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La Cruz Gloriosa

Viernes, 14 de septiembre de 2018
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 Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar conciencia en nuestra vida del amor de Dios Padre, que no ha dudado en enviarnos a Cristo Jesús: el Hijo que, despojado de su esplendor divino y hecho semejante a nosotros los hombres, dio su vida en la cruz por cada ser humano, creyente o incrédulo (cf. Flp 2,6-11). La cruz se vuelve el espejo en el que, reflejando nuestra imagen, podemos volver a encontrar el verdadero significado de la vida, las puertas de la esperanza, el lugar de la comunión renovada con Dios.

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Estaríamos enajenados hasta el punto de permitirnos el lujo de buscar a Dios, en las horas cómodas del ocio, en templos lujosos, en liturgias pomposas y a menudo vacías, y de no verle, oírle y servirle allí dónde está, y nos espera, y exige nuestra presencia: en la humanidad, en el pobre, en el oprimido, en la víctima de la injusticia de la que somos, muy a menudo,  cómplices?

 

*

Don Helder Camara,
Un pensamiento para cada día”,
Médiaspaul, 2010

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Jesus in Love

***

Orar, es penetrar despacio, tranquilamente,
En el silencio de Dios,
Dejar a Dios darse y darme su silencio,
Para que pueda dejar mi corazón
latir al unísono del suyo,
dejar mi respiración entrar
En la respiración de Dios,
Dejarme penetrar por Su presencia,
Darme cuenta cada vez más
de que Dios está dentro de mí,
No, evidentemente, para evitar a mis hermanos
Sino para llevarles más,
Porque es verdaderamente imposible acercarse al crucificado
Sin acercarse a los crucificados del mundo entero.

*

Jean Vannier

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***

Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el centro de atracción, de salvación para toda la humanidad.

Quien no se rinde a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es bautizado, confirmado, absuelto.

El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz. No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad.

La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse.

Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada – y no sólo de una manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.

La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado .

*

G. di S. M. Maddalena,
Infinita divina, Roma 1980, pp. 342ss

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“A la puerta de nuestra casa”. 5 Tiempo Ordinario – B (Marcos 1,29-39). 04/02/2018

Domingo, 4 de febrero de 2018
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jesus_sana_suegra_pedroEn la sinagoga de Cafarnaún, Jesús ha liberado por la mañana a un hombre poseído por un espíritu maligno. Ahora se nos dice que sale de la «sinagoga» y marcha a la «casa» de Simón y Andrés. La indicación es importante, pues en el evangelio de Marcos lo que sucede en esa casa encierra siempre alguna enseñanza para las comunidades cristianas.

Jesús pasa de la sinagoga, lugar oficial de la religión judía, a la casa, lugar donde se vive la vida cotidiana junto a los seres más queridos. En esa casa se va a ir gestando la nueva familia de Jesús. En las comunidades cristianas hemos de saber que no son un lugar religioso donde se vive de la Ley, sino un hogar donde se aprende a vivir de manera nueva en torno a Jesús.

Al entrar en la casa, los discípulos le hablan de la suegra de Simón. No puede salir a acogerlos, pues está postrada en cama con fiebre. Jesús no necesita de más. De nuevo va a romper el sábado por segunda vez el mismo día. Para él, lo importante es la vida sana de las personas, no las observancias religiosas. El relato describe con todo detalle los gestos de Jesús con la mujer enferma.

«Se acercó». Es lo primero que hace siempre: acercarse a los que sufren, mirar de cerca su rostro y compartir su sufrimiento. Luego «la cogió de la mano»: toca a la enferma, no teme las reglas de pureza que lo prohíben; quiere que la mujer sienta su fuerza curadora. Por fin «la levantó», la puso de pie, le devolvió la dignidad.

Así está siempre Jesús en medio de los suyos: como una mano tendida que nos levanta, como un amigo cercano que nos infunde vida. Jesús solo sabe de servir, no de ser servido. Por eso la mujer curada por él se pone a «servir» a todos. Lo ha aprendido de Jesús. Sus seguidores hemos de vivir acogiéndonos y cuidándonos unos a otros.

Pero sería un error pensar que la comunidad cristiana es una familia que piensa solo en sus propios miembros y vive de espaldas al sufrimiento de los demás. El relato dice que ese mismo día, «al ponerse el sol», cuando ha terminado el sábado, le llevan a Jesús toda clase de enfermos y poseídos por algún mal.

Los seguidores de Jesús hemos de grabar bien esta escena. Al llegar la oscuridad de la noche, la población entera, con sus enfermos, «se agolpa a la puerta». Los ojos y las esperanzas de los que sufren buscan la puerta de esa casa donde está Jesús. La Iglesia solo atrae de verdad cuando la gente que sufre puede descubrir dentro de ella a Jesús curando la vida y aliviando el sufrimiento. A la puerta de nuestras comunidades hay mucha gente sufriendo. No lo olvidemos.

José Antonio Pagola

Audición del comentario

Marina Ibarlucea

 

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Domingo XVII del Tiempo Ordinario. 24 julio, 2016

Domingo, 24 de julio de 2016
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TO-D-XVII

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»

Lc 11,1

Lo habitual en la vida de Jesús es orar, los textos hacen referencia a su oración muchas veces, tiene importancia. En esta ocasión Jesús no está solo, cerca de él están sus discípulos, que oran con él, o al menos observan al Maestro en una actitud que cautiva el corazón de quien está cerca. Jesús ora con frecuencia, y se deja ver orando, no se esconde, el testimonio creíble del poder de la oración, y despierta el deseo de Dios en los corazones que lo ven: “Enséñanos a orar”.

Son ellos, sus discípulos, quienes toman la iniciativa, de quienes sale la propuesta… Esto no deja de ser un reto para nosotras, monjas, y para todas las personas que llevan en el corazón la Buena Noticia y desean cantarla a quienes están a su lado. A veces, nos perdemos en fórmulas y teorías que no despiertan ningún deseo en quienes nos miran; y eso que los textos de nuestra tradición ya nos dicen que “la letra mata y el Espíritu da vida. (2 Cor. 3,6). Hace poco una amiga me contaba que su hijo lloraba porque no se sabía las oraciones de la catequesis y el cura no le iba a dejar hacer la comunión. ¿Habrá comulgado con un corazón abierto a Dios o una cabeza llena de fórmulas, como si la catequesis fuera un lugar para memorizar? No imaginamos a Jesús haciendo exámenes a sus discípulos sobre el Padre Nuestro…. más bien al contrario, ayudando a que en ellos despertase el deseo de Dios.

Estamos viviendo tiempos convulsos, violentos, agresivos. Duele vernos tan perdidos, tan rapaces, tan devoradores. Indigna verse tan manipulada por las noticias, donde nos presentan buenos buenísimos y malos malísimos, como en las películas de indios y vaqueros. Como si nos existieran las personas que trabajan por la paz, que oran por la paz, que encuentran en la religión la consistencia de la vida. Como si no fueran muchos más quienes mueren fieles a Dios que quienes matan por un pseudodios. Y en este tsunami la gente busca, y busca con deseo de algo más profundo, y aparecen los guías espirituales, gurús, chamanes…

¿Y en la Iglesia? ¿Dónde están las maestros de oración que tanto estamos necesitando? Esos que despiertan el deseo de Dios, como lo hace Jesús.

El Papa escribe a las monjas: “Vivid (….) contribuyendo a que Cristo nazca y crezca en el corazón de las gentes sedientas, aunque a menudo de manera inconsciente, de Aquel que es camino, verdad y vida.” (cfr. Vultum Dei nº.37). El reto está en mostrarnos, en dejarnos ver orando, con hondura, sencillamente, sin fórmulas vacías, con espontaneidad y sobre todo, sobre todo, con profunda confianza. Y Cristo nacerá en los corazones sedientos, nacerá y crecerá con raíces hondas, libres, fuertes.

¿Cómo, dónde, cuando? No tenemos respuestas, ni teorías, solo deseo, un profundo deseo de relacionarnos con Dios, Abba, como Jesús lo hace, de sumergirnos en la relación amorosa de la Trinidad. Para ello ya nos lo dice

Jesús, ¡pidamos el Espíritu a nuestro Padre!
Derrama tu Espíritu Abba, en nuestros corazones,
en el corazón de tu Iglesia
tu Espíritu que todo lo hace nuevo.

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Orar – desear

Miércoles, 1 de junio de 2016
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ensenanos-a-orar¿Quieres no dejar de orar? No dejes nunca de desear…

Y así, hazte hueco de deseo para que Dios se cuele, el Abba de Jesús. Un hueco infinito, no un espacio único para ti solo. Repite “Abba”, Padre, nuestro.

Jesús nos enseña a orar. No sabía hacer nada el Maestro sin ese tiempo de oración, y así nos lo encontramos muchas veces en los evangelios, orando, invitando y enseñando a orar. Quedaba patente su libertad y tenía claro de dónde le brotaba la fuente, cuál era el origen de lo que vivía y por eso necesitaba alimentarlo, mantenerlo. No es infrecuente verlo desaparecer, alejarse de las muchedumbres que lo requerían y esconderse en un lugar tranquilo y solitario para confrontarse con su Padre.

Los discípulos observaban, día a día, que a Jesús se le transformaba el rostro cuando oraba. Algo sucedía en esos momentos, algo único, fuera de su alcance. Finalmente deciden preguntar al Maestro, “Señor, enséñanos a orar”.

Hoy también expresamos esa misma petición.

Señor, enséñanos a orar,
que se nos cambie el rostro como a ti,
que se nos enternezca el corazón como a ti,
que sepamos mirar como miras tú.
A ti todo te lo ha dado tu Padre, por eso, enséñanos a orar.

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Sentir el latido de Dios en la entraña

Sábado, 27 de febrero de 2016
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a_5Magdalena Bennásar Oliver
Mallorca.

ECLESALIA, 15/02/16.- En invierno nos cubrimos de ropa para protegernos del frío, viento, humedad… gracias a estas ropas nos protegemos de posibles enfermedades. La ropa también cubre nuestra intimidad pudiendo esconder enfermedades, deformaciones y belleza, mucha belleza.

Estableciendo un sencillo paralelo con nuestra vida interior y como nos protegemos, nos cubrimos no sólo para no enfriarnos sino para no exponernos. Es normal, pero la pregunta sigue siendo en muchos casos ¿es respeto a la intimidad, privacidad o es escondimiento detrás de las máscaras, que por inseguridad, ignorancia… mantenemos cubierto, enterrado, sumergido?

Para sentir el latido hace falta tocar, a no ser que la persona sufra una taquicardia o haya hecho un esfuerzo importante. No es lo normal sentir nuestros latidos, para llegar a sentirlos es necesario tocar, acercarse suavemente y buscar, palpando, ese pulso.

Tremenda escuela de oración en el propio cuerpo. Para sentir el latido de Dios tengo que tocar su cuerpo, su humanidad, la humanidad y sentirla dentro, así, sin ropas de invierno encubridoras.

¿Acaso no nos resulta más fácil atender las necesidades de los otros antes que a las nuestras?

Me arriesgo a decir que nos han hablado de una caridad en clave patriarcal, lo que ha provocado que millones de mujeres se hayan inmolado en el altar del olvido, del tomarlas por supuesto, del no valorarse porque no las valoran, ni las llaman por su nombre, ni les prestan atención más que para pedirles que hagan, sirvan, cumplan…

Tal vez los pilares de la cuaresma se podrían interpretar también con otro lenguaje:

Ayuna de miradas y palabras negativas, propias primero y también ajenas. Ayuna de esconderte y encubrir todo lo bello y bueno que tienes y eres. Ayuna de seguir cargando cargas ajenas, suéltalas. Tú no tienes la culpa de los males de los otros, tú no tienes que tragar la negatividad de los otros. Tú no tienes que lavar pies todo el rato. Tus pies también son de hija de Dios. A ver quién te los lava.

Abstente de acercarte a los que te miran como “carne” o/y “mano de obra barata”. Abstente de dejarte abusar, de dejarte acallar y mandonear por los gallitos de siempre. Se trata de alejar de ti la negatividad de las personas que no te valoran por ser quien realmente eres para que puedas descubrir el trato de Dios contigo, sin pasarlo por los mediadores que no reflejan el trato de Dios, sino el propio. No comer carne significa no alimentarte de todo aquello que te hace daño.

Da en limosna lo mejor de ti, tu belleza interior, tus talentos escondidos, tu capacidad de risa y de contar historias cuando te sientes segura y aceptada. Valora lo que eres y regálate tu plato favorito. Tal vez es un ayuno diferente, tal vez comas chocolate o te tomes un pintxo, de lo que se trata es de que salgamos del desierto en el que nos han metido para descubrir el desierto al que nos quiere conducir la Ruah. Porque todo esto no es por reivindicar, por hacer ruido, es por dar con la paz interior y colaborar así con la paz del mundo.

Ora con el Dios de Jesús, liberador, tranquilizador, amante, que dialoga con todas y no se amedrenta con las “menos cubiertas de ropajes”. Jesús pacifica, apacigua a todo el que lo necesita, menos a los que se apropian de la paz de los demás con la calumnia, abuso, explotación, falta de respeto, incluso invisibilización.

¡Feliz Cuaresma!

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.

Domingo, 21 de febrero de 2016
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En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.

De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:

“Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

No sabía lo que decía.

Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:

“Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.”

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

*

Lucas 9, 28b-36

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“Cosas de hombres y de mujeres”, por Gema Juan, OCD

Miércoles, 17 de febrero de 2016
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21113250998_5e5a5a6778_mDe su blog Juntos Andemos:

Eso decía Gandhi, que avisaba de que Dios no ha creado las fronteras, que eso es cosa de hombres y de mujeres. Cosas de seres humanos que han olvidado lo que les define: la humanidad.

Teresa de Jesús decía que es «gran bestialidad (no) saber qué cosa somos», desconocer nuestra humanidad, olvidar que todos los seres humanos son dignos, iguales, merecedores de una vida buena sin excepción. «No entendemos la gran dignidad de nuestra alma» –decía ella–, no entendemos que somos «como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal»: fuertes, preciosos y luminosos.

Resulta una bestialidad –diría Teresa– que la fuerza, la excelencia y la luz se utilicen para cosas tan poco humanas como dibujar líneas que matan, fronteras que deciden a un lado la vida y a otro la muerte o que inventan cifras, cuotas de existencia.

¿Quiénes somos? Teresa lo vuelve a preguntar, porque ve que «no nos entendemos, ni sabemos lo que deseamos, ni atinamos lo que pedimos». Con dolor, decía: «Ahora, Señor, no se quiere ver. ¡Oh, qué mal tan incurable!». Y con conciencia de la ceguera, añadía: «¡Oh codicia del género humano, que aun tierra piensas que te ha de faltar!».

Poner fronteras, contar el número de los que caben, desalojar, impedir entrar, evaluar los costes, analizar la desestabilización, preservar la identidad… son solo formas diferentes de resolver profundos problemas del mismo modo: mirando hacia otro lado.

«Esa codicia del género humano» que quiere asegurar su pedazo de tierra y con ella su seguridad, hace olvidar algo que también dice Teresa, orando con dolor y preocupación: «Resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad; mirad, Señor, que somos hechura vuestra. Válganos vuestra bondad y misericordia».

Hechura de Dios, sin excepción. Nadie está fuera de la fuente originaria de la vida: eso elimina cualquier diferencia y debería eliminar cualquier desigualdad.

Si hay tanta semejanza entre los seres humanos, se entiende la pregunta que lanzaba una conocida actriz, hablando del éxodo sirio: «¿Cuántos podríamos decir con honestidad que en su posición no haríamos lo mismo, enfrentados al miedo, la pérdida de esperanza y a una evidente falta de voluntad política internacional para acabar con el conflicto?».

Ahora se trata del conflicto sirio, pero será inevitable seguir hablando de tantos que siguen abiertos, con la violencia armada o la violencia sigilosa del hambre, que resume las carencias esenciales. Violencias que provocan éxodos, que alientan el tráfico de personas y que son alimentadas por la codicia humana, que olvida y no quiere ver.

Antes, el nobel Soljenitsin, superviviente de los campos de castigo soviéticos, decía que no se habla ni actúa de la misma manera, desde un barracón, en condiciones inhumanas, bajo vejaciones continuas y amenaza de muerte, que desde el cuarto caliente y ordenado en el que, mucho más tarde, escribía sus libros.

Tal vez, sea necesario recordar estas reflexiones y recordar con Teresa que la tierra que pisamos no es nuestra, sino recibida; la tierra y todo lo demás que, por el mero hecho de haber nacido en una latitud y en un ambiente propicio, se puede lograr.

Y recordar sus palabras, que atañen a todos: «Aquellos bienes no son suyos, sino que se los dio el Señor como a mayordomos suyos, para que partan a los pobres, y que les han de dar estrecha cuenta del tiempo que lo tienen sobrado en el arca, suspendido y entretenido a los pobres, si ellos están padeciendo».

Cuando Teresa habla de la presencia permanente de Jesús, une esa presencia a un modo muy concreto de vivir: «Querer tanto para su prójimo como para sí». Da qué pensar y da una razón imperiosa para querer menos para uno mismo: que llegue a haber para los demás. Y enlaza con lo que el Papa Francisco ha recordado: que los refugiados –y todo sufriente– son la carne de Cristo que pide acogida. Una acogida concreta que requiere criterio y responsabilidad y, también, valor.

La fuerza para acoger a Cristo, a los sufrientes de mil rostros, la da el mismo Jesús que –dice Teresa– «no hace diferencia de Él a nosotros», que ha adelantado su «Sí», para que no haya excusa para hacer diferencias. Y no ir solos, sino «hacerse espaldas», juntarnos «para procurar más su honra y gloria y algún provecho de las almas».

«Entender en obras de caridad y esperar en la misericordia de Dios, que nunca falta a los que en Él esperan», es lo que aconseja Teresa. Mirar de frente y tender la mano a quien necesita un poco de humanidad y confiar en Dios.

Obrar y confiar. También, y sobre todo, eso son cosas de hombres y de mujeres.

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Orar es…

Lunes, 14 de septiembre de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Orar, es penetrar despacio, tranquilamente,
En el silencio de Dios,
Dejar a Dios darse y darme su silencio,
Para que pueda dejar mi corazón
latir al unísono del suyo,
dejar mi respiración entrar
En la respiración de Dios,
Dejarme penetrar por Su presencia,
Darme cuenta cada vez más
de que Dios está dentro de mí,
No, evidentemente, para evitar a mis hermanos
Sino para llevarles más,
Porque es verdaderamente imposible acercarse al crucificado
Sin acercarse a los crucificados del mundo entero.

*

Jean Vannier

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Orar la actualidad

Viernes, 22 de mayo de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Orar, es suplicar.
Suplicar la actualidad.

Pedir gracia, reconocer su impotencia,
clamar su inocencia,
pero reclamar justicia también, protestar, gritar.
Y hasta el fondo de su templo o de su abadía,
confesar su vergüenza y pedir cuentas.

Rogar, es alumbrar.
Alumbrar la actualidad.

Alumbrar suavemente, tiernamente,
con una mecha y un poco de aceite.
Depositar una lámpara sobre el cajón de los titulares
y descubrir que la zarza ardiente se esconde a veces
en la esquina de una despensa.

Orar, es rumiar.
Rumiar la actualidad.

No sólo respirarla, comerla
sino ingerirla para que penetre en nosotros,
que nos trabaje, que se transubstancie,
que se haga nuestro cuerpo, nuestra sangre,
nuestro lenguaje, nuestro silencio …

Orar, es respirar.
Respirar la actualidad.

Que yo marche a su paso,
qué su corazón lata en mí,
qué su soplo me habite.
Como en “la oración del corazón ” del Oriente cristiano:
respirar el nombre de Dios,
pronunciarlo, dejarlo pronunciarse en sí,
sístole, diástole, y pronunciar lentamente el nombre
de las y los que pueblan las noticias,
desgranar el rosario de los rostros,
recitar la letanía de los acontecimientos del día …

*

Gabriel Ringlet

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“Retirarse a orar”. 5 Tiempo Ordinario – B (Marcos 1,29-39) Evangelio del 08/02/2015

Domingo, 8 de febrero de 2015
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793783-200x300En medio de su intensa actividad de profeta itinerante, Jesús cuidó siempre su comunicación con Dios en el silencio y la soledad. Los evangelios han conservado el recuerdo de una costumbre suya que causó honda impresión: Jesús solía retirarse de noche a orar.

El episodio que narra Marcos nos ayuda a conocer lo que significaba la oración para Jesús. La víspera había sido una jornada dura. Jesús «había curado a muchos enfermos». El éxito había sido muy grande. Cafarnaúm estaba conmocionada: «La población entera se agolpaba» en torno a Jesús. Todo el mundo hablaba de él.

Esa misma noche, «de madrugada», entre las tres y las seis de la mañana, Jesús se levanta y, sin avisar a sus discípulos, se retira al descampado. «Allí se puso a orar». Necesita estar a solas con su Padre. No quiere dejarse aturdir por el éxito. Solo busca la voluntad del Padre: conocer bien el camino que ha de recorrer.

Sorprendidos por su ausencia, Simón y sus compañeros corren a buscarlo. No dudan en interrumpir su diálogo con Dios. Solo quieren retenerlo: «Todo el mundo te busca». Pero Jesús no se deja programar desde fuera. Solo piensa en el proyecto de su Padre. Nada ni nadie lo apartará de su camino.

No tiene ningún interés en quedarse a disfrutar de su éxito en Cafarnaúm. No cederá ante el entusiasmo popular. Hay aldeas que todavía no han escuchado la Buena Noticia de Dios: «Vamos… para predicar también allí».

Uno de los rasgos más positivos en el cristianismo contemporáneo es ver cómo se va despertando la necesidad de cuidar más la comunicación con Dios, el silencio y la meditación. Los cristianos más lúcidos y responsables quieren arrastrar a la Iglesia de hoy a vivir de manera más contemplativa.

Es urgente. Los cristianos, por lo general, ya no sabemos estar a solas con el Padre. Los teólogos, predicadores y catequistas hablamos mucho de Dios, pero hablamos poco con él. La costumbre de Jesús se olvidó hace mucho tiempo. En las parroquias se hacen muchas reuniones de trabajo, pero no sabemos retirarnos para descansar en la presencia de Dios y llenarnos de su paz.

Cada vez somos menos para hacer más cosas. Nuestro riesgo es caer en el activismo, el desgaste y el vacío interior. Sin embargo, nuestro problema no es tener muchos problemas, sino no tener la fuerza espiritual necesaria para enfrentarnos a ellos.

José Antonio Pagola

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Orar

Jueves, 13 de noviembre de 2014
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Orar, es penetrar despacio,
tranquilamente,
En el silencio de Dios,
Dejar a Dios darse
y darme su silencio,
Para que pueda dejar mi corazón
Latir al unísono del suyo,
Dejar mi respiración entrar
En la respiración de Dios,
Dejarme entrar en Su presencia,
Darme cuenta cada vez más
De que Dios está dentro de mí,
No, evidentemente, para evitar a mis hermanos,
Sino para llevarles más,
Porque es verdaderamente imposible
acercarse al Crucificado sin acercarse
A los crucificados del mundo entero.

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Jean Vanier.

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“Meditar”, por José Arregi.

Miércoles, 12 de febrero de 2014
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462331Leído en su blog:

Amiga, amigo: quiero invitarte a meditar. Tal vez te suene a orientalismo barato o a moda superficial o a fraude espiritual cuando no económico. De todo hay, y no poco, pero la meditación es otra cosa, y es algo vital. Te invito a practicarla cada día, pues todos los días necesitamos vivir y respirar. Para vivir y respirar, nada mejor que estar plenamente allí donde estamos, justo en el medio, en el centro mismo de lo que somos, y medirlo todo en su justa medida. Eso es meditar, ni más ni menos, y sería la mejor medicina para nuestros peores males.

La misma palabra nos guía, como sucede casi siempre. “Meditar” viene de la antigua raíz indoeuropea med-, del que provienen el sánscrito madha (“sabiduría”) y el griego médomai (“conocer, pensar, meditar”, pero también “cuidar, curar, poner remedio”), y el latín medium (centro, medio) y médicus, medicina, remedium, y el castellano medir. Meditar es sumergirnos en el centro profundo de nuestro ser, que es el Corazón de todos los seres. Meditar es centrarnos más allá de nuestro ser separado, descentrarnos en el misterioso Medio y Fondo en el que todo es, en el que todos los seres vivimos, nos movemos y somos, y allí volver a hallarnos en paz. Y hallar así la medicina de mi ser, el remedio de las heridas abiertas por todas mis cerrazones. Eso es meditar. Y no importa la forma.

Meditar no es pensar, reflexionar, cavilar. Por cierto, no nos vendría nada mal dedicar cada día un rato a pensar y tener un criterio razonado sobre las imágenes, slogans y discursos que nos inundan, engañan y asfixian. Pero el pensamiento o la mente, que es uno de nuestros recursos más útiles, puede convertirse fácilmente en la trampa más peligrosa. Pues fácilmente sucede que la mente con sus pensamientos nos separa de nuestro medio, nuestro centro, nuestro ser profundo indemne, bueno y feliz. Y nos convence de que somos los recuerdos que nos hieren, los miedos que albergamos y los proyectos que concebimos y que acaban por agotarnos. Es bueno y necesario pensar, pero meditar no es eso. Los pensamientos pueden ayudarte a meditar, pero solo a condición de que te lleven más allá, a SER.

Meditar no es rezar, aunque una oración bella y sentida puede ayudarte a meditar, a entrar en la secreta y universal bienaventuranza de tu ser. ¿Qué otra cosa han hecho muchas gentes sencillas rezando el rosario u “oyendo” la misa, simplemente dejándose llevar más allá de las oraciones que recitaban o los sermones que escuchaban? La oración más devota, el sermón más brillante o la idea más sublime acerca de “Dios” pueden alejarte de Dios, impedirte ser en Dios o ser Dios, bondad indemne, feliz y creadora, que ES lo que ERES. Puedes ser Lo que Eres. Eso es meditar.

Meditar es entrar en el silencio, que es mucho más que callar. Entrar en el silencio que es la vibración universal, el Espíritu creador, la quietud activa, la paz profunda que todo lo habita y mueve. Meditar es adentrarse, como Elías en el Horeb, en la brisa suave que es la Presencia de Dios en todas las cosas.

Meditar es calmar y acallar la mente. Es mucho más que sentarse, quedar quietos y callar, pero es muy bueno sentarse, quedarse quieto y callar. Y liberarte de las ideas que te torturan, de tus angustias, miedos y rencores. Y, libre de tus pensamientos, desapegado de tu ego, simplemente atender, recoger toda tu atención en la misteriosa Presencia Buena, el Presente que te envuelve y eres. Y mirarlo todo en su simplicidad primera, con mirada compasiva.
Para ejercitar la simple y pura atención, puedes fijarla en tu respiración, o en tu cuerpo, o en un mantra o una jaculatoria cualquiera, o en una imagen que te inspira.

Meditar así cada día es la mejor medicina, y tú mismo lo podrás comprobar, pero solo a condición de que no busques ningún resultado, ningún remedio. A condición de que te recojas humildemente, simplemente, como un niño en brazos de su madre.

José Arregi

Para orar.

“LA CEGUERA”

“Mirar no es sólo asunto de los ojos.
Primero, ciérralos unos instantes
y dentro de ti busca -en tu sosiego-
la facultad de ver.
Y ahora ábrelos, y mira”

(Eloy Sánchez Rosillo)

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Recordatorio

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