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“Lo que yo creo II: Jesús de Nazaret”

Miércoles, 26 de octubre de 2022
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untaljesusTomás Maza Ruiz
Madrid.

ECLESALIA, 30/09/22.- La palabra creer es polisémica, es decir puede tener varios significados. En este caso no es lo mismo creer en Dios que creer en Jesús. No es sólo afirmar que éste ha existido en contra de los que niegan su existencia, Aunque hay algunos que han negado su existencia, la inmensa mayoría afirman que la vida de Jesús es tan real como la de Julio César o Miguel de Cervantes o la de cualquier personaje histórico. Pero cuando digo que creo en Jesús no afirmo únicamente su existencia humana, sino que me siento especialmente unido a él, que participo de su mensaje, que creo que su vida y su muerte han servido y siguen sirviendo de inspiración y ayuda para millones de personas desde hace dos mil años y seguirán siéndolo en el futuro.

¿Se puede saber con exactitud cómo fue la vida de Jesús y su mensaje? Retazos de su vida se hallan reflejados en los evangelios que son relatos escritos por seguidores suyos varias décadas después de su muerte. Pero estos relatos no pretenden ser biografías suyas, sino una transmisión de su mensaje, tal como lo entendían los redactores de los evangelios. En estos escritos se mezclan los datos históricos con otros míticos que intentan transmitir una enseñanza y sobre todo reflejar el impacto emocional que sintieron los primeros seguidores al convivir estrechamente con Jesús. Para explicar su vida recurrieron a la experiencia religiosa de la lectura de la Biblia en la sinagoga judía. Recordaron los escritos de los profetas de Israel e interpretaron, con mayor o menor acierto, estos escritos como anuncios de lo que había de ser la vida y el mensaje de Jesús.

Se puede pensar que como personas implicadas emocionalmente por la persona con la que habían compartido íntimamente su vida, su testimonio era parcial y, por tanto, poco creíble. Sin duda alguna su testimonio no era imparcial, como lo podía ser el de un espectador desinteresado, pero el entusiasmo de los seguidores era consecuencia del impacto y la sorpresa que les provocaban las palabras y los hechos de Jesús. Lo cual no quiere decir que entendieran exactamente la persona de Jesús. En varias ocasiones se preguntan: ¿Quién es éste que hace estas cosas? También Jesús reprocha a sus discípulos su falta de fe y que no entienden sus parábolas.

Otros datos que influyeron en la redacción de los evangelios y el más importante es que estos escritos no fueron los primeros que se escribieron. Los primeros testimonios escritos fueron los de Pablo en los años cincuenta de la era cristiana. Pablo era un discípulo que no había conocido a Jesús y que escribió sus cartas unos veinte años antes de la redacción del primero de los evangelios, el de Marcos en la década de los años setenta. Pablo, antiguo perseguidor de la comunidad de Jesús, se convirtió en seguidor de Jesús tras una experiencia mística. Pero su conversión no fue al Jesús terreno, al que no conoció, sino al Cristo resucitado y sentado en el Cielo a la derecha del Padre. Su interpretación de la vida y la muerte de Jesús estaba inspirada en la literatura judía.

Según las tradiciones judías Dios había establecido una alianza con el pueblo hebreo, pero éste había quebrantado una y otra vez esta alianza. La fiesta de la Pascua había sido establecida para obtener la reconciliación divina mediante el sacrificio de un cordero sin mancha; la sangre del cordero conseguía el perdón de Dios. Pablo establece un paralelismo de la fiesta de la Pascua con la muerte de Jesús: “El Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores. Así demuestra Dios el amor que nos tiene” (Rm 5,8), “Ahora Dios nos ha rehabilitado por la sangre del Mesías” (Rm 5,9), “Dios derramó sus bendiciones sobre nosotros por medio de su Hijo querido, el cual con su sangre nos ha obtenido la liberación” (Ef 1,7). Esta interpretación de la muerte de Jesús influyó de tal modo en la primitiva comunidad cristiana que se reflejó en la redacción de los evangelios; por ello se identifica a Jesús con “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y por eso en el evangelio de Juan cuando los soldados quiebran las piernas a los dos dos crucificados que acompañaban a Jesús y no lo hacen con Jesús por haber fallecido ya, dice el evangelista que se cumple la profecía que dice “No le quebrarán ningún hueso”. Se refiere al cordero pascual, sin mancha, al que no se le debe quebrar ningún hueso.

Este interpretación ha prevalecido en el desarrollo de la Iglesia cristiana, sobre todo por los escritos de Agustín de Hipona que basándose en el relato mitológico del pecado de Adán y Eva y que este teólogo consideró que este pecado fue hereditario y que todos los humanos al nacer lo heredamos. Al estar toda la humanidad en pecado hacía falta el sacrificio de Jesús, reconocido como Dios y hombre verdadero en los primeros concilios. Su sangre era lo único que nos podía procurar el perdón de Dios. Pero según esta interpretación Dios no es el Padre misericordioso que predicaba Jesús, sino un dios intolerante que sólo perdona por medio del derramamiento de sangre. Todavía en nuestras liturgias aclamamos a Jesús como el Cordero sin mancha que nos ha liberado de nuestros pecados, todavía seguimos creyendo que el sacramento del Bautismo nos borra el pecado original, todavía creemos en el dogma proclamado por el papa Pío IX en 1854 que María, la madre de Jesús, fue concebida sin la mancha del pecado original y por eso la llamamos la Inmaculada.

Con estos comentarios no pretendo minimizar las enseñanzas de las cartas de Pablo ni las de los evangelios que junto con el resto de la Biblia siempre son considerados en nuestras liturgias “palabra de Dios”. Dios se nos revela de diferentes formas y una de ellas es la palabra escrita en la Biblia, pero esta palabra tiene que ser transmitida por personas humanas que la entienden según su cultura, sus ideas, sus tradiciones y creencias religiosas: es decir que en frase de un querido teólogo, José María Díaz- Alegría, “la Biblia es palabra de Dios, pero también es palabra de los hombres”. Por lo tanto la Biblia, las palabras de los teólogos, los dogmas y las enseñanzas de los dirigentes religiosos han de ser respetadas, pero también entendidas como palabras humanas sujetas a la reflexión y al discernimiento de cada uno de los cristianos.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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“Lo que yo creo I: Dios”

Martes, 25 de octubre de 2022
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diosTomás Maza Ruiz
Madrid.

ECLESALIA, 30/09/22.- Yo creo en Dios. Pero, ¿qué significa esta expresión? ¿En qué Dios creo? El catecismo de mi infancia describía a Dios como un ser todopoderoso que habita en el Cielo, todo Sabio, todo Justo, creador del Cielo y de la Tierra con todo lo que ella contiene: plantas, animales y sobre todo los seres humanos a los que nos ha impuesto leyes que si las cumplimos nos premiará y en caso contrario nos castigará.

Esta idea del antiguo catecismo no es la de Jesús que veía a Dios como a un Padre amoroso que quiere a todos los seres humanos como hijos y que desea que todos nos amemos unos a otros y que nuestra vida en este mundo sea feliz. Jesús nos pide que amemos a todos, aunque sean enemigos y esta máxima, contenida en las principales religiones, es la llamada “Regla de oro”: “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti” o bien “haz a los demás lo que quisieras que te hagan a ti”.

Sin embargo las iglesias cristianas han preferido siempre ver a Dios como todopoderoso y han insistido en el pecado de los seres humanos y el consiguiente miedo al castigo eterno.

La idea de un Dios o varios dioses ha sido constante en todas las religiones. Generalmente Dios o los dioses imponían a los humanos obligaciones que en caso de incumplimiento merecían un castigo. De este modo cuando a una persona le sucede una desgracia lo considera un “castigo de Dios” por sus pecados. Por eso las religiones imponen penitencias y los humanos ofrecen sacrificios a las divinidades para tenerlas propicias. Así han nacido las liturgias regidas por los sacerdotes que se consideran intermediarios entre los humanos y la divinidad.

Esta imagen de un Dios castigador que está presente en toda la historia del Pueblo de Israel y que ha seguido siendo omnipresente en la historia del cristianismo ha sido una pesada losa en nuestra civilización cristiana. Es necesario, pues, volver a la idea de Jesús de un Dios que nos ama como hijos y no como el dios que está pendiente de nuestros actos para premiarlos o castigarlos en esta o en la otra vida.

Por otra parte, la imagen de Dios que nos ofrece la Biblia es propia de las creencias que tenían los autores que la redactaron. La idea que tenían estas personas del Universo era que éste estaba situado en tres planos:

  1. La bóveda celeste donde el Sol alumbraba el día, la Luna la noche y las estrellas eran luminarias que lucían en la noche. Más arriba de esta bóveda estaba el Cielo donde Dios reinaba acompañado de sus ángeles y desde allí regía la vida humana y toda la Creación.
  2. La Tierra, que era plana y que era el lugar de la humanidad, de los animales y las plantas.
  3. Y el inframundo, en el interior de la Tierra, donde moraban los muertos y, en otras religiones, los demonios.

Esta visión ingenua del Universo choca con los actuales conocimientos que la Ciencia nos ha descubierto a través de los siglos. Sin embargo todavía tenemos en el imaginario cristiano gran parte de estas ideas. Todavía nos imaginamos el Cielo como lo que está “allá en lo alto”. Todavía muchos creemos que Jesús, su madre María y otros personajes como el profeta Elías ascendieron en cuerpo y alma a los cielos.

Esta creencia tiene una dificultad: si las personas ascienden al cielo en cuerpo humano hay que deducir que este cielo es un espacio físico, con dimensiones determinadas. ¿Dónde se sitúa este espacio en la inmensidad del Universo? La idea de un Dios “allá arriba” le permitió al cosmonauta ruso Yuri Gagarin bromear diciendo: “Yo he subido al Cielo y no he visto a Dios”.

El relato del Génesis nos dice que Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza. Por lo tanto pintamos a Dios como un anciano con barba. Lo mismo que los cristianos las religiones anteriores al cristianismo como la greco-romana imaginaban a sus dioses con figuras humanas e incluso con las mismas pasiones humanas. O sea que ha sido el ser humano el que ha creado a sus dioses “a su imagen y semejanza”. Los templos y los museos abundan en esta clase de imágenes de los seres supuestamente celestiales.

Sin embargo la misma Biblia en la que Dios mismo hablaba con Adán y Eva y con los antiguos patriarcas como Noé o Abraham, cuando se aparece a Moisés en el Sinaí no se deja ver sino como una zarza ardiente que no se apaga y dice a Moisés que su nombre es Yahvé, que quiere decir “El que soy”. Los judíos no pronunciaban este nombre por respeto y para nombrar a Dios utilizaban otros nombres como El, Elohin o simplemente “El Cielo”. Por eso en el evangelio se dice muchas veces “el Reino de los Cielos” en lugar del ”Reino de Dios”.

Los cristianos nos hemos imaginado a Dios como alguien semejante a los humanos, aunque eso sí, adornado con poderes y sabiduría en grado superlativo. Los místicos de varias religiones y especialmente de la cristiana nos enseñan que Dios no puede ser conocido por los humanos y por eso cada vez que tratamos de conocerlo, de atribuirle una imagen o una naturaleza podemos estar seguros de que esa imagen es completamente falsa. Dios, o como se le llame en cada una de las religiones, es el gran desconocido. Por eso Jesús no lo describe sino que utiliza una metáfora: el Padre. El Padre en Jesús no es un Dios todopoderoso, que premia y castiga sino el Padre amoroso que quiere a todos por igual, y desea la felicidad de todos y especialmente de los más pobres y desvalidos, lo mismo que en una familia el padre y sobre todo la madre, cuidan con especial cuidado a sus hijos más débiles o enfermos. Siguiendo a Jesús podemos llamar a Dios Padre o mejor Madre y por consiguiente considerar a nuestros semejantes como hermanos. Los que siguen la Regla de Oro y tratan a los demás como quieren ser tratados ellos mismos, esos son los verdaderos creyentes, aunque sigan otras religiones, sean agnósticos o incluso ateos.

Por lo tanto creer en Dios no es cuestión de imaginarlo o menos de entenderlo mediante sofisticados sistemas teológicos, como el de la Trinidad, elaborado en el siglo IV de nuestra era por los Padres Capadocios. El verdadero creyente es el que siente la presencia de Dios en su interior, el que respira su aliento, como la sentía Jesús, como una inspiración de amor hacia toda la creación, como también la sentía Francisco de Asís. Podemos imaginarnos a Dios no como una persona, sino como la fuente de todo amor, de toda sabiduría, de la que ha brotado todo el Universo. Dios o como se le llame en otras religiones, es la fuerza que mueve al mundo y que está en el fondo de nuestro ser y nos inspira a cada uno para seguir el camino ascendente para conseguir ese Reino que predicaba Jesús que es el de una humanidad unida y feliz.

La metáfora de Jesús de que Dios es “El Padre” no nos aclara el misterio divino, pero si nos sirve para seguir el camino de Jesús de amar a nuestros semejantes y sentirnos hermanos de todo lo creado. La naturaleza de Dios y la cuestión de cómo se ha creado todo el Universo siguen y seguirán siendo un misterio insondable. Podemos ir conociendo, mediante los progresos de la ciencia las leyes que rigen en la Naturaleza pero ni los sistemas científicos ni la imaginación humana podrá nunca conocer cómo apareció el Universo. Los religiosos hablan de una Creación a partir de la nada y los científicos del Big Bang, pero ni unos ni otros nos pueden explicar cómo se puede crear algo donde no hay nada, ni de dónde procedió la materia que hizo explosión y que determinó el nacimiento de todos los astros que pueblan el Universo, ni si este Universo es eterno o si tiene un principio y un fin.

Tenemos que aceptar que ni la inspiración religiosa ni el conocimiento científico nos van a aclarar nunca cómo es Dios o cómo ha sido su actuación en la aparición del Universo. Los humanos, tal como somos actualmente, somos el resultado de una larga evolución, desde una minúscula molécula, pasando por los habitantes del mar y una larga sucesión de seres animados de todos los tamaños y formas que a lo largo de miles de millones de años hemos llegado a tener conciencia de nuestra individualidad e ir avanzando por medio de la ciencia para conocer cada vez más profundamente el mundo que nos rodea, las leyes que rigen el Universo, el modo de crecer y reproducirse las plantas, los animales y los humanos, cómo se ha formado nuestro planeta y las leyes que rigen el movimiento del mar y la formación de los continentes, cómo se ha formado el aire que respiramos, cómo funciona nuestro organismo, cómo podemos aprovechar las sustancias vegetales o animales para mantener la salud, etc.

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Gonzalo Haya: Lo que creo que creo (II).

Miércoles, 3 de noviembre de 2021
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     rosto-de-jesus-na-multidao       Hace más de diez años publiqué un librito titulado Lo que creo que creo [Fe Adulta] en el que recogía diversos artículos que iban marcando mi revisión de la teología y de la espiritualidad, con más atención y tiempo tras la jubilación del trabajo.

Ahora, cumplidos los 90 años, la reunión con antiguos compañeros me da pie para ver adónde me ha llevado esta revisión. Seré más conciso y sólo apuntaré cómo interpreto las creencias fundamentales de mi religión cristiana, sin extenderme a justificarlos filosófica o teológicamente.

Dios. Creo en un Dios “transpersonal”, título confuso que viene a decir que lo considero con caracteres personales (conocimiento, amor, decisiones) pero no como individuo. Individual es un coche o una persona, porque son separados  e independientes de otro coche y de otra persona. Dios no es individual porque no es un ser separado de nosotros, sino el ser que nos constituye de tal manera que la separación significaría nuestro aniquilamiento.

Creo muy probable la teoría de la no-dualidad. Pertenecemos a la esfera divina, al amor; aunque nos encontramos en un estado diferente, sometidos al tiempo y el espacio; como el corpúsculo respecto a la onda, como el hielo respecto al agua, con características y leyes (constantes) distintas.

Creo en el Dios de Jesús, pero interpretado con la filosofía y cultura actual. Puedo considerar a Dios como Padre, porque es amor; pero evito considerarlo como individuo separado de mí y del universo. Entiendo mejor a Dios como espíritu, porque es inseparable del universo, al que transmite la vida y el ser.

Creo que este Dios Espíritu influye en el universo y en la historia humana (en la medida en que le dejamos influir), no de una manera directa pero sí ejerciendo una influencia en la conciencia como los padres o los amigos influyen en nosotros.

Jesús de Nazaret. Es un gran profeta con una intensa experiencia mística, hasta tal punto que podemos considerarlo como “el rostro humano de Dios”. Podemos decir también que es Dios, porque todos nosotros somos manifestaciones de Dios, aunque más o menos desfiguradas. Jesús nos transmitió una visión de Dios como padre (como amor), y de toda la humanidad como seres iguales y hermanos, y arriesgó su vida por difundir el Reino de Dios (el proyecto de Dios). Y yo quiero seguir a Jesús y su proyecto.

Espiritualidad. Es una vivencia inherente a todo ser humano, anterior a cualquier religión, y de mayor amplitud que cualquier religión, que solamente logra encauzarla y socializarla. La espiritualidad es propia del ser racional (inteligencia racional e “inteligencia sentiente”), y se manifiesta en el razonamiento lógico, en la conciencia ética, en la percepción de la belleza, y en la apertura a la trascendencia de algo infinito, inabarcable e indecible en nuestros limitados conceptos.

El cristianismo. Es una organización religiosa humana basada en el mensaje de Jesús, recogido (más o menos fielmente) en los evangelios y en los testimonios de sus inmediatos seguidores. Esta organización pretende adaptar y socializar la práctica del mensaje de Jesús en una sociedad universal, en tiempos  lugares y cultura muy distintas, como han hecho otras organizaciones con los mensajes de sus místicos fundadores. Lamentablemente, con el tiempo, estas organizaciones van perdiendo el carisma de su fundador y se van contaminando con los egoísmos propios de todo ser humano (nuestro instinto de conservación).

Dogmas, preceptos, y ritos. Toda institución social se basa en unas creencias, se disciplina con unas normas de convivencia, y expresa sus sentimientos con unos rituales comunes. La diversidad de los participantes, la complejidad de los razonamientos, y la variedad de situaciones, tienden a la dispersión; como reacción, para mantener la cohesión, la institución impone normas preceptos y ritos, cada vez más estrictos. Sin embargo la verdadera cohesión tiene que venir de la vivencia del carisma fundacional, no de la imposición autoritaria de normas cada vez más restrictivas de la libertad y de la autonomía humana. Y para volver al carisma fundacional, volvamos a los evangelios, a una lectura personal, sentida y vital.

Pecado. Es toda manifestación de nuestro egoísmo que trata de imponerse contra los intereses y necesidades de los demás. Puede ser grave o leve, ya sea por el daño objetivo que causa o por la intención de quien lo comete.

Infierno. Un castigo eterno es incompatible con un Dios amor. Jesús utilizó el lenguaje pedagógico de los profetas para un pueblo infantil con el objetivo de evitar, al menos por temor, el daño causado a los indefensos (¡la rueda de molino!) y para hacer ver la gravedad del delito. Además la resurrección inicialmente se concibió como premio o compensación a la fidelidad de los mártires y al sufrimiento de los marginados; por el contrario el castigo sería la no resurrección, la muerte completa.

Salvación. Es la plena identificación con la divinidad que somos. Algunos la han experimentado brevemente en un “encuentro tangencial con la eternidad”, todos la pregustamos de alguna manera en el amor, y la obtendremos plenamente cuando rebasemos el espacio y el tiempo; como “la muñeca de sal que se adentró en el mar”.

Conciencia. Es el Tribunal supremo de nuestras decisiones, la voz de Dios, la Presencia de Dios en nosotros; pero frecuentemente esa voz sufre las interferencias de nuestros egoísmos, que a veces llegan a sofocarla totalmente, o incluso a suplantarla. Para limpiar esas interferencias, la conciencia debe confrontar sus decisiones con algún referente ético (una persona o una comunidad; para un cristiano es Jesús de Nazaret) y con los Signos de los tiempos, expresión de una conciencia universal.

Estas reflexiones son, por ahora, la mejor explicación que tengo en la penumbra de mi fe en el-la-lo trascendente. Personalmente, como cristiano, me considero heredero del proyecto de Jesús, y me pregunto en qué medida he contribuido a la malversación de esta herencia, y qué puedo hacer para vivir y reavivar este proyecto.

Gonzalo Haya

gonzalohaya@telefonica.net

Fuente Atrio

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¿Rezar por los difuntos? – (¡Mejor ocúpate de los vivos!)

Martes, 2 de noviembre de 2021
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6301986548_3b2150603f_mDel blog de Jairo del Agua:

¿Podemos hacer algo por los difuntos? ¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? He ahí otro tema de urgente profundización y purificación.

Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua: el paso a la tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora.

Puede que haya tristeza y llanto por la separación humana, por el dolor sensible, por la tragedia a veces. Pero todo eso debería estar arropado y consolado por la fe (segura confianza) en la felicidad eterna.

Los que mueren, mueren para vivir. No sabemos el camino que aún tendrán que recorrer, pero estamos ciertos de que pasaron definitivamente a la orilla de la Vida.

Por tanto, los signos y oraciones deberían ser de esperanza y alegría por la etapa superada (en la forma posible a cada cual), por el desembarco en los brazos del Padre. En los símbolos litúrgicos debería dominar el blanco y no el morado penitencial que ya no tiene sentido.
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Lo primero que podemos hacer por nosotros y por nuestros difuntos es “aceptar” su descanso en la paz. Ya entraron en la, para nosotros, inalcanzable eternidad. No puedes hacer nada más por ellos, como no puedes operarte de apendicitis por el que entró en el quirófano o como no puedes examinarte por tus hijos.

Esas “ánimas” por las que te preocupas tendrán que hacer, ellas solitas, su propia rehabilitación y su vuelta al Padre para poder ver su rostro. Nada puedes hacer y nada hay que temer porque están caminando bajo el impulso de la Misericordia infinita.

El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer “aquí y ahora” es: “Vencer el mal con abundancia de bien” (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida. Te propongo estos tres avances bajo la sonrisa de tus difuntos:

1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste (parte del pecado original), muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concientizarlos.

2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas. Y recuerda: perdonar NO es apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender. Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación de los que te hirieron.

3. Seguir el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar su memoria. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando “CON ellos”, pero NO “POR ellos”, para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concientizar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.
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15582905686_22791bfc2b_nAmar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.

La “presencia interior” de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos. ¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo queda sensiblería u obligación mental o rutina externa. Nada de su “vida” te ha quedado, solo recuerdos muertos.

Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no lo necesitan.

Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso será para ellos aire fresco! ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo otro, los negocios espirituales y el “dios negociador”, son pura idolatría.
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Otra cosa es que necesites apoyar el dolor de la ausencia en la ternura del Padre. Hazlo sin reservas. Puede, incluso, que sea un consuelo para ti poner a tus difuntos en la mesa del altar y oír sus nombres. Puede que eso te recuerde su buen ejemplo. Hazlo si es positivo para ti, pero sin pagar contraprestación alguna.

No olvides que la Eucaristía (acción de gracias) es totalmente gratuita, es puro don del Señor, invitación a imitarle: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19).

No hay culpas que pagar, ni sacrificios purificadores, ni méritos que aplicar para sacar a los muertos del “fuego”.

Lo que intentamos vivir, bajo el signo de una “comida fraterna”, es la vivificante presencia y ejemplo del Señor: amor, unión, paz, alegría… y motivación mutua para caminar hacia los brazos del Padre. Y el ejemplo de los que le siguieron antes que nosotros (nuestros santos y difuntos) nos puede ayudar sobremanera.

¿Todavía crees en el “avaro ídolo” que se queda con tu hambre o tu dinero para “compensar” las culpas de tus muertos? ¿Acaso no descubriste al Dios de los cristianos, todo perdón, todo misericordia, todo atracción, todo gratuidad? Repítelo muchas veces en tu interior: ¡El Dios verdadero es infinita gratuidad! Solo tu cerrazón y alejamiento podrán privarte de su abundancia derramada.
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15582905746_59faeef360_nProcura saltar sobre las esperpénticas fórmulas canónicas: “óyenos”, “acuérdate…” o “recuerda…”. ¿Pero a qué “desmemoriado ídolo” rezamos? ¿Acaso has olvidado tú a tus difuntos? ¿Cómo puede haberlos olvidado su Padre? ¿No se sentiría ofendida una madre terrícola a la que suplicases: acuérdate de tu hijo fallecido? ¿Cómo podemos pronunciar esas necedades? “Guías ciegos…” (Mt 23,16).

Si alguien, desde fuera, observase nuestros rezos oficiales, tendría que concluir que oramos a un “dios con alzhéimer”, al que hay que repetir y repetir que no olvide.

No hemos leído la Escritura y NO creemos en el Dios verdadero que jamás olvida a sus hijos:

“Estoy a la puerta y llamo…” (Ap 3,20).

“¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Is 49,15).

“En la palma de mis manos te llevo tatuado” (Is 49,16).

No sigo para no cansarte. Pero sigue tú leyendo, por ejemplo, “El Cantar de los Cantares”
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Me gusta imaginar a nuestros muertos eclosionando bajo la arena como tortuguitas marinas. Unos llegarán más crecidos y otros menos. Unos saldrán muy cerca del agua y otros muy lejos. Pero todos, absolutamente todos, tras la carrera de la última purificación por la arena, se sumergirán en la Inmensidad y encontrarán, por fin, su destino.

Unos lo habrán intuido y gozado ya en esta vida. Para otros será una sorpresa verse liberados de inconsciencias, errores, oscuridades y rebeldías. Se encontrarán con el Padre que negaron o ignoraron y empezarán a comprender… Tal vez todo eso requiera el esfuerzo que no hicieron en vida, la rehabilitación necesaria para ser capaces de “ver” lo que no quisieron o pudieron ver en esta tierra.

¿Cómo será esa rehabilitación? Eso pertenece al misterio y no se nos ha revelado. Lo que sabemos con certeza es que “Dios lo será todo en todos” (1Cor 15,28). Esa es nuestra fe, esa nuestra esperanza, esa la alegría de recordar a nuestros muertos. Por eso, cuando pongas a tus seres queridos sobre el altar, piensa que ya caminan o han llegado a la Luz, sin posible retorno.

Nada cambiará con tus rezos, ni el difunto, ni el Dios de la Misericordia que se derrama permanentemente sobre todos: sobre nosotros y sobre ellos.

Lo único que puede cambiar es tu corazón. Todavía estás en camino y puedes elegir. Todavía puedes cambiar e inundar tu vida de bien y paz, para desembarcar más cerca de la Felicidad cuando eclosiones en la ribera del Mar.

Tu cambio, tu elección del bien, repercute en la Iglesia universal. Eso te están gritando desde el otro lado -estoy seguro- los que te quieren. Tu propio progreso no te costará un céntimo, solo algún esfuerzo. Pero merece la pena, ya lo verás.

¡Y cómo alegrarás a los que te esperan!

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Masticando tus palabras de vida.

Lunes, 16 de agosto de 2021
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Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues vives en el pan tierno
que se rompe y comparte
en cualquier casa, mesa y cruce,
entre hermanos, desconocidos y caminantes.

Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues tú eres banquete de pobres
y botín de mendigos,
que vacíos, sin campos ni graneros,
descubren que son ricos.

Para creer en ti
hay que tener hambre,
hambre de vida y justicia
que no queda satisfecha
con vanas, huecas, lights palabras,
pues aunque nos sorprendan y capten,
no nos alimentan ni satisfacen.

Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues sin ella olvidamos fácilmente
a los dos tercios que la tienen,
entre los que tú andas perdido
porque son los que más te atraen.

Para creer en ti
hay que tener hambre,
y mantener despierto el deseo
de otro pan diferente al que nos ofrecen
en mercados, plazas y encuentros
donde todo se compra y vende.

Para creer en ti
hay que tener hambre
y, a veces, atragantarse al oírte
para descubrir la novedad
de tu presencia y mensaje
en este mundo sin ilusiones.

*

Florentino Ulibarri
Fuente: Fe Adulta

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“Compañero de camino”. 3 Pascua – B (Lucas 24, 35-48)

Domingo, 18 de abril de 2021
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24_3_Pasc_B_1450052Hay muchas maneras de obstaculizar la verdadera fe. Está la actitud del «fanático», que se agarra a un conjunto de creencias sin dejarse interrogar nunca por Dios y sin escuchar jamás a nadie que pueda cuestionar su posición. La suya es una fe cerrada donde falta acogida y escucha del Misterio, y donde sobra arrogancia. Esta fe no libera de la rigidez mental ni ayuda a crecer, pues no se alimenta del verdadero Dios.

Está también la posición del «escéptico», que no busca ni se interroga, pues ya no espera nada de Dios, ni de la vida, ni de sí mismo. La suya es una fe triste y apagada. Falta en ella el dinamismo de la confianza. Nada merece la pena. Todo se reduce a seguir viviendo sin más.

Está además la postura del «indiferente», que ya no se interesa ni por el sentido de la vida ni por el misterio de la muerte. Su vida es pragmatismo. Solo le interesa lo que puede proporcionarle seguridad, dinero o bienestar. Dios le dice cada vez menos. En realidad, ¿para qué puede servir creer en él?

Está también el que se siente «propietario de la fe», como si esta consistiera en un «capital» recibido en el bautismo y que está ahí, no se sabe muy bien dónde, sin que uno tenga que preocuparse de más. Esta fe no es fuente de vida, sino «herencia» o «costumbre» recibida de otros. Uno podría desprenderse de ella sin apenas echarla en falta.

Está además la «fe infantil» de quienes no creen en Dios, sino en aquellos que hablan de él. Nunca han tenido la experiencia de dialogar sinceramente con Dios, de buscar su rostro o de abandonarse a su misterio. Les basta con creer en la jerarquía o confiar en «los que saben de esas cosas». Su fe no es experiencia personal. Hablan de Dios «de oídas».

En todas estas actitudes falta lo más esencial de la fe cristiana: el encuentro personal con Cristo. La experiencia de caminar por la vida acompañados por alguien vivo con quien podemos contar y a quien nos podemos confiar. Solo él nos puede hacer vivir, amar y esperar a pesar de nuestros errores, fracasos y pecados.

Según el relato evangélico, los discípulos de Emaús contaban «lo que les había acontecido en el camino». Caminaban tristes y desesperanzados, pero algo nuevo se despertó en ellos al encontrarse con un Cristo cercano y lleno de vida. La verdadera fe siempre nace del encuentro personal con Jesús como «compañero de camino».

José Antonio Pagola

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“Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día”. Domingo 18 de abril de 2021. Domingo tercero de Pascua

Domingo, 18 de abril de 2021
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29-PascuaB3 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.
Salmo responsorial: 4: Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor.
1Juan 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y también por los del mundo entero:
Lucas 24,35-48: Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.

En la lectura de los Hechos encontramos de nuevo a Pedro, que se dirige a todo Israel y lo sigue siendo invitado a la conversión. Pedro tranquiliza a sus oyentes haciéndoles ver que todo ha sido fruto de la ignorancia, pero al mismo tiempo invita a acoger al Resucitado como al último y definitivo don otorgado por Dios. La muerte de Jesús se convierte para el creyente en sacrificio expiatorio. No hay asomo de resentimiento ni de venganza, sino invitación al arrepentimiento para recibir la plenitud del amor y de la misericordia del Padre, que se concreta en la confianza y en la seguridad de haber recuperado aquella filiación rota por la desobediencia.

El creyente, expuesto a las tentaciones, rupturas y caídas no tiene por qué sentirse condenado eternamente al fracaso o a la separación de Dios. San Juan nos da hoy en su Primera Carta el anuncio gozoso del perdón y de la reconciliación consigo mismo y con Dios. El cristiano está invitado por vocación a vivir la santidad; sin embargo, las infidelidades a esta vocación no son motivo de rechazo definitivo por parte de Dios, más bien son motivo de su amor y su misericordia, al tiempo que son un motivo esperanzador para el cristiano, para mantener una actitud de sincera conversión.

En el evangelio nos encontramos una vez más con una escena pospascual que ya nos es común: los Apóstoles reunidos comentado los sucesos de los últimos días. Recordemos que en esta reunión que nos menciona hoy san Lucas, están también los discípulos de Emaús que habían regresado a Jerusalén luego de haber reconocido a Jesús en el peregrino que los ilustraba y que luego compartió con ellos el pan.

En este ambiente de reunión se presenta Jesús y, a pesar de que estaban hablando de él, se asustan y hasta llegan a sentir miedo. Los eventos de la Pasión no han podido ser asimilados suficientemente por los seguidores de Jesús. Todavía no logran establecer la relación entre el Jesús con quien ellos convivieron y el Jesús glorioso, y no logran tampoco abrir su conciencia a la misión que les espera. Digamos entonces que “hablar de Jesús”, implica algo más que el simple recuerdo del personaje histórico. De muchos personajes ilustres se habla y se seguirá hablando, incluido el mismo Jesús; sin embargo, ya desde estos primeros días pospascuales, va quedando definido que Jesús no es un tema para una tertulia intranscendente.

Me parece que este dato que nos cuenta Lucas sobre la confusión y la turbación de los discípulos no es del todo fortuito. Los discípulos creen que se trata de un fantasma; su reacción externa es tal que el mismo Jesús se asombra y corrige: “¿por qué se turban… por qué suben esos pensamientos a sus corazones?”.

Aclarar la imagen de Jesús es una exigencia para el discípulo de todos los tiempos, para la misma Iglesia y para cada uno de nosotros hoy. Ciertamente en nuestro contexto actual hay tantas y tan diversas imágenes de Jesús, que no deja de estar siempre latente el riesgo de confundirlo con un fantasma. Los discípulos que nos describe hoy Lucas sólo tenían en su mente la imagen del Jesús con quien hasta un poco antes habían compartido, es verdad que tenían diversas expectativas sobre él y por eso él los tiene que seguir instruyendo; pero no tantas ni tan completamente confusas como las que la “sociedad de consumo religioso” de hoy nos está presentando cada vez con mayor intensidad. He ahí el desafío para el evangelizador de hoy: clarificar su propia imagen de Jesús a fuerza de dejarse penetrar cada vez más por su palabra; por otra parte está el compromiso de ayudar a los hermanos a aclarar esas imágenes de Jesús.

Es un hecho, entonces, que aún después de resucitado, Jesús tiene que continuar con sus discípulos su proceso pedagógico y formativo. Ahora el Maestro tiene que instruir a sus discípulos sobre el impacto o el efecto que sobre ellos también ejerce la Resurrección. El evento, pues, de la Resurrección no afecta sólo a Jesús. Poco a poco los discípulos tendrán que asumir que a ellos les toca ser testigos de esta obra del Padre, pero a partir de la transformación de su propia existencia.

Las expectativas mesiánicas de los Apóstoles reducidas sólo al ámbito nacional, militar y político, siempre con característica triunfalistas, tienen que desaparecer de la mentalidad del grupo. No será fácil para estos rudos hombres re-hacer sus esquemas mentales, “sospechar” de la validez aparentemente incuestionable de todo el legado de esperanzas e ilusiones de su pueblo. Con todo, no queda otro camino. El evento de la resurrección es antes que nada el evento de la renovación, comenzando por las convicciones personales. Este pasaje debe ser leído a la luz de la primera parte: la experiencia de los discípulos de Emaús.

Las instrucciones de Jesús basadas en la Escritura infunden confianza en el grupo; no se trata de un invento o de una interpretación caprichosa. Se trata de confirmar el cumplimiento de las promesas de Dios, pero al estilo de Dios, no al estilo de los humanos.

De alguna forma conviene insistir que el evento de la resurrección no afecta sólo al Resucitado, afecta también al discípulo en la medida en que éste se deja transformar para ponerse en el camino de la misión. Nuestras comunidades cristianas están convencidas de la resurrección, sin embargo, nuestras actitudes prácticas todavía no logran ser permeadas por ese acontecimiento. Nuestras mismas celebraciones tienen como eje y centro este misterio, pero tal vez nos falta que en ellas sea renovado y actualizado efectivamente.

Queremos llamar la atención sobre el necesario cuidado al tratar el tema de las apariciones del Resucitado, y su conversar con los discípulos y comer con ellos… No podemos responsablemente tratar ese tema hoy como si estuviéramos en el siglo pasado o antepasado… Hoy sabemos que todos estos detalles no pueden ser tomados a la letra, y no es correcto teológicamente, ni responsable pastoralmente, construir toda una elaboración teológica, espiritual o exhortativa sobre esos datos, como si nada pasara, igual que si pudiéramos dar por descontado que se tratase de daos empíricos rigurosamente históricos, sin aludir siquiera a la interpretación que de ellos hay que hacer… Puede resultar muy cómodo no entrar en ese aspecto, y el hacerlo probablemente no suscitará ninguna inquietud a los oyentes, pero ciertamente no es el mejor servicio que se puede hacer para el para el pueblo de Dios…

Permítasenos transcribir sólo un párrafo del libro «Repensar la resurrección» (Trotta, Madrid 2003, cuyo resumen puede leerse o recogerse en la Revista Electrónica Latinoamericana de Teología, http://servicioskoinonia.org/relat/321.htm):

«Si antes influía sobre todo la caída del fundamentalismo, ahora es el cambio cultural el que se deja sentir como prioritario. Cambio en la visión del mundo, que, desdivinizado, desmitificado y reconocido en el funcionamiento autónomo de sus leyes, obliga a una re-lectura de los datos. Piénsese de nuevo en el ejemplo de la Ascensión: tomada a la letra, hoy resulta simplemente absurda. En este sentido, resulta hoy de suma importancia tomar en serio el carácter trascendente de la resurrección, que es incompatible, al revés de lo que hasta hace poco se pensaba con toda naturalidad, con datos o escenas sólo propios de una experiencia de tipo empírico: tocar con el dedo al Resucitado, verle venir sobre las nubes del cielo o imaginarle comiendo, son pinturas de innegable corte mitológico, que nos resultan sencillamente impensables».

Invitamos a leer el texto completo (o, mejor aún, el libro entero). Leer más…

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Muerte y resurrección 2: Emaús. Los que se marchan y (no) vuelven

Domingo, 18 de abril de 2021
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 emmausDel blog de Xabier Pikaza:

Presenté hace dos días el tema desde la visión de las mujeres en la tumba, según Lucas 24. Hoy sigo leyendo el texto desde la perspectiva de aquellos que se marchan (escapan) a Emaús, como lo vio Lucas (el evangelio) y como podemos hoy verlo, pasados dos milenios de Iglesia.

Lucas escribió la historia bellísima (con happy end) de dos que marchan, encuentran en el camino, descubren en la casa de Emaús y vuelven a Jerusalén, que es la Madre Iglesia.

Hoy, tras dos mil años, son milenios los que marchan de Jerusalén (Iglesia) por fidelidad a su camino, por cansancio o desengaño, y vuelven a su Emaus, sin idea de volver a la antigua iglesia, pues Jerusalén a su juicio ya no existe o se ha pervertido.

Esta es la historia eclesial más importante. De la forma en que la sintamos, escribamos y recorramos (con billete de ida o de ida y vuelta) depende el cristianismo, al menos en occidente. Buen día de camino a todos.

16.04.2021 | X. Pikaza

A modo de prefacio

Son un hombre y quizá una mujer que abandonan la iglesia; millones y millones que la dejan. La historia de Jesús se ha vuelto para ellos “increíble”, quizá algo bello, pero sin sentido en esta era de cansancios y carreras de dinero, de opresiones y luchar por la supervivencia. La historia de Jesús parece un cuento de “mujeres”, mujeres de las de antes, no de las de ahora. Por eso, estos dos vuelven a Emaús, a unos 30 km (160 estadios) de Jerusalén:

Hay varias localización de Emaús, pero la más verosímil parece la del mapa, a 46 km. por carretera (30 por la vía antigua).

* En el entorno de Emaús se había fraguado la guerra de los macabeos (ver en el mapa. Modín). Emaus era y sigue siendo hasta hoy una ciudad de recuerdo militar. Quizá estos dos dejaban al Jesús “fracasado” para iniciar otra guerra.

* En el entorno de Emaús había riqueza, mucha vida, en el camino del mar, de Jerusalén a a Joppe o Asdod, el gran puerto del sur de Israel. Había que buscar otras alternativas, la de Jesús había fracasado.

* Hoy (año 2021),millones de hombres y mujeres, mayores y menores, se sienten llamados a volver a Emaus. No quieren huir, sino recuperar lo que nunca debían quizá haber dejado por sueños como el de Jesús, manipulados además por gente menos seria.

Hay que comenzar comprendiendo las razones de Emaús, y así lo haré, leyendo desde ese fondo la historia actual cristiana (Lc 24, 13-35), porque no es agua pasada, sino nuestra propia historia. Si queremos que la iglesia siga existiendo en occidente tendremos que acompañar comoJ esús a los que dejan Jerusalén y vuelven (van) a Emaus, porque les parece mejor, porque así lo prefieren. Nuestro tiempo es tiempo de camino de Jerusalén a Modín/Latrún, con Asdod o Tel-Aviv. Muchos se han cansado de Jerusalén, allí no hay “nada”… Por eso van, vamos, a Emaús.

Esta lectura (explicación) viene después de la anterior, la de las mujeres de la tumba. La siguiente, la del próximo domingo (Dom 3 Pascua, 18.4.21)) comentaré la lectura litúrgica del día: Retorno de Emaús, la re-experiencia pascual de la Iglesia.

Emaús: Iglesia en huida, en salida, en retorno (con CELAM, Santo Domingo 1992)

CATEQUESIS DE EMAÚS.

1. EL FRACASO DE LA HISTORIA MESIÁNICA (Lc 24, 13-21).

El texto empieza con dos personajes que se van por honradez, pues el proyecto de Jesús ha fracasado. Son dos, como si fueran la mitad de toda la Iglesia. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso en el camino y después haberle encontrado y descubierto en la fracción del pan vuelven a Jerusalén para a la una comunidad reunida, en confesión creyente, diciendo: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (24, 34).

Ellos no van con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerte, ni quedan en Jerusalén, como los otros, sino que escapan. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera aparecido ante sus ojos como un bello y duro engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla sería mejor: parecen suponer que vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, sobre palabras vanas, como las de las mujeres del sepulcro (cf 24, 11-22).

Escapan por los caminos del desengaño, y para que Cristo les haga retornar a su mensaje y vida necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres: a ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, al borde de su tumba vacía: les hará falta toda la palabra de Escritura y la fracción del pan; tendrán que ver a Jesús para creer, aunque aún no necesitan fijarse de un modo detallado en sus manos y pies (como lo hará la iglesia reunida de la pascua, en 24, 40). De esa manera, su misma gran incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis pascual. Son muchos los motivos que podemos destacar en esa catequesis, convertida en principio de la más intensa teología de la pascua.

–Hermenéutica, nueva comprensión de la Escritura. Sólo una nueva experiencia de la Biblia, una forma nueva de entender y de vivir la historia logrará que estos “fugitivos” puedan volver con Jesús y su iglesia. Los judíos tanaítas (rabínicos) interpretarán la misma Biblia de Israel a partir de su nueva experiencia de la Ley y de la unidad del pueblo, desde el fondo de las tradiciones nacionales. De esa forma, todo su nuevo texto legal (la Misná), el conjunto de su vida, será una hermenéutica bíblica. Los cristianos, en cambio, han interpretado la Ley y los Profetas a partir de la pascua del Cristo.

– Revelación de Dios. Sólo si ven y sienten a Jesús de un modo distinto, estos fugitivos de Emaús podrán volver con él. El Jesús del que les han hablando en la iglesia no era para ellos verdadero, necesitan un encuentro distinto con él.

Estaban engañados con historias menos ciertas de Jesús; sólo un encuentro directo con él podrá hacer que vuelvan a la Iglesia[13].

Pero vengamos al texto, precisemos sus matices. Ningún comentario puede suplir su lectura. Pongámoslo delante, destaquemos sus momentos: el camino de los fugitivos, la presencia del desconocido, los argumentos sobre el Cristo, el diálogo y la acogida en casa, la fracción del pan a la caída de la tarde… El texto ofrece un buen ejemplo de teología narrativa: la verdad no se argumenta ni demuestra a base de razones; la verdad viene a expresarse en forma de relato; sólo convence quien sepa contar una historia de forma que su verdad (su mensaje) vuelva a hacerse presenta allí donde se cuenta.

Y he aquí que dos de ellos (del grupo de Once y los otros: cf. 24, 9), en aquel mismo día caminaban hacia una aldea llamada Emaús, que distaba como una sesenta estadios de Jerusalén.Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas que habían acontecido.

Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos. Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:– ¿Qué son esas palabras que os decís entre vosotros, mientras camináis?

Y ellos se pararon, quedando tristes.Y uno, llamado Cleofás, respondiéndole le dijo: – ¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras las cosas que han pasado en ella en estos días?

Y les preguntó: ¿Cuáles?Y ellos le dijeron:- Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta,poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo,cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel, pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido. Ciertamente, algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues han ido muy temprano al monumento y, no encontrando su cuerpo, han venido diciendo que han visto una visión de ángeles, que les han dicho que está vivo. Pero algunos de los nuestros han ido al monumento y han encontrado que es cierto lo que decían las mujeres, pero a él no le han visto (24, 13-21).

Estos fugitivos de Jerusalén (huyen de la ciudad santa, que les parecía ciudad del Cristo, buscan un refugio en Emaús) son signo de todos los han hecho camino con Jesús, pero después se han decepcionado. No pueden entender la Cruz que dura hasta el tercer día, no saben situar la muerte del pretendiente mesiánico en el esquema salvador del reino.

Ellos, los fugitivos de Jerusalén constituyen un paradigma muy preciso de todos los decepcionados de la humanidad: estos son los vencidos de la historia israelita, que no han podido resistir la experiencia de fracaso de Jesús; son los antiguos y nuevos perdedores de la tierra. No es relato de vencedores, sino de perdedores mesiánicos, hombres (¿un hombre y una mujer?) que van de retirada, envueltos en tristeza. Desde aquí se entienden las dos palabras principales de su discurso:

– ¡Pensábamos que tenía que redimir a Israel! Se han situado ante Jesús, han visto su vida, han oído sus palabras, han recibido el impacto de sus signos. Por eso, le definen como varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Han sido muchos los hombres que, en aquel duro tiempo de dolores y esperanzas, actuaron como profetas de Dios, ofreciendo al pueblo un mensaje de salvación[14]. Conforme a la terminología del tiempo, redimir a Israel significa liberar al pueblo del yugo de los enemigos, estableciendo en Jerusalén un reino mesiánico de paz y de concordia universal. Las perspectivas de ese reino podían varias, según los textos proféticos (Isaías, Ezequiel) y apocalípticos (Daniel, 1 Henoc etc). Es evidente que Jesús ha suscitado una esperanza mesiánica de tipo nacional, israelita, como lo han entendido no sólo aquellos que le han condenado a muerte (sacerdotes de Jerusalén, procurador romano), sino sus mismos discípulos. Esto significa que, humanamente hablando, su vida y mensaje había quedado, al menos, ambiguo[15].

– Cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte, y le (los romanos) crucificaron. Todo judío del tiempo sabía que el mesianismo era objeto de disputas y recelos entre los diversos grupos del pueblo, especialmente entre las autoridades.

Algunos esenios, especialmente los de Qumrán, habían tenido que establecerse en el desierto par mantener su propio mesianismo, opuesto al de los sacerdotes de Jerusalén; también Juan Bautista, que anunciaba el juicio de Dios había sido asesinado por Herodes, rey semi-judío de Galilea y Perea. Otros pretendientes mesiánicos habían sido también asesinados, según cuenta el historiador del tiempo (Flavio Josefo). Por eso, en algún sentido, la muerte de Jesús forma parte de las disputas mesiánicas judías de aquel tiempo; los sacerdotes y jefes de Jerusalén, defensores del orden sacral establecido, pensaron que era necesario entregarlo a los romanos, para bien del pueblo. Los romanos le crucificaron. Hasta aquí todo es duro pero, de alguna forma, cabe dentro de las expectativas judías del tiempo, al menos según nuestro pasaje. Estos fugitivos de Jerusalén contaban con la posibilidad de la muerte del Mesías, pero esperaban su vuelta inmediata.

– Pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido. Tres días son el tiempo de la culminación, signo de la plenitud escatológica. Estos discípulos no han marchado al ver la cruz alzada en el Calvario, tampoco en el momento del entierro, ni en el día siguiente…, ni siquiera al comienzo del tercero. Han resistido tres días en Jerusalén, aunque al final les ha entrado el desencanto. Parece que el gran milagro tenía que haber sucedido al comienzo de este tercer día, cuando las mujeres fueron al sepulcro, queriendo ungir el cuerpo.

Pero no ha pasado nada: simples visiones, fantasías de mujeres, en torno a un monumento vacío. Pero ¿qué es eso? Los hombres han ido y han chocado ante el vacío del monumento, hecho para recordar a Jesús y que ya no sirve absolutamente para nada, ni siquiera para recordarlo. Eso es lo que queda de Jesús: ¡Una tumba falsa! Evidentemente, estos dos hombres razonables, sin esperar que acabe el tercer día, día de la plenitud, escapan.

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Perdón, resurrección y misión. Domingo 3º de Pascua. Ciclo B

Domingo, 18 de abril de 2021
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20._jesus_appears_at_emmaus-lowresDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de Jesús. La primera termina: «Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados». La segunda comienza: «Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo». En el evangelio, Jesús afirma que «en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos».

Personas con poco conocimiento de la cultura antigua suelen decir que la conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeocristiana, que desea amargarle la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes, en Babilonia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados gracias a la muerte de Jesús.

 Aparición y catequesis (Lucas 24,35-48)

 El evangelio de hoy se divide en dos escenas claramente distintas. En la primera, Jesús se aparece y da pruebas de que es él. En la segunda, tiene una breve catequesis sobre su pasión, muerte y resurrección.

 Aparición y pruebas de la resurrección

 En la introducción a los relatos de las apariciones indiqué las diversas etapas por las que fue pasando este tema. Las recuerdo brevemente.

  1. En el relato más antiguo, Jesús no se aparece. La única prueba es que la tumba está vacía (Mc 16,1-8).
  2. En el relato posterior de Mateo, Jesús se aparece a las mujeres y estas pueden abrazarle los pies (Mt 28,9-10).
  3. Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección, y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el pan. El episodio que leemos este domingo insiste en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos.

 En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:

– Paz a vosotros.

Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo:

– ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

– Tenéis ahí algo de comer?

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

 Catequesis

 El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no para los lectores del evangelio, que debían hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas.

Por eso, Lucas añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de ellas, de lo anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación.

 Y les dijo:

– Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo:

– Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.

La frase final: «vosotros sois testigos de esto» parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice la primera carta de Pedro a propósito de Jesús: «lo amáis sin haberlo visto». Esta es la mejor prueba de su resurrección.

 «Dios lo resucitó. Arrepentíos y convertíos» (Hechos 3,13-15.17-19)

 Días después de Pentecostés, Pedro y Juan suben al templo, ven a un paralítico de nacimiento, Pedro lo agarra de la mano y lo levanta. La multitud, asombrada, se reúne junto a los apóstoles en el pórtico de Salomón, y Pedro tiene un largo discurso del que se han entresacado estas palabras, especialmente relacionadas con la muerte y resurrección de Jesús. Es interesante que no acusa de asesinato ni siquiera a las autoridades (postura muy distinta a la de Pablo en 1 Tes 2,15, donde acusa a los judíos de haber dado muerte al Señor Jesús). Por otra parte, Pedro no se limita a exponer unas verdades, invita a sacar las consecuencias, arrepintiéndose y convirtiéndose para conseguir el perdón de los pecados.

En aquellos días, Pedro dijo al pueblo: El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quién renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.

«Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre» (1 Juan 2,1-5a)

Uno de los principales problemas de la comunidad de Juan es la idea propagada por algunos de que quien conoce a Dios no ha pecado ni peca. Es un tema que el autor aborda desde el primer momento con bastante pasión. «Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos» (1,8) y hacemos pasar a Dios por mentiroso (1,10). Pero reconocer el propio pecado no debe llevar a la angustia, porque tenemos a Jesús, que intercede por nosotros. Como respuesta, debemos observar sus mandamientos, que, más tarde, se recordará que consisten en amar a los hermanos, con especial referencia a los que pasan necesidad.

Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quién dice: «yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

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3º Domingo de Pascua. 18 Abril, 2021

Domingo, 18 de abril de 2021
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“Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: ‘Paz a vosotros.’ Entonces ellos, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados y surgen dudas en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpad y ved.’”

(Lc 24, 35-48).

En este tercer domingo de Pascua leemos el mismo episodio que el domingo pasado, esta vez en el evangelio de Lucas. Nos encontramos en el tiempo que va entre la Resurrección de Jesús y su Ascensión al cielo. Es un tiempo en que Jesús hace saber a sus discípulos que, tal y como había dicho, ha resucitado, está vivo y está con ellos. Les devuelve el sentido.

En el evangelio de Lucas, justo antes del texto que leemos hoy, tenemos a Jesús manifestándose a los dos discípulos que iban hacia Emaús y que han vuelto corriendo a Jerusalén, y también se nos dice que se ha mostrado a Pedro. Ahora Jesús se aparece a sus discípulos reunidos, que viven una experiencia de comunidad. En ella, al fin entenderán plenamente quién es ese Mesías tantas veces incomprensible, y a partir de ahí podrán cumplir lo que les ha encargado: predicar la conversión y el perdón, vivir de la manera que les ha enseñado.

Desde que entraron en Jerusalén, los discípulos han vivido en el desconcierto. Su Maestro ha muerto. Antes, ha sufrido a manos de su propio pueblo, y en nombre de Dios. Ellos mismos, las personas más cercanas a él, lo han traicionado, negado, abandonado. Pero algo les sigue uniendo, esperan sin saber qué, y el desconcierto crece desde que han encontrado el sepulcro vacío y las mujeres aseguran su resurrección.

El evangelio nos habla en este puntode extrañamiento, de incomprensión, de tristeza, de expectativas defraudadas, de incredulidad. En el fragmento que leemos hoy, vemos que las primeras reacciones de los discípulos al ver a Jesús son de espanto, de duda, de turbación. Después empiezan a sentir alegría, aunque mezclada con sorpresa e incredulidad. Esta alegría será completa poco después, en la Ascensión. Junto con la alegría, la aparición del Maestro resucitado les trae comprensión y sentido. Ahora comprenden lo que Jesús les ha explicado tantas veces antes.

Si hasta aquel momento los seguidores de Jesús hablaban con desazón, ahora, de nuevo delante de él, callan y escuchan a su Maestro, que les quiere hacer entender que es el mismo que habían conocido de tan cerca, y que sigue presente y guiándolos hasta que recibirán el Espíritu en Pentecostés.

Oración

Padre, concédenos el don de sentir a Jesús siempre con nosotras. Que esta certeza llene nuestras vidas de alegría y de sentido. Que comprendamos todos los hechos de nuestra vida a la Luz de aquél que tú has resucitado.”

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Que les costara tanto creer, es una garantía para nosotros.

Domingo, 18 de abril de 2021
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resucitado4Lc 24, 35-48

Vamos a hacer un rápido repaso por todos los relatos de apariciones para que quede claro que no son crónicas de lo que sucedió tal día a tal hora en cierto lugar. Si fueran relatos de algo que ha sucedido, los primeros que escriben lo tendrían más reciente y podían hacerlo con mucha más precisión que aquellos que lo hacen habiendo pasado mucho más tiempo. Pero resulta que en los relatos pascuales que nos han llegado pasa justo lo contrario.

Marcos, que es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas apariciones constatadas ya en otros evangelistas. Mateo tampoco aporta un relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda anunciar a los discípulos que vayan a galilea, que allí le verán. En un monte en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar y a bautizar. Lc y Jn que son los últimos que escriben tienen relatos con todo lujo de detalles, lo que nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de los años.

En los textos más antiguos se habla siempre de (ôphthè) “dejarse ver”. Es un término técnico, que normalmente se traduce por aparecerse, pero no es una traducción adecuada. Para que veáis la dificultad de traducir esa palabreja, basta recordar que Pablo la utiliza en 1 Cor, 15 para decir que Cristo se apareció a Cefas, a Santiago y a Pablo; y en 1 Tim 3,16, para decir que se apareció a los ángeles. La misma palabra se emplea para decir que Moisés y Elías se “aparecieron” junto a Jesús. Las lenguas de fuego también “aparecieron” sobre los apóstoles en Pentecostés. Es claro que no tiene el sentido que hoy le damos a aparecerse.

En los relatos más tardíos, se tiende a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mateo se duda que sea el Cristo; en Lc y Jn se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: confundir lo real con lo que se puede constatar por los sentidos.

En Lucas todas las apariciones, y la subida al cielo, tienen lugar en el mismo día. En el episodio que leemos hoy, Jesús aparece ‘a los once y a todos los demás’, de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la comunidad, cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio.

Llenos de miedo. No tiene mucha lógica. Los discípulos ya conocían el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que fue difícil comprender que la Vida puede vencer a la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Juan, los discípulos tienen miedo de los judíos; en Lucas, tienen miedo del mismo Jesús.

Creían ver un fantasma. Los textos se empeñan en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerle. Incluso Magdalena, que le quería con locura, pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir estas acotaciones? Era Jesús, pero no era él. En relato de hoy se dice: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos.

Mirad mis manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz; y de que ese Jesús que se deja ver ahora, es el mismo que crucificaron. Una vez más se insiste en la materialidad, para demostrar que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el común sentir de todos ellos. Esto da plena garantía de autenticidad a lo que nos quieren trasmitir, aunque al envolverlo en un relato, tenemos el peligro de quedarnos en el envoltorio. No les importa la falta de lógica del relato.

¿Tenéis ahí algo que comer? Dice un adagio latino: quod satis probatur nihil probatur. Lo que prueba demasiado no prueba nada. Si el cuerpo de Jesús seguía desarrollando las funciones vitales, necesitaría seguir comiendo y respirando etc. Sería un absurdo completo y no tiene ninguna posibilidad de que fuese real. Lo que intenta es decirnos lo difícil que fue para ellos aceptar que había una Vida después de la muerte. El afán por demostrar lo indemostrable les lleva a estas incongruencias y meteduras de pata.

Así estaba escrito. Lucas insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y reivindica al humillado. Los primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para interpretar su figura. Al insistir en que la Escrituras se tienen que cumplir, nos está diciendo que todo está bajo el control de Dios.

Mientras estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que tenemos que advertir para no caer en la trampa de una interpretación material. Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús.

También el encargo de predicar se apoya en la Escritura. La buena nueva es la conversión y el perdón. Si pecado es toda opresión, el dejarse matar antes que oprimir a nadie, es la señal de que el pecado está superado. La buena noticia de Jesús es que Dios es amor. Su experiencia del Abba nos tiene que tranquilizar a todos. En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que debemos manifestar ese amor de Dios. “arrepentíos y convertíos para que se perdonen los pecados”; y Juan: “Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él”.

Para terminar, recordar la última diferencia notable entre Lc y Jn. En Jn exhala su aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lc les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu ni tiene que mandarlo ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad Espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser.

Meditación

Jesús se hace presente en medio de la comunidad.
Ésta es la realidad pascual vivida por los primeros seguidores.
Ésta es la realidad que tememos que vivir hoy.
Somos nosotros los que tenemos que hacerle presente.
Eso solo es posible a través del amor manifestado.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Preñados de silencio.

Domingo, 18 de abril de 2021
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TomasApostol1“Solo desde dentro, desde la mirada de corazones que ven con ojos nuevos, podrán vislumbrar las respuestas sabias que necesitamos encontrar en estos momentos de incertidumbres personales y sociales” (Manuel Gª Hernández)

Domingo III de Pascua

Lc 24, 35-48

-Yo os envío lo que el Padre prometió. Por eso quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerza

Se cuenta que en una cena con Karl Jung, Einstein le habló de una asombrosa cantidad de energía en el átomo. Sugerencia que llevó al psiquiatra a preguntarse si no podría haber una energía equivalente oculta dentro del psiquismo humano. La ciencia nos lo ha confirmado. La fuente está en el interior de cada uno, conectada por canales ocultos con las de los restante seres del universo. Fuentes de agua viva que jamás apagarán la sed del conocimiento de Dios definitivamente.

Jesús nos prometió la fuerza del Padre y, como exigencia, quedarse en la ciudad unidos a los demás discípulos para adquirirla. Porque la unión no solo hace, sino que da la fuerza. Únicamente en ese “quedarse” podemos llegar a descubrir, como apunta Pablo D’Ors en su Biografía del silencio, que los peces de colores que hay en el fondo de ese océano que es la conciencia, esa flora y fauna interiores, solo pueden distinguirse cuando el mar está en calma, y no durante el oleaje y la tempestad de las experiencias.

Jean Sibelius debió pensar también en ello cuando compuso Finlandia. Un poema sinfónico escrito para arrancar silencios y bullicios en las cuerdas y los metales del alma. La música navega rumbo a sí mismo hasta alcanzar su centro, en plenitud de sonido en sus cascadas, en saciedad de luz y de color en sus lagos y cielo. Embarazada de silencio, sueña entonces con dejar la ciudad y salir a fecundar las demás tierras, con la fuerza que el Padre legó en herencia para todos.

En la Plaza Narinkka de Helsinki se ha construido una Capilla del Silencio, en cuyo interior reina en atmósfera mística –como en el Poema de Sibelius- una calma contemplativa, capaz de abrir a nuevas experiencias espirituales de alma y cuerpo. Finlandia es un país donde el silencio es Dios al que se reverencia y ora. El propósito de los constructores ha sido edificar una iglesia donde se huye de religiones pero se conserva el valor de la paz y el silencio.

Todo en el interior invita a la reflexión y la meditación, a la creación de vínculos con la comunidad de vecinos, a no desentonar con el ritmo de vida del entorno, a que la gente empiece a responsabilizarse y a tomar conciencia de lo importante que es conservar y buscar la belleza de la vida”, como comenta el el pastor Tarja Jalli, director ejecutivo de la Capilla. El destacado filósofo Soren Kierkegaard, también nórdico, dijo:

Todo se alcanza calladamente
y se diviniza con el silencio

En su obra Ensayo sobre la vida espiritual (Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 1915) el teólogo granadino Manuel Gª Hernández nos recuerda que “Solo desde dentro, desde la mirada de corazones que ven con ojos nuevos, podrán vislumbrar las respuestas sabias que necesitamos encontrar en estos momentos de incertidumbres personales y sociales”.

UN DIOS PERDIDO EN EL MISTERIO

Deja, Señor, Fuente de Vida,
que apague en Ti
la ardiente sed que de Ti tengo.
Más…cómo, dónde y cuándo, no lo sé.

¿De quién podré saberlo?

Lo pregunté a la mar,
al Everest, al cielo.

Todos me contestaron
con un ambiguo gesto:
Se encogieron de hombros…
y se fueron.

Lo son ellos. Pero Tú, Señor, eres
mi mayor desconcierto.

¿Por qué presumes tanto de ser Fuente,
para perderte luego en el misterio?

(SOLILOQUIOS, Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¡Mirad mis manos y mis pies!

Domingo, 18 de abril de 2021
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laaLucas 24, 35-48

Las lecturas del tiempo pascual nos ofrecen el testimonio de muchos hombres y mujeres que experimentaron, de diferentes formas, que Jesús estaba vivo. A partir de esa experiencia, pudieron ayudar a muchas otras personas con su testimonio. Eran testigos y se convirtieron también en maestr@s de espiritualidad.

El evangelio de hoy no es una secuencia de una película, es un camino para que aprendamos a ser testigos hoy y demos testimonio con valentía (y, a ser posible, con salero). Por eso, podemos comenzar preguntándonos: ¿cómo y cuándo nos encontramos con Jesús resucitado, personalmente y en comunidad? ¿Cómo transforma esta experiencia nuestra vida?

Cuando unas mujeres tuvieron esta experiencia, los apóstoles se sobresaltaron (se descolocaron, diríamos hoy). ¿También se burlarían de ellas, porque sus palabras “les parecieron un delirio”?

La catequesis de Emaús nos invita a tomar conciencia de que otras personas experimentaron que ni la cruz, ni el fracaso, tenían la última palabra. La Vida se abría paso al partir el pan. Cualquier cena podía reavivar el fuego y hacer que volviera a arder su corazón, siempre que fueran capaces de descubrir a Jesús en esa cena-Eucaristía.

En el texto de hoy, el resucitado se hace presente como portador de paz. Pero el grupo no puede reconocerlo porque sus mentes están llenas de miedo. Y donde está presente el miedo, no cabe la fe, a menos que el miedo se rinda y deje el espacio libre.

Confunden a Jesús con un fantasma. ¿Con qué o con quién lo confundo yo? ¿Con una varita mágica que me concederá lo que le pido, si me pongo cansina? ¿Con un juez que me juzgará el último día? ¿Con un economista que lleva cuenta exacta de todo lo bueno y malo que hago? ¿Con un ser “de quita y pon”, al que recurro solo en momentos de necesidad y olvido a diario, porque gestiono bien la vida sin su presencia?

¿Con qué “disfraz” he colocado a Jesús en la hornacina de mi vida, en lugar de dejarme transformar por el Viviente?

¿Qué ocurre en nuestras parroquias y comunidades? Si viene alguien de fuera ¿qué percibe? ¿Nos relacionamos con un pastor amable y dulce que no nos pide gestos de conversión y al que contentamos con ritos y más ritos? ¿Con un revolucionario que solo nos invita a luchar, aunque perdamos la caridad en el intento? ¿Hacia dónde caminan nuestras comunidades y cómo vivimos la experiencia de que nos convoca Jesús resucitado?

Jesús les invita a palparle. Preciosa catequesis que nos anima a perder el miedo y tener con Jesús un encuentro “cuerpo a cuerpo”, en lugar de que nuestra mente o “la doctrina” nos hablen de Él. Como Jacob, luchemos hasta rendirnos, hasta quedar “tocad@s”. ¿A qué tenemos miedo?

Quienes se acercaban a las primeras comunidades tenían dificultades para reconocer al Viviente tras el cuerpo de un crucificado. En los diferentes textos de las apariciones nos dicen que el reconocimiento de Cristo, fue lento y costoso.

Lucas tiene la difícil tarea de explicar que el resucitado y Jesús de Nazaret son la misma persona. Y lo hace con las claves literarias de su tiempo. Para nosotros es impensable que Jesús, resucitado, masticara el pescado para demostrar que estaba vivo. Pero, de este modo, las comunidades podían recordar las comidas en las que Jesús se había hecho presente y abrirse a una realidad nueva, que estaba más allá de lo que percibían por los sentidos.

Ni entonces, ni ahora, es fácil abrirnos a esa realidad; la Historia de la Iglesia nos muestra que muchos hombres y mujeres han traspasado ese umbral a través del servicio a las personas más pobres.

Dar de comer al hambriento y de beber al sediento no solo beneficia a quien lo recibe, sino que es un camino seguro para reconocer a Jesús, vivo, en cada persona.

Este encuentro con Jesús también nos abre el entendimiento y nos ayuda a comprender las Escrituras desde otra perspectiva.

Sin ese encuentro, podemos pasar toda nuestra vida estudiando la Palabra como quien disecciona un cadáver. Seremos capaces de explicar cada versículo, sin habernos dejado encontrar por el Viviente. Podemos estudiar teología y vivir como si no hubiera resurrección. Podemos organizar las comunidades eclesiales como si fueran la mejor ONG.

Entonces… ¿de qué y de quien damos testimonio?

¿Dónde es urgente dar testimonio del Viviente hoy y ayudar a la gente a palparle?

Marifé Ramos

(http://www.mariferamos.com/)

Fuente Fe Adulta

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Miedo y Paz

Domingo, 18 de abril de 2021
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Bulgaria.6Domingo III de Pascua

18 abril 2021

Lc 24, 35-48

 

En principio, el miedo es un componente de nuestro propio sistema biológico. Constituye una señal que nos alerta de algún peligro o amenaza, con lo cual nos predispone para hacerle frente, a través de los conocidos mecanismos de huida, ataque o congelación.

 Sin embargo, todo se complica por dos motivos: por un lado, porque el cerebro no distingue las amenazas reales de las imaginarias; por otro, porque la mente pensante es una fábrica incesante de pensamientos, preocupaciones y, en no pocos casos, de peligros que únicamente existen en ella.

 Más allá de aquellos factores que, fruto de la propia psicobiografía, son la causa del miedo mental, podría decirse que el miedo es hijo de la ignorancia, de la misma manera que la paz es hija de la comprensión.

 La ignorancia es desconocimiento de nuestra verdadera identidad y, en la misma medida, creencia de estar separados de la vida. O por decirlo brevemente: ignorancia es sinónimo de consciencia de separatividad. A partir de esta creencia, el miedo es tan inevitable como imposible de superar.

 La comprensión nos hace salir de aquella ignorancia mental al reconocer que somos uno con la vida. Más allá de la “apariencia” del yo, somos Aquello que está “detrás” de él, lo que es consciente de él y de las formas que lo acompañan. La comprensión de lo que somos es fuente de paz: lo que somos es uno con todo lo que es y se halla siempre a salvo. Nuestra peripecia existencial podrá atravesar circunstancias de todo tipo, pero lo que somos se halla siempre a salvo. Quien sabe que es vida ha encontrado la fuente de la paz.

¿Qué ocupa más espacio en mí: el miedo o la paz?

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Todos somos discípulos de Emaús

Domingo, 18 de abril de 2021
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apasc03bnk02Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Los dos de Emaús.

         El texto del evangelio de hoy es el final del relato de los dos de Emaús.

Nos encontramos -una vez más- con una escena postpascual que ya nos es familiar: los Apóstoles reunidos comentando los sucesos de los últimos días. Los dos discípulos se marchan de Jerusalén tras el trágico fracaso de Jesús el Viernes en el Calvario, pero el encuentro con el Señor, los “ha devuelto” al grupo.

En cierto sentido todos somos discípulos de Emaús. Nosotros esperábamos, le dicen a Jesús los dos caminantes.

         La pandemia con sus confinamientos también está haciendo mella en la psicología humana, mina la esperanza y pueden inducir a situaciones de hundimiento psicológico, a acedia, tal vez de depresión, etc.

Por otra parte, también “nosotros esperábamos” muchas cosas y logros en la vida. En la esfera personal,-familiar esperábamos dar más de lo que hemos dado de sí, esperábamos más de los hijos. Esperábamos que, al salir de la dictadura, en la democracia la sociedad fuesen mejor, pero vamos de decepción en decepción. Pensábamos y esperábamos que el Concilio siguiera adelante con su gran tarea, pero en este ámbito eclesiástico se vienen produciendo tantos recortes y tan frustrantes como en el económico.

Nosotros también esperábamos, pero hace ya tres días o treinta años o toda la vida que caminamos con la frustración a cuestas.

  1. Iban caminando y hablando.

         Los dos de Emaús iban caminando …   Lo propio del ser humano es caminar, pensar y hablar.

         En estos textos de resurrección aparece con frecuencia que los discípulos recuerdan, hablan, no han olvidado todo lo vivido con Jesús. Se van de Jerusalén porque el “asunto Jesús” había terminado de mala manera, pero no pierden la memoria, siguen hablando, recordando, evocando.

Al mismo tiempo, cuando Cristo se incorpora en el camino a su vida (y a la nuestra), afloran cuestiones y problemas y también afloran horizontes, les explica las Escrituras, el Señor resucitado les abre la mente parta comprender, etc.

         La parte final del texto que hemos escuchado hoy, repite la idea de hablar, conversar: la Palabra, las Escrituras:

  • o Los creyentes estaban hablando, discutiendo.
  • o Jesús les dice, les explica las Escrituras, la Palabra

La palabra, el diálogo son algo específicamente humano. Nos hacen conservar la memoria, nuestra memoria histórica, nuestra cultura, nuestra fe. Si el asunto Jesús no se ha perdido es por la fe en la Palabra, por el testimonio de los cuatro evangelios, el Nuevo Testamento, por la Palabra que nos transmitió la familia, la catequesis en la Parroquia, las homilías (la palabra homilía significa: conversación) que hemos tenido en nuestra vida.

La palabra es memoria, creatividad y futuro.

         La lectura de la Palabra, la conversación con quien merece mi confianza, el diálogo en la comunidad eclesial, en política, en los ámbitos de amistad y quizás familiares, la Palabra es recordar, proyectar, crear, compartir, perdonar, abrir caminos hacia la vida.

  1. ¿Lo propio de la postmodernidad es no hablar y ocultar?

         No es lo mismo información que formación

         Utilicemos la “misma expresión”: información y formación. Hoy en día vivimos sobre-informados, lo que ya no sé es si estamos formados, construidos. Disponemos de infinidad de datos informativos por los diversos medios: internet, móvil, medios de comunicación, lo que ya no sé es si nos enteramos de los problemas, de la vida, de la muerte. Vivimos en un folklore y un maremagnum de datos, estadísticas, encuestas, opiniones, wasaps, videos, pero sin tocar el fondo de la vida.

         La pandemia en la que estamos insertos es un buen ejemplo. Vivimos en un vértigo de opiniones sobre vacunas, confinamientos, intereses, pero ¿alguien se plantea el problema de la enfermedad y de la muerte como problema humano, humanista?

         Hoy en día vivimos no en la Palabra, sino en la superficialidad informática, en las corrientes de la moda, del “opinionismo” como dogma de fe.

         Por otra parte, y es más grave, quizás lo propio de la postmodernidad en que vivimos es no hablar, no plantear las grandes cuestiones de la vida, no permitir que afloren las cuestiones de la vida.

Quizás por ello, tal vez, la actitud y solución que tenemos ante los grandes problemas de la persona humana es la anestesia. Ante el sentido de la vida, ante la muerte, el tratamiento lo más que se nos ocurre es la sedación, el ocultar, maquillar las cuestiones.

En la escuela (ámbitos intelectuales) no se puede pensar, ni se permite que afloren las grandes cuestiones de la vida. Es preferible el ordenador a la filosofía, a los problemas de la ética, de la muerte, de la esperanza, etc.

         En ciertos momentos y ante ciertas crisis habrá que sedar el dolor, pero la solución a la cuestión del sentido de la vida y a la angustia no está, al menos no está solamente en la farmacia, ni en la ciencia, sino en la Palabra, en el Logos (pensemos en la logoterapia), en la esperanza. El problema de la muerte no se soluciona con una “muerte dulce”. La muerte no se soluciona con la eutanasia, sino con el horizonte que pueda tener la muerte, con una Palabra sensata de esperanza y resurrección. La salida al problema de la culpabilidad no está, al menos no está únicamente, en la psicología, sino en la gracia, en el perdón.

  1. profundidad de la palabra.

Profundo es lo opuesto a lo superficial. Hay personas que viven siempre en la cresta de la ola, en la moda, en lo que se dice, en una inmensa superficialidad, añadiendo capas y más capas de superficialidad a la vida. Lo más profundo que tienen es la camisa, la sotana o el uniforme que llevan o el chisme del “Hola” o del hábitat eclesiástico o político.

Hay personas que viven entre cosas serias y profundas y son unos perfectos superficiales. Por contraposición, gentes sencillas, rurales, amas de casa y obreros viven la existencia en profundidad.

Lo opuesto a la superficialidad es la profundidad como actitud vital y camino espiritual. Decía Paul Tillich, teólogo alemán de mediados del siglo XX:

El nombre de esta profundidad infinita e inagotable y el fondo de todo ser es Dios. Esta profundidad es lo que significa la palabra Dios. Y si esta palabra carece de suficiente significación para vosotros, traducidla y hablad entonces de las profundidades de vuestra vida, de la fuente de vuestro ser, de vuestro interés último, de lo que os tomáis seriamente, sin reserva alguna. Para lograrlo, quizá tendréis que olvidar todo lo que de tradicional hayáis aprendido acerca de Dios, quizás incluso esta misma palabra. Pero si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o incrédulos. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudierais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. Quien sabe algo acerca de la profundidad, sabe algo acerca de Dios.[1] La verdad es profunda y no superficial; el sufrimiento es profundidad,[2]

La Palabra, el diálogo no son charlatanería, una mera expectoración de vocablos, sino que toda palabra ha de llevar una dosis de contenido, que hemos de saber apreciar. La palabra es como una semilla y esperemos que sea de trigo, no de cizaña.

         Dice Isaías:

Como la lluvia y la nieve bajan del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, y producen la semilla para sembrar y el pan para comer, así también la palabra que sale de mis labios no vuelve a mí sin producir efecto. (Isaías 55, 10-11)

  1. ¿tenéis algo de comer? Vamos a comer.

         El relato de los dos de Emaús es la Eucaristía: la Mesa de la palabra y del Pan de Vida.

La comida es el lugar de encuentro, de amistad, de amor (bodas), de conversación, de fiesta familiar o popular, de amistad o de compartir sufrimiento (muerte).

         En el fondo todo eso es la Eucaristía y la mesa de la vida: reunirse, conversar, recordar, encontrarse, comer. En la tradición de la Iglesia se hablaba de la Eucaristía como con dos alimentos: la Palabra y el Pan de Vida.

Todos estos aspectos son muy importantes en nuestra vida personal, familiar, en el momento de nuestro pueblo.

La vida se compone de elementos muy sencillos, pero profundos, y creer en esta sencillez es creer en el Señor Resucitado. Una limosna, un poco de pan, cuidar la “herida” de un enfermo, saber escuchar son pequeños sacramentos de la Resurrección y de la vida.

[1] TILLICH, P. Se conmueven los cimientos de la tierra, 95.

[2] TILLICH, P. Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 90.

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“Nuevo inicio”. 2º de Pascua – B (Juan 20,19-31)

Domingo, 11 de abril de 2021
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Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién seguirán ahora?

Está anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no tienen a Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena Noticia?

El evangelista Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad. Así ha de ser para siempre. Con él todo es posible: liberarnos del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización.

Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Solo paz y alegría. Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre ha encomendado a Jesús.

Lo que necesita hoy la Iglesia no es solo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un «nuevo inicio» a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Solo él ha de ocupar el centro de la Iglesia. Solo él puede impulsar la comunión. Solo él puede renovar nuestros corazones.

No bastan nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Pero hemos de aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No es solo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización.

José Antonio Pagola

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“Porque me has visto, Tomás, has creído, -dice el Señor-. Dichosos los que crean sin haber visto”. Domingo 11 de abril de 2021. Domingo segundo de Pascua

Domingo, 11 de abril de 2021
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28-pasuaB2 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 4,32-35: Todos pensaban y sentían lo mismo:
Salmo responsorial: 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
1Juan 5,1-6. Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo.
Juan 20,19-31: Porque me has visto, Tomás, has creído, -dice el Señor-. Dichosos los que crean sin haber visto.

Tras la muerte de Jesús, la comunidad se siente con miedo, insegura e indefensa ante las represalias que pueda tomar contra ella la institución judía. Se encuentra en una situación de temor paralela a la del antiguo Israel en Egipto cuando los israelitas eran perseguidos por las tropas del faraón (Éx 14,10); y, como lo estuvo aquel pueblo, los discípulos están también en la noche (ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Éx 12,42; Dt 16,1). El mensaje de María Magdalena, sin embargo, no los ha liberado del temor. No basta tener noticia del sepulcro vacío; sólo la presencia de Jesús puede darles seguridad en medio de un mundo hostil.

Pero todo cambia desde el momento en que Jesús –que es el centro de la comunidad- aparece en medio, como punto de referencia, fuente de vida y factor de unidad.

Su saludo les devuelve la paz que habían perdido. Sus manos y su costado, pruebas de su pasión y muerte, son ahora los signos de su amor y de su victoria: el que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. Si tenían miedo a la muerte que podrían infligirles “los judíos”, ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él comunica.

El efecto del encuentro con Jesús es la alegría, como él mismo había anunciado (16,20: vuestra tristeza se convertirá en alegría). Ya ha comenzado la fiesta de la Pascua, la nueva creación, el nuevo ser humano capaz de dar la vida para dar vida

Con su presencia Jesús les comunica su Espíritu que les da la fuerza para enfrentarse con el mundo y liberar a hombres y mujeres del pecado, de la injusticia, del desamor y de la muerte. Para esto los envía al mundo, a un mundo que los odia como lo odió a él (15,18). La misión de la comunidad no será otra sino la de perdonar los pecados para dar vida, o lo que es igual, poner fin a todo lo que oprime, reprime o suprime la vida, que es el efecto que produce el pecado en la sociedad.

Pero no todos creen. Hay uno, Tomás, el mismo que se mostró pronto a acompañar a Jesús en la muerte (Jn 11,16), que ahora se resiste a creer el testimonio de los discípulos y no le basta con ver a la comunidad transformada por el Espíritu. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido; no cree en la permanencia de la vida. Exige una prueba individual y extraordinaria. Las frases redundantes de Tomás, con su repetición de palabras (sus manos, meter mi dedo, meter mi mano), subrayan estilísticamente su testarudez. No busca a Jesús fuente de vida, sino una reliquia del pasado.

Necesitará para creer unas palabras de Jesús: «Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel». Tomás, que no llega a tocar a Jesús, pronuncia la más sublime confesión evangélica de fe llamando a Jesús “Señor mío y Dios mío”. Con esta doble expresión alude al maestro a quien llamaban Señor, siempre dispuesto a lavar los pies a sus discípulos y al proyecto de Dios, realizado ahora en Jesús, de hacer llegar al ser humano a la cumbre de la divinidad realizado ahora en Jesús (Dios mío)..

Pero su actitud incrédula le merece un reproche de parte de Jesús, que pronuncia una última bienaventuranza para todos los que ya no podrán ni verlo ni tocarlo y tendrán, por ello, que descubrirlo en la comunidad y notar en ella su presencia siempre viva. De ahora en adelante la realidad de Jesús vivo no se percibe con elucubraciones ni buscando experiencias individuales y aisladas, sino que se manifiesta en la vida y conducta de una comunidad que es expresión de amor, de vida y de alegría. Una comunidad, cuya utopía de vida refleja el libro de los Hechos (4,32-35): comunidad de pensamientos y sentimientos comunes, de puesta en común de los bienes y de reparto igualitario de los mismos como expresión de su fe en Jesús resucitado, una comunidad de amor como defiende la primera carta de Juan (1 Jn 5,1-5).

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Octava de Pascua, Domingo de la Misericordia: Sentido bíblico y eclesial

Domingo, 11 de abril de 2021
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juandejuanes1523-1579-eccehomomuseodelprado-3Del blog de Xabier Pikaza:

La liturgia antigua celebraba la Pascua durante toda una semana, culminando el “domingo in albis”, cuando los bautizados salían a la calle vestidos de blanco de resurrección. La iglesia católica actual ha creado para este domingo II de pascua la fiesta de la misericordia y quiere vayamos vestidos de ella. Pero ¿de qué misericordia? porque  no todos la entendemos de la misma forma, empezando por Juan Pablo II, fundador de ella.

En su línea eclesial,  siguiendo las “revelaciones” de una joven polaca, llamada  Faustina Kowalska (1905 – 1938), a la que durante muchos años se le “apareció” Jesucristo como “misericordia divina”, el Papa Juan Pablo II estableció esta fiesta (el año 2000, cuando canonizó a F. Kowalska).   

De esa forma quiso promover una espiritualidad y praxis de la misericordia, en la línea de su encíclica Dives in Misericordia (1980), como fuente de reparación sacrificial y de purificación personal más que de transformación mesiánica de la Iglesia.

El Papa Francisco ha promovido también esa devoción y fiesta al Cristo de la Misericordia, pero con matices algo distintos, siguiendo el “programa” del Card. Kasper (La misericordia) y su propia teología y práctica social (Ev. Gaudium 2013 y Laudato si 2015)

En otra línea, por su empeño en recuperar la misericordia debemos citar el trabajo clave de J. Sobrino, Principio Misericordia (1992). Ciertamente, la visión de Juan Pablo II y la de J. Sobrino no se contradicen, pero son distintas. De un modo muy significativo, tras la muerte de Juan Pablo II, conforme a su visión de la “misericordia”, la Cong. para la Doctrina de la fe, avalada por Benedicto XVI,  publicó el 26.11.06 una “notificación” afirmando que algunas proposiciones de las obras de Sobrino “no estaban en conformidad con la doctrina de la Iglesia”. 

La “notificacion” citada  no se refiere directamente al “Principio Misericordia” de Sobrino pero lo que ella condena es en el fondo inseparable de lo que Sobrino dice sobre la Misericordia, entendida y vivida (practicada) desde la humanidad “divina” (mesiánica) de Jesús.

    En ese sentido  podemos hablar por lo menos de “dos misericordias”, la de F. Kowalska y Juan Pablo II (en línea más devocional e intimista), y la de otros, como J. Sobrino, cuyo libro insiste en la misericordia como motor devocional, pero también social ,de la transformación de la iglesia y del mundo. Éste es uno de los puntos “calientes” de la  vida de la Iglesia actual, como J. A. Pagola y un servidor desarrollamos en un libro titulado Entrañable Dios. Las obras de misericordia.

Teniendo eso en cuenta, he querido recordar que la Fiesta pascual de la Misericordia, fundada en la vida, muerte y resurrección Jesús, ha de entenderse a partir de la Biblia Judía (en especial de Ex 34), reelaborada por los cristianos, en forma espiritual y “material”, personal y social,  tal como culmina en Mt 25,31-46 (=las Obras de Misericordia).

    En las reflexiones que siguen expongo pues la raíz bíblica de la misericordia,  recordando que  sus nombres/elementos no son sólo dos, sino, al menos, cuatro, de forma que ellos nos “ayudan” a celebrar esta fiesta, no sólo al modo de F. Kowalska y Juan Pablo II, sino también al modo J. Sobrino y W. Kasper, del Papa Francisco  y de la Teología de la Liberación, como seguiré mostrando.

Cuatro nombres y rasgos de la Misericordia

w-szkole-milosierdzia-siostry-faustyny-i-jana-pawla-ii Esos nombres aparecen en Ex 34, 6-7, casi en el principio del camino de Dios en la Biblia. Ese pasaje del Éxodo ha sido y sigue siendo la Carta Magna de la misericordia de Dios, que se “abaja” y camina con los hombres, a quienes ofrece perdón desde la Montaña de su misterio de amor (el Sinaí), para que ellos (animados, perdonados) puedan así superar el estallido anterior de la idolatría (adoración del Becerro de Oro del poder y la pasión dominadora).

Esos cuatro nombres  nos sirven para trazar camino de humanidad reconciliada,  no para volver simplemente a las cosas que habían sido antes, sino para crear rutas nuevas, desde el mismo Dios eterno que quiere seguir fecundando de amor nuestro tiempo.

Recodemos la escena. Dios había dado a Moisés su Ley (cf. Ex 19-21), pero los judíos la habían rechazado, para adorar (¡como nosotros solemos hacer!) al becerro de oro, que es el dinero, la fuerza y la pura pasión. Como mediador fracasado de la alianza, bajó Moisés del monte con las tablas de piedra de la ley, y descubriendo el pecado del pueblo, rompió las tablas con furia, pues le parecía que todo había terminado (Ex 32, 15-20). Así le vio Miguel Ángel en su famosa estatua:

 Pero Dios aguardaba con paciencia, y le pidió que volviera, que empezara de nuevo, con nuevos fundamentos de amor y vida. Conforme a la ley de este mundo, Dios tenía que haber rechazado para siempre al pueblo, pero su misericordia es mayor que la ley, y Dios quiso perdonar (¡él es perdón!), pidiéndole a Moisés que subiera de nuevo a la montaña (cf. Ex 34, 1-4)…

Moisés subió al amanecer al Monte Sinaí… Yahvé bajó en la nube y se quedó con él conversando, y proclamó el nombre de Yahvé (¡su nombre!) y pasó ante él diciendo: ¡Yahvé, Yahvé, Dios entrañable (rehem) y de gracia (hannun), lento a la ira y rico en lealtad (hesed) y verdad (‘emunah), leal hasta la milésima generación; que perdona culpa, delito y pecado, pero no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación! (Ex 34, 4-7).

Éstos son los nombres que el Papa Juan Pablo II citó y estudió en la famosa nota 52 de su Encíclica Dives in Misericordia (Rico en Misericordia, 1980), acudiendo al texto hebreo, porque es importante captar bien los matices de cada uno de ellos, aunque quizá no dedujo todo lo que ellos implican,y no los tomó como principio de renovación personal y social de la Iglesia.

Esos nombres nos dicen que en el principio de la vida no  están las “obras malas” de los hombres (oro, fuerza bruta, la pasión del gran “becerro”…), sino  está la misericordia más alta de Dios que pasa ante la roca donde Moisés se ha guarnecido para proclamar cuatro palabras: Amor entrañable (rahum), Gracia (hannun), Fidelidad (hesed)y Verdad(´emet, ‘emunah).

Éstos cuatro nombres  describen el misterio de Dios, abriendo un camino de vida a los hombres, a los que él perdona, para que así ellos puedan (podamos) perdonarnos unos a los otros, en un plano intimista y social, al mismo tiempo, en libertad y compromiso creador de iglesia. Son los nombres de Dios, siendo, al mismo tiempo, los nombres del hombre que ha de ser amor entrañable y gratuidad, fidelidad y verdad como he comentado en Entrañable Dios. Las obras de misericordia, Verbo Divino, Estella 2016).

1. Dios Rahum (rehem): La misericordia es el Amor entrañable.

entranable-diosEsa palabra, vinculada al vientre materno, expresa el cuidado de una madre por aquellos que brotan de su entraña y necesitan su ayuda, evocando así la más honda experiencia de Dios en la Biblia. El principio de Dios no es la acción de unas manos que forman las cosas, ni un tipo de pasión superior, ni un deseo de amontonar cosas, sino el amor del útero materno, expresado en el cuidado de la madre por los hijos. También un padre puede tener rehem, pero su modelo originario es la madre.

   La misericordia empieza siendo una pasión (com-pasión) de vientre, esto es, un amor  y dolor de entrañas, que nos vincula con todos los que sufren, pues forman parte de nuestra misma vida. En ese sentido, rehem significa apiadarse de los desgraciados externos, pero esa piedad amorosa nono nace sólo porque hay desgraciados externos, sino porque Dios mismo es amor entrañable o, mejor dicho, entraña de amor, y porque nosotros con él somos (hemos de ser) entrañas de amor sensibles al dolor concreto de todos los demás, que forman parte del “cuerpo” más hondo de nuestra propia vida.

Así lo ha puesto de relieve la tradición cristiana al explicar de un modo muy hondo el tema de la condescendencia y  ternura de Dios, que se apiada de un modo radical de cada uno hombres necesitados (descendiendo a ellos: con-descendiendo) no sólo porque ellos lo (le) necesitan, sino ante todo porque  Dios mismo es Amor entrañable (y nosotros hemos de serlo en él),  porque él ama como madre, en un desbordamiento de ternura y cuidado.

2. Dios es Hannun (hen), Gratuidad amorosa, no sólo de entrañas (vientre), sino de vida total

414pD5v+fkL._SX334_BO1,204,203,200_Esa palabra (hannun) viene de la raíz hebrea hanan, que significa Gracia, como en Hanna/Ana, la madre de Samuel (2 Sam 2), o la abuela de Jesús (Protoevangelio de Santiago). Ese nombre (Ana) significa en hebreo Agraciada (lo mismo que el nombre que el Ángel de Dios puso a María (en el evangelio de Lucas: 26-38), aunque en idioma griego: Kejaritomene: Agraciada o llena de Gracia

Dios aparece así como la Gracia, como aquel que acoge y ayuda a los hombres de un modo generoso, sin necesidad de imponerse con violencia, para enriquecerles, dialogando y colaborando con ellos no para dominarles, sino con ternura maternal,  como has destacado tú en la segunda parte de tu libro. La vida humana no es conquista, sino “don”, no es sacrificio reparador (como sometimiento), sino desbordamiento generoso de vida-

Sólo Dios es plenamente gracia y maternidad entrañable, Hannun, y en ese sentido él es la gratuidad suprema de la que nace toda misericordia. Desde ese fondo, fundándose en el Dios que llevan dentro los hombres pueden responder y actuar también gratuitamente,  si acogen y cumplen su palabra Dios.

Este amor-hen de Dios, que es fuente de toda gratuidad, y Ternura de todas las ternuras, precede a las obras de misericordia de los hombres, las sostiene y fundamenta. En esta línea se manifiesta su experiencia, Entraña de las entrañas de Dios que agracia a los hombres, se agrada en ellos y les mira no sólo con simpatía, sino con felicidad, a pesar de su pecado.

3. Dios es Hesed, Fidelidad al pacto de la vida, esto es, a la exigencia de justicia, en un un camino que ha de recorrerse en clave de libertad y liberación.

Esta palabra (hesed)incluye también matices de cercanía y ayuda entrañable y gratuita, como en los casos anteriores, pero añade un matiz importante de lealtad o fidelidad a la alianza, es decir, a la palabra dada y a la justicia de las relaciones humana, como lo muestra la escena del Monte Sinaí,  en la que Dios aparece en su trascendencia suprema, como desbordamiento de Amor, pero siempre en línea de justicia, de forma que no puede separarse de los mandamientos que llena en su mano que son “no matar”, “no robar personas”, no “adueñarse de la mujer ajena”, no falsear los tribunales, no “desear” y robar los bienes ajenos.

El Dios Yahvé (¡soy el que soy!) había estipulado con los hebreos un pacto en el montaña, y ellos, su pueblo, se habían comprometido a cumplirlo, el “pacto de los mandamientos”, es decir, de la justicia (Ex 19-31), pero después ellos lo rompieron, adorando al Becerro (Ex 32). Lógicamente, Dios debía responder rompiendo su pacto y abandonando al pueblo en manos de su propia destrucción.

Pero Dios, siendo justicia de pacto y de ley, es también misericordia que restaura, esto es, “hesed”. Ciertamente, Dios habita en la justicia de la ley (de talión), pero sin quedar cerrado en ella, de forma que él ha mantenido su palabra de amor y ha perdonado.

En esa línea, hesed significa no sólo lealtad al pacto (y a la justicia), sino también trascendencia de amor y “perdón”, por encima de la misma ley (no en contra de ella), superando el plano de los mandamientos y ofreciendo a los hombres la gracia incondicionada y eterna de su vida. De un modo muy significativo, el judaísmo ha identificado la palabra hesed con la “religión”, de manera que los hasidim (asideos, los que tienen Hesed) son los verdaderamente religiosos

4. Dios es ‘Emet/’Emunah, el Verdadero, es decir, la Verdad, pero no una verdad como doctrina separa de la vida, sino como la misma vida que es fiel, que es solidaria.

índiceConforme a esta visión de la “misericordia” bíblica, ratificada por Jesús, el elemento final que la “condensa y ratifica” es la “verdad” entendida como fidelidad a los demás, como “fe” en el sentido (emunah): Esto es la verdad, ser fiables. Los hombres y mujeres no son verdaderos porque aceptan una proposiciones teóricas, sino porque son “fiables”, porque los demás pueden confiar en ellos, en un sentido afectivo y efectivo, personal y social.

Según eso, la Verdad no significa simple veracidad, ni descubrimiento de algún misterio particular oculto, sino firmeza personal  en el camino de encuentro con los otros (no empecinamiento testarudo).  Así entendida, la misericordia es  cumplimiento de la palabra dada, siempre en diálogo con los demás, al servicio de las personas, no es un tipo de lay que se sitúa por encima de las personas.

   En ese sentido, Jesús pudo decir que él era testigo de la verdad, del bien supremo de la vida humana que es el amor a los pobres… y por eso le mataron, precisamente por ser misericordioso, porque su lema era “misericordia quiero y no sacrificios…”. No supieron qué hacer con él, tuvieron miedo, tuvieron envidia, y le mataron, precisamente porque era misericordioso.

  Lógicamente, la resurrección de Jesús ha de entenderse como “resurrección de la misericordia”. Este mundo nuestro del año 2021 es un mundo “sin misericordia”, con pocas entrañas (rehem), con poca gratuidad (hen), con poca fidelidad al valor supremo de las personas (hesed)… con poca verdad (emunah). En este mundo queremos celebrar hoy la fiesta pascual de la misericordia, con elementos buenos de Faustina Kowalska y de Juan Pablo II, pero elevándonos de plano, sin condenar todo aquello que representa y promueve Jon Sobrino, no porque lo diga sin más Sobrino, sino porque forma parte de la entraña de la vida humana, tal como ha sido ya formulada por el libro del Éxodo en el AT y ratificada por Jesucristo.

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Bienaventurados los que creen sin haber visto. Domingo 2º de Pascua. Ciclo B.

Domingo, 11 de abril de 2021
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expo3Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Como si los evangelistas quisieran acentuar las diferencias para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el de este domingo.

«Bienaventurados los que creen sin haber visto (Juan 20,19-31)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

– Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

– Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

– Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

– Hemos visto al Señor.

Pero él les contestó:

– Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

– Paz a vosotros.

Luego dijo a Tomás:

– Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Contestó Tomás:

– ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

– ¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto.

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Comparado con otros relatos de apariciones, este de Juan ofrece la siguientes peculiaridades:

  1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.
  2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero la solución no es tan fácil. Este saludo, «paz a vosotros», solo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Marcos y Mateo), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mateo con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.
  3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mateo), María Magdalena intenta abrazarlo (Juan); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Juan, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe.
  4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan solo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.
  5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.
  6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Marcos y Mateo no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que, en Juan, perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

Tomás y nosotros. En un mundo bastante racional y racionalista, queremos a veces una fe con pruebas: pedimos ver y palpar. Lo hacemos sin soberbia, como simples personas que sienten dudas y dificultades. Jesús se mantiene a la expectativa, tarda ocho días, o meses y años. Se presenta de pronto, cuando menos lo esperamos, saludándonos con la paz. O quizá no se presente nunca. Se contentará con recordarnos en nuestro interior: «Bienaventurados los que creen sin haber visto».

«Un solo corazón y una sola alma» (Hechos 4,32-35)

Lucas presenta en dos ocasiones un resumen de la vida de la primera comunidad cristiana (Hch 2,42-47 y 4,32-35). Este segundo contiene cuatro afirmaciones breves: la primera y la última se centran en la posesión de los bienes en común, con el ejemplo especial de los que poseían tierras o casas; la segunda se refiere al testimonio de los apóstoles «con mucho valor», cosa comprensible porque ya han tenido que aparecer ante el Sanedrín (4,1-22); la tercera, a la buena acogida entre los no cristianos, tema que también apareció en el resumen anterior (2,43).

El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común.

Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor.

Y se los miraba a todos con mucho agrado.

Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba.

Pensando en las comunidades actuales, las diferencias son notables. El compartir los bienes se mantuvo en algunas iglesias durante más de dos siglos (tenemos el testimonio nada dudoso de Luciano de Samosata). Hoy día seguimos, más bien, la práctica de las comunidades paulinas, donde cada cual conservaba sus bienes, ayudando a los necesitados cuando era preciso. Entonces, como ahora, las comunidades pobres (Tesalónica) eran mucho más generosas que las ricas (Corinto).

El impulso misionero, que produjo la admirable expansión del cristianismo por el imperio romano, ha adquirido en las últimas décadas un enfoque muy distinto al del simple predicar la resurrección de Cristo.

El cambio más notable se advierte en la buena opinión de la gente, que hoy día es a menudo bastante mala, no siempre con razón. Pero conviene recordar que la visión de Lucas peca de optimismo. Durante el siglo I los cristianos fueron perseguidos, insultados y considerados los peores malhechores.

«El que ha nacido de Dios vence al mundo» (1 Juan 5,1-6)

La primera carta de Juan es un escrito bastante polémico y dualista. Todo lo bueno está en Dios, y todo lo malo en el mundo. El autor denuncia a los cristianos que han abandonado la comunidad, a los que llama “mentirosos”, “anticristos”, “falsos profetas”. Sus errores principales se dan en el terreno de la moral y del dogma. Desde el punto de vista moral, niegan tener pecado y haber pecado, con lo que niegan la redención de Cristo. Tampoco conceden importancia al amor a los hermanos y a la caridad con los necesitados. Desde el punto de vista dogmático, niegan que Jesús sea el Cristo, el Hijo de Dios. Con ello, al negar al Hijo, niegan al Padre.

Frente a esta postura, el autor insiste en el amor que el Padre nos ha tenido enviándonos a su Hijo y haciéndonos hijos suyos. El cristiano no debe amar este mundo, sino creer en Jesús y amar a los hermanos, no de palabra, sino de obra y de verdad.

  Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en qué guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino por el agua y la sangre: Jesucristo. No solo en el agua, sino en el agua y en la sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

El evangelio terminaba hablando de la fe en Jesús, que nos da la vida eterna. Esta fe en que Jesús es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, ocupa también un puesto capital en este pasaje, repleto de conceptos típicos de Juan: nacer de Dios, amar a Dios y a los hijos de Dios, cumplir sus mandamientos, vencer al mundo, el agua y la sangre, el testimonio del Espíritu, la verdad. Demasiada materia. Destaco dos detalles:

¿Cómo sabemos que amamos a los hijos de Dios? Si amamos a Dios. Es una inversión curiosa, porque Juan insiste a menudo en que la prueba de que amamos a Dios es que amamos a los hermanos.

Creer en un Mesías que salva «por el agua», con el bautismo, no sería difícil. Lo que escandaliza a muchos es que salve «por la sangre», derramándola por nosotros.

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11 Abril, 2021. II Domingo de Pascua, Divina Misericordia

Domingo, 11 de abril de 2021
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La paz esté con vosotros”

(Jn 20, 19-31 )

En este Segundo domingo de Pascua nos encontramos a Jesús deseando la paz a sus discípulos. Y lo hace en tres ocasiones… por si se despistaban en la primera…

El Evangelio comienza: “al atardecer de aquel día”. El mismo domingo en que Pedro y Juan vieron el sepulcro vacío, en que María de Magdala se encontró con Jesús Resucitado y le confundió con el jardinero… Aquel día, al atardecer, cuando comenzaba la oscuridad, estaban encerrados, paralizados por el miedo ¿De qué nos inmoviliza nuestro miedo?

Jesús se presenta en medio de los discípulos (hombres y mujeres). Ya no se aparece solo a María. Se hace presente ante la comunidad. Quiere transmitir su mensaje a todas las personas que le han estado siguiendo.

Y les dice paz a vosotros. En la actualidad parece que esta palabra tiene el significado de ausencia de guerra. Pero estamos tan necesitadas… La humanidad grita paz; nuestras sociedades, familias y comunidades, la buscamos en el trabajo, en nuestra forma de relacionarnos… Anhelamos paz en nuestras entrañas, allí donde nos encontramos con Dios…

Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. El aliento, en la Biblia, nos habla de vida. En el Génesis, en la Creación del hombre, podemos leer: “Dios sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Jesús quiere transmitirse, entregar su Espíritu Santo, a los discípulos a través de esa expiración…

Los discípulos, al ver al Señor, se llenan de alegría. Existe un gran contraste con el miedo anterior. El encuentro con Jesús Resucitado cambia la vida.

Esa paz que les transmite… La tercera vez (el número tres en las Biblia nos habla de plenitud) que Jesús lo repite es cuando la comunidad está completa, cuando Tomás también se encuentra reunido con los discípulos. A veces, cuando las cosas no son como nos gustarían, tenemos la tentación de huir, ya sea físicamente, emocionalmente, mentalmente… Es en comunidad donde recibimos la paz, donde somos enviadas, donde Jesús nos entrega la Santa Ruah.

Oración

Trinidad Santa, sopla tu aliento de vida sobre nosotras. Entréganos tu paz.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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