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Archivo para Domingo, 2 de octubre de 2022

Fe sencilla…

Domingo, 2 de octubre de 2022
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Más Sencilla

Hazme una cruz sencilla,
carpintero…
sin añadidos
ni ornamentos…
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos…
sencilla, sencilla…
hazme una cruz sencilla, carpintero.

*

Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza
siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.

Ser en la vida romero, romero…
sólo romero.
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie
a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa,
ni la losa de los templos,
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos…
ni como el cómico viejo
digamos los versos.

No sabiendo los oficios,
los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera…

Que no hagan callo las cosas
en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

***

León Felipe

***

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:

“Auméntanos la fe.”

El Señor contestó:

“Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y os obedecería.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis: ‘Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?

Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.””

*

Lucas 17, 5-10

***

 

Tener fe en Dios, en el Cristo-Dios, significa haber optado de manera definitiva por fiarse de Dios. Arquímedes buscaba el fulcro gracias al cual su palanca hubiera podido levantar el mundo. Ser creyentes es haber hecho de Dios el fulcro de nuestra propia vida, y el término «roca» que la Escritura aplica con tanta frecuencia a Dios -«Tú eres mi roca y mi baluarte»- se convierte en el fulcro que yo sé que no puede desaparecer. El Dios en quien confío no puede engañarnos ni puede decepcionarnos, pues no sería Dios; no puede dejar de amarnos, pues no nos habría creado. A todas las certezas que el Antiguo Testamento aducía para confirmar a Dios-nuestra-roca se añadía lo que Cristo había prometido al apóstol Pedro, al cambiar su nombre de Simón por Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Partiendo de esta idea de roca, la inteligencia no carece ni de argumentos ni de luz, porque la fe conduce a la luz. Jesucristo no es una invención de los hombres; los hombres no inventan cosas así o, más exactamente, si las inventan no duran mucho. Pensemos en los dos mil años transcurridos desde el nacimiento de Jesucristo, pensemos también en todas las mediocridades, debilidades, traiciones, que ha habido en la Iglesia… y veremos que habría debido desaparecer, como tantos otros imperios y organizaciones. Sin embargo, a través de algún santo, de algún acontecimiento o de alguna personalidad, la Iglesia vuelve a cobrar vida cada vez, se santifica de nuevo y el árbol que parecía muerto, a punto de ser cortado, vuelve a florecer con nueva vida.

*

Jacques Loew,
La felicita di essere uomo. Conversazione con Dominique Xardel,
Milán 1992, pp. 22ss

***

***

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“Orar desde la duda”. 27 Tiempo ordinario – C (Lucas 17,5-10)

Domingo, 2 de octubre de 2022
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83B9A33C-59A3-4A95-AF2E-A7E998B2B276En el creyente pueden surgir dudas sobre un punto u otro del mensaje cristiano. La persona se pregunta cómo ha de entender una determinada afirmación bíblica o un aspecto concreto del dogma cristiano. Son cuestiones que están pidiendo una mayor clarificación.

Pero hay personas que experimentan una duda más radical, que afecta a la totalidad. Por una parte sienten que no pueden o no deben abandonar su religión, pero por otra no son capaces de pronunciar con sinceridad ese «sí» total que implica la fe.

El que se encuentra así suele experimentar, por lo general, un malestar interior que le impide abordar con paz y serenidad su situación. Puede sentirse también culpable. ¿Qué me ha podido pasar para llegar a esto? ¿Qué puedo hacer en estos momentos? Tal vez lo primero es abordar positivamente esta situación ante Dios.

La duda nos hace experimentar que no somos capaces de «poseer» la verdad. Ningún ser humano «posee» la verdad última de Dios. Aquí no sirven las certezas que manejamos en otros órdenes de la vida. Ante el misterio último de la existencia hemos de caminar con humildad y sinceridad.

La duda, por otra parte, pone a prueba mi libertad. Nadie puede responder en mi lugar. Soy yo el que me encuentro enfrentado a mi propia libertad y el que tengo que pronunciar un «» o un «no».

Por eso, la duda puede ser el mejor revulsivo para despertar de una fe infantil y superar un cristianismo convencional. Lo primero no es encontrar respuestas a mis interrogantes concretos, sino preguntarme qué orientación quiero dar a mi vida. ¿Deseo realmente encontrar la verdad? ¿Estoy dispuesto a dejarme interpelar por la verdad del Evangelio? ¿Prefiero vivir sin buscar verdad alguna?

La fe brota del corazón sincero que se detiene a escuchar a Dios. Como dice el teólogo catalán E. Vilanova, «la fe no está en nuestras afirmaciones o en nuestras dudas. Está más allá: en el corazón… que nadie, excepto Dios, conoce».

Lo importante es ver si nuestro corazón busca a Dios o más bien lo rehúye. A pesar de toda clase de interrogantes e incertidumbres, si de verdad buscamos a Dios, siempre podemos decir desde el fondo de nuestro corazón esa oración de los discípulos: «Señor, auméntanos la fe». El que ora así es ya creyente.

José Antonio Pagola

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“¡Si tuvierais fe … !”. Domingo 02de octubre de 2022. 27º Ordinario

Domingo, 2 de octubre de 2022
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52-ordinarioc27-cerezoLeído en Koinonia:

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4: El justo vivirá por su fe.
Salmo responsorial: 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón.”
2Timoteo 1, 6-8. 13-14: No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor.
Lucas 17, 5-10: ¡Si tuvierais fe … !

Ofrecemos en primer lugar un comentario bíblico tradicional

El profeta Habacuc nos pone en el contexto del diálogo entre el profeta y Dios, donde el primero toma la iniciativa y pregunta a Dios por la raíz del mal y el sufrimiento que lo rodea. La injusticia, la violencia y la desigualdad parecen convertirse en la única forma de vivir de la sociedad en muchos momentos, no sólo de la historia del pueblo de Dios, sino también de la historia de la humanidad. La queja del profeta es clara: no hay justicia; se vive en una violación sistemática de los derechos básicos provocados por la anomia y la confusión de su tiempo. Sin embargo, la respuesta del Señor, ante la situación, no se hace esperar. El Dios de la historia y la creación hace un llamado al “justo” a la fidelidad y a la confianza. Dios se encuentra con el ser humano en la justicia, en la resistencia pacífica y en la esperanza del ser humano en él.

En la segunda carta a Timoteo el autor nos presenta de dónde procede el ser apóstoles del Señor: del plan divino de la salvación de Dios. Los creyentes hoy estamos exigidos a tomar conciencia que hemos recibido del Señor el don de la fe, de la fortaleza y de la caridad; por tanto, este don recibido demanda una respuesta oportuna. Ante la situación tan compleja, adversa y confusa de nuestra situación mundial, los carismas del Espíritu del resucitado se nos dan para dirigir a la comunidad humana con valentía y dar testimonio de la liberación y salvación del Señor. Dichos dones recibidos de la gracia de Dios, son también, tarea humana, y necesitan ser cultivados e incrementados constantemente para evitar caer en el absurdo y la desesperanza.

En el texto de Lucas vemos a los discípulos, conscientes de su poca fe, de su incapacidad para dar su adhesión plena a Jesús y a su mensaje. Por eso le piden que les aumente la fe. Jesús constata en realidad que tienen una fe más pequeña que un grano de mostaza, semilla del tamaño de una cabeza de alfiler. No dan ni siquiera el mínimo, pues con tan mínima cantidad de fe bastaría para hacer lo imposible: arrancar de cuajo con sólo una orden una morera y tirarla al mar. Este mínimo de fe es suficiente para poner a disposición del discípulo la potencia de Dios.

Miro a mi alrededor y pienso que algo no funciona. Tantos cristianos, tantos católicos, tantos colegios religiosos… Y me pregunto: ¿Cuántos creyentes? ¿Tienen fe los cristianos, los sacerdotes y religiosos, los obispos? ¿Tenemos fe? ¿O tenemos una serie de creencias, un largo y complicado credo que recitamos de memoria y que poco atañe a nuestras vidas?

Las palabras de Jesús siguen resonando hoy. “Si tuvierais fe como un grano de mostaza…” O lo que es igual: si siguierais mi camino, si vivierais según el Evangelio… tendríais la fuerza de Dios para cambiar el sistema.

Sigo mirando a mi alrededor y veo una Iglesia apegada a sus privilegios, que se codea con los poderes fácticos, que depende en muchos países económicamente del Estado, capaz de echarle un pulso al poder político y vencer, identificada con frecuencia con la derecha o el centro, defensora a ultranza de su estatuto de religión verdadera y prioritaria.

Me vuelvo al evangelio y releo sus páginas: “Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que Dios será tu riqueza, y anda sígueme a mí” (Lc 18,22). “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero este hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9,58). “No andéis agobiados pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir” (Lc 12,22). “Los reyes de las naciones las dominan y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros nada de eso; al contrario, el más grande entre vosotros iguálese al más joven y el que dirige al que sirve” (Lc 22,25-26).

Pobres, libres, sin seguridades, sin poder, como Jesús. Sólo tiene fe quien se adhiere a este estilo de vida evangélico. Quien no, tiene creencias, que para casi nada sirven. Y así no se puede cambiar ni el sistema religioso ni siquiera el mundano.

Tal vez tengamos que reconocer que somos “siervos inútiles”, pues no andamos en el sistema de la fe, sino en el del cumplimiento de las obras de la ley, como los fariseos, que, al final, de su trabajo tienen que considerarse “siervos inútiles”, pero no “hijos de Dios” que es a lo que estamos llamados a ser, como ciudadanos del Reino que todos anhelamos.

El evangelio de hoy no está recogido en la serie «Un tal Jesús», pero en ella puede encontrarse varios episodios relacionados con el contenido de ese evangelio: https://radialistas.net/category/un-tal-jesus

Añadimos un comentario crítico.

La palabra «fe» es polisémica, tiene significados múltiples, que dependen del contexto de su uso. En el evangelio que hoy leemos, es claro que aparece como sinónimo de coraje, decisión, convicción de entrega… y «esa fe» es la que mueve montañas… o traslada moreras, no necesariamente con una eficacia «sobrenatural», sino a veces simplemente psicológica. Leer más…

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Dom 2.10.22. Vivir es creer. El hombre, animal creyente

Domingo, 2 de octubre de 2022
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224E0A3D-77EB-4F28-A97F-1A65CC58632EDel blog de Xabier Pikaza:

Los que preguntaban a Jesús querían creer él, recrear su vida y la vida de los otros, con el poder que Dios les confiaba, y que ellos descubrían en sí mismos pot medio de Jesús. Así pidieron, así podemos pedir y vivir también nosotros, ese domingo: Auméntanos la fe, haz que nuesta humanidad aumente y sea veradera, de manera que seamos simple y plnenamente humanos.

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: “Auméntanos la fe.” El Señor contestó: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y os obedecería etc. (Lc 17, 5-10)

 Sólo trataré de parte de la lectura. Lo que sigue exigiía un estudio más intenso sobre la gratuidad de la fe… No creemos para nada (para ganar cosa ninguna), sino para ser lo que somos, es decir, creyentes, seres de fe.Desarrollaré el tema en dos secciones.

(a)  Una visión de la fe, según la Biblia (Cf. Gran Diccionario de la Biblia). Allí, en sus páginas centrales, desde Habacuc hasta Jesús y Pablo se dice que el hombre (el justo) vive de la fe.

(b) Ser hombre es creer. Sentido humano y religioso de la fe. Ciertamente, ser hombre justo es creer; el injusto (en sentido bíblico)no cree en los demás, ni en sí mismo, por eso es violento (adora un poder falso, se cuelga del dinero). En esa línea, si no tiene fe ninguna el hombre en cuanto tal se muere, termina de ser, se destruye a sí mismo.

(1) INTRODUCCIÓN. VISIÓN DE LA FE, SEGÚN LA BIBLIA

La Biblia es un libro de fe. Ciertamente, cuenta las historias del pueblo de Dios y expone argumentos de tipo sapiencial. Pero, en su raíz más honda, ella ofrece un testimonio de fe: una forma de vida que se funda en la fidelidad de Dios, que ofrece y mantiene su palabra, y en la fidelidad de los hombres que le responden.

(1) Antiguo Testamento

En la Biblia hebrea la fe se identifica en el fondo con la fidelidad (es decir, con la firmeza) y también con la verdad, entendida como emuna, en la línea de la firmeza y de la misericordia.
Básicamente, la fe pertenece a Dios, que es el fiel por excelencia, pues « guarda el pacto y la misericordia para con los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones» (Dt 7, 9).

Entendida así, la fe no es algo, que viene en un segundo momento, sino la misma realidad de Dios a quien se entiende no sólo como firme, sino también como misericordioso. En esa línea, el testimonio básico de la fidelidad bíblica lo ofrece la tradición reflejada en Ex 34, 6 donde Dios se presenta como « compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad, es decir, en fidelidad» (cf. Jon 4, 2).

La fe del hombre es consecuencia de la fidelidad de Dios. No se trata de creer en cosas, sino de fiarse de Dios, de ponerse en sus manos. Entendida así, la fe constituye la actitud básica del israelita. En un sentido, ella puede identificarse con el amor del que habla el shema (Dt 6, 5: «amarás al Señor, tu Dios…»); en otro sentido, ella aparece como experiencia básica de confianza, en medio de la crisis constante de la vida.

En esta línea se sitúa la afirmación fundamental de Hab 2, 4 (primera lectura de este domingo), cuando afirma que «el justo vivirá por la fe». Justo es aquí el tzadik, el hombre que responde a la llamada de Dios; la vida del justo, así entendido, se identifica con la ‘emuna, la fidelidad de Dios. Frente a la justicia de los pueblos que identifican la verdad don su fuerza, emerge así la verdadera justicia israelita, que se expresa en forma de confianza en Dios. Así podemos decir, en resumen, que Dios es verdadero porque es fiel, porque mantiene su palabra y los hombres (en especial los israelitas) pueden fiarse de él.

(2) Nuevo Testamento. Fe de Jesús.

Toda la vida y mensaje de Jesús aparece como una expresión y cumplimiento de esa fe. Así lo ha condensado Mc 1, 14-15 cuando ofrece el mensaje de Dios (¡llega el reino!) y pide a los hombres que respondan. ¡creed en el evangelio!, es decir: acoged la buena noticia. La vida pública de Jesús, desde su bautismo hasta su muerte, es un ejercicio y despliegue de esta fe en Dios.

Por eso hay que hablar, en primer lugar, de Jesús (como creyente cf. Ap 14, 12), es decir, de la fe de Jesús en Dios. Pero Jesús no es sólo un hombre de fe, sino un portador de fe. Desde ese fondo se entiende su vida pública, el conjunto de los milagros, entendidos como un despliegue de fe. Una y otra vez, Jesús dice a los curados: tu fe te ha salvado (cf. Mc 10, 52; Lc 7, 50; 8, 48 etc.). Esta no es una fe menor, sino la fe en sentido pleno: la confianza en el Dios salvador, que mueve montañas (cf. Mc 11, 23).

A97A6828-C392-419A-A82C-C3DB5F5BD4F7(3) Fe y obras.

Pablo ha descollado el sentido de la fe, entendiéndola como experiencia radical de confianza de aquellos que creen en el Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos (Rom 4, 24). De un modo ejemplar, Pablo ha contrapuesto las dos actitudes del hombre que, a su juicio, están ejemplificadas en un tipo de judaísmo (o judeo-cristianismo) que interpreta la vida del hombre desde sus obras (desde lo que él hace) y el verdadero cristianismo, que define la vida desde la fe.

La oposición entre las obras de la ley y la fe mesiánica (en el Dios de Cristo) constituye el centro del evangelio de Pablo (cf. Gal 3, 1-10; Rom 3, 20-24).
Esa oposición constituye sigue estando en el centro de la controversia bíblica entre católicos y protestantes:

‒ Lutero acusó a un tipo de católicos-romanos de su tiempo de haber vuelto a fundar la religión en las obras, entendidas sobre todo en línea moralista y ritual;

‒ el Concilio de Trento respondió que la misma fe se expresa en unas obras, que no han de entenderse como expresión del orgullo del hombre, sino como signo de su fidelidad a Dios. La controversia, en la que se oponía la visión de Pablo y un tipo de interpretación de Sant 2, 14-26, sigue estando en la base de hermenéutica católica y protestante, aunque actualmente las oposiciones se han limado, de manera que se habla más de diferencia de matices que de contraposición de fondo.

(4) Fe, esperanza amor.

Una de las formulaciones más influyentes sobre el sentido de la fe es la que Pablo ofrece en 1 Tes 1, 3, cuando dice:

«Nos acordamos sin cesar, delante del Dios y Padre nuestro, de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de la perseverancia de vuestra esperanza en nuestro Señor Jesucristo».

De esa manera, como de pasada, Pablo ha descrito el sentido de las tres actitudes básicas de la vida cristiana, que la tradición posterior interpreta como «virtudes teologales», es decir, como expresión del encuentro del hombre con Dios.

— Todo en la relación del hombre con Dios es «obra de fe» (ergon tês pisteôs), signo y presencia de la fe que actúa.

— Todo es despliegue o trabajo de un amor (kopos tês ágapes) que se manifiesta en la entrega de la vida, en manos de Dios, al servicio de los otros.

— Todo es finalmente paciencia o perseverancia de la esperanza (hypomonê tês elpidos), expresión de un camino abierto hacia el reino.

Más que virtudes en sentido clásico (de vir, obra de varón), esos gestos constituyen la esencia de la vida creyente y son inseparables, de manera que cada uno está implicado en el otro.

(2) SER HOMBRE ES CREER. SENTIDO HUMANO Y RELIGIOSO DE LA FE. La fe constituye el tema y sentido central del evangelio y de la Biblia entera, que hemos definido como libro de fe (entrada anterior). La fe no es sumisión ante un poder superior (que decide las cosas de antemano, de un modo fatal), ni es dependencia pasiva, ni credulidad ante lo desconocido, ni aprobación ciega de verdades superiores, sino la presencia (experiencia) de Dios en la vida del hombre, que así se defina y actúa como aquel que “vive de la fe” (Hab 2, 4).

(1) Fe. El hombre, animal de fe

6436C005-0308-4830-86DD-4822026D3086Creo, luego existo. Ciertamente, el hombre es “animal racional”, como se ha dicho desde antiguo, un viviente capaz de pensar, y en esa línea Descartes ha empezado diciendo “pienso, luego existo”.

‒ Unos le han definido como el animal que es capaz de organizar y dirigir el mundo,produciendo bienes de consumo (en una línea evocada por la Biblia en Gen 128-29, de manera que ha podido decirse “trabajo y produzco, luego existo”.

‒ Algunos le entienden como voluntad de poder (me esfuerzo y dominio, me impongo, luego existo). En el límite han estado y siguen estando los que se definen como conquistadores (exploro, me arriesgo, conquisto, y por eso estoy vivo…).

‒ Otros, en fin, toman al hombre como ser capaz de poseer, aquel que se define por aquello que acumula y tiene, convirtiéndose de esa forma en siervo de su capital (acumulo propiedades, y ellas me poseen, luego, luego existo).

Todas estas perspectivas (especialmente las primeras) pueden tener cierto valor, pero al llegar hasta el final, allí donde se identifica al hombre con su capital, el hombre muere, como sabe bien la Biblia (cf. Mt 6, 24), porque en su verdad originaria el hombre es un “creyente”, y sólo puede realizarse como humano porque “cree”: acepta la vida como don y cree en ella, y así la comparte, como sabe y dice la Biblia en sus páginas más hondas, desde Hab 2, 4 a Rom 1, 17, desde Is 7, 9 hasta Heb 11, 1. Por eso, en el principio de la experiencia antropológica de la Biblia esta una palabra que dice: «Creo, luego existo”, es decir, «Dios cree en mí, y de esa forma puedo vivir como humano».

(2) Fe, primer conocimiento.

‒ Plantas y animales nacen desde fuera, dentro de un proceso cósmico que les hace y determina, no necesitan creen para vivir (aunque en un determinado plano la confianza es necesaria en los vivientes superiores, sobre todo en aquellos que han sido domesticados por los hombres). Leer más…

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“Falta de fe y sobra de presunción“. Domingo 27. Ciclo C

Domingo, 2 de octubre de 2022
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jesus-aumenta-nuestra-fe-3-10-10Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Después de la parábola del rico y Lázaro, Lucas empalma cuatro enseñanzas de Jesús a los apóstoles a propósito del escándalo, el perdón, la fe y la humildad. Son frases muy breves, sin aparente relación entre ellas, pronunciadas por Jesús en distintos momentos. De esas cuatro enseñanzas, el evangelio de este domingo ha seleccionado sólo las dos últimas, sobre la fe y la humildad (Lucas 17,5-10).

Menos fe que un ateo

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:

            ‒ Auméntanos la fe.

El Señor contestó:

            ‒ Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa montaña: «Arráncate de raíz y plántate en el mar». Y os obedecería.

El evangelio de Mateo cuenta algo parecido: un padre trae a su hijo, que sufre ataques de epilepsia, para que lo curen los apóstoles. Ellos no lo consiguen. Aparece Jesús, y lo cura de inmediato. Los apóstoles, admirados, le preguntan por qué ellos no han sido capaces de curarlo. Y Jesús les responde: “Por vuestra poca fe. Si tuvierais fe como un grano de mostaza…”

Lucas le da un enfoque distinto, más irónico y malicioso. En su evangelio los apóstoles no buscan la explicación a un fracaso, sino que formulan una petición: “Auméntanos la fe”.

¿Qué piden los apóstoles? ¿Qué idea tienen de la fe? Ya que no eran grandes teólogos, ni habían estudiado nuestro catecismo, su preocupación no se centra en el Credo ni en un conjunto de verdades. Si leemos el evangelio de Lucas desde el comienzo hasta el momento en el que los apóstoles formulan su petición, encontramos cuatro episodios en los que se habla de la fe:

  • Jesús, viendo la fe de cuatro personas que le llevan a un paralítico, lo perdona y lo cura (5,20).
  • Cuando un centurión le pide a Jesús que cure a su criado, diciendo que le basta pronunciar una palabra para que quede sano, Jesús se admira y dice que nunca ha visto una fe tan grande, ni siquiera en Israel (7,9).
  • A la prostituta que llora a sus pies, le dice: “Tu fe te ha salvado” (7,50).
  • A la mujer con flujo de sangre: “Hija, tu fe te ha salvado” (8,48).

En todos estos casos, la fe se relaciona con el poder milagroso de Jesús. La persona que tiene fe es la que cree que Jesús puede curarla o curar a otro.

Pero la actitud de los apóstoles no es la de estas personas. En el capítulo 8, cuando una tempestad amenaza con hundir la barca en el lago, no confían en el poder de Jesús y piensan que morirán ahogados. Y Jesús les reprocha: “¿Dónde está vuestra fe? (8,25). La petición del evangelio de hoy, “auméntanos la fe”, empalmaría muy bien con ese episodio de la tempestad calmada: “tenemos poca fe, haz que creamos más en ti”. Pero Jesús, como en otras ocasiones, responde de forma irónica y desconcertante: “Vuestra fe no llega ni al tamaño de un grano de mostaza”.

¿Qué puede motivar una respuesta tan dura a una petición tan buena? El texto no lo dice. Pero podemos aventurar una idea: lo que pretende Lucas es dar un severo toque de atención a los responsables de las comunidades cristianas. La historia demuestra que muchas veces los papas, obispos, sacerdotes y religiosos/as nos consideramos por encima del resto del pueblo de Dios, como las verdaderas personas de fe y los modelos a imitar. No sería raro que esto mismo ocurriese en la iglesia antigua, y Lucas nos recuerda las palabras de Jesús: “No presumáis de fe, no tenéis ni un gramo de ella”.

Ni las gracias ni propina

En línea parecida iría la enseñanza sobre la humildad. El apóstol, el misionero, los responsables de las comunidades, pueden sufrir la tentación de pensar que hacen algo grande, excepcional. Jesús vuelve a echarles un jarro de agua fría.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «En seguida, ven y ponte a la mesa»? ¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú»? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

La parábola es de una ironía sutil. Al principio, el lector u oyente se siente un gran propietario, que dispone de criados a los que puede dar órdenes. Al final, le dicen que el propietario es Dios, y él es un pobre siervo, que se limita a hacer lo que le mandan. El mensaje quizá se capte mejor traduciendo la parábola a una situación actual.

Suponed que entráis en un bar. ¿Quién de vosotros le dice al camarero: «¿Qué quiere usted tomar?». ¿No le decís: «Una cerveza», o «un café»? ¿Tenéis que darle las gracias al camarero porque lo traiga? ¿Tenéis que dejarle una propina? Pues vosotros sois como el camarero. Cuando hayáis hecho lo que Dios os encargue, no penséis que habéis hecho algo extraordinario. No merecéis las gracias ni propina.

Un lenguaje duro, hiriente, muy típico del que usa Jesús con sus discípulos.

El profeta Habacuc y la fe (Hab 1,2-3; 2, 2-4)

Advierto de entrada que esta lectura solo se relaciona con el evangelio por la frase final: “El justo vivirá por su fe”. Sin embargo, su temática es tan actual que la comento brevemente.

El librito del profeta Habacuc es de los más breves y de los más desconocidos. Una lástima, porque el tema que trata es el que estamos viviendo desde hace meses: la injusticia del imperialismo. Nosotros hablamos de Rusia y su invasión de Ucrania. Habacuc recuerda las invasiones sucesivas de Asiria, Egipto y Babilonia. El profeta comienza quejándose a Dios.

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que escuches?

¿Te gritaré “violencia” sin que salves?

¿Por qué me haces ver desgracias,

me muestras trabajos, violencias y catástrofes,

surgen luchas, se alzan contiendas? 

Habacuc no comprende que Dios contemple impasible las desgracias de su tiempo, la opresión del faraón y de su marioneta, el rey Joaquín. Y el Señor le responde que piensa castigar a los opresores egipcios mediante otro imperio, el babilónico (1,5-8). Pero esta respuesta de Dios es insatisfactoria: al cabo de poco tiempo, los babilonios resultan tan déspotas y crueles como los asirios y los egipcios. Y el profeta se queja de nuevo a Dios: le duele la alegría con la que el nuevo imperio se apodera de las naciones y mata pueblos sin compasión. No comprende que Dios «contemple en silencio a los traidores, al culpable que devora al inocente». Y así, en actitud vigilante, espera una nueva respuesta de Dios.

El Señor me respondió así: 

«Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. 

La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará;

si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. 

El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»

La visión que llegará sin retrasarse es la de la destrucción de Babilonia. El injusto es el imperio babilonio, que será castigado por Dios. El justo es el pueblo judío y todos los que confíen en la acción salvadora del Señor. El mensaje de Habacuc es un grito de esperanza y de fe en un futuro mejor, aunque podamos tener la impresión de que se retrasa o no llega nunca.

Este tema no tiene relación con la petición de los discípulos. Pero las palabras finales, “el justo vivirá por su fe”, tuvieron mucha importancia para san Pablo, que las relacionó con la fe en Jesús. Este puede ser el punto de contacto con el evangelio. Porque, aunque nuestra fe no llegue al grano de mostaza ni esperemos cambiar montañas de sitio, esa pizca de fe en Jesús nos da la vida, y es bueno seguir pidiendo: “auméntanos la fe”.

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Domingo XXVII del Tiempo Ordinario.02 octubre, 2022

Domingo, 2 de octubre de 2022
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“Los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.”

(Lc 17, 5-18)

Cuando un niño nace lo colocan sobre su madre, y el niño no teme, confía. Se siente envuelto en la ternura de quien lo acaba de dar a luz. Esto es la fe, esa confianza de quién se abandona, de quien se entrega a vivir en Dios.

Cuando observo a los niños en brazos de sus padres, entiendo lo que es vivir en Dios. Cuando al niño algo le asusta o le asalta el miedo, corre a abrazarse a sus padres, y ahí se relaja, nada malo puede suceder.

El temor, el miedo, es vivir en el ego. En nuestra propia superficie marcada por patrones culturales, sociales, familiares. El miedo surge ante determinadas situaciones que no sé resolver o que no soy capaz de afrontar. El miedo no sano es un producto de la mente y por tanto aprendido. Este miedo solo existe en nuestra mente, en nuestro imaginario y es alimentado por él.

Lo importante no es creer en Dios, sino experimentar a Dios, porque si le experimento creeré en Él. La experiencia se convierte en depósito de nuevas experiencias. La fe es dejar a Dios ser Dios en nosotras y que se realice Su Voluntad. Confiar en Dios significa dejar de girar alrededor de un@ mism@, para vivir en la Profundidad donde yo soy y Él habita.

El aumento de fe no es un tema de cantidad sino de esencia. Pasar de la seguridad en las cosas o en los méritos propios a confiar en las posibilidades que Dios nos otorga.

La fe es descubrirnos habitad@s de semillas de infinitud que hay que abonar todos los días, porque la fe es dinámica, y es una actitud ante la vida que marca toda nuestra existencia.

Oración

Haz, Señor, que nuestra fe aumente

al contacto del encuentro diario contigo,

otórganos  la capacidad  de despertar a nuestro ser niñ@s

que, confiadas, se abandonan en Ti.

Te lo expresamos a Ti, Padre, por medio de Jesús, tu Hijo

y mediante la fuerza y la ternura de la Santa Ruah.

 

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Si tuviera un mínimo de fe-confianza no necesitaría cambiar nada.

Domingo, 2 de octubre de 2022
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oteando-el-horizonte-640x640x80Lc 17,5-12

DOMINGO 27 (C)

Lc 17,5-12

Sigue el evangelio con propuestas aparentemente inconexas, pero Lucas sigue un hilo conductor muy sutil. Hasta hoy nos había dicho, de diversas maneras, que no pongamos la confianza en las riquezas, en el poder, en el lujo; pero hoy nos dice: no la pongas en tu falso ser ni en la obras que salen de él, por muy religiosas que sean. Confía solamente en “Dios”. Los que se pasan la vida acumulando méritos, no confían en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al evangelio. Ese Señor al que tengo que rendir cuentas tiene que dejar paso al Dios que es el fundamento de mi ser.

Una vez más debemos advertir que las Escrituras no se pueden tomar al pie de la letra. Si lo entendemos así, el evangelio de hoy es una sarta de disparates. En realidad son todos símbolos que nos tienen que lanzar a buscar un significado mucho más profundo de lo que aparenta. Ni hay un dios fuera a quien servir, ni hay un yo raquítico que patalea ante su Señor. Cada uno de nosotros es solo la manifestación de Dios que, a través nuestro, manifiesta su poder para hacer un mundo más humano. No hay un mí ningún yo que pueda atribuirse nada. Ni hay fuera un YO al que pueda llamar Dios. Ni Dios puede hacer nada sin mí, ni yo puedo hacer nada sin él. ¿De qué puedo gloriarme?

La petición que hacen los apóstoles a Jesús está hecha desde una visión mítica de Dios, del hombre y del mundo. La parábola del simple siervo, cuya única obligación es hacer lo mandado, refleja la misma perspectiva. Ni Dios tiene que aumentarnos la fe, ni somos unos siervos inútiles, ni necesitamos poderes especiales para trasplantar una morera al mar. La religión ha metido a Dios en esa dinámica y nos ha metido por un callejón sin salida. Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una total confianza en Dios, en la vida, en cada persona. El mismo relato nos da pistas para salir del servilismo al dios cosa.

Jesús no responde directamente a los apóstoles porque la petición no está bien planteada. No se trata de cantidad, sino de autenticidad. Jesús no les podía aumentar la fe, porque aún no la tenían ni en la más mínima expresión. La fe no se puede aumentar desde fuera, tiene que crecer desde dentro como la semilla. A pesar de ello, en la mayoría de las homilías que he leído, se termina pidiendo a Dios que nos aumente la fe. Efectivamente, podemos decir que la fe es un don de Dios, pero un don que ya ha dado a todos. ¿Que Dios sería ese que caprichosamente da a unos una plenitud de fe y deja a otros tirados? Viendo cada una de sus criaturas, descubrimos lo que Dios está haciendo en ellas en cada momento.

Al hablar de la fe en Dios, damos a entender que confiamos en lo que nos puede dar. Se interpretó la respuesta de Jesús como una promesa de poderes mágicos. La imagen de la morera, tomada al pie de la letra, es absurda. Con esta hipérbole, lo que nos está diciendo el evangelio es que toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de nosotros. El que tiene confianza podrá desplegar toda esa energía. Lo contrario de la fe es la idolatría. El ídolo es un resultado automático del miedo. Necesitamos el ser superior en quien poder confiar cuando no puedo confiar en mí. Dios no anda por ahí jugando a todopoderoso. Tampoco nosotros podemos utilizar a Dios para cambiar la realidad que no nos gusta.

La fe no es un acto sino una actitud personal fundamental y total que imprime un sí definitivo a la existencia. Confiar en lo que realmente soy me da una libertad de movimiento para desplegar todas mis posibilidades humanas. Nuestra fe sigue siendo infantil e inmadura, por eso no tiene nada que ver con lo que nos propone el evangelio. La mayoría de los cristianos no quieren madurar en la fe por miedo a las exigencias que esto conllevaría. La fe es una vivencia de Dios, por eso no tiene nada que ver con la cantidad. El grano de mostaza, aunque diminuto, contiene vida exactamente igual que la mayor de las semillas. Esa vida, descubierta en mí, es lo que de verdad importa.

Tanto a nivel religioso como civil, cada vez se tiene menos confianza en la persona humana. Todo está reglamentado, mandado o prohibido, que es más fácil que ayudar a madurar a cada ser humano para que actúe por convicción. Estamos convirtiendo el globo terráqueo en un inmenso campo de concentración. No se educa a los niños para que sean ellos mismos, sino para que respondan automáticamente a los estímulos que les llegan. Los poderosos están encantados, porque esa indefensión les garantiza un total control sobre la población. Lo difícil es educar para que cada individuo sea él mismo y responda personalmente ante las propuestas de salvación que le llegan.

Para nosotros, creer es el asentimiento a unas verdades teóricas, que no comprendemos. Esa idea de fe, como conjunto de doctrinas, es completamen­te extraña tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo. En la Biblia, fe es equivalente a confianza en… Pero incluso esta confianza se entendería mal si no añadimos que tiene que ir acompañada de la fidelidad. La fe-confianza bíblica supone la fe, la esperanza y el amor. Esa fe nos salvaría de verdad. Esa fe no se consigue con imposiciones porque nace de lo más hondo del ser.

No debemos esperar que Dios nos libre de las limitaciones, sino de encontrar la salvación a pesar de ellas. Esa confianza no la debemos proyectar sobre una Realidad que está fuera de nosotros y del mundo. Debemos confiar en un Dios que está y forma parte de la creación y de nosotros. Creer en Dios es apostar por el hombre. Es estar construyendo la realidad material, y no destruyéndola; es estar por la vida y no por la muerte: por el amor y no por el odio, por la unidad y no por la división. ¿Por qué tantos que no “creen” nos dan sopas con honda en la lucha por defender la naturaleza, la vida y al hombre?

Superada la fe como creencia, y aceptando que es confianza en…, nos queda mucho camino por andar para una recta comprensión del término. La fe que nos pide el evangelio no es la confianza en un señor poderoso por encima y fuera del mundo, que nos puede sacar las castañas del fuego. Se trata más bien, de la confianza en el Dios inseparable de cada criatura, que la atraviesa y la sostiene en el ser. Podemos experimentar esa presencia como personal y entrañable, pero en el resto de la creación se manifiesta como una energía que potencia y especifica cada ser en sus posibilidades. Creer en Dios es confiar en la posibilidad de cada criatura para alcanzar su plenitud.

La mini parábola del simple siervo nos tiene que llevar a una profunda reflexión. No quiere decir que tenemos que sentirnos siervos y menos aún, inútiles sino todo lo contrario. Nos advierte que la relación con Dios como si fuésemos esclavos nos deshumaniza. Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios que estaba basada en el estricto cumplimiento de la Ley, y en la creencia de que ese cumplimiento les salvaba. La parábola es un alegato contra la actitud farisaica que planteaba la relación con Dios como un toma y da acá. Si ellos cumplían lo mandado, Dios estaba obligado a cumplir sus promesas. Es la nefasta actitud que aún conservamos nosotros.

 

 

Meditación

Si la confianza no es absoluta y total no es confianza.
El mayor enemigo de la fe-confianza son las creencias,
porque exigen la confianza en ellas mismas.
Tener fe no es esperar que las cosas cambien.
Es ser capaz de bajar al fondo de mí mismo,
para anular el efecto negativo de cualquier limitación.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La Fe mueve montañas

Domingo, 2 de octubre de 2022
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caminar-montanaLc 17, 5-10

«Si tuvierais fe como un grano de mostaza…»

Cuando Jesús quiere resaltar una idea crucial, lanza una exageración descabellada y ya nunca se olvida. Son muchas las que hallamos en el evangelio y que hoy, veintiún siglos más tarde, seguimos recordando y saboreando con deleite: «Coláis el mosquito y os tragáis el camello» «Ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo» «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino» … y tantas otras…

Estas exageraciones extremas tienen una gran fuerza, y esa fuerza estriba en que en ellas nos vemos reflejados de forma tan fidedigna, que nos sentimos concernidos y movidos a reflexión. Jesús, gran conocedor de la condición humana, sabe que este lenguaje resulta mucho más interpelante que los razonamientos lógicos tan de nuestro gusto y del gusto de los sabios y entendidos, y lo usa con frecuencia.

Su formulación paradójica primero nos sorprende, luego nos revela la verdad profunda que encierra y no la olvidamos jamás. Refiriéndonos al pasaje de hoy, en sus paralelos de Mateo y Marcos se alude a la capacidad de la fe de mover montañas, y lo que en principio parece una boutade sin fundamento, se convierte en uno de los mensajes más relevantes del evangelio.

Porque nos está diciendo que no seamos tímidos ni timoratos; que, si tenemos fe en la fuerza del Espíritu, seremos capaces de cambiar el mundo para convertirlo en el reino de Dios, es decir, seremos capaces de mover la mayor montaña que alguien haya podido imaginar… Ése es el sueño de Jesús y la misión que nos encargó a sus seguidores, pero estamos perdiendo la batalla porque no tenemos ninguna fe en la victoria. Derrotados de antemano, bajamos los brazos como los boxeadores que se sienten impotentes ante su rival, y Jesús nos dice desde el rincón del cuadrilátero: “No os rindáis, no os resignéis, está a vuestro alcance, y si tenéis fe lo lograréis”.

Jesús nos está exhortando a que confiemos en la victoria y sigamos en la brecha, pero ¿cómo hacerlo?… En primer lugar, debemos saber que contamos con una gran ventaja, y es que los criterios evangélicos (cuando son genuinos) resultan sumamente contagiosos. Pero también debemos saber que el fundamento de estos criterios es el amor del Padre, y que el mundo nunca creerá en ese amor si en torno suyo solo ve egoísmo, ambición, opresión e injusticia. Nosotros creemos porque lo hemos visto en Jesús, y el mundo creerá si lo ve en nosotros.

«Que los hombres vean en vuestras buenas obras el amor del Padre» … Jesús cree que con esta actitud podemos cambiar el mundo; que, de esta forma tan sencilla, aunque exigente, seremos capaces de mover esa montaña descomunal que hoy nos parece inamovible.

Fe Adulta

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¿Fe o acción? Todo o nada.

Domingo, 2 de octubre de 2022
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Jesús-y-sus-discípulos-El texto de Lucas 17,5-10 responde al deseo de la fe. Queremos que nuestra fe crezca, que inunde nuestras vidas. Pero como veremos, esto no resulta tan sencillo.

Según el relato lucano, tanto la fe como la acción que se deriva de ella tienen una dimensión colectiva más que individual. Los apóstoles piden a Jesús que les aumente la fe. Es una petición conjunta y no meramente individual. Y Jesús también les responde en plural diciéndoles: “si tuvierais fe”. Y a continuación ubica la fe en relación con la acción también grupal en respuesta a un mandato también dirigido a un colectivo: “cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado”. Tres acciones conjuntas entonces, el pedido de la fe, la respuesta dirigida a un grupo y una acción conjunta que responde a una voluntad trascendente.

Los apóstoles situaban la fe en el campo de la cantidad y por eso piden a Jesús que se las aumente. Consideran que tienen un poco de fe, pero que no es suficiente. Jesús cambia el centro de la conversación: no se trata de que sea mucha o poca la fe; se trata de tenerla, aunque sea muy pequeña y se trata de tenerla juntos y situarla en una forma de acción que sea respuesta a la voluntad de Dios.

La fe se vincula así a la acción, comprendida esta última en el marco de una relación trascendente que posibilita precisamente tanto la fe como la acción. Con dos ejemplos, Jesús expondrá esta situación.

El primer ejemplo nos remite a la interpretación de la naturaleza, muy utilizada por Jesús como modelo de realidad. La fe se representaría como un grano de mostaza, y la acción consecuente se parecería a la palabra dirigida a una montaña que recibe una orden desproporcionada a la realidad natural y creatural. Es probable que este relato hiciera referencia a tradiciones mitológicas de la época en la que los dioses y las diosas eran las encargadas de erigir montañas o hacer fluir los ríos y dar vigor a los mares. En ese contexto, la fe aparecería como una forma relacional con la trascendencia que haría capaz de realizar acciones que manifiestan la voluntad divina.

El segundo ejemplo, habla de un señor que tiene criados o pastores, quienes realizan lo que se les ordena. Otra vez, Jesús pone la cuestión de la fe en relación directa a la acción, una acción directamente relacionada con un mandato, que ha de cumplirse.

Así la fe no es cuestión de cantidad sino de hacer y actuar. Y es un actuar conjunto que exige un discernimiento también conjunto de la voluntad de Dios. Ciertamente se trata de un texto muy exigente que pone a la fe entre el todo o nada. No hay poca fe; hay o no hay. Y esta fe, tan pequeña como inconmensurable, se basa en una relación y comunicación con Dios que moviliza al cosmos y a las personas. Como dijimos al comienzo, esto no resulta para nada sencillo.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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“Siervos inútiles”

Domingo, 2 de octubre de 2022
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Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

2 octubre 2022

Lc 17, 5-10

Desde la mente -o estado mental de consciencia-, esas palabras de Jesús –“somos siervos inútiles”- suenan intolerables, ya que parecen promover una actitud de sometimiento y auto-desvalorización, que choca frontalmente con la primera apetencia del ego, que reclama sentirse reconocido y valorado. Más todavía en un contexto sociocultural que hace de la autoestima y, más profundamente, del protagonismo del yo sus señas de identidad.

Es cierto que, en algunas ocasiones, aquella expresión se leyó en clave de autodesprecio y, en otras, sirvió de pretexto para alimentar una “falsa humildad”.

Entre ambas lecturas extremas y erradas, la expresión de Jesús apunta a una sabiduría que trasciende la mente y desvela el funcionamiento último de lo real.

Desde la mente, nos consideramos hacedores (más o menos) autónomos y libres, a la vez que presumimos de nuestra capacidad de control. Y en ese plano es así, de la misma manera que, mientras estamos dormidos, creemos que todo lo que aparece en nuestros sueños es completamente real.

Sin embargo, apenas trascendida la mente, la percepción cambia por completo. La comprensión nos muestra que el yo es solo un “objeto” más dentro del mundo de las formas: la ilusión de ser el hacedor libre es condición para que funcione todo este despliegue del llamado mundo de las formas. Pero es solo eso: una ilusión. Hasta el punto de poder afirmar que, mientras permaneces en el estado mental, estás hipnotizado, viviendo un espejismo, algo que no es más que fruto de tu propia creencia.

El único actor real es el sujeto. Y el único sujeto que merece ese nombre -lo que no puede ser observado, Eso que es consciente de todos los objetos- es la consciencia (o la vida o la totalidad).

¿Qué significan, entonces, las palabras de Jesús? El reconocimiento de que no hay ningún yo hacedor, no hay nadie que haga nada; todo se hace a través de nosotros. La expresión “siervo inútil” equivale al término “cauce” o “canal”. Y ningún canal presume de hacer algo. El único sujeto realmente real -aquello que permanece cuando todo cambia- es la vida que se despliega, lo cual, en la admirable paradoja de lo real, no niega que, en el nivel de las formas, sigamos funcionando como si fuéramos hacedores libres.

Vivimos creyendo que somos libres, pero sabemos que no lo somos. Solo hay un sujeto: la consciencia o la vida. Y Eso es lo que realmente somos. Lo que llamamos “yo” es solo un “siervo inútil”, que se engaña cuando se apropia de la acción o cuando cae -por utilizar el lenguaje de los sabios- en la “falsa sensación de autoría”.

¿Desde qué nivel de consciencia leo la realidad?

 Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Ya quisiéramos tener ateos como Dios manda.

Domingo, 2 de octubre de 2022
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52A84AFE-304A-4FEF-A8B3-349143A1450BDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Creer.

      Las lecturas de hoy nos sitúan ante la dimensión creyente del ser humano, ante la fe.

      Todo ser humano cree en algo o en alguien. No se puede vivir por largo tiempo y con sentido sin creer, sin tener alguna fe. Incluso el nihilista, quien dice no creer en nada, es un ferviente creyente en la nada.

      El justo vive por la fe, escuchábamos en la primera lectura. En el evangelio los discípulos le pedían a Jesús: “auméntanos la fe”.

      Esta afirmación: el justo vive por la fe aparece varias veces en la Biblia. Sobre todo será una piedra fundamental en el pensamiento de  San Pablo, (Romanos 1:17, Gálatas 3:11, y aunque no es de Pablo, aparece también en Hebreos 10:38).

      Hemos recibido la invitación del Señor vivir de la fe: si tuvierais un poco de fe la vida sería posible.

02.- La fe es el acto más central de la existencia.

      La fe, lo que uno piensa y cree es lo más central de la existencia humana. Necesitamos creer, confiar en algo o en Alguien para vivir humanamente. Nos podremos equivocar de dioses (ídolos) y de fe, pero necesitamos “alguna fe” para vivir. El mismo Nietzsche (ateo por excelencia) decía: “mejor cualquier fe a ninguna fe”.

La fe -lo que creemos- ilumina toda nuestra vida, todas nuestras opciones, todos nuestros pasos. Vivimos de y conforme a lo que creemos.

Quien cree (fe) en la patria, en el dinero, en el poder, toda su vida, su pensamiento, su ética-moral se verán coloreadas por tal fe, porque uno vive “por y para” esa realidad en la que ha puesto su confianza.

De hecho hay muchas personas que tienen un ídolo como dios, aunque después practiquen una religión. Hay personas (ideologías) cuyo dios es la patria, aunque al mismo tiempo “consuman” alguna religión, practiquen algún rito, etc.

Podríamos traducir la expresión de Habacuc y de San Pablo por: “uno vive de lo que cree y para lo que cree”. El justo, el ser humano vive por la fe.

Vivir en una permanente desconfianza es muy difícil, si no imposible. Para vivir hay que creer (confiar) en la vida, en los demás, en Dios. Lo problemático en la vida no es confiar, sino desconfiar. Nos es necesaria la fe, alguna fe, para vivir equilibradamente como personas.

03.- Dos aspectos de la fe

+ La fe como confianza: así la fe es “creer a Dios”, más que creer en Dios, creer es fiarse de Dios, creer a Dios. Es la llamada fe fiducial: la fe como apoyo en Dios, como confianza, como descanso último en Dios.

+ Por otra parte la fe tiene también el aspecto de contenido: creemos en algo o en Alguien… La fe, en este sentido es un credo, un núcleo, un dogma.

      Pero me parece que es más importante la confianza.

      La formulación de la fe, el credo, el dogma o el catecismo apenas pueden expresar todo lo que pretende definir la teología. Ni la Biblia, ni el catecismo pueden abarcar a Dios, JesuCristo, la esperanza, el cielo…

      Por otra parte la doctrina, los dogmas, la liturgia, etc. pueden evolucionar (evolución del dogma).

      Por eso, en principio la fe no es un libro, sino una actitud: creer es fiarse, confiar: “sé de quién me he fiado“, dirá San Pablo…

      Pensemos, por otra parte, que el luterano, el ortodoxo confían en Cristo como nosotros, aunque la formulación doctrinal tenga variantes y diferencias.

04.- Creer hoy

      En este momento cultural probablemente, es más importante y más urgente subrayar y recuperar la fe como confianza: precisamente porque hemos perdido la fe y la confianza: no solamente en Dios sino en todo y en todos. Un ciudadano normal y medio de entre nosotros ha perdido -ha podido perder- la confianza en las ideologías, en los sistemas de pensamiento, hemos podido perder la confianza en estructuras e instituciones que secularmente han sostenido y fundamentado nuestra vida:

El siglo XIX entonó el requiem por Dios, por todo valor (Nietzsche) y todavía no hemos terminado los funerales. Dios ha muerto…

Dios ha muerto, Marx ha muerto, la política está agonizando, lo eclesiástico va como va… ¿En quién vamos poner nuestra confianza? Podríamos hacer nuestra la respuesta de Pedro a Jesús: ¿A dónde vamos a ir si solamente Tú tienes palabras de vida eterna?

05.- Confiemos en Dios.

Necesitamos creer a Dios, fiarnos de Dios.

      Confiar hace bien al ser humano.

      A la fe no vamos a volver retornando a las posturas más intransigentes, cuando no fanáticas, sino confiando. [1] La misericordia es mejor que el fanatismo.

      Quiera Dios que el obispo que nombren para nuestra diócesis sea un hombre de confianza y no un doctrinario fanático.

06.- Acojamos y generemos confianza

La confianza es buena, hace bien, sana. Pongamos nuestra existencia en Dios, confiemos y generemos confianza y paz en nuestro derredor.

Abiertos al ser, a Dios, a Cristo digamos el acto de fe:

¡Señor, auméntanos la fe!

[1] Con Francisco, la intransigencia casi fanática de la doctrina (que no verdad) ha dejado paso a la bondad y la misericordia. La Iglesia está dejando de ser un tribunal inquisicional y está pasando a ser un redil, un hogar, un lugar de misericordia.

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