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Hace 87 años que estalló la Guerra Civil

Sábado, 30 de septiembre de 2023
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“La casi totalidad de la jerarquía eclesiástica se puso de parte de los militares rebeldes”

“Los militares golpistas atrajeron a los partidos de la derecha conservadora como los falangistas y carlistas, a los terratenientes temerosos de la reforma agraria y a la Iglesia”

“Con el inicio de la Guerra Civil la casi  totalidad de la jerarquía eclesiástica se puso de parte de los militares rebeldes, en vez de ser un instrumento de reconciliación nacional. La Iglesia se convirtió en el arma moral de los sublevados, dándoles legitimidad a sus crueles actos”

La Iglesia, como lo hizo en otras situaciones de la historia, traicionó el mensaje de Jesús de “no matarás”, de “amaros los unos a los otros”

IMG_0367-695x1024El pasado 18 de julio hizo 87 años que estalló la Guerra Civil española, tras la sublevación encabezada por Franco, acabando con la democracia establecida por la II República desde su triunfo electoral el 14 de abril de 1931. Los militares golpistas se enfrentaron con los militares fieles al Gobierno legítimo de la República. España se dividió en dos.

Los militares golpistas atrajeron a los partidos de la derecha conservadora como los falangistas y carlistas, a los terratenientes temerosos de la reforma agraria y a la Iglesia. Fueron apoyados y ayudados por la Italia fascista y por la Alemania nazi.  Los militares defensores de la República atrajeron a los partidos de izquierda: comunistas, socialistas y anarquistas. Solo fueron ayudados por la URSS. Sin esa ayuda extranjera el conflicto hubiera durado solo unas semanas. Pero duró tres años de horror y matanzas con un balance de medio millón de muertos.

Franco consideró la guerra como una Cruzada contra el ateísmo

El general Franco se alardeó de que la guerra que había iniciado era una Cruzada contra el mal: “Nuestra guerra no es una guerra civil, una guerra de pronunciamiento, sino una Cruzada de los hombres que creen en Dios, que creen en el alma humana, que creen en el bien, en el ideal, en el sacrificio, que lucha contra los hombres sin fe, sin moral, sin nobleza… Sí, nuestra guerra es una guerra religiosa. Nosotros, todos los que combatimos, cristianos, musulmanes, somos soldados de Dios y no luchamos contra otros hombres, sino contra el ateísmo y el materialismo, contra todo lo que rebaja la dignidad humana, que nosotros queremos elevar, purificar y ennoblecer…”

Posicionamiento de la Iglesia en la Guerra Civil

Con el inicio de la Guerra Civil la casi  totalidad de la jerarquía eclesiástica se puso de parte de los militares rebeldes, en vez de ser un instrumento de reconciliación nacional. La Iglesia se convirtió en el arma moral de los sublevados, dándoles legitimidad a sus crueles actos. Pienso que no existe mayor mal que hacer daño en nombre de Dios, porque la crueldad queda legitimada al desarrollar en los verdugos la convicción de que actúan en defensa de valores sagrados incuestionables. Fue una repetición del grito de guerra de los cruzados en la primera Cruzada (s. XI) : ” ¡Dios lo quiere!”

IMG_0369-768x432La Iglesia, como lo hizo en otras situaciones de la historia, traicionó el mensaje de Jesús de “no matarás”, de “amaos los unos a los otros”, de “perdonad a vuestros enemigos”, de “todo lo que hagáis a uno de ellos, me lo hacéis a mí” (tanto si se hace el bien a otro como el mal). Dar por buena y necesaria la sublevación y la guerra fue una alianza  con los verdugos. No cabe duda de que la Iglesia sufrió mucho con el anticlericalismo de la II República: quema de iglesias, asesinatos de miembros del clero, profanación de cementerios…

La iglesia estaba, con razón, muy indignada, pero fue incapaz de hacer autocrítica y reconocer la parte de culpabilidad que tuvo en el surgimiento y desarrollo del anticlericalismo al estar vinculada  con la oligarquía. La Iglesia, al apoyar a los golpistas, manifestó una actitud vengativa contra los izquierdistas, llamados rojos, considerados enemigos de la Iglesia y de Dios, pero también pretendió que esos militares  restablecieran los privilegios que le usurpó la II República.

El fin no justifica los medios

Una idea común unió a la Iglesia con los rebeldes: que el fin justifica los medios. Un fin honroso para la Iglesia fue recuperar los privilegios que le retiró el Gobierno de la República. Ese fin bien merecía una guerra considerada justa y necesaria, denominada Cruzada. Un fin honroso para los sublevados fue eliminar la democracia, que permitió en febrero de 1936 el triunfo de la coalición de izquierdas del Frente Popular, y sustituirla por una dictadura fascista. Ese fin también justificaba una guerra.

IMG_0366La Iglesia y el Ejército compartieron que era justo y necesario iniciar una guerra para conquistar los ideales que cada institución defendía, aunque costara centenares de miles de muertos. Nunca un fin, por muy bueno que se considere, puede conseguirse con la violencia. Y eso debería saberlo la Iglesia, por ser conocedora del Evangelio, que proclama la paz y no la violencia. Pero la Iglesia eligió el camino contrario como hizo en otras épocas, en las que legitimó, santificó y promovió la violencia.

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DOCUMENTO 1

“En la pastoral Enrique Plá y Deniel presentaba la guerra como “una cruzada por la religión, la patria y la civilización”, dando una nueva legitimidad a la causa de los sublevados: la religiosa. Así el “Generalísmo”, no era sólo el “jefe y salvador de la Patria”, sino también el “Caudillo” de una nueva “Cruzada” en defensa de la fe católica y del orden social anterior a la proclamación de la Segunda República Española. 

De esta forma “Franco contó con el apoyo y bendición de la Iglesia católica. Obispos, sacerdotes y religiosos comenzaron a tratar a Franco como un enviado de Dios para poner orden en la ciudad terrenal y Franco acabó creyendo que, efectivamente, tenía una relación especial con la divina providencia”. El cardenal primado de Toledo Isidro Gomá le envió a Franco un telegrama de felicitación por su nombramiento como “Jefe del Gobierno del Estado Español” y el “Generalísimo” en su contestación, después de decirle que “no podía recibir mejor auxilio que la bendición de Vuestra Eminencia”, le pedía que rogara a Dios en sus oraciones para que “me ilumine y dé fuerzas bastantes para la ímproba tarea de crear una nueva España de cuyo feliz término es ya garantía la bondadosa colaboración que tan patrióticamente ofrece Vuestra Eminencia cuyo anillo pastoral beso”. El obispo Plá y Deniel le cedió a Franco su palacio episcopal en Salamanca para que lo utilizara como su Cuartel General” (Wikipedia)

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DOCUMENTO 2

Conclusiones de la carta colectiva de los obispos españoles, del 1 de julio de 1937, a los obispos de todo el mundo con motivo de la guerra en España.

Primera: Que la Iglesia, a pesar de su espíritu de paz, y de no haber querido la guerra ni haber colaborado en ella, no podía ser indiferente en la lucha.

De una parte, se suprimía a Dios, cuya obra ha de realizar la Iglesia en el mundo, y se causaba a la misma un daño inmenso, en personas, cosas y derechos, como tal vez no la haya sufrido institución alguna en la historia; de la otra, cualesquiera que fuesen los humanos defectos, estaba el esfuerzo por la conservación del viejo espíritu, español y cristiano.

Segunda: Afirmamos que el levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo de la conciencia popular de un doble arraigo: el del sentido patriótico, que ha visto en él la única manera de levantar a España y evitar su ruina definitiva; y el sentido religioso, que lo consideró como la fuerza que debía reducir a la impotencia a los enemigos de Dios, y como la garantía de la continuidad de su fe y de la práctica de su religión.

Tercera: Hoy, por hoy, no hay en España más esperanza para reconquistar la justicia y la paz y los bienes que de ellas deriva, que el triunfo del movimiento nacional.

Cuarta: Prueba elocuentísima de que la destrucción de los templos y la matanza de los sacerdotes fue cosa premeditada, es su número espantoso. Aunque son prematuras las cifras, contamos unas 20.000 iglesias y capillas destruidas o totalmente saqueadas. Los sacerdotes asesinados son unos 6.000. Pero, sobre todo, la revolución fue “anticristiana”.

Quinta: El movimiento ha garantizado el orden en el territorio por él dominado. Mientras en la España marxista se vive sin Dios, en las regiones indemnes o reconquistadas se celebra profusamente el culto divino y pululan y florecen nuevas manifestaciones de la vida cristiana”.

Fuente Religión Digital

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El PSOE pide en el Congreso homenajear a las personas LGTBI víctimas de represión en la dictadura franquista

Martes, 18 de abril de 2023
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Antoni-epoca-recoge-delito-homosexual_EDIIMA20160701_0719_5Ficha policial de Antoni Ruiz

El PSOE registró el pasado miércoles día 5 de abril una iniciativa en el Congreso pidiendo reconocer y rendir un homenaje público a las personas del colectivo LGTBI que fueron víctimas de la represión durante la Guerra Civil y la dictadura franquista, un tributo que presentan como “antídoto” para que hechos similares no se repitan.

En concreto, en la proposición no de ley (PNL), que se debatirá en la Comisión Constitucional, se resalta que el colectivo LGTBI sufrió asesinato, represión, persecución, exilio, soledad y estigma por motivo de su orientación e identidad sexual o expresión de género durante la Guerra Civil y la dictadura franquista.

En esta línea, el texto recuerda que más de 5.000 personas del colectivo acabaron en prisión durante la dictadura debido a su inclusión en la Ley de Vagos y Maleantes y posteriormente, con la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. Además, señala que el franquismo buscaba implementar toda una maquinaria burocrática y con base legal “científica” que le permitiese erradicar la homosexualidad dentro del territorio nacional.

Por último, el PSOE señala que en los últimos años se ha recuperado la memoria de las víctimas del franquismo y pone en valor la aprobación de la Ley de Memoria Democrática “donde se ha dado un paso más en el reconocimiento de las víctimas de la dictadura y de la Guerra Civil, entre ellas a las personas LGTBI que fueron perseguidas”.

“El deber de memoria debe ser el antídoto necesario para que no vuelvan a repetirse estos hechos contrarios a los Derechos Humanos”, valora el portavoz del PSOE en la Comisión Constitucional del congreso, Valentín García. “Llevar al currículum educativo los valores democráticos y el conocimiento de la memoria son vacunas para evitar los totalitarismos”, ha zanjado.

Fuene Agencias

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Carta de Simone Weil a Georges Bernanos

Martes, 1 de marzo de 2022
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Una misiva muy iluminadora precisamente ahora con motivo del conflicto ruso-ucraniano-internacional

“Durruti dio al muchacho veinticuatro horas de reflexión; al cabo de veinticuatro horas, el chico dijo no y fue fusilado. Durruti era, sin embargo, en algunos aspectos, un hombre admirable”

“Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a aquellos que matan”

“Estuve a punto de asistir a la ejecución de un sacerdote; durante los minutos de espera, me preguntaba si simplemente iba a mirar o haría que me fusilaran al tratar de intervenir”

“Se parte como voluntario, con ideas de sacrificio, y se cae en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios, con muchas crueldades de más y el sentido del respeto debido al enemigo de menos”

La escritora Simone Weil participó en la Guerra Civil española y formó parte de la Resistencia Francesa. En esta carta, publicada en ‘El viejo topo’, dirigida al intelectual orgánico Georges Bernanos, cristiano a conciencia, llama la atención sobre las ejecuciones que se realizan invocando una ideología.

Estimado señor:

Por ridículo que sea escribir a un escritor, que está siempre, por la naturaleza de su oficio, inundado de cartas, no puedo resistirme a hacerlo después de haber leído Los grandes cementerios bajo la luna. No es la primera vez que un libro suyo me afecta; el rural Diario de un cura es a mis ojos el más hermoso, al menos de los que he leído, y ciertamente un gran libro. Pero aunque me hayan podido gustar otros libros suyos, no tenía ninguna razón para importunarle escribiéndole.

FEA9F02D-7B35-4929-8B90-BD77FA04B100En cuanto a este último es otra cosa; he tenido una experiencia que responde a la suya, aunque mucho más breve, menos profunda, situada en otro lugar y vivida, en apariencia —solamente en apariencia— en un espíritu muy distinto.

Yo no soy católica, aunque —lo que voy a decir parecerá presuntuoso a cualquier católico, dicho por un no católico, pero no me puedo expresar de otra manera— nada católico, nada cristiano me haya parecido nunca ajeno. A veces me he dicho que si se fijara a las puertas de las iglesias un cartel diciendo que se prohíbe la entrada a cualquiera que disfrute de una renta superior a tal o cual suma, poco elevada, yo me convertiría inmediatamente. Desde la infancia, mis simpatías se han dirigido hacia los grupos que se identificaban con las capas despreciadas de la jerarquía social,  hasta que he tomado conciencia de que tales grupos son de una naturaleza que hace extinguirse cualquier simpatía.

El último que me había inspirado alguna confianza era la CNT española. Había viajado un poco por España antes de la guerra civil; muy poco, pero lo suficiente para sentir el  amor que es difícil no experimentar hacia ese pueblo; yo había visto en el movimiento anarquista la expresión natural de sus grandezas y sus defectos, de sus aspiraciones más legítimas y de las menos legítimas. La CNT, la FAI eran una mezcla asombrosa, donde se admitía a cualquiera, y donde, en consecuencia, se podría encontrar inmoralidad, cinismo, fanatismo, crueldad, pero también amor, espíritu de fraternidad y, sobre todo, la reivindicación del honor tan hermosa entre los hombres humillados; me parecía que aquellos que iban allí animados por un ideal prevalecían sobre aquellos a los que impulsaba la violencia y el desorden.

En julio de 1936 yo estaba en París. No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha provocado más horror que la guerra es la situación de los que se encuentran en retaguardia. Cuando comprendí que,  a pesar de  mis  esfuerzos,  no podía dejar de  participar  moralmente en esa guerra, es decir, desear todos los días, a todas horas, la victoria de unos y la derrota de los otros, me dije que París era para mí la retaguardia, y tomé el tren para Barcelona con la intención de comprometerme. Era a principios de agosto de 1936.

 599F4F1E-242A-41AD-BFDE-2780B0898415Un accidente me hizo abreviar forzosamente mi estancia en España. Estuve algunos días en Barcelona, después en pleno campo aragonés, junto al Ebro, a una quincena de kilómetros de Zaragoza, en el mismo lugar en que recientemente las tropas de Yagüe han pasado el Ebro.  Después en el palacio de Sitges transformado en hospital; después nuevamente en Barcelona; en total, aproximadamente dos meses. Dejé España a mi pesar y con la intención de regresar; más tarde, voluntariamente no he hecho nada. No sentía ya ninguna necesidad interior de participar en una guerra que no era ya, como me había parecido al principio, una guerra de campesinos hambrientos contra propietarios terratenientes y un clero cómplice de los propietarios, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia.

He conocido ese olor de guerra civil, de sangre y de terror que desprende su libro; lo había respirado. No he visto ni oído nada, debo decirlo, que alcance la ignominia de algunas historias que usted cuenta, esos asesinatos de viejos campesinos a golpes de garrote. Sin embargo, lo que oí bastaba. Estuve a punto de asistir a la ejecución de un sacerdote; durante los minutos de espera, me preguntaba si simplemente iba a mirar o haría que me fusilaran al tratar de intervenir; todavía no sé qué habría hecho si una feliz casualidad no hubiera impedido la ejecución.

Cuántas historias se agolpan bajo mi pluma… Pero sería demasiado largo; ¿y para qué? Una sola bastará. Estaba en Sitges cuando llegaron, vencidos, los milicianos de la expedición de Mallorca. Habían sido diezmados. De cuarenta muchachos jóvenes que habían salido de Sitges, habían muerto nueve. Sólo se supo a la vuelta de los otros treinta y uno. La misma noche siguiente se hicieron nueve expediciones punitivas, se mató a nueve fascistas, o supuestamente tales, en esta pequeña ciudad donde, en julio, no había pasado nada. Entre esos nueve, un panadero de unos treinta años, cuyo crimen era, me dijeron, haber pertenecido a la milicia de los «Somatén»; su anciano padre, del que era hijo único y el único sostén, se volvió loco.

 Otra: en Aragón, un pequeño grupo internacional de veintidós milicianos de todos los países cogió, después de una escaramuza, a un joven de quince años que combatía como falangista. Nada más ser cogido, temblando por haber visto cómo morían sus camaradas junto a él, dijo que se le había enrolado a la fuerza. Se le registró, se le encontró una medalla de la Virgen y un carné de falangista. Se le envió a Durruti, jefe de la columna, que tras haberle expuesto durante una hora las bellezas del ideal anarquista le dio la elección entre morir y enrolarse inmediatamente en las filas de aquellos que lo habían hecho prisionero, contra sus camaradas de la víspera. Durruti dio al muchacho veinticuatro horas de reflexión; al cabo de veinticuatro horas, el chico dijo no y fue fusilado. Durruti era, sin embargo, en algunos aspectos, un hombre admirable. La muerte de este joven héroe no ha dejado nunca de pesar sobre mi conciencia, aunque no lo haya sabido sino después.

Y esto otro: en una aldea que rojos y blancos habían tomado, perdido, retomado, vuelto a perder, no sé cuántas veces, los milicianos rojos, habiéndola vuelto a tomar definitivamente, encontraron en las cuevas un puñado de seres despavoridos, aterrorizados y hambrientos, entre ellos tres o cuatro jóvenes. Razonaron así: si estos jóvenes, en lugar de venirse con nosotros la última vez que nos hemos retirado, han permanecido aquí y han esperado a los fascistas, es que son fascistas. Por lo tanto, los fusilaron inmediatamente, después dieron de comer a los demás y se creyeron muy humanos.

B9F190E5-E055-4159-AF23-BB99BFD29457Una última historia, ésta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron una vez cómo, con otros camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; a uno se le mató en el sitio, en presencia del otro, de un disparo de revólver; después se dijo al otro que podía marcharse. Cuando estaba a veinte pasos, se le abatió. El que me contaba la historia se asombró mucho de no verme reír.

 En Barcelona se mataba como media, en forma de expediciones punitivas, a una cincuentena de hombres por noche. Proporcionalmente, era mucho menos que en Mallorca, puesto que Barcelona es una ciudad de casi un millón de habitantes; por otra parte, se desarrolló allí durante tres días una sangrienta batalla callejera. Pero tal vez las cifras no sean lo esencial en semejante materia. Lo esencial es la actitud con respecto al hecho de matar a alguien. Ni entre los españoles, ni siquiera entre los franceses llegados, sea para combatir, sea para darse un paseo —estos últimos con mucha frecuencia intelectuales blandos e inofensivos—, he visto nunca expresar, ni siquiera en la intimidad, la repulsión, el desagrado ni tan sólo la desaprobación por la sangre vertida inútilmente. Usted habla de miedo. Sí, el miedo ha tenido una parte en esas matanzas; pero allí donde yo estaba no he visto la parte que usted le atribuye. Hombres aparentemente valientes —de uno de ellos, al menos, he constatado personalmente su valor— contaban con una sonrisa fraternal, en medio de una comida llena de camaradería, cómo habían matado a sacerdotes o a «fascistas», término muy amplio.

En cuanto a mí, tuve el sentimiento de que, cuando las autoridades temporales y espirituales han puesto una categoría de seres humanos fuera de aquellos cuya vida tiene un precio, no hay nada más natural para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a aquellos que matan. Si por casualidad se experimenta primero cierto desagrado, se calla y pronto se lo sofoca por miedo a parecer que se carece de virilidad.

Hay ahí una incitación, una ebriedad a la que es imposible resistirse sin una fuerza de ánimo que me parece excepcional, puesto que no la he encontrado en ninguna parte. He encontrado en cambio franceses pacíficos, que hasta ese momento yo no despreciaba, a los que no se les habría ocurrido ir por sí mismos a matar, pero que se sumergían en esa atmósfera impregnada de sangre con un visible placer. Nunca podré sentir por ellos, en el futuro, ninguna estima.

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Una atmósfera así borra pronto el objetivo mismo de la lucha. Pues no se puede formular el objetivo más que reconduciéndolo al bien público, al bien de los hombres, y los hombres tienen  un valor nulo. En un país en que los pobres son, en su gran mayoría, campesinos, el mayor bienestar de los campesinos debe ser un objetivo esencial para todo grupo de extrema izquierda; y esta guerra fue tal vez, ante todo, al principio, una guerra por y contra la repartición de tierras. Y bien, esos míseros y magníficos campesinos de Aragón, tan dignos bajo las humillaciones, no eran para los milicianos siquiera un objeto de curiosidad. Sin insolencias, sin injurias, sin brutalidad —al menos yo no vi nada de eso, y sé que robo y violación eran merecedores, en las columnas anarquistas, de pena de muerte— un abismo separaba a los hombres armados de la población desarmada, un  abismo semejante al que separa a los pobres y a los ricos. Se sentía en la actitud siempre algo humilde, sumisa, temerosa de unos, en la soltura, la desenvoltura, la condescendencia de los otros. Se parte como voluntario, con ideas de sacrificio, y se cae en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios, con muchas crueldades de más y el sentido del respeto debido al enemigo de menos.

 Podría prolongar indefinidamente estas reflexiones, pero debo limitarme. Desde que estuve en España, oigo, leo todo tipo de consideraciones sobre España, y no puedo citar a nadie, aparte de usted, que se haya sumergido, que yo sepa, en la atmósfera de la guerra española y lo haya  resistido. Usted es monárquico, discípulo de Drumont: ¿qué me importa? Usted me es más cercano, sin comparación, que mis camaradas de las milicias de Aragón, esos camaradas a los que, sin embargo, yo amaba.
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Lo que dice del nacionalismo, de la guerra, de la política exterior francesa después de la guerra me ha llegado igualmente al corazón. Yo tenía diez años cuando el tratado de Versalles.  Hasta entonces había sido patriota con toda la exaltación de los niños en período de guerra. La voluntad de humillar al enemigo vencido, que se desbordó por todas partes en ese momento (y en los años que siguieron) de una manera tan repugnante, me curó de una vez por todas de ese patriotismo ingenuo. Las humillaciones infligidas por mi país me son más dolorosas que las que éste pueda sufrir.

Temo haberle molestado con una carta tan larga. No me queda más que expresarle mi más sincera admiración.

Simone Weil

Fuente El Viejo Topo

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Un nuevo documental sobre García Lorca apunta a que su cuerpo estaría enterrado en la casa de la Huerta de San Vicente

Viernes, 19 de febrero de 2021
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IMG_20160816_184013Un documental sonoro sobre la figura del poeta granadino Federico García Lorca apunta, en una de sus conclusiones, que el cuerpo del escritor fue enterrado y días después desenterrado por su familia, para que sus restos fueran trasladados a la casa de la Huerta de San Vicente. Se trata de ‘El enigma Lorca‘, un documental que culmina las investigaciones realizadas por Benjamín Amo, escritor y enamorado de la obra de Lorca desde hace 20 años.

Y es que, a pesar de que son muchas las teorías sobre el lugar dónde fue enterrado el cuerpo y el porqué nunca ha aparecido, “las evidencias testimoniales y documentales dejan claro que Federico fue ejecutado en un punto concreto”, afirma Amo, un lugar en el que nunca se ha hallado el cuerpo, quizá porque la investigación realizada por Ian Gibson “se ha adoptado como versión oficiosa de lo que sucedió”, pero el documental deja claro que al poeta granadino “lo enterraron y lo desenterraron días después”.

“¿Porqué sigue siendo esa la verdad oficiosa?”, se pregunta Amo. “No es comprensible que la propia familia del poeta, una familia poderosa en aquella Granada, lograra desenterrar el cuerpo del también asesinado Manuel Fernández Montesinos, marido de la hermana del poeta y alcalde de la ciudad, y no hiciera nada, en este caso, para recoger el cuerpo de Federico“, añade.

A lo largo del documental sonoro, se pueden descubrir las declaraciones de algunas de las personas que rodean en la actualidad a la familia Lorca, los testimonios de reputados expertos y los resultados de investigaciones arqueológicas y documentales: todo ello deja claro que en el punto exacto en el que enterraron a Federico hubo días después movimiento de tierras, un desenterramiento.

Fuente Público

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El ejemplo arrastra

Sábado, 24 de agosto de 2019
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2FADE50D-11F7-4E1D-97AC-F19CE2B0E32CDel blog de Gabriel María Otalora Punto de Encuentro:

En esta ocasión, quiero traer a los lectores la actitud de Aita Patxi (Padre Francisco de la Pasión), el religioso pasionista que se desvivió por todos, primero con su gente en medio del avance de las tropas golpistas del general Mola y después en los batallones de castigo donde se jugó la vida ayudando a cuantos tenía a su alrededor, de un bando y otro, muchas veces siendo tratado como un animal por quienes decían pelear desde la “fe verdadera”. Y en medio de semejante zozobra, ocurrió un hecho no muy divulgado, con Aita Patxi como protagonista y que nos debiera centrar nuestra fe en lo esencial.

Ocurrió que un preso asturiano no católico se fugó del campo de trabajos forzosos franquista, pero fue detenido en una localidad vecina. Sin demasiados trámites, fue condenado a muerte. Estaba casado y tenía varios hijos. Enterado Aita Patxi como compañero de cautiverio que era, quiso librarle de la muerte; se dirigió al sargento encargado de su custodia y le pidió ser fusilado en su lugar. El militar acudió confundido a su comandante y se lo contó. Debió también impresionarse el comandante al oír a su sargento, pues, según cuenta el historiador y benedictino, Hilari Rager, el comandante le transmitió lo siguiente: “Por usted le perdonamos la vida al asturiano. No morirá”. 

Fue en el mes de julio de 1937, en San Pedro de Cardeña. Serían las 10 de la noche. Aita Patxi, conducido por cuatro soldados, armados con casco y bayoneta calada, vino a la enfermería a despedirse de sus compañeros de cautiverio: “Zeruarte! (“¡Hasta el cielo”!), les dijo. Y esto es lo que cuenta el propio comandante del centro de castigo burgalés: “cuando se fugó un prisionero, resulta que se me presenta el P. Francisco, también prisionero del mismo campo y, arrodillándose ante mí, me dice: señor comandante, quiero pedirle un favor, quiero que perdonen a Esteban Plágaro y me fusilen a mí. Yo quiero morir en su lugar, porque ese hombre tiene hijos y es pena que esos pobres niños se queden sin padre. No supe qué responder ante aquella petición tan extraña, prosigue el comandante. Después de reflexionar un rato, le dije: ya lo consultaré con la Junta de Guerra de Burgos y, si ellos están conformes, le concederemos la gracia. El religioso me dio las gracias y se alejó sonriente.”

Entonces se le ocurrió al comandante poner a prueba la sinceridad del religioso vasco: le llamó donde se iba a cumplir la sentencia, con el piquete que le iba a ejecutar. Allí se presentó él inmediatamente. “Padre Francisco, le dije, la Junta de Burgos ha aceptado que Vd. muera en lugar de Plágaro. Entonces él me dio las gracias y estuvo un ratito recogido, como en preparación para morir, y me contestó: ¡Ya estoy!”

“Se colocó enfrente del pelotón de soldados, que estaban preparados para cumplir la sentencia. Di al piquete orden de estar listos para disparar. Al P. Francisco se le veía sonriente y feliz para morir en lugar del condenado. Yo no pude contener la emoción y las lágrimas y le dije: Padre, ¡retírese!” Numerosas personas, testigos directos e indirectos del suceso, lo han relatado igual. El suceso impresionó mucho a cuantos lo presenciaron aunque el gesto heroico de Aita Patxi tuvo un triste final, pues el asturiano fue fusilado aquella madrugada…

Ante la orfandad actual de modelos éticos, que parece que no se llevan, la memoria histórica, además de dignificar a las víctimas, debe movernos como cristianos a bucear biografías y personas para quienes la convivencia no era un mero sentimiento, sino una acción. Este religioso pasionista nos demuestra hasta qué punto es importante recuperar ciertos testimonios, valorarlos y hacerlos nuestros con la vista puesta en lo esencial.

Hilari Rager resalta que la máxima muestra de la caridad de Aita Patxi al ser dos las ocasiones que se ofreció para reemplazar a quienes iban a ser fusilados, como hizo San Maximiliano Kolbe en un campo de concentración nazi unos cuantos años antes, siendo mucho más conocido.

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80 aniversario del fusilamiento del sacerdote mallorquín Jerónimo Alomar Poquet (1894-1937) por el bando nacional

Jueves, 8 de junio de 2017
Comentarios desactivados en 80 aniversario del fusilamiento del sacerdote mallorquín Jerónimo Alomar Poquet (1894-1937) por el bando nacional

jeronimo-alomar_260x174En la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, recordamos a quienes fueron fieles en el cumplimiento del ministerio recibido. entregando su vida hasta la muerte… ¿Será beatificado?

“Murió gritando ‘Viva Cristo Rey’, como los sacerdotes que eran fusilados en el otro bando”

(Por Nicolás Pons, S.J.) – Todos sabemos que en la pasada -pero para muchos no lejana- guerra civil española de 1936-1939, la Iglesia jugó un papel no despreciable en favor de uno de los bandos del atroz conflicto que ensangrentó campos y poblaciones de nuestra patria.

Testigo de ello fue la carta que firmaron los obispos españoles en l937 a favor de los sublevados, y la persecución que sufrieron algunos obispos que no se mostraron tan afectos al nuevo Régimen, como el cardenal Francisco Vidal i Barraquer de Tarragona o el obispo Mateo Múgica de Vitoria. Por razón de creerlos independentistas, 16 curas vascos fueron fusilados por el ejército nacional. Ignoramos si, a lo largo y ancho del territorio español, cayó bajo el fuego de las balas de los insurrectos algún otro sacerdote.

Aquí queremos ocuparnos solamente del asesinato, a sangre fría y bajo el efecto de un juicio sumarísimo, del sacerdote diocesano Jerónimo Alomar Poquet (1894-1937), antiguo párroco de Son Carrió y Esporlas, y vicario, a la sazón, de su pueblo natal que era Llubí, población que encontramos en pleno centro de la isla de Mallorca. Poquet fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1917, hace ahora un siglo, y fue condiscípulo de estudios de un grupo de sacerdotes mallorquines que fueron de gran significación apostólica en los años que siguieron a la guerra, como el canónigo Andrés Caimari; Juan Nicolau, párroco de la Parroquia de Santa Eulalia de Palma; Jaime Sampol, Prefecto de Estudios del Seminario Conciliar; y los profesores de Alomar -más tarde obispos- Joan Perelló (obispo de Vic) y Bartolomé Pasqual (obispo de Menorca).

jeronimo-alomarComenzada la guerra civil española, un grupo escaso del clero mallorquín se mostró poco partidario de los militares sublevados, y esto inquietó a las nuevas fuerzas del llamado Movimiento Nacional en la isla de Mallorca. Al parecer, y después de algunas deliberaciones, se eligió del grupo a Jerónimo Alomar Poquet, que aunque era de familia distinguida en Mallorca, se creyó que su muerte no levantaría mucho revuelo entre el clero y la población.

Así fue que el obispo José Miralles (que anteriormente había sido obispo de Lérida y después lo fue de Barcelona) hizo la vista gorda al respecto, y el General Franco firmó el decreto de dar la pena capital a dicho sacerdote.

Mientras tanto, según creencia de algunos, el obispo Miralles tuvo sus remordimientos y, a las 5 de la mañana del 7 de junio de 1937 -fecha señalada para el fusilamiento de Poquet-, envió de prisa y corriendo a la Comandancia Militar a su secretario particular, el presbítero José Paylaró, a fin de que detuviese esa fatal orden. Pero, al llegar el mensajero, Poquet ya había caído de bruces al efecto de las balas, gritando “Viva Cristo Rey”, como hacían los sacerdotes que eran fusilados en el otro bando.

Los militares o falangistas, que habían señalado a Poquet como víctima escogida para purgar los pecados de todos, hicieron correr entre el pueblo el rumor de que él ayudaba a los rojos mallorquines a poder encontrar una salida segura para salvar su vida y pasar de esta manera a Menorca. Esa isla estaba en manos de los altos militares de Franco, pero sus sargentos arremetieron contra sus propios superiores de grado, y lograron así apoderarse ferozmente de Menorca.

La voz de que el vicario de Llubí había sido asesinado en los muros de la entrada del cementerio de Palma ante un pelotón de diez soldados (dos de los cuales conoció personalmente el autor de estas líneas) corrió como pólvora a través de toda Mallorca. Poquet era muy conocido en ella, pues con los años -llevaba veinte años de sacerdocio- había mostrado unas dotes magníficas para la predicación, y había recorrido pueblos y ciudades, subiendo a los púlpitos de casi todas las Parroquias de Mallorca, exhortando a los fieles a amar al mismo tiempo a Dios y a sus hijos, que eran hermanos nuestros.

El clero de Mallorca, tanto el diocesano como el regular, era a la sazón abundante y selecto, y en general, como en toda España, apoyaban a Franco. Curiosamente, entre los jesuitas de Palma, era entonces superior de Montesión el P. José Marzo, cuyo padre era general del ejército nacional, al igual que un hermano suyo. Fue muy cercano al obispo Miralles, pero radical y afecto a la sublevación militar, y acabó su vida en Zaragoza, saliendo de la Compañía de Jesús e incorporado al clero de su diócesis.

El inesperado asesinato del sacerdote Jerónimo Alomar Poquet fue una repentina bomba, echada a voleo entre el clero y el ambiente católico mallorquín.

Todos quedaron petrificados con la noticia que, por cierto, ocupó grandes espacios en los diarios isleños. Pero nadie movió un dedo ni abrió boca en defensa de quien tan repentinamente cayó en desgracia de los que habían asumido el poder en la isla. La muerte de Poquet más bien resultó decisiva para que cualquier movimiento opositor, que hubiera podido estar escondido en Mallorca, renunciara a levantar cabeza.

Acabó la guerra y el nombre del cura Poquet quedó sepultado bajo tierra al igual que sus restos mortales, como también su vida y su mensaje de paz, fraternidad y unión entre «buenos» y «malos».

No fue hasta haber terminado el siglo XX que, en el episcopado de Teodoro Úbeda y a instancias y escaramuzas de Jaume Santandreu, se determinó celebrar un funeral por todo lo alto en la Iglesia de los Capuchinos, convento que se había convertido en cárcel durante la guerra, y donde había sufrido encarcelamiento durante meses el mismo Poquet.

jLa misa fue muy concurrida, sobre todo por gente de izquierda. El obispo Úbeda pronunció en ella una sentida y hermosa homilía a favor del ajusticiado. También se leyó un comunicado del que fue su abogado defensor en el juicio, el prestigioso arquitecto de Palma Gabriel Alomar. Más tarde el autor de este artículo escribiría una biografía de Poquet, en la que su editor, Lleonard Muntaner, puso todo su tesón e interés.

Sé que en este octogésimo aniversario del fusilamiento de Jerónimo Alomar Poquet el pueblo de Llubí tiene muy abiertos los ojos: ya nadie es capaz de silenciar y obstaculizar la voz y andadura de ese famoso llubiner, silenciado tantos años por sus hermanos en Cristo pero que, al fin, todos ahora reconocen como un hombre de paz, de proximidad al perseguido, y de salvador del que temía el peor de los males, que -como siempre- es la muerte.

Hubo y hay monseñores en Roma que saben del fusilamiento de este sacerdote mallorquín, realizado por el bando nacional de Franco, y que se atreven a decir que Poquet no se puede considerar un mártir como los que hubo, en tan abundante número, en el bando contrario. Exponen que Poquet no puede ser considerado mártir de la Iglesia porque no le mataron debido a su fe, como pasaba en el otro bando -decían-.

Sin embargo, nosotros defendemos que Alomar Poquet fue fusilado ignominiosamente debido a la caridad que su fe infiltró en su alma y que, por esa caridad que le provocó su fe, pudo llevar a término su gran proeza de dar su vida por el prójimo. ¿Acaso no hubo santos como el P. Damián (el leproso de la isla de Molokai), y tantos otros, que dieron su vida porque su fe viva les empujó a la caridad hacia el prójimo, convirtiendo su vida en un amor intenso hacia el que se encontraba abandonado o a punto de morir?

Fuente Religión Digital

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“Estos días azules y este sol de la infancia”

Martes, 8 de septiembre de 2015
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refugiados-navarra--644x362Aunque nunca ha llegado a ser uno de mis poetas favoritos y considero que, como sucede con Miguel Hernández, la visibilidad que dieron a sus obras sendos discos de Joan Manuel Serrat ha propiciado el desconocimiento de escritores contemporáneos de mayor calidad como Luis Cernuda, no dejo de pensar en ese último verso escrito por Antonio Machado en sus últimos días.

Puede que, cansado después de atravesar a pie la frontera junto a su madre anciana, el poeta se detuviera un momento en Colliure para disfrutar de un cielo especialmente azul, a pesar del frío del comienzo del año, y que ese sol que calentaba levemente su piel le recordara el sol sevillano de “un huerto claro donde madura el limonero”, y comparase la inocente felicidad de aquellos años y la que era su situación de refugiado en Francia casi al término de la Guerra de España.

Y esta semana, mientras recibimos de manera incesante noticias de los refugiados de Siria, una sola fotografía da la vuelta al mundo exhibiendo, de manera tan impúdica pero quizá necesaria para revolver conciencias, un niño echado boca abajo, muerto en una playa de Turquía. Sus días ya no serán azules, ni quedará sol alguno para su infancia.

Un niño echado boca abajo, muerto en una playa de Turquía. Sus días ya no serán azules, ni quedará sol alguno para su infancia.

Hace unos días leí un librito de Chamamanda Ngozi Adichie, Todos deberíamos ser feministas, y en él, como dice incansablemente el Feminismo, denunciaba su autora esa pregunta clásica de por qué es preciso hablar como mujer y no como ser humano cuando reivindicamos Derechos Humanos. Idéntica cuestión se nos presenta cuando hablamos como lesbianas, gais, transexuales y bisexuales y utilizamos estas voces nuestras para insistir en la especificidad de nuestras vivencias, que añaden un matiz de diversidad a otras vivencias generales y precisamente por ello deben ser narradas.

Pero ¿cómo reivindicar lo específico cuando la tragedia es general y una imagen nos recuerda que los niños están muriendo independientemente de la que vaya a ser su orientación sexual o su identidad de género?

Es posible responder cantando: a partir de un poema de James Oppenheim nació Bread and roses, que acompañó a las mujeres obreras del sector textil en Lawrence, Massachussetts, durante la “huelga de pan y rosas” de 1912, con que reivindicaban sus derechos como trabajadoras además de hacerlo como mujeres. Ahora que ya somos tantas personas pidiendo el pan para los refugiados, sean nuestras voces diversas las que además pidan las rosas. Nuestra obligación debiera ser demandar los Derechos Humanos en general como seres humanos que somos, y exigir de manera específica la debida atención a nuestros derechos igualmente humanos como las personas lesbianas, gais, transexuales y bisexuales que también somos de manera inseparable.

Que España acoja a cuantos refugiados y refugiadas sea necesario, y que no se olvide ni en éstos ni en otros muchos casos de que hay cientos de miles de personas en el mundo pidiendo asilo para mejorar su situación respecto a la que viven en sus países de origen precisamente por ser como nosotros somos. Reivindicar también los días azules, el sol de la infancia; reivindicar también las rosas. Aunque ya sólo sirvan para adornar la tumba de un niño.

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William Aalto, un héroe marginado por su homosexualidad

Viernes, 6 de junio de 2014
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william_aaltoUn interesante personaje, un libro ameno y erudito que he leído y recomiendo. Ya habíamos hablado de Bill Aalto pero el post se perdió tras el último incidente de la web. Por so, agradecemos este artículo nuevo que nos acerca a una vida singular.

“Se trata de un hombre homosexual al que no dejan ser héroe de su tiempo por esa condición”, explica Martínez Reverte.

Liberó a 300 soldados republicanos apresados en Carchuna (Granada).

María José Barco. 01 Junio 2014

Las contiendas mundiales han dejado en el olvido a protagonistas sin nombres. Ese es el caso de William Aalto, un norteamericano que luchó por sus ideales, y cuya vida queda recogida en el libro Guerreros y traidores, de Jorge Martínez Reverte.

Fue definido como “maricón” por sus compañeros de las Brigadas Internacionales y los miembros del Partido Comunista Americano; considerado un héroe para quienes conocieron sus hazañas; un borracho violento para quienes lo vieron agonizando al final de su vida en un hospital de la beneficencia en su país natal.

Bill Aalto era hijo de finlandeses, nacido en el Bronx y forjado en las luchas obreras de Nueva York producidas tras el Crack del 29. Su experiencia juvenil, le llevó a formar parte de las Brigadas Internacionales de Estados Unidos, que tenían como propósito apoyar la lucha republicana. Con apenas 21 años de edad fue enviado a España para ayudar al bando republicano contra el levantamiento de los rebeldes. Como integrante del Batallón Lincoln, y ya ascendido a teniente, logró salvar a 300 soldados apresados en el fuerte de Carchuna (Granada).

Sin embargo, el libro de Jorge M. Reverte comienza por el final de la vida de este héroe marginado. En sus primeras palabras el escritor narra el estado lamentable de Aalto, quien al final de sus días solía encontrarse en estado de embriaguez y estaba enfermo de leucemia.

A su regreso a Estados Unidos, Aalto se apuntó a las OSS, bajo las órdenes de William Donovan, para luchar contra el fascismo y los nazis. Sus camaradas comunistas Milton Wolff e Irving Goff, íntimo amigo de Aalto, usaron su homosexualidad para provocar su expulsión del partido comunista. Convertido en un perseguido y apresado por el FBI, Aalto es torturado. Aun así, no dio ningún nombre, ni si quiera el de aquellos que lo traicionaron. Esto le llevó a permanecer solo y marginado los últimos años de su vida.

El libro se caracteriza por un periodismo riguroso, ya que en palabras del propio autor  “Cuando uno consigue un personaje así, es más interesante usar la no ficción”, a la vez que explica que descubrió a Aalto de casualidad, mientras realizaba un trabajo sobre la Guerra Civil. “Se trata de un hombre homosexual al que no dejan ser héroe de su tiempo por esa condición”, explica Martínez Reverte.

Guerreros y traidores es el resultado de la unión de dos formatos literarios, por un lado el biográfico, y por otro el reportaje periodístico. En este plano podemos encontrar por ejemplo, un notable apoyo de imágenes conmovedoras, como la del grupo de jóvenes norteamericanos que caminan disfrazados de franceses a través de los Pirineos para alcanzar pueblos perdidos, donde los niños les regalan naranja, fruto que ellos desconocían hasta entonces.

Además, esta obra también refleja la importancia que tuvieron los corresponsales extranjeros y escritores, tales como Ernest Hemingway, que dieron voz a un conflicto bélico que poco importaba en el mundo anglosajón.

Premio Terenci Moix al mejor ensayo en 2006 por su obra La caída de Cataluña, Martínez Reverte espera que este personaje que él mismo define como “salvaje y encantador”, despierte el interés de los lectores.

Fuente Cáscara amarga

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Otra Iglesia. Clero disidente durante la Segunda República y la guerra civil

Martes, 3 de junio de 2014
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OtraIglesiaEl historiador coordina “Otra Iglesia. Clero disidente durante la Segunda República y la Guerra Civil”

Feliciano Montero: “Hay mártires en los dos bandos, también entre los curas de izquierdas”

“No se trataba de una cruzada religiosa, la guerra no podía justificarse religiosamente”

El canónigo que eligió al pueblo frente a Franco

(Jesús Bastante).- Feliciano Montero es uno de los compiladores de Otra Iglesia. Clero disidente durante la Segunda República y la Guerra Civil, una obra publicada por la editorial Trea. El libro narra las vidas de aquellos curas disidentes o militantes de izquierdas que, según Feliciano, “también son santos” (en el sentido laico de la palabra) puesto que en muchos casos ejercieron actos heroicos como salvar la vida de personas de derechas.

Hay mártires en los dos bandos, también en el bloque de los curas de izquierdas, afirma Montero, lamentando que las historias de estos sacerdotes hayan sido en su mayoría olvidadas. “Los únicos que nunca perdieron la memoria de lo que habían sido durante la guerra y la República fueron los curas vascos”, opina el compilador del libro.

Como historiador, Feliciano es consciente de que “la historia de la República y de la Guerra Civil no pondera demasiado las posiciones de centro”. Y esto se debe, a su parecer, a que “la guerra elimina los matices, hay que definirse en blanco o negro”.

 El libro trata un tema polémico, controvertido y poco conocido. ¿Por qué hablar de “otra Iglesia”?

Porque los curas biografiados en el libro tienen ciertamente una trayectoria diferente a la que fue la posición mayoritaria, y la más conocida y reconocida en la historia de la Iglesia española.

¿Existen características comunes para poder definir a esos curas?

Fundamentalmente son clérigos que entran en un proceso de conversión hacia valores democráticos y republicanos, a través del compromiso social o de ciertos contactos del mundo exterior a la Iglesia católica. Son personas que van convirtiéndose a esos valores, lo que hace que, cuando llega la República, se encuentran a gusto. De una manera bastante natural. Y después, ante la situación dramática y crítica de la Guerra Civil, según dónde les pilla, asumen posiciones heterodoxas para lo que era la posición dominante en la Iglesia.

¿Fue compatible en esos casos la identificación de los valores republicanos o de izquierdas y la pertenencia a la Iglesia?

 Era peligroso, pero desde luego sí era compatible. Más allá de las biografías más excepcionales de estos curas, durante la República la mayor parte de la población creo que fue sinceramente católica pero a la vez aceptó la República. En algunos casos de manera accidentalista o posibilista, como “mal menor” según la teoría de León XIII. Pero en otros casos, aunque fuera un sector minoritario, se aceptó con más convicción. Aunque ciertamente al estallar la guerra la cosa se complicó mucho más. La compatibilidad se hizo muy difícil, prácticamente imposible.

¿Se sintieron esos curas abandonados por su Iglesia, por su jerarquía?

Sí. La guerra supuso una ruptura para toda la sociedad española. Creo que la historia de la República y de la Guerra Civil a veces no pondera demasiado las posiciones de centro. Es decir, los matices. La guerra elimina los matices, hay que definirse en blanco o negro. De ahí que todos los que estuvieran en una posición matizada eligieron el exilio para simplemente desaparecer. En el caso de los curas también. Muchos de ellos fueron también perseguidos y suspendidos de su cargo, aunque algunos de ellos lograron posteriormente rehabilitarse.

¿Fueron los obispos mediadores en el conflicto, o se comportaron de manera opuesta? Sabemos que en el 37 declararon el alzamiento como una gran cruzada. ¿Hubo posturas diferentes por parte de algunos obispos o sacerdotes concretos?

Justamente los sacerdotes que aparecen en el libro son el testimonio de aquellos que fueron enemigos del golpe de Estado de Franco. Hubo curas muy conocidos que asumieron una tarea de propaganda en defensa de la República en medios católicos extranjeros, criticando la legitimidad religiosa de la guerra. De modo que estuvieron claramente enfrentados con la pastoral colectiva en esa guerra de propaganda.

Guerras de propaganda hay en todas las guerras, pero en el caso de España lo que se discutía era el carácter religioso o no de la Guerra Civil.

¿Cree que tenia un carácter religioso la Guerra Civil?

Creo que en parte sí. Pienso que con la distancia histórica que tenemos hoy, y desde una mentalidad post-conciliar con la que me identifico, es muy fácil desmontar eso. Pero creo que hay que colocarse en el contexto de la época y escuchar los testimonios de la gente que vivió aquello de cerca, sus autopercepciones. Una cosa es que Franco y los militares utilizaran el elemento religioso, sobre todo cuando le guerra se consolidó, para favorecer claramente su posición (y en esta operación entraron los obispos, que se dejaron utilizar por el régimen, o se utilizaron recíprocamente); y otra cosa es que efectivamente los fieles, los católicos, vivieran la experiencia de la guerra con carácter religioso. Y yo creo que para bastantes de los que participaron en la guerra, fue así. Y no cabe que nosotros desautoricemos sus percepciones. ¿Quiénes somos nosotros para desautorizar a quienes vivieron situaciones tan dramáticas, en las que les iba la vida? Tenían sus condicionamientos, como tenemos nosotros los nuestros. Pero precisamente el trabajo del historiador es tratar de comprender el contexto de la época, intentar situarse en él. Desautorizarlo o descalificarlo desde parámetros posteriores no tiene mucho sentido. Aunque se tenga que reconocer, por supuesto, que hubo una manipulación y una utilización de ese carácter religioso, y que se trató de transmitir al catolicismo internacional (no sólo español) que había un respaldo de la Iglesia hacia un determinado bando, a pesar de que medios franceses y belgas habían publicado que no. Que no se trataba de una cruzada religiosa, y que la guerra no podía justificarse religiosamente.

Como historiador, ¿cómo ves los procesos de beatificación de los mártires de la Guerra Civil?

Hay que reconocer que es llamativa la evolución de la política de la Iglesia al respecto. Hay un momento, en torno al 63 o 64, en que Pablo VI decidió que se paraban esos procesos, y se paralizaron los que habían empezado inmediatamente después de la guerra. El importantísimo libro de Antonio Montero sobre la persecución religiosa está hecho en buena medida sobre la base de los estudios previos sobre esos procesos, que estaban demasiado recientes. Leer más…

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