que se compromete con el Cristo. Leer más…

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Qué es meditar y cómo lograrlo en un instante (un minuto o menos)

Domingo, 19 de julio de 2015
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Todos estos métodos sólo sirven si entendemos que son meros instrumentos para acercarnos al Totalmente Otro que es Dios y que es lo único importante… Si no es así, es mejor dejarlo a un lado…

20100323-martin-boroson-meditation-300x205Un video que puede ayudarnos a aquietar nuestra mente como antesala de la oración y mejorar nustra experiencia vital en este mundo. Pero es sólo una técnica, un método que nos puede servir para comenzar la oración mental que, al decir de Teresa de Jesús  no es “sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8, 5).

La auténtica meditación es clave para alcanzar nuestro máximo despertar, salud y plenitud. Nos lleva siempre un estado trascendente de nuestro SER, donde se activan la paz más profunda, la dicha, la creatividad, la alegría… y donde podemos tocar “la divinidad”.

El poder de esta meditación estriba en que un instante, un momento, puede ser tan corto como un minuto, una hora, un día… o una eternidad… Nos muestra lo relativo del tiempo.

Esta propuesta de Martin Boronson nos lleva a meditar realmente en sólo un minuto, y luego a reducir el tiempo en vez incrementarlo, hasta que llegamos a cero, es decir al NO-TIEMPO, o lo que es igual a: “LA ETERNIDAD”…. y así mantenernos por siempre en el estado meditativo, tan provechoso y favorable para nuestro SER.

La primera parte del video  está tomada de la escuela que enseña la técnica de la “Meditación Trascendental”.

La segunda parte es de Martin Boroson, autor del libro y programa “OMM – One Moment Meditation” (meditación en un instante, un minuto o menos). Su libro traducido al español es Respira. Relajación para personas ajetreadas

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“Meditación ante un crucifijo (2000 años después)”, por José Ignacio González Faus

Jueves, 2 de julio de 2015
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orado ante crucifijoDe su blog Miradas Cristianas:

(N.B. Casi por los mismos días, dos amigos me piden que mire de recuperar este texto que tiene ya más de 40 años y apareció en una revista que ya no existe. Manera de recuperarlo puede ser enviarlo a este blog por si a alguien le es útil)

Ya ves: en el fondo hemos aprendido bien tu lección y te perdonamos también nosotros. Y hasta te perdonamos con tu misma generosidad excusante: no sabías lo que te hacías ¿verdad?

Ahora comprenderás que, si hubieses tenido veinte años más, todo habría terminado bien. Habría sido más fácil llegar a un acuerdo. Y luego, hasta puede que Pilato te hubiese concedido una audiencia y hubiese designado un centurión para que te guardara las espaldas. Y, créenos, todo eso habría repercutido en mayor bien de tu pueblo.

Pero en fin: ya pasó todo y será mejor no volver a hablar de ello. Sólo te reprochamos una cosa: que no hicieras caso a los ancianos (Mt 15,2: 26,47.57; 27,1). Ellos sabían mejor que tú que la madurez no consiste en decir no ante las cosas, sino en justificarlas. Ellos ya sintieron tener que promover tu condena. Pero… ahora que ya han pasado aquellas horas negras y el tiempo ha podido suavizar muchas asperezas, reconoce que tu actitud facilitaba bien poco las cosas.

Si hubieses sido más prudente como te aconsejaban tus familiares (Mc 3,32; Jn 7,3-5) -ahora comprendes que te querían bien ¿no?-, habría podido evitarse el desenlace y habrías tenido más tiempo y más oportunidades para seguir predicando al pueblo aquellas cosas tan bonitas que predicabas (porque nosotros también sabemos apreciarlas, ¿ves?). Habrías podido hacer más bien. Compréndelo: en la vida siempre es necesario un poco de flexibilidad. Hay que pactar, hay que renunciar a lo ideal para salvar lo posible…

Tú en cambio… ¡en buen lío nos metiste! ¿No ves que marxistas como ese tal Garaudy, se aprovechan de tu imprudencia para hacer panegíricos tuyos y decir que en ti “el amor debió ser militante,subversivo”, que por eso te crucificaron, que “pusiste de manifiesto lo absurdo de todas las sabidurías, al demostrar precisamente lo contrario del destino inexorable: la libertad, la creación, la vida?”… ¡Por favor! Comprende que todo eso nos coloca en una situación bien poco airosa, y que luego nosotros nos las deseamos para ver de paliar los efectos de tu idealismo inexperto.

Pero en fin, ya te he dicho que no tratamos de reprocharte nada. De veras tendrías que creer que nuestra disposición para un diálogo es inmejorable y que estamos seguros de que será posible llegar a un acuerdo. Sólo deberías tener en cuenta que tenemos muchos más años y más experiencia que tú.

Sé razonable. Estamos seguros de que ahora que los años te habrán hecho reflexionar y nos darás a razón, siempre será posible un arreglo. Y sin duda que interpretaremos correctamente lo que tú harías hoy -que ya no eres tan joven- si nos limitamos a hacer de tu cruz una alhaja para nuestras jerarquías o un adorno para nuestros dormitorios.

Déjanos hacer. Ya verás cómo es para bien de todos.

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La Cruz Gloriosa

Domingo, 14 de septiembre de 2014
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En la Fiesta de la Exaltación de la Cruz

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*

Estaríamos enajenados hasta el punto de permitirnos el lujo de buscar a Dios, en las horas cómodas del ocio, en templos lujosos, en liturgias pomposas y a menudo vacías, y de no verle, oírle y servirle allí dónde está, y nos espera, y exige nuestra presencia: en la humanidad, en el pobre, en el oprimido, en la víctima de la injusticia de la que somos, muy a menudo,  cómplices?

 

*

Don Helder Camara, “Un pensamiento para cada día”, Médiaspaul, 2010

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Jesus in Love

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Paz interior.

Lunes, 14 de julio de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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El amor altruista es el sentimiento espontáneo de estar unido a todos los demás seres. Lo que tú sientes, yo lo sento. Lo que yo siento, tú lo sientes. No hay diferencia entre nosotros […] Cuando comencé a practicar la meditación de la compasión, observé que mi sensación de aislamiento comenzaba a atenuarse, mientras que sentía cada vez más una impresión de fuerza. Allí dónde, antes, veía sólo problemas, me dispuse a ver sólo soluciones. Mientras que consideraba mi felicidad como más importante que la de los demás, comenzaba a percibir el bienestar de los otros como el mismo fundamento de mi paz mental. “

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Yongey Mingyour Rinpotché

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El último mensaje de Dios.

Martes, 18 de febrero de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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Cristo no tiene manos

tiene solo nuestras manos

para realizar hoy su trabajo.

Cristo no tiene pies

tiene solo nuestros pies

para guiar a los hombres en sus caminos.

Cristo no tiene labios

tiene solo nuestros labios

para hablar de Él a los hombres de hoy.

Cristo no tiene medios

tiene solo nuestra ayuda

para conducir a los hombres hacia Él.

Somos la única Biblia

que los hombres leen hoy

somos el último mensaje de Dios

escrito en obras y palabras.

*

Anónimo del siglo XV

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Entrevista a Enrique Martínez Lozano, psicoterapeuta y teólogo: “El camino espiritual es reconocer quiénes somos y conectarnos a ello”, por Lala Franco

Domingo, 9 de febrero de 2014
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 Leído en Alandar:

Para Enrique Martínez Lozano la espiritualidad es un viaje a la plenitud.

Enrique Martínez Lozano es un autor y conferenciante de éxito. Psicoterapeuta y teólogo, se ha secularizado hace un año, lo que no ha cambiado un ápice la tarea a la que se dedica en exclusiva desde hace una década: el acompañamiento espiritual de grupos mediante el aprendizaje de la meditación en talleres y retiros por toda la geografía nacional. Autor de numerosos libros, escribe un comentario semanal del Evangelio en clave no-dual. La espiritualidad es, para él, un viaje a la plenitud de nosotros mismos que nos convertirá en personas unificadas y compasivas. La espiritualidad es su tema. El tiempo y el papel se quedan escasos para contener el río de su pensamiento y su experiencia.

Enrique, ¿qué es la espiritualidad?

Por decirlo de un modo sencillo, “espiritualidad” hace referencia directa a la dimensión profunda de lo real. Podría añadirse que lo “espiritual” es todo lo real, en su “doble cara”: lo visible y lo invisible, lo manifiesto y lo inmanifestado… pero no como dos realidades añadidas, sino como los dos rostros de lo único real.

¿Cuáles son, según tu experiencia, las aspiraciones del hombre de hoy en el terreno espiritual? ¿Hay sed de Dios?

Hay sed de interioridad, de profundidad, de silencio, de plenitud… Porque no se puede soportar demasiado tiempo la anemia. La búsqueda es expresión del hambre y de la sed de aquello que no puede ser satisfecho con ningún objeto. ¿”Dios”? Siempre que no lo confundamos con la misma palabra ni con ninguna de nuestras imágenes mentales. El maestro Eckhart decía, en el siglo XIII: “No tengas ningún dios pensado, porque cuando cambie tu pensamiento, ese dios caerá con él”. Y Charo Rodríguez, una poetisa amiga, escribe: “Solo el Dios encontrado,/ningún dios enseñado puede ser verdadero,/ningún dios enseñado./Solo el Dios encontrado puede ser verdadero”. Es comprensible que las personas vivan aferradas a imágenes de Dios con las que han convivido desde niños. Sin embargo, para que haya crecimiento espiritual, antes o después se hace imprescindible reconocer que son solo imágenes y dejar caer cualquier representación mental. Solo entonces, estamos disponibles para experimentar y saborear el misterio.

A Dios, dices, no lo podemos pensar, solo vivir. Pero, ¿cómo vivir a Dios?

Seamos o no conscientes de ello, Dios ya se está viviendo en todos nosotros, en todo lo que es. Un Dios “separado” es solo una proyección mental. Lo “dejamos vivir” sencillamente en la medida en que caemos en la cuenta de ello. Ahí mismo empezamos a percibir y vivir la no-dualidad. “Vivir a Dios” es exactamente igual a “vivir nuestra verdadera identidad”. Y eso requiere, lógicamente, des-identificarnos del “yo” que creíamos ser. Por eso, puede decirse que el camino espiritual consiste en la desapropiación del yo, no por ningún tipo de voluntarismo ético, sino porque hemos comprendido que nuestra identidad es otra. Y, en “lo que somos”, no hay ningún tipo de dualidad con “lo que es”. Eso es, por otro lado, lo que vivió Jesús, tal como lo expresa Jean Sulivan, en una de las frases que me parecen más hermosas sobre él: “Jesús es lo que acontece cuando Dios habla sin obstáculos en un hombre”. Eso es “vivir a Dios”.

¿No es el reconocimiento de la presencia algo común a las tradiciones religiosas?

Efectivamente, más allá de las palabras que usemos –presencia, consciencia, plenitud, vacío, Dios…-, las religiones surgen habitadas por un mismo anhelo: desvelar el misterio de la existencia, responder a las preguntas: “¿quién soy yo?” y “¿qué sentido tiene todo esto?”, apuntar hacia el misterio último –la mismidad- de lo que es… La pena es cuando se absolutizan y remiten a ellas mismas –contra esta tendencia autorreferencial de la religión está hablando mucho el papa Francisco- o se enredan en palabras o creencias, a las que atribuyen un (imposible) valor absoluto. Las religiones tienen tendencia a caer en una doble trampa: buscar el poder y confundir su creencia con la verdad. Justo lo opuesto a lo que enseñaba Jesús. Eso hace que aparezcan ante la gente con un aire de superioridad, que provoca cada vez más recelos, cuando no rechazo abierto. En un movimiento de autodefensa, la religión esgrime que su creencia no es aceptada debido al relativismo actual. Pero, con frecuencia, el condenado “relativismo” no es sino una etiqueta descalificadora que usa quien no puede o no sabe convivir fácilmente con el pluralismo.

Es decir, que religión y espiritualidad no son identificables…

No. Podemos considerar la religión como el “mapa” y la espiritualidad como el “territorio”; o, en otra imagen clásica, la religión es la “copa”, mientras la espiritualidad es el “vino”. Mientras se percibe así, no hay ningún problema. Religión y espiritualidad no están identificadas, pero tampoco tienen por qué estar reñidas. El problema llega cuando las religiones se olvidan de que son solo una construcción humana que busca “canalizar” el anhelo, un medio al servicio de lo que somos. Cuando eso ocurre, la religión, en lugar de unir, separa y excluye. La espiritualidad, por el contrario, es siempre inclusiva, por una razón muy simple: porque constituye nada menos que el territorio de nuestra “identidad compartida”, más allá de los “mapas” que utilicemos. Esto explica también que pueda existir legítimamente una “espiritualidad religiosa”, al lado de una “espiritualidad laica” (Marià Corbí) o una “espiritualidad atea” (André Comte-Sponville). En mi opinión, las religiones están llamadas a vivirse como “servidoras” de la vida de las personas y de la espiritualidad.

¿Qué hay en la tradición religiosa católica para saciar la sed espiritual de que hablábamos al inicio?

Una profunda riqueza: la persona de Jesús de Nazaret; la sabiduría de los textos fundantes; una tradición ininterrumpida de experiencia mística, aunque en ocasiones haya quedado “nublada” o velada por aspectos institucionales que parecían ocupar y controlar todo; una tradición secular de humanización y entrega, al lado, sin embargo, de actitudes y comportamientos fanáticos, autoritarios, violentos, culpabilizadores y represores. La historia cristiana me parece un espejo patente de lo que es la ambigüedad de lo humano; o, expresado de otra forma, de lo que es capaz de hacer el ego incluso con lo más sagrado.

Hay muchas prácticas cristianas que ayudan a una rica experiencia interior. ¿No tenemos ahí un tesoro por redescubrir?

Sin duda, la tradición cristiana es un tesoro por redescubrir y, en algunos casos, incluso por estrenar, si confrontamos nuestra vivencia –y la de la Iglesia- con lo que fue Jesús de Nazaret. En ese redescubrimiento, me parece que ha de ocupar un lugar esencial lo que fue el “camino” más característico de Jesús: la compasión hacia el ser humano en necesidad. Y, simultáneamente, toda la gran tradición contemplativa, que ha sido considerada habitualmente en la Iglesia como algo marginal.

Hablemos, pues, de meditación…

La meditación no es, en primer lugar, un método ni una práctica, sino un modo de vivir o un modo de ser, un estado de consciencia, caracterizado precisamente por la no-dualidad. Al estar habitualmente identificados con la mente, necesitamos “ejercitarnos” en superar esa inercia y, así, poder descorrer el velo que nos impide reconocer nuestra verdadera identidad. En este sentido, meditar consiste en estar en el presente, acallar la mente y atender a lo que está aconteciendo. Son tres modos de expresar lo mismo, ya que esas tres cosas no pueden darse sino simultáneamente.

Eso me lleva a preguntarte por el prestigio de lo oriental, de lo budista en concreto. ¿Cuál es la razón de ese prestigio?

Primero, que contiene mucha sabiduría y mucha experiencia. No hace mucho tiempo, un budista me comentaba: “Entre nosotros, damos prioridad a la experiencia que conduce a la sabiduría, al «despertar»; vosotros, en cambio, dais preferencia a las creencias y a la sumisión a la autoridad religiosa”. Por otro lado, aunque es cierto que el maestro Eckhart, Teresa de Jesús o Juan de la Cruz son exponentes sublimes de la experiencia mística, ellos, a diferencia de los maestros de Oriente, no dan una “pedagogía” para avanzar por ese camino contemplativo. Al mismo tiempo, nos hemos hecho conscientes, como decía antes, de que toda religión no es sino un “mapa” que intenta desvelar el misterio del existir o apuntar hacia el “territorio” anhelado que somos. Es importante acercarnos a todos ellos y a la sabiduría que aportan.

¿Cómo cultivar la espiritualidad, cuál es tu propuesta para avanzar en el camino espiritual?

La respuesta también es sencilla: creciendo en consciencia de quienes somos. Al final, todo se ventila en la respuesta adecuada a esta pregunta: “¿Quién soy yo?”. Mientras la respuesta sea inadecuada, permaneceremos en la ignorancia y el sufrimiento –aunque seamos personas muy “religiosas”-; por el contrario, la respuesta adecuada, liberándonos de ello, tiene sabor de plenitud. Lo que ocurre es que la respuesta no puede venir desde la mente (el modelo mental de conocer) porque, al ser una parte de lo que somos, su respuesta es inevitablemente reductora; nos hace creer que somos, apenas, una estructura psicofísica, un “yo individual”; es decir, reduce nuestra identidad al “yo-idea”. Cuando se trabaja a partir de esa creencia, todo –el mismo trabajo psicológico e, incluso, la propia vivencia religiosa- resulta empobrecido. La respuesta adecuada no puede ser resultado de un razonamiento o de una elaboración conceptual. Porque no podemos ser nada que podamos pensar, ya que todo lo pensado necesariamente es un objeto (mental).

Únicamente podemos conocer lo que somos… cuando lo somos. Y, para ello, necesitamos silenciar la mente y, así, acceder a una experiencia directa, inmediata y autoevidente de nuestra verdadera identidad. Aquí se da una hermosa y profunda paradoja: ni podemos pensar lo que somos, ni somos lo que podamos pensar. Una paradoja que encuentra un atractivo paralelismo en lo que nos dice la física cuántica: “lo que vemos no es real y lo real no podemos verlo”. El camino espiritual no es otra cosa que reconocer quiénes somos y vivirnos conectados a ello. A esto las tradiciones espirituales lo han llamado “despertar”, un estado de consciencia que se caracteriza por la sabiduría (comprensión) y la compasión.

Publicado en alandar nº304

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