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Archivo para Domingo, 9 de octubre de 2022

Jesús, maestro, ten compasión de nosotros

Domingo, 9 de octubre de 2022
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Los diez leprosos

Eran diez leprosos. Era
esa infinita legión
que sobrevive a la vera
de nuestra desatención.

Te esperan y nos espera
en ellos Tu compasión.
Hecha la cuenta sincera,
¿cuántos somos?, ¿cuántos son?

Leproso Tú y compañía,
carta de ciudadanía
nunca os acaban de dar.

¿Qué Francisco aún os besa?
¿Qué Clara os sienta a la mesa?
¿Qué Iglesia os hace de hogar?

*

Pedro Casaldáliga
Vivamos de Esperanza

***

 

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.”

Al verlos, les dijo:

“Id a presentaros a los sacerdotes.”

Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.

Éste era un samaritano.

Jesús tomó la palabra y dijo:

“¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”

Y le dijo:

“Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”

*

Lucas 17, 11-19

***

Existo como un pequeño fragmento en la realidad ilimitada del mundo. Sin embargo, soy más grande que el mundo, porque mi pensamiento puede alcanzar y rebasar todas las cosas; más aún, es capaz de buscar lo que no se encuentra en el universo, a saber: el significado del universo. Me han sido dados unos pocos años de vida: he nacido y moriré. Sin embargo, mi pensamiento es capaz de atravesar estos estrechos límites y se plantea el problema de lo que había antes y de lo que habrá después. Estoy condicionado por mil instintos interiores y estoy manipulado por mil cosas exteriores que me solicitan. Sin embargo, puedo decidir libremente entre una acción y otra, entre una persona y otra, entre un destino y otro. En mi único ser hay, por tanto, algo que me hace pequeño, efímero, esclavo, y hay algo que me nace grande, duradero, libre.

Existo como alguien que pide ser salvado. Tengo sed de verdad sobre mi origen, sobre mi naturaleza, sobre mi suerte última, pero sé que el riesgo del error me acecha. Tengo sed de una alegría sin fin, pero sé que cada día que pasa me acerca al sufrimiento y a la muerte, y esta perspectiva me entristece ya desde ahora. Tengo sed de vivir en justicia, pero sé que soy, poco o mucho, repetidamente injusto. La salvación que necesito es, por consiguiente, salvación del error, de la muerte, de la culpa.

Esta salvación me ha sido dada por la bondad de Dios, que envió al mundo a mi Salvador: Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado, que hoy está vivo y es Señor. El Señor Jesús me salva alcanzándome allí donde me encuentro, con una gratuidad y una misericordia inesperadas. Ahora bien, no me salva como un objeto inerte; al contrario, me concede aceptar libremente la iniciativa del Padre, a través del acto de fe; me concede configurarme libremente en mi conducta a su ley de amor; me permite entregarme libremente a la alabanza, a la acción de gracias, a la imploración a través de la oración.

*

G. Biffi, lo credo, Milán 1980, 55ss

***

***

 

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“Recuperar la gratitud”. 28 Tiempo ordinario – C (Lucas 17,11-19)

Domingo, 9 de octubre de 2022
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Se ha dicho que la gratitud está desapareciendo del «paisaje afectivo» de la vida moderna. El conocido ensayista José Antonio Marina recordaba recientemente que el paso de Nietzsche, Freud y Marx nos ha dejado sumidos en una «cultura de la sospecha» que hace difícil el agradecimiento.

Se desconfía del gesto realizado por pura generosidad. Según el profesor, «se ha hecho dogma de fe que nadie da nada gratis y que toda intención aparentemente buena oculta una impostura». Es fácil entonces considerar la gratitud como «un sentimiento de bobos, de equivocados o de esclavos».

No sé si esta actitud está tan generalizada. Pero sí es cierto que, en nuestra «civilización mercantilista», cada vez hay menos lugar para lo gratuito. Todo se intercambia, se presta, se debe o se exige. En este clima social la gratitud desaparece. Cada cual tiene lo que se merece, lo que se ha ganado con su propio esfuerzo. A nadie se le regala nada.

Algo semejante puede suceder en la relación con Dios si la religión se convierte en una especie de contrato con él: «Yo te ofrezco oraciones y sacrificios y Tú me aseguras tu protección. Yo cumplo lo estipulado y Tú me recompensas». Desaparecen así de la experiencia religiosa la alabanza y la acción de gracias a Dios, fuente y origen de todo bien.

Para muchos creyentes, recuperar la gratitud puede ser el primer paso para sanar su relación con Dios. Esta alabanza agradecida no consiste primariamente en tributarle elogios ni en enumerar los dones recibidos. Lo primero es captar la grandeza de Dios y su bondad insondable. Intuir que solo se puede vivir ante Él dando gracias. Esta gratitud radical a Dios genera en la persona una forma nueva de mirarse a sí misma, de relacionarse con las cosas y de convivir con los demás.

El creyente agradecido sabe que su existencia entera es don de Dios. Las cosas que le rodean adquieren una profundidad antes ignorada; no están ahí solo como objetos que sirven para satisfacer necesidades; son signos de la gracia y la bondad del Creador. Las personas que encuentra en su camino son también regalo y gracia; a través de ellas se le ofrece la presencia invisible de Dios.

De los diez leprosos curados por Jesús, solo uno vuelve «glorificando a Dios», y solo él escucha las palabras de Jesús: «Tu fe te ha salvado». El reconocimiento gozoso y la alabanza a Dios siempre son fuente de salvación.

José Antonio Pagola

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” ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”. Domingo 09 de octubre de 2022. 28º Ordinario

Domingo, 9 de octubre de 2022
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53-ordinarioc28-cerezoLeído en Koinonia:

2Reyes 5, 14-17: Volvió Naamán al profeta y alabó al Señor.
Salmo responsorial: 97:  El Señor revela a las naciones su salvación.
2Timoteo 2, 8-13: Si perseveramos, reinaremos con Cristo.
Lucas 17, 11-19: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

Después de un comentario tradicional, añadimos otro comentario crítico

Entre samaritanos y judíos –habitantes del centro y sur de Israel respectivamente- existía una antigua enemistad, una fuerte rivalidad que se remontaba al año 721 a.C. en el que el emperador Sargón II tomó militarmente la ciudad de Samaría y deportó a Asiria la mano de obra cualificada, poblando la región conquistada con colonos asirios, como nos cuenta el segundo libro de los Reyes (cap. 17). Con el correr del tiempo, éstos unieron su sangre con la de la población de Samaría, dando origen a una raza mixta que, naturalmente, mezcló también las creencias. “Quien come pan con un samaritano es como quien come carne de cerdo (animal prohibido en la dieta judía)”, dice la Misná (Shab 8.10). La relación entre judíos y samaritanos había experimentado en los días de Jesús una especial dureza, después de que éstos, bajo el procurador Coponio (6-9 p.C.), hubiesen profanado los pórticos del templo y el santuario esparciendo durante la noche huesos humanos, como refiere el historiador Flavio Josefo en su obra Antigüedades Judías (18,29s); entre ambos grupos dominaba un odio irreconciliable desde que se separaron de la comunidad judía y construyeron su propio templo sobre el monte Garitzín (en el siglo IV a.C., lo más tarde). Hacia el s. II a.C., el libro del Eclesiástico (50,25-26) dice: “Dos naciones aborrezco y la tercera no es pueblo: los habitantes de Seir y Filistea, y el pueblo necio que habita en Siquém (Samaría)”. La palabra “samaritano” constituía una grave injuria en boca de un judío. Según Jn 8,48 los dirigentes dicen a Jesús en forma de insulto: ¿No tenemos razón en decir que eres un samaritano y que estás loco?

Ésta era la situación en tiempos de Jesús, judío de nacimiento, cuando tiene lugar la escena del evangelio de hoy. Los leprosos vivían fuera de las poblaciones; si habitaban dentro, residían en barrios aislados del resto de la población, no pudiendo entrar en contacto con ella, ni asistir a las ceremonias religiosas. El libro del Levítico prescribe cómo habían de comportarse éstos: “El que ha sido declarado enfermo de afección cutánea andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro! Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento” (Lv 13, 45-46). El concepto de lepra en la Biblia dista mucho de la acepción que la medicina moderna da a esta palabra, tratándose en muchos casos de enfermedades curables de la piel.

Jesús, al ver a los diez leprosos, los envía a presentarse a los sacerdotes, cuya función, entre otras, era en principio la de diagnosticar ciertas enfermedades, que, por ser contagiosas, exigían que el enfermo se retirara por un tiempo de la vida pública. Una vez curados, debían presentarse al sacerdote para que le diera una especie de certificado de curación que le permitiese reinsertarse en la sociedad. Pero el relato evangélico no termina con la curación de los diez leprosos, pues anota que uno de ellos, precisamente un samaritano, se volvió a Jesús para darle las gracias.

Por lo demás algo parecido había sucedido ya en el libro de los Reyes, donde Naamán, general del ejército del rey sirio, aquejado de una enfermedad de la piel, fue a ver al profeta de Samaría, Eliseo, para que lo librase de su enfermedad. Eliseo, en lugar de recibirlo, le dijo que fuese a bañarse siete veces en el Jordán y quedaría limpio. Naamán, aunque contrariado por no haber sido recibido por el profeta, hizo lo que éste le dijo y quedó limpio. Cuando se vio limpio, a pesar de no pertenecer al pueblo judío, se volvió al profeta para hacerle un regalo, reconociendo al Dios de Israel, como verdadero Dios, capaz de dar vida. Este Dios, además, se manifiesta en Jesús como el siempre fiel a pesar de la infidelidad humana.

Lo sucedido al leproso del evangelio sentaría muy mal a los judíos. De los diez leprosos, nueve eran judíos y uno samaritano. Éste, cuando vio que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Estar a los pies de Jesús es la postura del discípulo que aprende del maestro. Los otros nueve, que eran judíos, demostraron con su comportamiento el olvido de Dios que tenían y la falta de educación, que impide ser agradecidos. Sólo un samaritano -oficialmente heterodoxo, hereje, excomulgado, despreciado, marginado-, volvió a dar gracias. Sólo éste pasó a formar parte de la comunidad de seguidores de Jesús; los otros quedaron descalificados.

Tal vez, los cristianos, estemos demasiado convencidos de que sólo «los de dentro», los de la comunidad, «los católicos», o «los de la parroquia»… somos los que adoptamos los mejores comportamientos. Hay gente mucho mejor fuera de nuestros círculos, incluso en otras iglesias, y hasta en otras religiones, incluso entre quienes dicen que «no creen». En el evangelio de hoy es precisamente alguien venido de fuera, despreciado por los de dentro, el único que sabe reconocer el don recibido de Dios, dando una lección magistral a quienes no supieron agradecer. Aprendamos la lección del samaritano. Leer más…

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9.10.23. Fe samaritana, no religión de sacerdotes (Lc 17, 11-19)

Domingo, 9 de octubre de 2022
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10-lepers-31Del blog de Xabier Pikaza:

Con la parábola del buen samaritano (Lc 10), que acoge y cura al herido del camino (en contra de sacerdotes y levitas), pone Lc 17 esta parábola del samaritano agradecido (creyente) que va donde Jesús, en contra de los nueve “servidores de una ley opresora, que vuelven a la religión de los sacerdotes.

Ésta es quizá la parábola más escandalosa de los evangelios (cf. también Mc 1, 39-45):  Jesús cura a diez leprosos y les dice (en forma provocadora) que se sometan a la ley de los sacerdotes, como si todo siguiera igual en el mundo. Nueve curados “de ley” no entienden a Jesús, cumplen externamente su mandato y se refugian en la ley de los sacerdotes. Sólo uno, que es samaritano, le entiende y no va, pues eltiempo de dominio y ley de los sacerdotes ha pasado.

Este samaritado que Vuelve a dar gracias a Jesús, para caminar con él. Ha encontrado la fe, ha encontrado el amor. no necesita sacerdotes.

Este samaritano hemos de ser todos nosotros. Jesús no ha venido para liberarnos de un tipo de religión de sacerdotes antiguos, pues sólo la fe (la gratuidad amorosa) puede salvarnos. Éste es, a mi juicio,el evangelio más hondo y necesario para este siglo XXI, como puede verse en la Historia de Jesús

  Jesús cura a diez leprosos, y, en un primer momento, les “manda” que vayan donde  los sacerdotes. Nueve curados (judíos religiosos), observantes de ley, se someten a la norma  de y siguen siendo en el fondo unos “leprosos” curados en lo externo, sometidos a tipo de ley que les manipula y esclaviza

Sólo un samaritano, que que no tiene religión de ley, ni está obligado a cumplir mandamientos de sacerdotes, se descubre curado y vuelve para dar gracias a Jesús, para caminar con él. Éste es el único curado de verdad, iniciando  con Jesús una vida de agradecimiento sanador por encima de todas las religiones particulares de los sacerdotes, como he puesto de relieve en Historia de Jesús..

Texto. Lucas 17, 11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Jesús, al verlos, les dijo: “Id a presentaros a los sacerdotes. Y, mientras iban de camino, quedaron limpios.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: “¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado.” 

OBSERVACIONES PRELIMINARES

            Este milagro de los diez leprosos es una parábola de la vida humana, como la parábola de  Mt 25, 1-13, don la diez muchachas que van de bodas; cinco son prudentes, llevan aceite en sus alcuzas); cinco son necias, que no llevan llevar aceite.

Aquí (Lc 17) hay diez leprosos, todo el universo. La humanidad está representada por una “pandilla” de enfermos de covid, condenados a la muerte. Van juntos, gritando y sufriendo . Son judíos y gentiles, “cristianos” observantes de ley o gentes de la vida. Ante la lepra universal no pueden hacerse distinciones. Bajo el riesgo de esa pandemia tamos todos,  sin que se pueda decir que unos son culpables (han buscado la lepra a pulso) y otros inocentes (sufren sin causa). Todos sin excepción están (estamos) condenados .

Pero la historia sigue, en forma parabólica. Viene Jesús y nos dice “curaos todos”, vivir sin lepra… Pero añade algo sorprendente: “id y presentaos a los sacerdotes”, es decir, a laz autoridades establecidas, que puede ser levitas del templo de Jerusalén o funcionarios de las diversas leyes y sistemas de este mundo.

            Esta propuesta de Jesús, leída bien, desde el evangelio resulta escandalosa. En un primer plano Jesús parece  que quiere llevarnos atrás, a los tiempos de la letra, viviendo cada uno según su ley (según la religión o ley de los sacerdotes de sus pueblosp ueblo).

Pero leyendo el texto en profundidad, descubrimos que  Jesús nos cura para que, superando la pura ley de los sacerdotes de ley, descubramos la gratuidad, para caminar con él en gesto  de agradecimiento salvador, por encima de todos los sacerdotes legales del mundo, conforme a la letra-letra de este evangelio

En un prmer momento, Jesús deja a cada uno ante sus sacerdotes, para que vuelvan si quiere al mundo antiguo, a la religión de la ley.

Pero, en el sentido más profundo, Jesús nos cura para que pocamos volver a él sin sacerdotes, para darle gracias, para vivir en gratuidad, por encima de un tipo de ley de sacerdotes. Para esos que vuelven a los sacerdotes del sistema quedándose allli, el milagro de Jesús ha servido para nada. Sólo el samaritano, un hombre que no tiene sacerdotes de ley, qeda de verdad curado.

Esta esa una parábola para el siglo XXI. La superación de un tipo de ley de sacerdotes  de ley podrá abrirnos un camino de fe salvadora. Sólo abandonando un tipo de ley religiosa de sacerdotes podremos creer de verdad en Jesucristo y curarnos del todo, según este evangelio

  1. Los que escuchan a Jesús de un modo externo (los nueve del grupo legal), que vuelven a sus “sacerdotes antiguos” (escuchando aJesús sólo de un modo externo) siguen dominados para una ley religiosa que les esclaviza, siguen siendo en el fondo leprosos. De esa manera, lo que Jesús ha hecho con ellos termina siendo en vano: La religión de ley (de sacerdotes antiguos) les sigue destruyendo. No han quedado curados, no han dado el “salto” a la gratuidad, a superar la religión de ley, para vivir en gracia y agradecimiento con Jesús.
  2. Por eso he dicho que es mejor no tener religión que tener una religión de ley. El que no tiene religión aparece aquí, conforme al lenguaje judío, como un samaritano…No tiene ley que le esclaviza, no tiene religión, pero tiene un corazón… y siente que Jesús le ha curado y va a darle gracia… es decir, va a mostrarse como hombre de fe (no de religión o ley establecida). Los nueve restantes parece curados, pero no lo están. Siguen viviendo bajo una ley religiosa, no tienen ve verdadera, no tienen libertad, no tienen agradecimiento.

            Sólo el samaritano que deja todo a un lado y vuelve donde Jesús para darle gracias  y para iniciar con él un camino de fe ha sido salvado.

DESARROLLO MÁS PROFUNDO.

Primer acercamiento.  Este relato de la curación inicial de 10 leprosos y final de uno sólo, a quien Jesús dice “tú fe te ha salvado”, tiene una historia compleja que puede condensarse como sigue:

  1. Jesús estuvo en compañía de leprosos (como estará Francisco de Asís), y así le recuerda la tradición, ofreciéndoles presencia, abriendo para ellos un camino solidario de salud y salvación.
  2. El relato clave de la curación de un leproso es el de Mc 1, 40-45 (que Lucas ha recogido en su evangelio: Lc 5, 12-16). Es un relato fuerte: La iniciativa parte del leproso; Jesús le cura y le dice que se presenta para certificar su curación, pero él se niega, no quiere someterse más a los sacerdotes (que controlan y someten, no curan)… y se pone a pregonar lo que ha hecho Jesús.
  3. Lucas (que recoge como he dicho el relato de Marco, en Lc 5, 12-16) ha sentido la necesidad de reelaborarlo, de un modo también poderoso, en el pasaje de este domingo.

Reelaboración: Lc 17, 11-19  Lucas sitúa el relato en el camino de ascenso a Jerusalén, en el límite entre Galilea y Samaría, lugar clave de disputas religiosas.

  1. Los leprosos que salen al encuentro y le invocan de lejos (para no contaminarle), pidiendo a Jesús que les cure, son diez. Significativamente, la lepra no distingue entre judíos y gentiles, galileos y samaritanos. Todos son hermanos en la miseria.
  2. Jesús les manda “a los sacerdotes”. No dice “al sacerdote”, para no presuponer que hay uno sólo (el judío). Cada puede ir a su sacerdote de turno, Jerusalén o a Samaría, a Tiro o a Damasco. Jesús les manda “al sistema sagrado”, como queriendo que se integran de nuevo en el orden oficial.
  3. Pero uno vuelve… Se ve “limpio” (katharos) y no quiere acudir ya al sacerdote de turno, para que firme su ficha “¡curado!”; no quiere someterse nuevo a la ley del sistema que crea leprosos para decir después que puede (a veces) curarlos… Desobedece en un sentido a Jesús, pero en otro más alto le obedece.
  4. Éste es samaritano… un hombre que no tiene religión de ley, de forma que puede vivir en gratuidad, volviendo a Jesús para seguir con él, en fe, en gratuidad, en amor, por encima de los mandamientos.  A este le dice Jesús ¡Tú fe te ha salvado! (hê pistis sou sesôken se).
  5. Ésta es la fe del samaritano que confía en Jesús, por encima del sistema de ley, la fe de un hombre que confía en el amor y el agradecimiento por encima de las leyes  religiosas. Los otros nueve pueden haber quedado externamente limpios, pero no se han salvado… Siguen apegados a las leyes del poder del mundo, no creen en la gracia del Dios de Jesús, no creen en el poder de la fe sanadora que Jesús he la transmitido.

MILAGROS DE JESÚS, UN ACTO DE FE

 Desde ese fondo puedo condensar algunos rasgos de la fe y las curaciones de Jesús, tal como han sido reasumidas y entendidas por la tradición cristiana…

 Estos diez leprosos son todo el mundo, la humanidad excluida y sucia que Jesús quiere curar, con fe, es decir, con honda humanidad. Allí donde otros piensan que la vida de los hombres sigue condenada a la lepra (¡lepra de esos diez, lepra del Vaticano, como dice el Papa Francisco…!), Jesús cree que es posible no sólo la curación, sino incluso la salvación.

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“Malos”, pero agradecidos. Domingo 28 Ciclo C

Domingo, 9 de octubre de 2022
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28-tocevDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Las lecturas de este domingo son fáciles de entender y animan a ser agradecidos con Dios. La del Antiguo Testamento y el evangelio tienen como protagonistas a personajes muy parecidos: en ambos casos se trata de un extranjero. El primero es sirio, y las relaciones entre sirios e israelitas eran tan malas entonces como ahora. El segundo es samaritano, que es como decir, hoy día, palestino. Para colmo, tanto el sirio como el samaritano están enfermos de lepra.

Naamán el sirio (2 Reyes 5,14-17)

            El relato del segundo libro de los Reyes (5,14-17) es mucho más extenso e interesante de lo que refleja la lectura litúrgica. Naamán es un personaje importante de la corte del rey de Siria, pero enfermo de lepra. En su casa trabaja una esclava israelita que le aconseja visitar al profeta de Samaria, Eliseo. Así lo hace, y el profeta, sin siquiera salir a su encuentro, le ordena bañarse siete veces en el Jordán. Naamán, enfurecido por el trato y la solución recibidos, decide volverse a Damasco. Pero sus servidores le convencen de que haga caso al profeta.

            En aquellos días, Naamán de Siria bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta Eliseo, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo:

            ‒ Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Acepta un regalo de tu servidor.

            Eliseo contestó:

            ‒ ¡Vive Dios, a quien sirvo! No aceptaré nada.

            Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán dijo:

            ‒ Entonces, que a tu servidor le dejen llevar tierra, la carga de un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor.

            Con vistas al tema de este domingo, lo importante es la actitud de agradecimiento: primero con el profeta, al que pretende inútilmente hacer un regalo, y luego con Yahvé, el dios de Israel, al que piensa dar culto el resto de su vida. Pero no olvidemos que Naamán es un extranjero, una persona de la que muchos judíos piadosos no podrían esperar nada bueno. Sin embargo, el “malo” es tremendamente agradecido.

Un samaritano anónimo (Lucas 17,11-19)

            Si malo era un sirio, peor, en tiempos de Jesús, era un samaritano. Pero a Lucas le gusta dejarlos en buen lugar. Ya lo hizo en la parábola del buen samaritano, exclusiva suya, y lo repite en el pasaje de hoy (Lc 17, 11-19).

            Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

            ‒ Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

            Al verlos, les dijo:

            ‒ Id a presentaros a los sacerdotes.

            Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:

            ‒ ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

            Y le dijo:

            ‒ Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

Si malo era un sirio, peor, en tiempos de Jesús, era un samaritano. Basta recordar lo que escribió Jesús ben Sirá: «Dos naciones aborrezco y la tercera ya no es pueblo: los habitantes de Seír y Filistea y el pueblo necio que habita en Siquén» (Eclo 50,25). Pero a Lucas le gusta dejarlos en buen lugar. Ya lo hizo en la parábola del buen samaritano, exclusiva suya, y lo repite en el pasaje de hoy.

Este relato refleja mejor que el de Naamán la situación de los leprosos. Viven lejos de la sociedad, tienen que mantenerse a distancia, hablan a gritos. «Jesús, jefe, ten compasión de nosotros». Se encuentran en situación desesperada, y su grito recuerda al que en los salmos se dirige a Dios cuando el orante se siente desfallecer, solo y afligido, en profunda angustia (Sal 6,3; 9,14; 25,16 etc.).

¿Cómo reacciona Jesús? Al principio de su actividad en Galilea curó a un leproso, pero Lucas lo cuenta indicando cuatro detalles: 1) extiende la mano y lo toca; 2) responde a su petición diciendo: «Quiero, queda limpio»; 3) al instante desaparece la lepra; 4) le ordena ir al sacerdote y ofrecer lo mandado por Moisés (Lc 5,12-16)

Ahora Jesús no hace nada, se limita a ordenarles: «Id a presentaros a los sacerdotes». ¿Qué significa el plural «los sacerdotes»? ¿Que cada uno irá a buscar al sacerdote residente en su pueblo? ¿Que acudirán a diversos sacerdotes en el templo de Jerusalén? ¿Por qué no les dice que ofrezcan lo mandado por Moisés? Estas preguntas no interesan a Lucas. Lo importante es que los leprosos, sin que les desaparezca la lepra de inmediato, obedecen a Jesús y se ponen en camino. Un notable acto de fe en la palabra de Jesús, porque la sensación de haberse curado no la tienen hasta más adelante.

Entonces, solo uno vuelve, alabando a Dios por el camino, y se postra rostro en tierra a los pies de Jesús para darle gracias. Pero Jesús no se dirige a él, sino a un auditorio que abarca a todos los presentes, haciendo tres preguntas: ¿No han quedado limpios los diez? Él sabe que sí, aunque los demás no lo sepan. ¿Dónde están los otros nueve? Se supone que en busca de un sacerdote. ¿Solo este extranjero ha vuelto a dar gloria a Dios? Algo evidente, aunque nadie sabe que es extranjero. Cabe una objeción: este samaritano dio gloria a Dios en cuanto advirtió que estaba curado, ¿no habrán hecho lo mismo los demás, aunque no volviesen a dar las gracias a Jesús? Esta pregunta nos hace caer en la cuenta de que no se puede dar gloria a Dios sin dar las gracias a Jesús.

La escena termina con unas palabras que hemos escuchado en otros casos: «Tu fe te ha salvado» (7,50; 8,48; reaparecerá en 18,42). Todos han sido curados, solo uno se ha salvado. Nueve han mejorado su salud, solo uno ha mejorado en su cuerpo y en su espíritu, ha vuelto a dar gloria a Dios.

Poco antes, los discípulos han pedido a Jesús que les aumente la fe (17,5). Ahora Lucas ofrece una pista para conseguirlo. La fe se manifiesta en la alabanza a Dios y el agradecimiento a Jesús, algo que está a nuestro alcance.

Examen de conciencia

¿Dónde me sitúo? ¿Entre los “buenos” poco agradecidos, o entre los “malos” agradecidos?

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Domingo XXVIII del Tiempo ordinario. 09 Octubre, 2022

Domingo, 9 de octubre de 2022
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“… cayó de bruces a sus pies dándole gracias. Era samaritano.”

(Lc 17, 11-19)

¿Qué es un pongo? ¿No lo sabes? Es aquel objeto que te regalan y según abres el paquete piensas:  “y esto… ¿dónde lo pongo?”.  Hace unos años era bastante frecuente acumular «pongos» por la casa, o, reconozcámoslo,  envolverlos con otro papel y darles un destino más aventurero. ¡Incluso hay gente que ha recibido su «pongo» de regalo de vuelta! Pero hoy día este método se ha sustituido por el «ticket regalo», mucho más práctico y funcional. Siempre «aciertas», el efecto sorpresa se diluye porque el impacto inicial no tiene tanta repercusión. Total, lo puedes cambiar por lo que te gusta, así que todos contentos. Realmente se ahorran un montón de situaciones embarazosas, esos silencios tensos al ver la cara de quienes no saben disimular y su rostro dibuja decepción o incluso enfado al recibir tu regalo… Pero en este nuevo sistema de regalos perdemos fácilmente algo esencial: la capacidad de asombrarse, y, con ella, la capacidad de agradecer. Se nos atrofia por la superabundancia que nos rodea y que tampoco nos satisface.

¿La gratuidad se nos está convirtiendo en un derecho?

El Evangelio de hoy nos habla de diez personas que viven repudiadas por la sociedad, apartadas de la vida cotidiana de los pueblos y expulsadas a los descampados por causa de su enfermedad. Cuando aparece Jesús, ven en Él una oportunidad real de salir de la marginación. Se quedan a distancia, se saben excluidas, pero gritan para salir de su situación. Jesús las ve y se dirige a ellas. Las envía a los sacerdotes, porque son ellos quienes tienen que certificar su sanación. Y ellas confían en su palabra y se ponen en camino. Antes de llegar ya recobran la salud. Y nos sabemos el final de la historia… una de ellas, vuelve dando gracias a Dios y se postra ante Jesús en un gesto que denota un profundo agradecimiento. Era un extranjero, un samaritano, esos que no se hablaban con los judíos porque éstos consideraban a aquellos de segunda categoría.

Podríamos hablar de los números que aparecen en el relato, el diez, el nueve, el uno… Pero sería extendernos mucho. Sin embargo, si tienes tiempo estás invitada, invitado, a pinchar en este link y buscar en la biblia el número diez, el diezmo… Por ejemplo encontrarás esa semilla santa de la que habla Isaías en el capítulo 6. Seguro que te da para una bonita reflexión y para meditar a lo largo de la semana.

La palabra Eucaristía significa «Acción de gracias», no «ritual intimista», así que vayamos a la eucaristía de este domingo con el corazón agradecido, y con el firme propósito de guiar nuestra vida hacia el camino del agradecimiento. La vida se nos «desanudará», será mucho más sencilla y más gozosa de vivir.

Oración

Bendito Tú, Señor Jesús,
Hijo del Dios vivo,
Bendita tu Palabra sanadora,
tu mirada profunda y misericordiosa,
Bendito Tú, Señor.

*

Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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No es el cumplimiento de la Ley lo que te salvará.

Domingo, 9 de octubre de 2022
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DOMINGO 28 (C)

Lc 17,11-19

Una vez más se nos recuerda el texto que Jesús va de camino hacia Jerusalén, donde se enfrentará al poder del templo, lo que le llevará a la muerte y a la plenitud como ser humano en la entrega total. En esa subida se va haciendo presente la salvación, no solo al final del camino como nos han hecho creer. Jesús sale al encuentro de los oprimidos y esclavizados de cualquier clase. Se preocupa de todo el que encuentra en su camino y tiene dificultades para ser él mismo. Sin la compasión de Jesús, el relato sería imposible.

Dice un proverbio oriental: cuando el sabio apunta a la luna, el necio se queda mirando al dedo. Al seguir empleando el título “los diez leprosos” nos quedamos en el dedo y no descubrimos la luna a la que apuntan. Debíamos decir: diez leprosos curados, uno salvado. En el texto vemos que la fe abarca no solo la confianza sino la respuesta, fidelidad. Es la respuesta que completa la fe que salva. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el hombre no responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera liberación. Una vez más queda cuestionada nuestra fe, por no llevar implícita la fidelidad.

El protagonista es el que volvió. La lepra era el máximo exponente de la marginación. La lepra es una enfermedad muy peligrosa. Al no tener clara la diferencia entre lepra y otras infecciones de la piel, se declaraba lepra cualquier síntoma que pudiera dar sospechas. Muchas de esas infecciones se curaban espontáneamente y el sacerdote volvía a declarar puro al enfermo. A esta manera de actuar puramente defensiva, Jesús quiere oponer una fe-confianza que debe cambiar también la actitud de la sociedad. Al tomar como referencia la salvación del samaritano, está resaltando la universalidad de la salvación de Dios; pero sobre todo, está criticando la idea judía de una relación con Dios excluyente.

No tiene por qué tratarse de un relato histórico. Los exégetas apuntan más bien a una historia del primer cristianismo, encaminada a resaltar la diferencia entre el judaísmo y la primera comunidad cristiana. En efecto, el fundamento de la religión judía era el cumplimiento estricto de la Ley. Si un judío cumplía la Ley, Dios cumpliría su promesa de salvación. En cambio, para los cristianos, lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al que se respondía con el agradecimiento. “Se volvió alabando a Dios y dando gracias”. Tenemos datos para descubrir que esta era la actitud de la primera comunidad.

Distinguimos 7 pasos: 1º.- Súplica profunda y sincera. Son conscientes de su situación desesperada y descubren la posibilidad de superarla. “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. 2º. – Respuesta indirecta de Jesús. “Id a presentaros a los sacerdotes”. Ni siquiera se habla de milagro. 3º.- Confianza de los diez en que Jesús puede curarlos. 4º.- En un momento del camino quedan limpios. “Mientras iban de camino”. 5º.- Reacción espontánea de uno. “Viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios y dando gracias”. 6º.- Sorpresa de Jesús, no por el que vuelve, sino por los que siguieron su camino. “Los otros nueve, ¿dónde están?” 7º.- Una verdadera actitud vital que permite al samaritano alcanzar mucho más que una curación: una verdadera salvación. “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”.

En este relato encontramos una de las ideas centrales de todo el evangelio: La autenticidad, la necesidad de una religiosidad que sea vida y no solamente programación y acomodación a unas normas externas. Se llega a insinuar que las instituciones religiosas pueden ser un impedimento para el desarrollo integral de la persona. Todas las instituciones tienden a hacer de las personas robots, que ellas puedan controlar con facilidad. Si no defendemos nuestra personali­dad, la vida y el desarrollo individual termina por anularse. El ser humano, por ser a la vez individual y social, se encuentra atrapado entre estos dos frentes: la necesidad de las instituciones y la exigencia de defenderse de ellas para que no lo anulen.

Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital. Los nueve restantes se sintieron obligados a cumplir la ley: presentarse al sacerdote para que les declarara puro y pudieran volver a formar parte de la sociedad. Para ellos, volver a formar parte del organigrama religioso y social era la única salvación que esperaban. Los nueve vuelven a someterse a la institución; van al encuentro con Dios en el templo. El Samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque, libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Encuentra la presencia de Dios en Jesús.

La verdadera salvación para el leproso llega en el agradecimiento. El problema es que queremos expresar a Dios nuestro agradecimiento como lo hacemos a otras personas. Solo viviendo el don podemos agradecerlo. Los otros nueve fueros curados, pero no encontraron la verdadera salvación; porque tenían suficiente con la liberación de la lepra y la recuperación del estatus social. Nos sentimos inclinados a buscar la salvación en las seguridades externas y a conformarnos con ella. Incluso no tenemos ningún reparo en meter a Dios en nuestra propia dinámica y convertirle en garante de la salvación material.

El cumplimiento de una norma solo tiene sentido religioso cuando la hemos interiorizado desde el convencimiento personal. Jesús no dio ninguna nueva ley, solo la del amor, que no puede ser nunca un mandamiento. Ese valor relativo, que Jesús dio a la Ley, le costó el rechazo frontal de todas las instancias religiosas de su tiempo. Jesús tuvo que hacer un gran esfuerzo por librarse de todas las instituciones que, en su tiempo como en todo tiempo, intentaban manipular y anular a la persona. Para ser él mismo, tuvo que enfrentarse a la ley, al templo, a las instancias religiosas y civiles, a su propia familia.

El seguimiento de Jesús consiste en una forma de vivir. La vida escapa a toda posible programación que le llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica interna, es decir, la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el constreñimiento que le puede venir de fuera. La misma definición de Aristóteles lo expresa con claridad. Vida = “motus ab intrinseco” (movimiento desde dentro). No basta el cumplir escrupulosamente las normas, como hacían los fariseos, hay que vivir la presencia de Dios. Todos seguimos teniendo algo de fariseos.

Un ejemplo puede aclararnos esta idea. Cuando se vacía una estatua de bronce, el bronce líquido se amolda perfectamente a un soporte externo, el molde; la figura puede salir perfecta en su configuración externa, solo le falta la vida. Eso pasa con la religión; puede ser un molde perfecto, pero acoplarse a él no es garantía ninguna de vida. Y sin vida, la religión se convierte en un corsé, cuyo único efecto es impedir la libertad. Todas las normas, todos los ritos, todas las doctrinas son solo medios para alcanzar la vida espiritual. Conformarnos con aceptar una programación perfecta puede impedirnos esa vida auténtica.

No sé si somos conscientes de que “eucaristía” significa acción de gracias. Además, en ella repetimos más de quince veces “Señor ten piedad”, como los diez leprosos. Salvación es reconocer y agradecer a Dios lo que Él es. El evangelio de hoy tenía que motivarnos para celebrar conscientemente esta eucaristía. Que sea una manifestación de agradecimiento y alabanza. Antiguamente tenía gran importancia la celebración de las Témporas en Octubre. Eran días de acción de gracias que tenían mucho sentido para la gente del campo. Al finalizar la recolección de los frutos, se le daba gracias a Dios por todos sus dones.

Meditación

La confianza produce la curación, la fidelidad produce la salvación.
La identificación con el Otro me libera de la opresión de los otros.
En los demás puedo encontrar seguridades. En Dios encontraré libertad.
Sin reconocimiento del don, no puede haber respuesta.
La principal tarea del ser humano es ese descubrimiento,
que nos llevará a una fidelidad incondicional.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El regalo de la vida.

Domingo, 9 de octubre de 2022
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Lc 17, 11-19

«Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz»

Algunos especialistas sostienen que Lucas no está narrando hechos, sino que recoge una parábola cuyo mensaje central sería más o menos el siguiente: “Es mucho lo que recibimos y muy poco lo que agradecemos”. Y quizá nuestro problema no sea solo de agradecimiento, sino de consciencia; de pasar por la vida de forma tan mecánica y rutinaria que no nos hacemos conscientes del don extraordinario que ésta representa.

A veces vivimos a la defensiva, agobiados por mil contingencias negativas que asaltan nuestra vida. Otras, afanosos, deseosos de alcanzar las metas y anhelos que nos proponemos o que nos tientan, pero, en cualquier caso, incapaces de pararnos a pensar en todo lo bueno que hemos recibido empezando por la vida. Por supuesto, todavía somos menos capaces de pararnos a dar gracias a Dios por ello.

Quizá por esa razón, siento un especial deleite cuando el celebrante nos sorprende con la lectura de una plegaria eucarística, tan sencilla, que está reservada a misa de niños.

«Te alabamos Padre por todas las cosas bellas que has hecho en el mundo y por la alegría que has dado a nuestros corazones. Te alabamos por la luz del sol y por el agua clara, y por tu Palabra que ilumina nuestras vidas. Te damos gracias por esta Tierra tan hermosa que nos has dado, por las mujeres y los hombres que la habitan y por habernos hecho el regalo de la vida. De veras, Señor, tú nos amas, eres bueno y haces maravillas por nosotros».

Es estupendo sentirse vivo; ser conscientes de haber recibido el regalo irrepetible de la vida. Porque con la vida hemos recibido también la capacidad de amar y ser amados; de conectar con las personas que nos rodean y gozar íntimamente del lazo afectivo que establecemos con ellas, de sentir esa plenitud que nos llena el alma en algunos momentos y nos transporta a otra dimensión a la que llamamos felicidad.

De vibrar con la belleza de este mundo; una belleza superflua si la miramos desde Darwin, pero imprescindible si la miramos desde la perspectiva de un padre que prepara la morada de sus hijos. De emocionarnos contemplando la inmensidad del firmamento estrellado, el intenso azul del mar, las montañas nevadas en el horizonte, el colorido de los bosques en otoño, el sonido rumoroso de una regata que se desliza entre hojas caídas o el sosiego que trasmite un atardecer de verano…

Y me dirán que la vida no solo es eso, sino que en ella también hay enfermedad, muerte y sufrimiento; y lo que es peor, que todo ello sofoca la esperanza de un futuro feliz donde el mal haya sido superado… Pero es aquí donde recibimos el mejor regalo de todos; la buena noticia que proclama el evangelio y recoge la plegaria: «De veras, Señor, tú nos amas, eres bueno y haces maravillas por nosotros» …

Y es que, a pesar del mal, hay razones para creer que esto tiene sentido, que tenemos futuro… o como decía Ruiz de Galarreta, «que está pensado por una Madre».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Encuentro, sanación y agradecimiento.

Domingo, 9 de octubre de 2022
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curacion de un leprosoLc 17, 11-19

El evangelio de hoy narra un milagro de Jesús, una curación. Los milagros de Jesús son expresión de su acción liberadora, de sus relaciones sanadoras e incluyentes frente a un orden social y religioso más preocupado por el cumplimiento de las leyes que por aliviar el sufrimiento de las personas. En este caso el de diez leprosos. Pero el tema central de este texto no es propiamente el milagro sino el agradecimiento.

Jesús obra el milagro como es habitual en él, desde la absoluta gratuidad, sin pretender ningún tipo de protagonismo o compensación, porque lo que está en el centro de su acción liberadora es el sufrimiento del otro y no su ego ni su necesidad de reconocimiento. El milagro busca la restitución y la inclusión de los leprosos en la comunidad y por ello Jesús les envía a los sacerdotes, para que una vez confirmado que han quedado sanados de la enfermedad sean reintegrados y acogidos en la comunidad de la que forman parte.

Pero el tema central del relato es el desigual modo con que el grupo de leprosos procesa interiormente el encuentro con Jesús y su sanación. Sólo uno de ellos, el samaritano, vivirá aquel encuentro y su sanación como algo absolutamente inédito, desde una experiencia profunda de agradecimiento que le desborda y le hace volver a Jesús, consciente que una experiencia radicalmente nueva ha surgido en su vida y nada podrá ya volver a ser igual. La mediación de los sacerdotes ya no le es necesaria. A partir de lo que el mismo ha experimentado se ha convertido en testigo de la irrupción de un nuevo orden inaugurado por Jesús, el del amor y la compasión frente a la ley y los ritos vacíos.

De esa experiencia brota el agradecimiento como un don incontenible: convertirse en amor como respuesta al amor recibido. Los gritos iniciales de auxilio se convierten por parte del leproso samaritano en gritos de alegría. No es casual, que sea precisamente un samaritano, un “maldito”, el único del grupo que reaccione de esta manera y capte el misterio de novedad radical acontecido en Jesús, pues el evangelio está siempre atravesado por esa constante: los últimos serán los primeros y los pobres son los preferidos de Dios.

La gratuidad y el agradecimiento son signos de que el reino esta ya entre nosotros y nosotras. Ambos nacen de la lógica del don, no de la retribución, la suficiencia o los merecimientos. También de la humildad radical que supone experimentarnos vulnerables y necesitados.

Jesús toma la palabra al final del relato y sus preguntas van dirigidas también a nosotras y nosotros hoy. ¿Dónde nos encontramos con Él?, ¿De qué nos sana? ¿Qué novedad radical introduce en nuestra vida? ¿Qué puede más en nosotros la lógica del don y el agradecimiento o la suficiencia? ¿Quiénes son para nosotros y nosotras nuestros maestros para vivir en clave de agradecimiento en nuestra vida cotidiana?

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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El poder de la gratitud.

Domingo, 9 de octubre de 2022
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gracias

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario

9 octubre 2022

Lc 17, 11-19

La gratitud es un sentimiento profundamente terapéutico, a la vez que constituye un test de la madurez humana -psicológica y espiritual- de la persona.

La gratitud aleja la queja y el lamento, libera del victimismo y constituye el más eficaz antídoto frente al desánimo y el desaliento. Hoy conocemos también, desde las neurociencias, que el sentimiento de gratitud libera dopamina y oxitocina: al generar sentimientos de gratitud, se activa el sistema de recompensa del cerebro, que es el responsable de la sensación de bienestar y placer en nuestro cuerpo.

El efecto “sanador” de la gratitud radica en el hecho de que ese sentimiento nos coloca en el lugar adecuado, es decir, en la verdad de lo real: nuestra identidad profunda no es el “yo”, que puede sentirse descolocado por lo que sucede, sino la consciencia, vida o totalidad. Tiene lugar así un “círculo virtuoso”: cuando estamos situados en la verdad de lo que somos, la gratitud fluye espontánea; y cuando vivimos la gratitud incondicional, esta nos coloca en la verdad de lo que somos.

La gratitud, comprendida en profundidad, no nace únicamente cuando todo nos va bien o cuando alcanzamos una meta soñada. La gratitud no se halla a merced de lo que nos ocurre, porque en realidad no es (solo) una actitud que podamos vivir y cultivar. Gratitud es lo que somos.

La gratitud brota de la gratuidad, de la comprensión experiencial de que todo es gracia. Este es el motivo por el que las personas sabias han invitado a dar gracias por absolutamente todo lo que pudiera suceder.

Sin embargo, esta propuesta sabia no es asumible para el ego, que divide la realidad en “buena” y “mala”. A partir de ahí, puede dar gracias cuando ocurre algo “bueno”, pero se frustra y sufre cuando le adviene lo que etiqueta como “malo”.

La lectura adecuada y la vivencia de la gratitud incondicional requiere dos condiciones que, en cierto modo, corren paralelas: la comprensión no-dual y el reconocimiento de que, en nuestra identidad profunda, somos gratitud.

La comprensión no-dual nos permite ver la realidad no troceada ni fragmentada por nuestras etiquetas, al mismo tiempo que nos hace reconocer que lo realmente real -nuestra verdadera identidad- se halla siempre a salvo, más allá de lo que nos ocurra. Todo es uno y todo lo que sucede forma parte de ese único entramado. Todo nace del Fondo último (consciencia, vida) que sostiene y constituye todas las formas. Alineados con ese Fondo, porque hemos descubierto que es nuestra verdadera identidad, la gratitud brota de manera espontánea, junto con el sí a lo que es.

Esto no significa que nuestra mente y nuestra sensibilidad no se rebelen ante determinadas situaciones hasta el punto de resultarnos imposible vivir la gratitud. Todo esto forma parte de nuestra propia constitución psicológica, pero no niega la verdad de la armonía última de lo real.

La vivencia o no de la gratitud constituye, además, un test de la madurez humana. La ausencia de gratitud mostraría la identificación con el ego -y la consciencia de separatividad- que, de modo narcisista, exige que la realidad responda a sus expectativas. Por el contrario, la gratitud sostenida es señal de comprensión experiencial de quien vive en la consciencia de unidad.

Y un último apunte: gratitud no significa resignación ni indolencia. Como ocurre cuando se vive la aceptación, la gratitud -desde la misma consciencia de unidad de donde nace- movilizará a la persona para hacer todo lo que tenga que hacerse. El comportamiento sabio es siempre paradójico: abandono (confianza, rendición, gratitud) y acción.

¿Qué ocupa más lugar en mi vida: la queja o la gratitud?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Lo que se opone a la gracia no es tanto el pecado, cuanto el miedo a Dios.

Domingo, 9 de octubre de 2022
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Diez leprososDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

03.10.2022

01.-Gracia: gratitud: gratuidad: agradecimiento y compasión

    El acento de las lecturas de hoy no recae tanto sobre unas curaciones en sí mismas, (1ª lectura: Naamán, sirio con lepra y Evangelio: diez leprosos), sino que el eje central del evangelio es el agradecimiento, la gratitud, la gracia y que Jesús siente compasión.

    ¿Y qué es la gracia?

  • Hemos recibido una educación según la cual “Vivir en gracia” consistía en “no vivir en pecado”, porque Dios se enfadaba y castigaba.
  • Otra variante de la gracia entendía que la gracia era una especie de energía que Dios nos daba para que nos mantuviéramos firmes ante las tentaciones.
  • Otra acepción de la gracia era aquellos “puntos casa” o una cuenta corriente en la que íbamos anotando en unas hojas-fichas y así almacenábamos cuantitativamente “unidades de gracia” que nos defendía contra Dios: siete rosarios, 25 jaculatorias, 12 comuniones espirituales, 30 visitas al santísimo, etc…. Por esos actos religiosos se nos concedían 100 días, uno o diez años de indulgencia, o incluso indulgencia plenaria, etc. [1]

    Pero la gracia no es contabilidad espiritual. Dios no tiene ordenador, ni Excel, ni nada por el estilo.

    La cuestión de la gracia es gratuidad y agradecimiento en la vida. La gracia es la relación gratuita y bondadosa que Dios quiere tener y tiene con nosotros los seres humanos.

Dios paseaba y charlaba todas las tardes con Adán y Eva (la humanidad) por el paraíso. Pero “cuando pasó lo que pasó”, que nadie lo sabe y le llamamos “manzana” o pecado original, Dios decidió acompañarnos siempre en la vida, hizo una alianza de amistad eterna, sellada por JesuCristo.

Hay un canon –una plegaria eucarística- en la que se lee: Cuando por desobediencia perdimos tu amistad…  (¿Y quién ha dicho que Dios retirara su amistad, su relación amorosa y gratuita al ser humano?)

    Dios no ha dejado nunca de amar gratuitamente (gracia) al ser humano. El Padre nunca retira su amistad al hijo perdido. Dios siempre está cerca de nosotros, siente compasión de nosotros, porque es gracia, gratuidad para nosotros

Lo mejor y más valioso de la vida es de balde: la vida misma, el sentido de la vida, la esperanza, la paz interior, la serenidad, la amistad, el amor son gratuitos, son gracia…

Estos últimos domingos meditábamos sobre el escasísimo valor del dinero, (No podéis servir a Dios y al dinero. Qué difícil es ser rico y feliz. El rico y el pobre Lázaro).

Las lecturas de hoy nos subrayan esta verdad. ¿Alguien de nosotros ha comprado la vida? Es gratuita, gracia: nos la han dado. ¿Quién puede comprar el sentido de la vida? ¿Dónde se vende paz interior, amistad, amor?

2.- Ser agradecidos y vivir agradecidamente.

    Es importante ser agradecidos en la vida.

    ¿Por qué no somos agradecidos?: ¿Por qué no vivimos en gracia?

  • Porque nos consideramos importantes y autosuficientes.
  • Porque le tenemos miedo a Dios y no nos sentimos queridos por Él.
  • Porque consideramos a Dios como un amo justiciero y temible.
  • La consecuencia del desagradecimiento, la ausencia de gracia, gratuidad, en nuestra vida es el temor y la amargura

    Vale la pena recordar aquella canción de Violeta Parra: Gracias a la vida, que me ha dado tanto…

  •   Vivir en gracia no es meramente evitar como se pueda –y si se puede- el pecado para que Dios no se rebote.
  •   Vivir en gracia es de corazones nobles.
  •   Vivir en gracia es el sentimiento que brota del corazón de la persona que tiene paz interior.

    La persona agradecida no es autosuficiente y está reconciliada consigo misma, reconoce su limitación, incluso su pecado. La persona sencilla, el humilde es quien vive cerca de Dios porque le parece un regalo que Dios nos ame. Incluso el pecador, -que somos todos- vive liberado de la necesidad de autojustificarse con obras y miedos, porque todo lo recibe de Dios.

03.- Hacia la Eucaristía.

    Eucaristía significa buena acción de gracias.

    Un pobre hombre leproso, samaritano, pagano (extranjero) “para más inri” y por tanto inferior, un samaritano es quien vuelve a dar gracias.

    Lo que se opone a la gracia no es tanto el pecado, cuanto el miedo a Dios.

    Sintámonos queridos por Dios.

    Vivir ya es gracia un regalo. Vivamos en gracia.

[1] Lástima que el esquema sobre las indulgencias, que K Rahner había preparado para que se discutiera en el Concilio Vaticano II, no saliera adelante

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