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Meditar (Espíritu de principiante)

Miércoles, 18 de octubre de 2023
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Comencé a sentarme a meditar en silencio y quietud por mi cuenta y riesgo, sin nadie que me diera algunas nociones básicas o que me acompañara en el proceso. La simplicidad del método —sentarse, respirar, acallar los pensamientos…— y, sobre todo, la simplicidad de su pretensión —reconciliar al hombre con lo que es— me sedujeron desde el principio. Como soy de temperamento tenaz, me he mantenido fiel durante varios años a esta disciplina de, sencillamente, sentarse y recogerse; y enseguida comprendí que se trataba de aceptar con buen talante lo que viniera, fuera lo que fuese.

Durante los primeros meses meditaba mal, muy mal; tener la espalda recta y las rodillas dobladas no me resultaba nada fácil y, por si esto fuera poco, respiraba con cierta agitación. Me daba perfecta cuenta de que eso de sentarse sin hacer nada más era algo tan ajeno a mi formación y experiencia como, por contradictorio que parezca, connatural a lo que en el fondo yo era. Sin embargo, había algo muy poderoso que tiraba de mí: la intuición de que el camino de la meditación silenciosa me conduciría al encuentro conmigo mismo tanto o más que la literatura, a la que siempre he sido muy aficionado.

Para bien o para mal, desde mi más temprana adolescencia he sido alguien muy interesado en profundizar en mi propia identidad. Por eso he sido un ávido lector. Por eso cursé Filosofía y Teología en mi juventud. El peligro de una inclinación de este género es, por supuesto, el egocentrismo; pero gracias al sentarse, respirar y nada más, comencé a percatarme de que esta tendencia podía erradicarse no ya por la vía de la lucha y la renuncia, como se me había enseñado en la tradición cristiana, a la que pertenezco, sino por la del ridículo y la extenuación. Porque todo egocentrismo, también el mío, llevado a su extremo más radical, muestra su ridiculez e inviabilidad. De pronto, gracias a la meditación, incluso el narcisismo mostraba un lado positivo: gracias a él, podía perseverar yo en la práctica del silencio y de la quietud. Y es que hasta para el progreso espiritual es preciso tener una buena imagen de sí mismo“.

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Es el primer capítulo de Biografía del silencio, de Pablo de Ors; disposición exterior e interior para iniciar la meditación.

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Aprendamos a meditar

Viernes, 28 de octubre de 2022
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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Aprendamos a meditar sobre el papel.
El dibujo y la escritura son formas de meditación.
Aprendamos a contemplar las obras de arte.
Aprendamos a orar en las calles o en el campo.
Sepamos meditar no sólo cuando tenemos un libro en las manos,
sino también mientras estamos esperando el autobús o viajamos en tren.
Sobre todo, entremos en la liturgia de la Iglesia
y hagamos que el ciclo litúrgico pase a formar parte de nuestra vida,
dejando que su ritmo penetre en nuestro cuerpo y en nuestra alma

*

Thomas Merton

original

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Salmo IV

Martes, 4 de agosto de 2020
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Del blog Nova Bella:

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En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti

*

Salmo 62

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¿Ha llegado la Pascua?

Sábado, 22 de abril de 2017
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el-amor-es-el-arbol-amar-es-el-fruto_560x280El amor es el árbol, amar es el fruto…

“Vivir en profundidad la experiencia de Dios”

“Tiempo especial de escucha y meditación de la Palabra”

(José Alegre).- ¿Verdaderamente ha llegado la Pascua a tu vida? La Regla de los monjes dice que en la víspera de la Pascua “ofrecer espontáneamente algo a Dios con gozo del Espíritu Santo: esto es que sustraiga a su cuerpo algo de comida, bebida, sueño, conversación y pasatiempo, y esperar la santa Pascua con la alegría de un espiritual anhelo”… (RB 49,6)

Quizás esto era para recordarlo mejor al principio de Cuaresma. Pero lo que no podemos hacer cuando deseamos vivir en profundidad la experiencia de Dios, es partir de nosotros mismos, de nuestras previsiones y prácticas, de nuestros planteamientos, pues nuestra debilidad nos impide ser plenamente fieles. Por esto debemos partir siempre de la iniciativa divina, de escuchar su palabra. Dice san Hilario:

Instruido en la ciencia divina, el hombre se convierte en una morada de Dios… Dios no viene a habitar en la mente de los creyentes con una venida corporal, sino que penetra en el corazón en virtud de una fuerza espiritual e infunde como una luz a toda la mente…. (Coment Sal 131)

De aquí que la preparación de la Pascua ha venido siempre recomendada como un tiempo especial de escucha y meditación de la Palabra. Y a partir de aquí tienen sentido todas nuestras penitencias.

¿Lo has hecho así?

Pues atiende a lo que exhorta la Palabra:

Hijo mío, no olvides mi instrucción, conserva en la memoria mis preceptos, porque alargaran los días y años de tu vida y tu prosperidad… En todos tus caminos piensa en él y él allanará tus sendas… (Prov 3,1s)

Esta instrucción nos lleva a penetrar en el misterio de Dios, que es un misterio de amor. Un misterio que es más fuerte que la vida, pues es precisamente de este misterio de amor de donde brota la vida. Y este es el misterio que celebramos estos días: el amor hasta el extremo. Y cuando llevamos el amor hasta el extremo la vida misma está subordinada a este amor. Y este amor se resuelve en una nueva vida.

Pero vivir este misterio exige crecer en el apego o en el deseo de ese amor. Y, simultáneamente, crecer en el desapego a la vida. En una palabra:
valorar más el amor que la vida

Y esta no es una tarea fácil. Escribe el Papa Benet XVI: “Sólo cuando alguien valora más el amor por encima de la vida, a saber: sólo cuando alguien está dispuesto a someter la vida al amor, por el amor del amor, puede el amor ser más fuerte que la muerte y mayor que la muerte”.

Quizás los 50 días que tenemos los cristianos, hasta Pentecostés, para profundizar en la vivencia del misterio de Pascua, pueden ser interesantes si reflexionamos sobre la relación entre la vida y el amor, teniendo como referencia a Quien vivió en plenitud esta relación: Jesús de Nazaret.

En el ritmo de la vida de hoy no es fácil esta reflexión, pero sin vivir esta reflexión difícilmente puede crecer en nosotros la fe en la Resurrección. Si lo aceptas te puedo ofrecer un punto de ayuda a tu reflexión, que tomo del “Libro del Amigo y del Amado de Ramón Llull:

“El Amigo preguntó a su Amado: ¿Qué es más grande, el amor o el hecho de amar? Y el Amado le respondió: En la criatura el amor es el árbol, amar es el fruto; las penas y los sufrimientos son las flores y las hojas del árbol. Pero en Mí, amor y amar son, sin penas y sin sufrimientos, una sola y misma cosa.” (nº 85)

Fuente Religión Digital

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“Meditar y despertar”, por Enrique Martínez Lozano

Viernes, 13 de enero de 2017
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despertarLa esencia del despertar consiste en ser conscientes, permanecer atentos –nuestro mayor problema es la inatención– y contemplar clara y directamente la verdad de nuestra experiencia, instante tras instante.

La contemplación de la verdad –la realidad tal como es– transforma. Deja que la lluvia del silencio caiga sobre la mente…, que limpie, que drene… Ver “lo que hay”, nos libera de ello. Lo visto se libera, lo no visto se repite. Soy esclavo de todo lo que no he visto interiormente y la libertad empieza cuando me doy cuenta, cuando soy consciente de lo que soy.

Contemplar  (meditar) es aprender a mirar sin pensar, sin interpretar, sin valorar; es permanecer serenamente atento a lo que sucede, exterior e interiormente. No evites lo que está, no traigas lo que no está, mantente presente. No se trata de reprimir, sino de ver, sin apego ni rechazo, sin darle fuerza.

El poder del amor es el poder del desapego. El apego deriva del miedo y enmascara el amor. Es necesario soltar todo para asumirlo sin aferramiento, sin miedo. El amor es la ley universal que soluciona todos los “problemas”. Se te dará en cada momento lo que necesites. Todo lo que te llegue será lo adecuado. La consciencia nos lleva a donde tenemos que ir. Sigue tu propia dirección, es única.

No es que las cosas no te vayan a afectar. Pero podrás reconocerte como un “recipiente” amplio, capaz de acoger todo lo que aparece, del mismo modo que el océano acoge todas las olas que surgen en él, o que el firmamento acoge todas las nubes que lo surcan.

La realidad no es como la pensamos, la concebimos o la representamos. Lo que llamamos “nuestro mundo” no es algo que esté “ahí fuera”, independiente de nosotros; eso es solo una modelación de lo real hecha a nuestra medida, de acuerdo con nuestras necesidades y deseos, y en función de nuestra capacidad cerebral, nuestros sensores y nuestra acción.

Tal como nos hace comprender la física cuántica, “yo” no soy yo, sino únicamente un cruce de caminos entre informaciones del universo, una red de vibraciones cuánticas; mi presunta identidad individual o mi separación del resto de la humanidad (o del universo) es tan solo una falacia de mi mente. “Somos –escribe el físico Carlo Rovelli– una red de interrelaciones… La sustancia primera de nuestros pensamientos es una riquísima información recogida, intercambiada, acumulada y continuamente elaborada” [i].

Nuestras personas no son “reales”, sino un simple momento de “Eso”, lo único que realmente es. Detrás de las apariencias que crea nuestra mente, lo que hay es Eso –la realidad de la realidad– que se halla más allá de todas nuestras modulaciones… y que, al mismo tiempo, constituye nuestra verdadera identidad.

Eso está más allá de la mente y de sus construcciones. Podemos intuirlo, vislumbrarlo o incluso captarlo –porque lo somos–, pero para nuestra mente será siempre como un inmenso abismo inacotable. Nuestras personas son meras “formas” que adopta aquella inmensidad irrepresentable.

Para crecer en comprensión, necesitamos tomar distancia de nuestras propias construcciones mentales y, acallada la mente, acceder al “conocimiento silencioso” que nos introduce en lo realmente real, en esa “inmensidad abismal” que los místicos han nombrado como “Nada” –porque ahí nuestra mente y nuestro corazón no tienen dónde agarrarse– y que, para sorpresa de la mente, constituye nuestra verdadera identidad [ii].

Ahí acaban las preguntas –toda pregunta denota ignorancia, porque cualquier inquietud o interés se refiere, por necesidad, al reino de lo aparente y, por tanto, irreal e inexistente– para emerger un Silencio en el que todo se diluye en la Nada; en el aquí y ahora, que es siempre el eterno presente (el tiempo es una ficción más del mundo de la apariencia).

No quedan preguntas porque tampoco hay ya necesidad alguna de ver o de no ver, es decir, de ser o de no ser. Simplemente, todo es. Porque, en contra de la percepción de la mente, todo –el árbol, la piedra, la mesa…, la persona– es consciencia. Por lo que no vemos nunca otra cosa que no sea consciencia, en las infinitas formas que adopta. Consciencia plenamente consciente de sí, puesto que ya no se confunde con sus manifestaciones.

Enrique Martínez Lozano

[i] C. ROVELLI, Sette brevi lezioni di física, Adelphi, Milano 2014, p.76.

[ii] M. CORBÍ, El conocimiento silencioso. Las raíces de la cualidad humana (Una selección de textos a cargo de Teresa Guardans), Barcelona, Fragmenta 2016.

Fuente Fe Adulta

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“Meditar”, por José Arregi.

Miércoles, 12 de febrero de 2014
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462331Leído en su blog:

Amiga, amigo: quiero invitarte a meditar. Tal vez te suene a orientalismo barato o a moda superficial o a fraude espiritual cuando no económico. De todo hay, y no poco, pero la meditación es otra cosa, y es algo vital. Te invito a practicarla cada día, pues todos los días necesitamos vivir y respirar. Para vivir y respirar, nada mejor que estar plenamente allí donde estamos, justo en el medio, en el centro mismo de lo que somos, y medirlo todo en su justa medida. Eso es meditar, ni más ni menos, y sería la mejor medicina para nuestros peores males.

La misma palabra nos guía, como sucede casi siempre. “Meditar” viene de la antigua raíz indoeuropea med-, del que provienen el sánscrito madha (“sabiduría”) y el griego médomai (“conocer, pensar, meditar”, pero también “cuidar, curar, poner remedio”), y el latín medium (centro, medio) y médicus, medicina, remedium, y el castellano medir. Meditar es sumergirnos en el centro profundo de nuestro ser, que es el Corazón de todos los seres. Meditar es centrarnos más allá de nuestro ser separado, descentrarnos en el misterioso Medio y Fondo en el que todo es, en el que todos los seres vivimos, nos movemos y somos, y allí volver a hallarnos en paz. Y hallar así la medicina de mi ser, el remedio de las heridas abiertas por todas mis cerrazones. Eso es meditar. Y no importa la forma.

Meditar no es pensar, reflexionar, cavilar. Por cierto, no nos vendría nada mal dedicar cada día un rato a pensar y tener un criterio razonado sobre las imágenes, slogans y discursos que nos inundan, engañan y asfixian. Pero el pensamiento o la mente, que es uno de nuestros recursos más útiles, puede convertirse fácilmente en la trampa más peligrosa. Pues fácilmente sucede que la mente con sus pensamientos nos separa de nuestro medio, nuestro centro, nuestro ser profundo indemne, bueno y feliz. Y nos convence de que somos los recuerdos que nos hieren, los miedos que albergamos y los proyectos que concebimos y que acaban por agotarnos. Es bueno y necesario pensar, pero meditar no es eso. Los pensamientos pueden ayudarte a meditar, pero solo a condición de que te lleven más allá, a SER.

Meditar no es rezar, aunque una oración bella y sentida puede ayudarte a meditar, a entrar en la secreta y universal bienaventuranza de tu ser. ¿Qué otra cosa han hecho muchas gentes sencillas rezando el rosario u “oyendo” la misa, simplemente dejándose llevar más allá de las oraciones que recitaban o los sermones que escuchaban? La oración más devota, el sermón más brillante o la idea más sublime acerca de “Dios” pueden alejarte de Dios, impedirte ser en Dios o ser Dios, bondad indemne, feliz y creadora, que ES lo que ERES. Puedes ser Lo que Eres. Eso es meditar.

Meditar es entrar en el silencio, que es mucho más que callar. Entrar en el silencio que es la vibración universal, el Espíritu creador, la quietud activa, la paz profunda que todo lo habita y mueve. Meditar es adentrarse, como Elías en el Horeb, en la brisa suave que es la Presencia de Dios en todas las cosas.

Meditar es calmar y acallar la mente. Es mucho más que sentarse, quedar quietos y callar, pero es muy bueno sentarse, quedarse quieto y callar. Y liberarte de las ideas que te torturan, de tus angustias, miedos y rencores. Y, libre de tus pensamientos, desapegado de tu ego, simplemente atender, recoger toda tu atención en la misteriosa Presencia Buena, el Presente que te envuelve y eres. Y mirarlo todo en su simplicidad primera, con mirada compasiva.
Para ejercitar la simple y pura atención, puedes fijarla en tu respiración, o en tu cuerpo, o en un mantra o una jaculatoria cualquiera, o en una imagen que te inspira.

Meditar así cada día es la mejor medicina, y tú mismo lo podrás comprobar, pero solo a condición de que no busques ningún resultado, ningún remedio. A condición de que te recojas humildemente, simplemente, como un niño en brazos de su madre.

José Arregi

Para orar.

“LA CEGUERA”

“Mirar no es sólo asunto de los ojos.
Primero, ciérralos unos instantes
y dentro de ti busca -en tu sosiego-
la facultad de ver.
Y ahora ábrelos, y mira”

(Eloy Sánchez Rosillo)

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