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“Lo que yo creo II: Jesús de Nazaret”

Miércoles, 26 de octubre de 2022

untaljesusTomás Maza Ruiz
Madrid.

ECLESALIA, 30/09/22.- La palabra creer es polisémica, es decir puede tener varios significados. En este caso no es lo mismo creer en Dios que creer en Jesús. No es sólo afirmar que éste ha existido en contra de los que niegan su existencia, Aunque hay algunos que han negado su existencia, la inmensa mayoría afirman que la vida de Jesús es tan real como la de Julio César o Miguel de Cervantes o la de cualquier personaje histórico. Pero cuando digo que creo en Jesús no afirmo únicamente su existencia humana, sino que me siento especialmente unido a él, que participo de su mensaje, que creo que su vida y su muerte han servido y siguen sirviendo de inspiración y ayuda para millones de personas desde hace dos mil años y seguirán siéndolo en el futuro.

¿Se puede saber con exactitud cómo fue la vida de Jesús y su mensaje? Retazos de su vida se hallan reflejados en los evangelios que son relatos escritos por seguidores suyos varias décadas después de su muerte. Pero estos relatos no pretenden ser biografías suyas, sino una transmisión de su mensaje, tal como lo entendían los redactores de los evangelios. En estos escritos se mezclan los datos históricos con otros míticos que intentan transmitir una enseñanza y sobre todo reflejar el impacto emocional que sintieron los primeros seguidores al convivir estrechamente con Jesús. Para explicar su vida recurrieron a la experiencia religiosa de la lectura de la Biblia en la sinagoga judía. Recordaron los escritos de los profetas de Israel e interpretaron, con mayor o menor acierto, estos escritos como anuncios de lo que había de ser la vida y el mensaje de Jesús.

Se puede pensar que como personas implicadas emocionalmente por la persona con la que habían compartido íntimamente su vida, su testimonio era parcial y, por tanto, poco creíble. Sin duda alguna su testimonio no era imparcial, como lo podía ser el de un espectador desinteresado, pero el entusiasmo de los seguidores era consecuencia del impacto y la sorpresa que les provocaban las palabras y los hechos de Jesús. Lo cual no quiere decir que entendieran exactamente la persona de Jesús. En varias ocasiones se preguntan: ¿Quién es éste que hace estas cosas? También Jesús reprocha a sus discípulos su falta de fe y que no entienden sus parábolas.

Otros datos que influyeron en la redacción de los evangelios y el más importante es que estos escritos no fueron los primeros que se escribieron. Los primeros testimonios escritos fueron los de Pablo en los años cincuenta de la era cristiana. Pablo era un discípulo que no había conocido a Jesús y que escribió sus cartas unos veinte años antes de la redacción del primero de los evangelios, el de Marcos en la década de los años setenta. Pablo, antiguo perseguidor de la comunidad de Jesús, se convirtió en seguidor de Jesús tras una experiencia mística. Pero su conversión no fue al Jesús terreno, al que no conoció, sino al Cristo resucitado y sentado en el Cielo a la derecha del Padre. Su interpretación de la vida y la muerte de Jesús estaba inspirada en la literatura judía.

Según las tradiciones judías Dios había establecido una alianza con el pueblo hebreo, pero éste había quebrantado una y otra vez esta alianza. La fiesta de la Pascua había sido establecida para obtener la reconciliación divina mediante el sacrificio de un cordero sin mancha; la sangre del cordero conseguía el perdón de Dios. Pablo establece un paralelismo de la fiesta de la Pascua con la muerte de Jesús: “El Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores. Así demuestra Dios el amor que nos tiene” (Rm 5,8), “Ahora Dios nos ha rehabilitado por la sangre del Mesías” (Rm 5,9), “Dios derramó sus bendiciones sobre nosotros por medio de su Hijo querido, el cual con su sangre nos ha obtenido la liberación” (Ef 1,7). Esta interpretación de la muerte de Jesús influyó de tal modo en la primitiva comunidad cristiana que se reflejó en la redacción de los evangelios; por ello se identifica a Jesús con “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y por eso en el evangelio de Juan cuando los soldados quiebran las piernas a los dos dos crucificados que acompañaban a Jesús y no lo hacen con Jesús por haber fallecido ya, dice el evangelista que se cumple la profecía que dice “No le quebrarán ningún hueso”. Se refiere al cordero pascual, sin mancha, al que no se le debe quebrar ningún hueso.

Este interpretación ha prevalecido en el desarrollo de la Iglesia cristiana, sobre todo por los escritos de Agustín de Hipona que basándose en el relato mitológico del pecado de Adán y Eva y que este teólogo consideró que este pecado fue hereditario y que todos los humanos al nacer lo heredamos. Al estar toda la humanidad en pecado hacía falta el sacrificio de Jesús, reconocido como Dios y hombre verdadero en los primeros concilios. Su sangre era lo único que nos podía procurar el perdón de Dios. Pero según esta interpretación Dios no es el Padre misericordioso que predicaba Jesús, sino un dios intolerante que sólo perdona por medio del derramamiento de sangre. Todavía en nuestras liturgias aclamamos a Jesús como el Cordero sin mancha que nos ha liberado de nuestros pecados, todavía seguimos creyendo que el sacramento del Bautismo nos borra el pecado original, todavía creemos en el dogma proclamado por el papa Pío IX en 1854 que María, la madre de Jesús, fue concebida sin la mancha del pecado original y por eso la llamamos la Inmaculada.

Con estos comentarios no pretendo minimizar las enseñanzas de las cartas de Pablo ni las de los evangelios que junto con el resto de la Biblia siempre son considerados en nuestras liturgias “palabra de Dios”. Dios se nos revela de diferentes formas y una de ellas es la palabra escrita en la Biblia, pero esta palabra tiene que ser transmitida por personas humanas que la entienden según su cultura, sus ideas, sus tradiciones y creencias religiosas: es decir que en frase de un querido teólogo, José María Díaz- Alegría, “la Biblia es palabra de Dios, pero también es palabra de los hombres”. Por lo tanto la Biblia, las palabras de los teólogos, los dogmas y las enseñanzas de los dirigentes religiosos han de ser respetadas, pero también entendidas como palabras humanas sujetas a la reflexión y al discernimiento de cada uno de los cristianos.

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