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“Mística y violencia: apostar por la paz (III)”, por Gema Juan OCD.

Jueves, 3 de abril de 2014
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13045186935_91045a983c_mDe su blog Juntos Andemos:

Al comenzar esta reflexión, recordábamos con D. Sölle, esa parte esencial del mensaje cristiano que recuerda que el ser humano es capaz de cambiar. Y hemos visto que Juan de la Cruz propone un camino para hacerlo, para dejarse transformar.

Explicando esta transformación en su Cántico espiritual, dirá que el cambio consiste en dejar a Dios hacer. Lo que Él hace es evacuar todo lo que tiene ajeno de Dios, es decir, todo lo que no es amor, porque –como dirá poco después– Dios no se sirve de otra cosa sino de amor. Por eso, para Juan, apostar por la paz es poder decir: ya no tengo otro oficio, ya solo en amar es mi ejercicio. Es cambiar el móvil de la vida: todo se mueve por amor y en el amor.

En un precioso artículo sobre reconciliación*, Elías López planteaba lo siguiente:

«La cuestión es: ¿Quién quiere convertirse en un cordero de Dios junto con Jesús, para llevar la herida de ser un trabajador por la paz, y para transformar la muerte por violencia en vida de resurrección? Necesitamos «místicos políticos» (que articulen acción-pasividad y palabra-silencio) entre personas corrientes».

Juan de la Cruz, herido de amor por Dios y por la vida, lo hizo. Su vida y sus escritos lo muestran claramente. La lectura política de sus escritos sigue en ciernes pero, en todo caso, él se revela como un claro cordero de Dios, un no violento, un servidor de la paz.

Que una vida sea ejemplar es importante, pero se puede pedir algo más. El más de crear comunidad, dando otra fuerza a la propia vida. La vida de Juan resulta ejemplar, es decir, inspira y mueve, anima y sostiene. Hace sentir que es posible otra dignidad humana, otra forma de estar en el mundo. Su vida muestra una apuesta práctica y concreta por la paz.

Teresa de Lisieux, hermana y discípula de Juan, escribió: «cuando un alma se ha dejado fascinar…, ya no puede correr sola… porque el amor llama al amor». Eso hace Juan, no corre solo, convoca, crea una red espiritual, es decir, una comunidad que es un tejido de relaciones que mantiene la fuerza del deseo profundo: hacer del amor el centro y, por tanto, generar un mundo más pacífico y justo. Una comunidad unida por aquella sabiduría amorosa que da sostén al empeño de algo mejor para todos.

Juan apuesta por la justicia que lleva a la paz. Desde su atención a los enfermos desahuciados, hasta la que presta a los muchachos pobres del barrio de Ajates, durante los cinco años que vive en Ávila, pasando por la acogida en sus conventos de gentes, incluso «retraídos», es decir, algún refugiado de la época, al que recibió como uno de los suyos.

Apuesta por la implicación. Nadie, al pensar en un místico, en un escritor de obras espirituales, imagina la cantidad de kilómetros que Juan llegó a recorrer, tratando de llevar luz y consuelo. En aquellos ásperos viajes, tropezó en más de una ocasión con reyertas violentas y situaciones deshonestas, y se involucraba en ellas para poner paz y orden. No pasaba de largo, no andaba ni vivía abstraído, ajeno a lo que le rodeaba.

También entre sus hermanos actuó como mediador de paz. Aunque deseaba el silencio y la soledad, no rehuía el compromiso de la fraternidad ordinaria, desde su condición de hermano y, más veces de las que deseó, de superior.

Basta, para terminar, recordar un gesto y unas palabras de Juan que lo muestran como ese cordero con el Cordero, siervo con el Siervo que fue Jesús. Como un hombre capaz de sembrar la paz en la vida cotidiana y, a la vez, capaz de provocar a lo largo del tiempo la apuesta por la paz, desde la experiencia profunda de Dios.

El gesto se produce en Baeza, cuando el provincial de los carmelitas calzados de Andalucía se presenta en la comunidad de Juan —descalzo ya—, con un decreto por el cual tenía potestad para corregir y castigar a los frailes descalzos –cosa que con mucho interés iba a hacer. Sucedió que la justicia ordinaria eclesiástica apresó al provincial y a sus acompañantes porque el decreto había sido revocado. La respuesta de Juan fue inmediata: intercedió para que soltaran a sus propios enemigos y los llevó a su casa para obsequiarlos.

Estas palabras pertenecen a sus cartas, a la última que se conserva, escrita poco antes de morir, a modo de testamento por la paz:

Ame mucho a los que la contradicen y no la aman, porque en eso se engendra amor en el pecho donde no le hay; como hace Dios con nosotros, que nos ama para que le amemos mediante el amor que nos tiene.

* Revista Concilium, 349

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“Mística y violencia: apostar por la paz (II)”, por Gema Juan OCD.

Domingo, 30 de marzo de 2014
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13045178335_436f59b1b9_mLeído en su blog Juntos Andemos:

La pregunta por la implicación de la mística en la vida real siempre está abierta. Como si la mística necesitara continuamente un permiso de residencia en el corazón de los sufrimientos humanos, de sus esperanzas y sueños. Sin embargo, el místico está en las mismas entrañas del mundo, también donde las preguntas no tienen respuesta. Allá donde la vida libra su batalla, a veces tan dura, con sus luces y sus sombras, sus dolores y sus alegrías.

Se entiende que la pregunta permanezca abierta, porque se ha llamado mística a muchas experiencias pseudo-religiosas que producen ensimismamiento y un desentenderse de lo real. Experiencias que terminan por deshumanizar y que, por tanto, restan fuerza al empeño común por crear una vida y un mundo mejor.

Juan de la Cruz invita y enseña a vivir una experiencia de Dios sana y liberadora. Sus escritos piensan en la mucha necesidad que tienen muchas almas. Necesidad de aprender a vivir y a amar. Si es cierto que Juan habla directamente a los creyentes, presentando explícitamente un camino de unión con Dios a través del amor, también tiene conciencia muy clara de que el amor es un camino que pueden recorrer creyentes y no creyentes, y que la experiencia de liberación a través de él es posible para todos.

Por eso apunta que aunque no sea por su Dios, es decir, dejando aparte la condición creyente, hay mucho provecho en este camino, porque «adquiere libertad de ánimo, claridad en la razón, sosiego, tranquilidad… adquiere más gozo y recreación en las criaturas… clara noticia para entender bien las verdades de ellas… las goza muy diferentemente, con grandes ventajas y mejorías… porque las gusta de verdad… porque penetra la verdad y el valor de las cosas».

Desde la conciencia de que la verdad y la justicia son las bases indispensables para crear la paz, nos acercamos al sentido de la no violencia en la mística de Juan de la Cruz. La no violencia es un principio de vida que afecta a todos los ámbitos: sociedad, convivencia próxima e intimidad. Un principio que presenta fuerzas positivas y rechaza la violencia para resolver conflictos.

La experiencia mística de Juan hace una propuesta muy positiva: recuperar el ser, recuperar la verdad de sí para vivir plenamente. Al menos, en plenitud creciente, siempre inacabada, porque siempre hay un futuro más prometedor para quien se abre a la luz. Juan propone un proceso por el cual se sale del autoengaño, donde la avaricia y la ambición cobran múltiples formas.

El desconocimiento de uno mismo –con la inseguridad e impotencia que genera– y la ambición –que pone por delante de todo el propio interés– producen violencia, sea cual sea el ámbito en el que se viven. Ambas cosas producen espejismos peligrosos y la necesidad creciente de tener poder –quizás el vicio más seductor y destructivo.

Pablo traduce la ambición diciendo que la raíz de todos los males es la pasión por el dinero y Colón, tan próximo ya a Juan, escribió que del oro se hace tesoro, y él es móvil de toda acción humana. Juan avisa: hay muchos al día de hoy, que sirven al dinero y no a Dios, y se mueven por el dinero… haciendo de muchas maneras al dinero su principal dios y fin. Por eso propone que la existencia tenga otro móvil y otro fin y, sobre todo, muestra caminos para ser y vivir de un modo más constructivo, más positivo y más feliz.

Las nadas, tan mal entendidas, de este místico no son la negación de cuanto hay de bueno, sino una advertencia sobre el uso que hasta de lo bueno se puede hacer. Por eso, dice: cada día por esta causa se ven tantas muertes de hombres, tantas honras perdidas, tantos insultos hechos, tantas haciendas disipadas, tantas emulaciones y contiendas, tantos adulterios, estupros y fornicios cometidos. Esta causa es el gozo desordenado, el mal uso o el abuso de los bienes.

Juan va a ir a las raíces de la violencia. Ha percibido que el afán de tener y de poder, cualquiera que sea la forma en que se represente y el modo en que se ejerza, produce violencia. Porque la razón y el juicio no quedan libres, sino anublados. Y marca una senda, como pedía Camus, para vivir en razón, porque la forma por la que Dios crea la paz en la persona es poniendo en razón todo su interior.

En más de una ocasión, hablará de la necesidad de una fuerte lejía para lavar y curar la sinrazón que puede apoderarse del ser humano. Porque la paz, lo mismo que la razón y el amor, no provienen de lo espontáneo, pero sí de lo más auténtico del ser. Esa lejía es la luz y sabiduría amorosa de Dios, que purga y dispone, pero a la vez, transforma.

Toda la apuesta espiritual sanjuanista está ligada a la transformación de la persona, a la confianza en que es posible renacer de otro modo, cambiar y vivir de pie sobre la verdad de uno mismo y de cuanto nos rodea. Juan está convencido de que el ser humano es capaz de vivir en paz y de generarla en su entorno.

Por eso dirá: bienaventurado el que, dejado aparte su gusto e inclinación –es decir, dejando de poner su propio interés por encima de cualquier otro—, mira las cosas en razón y justicia para hacerlas. Esos serán llamados hijos de Dios, porque construyen la paz.

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“Mística y violencia: apostar por la paz (I)”, por Gema Juan OCD.

Sábado, 29 de marzo de 2014
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13045301253_7e132e8aa9_m Leído en su blog Juntos Andemos:

a paz es uno de los deseos esenciales de la humanidad desde sus orígenes, desde que el ser humano es tal y se encuentra enfrentado a fuerzas negativas que nacen de su interior o le acosan desde fuera. Por ello, cada generación puede y debe hacer su apuesta por la paz, construyendo sobre lo recibido. Y cada presente pide creatividad, empuje y una elección clara para llevar la paz adelante.

A donde quiera que llegue nuestra mirada en el tiempo, la historia de las civilizaciones cuenta la facilidad con que la violencia cobra peso y se extiende. Hace poco más de tres décadas, el psicólogo Otto Klineberg escribía: «Existe la impresión generalizada de que nos encontramos en una era de violencia, de que presenciamos un estallido excepcional de comportamientos violentos en todo el mundo. Basta, sin embargo, un breve repaso de los datos históricos para comprobar que las generaciones anteriores pudieron haber llegado a una conclusión análoga con igual justicia»*.

Hoy volvemos a tener esa impresión, la violencia se expande y encuentra lugar en el ámbito familiar y en las calles que transitamos, pero también mantiene unos tristes altos vuelos, en forma de guerras y terrorismo, cada vez más sofisticados.

La violencia –decía Häring– es una enfermedad mortal y solo una alternativa real puede curarla. Él proponía la alternativa evangélica de la no violencia. Y la verdad como uno de los medios indispensables para crear esa alternativa. Verdad que desenmascara la falsa paz, la mentira que rompe la armonía entre los seres humanos. Verdad que destapa la injusticia, del tipo que sea, porque sin justicia es imposible la paz.

Él mismo recordaba que quien está preso del engaño y la mentira, la avaricia y la ambición de poder del mundo, ni puede tener paz ni puede estar al servicio de la misma. Lo mismo decía Juan de la Cruz: «¡Oh si supiesen los hombres de cuánto bien de luz divina los priva esta ceguera que les causan sus aficiones y apetitos, y en cuántos males y daños les hacen ir cayendo cada día!».

De alguna manera, las sociedades tienden a domesticar cuanto molesta, de modo que adormecen la conciencia crítica y la acción. Hoy, en nuestros periódicos, parece normal encontrar al lado de un crimen, un anuncio de cosmética y junto al número de muertos de la última guerra o guerrilla, la promoción de un crucero. No ocupan más espacio los muertos por causa de necesarias migraciones o el número de parados, que el número de goles de las ligas que se siguen. Y todo ello es otra forma de violencia porque consume, poco a poco, la humanidad que estamos llamados a ser.

La violencia es como una marea que afecta a la intimidad tanto como a la vida de las sociedades, en cualquier parte del mundo. Como otra peste, de la que el mismo Camus había dicho: «La única batalla razonable es el compromiso por la paz… elegir definitivamente entre el infierno y la razón».

En medio de esto ¿qué hacen los místicos? ¿Les importa todo esto? Y, la mística ¿aporta algo?

La enfermedad de la violencia es curable, pero es necesario un cambio profundo. ¿Es posible? D. Sölle insistía en que uno de los mensajes fundamentales del cristianismo es que los hombres son capaces de conversión. Y aún añadía que «fe significa tener participación en el poder creativo y sanador de Dios».

Pues bien, ahí tiene su campo la experiencia mística, en el punto que reconoce a Dios como la mano amorosa que puede curar y transformar el corazón humano, y al creyente como quien puede dar paso a esa transformación, como quien es capaz de cambiar. Dios aumenta la anchura humana hasta lo insospechado y así, Juan de la Cruz decía que el ser humano tiene capacidad infinita porque lo que en él puede caber, que es Dios, es profundo e infinito.

Apostar por la paz es elegirla y procurarla. Es crearla, inventarla hasta sacarla de los pozos profundos donde a veces está hundida. Merece la pena la apuesta porque, como decía Juan, «no puede el hombre humanamente en esta vida poseer cosa mejor que aquello que trae paz y tranquilidad y recto y ordenado uso de la razón».

Antes y después de afirmar tal cosa, dedica muchas páginas a mostrar por qué caminos se va hacia la paz y por cuáles hacia la intranquilidad y el desasosiego profundo, los caminos por los que, finalmente, se llega a la violencia, cualquiera que sea la forma en que se ejerza.

Así se implica el místico. Lo veremos en su vida y en su palabra. Su experiencia y su vida vuelta a Dios le llevan a hacer tres cosas: vivir vuelto a los demás, implicándose en su sufrimiento, intentando abrir caminos que hagan mejor la vida de todos. Tratar por todos los medios de transmitir aquello que ha comprendido —en parte por ello, mística y escritura están tan ligadas. Y, por último, crear redes, romper aislamientos a través de la confianza que produce el desvelamiento de lo auténticamente humano y a través de la experiencia compartida.

*

«Las causas de la violencia desde una perspectiva socio-psicológica», en La violencia y sus causas, Editorial de la Unesco, 1981.

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El soplo…

Jueves, 27 de febrero de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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A la vez soplo vivificante y puesta en retirada, inspirar y expirar, la espiritualidad toca el misterio de toda existencia. Comienza posiblemente con una doble intuición: la intuición de que somos perfectibles, y la de la que carecemos: el acceso a una “Realidad” absolutamente otra, más allá de la inteligencia, más allá de las distinciones de la razón razonante. “Dios es el Lugar del mundo, pero el mundo no es su lugar “ (adagio talmúdico). La búsqueda interior, en términos de “sed” (de Dios) – expresión recurrente en los místicos, comenzando por David – es un deseo ardiente por hacer la voluntad divina. Lo que el orante llama mejorar todavía y todavía, para llegar un día a amar a Dios “con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tus fuerzas”. Esto puede ir hasta una supresión del yo, para escuchar por fin de Dios no lo que queremos escuchar, sino un murmullo que viene más allá de nosotros mismos (as) – tal, como posiblemente lo percibió el profeta Elías, en la cueva del monte Horeb. (1Reyes 19,12).

Dios no tiene rostro. Sin embargo el ser humano se hace – si no imágenes, lo que el judaísmo proscribe – por lo menos una idea. Pero lo divino no se deja restringir ni velar por ninguna representación que nos hagamos. El hombre de espiritualidad puede “ver” únicamente que Dios es a la vez la meta hacia la cual tiende con todo su fervor y el origen de su nostalgia: ¿No somos exiliados del Lugar que jamás habríamos debido dejar – y cuyo jardín del Edén es una metáfora?!

Paradójicamente, si tantos místicos – comenzando por los profetas – tienen visiones, es posiblemente porque supieron renunciar tanto a las imágenes creadas como a las imágenes mentales por otros tipos de representaciones: aquellas que Dios mismo coloca, en el corazón purificado por un trabajo sobre sí que está en el orden de la ascesis. Existe en el judaísmo, desde Abraham Aboulafia (siglo XIII), ejercicios espirituales, entre los que uno en particular merece nuestra atención: La hazkara. Por la enunciación repetitiva e intencional del Nombre de Dios, Aboulafia piensa que el hombre puede estar en condición de recibir la efusion divina. Entonces este kabbalista escogió un ejercicio que viene del Islam: La espiritualidad sufí enseña que el corazón del hombre está rodeado de una ganga dura, sobre la que la invocación del Nombre obra como un martillo: la invocación repetida, a ejemplo de los golpes repetidos sobre un caparazón, golpea hasta hacerlo estallar, para que broten las chispas espirituales. La invocación va en cierto modo a pulir el corazón y a hacerlo semejante a un espejo sobre el cual puede reflejarse la luz divina. Lo que no está tan alejado de lo que meditamos en la oración de la mañana: “Porque es en Tu luz que veremos la luz “.

( La proximidad de estas dos prácticas – hazkara en la tradición judía, dhikr en la tradición mística musulmana – es un ejemplo del interés de un diálogo entre judaísmo e Islam.)

El hombre ha sido creado sin duda “deseando a Dios”, y el deseo amoroso es una expresión constante del amor místico cantado en el Cántar de los Cantares. Por eso, el cara a cara con Dios generalmente no es, para el Judaísmo, el deseo de fusionarse con lo divino, presumiblemente porque el hombre debe siempre tener presente en su conciencia la humanidad de otro. El Uno está contenido en cada rostro de hombre o de mujer tanto como en cada una de las vías espirituales de la humanidad. Es decir, los hombres y las mujeres en busca de interioridad son capaces de alteridad. “Si no encuentro al otro como el Otro, me tomo por el otro… y ahí el germen la violencia.”

*
Gran rabino M.R. GUEDJ

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