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Simone Weil, Pensamiento Social y Ética desde la Espiritualidad de la Justicia

Martes, 5 de abril de 2016
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simone-weil2Del blog de Agustín Ortega:

Ciencia desde los crucificados de la historia

Una buscadora incansable de la verdad, de la belleza y del bien

Este testimonio espiritual de Simone Weil bebe del pozo de la fe cristiana, de Jesús Pobre y Crucificado en solidaridad liberadora con los esclavos u oprimidos de la tierra

(Agustín Ortega).- Simone Weil (SW) nace en 1.909 en París y muere prematuramente a los 34 años. Fue una pensadora, filosofa y profesora muy significativa, una persona comprometida y entregada. En SW, pensamiento y experiencia-acción son inseparables. Para ella, su vida y obra o pensamiento fueron un don o regalo inmerecido que, advertía, se podía frustrar con una existencia mediocre. SW pensaba y creía que la creación o el mundo es un don gratuito que se nos da y que nos vivifica, que satisface nuestras necesidades vitales y alimenta nuestras posibilidades.

La existencia y pensamiento de SW gira en torno al amor y com-pasión, a la solidaridad y compromiso radical (profundo) con el dolor y sufrimiento de la humanidad, con los más pobres y oprimidos. Por ejemplo, con los obrero/as explotados por el capitalismo industrial. Como se observa, de forma alternativa al relativismo y a la superficialidad que rige en buena medida hoy día, ella fue una buscadora incansable de la verdad, de la belleza y del bien que la entendía como un compromiso solidario por la justicia con los oprimidos. De forma similar a la teoría crítica, por ejemplo a Adorno, SW alienta una estética desde las víctimas de la historia que, más allá de las meras apariencias o formas superficiales, penetra en lo más hermoso y belleza profunda. Esto es, en la compasión, solidaridad y compromiso liberador con los explotados y pobres de la tierra.

Para SW, el pensamiento, la filosofía y el conocimiento (epistemología) se realizan: desde la experiencia, corporalidad, trabajo (manual) y servicio-acción o compromiso en el mundo, practicando el amor y el bien; desde el sufrimiento y la injusticia que padecen los más oprimidos y marginados. Este pensamiento o enfoque del conocimiento, sintoniza con lo mejor de la filosofía y de las ciencias sociales contemporáneas en este campo epistemológico. De ahí que en su existencia, SW realizara experiencias de enseñanza o formación en universidades populares y en ateneos con los obreros, experiencias de vida y trabajo en las fábricas. Para compartir la mísera vida y condiciones de los obreros, de los pobres, en una solidaridad radical (profunda).

Es la ciencia desde los crucificados de la historia– parafraseando a E. Stein-, que busca el bien, la justicia, no el poder y la fuerza, más actual que nunca. Su filosofía, pensamiento y la ciencia que proponía tiene, pues, un claro carácter ético-político que, mas allá de conocer y comprender la realidad, busca transformarla desde la verdad, la belleza y el bien o la justicia. Pretende una promoción liberadora de la injusticia con los explotados y excluidos.

De esta forma, para realizar adecuadamente esta ciencia y conocimiento, frente a todo idealismo e individualismo, tiene que desaparecer mi yo y dejar manifestarse a las cosas, a la realidad y su sentido, significado o trascendencia más profunda. En línea similar a como propuso también otra gran pensadora de nuestro tiempo, María Zambrano.

Este conocimiento o compresión de la realidad, se hace desde los polos o dialéctica de la fuerza y, su consecuencia, la miseria o sufrimiento. Una fuerza o dominación que, al ejercerse, transporta a esta realidad y a las personas a una realidad violenta y sin humanidad o vida, la cosifica. Y es que SW tiene una perspectiva humanizadora, ética-crítica de la realidad y de las ciencias humanas o sociales, muy significativa en la historia, teoría o metodología del pensamiento y ciencia social. Con una sensibilidad por el sufrimiento, que visibiliza la opresión e injusticia, fruto de la dominación y tiranía ejercidas por colectivos o estratos sociales. Es la conocida como estratificación social, con sus estructuras-sistémicas que oprimen y empobrecen a otros grupos o capas de la población, que son explotadas y marginadas.

SW nos propone una antropología dialéctica e integral, en donde la persona es, por una parte, abierta, solidaria y encarnada en el sufrimiento de los otros, de los más oprimidos, oponiéndose así al individualismo o liberalismo burgués-capitalista; y por otra, el ser humano es autónomo o independiente-crítico, en el sentido de que no deja que cualquier colectividad o sistema la quiera manipular u oprimir, frente a un colectivismo estatalista.

En el fondo de esta visión de la persona que no muestra SW, se encuentra lo más valioso de la antropología o ciencia social actual. Las cuales nos enseñan como la persona está en relación con los otros y dinamiza o transforma la comunidad y sociedad, lo contrario de lo que nos impone el neoliberalismo y el colectivismo. Y que la sociedad, con sus estructuras y sistemas, condiciona e influye en la persona, como tampoco acepta este individualismo neo-liberal. Es una inter-relación constante, permanente y transformadora entre persona y sociedad.

Su análisis y propuesta o pensamiento más social, uno de los más importante de nuestra época tal como ha observado A. Camus, se basa en identificar la especialización, la separación o primado de lo técnico-instrumental o deshumanización frente al trabajo manual o humano, como raíz de la opresión social. Un diagnostico de lo peor de la modernidad, en el que coincide, desde diferentes posiciones, con Weber, Ortega o la Escuela de Frankfurt.. En este sentido, SW propone este trabajo manual o humano, a las personas, como centro de la realidad y vida social. Una alternativa de sociedad basada en la libertad e igualdad o justicia para todos, desde la amistad. En línea parecida a lo que propuso I. Ellacuría, frente a la civilización del capital y de la riqueza, la acumulación posesiva con derroche y sin freno, la civilización del trabajo y la pobreza, la humanización, austeridad o el compartir solidario.

SW pretende echar raíces sobre la realidad y sociedad. Ya que las personas y, en especial, los obreros, los oprimidos y excluidos se encuentran en una situación de desarraigo vital y social, les han sido arrancados o expropiados el fruto de su trabajo (bienes y recursos), su dignidad y vida. Un enraízamiento e implantación o religación con la realidad, como también nos enseñó a su modo X. Zubiri, que permita desarrollar al ser humano en todas sus posibilidades y capacidades, que posibilite soportar y resistir la expropiación o alienación a la que se ve sometido, por parte de las fuerzas o poderes.

Como se observa, con sus aciertos o luces y posibles límites, en la filosofía o pensamiento social y ético de SW, en su obra y vida, late el corazón de la mística y espiritualidad de la pobreza solidaria en la justicia liberadora con los pobres de la tierra; frente a los ídolos del poder y de la riqueza, del mercado y capital convertidos en falsos dioses. Este testimonio espiritual de SW bebe del pozo de la fe cristiana, de Jesús Pobre y Crucificado en solidaridad liberadora con los esclavos u oprimidos de la tierra. Y se inserta en toda la historia de la santidad, del amor de una iglesia pobre en justicia con los pobres que da vida, vida digna, plena, eterna…como asimismo está enseñando y testimoniando el Papa Francisco.

Fuente Religión Digital

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Como signos de interrogación

Jueves, 17 de diciembre de 2015
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

Crime and Punishment....

“¡Pontífices! ¡Pontífices! Somos todos pontífices arengándonosunos a otros, blandiendo nuestros báculos unos contra otros, dogmatizando, amenazando con anatemas!

 Recientemente, en el breviario, leíamos sobre un santo que, a punto de morir, se quitó las vestiduras pontificales y se bajó de la cama. Murió en el suelo, lo cual está muy bien: pero apenas hay tiempo de sentirse edificado con eso, porque uno está todavía cavilando sobre el hecho de que llevara vestiduras pontificales en la cama.
Reflexiones…: simpatía hacia Péguy, hacia Simone Weil, que prefirieron no estar en medio de la página católicamente aprobada y bien censurada, sino únicamente en el margen. Y se quedaron ahí, como signos de interrogación: poniendo en cuestión no a Cristo, sino a los cristianos.”
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Thomas Merton
Conjeturas de un espectador culpable. 
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“Otra santidad”, por Gema Juan, OCD

Martes, 6 de octubre de 2015
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21844101155_3370f35840_m«El mérito no consiste en hacer mucho ni en dar mucho, sino más bien en recibir, en amar mucho». Así escribía Teresa de Lisieux –Teresita– a su hermana Celina, animándola a dejarse llevar por Jesús y a descubrir otra santidad.

Escribía al hilo de su querido maestro Juan de la Cruz que, cuando hablaba de la ciencia del amor que es la contemplación, decía que «la contemplación pura consiste en recibir». Discípula y Maestro coincidirán en el tenaz ejercicio que lleva a esa pureza y en el largo camino que hay que recorrer para aprender a recibir. Tal vez, el verbo más activo que exista.

Hablar así de la contemplación y del significado del mérito es hablar de otra santidad. Es mantener una «atención creativa» que permite ver con profundidad lo que rodea, para poder dar una respuesta personal, auténtica y valiosa. Eso hicieron Juan y Teresita, ambos preocupados por la desorientación que veían a su alrededor y conscientes de haber descubierto un camino personal que podían compartir.

Más adelante, en la misma carta, Teresita recordará un poema de Juan que vuelve a poner las cosas en el único orden que pueden funcionar, cuando se trata de andar con Dios. El poema decía: «Hace tal obra el amor, después que le conocí, que si hay bien o mal en mí, todo lo hace de un sabor y alma transforma en sí».

El amor es el que transforma, el que es meritorio, el que hace la santidad; y solo desde el amor es posible recibir al Amor. Teresita seguirá escribiendo en la misma carta: «Mi director, que es Jesús, no me enseña a llevar la cuenta de mis actos, Él me enseña a hacerlo todo por amor… pero esto se hace en la paz, en el abandono, es Jesús quien lo hace todo». La misma experiencia: es el amor el que obra.

Simone Weil hablaba de que, en cada tiempo, es necesaria una santidad, es decir, una santidad nueva y que no tiene precedente. Por eso, los santos son creadores y la contemplación que viven supone una revolución, un cambio profundo en el orden de las cosas. La contemplación auténtica jamás es neutra, como tampoco lo son los santos. Esta es la otra santidad. La que inspira, pero no puede repetirse atemporalmente.

Quienes realizan la experiencia de ser encontrados y enseñados por Dios –explicaba M. Clara Bingemer– alcanzan un nivel diferente de conocimiento que los lleva a una vida transformada, que responde a las necesidades de cada tiempo y lugar.

Antes, León Felipe lo había dicho, preciosamente y a su manera: «Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy». Porque, más allá de todas las explicaciones que se pueden dar, la santidad es un camino único hacia la luz.

Teresita, una mujer que inició su vida en un monasterio carmelita a los quince años y que no volvió a salir de él, rompe –como hacen los místicos de todos los tiempos– la tópica dicotomía entre acción y contemplación. Para ella no existe, todo es movimiento y permanencia, todo es presencia y silencio. Todo es, sencillamente, amor. Como diría Teresa de Jesús: «Todo es amor con amor».

Y cuando Teresa, la Madre, escribe sobre esta unión de amor, habla de esa otra santidad que se realiza en la comunión más radical y efectiva. Y dirá que, para andar con un poco de seguridad, es bueno «andar con particular cuidado y aviso, mirando cómo vamos en las virtudes: si vamos mejorando o disminuyendo en algo, en especial en el amor unas con otras y en el deseo de ser tenida por la menor y en cosas ordinarias».

Teresita hablaba de «soportar los defectos de los demás, no extrañarse de sus debilidades, edificarse de los más pequeños actos de virtud». Y Juan, de un enamorado que «no anda buscando su propia ganancia, ni se anda tras sus gustos», que procura el bien de todos porque «ya no tiene otro estilo ni manera de trato sino ejercicio de amor».

Se juntan los tres maestros –padres e hija– en ese amor concreto que nunca está ocioso, que no pierde la atención, que siente que nunca acaba el camino porque es en el camino donde descubre lo vivo del amor, la comunión más íntima.

Igualmente juntos, en la experiencia de que solo el amor obra todo en todos. Es la otra santidad, la que no realiza por sí mismo el ser humano sino solo en ese dejarse llevar, que también Teresa explica: «Dejad hacer al Señor de la casa; sabio es, poderoso es, entiende lo que os conviene y lo que le conviene a Él también».

Lo resume, «la pequeña», cuando dice que lo único que le atrae es el amor y escribe: «Lo sé: cuando soy caritativa es únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida estoy a Él, más amo a todas mis hermanas».

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Pensamientos de Simone Weil

Miércoles, 8 de julio de 2015
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1901377_727811093918216_2065737668_n“Los hijos de Dios no deberían tener más patria aquí abajo que el universo mismo, con la totalidad de las criaturas racionales que ha contenido, contiene y contendrá. Esa es la ciudad natal digna de merecer nuestro amor”.

“Hay que ser católico, es decir, no estar ligado por un hilo a nada creado, sino a la totalidad de la creación”.

“Hoy, ni siquiera ser un santo significa nada; es precisa la santidad que el momento presente exige, una santidad nueva, también sin precedentes”.

“Un nuevo tipo de santidad es un afloramiento, una creación. Guardando las proporciones, manteniendo cada cosa en su lugar, es casi algo análogo a una nueva revelación del universo y del destino humano. Es como dejar al descubierto una amplia porción de verdad y de belleza ocultas hasta ese momento por una densa capa de polvo… Una santidad nueva es una creación prodigiosa”.

“El mundo tiene necesidad de santos como una ciudad con peste tiene necesidad de médicos. Allí donde hay necesidad, hay obligación”.

“El pecado no es una distancia, sino una mala orientación de la mirada”.

“El mar no es menos bello a nuestros ojos porque sepamos que a veces los barcos zozobran. Por el contrario, resulta aun más bello”.

“Cuando un hombre se separa de Dios, se abandona simplemente a la gravedad. Podrá pensar entonces que es un ser que quiere y elige, pero no es más que una cosa, una piedra que cae”.

“La palabra de Dios es palabra secreta. Aquel que no ha oído esa palabra, aun cuando manifieste su adhesión a todos los dogmas enseñados por la Iglesia, no está en contacto con la verdad”.

“El cristianismo es católico de derecho, no de hecho. Tantas cosas están fuera de él, tantas cosas que amo y que no quiero abandonar, tantas cosas que Dios ama, puesto que de lo contrario no tendrían existencia…”.

“No puedo dejar de preguntarme si, en estos tiempos en que una parte considerable de la humanidad se encuentra sumida en el materialismo, no querrá Dios que existan hombres y mujeres que, entregados a él y a Cristo, permanezcan sin embargo fuera de la Iglesia”.

“Oculto y silencioso es el camino por el que la gracia se adentra en los corazones”.

“Lo que me da miedo es la Iglesia como realidad social”.

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Fuente Amigos de Thomas Merton

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El deseo de Luz

Jueves, 8 de enero de 2015
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Edith Stein, cristiana judía, asesinada por “cristianos” (E. Castellano)

Sábado, 9 de agosto de 2014
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Saint_Edith_SteinCelebramos hoy la festividad  de Santa Edith Stein, mártir en Auschwitz, por lo que es un momento adecuado (No olvidemos Israel/Paestina, Irak, África…) para leer este buen artículo que hemos leído en el  blog de Xabier Pikaza:

Hoy recuerdan los amigos de la libertad y el pensamiento, judíos y cristianos, a Santa Edith Stein, Patrona de Europa, que profesó como carmelita cristiana en el convento de Colonia (Alemania), sin dejar de ser judía, siendo asesinada como judía por los nazis, en el campo de Auschwitz el 9 de de Agosto de 1942.

Es una fe las grandes figuras intelectuales, judías y cristianas, del siglo XX, una mujer que supo descubrir por Jesús, su Cristo, el camino que conduce a la Séptima Morada, siguiendo las huellas de Teresa de Jesús, su hermana, también judía de origen.

Pedí hace unos años a Emilia Castellano, pensadora y terapeuta, gran amiga, que trazara su semblanza para “nuestro” Diccionario de Pensadores cristianos. Ésta fue su colaboración, que hoy presento gozoso en el día de Edith (¿Ester?), en un momento en que el dolor judío y cristiano sigue encendiendo grandes alarmas, especialmente en el Cercano Oriente (Irak, Gaza).

La asesinaron unos poderes “cristianos” porque, a pesar de haberse hecho cristiana y de vivir como monja contemplativa, seguía siendo judía. En ella se encarna la gran paradoja del auténtico Israel, a quien sus hijos cristianos han perseguido por siglos… queriendo matar a su madre.

Muchos cristianos hemos considerado mala madrastra a nuestra buena madre judía. No hemos reconocido lo que somos. Humanamente hablando tenemos poco remedio… Alguien ha dicho que nos llamamos cristianos para así poder negar mejor a nuestro Cristo judío.

Por eso, en un tiempo como éste, es bueno recordar a Santa Edith, nueva Ester “invertida”, y con ella a los seis millones de santos judíos asesinados por cristianos.

Edith, querida, ruega por nosotros, judíos y cristianos (sin olvidarte de los musulmanes… ni de Irak, ni de Gaza…). También aquí en España juzgaron y mataron antaño los de la Santa Inquisición a muchos cristianos judíos como tú..

Gracias, Emilia, todo lo que sigue es tuyo. La imagen inicial de Edith aparece repetida en el Diccionario de Pensadores Cristianos, para el que me hiciste el honor de escribir esta entrada.

STEIN, EDITH (TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ) (1881-1942)(Emilia Castellano).

10380909_804692689549717_4336269902471815840_nReligiosa y filósofa católica, de origen judío. Nació en Breslau (hoy capital de Silesia en Polonia) el 12 de octubre de 1891. Cuando tiene dos años, muere su padre. En plena adolescencia toma la primera decisión importante y trascendental de su vida: dejar la escuela y el judaísmo porque, según nos cuenta, no encontraba en ellas sentido para la vida. Fue después filósofa y escritora espiritual. Para una mejor comprensión de su obra, podemos dividirla en (1) Escritos autobiográficos y cartas. (2) Escritos fenomenológicos. (3) Escritos de filosofía cristiana. (4) Escritos antropológicos y pedagógicos. (5) Escritos Espirituales.

Con 20 años ingresa en la Universidad de Breslau y estudia Historia y Germanística. Dos años después la encontramos en la Universidad de Gotinga donde había llegado atraída por la Fenomenología, una corriente filosófica que emergía en aquel momento y que enseñaba Husserl. Allí publica su tesis con el título Sobre el problema de la Empatía. Poco después escribirá Causalidad Sentiente e Individuo y Comunidad persiguiendo la idea de encontrar asiento para la nueva psicología que florece en Europa. A este periodo temprano pertenece también Una investigación sobre el Estado, con la que culmina la elaboración de una Antropología Fenomenológica, cuya pretensión es alcanzar a hablar del hombre y de la comunidad.

Siguiendo un orden cronológico, podemos citar las siguientes obras: Introducción a la Filosofía. Obra interesante y original, donde a través de un diálogo con (→ Kant) y Husserl establece la diferencia entre naturaleza y subjetividad mostrando conocimientos profundos de física, biología y filosofía. En la segunda parte de la obra formula algunas de sus ideas antropológicas a través del estudio de la libertad, la conciencia y la reflexión, como características del hombre. Finalmente esta obra se convertirá en el preámbulo de otra posterior La estructura de la persona humana, siendo el fruto de un curso impartido en el Instituto de Pedagogía Científica de Münster (1932-33).

En 1921 lee el Libro de la Vida de (→ Teresa de Jesús) y definitivamente orienta su vida hacia el cristianismo. En 1922 se bautiza y confirma. A partir de ese momento su pensamiento filosófico se abre a un conocimiento nuevo. Estudia las obras de (→ Tomás de Aquino) y (→ Duns Escoto). Apoyándose en la base de sus propias obras filosóficas de antropología escribe Potencia y Acto, obra de metafísica y ontología a través de la cual dialoga con el pensamiento de sus amigas fenomenólogas Gehrda Walter y Hedwing Conrad-Martius. Poco después escribirá Ser Finito y Ser Eterno, su gran obra, en la que desarrolla una metafísica inspirada en la filosofía de Santo Tomás y en la fenomenología de Husserl, convirtiéndose así en una de las tomistas más originales de la historia de la Filosofía. Mérito suyo es haber logrado generar en el ámbito de la antropología filosófica un pensamiento original, que no obstante sigue inédito y no suficientemente reconocido y estudiado. En 1932 dicta unas conferencias sobre La mujer y la Pedagogía. Seguidamente ingresa en el Carmelo Descalzo de Breslau con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz.

Tras la llegada de los nazis al poder se traslada al Carmelo de Colonia, y posteriormente (1938) al Carmelo de Echt en Holanda donde escribirá su última obra: La Ciencia de la Cruz, en un acto de obediencia a sus superiores. Es su obra más personal y autobiográfica. El 2 de agosto de 1942 es arrestada por la Gestapo. El primer destino: el Campo de concentración de Amersfoort, desde donde será trasladada el 9 de agosto a Auschwitz-Birkenau. Marcada con el número 44.074, muere como judía y mártir de la fe cristiana a los 51 años de edad en la cámara de gas del campo de concentración. Es canonizada el 11 de octubre de 1998 en la Plaza de san Pedro y declarada co-patrona de Europa el 13 de diciembre del año siguiente en el Sínodo de Europa.

1. El ángulo abierto de un triángulo cerrado.

Edith1938bEncontrarse con Edith Stein, es hallarse ante un pensamiento profundo y una antropología humanizada y humanizadora. La suya es una vida apasionada, ahíta de conocimiento y abierta a todo; una vida “al servicio de la Humanidad”, en palabras suyas. Sobre la base de una personalidad recia, independiente, voluntariosa y sincera hasta la transparencia, vemos evolucionar y transformarse a esta mujer singular cuyo mayor logro será, como en tantos santos del Carmelo Descalzo, haber conseguido encarnar su pensamiento filosófico, religioso y místico en la propia vida.

Edith Stein forma junto a (→ Simone Weil) y Hannah Arendt una especie de triángulo donde, de forma virtual, podríamos encerrar para su estudio y comprensión, gran parte del pensamiento del siglo XX en el corazón de Europa. Ciertamente no contienen todas las perspectivas de ese periodo, pero sí algunas muy representativas. Hablamos de un siglo que nos ha dejado parte de su complejidad en este triángulo de mujeres, grandes pensadoras, judías las tres, pero con recorridos vitales muy diferentes.

Los ojos de Hannah Arendt sondean el futuro histórico a través de la longitud de onda de la contingencia de los hechos humanos, hasta descubrir que la política no puede conseguir que la gente sea mejor, aunque es posible llegar a crear un espacio para la libertad, si las circunstancias acompañan, pero siempre dentro de unos límites estrechos. Como su pueblo judío, ella misma se convertirá en nómada, dentro de una sociedad en la que no termina de encontrar su nicho.

El pensamiento de Simone Weil conduce a reconocer el valor de la gracia en las condiciones intramundanas, en sus extremos de necesidad. El pensamiento de Weil, exige la no resistencia al orden de esa necesidad, llamada por ella “recreación”. De igual manera que Dios se decreó a sí mismo para que los seres tuvieran existencia, el alma debe renunciar a sí, exigiéndose el consentimiento del reino de la necesidad en el orden material mientras se es libre en el orden del espíritu. En este sentido, Simone Weil pide que el ser deseante viva en conformidad con la voluntad de Dios, entendida como acogimiento de todo lo que sucede bajo su permisión. Aceptando sus operaciones necesarias, alcanzara la perfección.

Esta forma de “mística” se convierte en un sublime afrontamiento del deseo de infinito, aunque sin lucha contra ese ángel que exige en la vida la acción, la duda y, sobre todo, el no poder cuadrar filosófica y teológicamente el paso oculto de Dios y nuestros propios pasos. De alguna manera, estamos condenados a no poder determinar con seguridad los pasos de Dios en la creación, sólo a intuirlos. Así, ella misma (Simone Weil) y su vida.

Frente a la robustez del pensamiento analítico de Arendt, en el que casi todo se centra en el análisis y la referencia a lo político, y en contraste con la “kénosis intelectual” de (→ Simone Weil) que conduce casi irremediablemente a la auto aniquilación como medio para compartir el sufrimiento de sus compatriotas franceses, Edith Stein es el camino hacia la apertura de la existencia que conduce a un final de elección y perdón.

Quizás pase por ahí la línea que curva definitivamente ese triángulo de pensamiento filosófico, teológico, existencial y político, para hacerlo más abarcador, acogiendo en sí la compleja realidad que caracteriza el siglo XX y que no es otra que la tecnociencia. Es esta apertura existencial de la vida de Edith la que conseguiría convertir en círculo, ese hipotético triángulo que hemos construido con el pensamiento de estas tres grandes mujeres, y que no obstante, como tantos otros, se muestra limitado para superar nuestros problemas de relación y comunicación humana. Leer más…

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“Ejemplo para tiempos convulsos”, por Gabriel Mª Otalora

Miércoles, 25 de junio de 2014
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e must have of the season ECLESALIA, 03/06/14.-Hay personas que han venido a este mundo para hacer pensar a los demás, a todos los que prefieren que sean otros quienes reflexionen por ellos y a los que no están dispuestos a cuestionar a fondo las ideas que sustentan su existencia. Hay que ver lo remueven y mueven a la reflexión, buscando, todo el día dando vueltas en torno a las verdades de la vida con el mejor corazón y afán de encontrar sincero.

Años atrás, estos temperamentos valientes eran piezas predilectas de las diferentes inquisiciones religiosas y otras más prosaicas. No ha sido el caso de la incansable Simone Weil, buscadora desde una heterodoxia que no le impidió forjarse una vida ejemplar de compromiso con el hermano, arrebatada como estaba por el mensaje de amor de Cristo. No fue ajusticiada ni maltratada por su falta de alineamiento con la Iglesia Católica. Ella batallaba consigo misma para encontrar puntos de conexión entre su fe al amor de Dios en el hermano, a la caridad evangélica alejada de la filantropía, y unirlo todo con los dogmas y prácticas de la Iglesia institución. Se consideraba no marxista y anticapitalista en su lucha incesante del bien, poniendo su praxis por encima de sistemas cerrados que impiden nuevos cauces en los que desarrollar una existencia más solidaria y fraterna.

Fue una persona estudiosa que cuestionó la vida, preguntó, inquirió respuestas, buscó a Dios mientras participaba de su obra en el mundo desde una actitud admirable fruto del riesgo de la fe comprometida que se orienta a la vida de amor proclamado en el Evangelio. Simone Weil se sentía embargada de un sentimiento religioso movido en la inspiración cristiana que le hizo anhelar una comunidad universal y un sincretismo religioso.

Su paso por este mundo fue breve; murió un 24 de agosto de 1943 con apenas 34 años que han supuesto un aldabonazo de autenticidad que le hace seguir de actualidad. Murió de puro compromiso por los demás, sabiendo renunciarse a sí misma por solidaridad. Un año antes de su muerte, escribió una carta dirigida a un religioso en donde recoge todas sus preguntas (nada menos que 35) en medio de una gran tensión vital a caballo entre su apuesta radical por la causa evangélica y algunas cuestiones de la Iglesia Institución que ella necesitaba una explicación, una opinión de contraste desde dentro de la Iglesia que le diese respuestas para incorporarse a la institución eclesial y realizar su testimonio desde dentro. Son 35 preguntas profundas desde la lucidez del creyente y la inteligencia de quien filosofa con lucidez.

simone-weil2Simone Weil incomoda, pero no por los errores dogmáticos o sus lagunas teológicas, por otra parte expuestas con humildad y con el objetivo de buscar síntesis. La  incomodidad viene del ejemplo de vida que desarbola cualquier teoría filosófica, teológica o eclesial. Desde fuera de la Iglesia, hizo Iglesia e interpretó el Evangelio más genuino como lo han hecho tantos y tantas inspirados por el Espíritu Santo, aunque hayan vivido embarcados en otra fe o en otras experiencias miles de años antes o después de Jesucristo. No se pueden poner “peros” al que busca honradamente la Verdad y menos si vive su vida conforme a los valores del Reino. Al contrario (Concilio Vaticano II); si estamos abiertos a su autenticidad tenemos una oportunidad de centrar mejor nuestra fe mediante un diálogo abierto y sincero. ¿Cómo alguien de “fuera de la Iglesia” puede enseñarnos algo? Quien así sienta, mejor haría en reflexionar sobre su pendiente conversión… Weil incomoda porque puede ayudarnos a ser más auténticos sin que probablemente podamos oponer a su vivencia radical tantas sacas de amor divino como ella generó hacia sus congéneres.

Quizá porque el religioso que recibió sus preguntas sabía de sus hechos y su postura evangélica, no fue capaz de contestarle. Quien sabe lo que aquél hombre sentiría al leer su extensa reflexión. Supongo que sentiría un desconcierto que lamentablemente se convirtió en falta de valor para recoger el guante entre dos creyentes de camino hacia la razón de sus vidas. El gran Maritain hizo de intermediario, por tanto no fue una carta enviada arrebatadamente al primer dominico que se puso delante. ¿Qué pensaría ella ella de su silencio? No podemos olvidar el tiempo en el que la judía Weil, francesa y profesora de filosofía escribe sus reflexiones: está en medio de la Segunda Guerra Mundial colaborando con la Resistencia en labores burocráticas.

Y expresaba reflexiones como esta: “La caridad y la fe, aunque distintas, son inseparables. (…) Cualquiera que sea capaz de un movimiento de compasión pura hacia un desdichado posee, quizá implícitamente, pero siempre realmente, el amor a Dios y la fe”.

Así sentía esta buena e inquieta mujer, que no dejó de ser una persona que alimentaba su fe con el Nuevo Testamento, los místicos, la liturgia y la celebración de la misa, según su propia confesión. El Espíritu sopla como y donde quiere, sin encasillarse en ningún postulado. En ninguno. Necesitamos más humildad y apertura de miras para aprender del ejemplo, y no de las meras palabras, las apariencias o los prejuicios, dando gracias a Dios por la experiencia de fe que nos ha concedido sin hacer comparaciones con los supuestos voltajes de luz espiritual que ha otorgado a los demás.

Simone Weil me ha hecho reflexionar en oración más que algunos con su ortodoxia.

GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@euskalnet.net
BILBAO (VIZCAYA).

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Creer (III)”, por Gema Juan, OCD.

Miércoles, 14 de mayo de 2014
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14027474442_cb475e0120_mLeído en su blog Juntos Andemos:

El breve recorrido hecho apunta continuamente a la fe como encuentro y a la certidumbre de que «no estamos huecos en lo interior», sino habitados. El ser humano es más de lo que aparenta, como recuerda la misma Teresa: «Veo secretos en nosotros mismos que me traen espantada muchas veces».

Habitados por un Dios inmenso que, a la vez, está muy cerca. A Teresa le preocupa que se presente a Dios como un ser lejano e inalcanzable, porque impide encontrarse con Él: «viene todo el daño de no entender con verdad que está cerca, sino imaginarle lejos». Y anima a «no extrañarse de [tener] tan buen huésped», porque la grandeza de Dios está en que no se le «pueden agotar sus misericordias».

Como tantos creyentes, Teresa de Jesús ha vivido de fe y a través de la confianza se ha unido a Dios. Del mismo modo que ella, son muchos los que desde todos los márgenes, han buscado al verse asaltados por una presencia, al intuirla o, sencillamente, al desearla.

Algunos desde muy lejos, como Simone Weil, que decía: «en toda mi vida, jamás, en ningún momento, he buscado a Dios». Sin embargo, tendrá una experiencia de una intensidad estremecedora. Siente que Cristo se hace presente y la toma. Y dirá que era «una presencia más personal, más cierta, más real que la de un ser humano».

Pascal hablará de «una invasión» que le conmueve la vida, para expresar cómo Dios se le había acercado. Y, al igual que sucede a Simone y Teresa, una certeza inamovible se instala en su vida. Cuando Dios irrumpe, cuando se hace presente y caen las barreras interiores que impiden el encuentro, no queda rastro de duda —«queda una certidumbre grandísima», dirá Teresa.

Edith Stein, en cambio, refleja una experiencia serena y silenciosa, pero que contiene un impulso íntimo y una «certeza embriagadora», como ella misma dice. Hablará de un «hecho real, no sentimiento», de los testigos que la han despertado, de poner la vida entera «en contacto con Dios» y de «estar protegido por una bondad y un amor infinitos e inmutables».

Descubre la presencia viva: «Percibo nueva vida en mí… Esta corriente vivificadora proviene de una actividad y una energía que no son las mías, pero que se realizan en mí». Y una aventura que envuelve la vida entera: «Es un mundo infinito que se abre como algo absolutamente nuevo, si uno comienza, en lugar de vivir hacia fuera, hacia adentro».

A Manuel García Morente, que se había llegado a sentir roto en medio del mundo, resentido y perdido de sí, el Dios inmenso, desdeñado por su lejanía e insultante omnipotencia, se le presenta como real, de carne y hueso, tan cercano que no pudo esquivarlo: «Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí». En adelante, una «convicción inquebrantable» acompañará a Manuel: «era Él». Era Dios.

Son solo unos pocos testigos, entre la muchedumbre de los que se ha encontrado con Dios, de quienes se han dado cuenta de que «es muy buen vecino». Han dejado atrás las dudas, porque la experiencia íntima que han vivido tiene efectos que se prolongan en el tiempo. Esa vivencia no quita las vacilaciones que acompañan la vida, ni otras soledades, pero regala una certeza única: «sabemos que siempre nos entiende Dios y está con nosotros. En esto no hay que dudar».

Creer es una decisión profundamente personal que se puede tomar de modos muy diversos. Desde la periferia de las religiones, tal vez sin confesar un Dios personal, pasando por encuentros arrebatadores o pacíficos, hasta decisiones como la de Teresa de Lisieux que, desde el seno mismo del cristianismo, elige creer en medio de la duda más dolorosa y radical.

Teresa explica que Dios «da de muchas maneras a beber», según es cada persona. Y que «hay muchos caminos en este camino del espíritu», para que cada ser humano pueda llegar a encontrarse con Dios. Tiene «tantas maneras y modos» de comunicarse, que no hay obstáculo que sea insalvable para «quien es la misma Sabiduría».

Y añadirá que, como quiera que se dé la experiencia, cualquiera que sea la manera en que Dios se comunica, ese contacto deja un rastro inequívoco: «Queda el deseo de vivir, si Él quiere, para servirle más; y si pudiese, ser parte que siquiera un alma le amase más y alabase».

«Servirle más» es conectar el impulso íntimo del que habla Edith con el «inextinguible impulso, sostenido contra la realidad, de que esta debe cambiar… y se abra paso la justicia». Horkheimer definía de esta manera la religión «en el buen sentido». Así se puede definir la experiencia espiritual en el buen sentido y la mística, cuando lo es en verdad. La fe, en definitiva, cuando es auténtica y personal.

Los testigos que hablan de su encuentro con Dios son los mejores sherpas en el camino de la fe. Unos como destellos y otros como faros, todos dando luz y esperanza para no andar ciegos. Ellos, como Moisés, han visto la «espalda» de Dios: han experimentado su misericordia y su lealtad hecha carne, compañera de vida. Y, viendo, han creído.

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“Creer (I)”, por Gema Juan OCD.

Lunes, 5 de mayo de 2014
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13851118375_ba328b1ee9_mDe su blog Juntos Andemos:

El autor de la primera carta de Pedro escribió: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado». Desde los orígenes cristianos, el amor y la alegría son dos señales de la fe. Una fe que se remonta a tiempos anteriores y se proyecta a todos los futuros, porque la fe no tiene edad.

Agar, Tomás, Teresa de Jesús, Pascal, Edith Stein, García Morente, Simone Weil… Tantos creyentes diversos aparecen unidos por una experiencia profunda, marcada con esas dos señales. Vivida de diferentes maneras, en tiempos distintos, en culturas lejanas las unas de las otras, todos ellos firman una experiencia única, íntima e intransferible que, a la vez, les ha llevado a la salida más profunda de sí mismos: la certeza de la presencia del Viviente.

Todo parece indicar que no hay ninguna situación vital que impida o bloquee la posibilidad de descubrir a Dios. Ni ser un huido o expulsado, ni tener un pasado turbulento o un presente ambiguo. Tampoco el escepticismo, la ocupación o el sexo, ni la pertenencia a un estrato social u otro. Nada resulta para Dios una traba, salvo el rechazo expreso a la luz. Porque, como dice Teresa, «Él no ha de forzar nuestra voluntad» pero «da siempre oportunidad, si queremos».

Al comienzo de la historia de la fe, una mujer hace una conmovedora confesión: «¡He visto al que me ve!». Son las palabras de Agar, la esclava de Sara, mujer de Abraham. Agar, ni siempre inocente ni merecedora de repudio, fue primero una fugitiva y después una expulsada, pero Dios se hizo presente en su penuria y ella le reconoció como Aquel «que vive y me ve».

Del Génesis al evangelio de Juan, los siglos corren y la experiencia de fe se repite. Con el apóstol Tomás, por ejemplo, que puede ser figura de los ausentes, los que llegan tarde o no están en el momento clave; imagen de quienes han perdido la oportunidad.

Es, también, un recordatorio del Dios que busca a los desencaminados y desorientados, a los que no han podido llegar, cualquiera que sea la causa. Porque para Él, todos están invitados. «Mirad que convida el Señor a todos»… y «si no nos queremos hacer bobos y cegar el entendimiento, no hay que dudar». Así lo dirá Teresa.

Tomás no deseaba cegarse, todo lo contrario. De él, decía Julián Marías, que podría muy bien ser el patrón de los filósofos, porque su actitud intelectual es irreprochable: «Pide la evidencia, y cuando la halla, la acoge con total entusiasmo y adhesión». Y su entrañable profesión de fe, ¡Señor mío y Dios mío!, ha sostenido la oración de muchos creyentes.

Tomás vio de golpe. En un instante, la presencia de Jesús se iluminó para él. A veces es así: un instante abre los ojos; «pasa en un momento» –dice Teresa–. Otras, es un largo despertar, «se entiende despacio… cuando anda el tiempo, por los efectos». Pero al fin, se puede ver y reconocer que es Jesús mismo «el que da vida… y anima para vivir por Él».

No cabe esperar que Dios se muestre a todos del mismo modo o por un mismo camino y, menos aún, que la vida se defina de la misma manera. Aunque una larga tradición viva confirma que cuando hay un encuentro auténtico con Dios, se dan señales inequívocas.

Teresa dirá: «El temor de Dios también anda muy al descubierto, como el amor; no va disimulado aun en lo exterior». Ante el misterio, el corazón se inclina y adora –de eso habla el temor de Dios–, y el amor pide salir hacia todo lo que rodea. Como sucedió a los discípulos al reconocer a Jesús: con su Espíritu, salieron a compartir la Buena Noticia.

Volviendo a los amigos de Tomás, es fácil ver qué próximos estaban a él. De Juan, dice el evangelio, que «vio y creyó». Los apóstoles, que estaban asustados y encerrados, «al verle, se llenaron de alegría» y, solo entonces, reconocieron a Jesús vivo. Y, según Marcos, cuando María Magdalena dijo que Jesús «vivía y que le había visto, se negaron a creer».

Tomás no fue muy diferente de todos ellos, en verdad. Tampoco aquellos discípulos «entristecidos, torpes y cerrados», que no vieron hasta que Jesús les iluminó el corazón. Teresa dirá de ella misma que «hasta que el Señor la dio la luz», su alma estaba ciega.

La paz es el saludo con el que Jesús resucitado se acerca a Tomás. Antes de abrir los ojos de su corazón, le da la confianza necesaria y la seguridad interior. También la paz acompaña la visión del Resucitado relatada en el Apocalipsis: «No temas… yo soy el que vive».

Es la experiencia de Agar en el desierto de Berseba, donde el Compasivo «le abrió los ojos» para salvarse, y le dijo: «No temas». Y será la de Teresa en su encuentro con el Cristo vivo: «No hayas miedo, hija, que Yo soy y no te desampararé; no temas». Una y otra vez será a través de la paz y la confianza como ella verá al que le mira: «Mira mis llagas. No estás sin mí».

Con muchos otros creyentes a lo largo de la historia, Teresa ha podido decir: ¡Señor mío y Dios mío! ¿Cómo vieron? ¿Qué les sucedió? Es posible entender con todos ellos la última bienaventuranza de Jesús: «Dichosos los que creen sin haber visto», y acercarse al misterio para «ver», de una manera que «no se puede dudar el estar allí Dios vivo y verdadero».

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