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“Mística y violencia: apostar por la paz (II)”, por Gema Juan OCD.

Domingo, 30 de marzo de 2014

13045178335_436f59b1b9_mLeído en su blog Juntos Andemos:

La pregunta por la implicación de la mística en la vida real siempre está abierta. Como si la mística necesitara continuamente un permiso de residencia en el corazón de los sufrimientos humanos, de sus esperanzas y sueños. Sin embargo, el místico está en las mismas entrañas del mundo, también donde las preguntas no tienen respuesta. Allá donde la vida libra su batalla, a veces tan dura, con sus luces y sus sombras, sus dolores y sus alegrías.

Se entiende que la pregunta permanezca abierta, porque se ha llamado mística a muchas experiencias pseudo-religiosas que producen ensimismamiento y un desentenderse de lo real. Experiencias que terminan por deshumanizar y que, por tanto, restan fuerza al empeño común por crear una vida y un mundo mejor.

Juan de la Cruz invita y enseña a vivir una experiencia de Dios sana y liberadora. Sus escritos piensan en la mucha necesidad que tienen muchas almas. Necesidad de aprender a vivir y a amar. Si es cierto que Juan habla directamente a los creyentes, presentando explícitamente un camino de unión con Dios a través del amor, también tiene conciencia muy clara de que el amor es un camino que pueden recorrer creyentes y no creyentes, y que la experiencia de liberación a través de él es posible para todos.

Por eso apunta que aunque no sea por su Dios, es decir, dejando aparte la condición creyente, hay mucho provecho en este camino, porque «adquiere libertad de ánimo, claridad en la razón, sosiego, tranquilidad… adquiere más gozo y recreación en las criaturas… clara noticia para entender bien las verdades de ellas… las goza muy diferentemente, con grandes ventajas y mejorías… porque las gusta de verdad… porque penetra la verdad y el valor de las cosas».

Desde la conciencia de que la verdad y la justicia son las bases indispensables para crear la paz, nos acercamos al sentido de la no violencia en la mística de Juan de la Cruz. La no violencia es un principio de vida que afecta a todos los ámbitos: sociedad, convivencia próxima e intimidad. Un principio que presenta fuerzas positivas y rechaza la violencia para resolver conflictos.

La experiencia mística de Juan hace una propuesta muy positiva: recuperar el ser, recuperar la verdad de sí para vivir plenamente. Al menos, en plenitud creciente, siempre inacabada, porque siempre hay un futuro más prometedor para quien se abre a la luz. Juan propone un proceso por el cual se sale del autoengaño, donde la avaricia y la ambición cobran múltiples formas.

El desconocimiento de uno mismo –con la inseguridad e impotencia que genera– y la ambición –que pone por delante de todo el propio interés– producen violencia, sea cual sea el ámbito en el que se viven. Ambas cosas producen espejismos peligrosos y la necesidad creciente de tener poder –quizás el vicio más seductor y destructivo.

Pablo traduce la ambición diciendo que la raíz de todos los males es la pasión por el dinero y Colón, tan próximo ya a Juan, escribió que del oro se hace tesoro, y él es móvil de toda acción humana. Juan avisa: hay muchos al día de hoy, que sirven al dinero y no a Dios, y se mueven por el dinero… haciendo de muchas maneras al dinero su principal dios y fin. Por eso propone que la existencia tenga otro móvil y otro fin y, sobre todo, muestra caminos para ser y vivir de un modo más constructivo, más positivo y más feliz.

Las nadas, tan mal entendidas, de este místico no son la negación de cuanto hay de bueno, sino una advertencia sobre el uso que hasta de lo bueno se puede hacer. Por eso, dice: cada día por esta causa se ven tantas muertes de hombres, tantas honras perdidas, tantos insultos hechos, tantas haciendas disipadas, tantas emulaciones y contiendas, tantos adulterios, estupros y fornicios cometidos. Esta causa es el gozo desordenado, el mal uso o el abuso de los bienes.

Juan va a ir a las raíces de la violencia. Ha percibido que el afán de tener y de poder, cualquiera que sea la forma en que se represente y el modo en que se ejerza, produce violencia. Porque la razón y el juicio no quedan libres, sino anublados. Y marca una senda, como pedía Camus, para vivir en razón, porque la forma por la que Dios crea la paz en la persona es poniendo en razón todo su interior.

En más de una ocasión, hablará de la necesidad de una fuerte lejía para lavar y curar la sinrazón que puede apoderarse del ser humano. Porque la paz, lo mismo que la razón y el amor, no provienen de lo espontáneo, pero sí de lo más auténtico del ser. Esa lejía es la luz y sabiduría amorosa de Dios, que purga y dispone, pero a la vez, transforma.

Toda la apuesta espiritual sanjuanista está ligada a la transformación de la persona, a la confianza en que es posible renacer de otro modo, cambiar y vivir de pie sobre la verdad de uno mismo y de cuanto nos rodea. Juan está convencido de que el ser humano es capaz de vivir en paz y de generarla en su entorno.

Por eso dirá: bienaventurado el que, dejado aparte su gusto e inclinación –es decir, dejando de poner su propio interés por encima de cualquier otro—, mira las cosas en razón y justicia para hacerlas. Esos serán llamados hijos de Dios, porque construyen la paz.

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