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Juan Bautista vive en la puerta de al lado.

Domingo, 17 de diciembre de 2023
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IMG_1605Juan 1, 6-8.19-28

Sara y yo decidimos ayer acercarnos a Betania, a la otra orilla del Jordán. Habíamos oído que Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, estaba bautizando en el río, y queríamos saber qué hacía y por qué. Se dicen tantas cosas de él… Hay gente que cree que es el mesías que esperamos desde hace siglos, o un gran profeta. Otras personas piensan que está loco, porque se viste con una piel de camello y come saltamontes y miel silvestre. Queríamos juzgar por nosotras mismas, y nos sorprendió.

Juan estaba en la ribera del río, bautizando a la gente que se acercaba. Un grupo de hombres, enviados por los sacerdotes y los levitas, esperaba en la orilla. Uno de ellos le preguntó que si era el Mesías. Tardó un poco en responder. Le miró fijamente, como intentando averiguar por qué le hacía esa pregunta.

– No soy el mesías -dijo Juan, con toda claridad-.

Sara se llenó de tristeza, tenía la esperanza, de que llegara el mesías prometido. Estábamos hartas de los falsos mesías, de esos hombres que un día salían a predicar lo que se les ocurría, se rodeaban de discípulos, y poco después se retiraban o eran atrapados por los romanos.

Entonces Leví, que conocía bien las Escrituras, le preguntó:

– ¿Eres tú Elías? Porque ese profeta también estuvo aquí, en el Jordán, pero un día se fue en un carro de fuego y esperamos su vuelta.

– No soy Elías, ni el Profeta -respondió Juan-.

Los enviados se pusieron nerviosos. Murmuraban entre sí: ¿qué respuesta vamos a dar a quienes nos han enviado? ¿Es que este hombre no sabe quién es?

– ¿Nos volvemos a la aldea? -me dijo Sara-

– Vamos a esperar un poco. A lo mejor cuando bautice a la gente que está esperando a la orilla, nos dice algo importante.

Y así fue. Nos dijo que no importaba quien era él, que miráramos a nuestro alrededor, porque el Señor se había compadecido de su pueblo y nos había enviado a alguien tan grande, tan importante, que él no era digno de desatar la correa de su sandalia. Nos recordó algunas palabras del profeta Isaías y nos dijo que estábamos en un tiempo de conversión, por eso, quien tuviera dos túnicas que diera una a quien no tiene, y que hiciéramos lo mismo con los alimentos. Miró con dureza a los soldados romanos que vigilaban de cerca y les dijo que se conformaran con su sueldo y no denunciaran falsamente a nadie. Temimos que le apresaran. Entonces lo comprendí todo.

– Sara, este hombre está demostrando que realmente es un profeta. Vive tan austeramente que parece que está loco. No sabemos cómo ni cuándo lo ha llamado Dios, pero nos invita a practicar la justicia, denuncia la corrupción con claridad y mucha gente se convierte al oírle.

Nos volvimos a la aldea charlando sin parar sobre lo que habíamos visto y oído a orillas del Jordán. Nos preguntábamos ¿a qué nos llama el Señor a nosotras? ¿Cómo podemos practicar la justicia? ¿Cómo reconoceremos a ese enviado que ya está entre nosotros?

María, discípula amada.

Juan Bautista vivió con coherencia su misión: la ropa que utilizaba, el lugar donde vivía, los alimentos que comía y el mensaje que dirigía a sus destinatarios eran expresión de esa misión. Su coherencia le llevó a la muerte.

Aprendamos de los hombres y mujeres que son “los Juan Bautista” de hoy. Están a nuestro lado, hablan con claridad, no se callan delante de señores ni de monseñores, ni se venden al mejor postor.

Creo que el evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre cómo vivimos nuestra misión, personalmente y en la comunidad cristiana. ¿Qué límites ponemos? ¿Llamamos prudencia a la cobardía?

Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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Testigos de la luz

Domingo, 17 de diciembre de 2023
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velas660x650-1200x800-e1543178364218Domingo III de Adviento

17 diciembre 2023

Jn 1, 6-8.19-28

Me encanta la expresión “ser testigos de la luz”. Y para entenderla adecuadamente me parece imprescindible recurrir, una vez más, a la paradoja que somos. En nuestra identidad somos luz, del mismo modo que somos verdad, bondad y belleza. Sin embargo, fácilmente el ego tiende a apropiarse e incluso a presumir de todo ello. De ahí que sea importante reconocer que, en el plano psicológico o de nuestro personaje (yo), no hay nadie que sea sujeto o poseedor de la luz: únicamente podemos ser testigos de ella. Ocurre igualmente con la vida: ningún yo es sujeto de la vida -ni de la verdad, ni de la bondad, ni de la belleza-; en ese plano somos únicamente cauces o canales por los que la vida, la verdad, la bondad o la belleza se expresan.

Ser testigos de la luz no es algo que se improvise, como tampoco obedece a cálculo alguno. Requiere, fundamentalmente, dos condiciones: conexión consciente con la luz y desapropiación.

Solo puede ser testigo de la luz quien vive en la luz. Pero no se trata, como alguien podría pensar, de alcanzar un ideal de perfección, sino de vivir en verdad: en la verdad de lo que somos, más allá del yo y de la mente, aceptando o abrazando nuestra realidad completa.

Dicho de modo más simple: uno no es testigo de la luz porque sea “perfecto” -algo incompatible con el ser humano-, sino porque es “completo”, es decir, verdadero, humilde, transparente…, ya que esas son las condiciones que posibilitan que la vida, la verdad, el amor, en definitiva, la luz, fluyan e iluminen, aun sin darnos cuenta, a nuestro alrededor.

No «hay que…», ni «se debe…», ni «tenemos que»… ser testigos de la luz. Ese lenguaje moralista produce efectos no deseados, porque fomenta la imagen ideal y, en último término, constituye un sabroso alimento para el ego. La vela encendida no se preocupa por alumbrar ni presume de ello; va en su naturaleza. La persona sabia no se “exige” ser luz, ni tampoco se la apropia; simplemente, la luz pasa a través de ella. No te preocupes por brillar; vive, sencillamente, lo que eres.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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No seamos creídos.: “Yo no soy”, Él es

Domingo, 17 de diciembre de 2023
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juanDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

Homilía / revisión de vida serena y en calma 

La revisión de vida (examen de conciencia) sea tranquila y serena; no es un elenco escrupuloso y torturador de pecados.

Dios me sondea y me conoce con amabilidad y ello es más que suficiente y gozoso. (salmo 138)

01.- Isaías

Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor

+   ¿Mi vida transcurre con estos criterios: Ayudar a los que sufren, sanar los corazones rotos, transmitir libertad y gratuidad en la vida?

02.- 1Tesalonicenses

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar … No apaguéis el Espíritu.

Isaías dice también en la 1ª Lectura: Desbordo de gozo y me alegro con mi Dios.

+   No siempre se puede estar contento, pero sí que se puede vivir serenamente y transmitir calma…

+   ¿Vivo en una cierta paz y amabilidad, o soy siempre un mandón totalitario y amargado?

+   ¿No apaguéis el Espíritu? ¿Soy persona que vive de la libertad del Espíritu? ¿Vivo en el espíritu del Vaticano II o me aferro miedosamente a las viejas tradiciones?

+   ¿Dónde “milito” yo? ¿En la más estricta observancia legal o en la misericordia y libertad de los hijos de Dios y hermanos de Jesús?

    ¿Vivo a la escucha de la Palabra, de la sensatez, de la voz que Dios nos comunica en la vida también hoy?

03.- Evangelio de Juan: Juan Bautista y Jesús

    El evangelio de san Juan es un continuo yo soy aplicado a Cristo: El “Yo soy” aparece decenas de veces en su evangelio.

Se podría decir que este evangelio joánico está compuesto por largas catequesis que terminan con un “yo soy”: la samaritana: Yo soy el agua, (Jn 4), la multiplicación de los panes: Yo soy el pan de vida, (Jn 6). El ciego del templo: Yo soy la luz, (Jn 9), Lázaro: Yo soy la resurrección y la vida, (Jn 11). Yo soy el camino, la verdad y la vida, (Jn 14,6). Yo soy Rey, (Jn 18,37)…

Pues bien, Juan Bautista repetirá hasta la saciedad: yo no soy, Yo no soy Cristo, ni el mesías, no soy Elías, no soy el profeta. Nosotros diríamos: soy un pobre hombre. Juan Bautista dice de sí mismo que es una voz que clama en el desierto, (Jn 1,23).

Juan Bautista era la voz, pero el Señor era la Palabra que existía ya al comienzo de la creación. Juan Bautista era la voz, Cristo es la Palabra eterna.

+   ¿Soy persona que me creo el “no va más”? ¿Me considero muy importante, “imprescindible”, soy o tengo tales cualidades, cargos, etc…?

+   ¿Oriento a mis hermanos hacia Cristo –hacia el que es-  o lo hago hacia mi iglesia, mi ideología, mi partido, mis intereses?

+   ¿Procuro transmitir luz, la Palabra o impongo “mi palabra” y mis criterios? ¿Soy oyente de la palabra y procuro transmitirla?

Unos minutos de silencio

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Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo

Domingo, 27 de agosto de 2023
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AMOR CELOSO

Tú pides,
pides siempre,
pides mucho,
Señor.
Lo pides todo.
Te gusta ir entrando, como un fuego,
vida adentro de aquellos que te aman
y abrasarles las horas, los derechos, el juicio.
Tú haces los eunucos y los locos del Reino.
Abusas del amor
de los que son capaces
de abusar de tu Amor.

No muchos, más bien pocos.

(Todos podrán salvarse,
pocos quieren salvarte plenamente).

Teresa de Jesús, que lo sabía
de andar trochas y noches del Carmelo,
te lo advirtió. Inútilmente, claro.
Sigues siendo el Total,
la zarza ardiendo
sobre el Horeb de todos los llamados.

Delante de tu Gloria, Amor celoso,
no hay más gesto posible que descalzar el alma.
Tú eres. Tú nos haces.
Calcinándonos,
el Viento de tus llamas nos liberta.
Tú nos amas primero, en todo caso.

*

Pedro Casaldáliga.
Todavía estas palabras, 1994

***

 

 

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos

“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”

Ellos contestaron:

-“Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.”

Él les preguntó:

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.”

Jesús le respondió:

“¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.”

Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

*

Mateo 16,13-20

***

Lo esencial de la gran contienda entre el Oriente cristiano y el Occidente cristiano, desde el inicio hasta hoy, se reduce a lo siguiente: la Iglesia de Dios tiene que desempeñar una tarea concreta entre los hombres; ¿para realizar ese encargo es necesario aunar todas las fuerzas eclesiales cristianas bajo la insignia y el poder de una  autoridad eclesiástica central? Dicho con otras palabras: ¿la iglesia, como Reina de Dios presente, debe tener en la tierra representantes y ser una, estar unida, puesto que un reino dividido contra si mismo no subsistirá, mientras que la Iglesia, según la promesa evangélica, subsistirá hasta el final y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella?

La Iglesia romana se pronunció resolutivamente con una respuesta afirmativa; se fijó esencialmente en el cometido práctico del cristianismo en el mundo, en el sentido de la Iglesia como reino eficiente o ciudad de Dios (Civitas Dei), y desde el inicio personalizó el principio de la autoridad central que de modo visible y práctico le confiere unidad a la actividad terrenal de la Iglesia. Por eso, la cuestión abstracta del significado de la autoridad central en la Iglesia se reduce a la cuestión histórica y viva del sentido de la Iglesia romana. Ella, sus ideas y sus acciones constituyen el verdadero objeto de la gran contienda. El principio de la autoridad eclesiástica, del poder Espiritual representado sobre todo por la Iglesia romana, tiene una triple cara y suscita una triple cuestión. Primera, en el ámbito de la Iglesia, nos preguntamos cuál debe ser la relación del poder eclesiástica central con los representantes de las Iglesias locales nacionales; segunda, surge el tema de la relación de la Iglesia con el Estado, de la autoridad Espiritual con la laica; y tercera, la relación entre el poder Espiritual y la libertad Espiritual del individuo, la cuestión de la libertad de conciencia.

*

V. S. Soloviev,
El problema del ecumenismo, Milan I973, 63ss).

V.Solovyov

***

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Quiero Creer… que Tú eres el Mesías, el Hijo del hombre

Domingo, 12 de septiembre de 2021
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© Carmelo Blazquez 2013

© Carmelo Blazquez 2013

Quiero Creer

Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver
quiero creer.

Te vi, sí, cuando era niño
y en agua me bauticé
y, limpio de culpa vieja,
sin velos te pude ver.
Quiero creer.

Devuélveme aquellas puras
transparencias de aire fiel,
devuélveme aquellas niñas
de aquellos ojos de ayer.
Quiero creer.

Limpia mis ojos cansados,
deslumbrados del cimbel,
lastra de plomo mis párpados
y oscurécemelos bien.
Quiero creer.

Ya todo es sombra y olvido
y abandono de mi ser.
Ponme la venda en los ojos.
Ponme tus manos también.
Quiero creer.

Tú que pusiste en las flores
rocío, y debajo miel.
filtra en mis secas pupilas
dos gotas, frescas de fe.
Quiero creer

Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver,
creo en Ti y quiero creer.

*

Gerardo Diego

***

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos:

“¿Quién dice la gente que soy yo?”

Ellos le contestaron:

“Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.”

Él les preguntó:

“Y vosotros, ¿quién decís que soy?”

Pedro le contestó:

“Tú eres el Mesías.”

Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos:

“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.”

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro:

“¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”

Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo:

“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.”

*

Marcos 8, 27-35

***

¿Quién es Jesucristo para Ignacio Silone? Es la expresión más elevada, más pura, más fecunda de la humanidad. En él se encarnan y se sintetizan esos valores que constituyen la base de toda civilización y que determinan la verdad -es decir, la autenticidad y la grandeza- de todo hombre.

        No elaboró un sistema filosófico o teológico, ni siquiera fundó una religión; no estableció pactos con el poder, no lisonjeó los bajos instintos del hombre, no vaciló en proponer una doctrina moral fuera de todos los esquemas, incluso «escandalosa», no tuvo miedo de ir contracorriente ni de introducir el desorden. Encarnando su mensaje en su persona, proclamó algunas verdades «locas», aunque sublimes y fecundas. En L’aventura d’un povero cristiano, Pier Celestino dirige a Bonifacio VIII estas palabras: «Pero si se despoja al cristianismo de sus llamadas cosas absurdas para hacerlo agradable al mundo, tal como es, y apto para el ejercicio del poder, ¿qué queda de él? Sabéis que la racionabilidad, el sentido común, las virtudes naturales existían, ya antes de Cristo, y se encuentran también ahora en muchos que no son cristianos. ¿Qué es lo que Cristo nos ha traído de más? Precisamente, algunas cosas absurdas en apariencia. Nos ha dicho: amad la pobreza, amad a los humillados y a los ofendidos, amad a vuestros enemigos, no os preocupéis por el poder, por la carrera, por los honores; son cosas efímeras, indignas de almas inmortales…» (p. 244).

        A causa de sus «absurdos», Jesús se ve o bien rechazado, o bien domesticado, o bien escarnecido. [El] prefirió el patíbulo de la cruz después de haber proclamado que quien quiera seguirle debe renegar de sí mismo y tomar su cruz. Pero los detentadores del sentido común y, sobre todo, los sacerdotes «cuentan con una experiencia secular en el arte de hacer la cruz inocua» (// seme sotto la nevé, p. 159). Aliándose con el poder, han reducido el cristianismo a instrumento de estabilidad social, pese a que aquél se fundamenta en la injusticia. Todo eso es traicionar a Cristo. Sustituyendo la imagen de Jesús crucificado y agonizante por la del Jesús «clerical, resucitado y triunfante», ha traicionado la Iglesia a su Señor. Afortunadamente para nosotros, no puede impedir «que, de vez en cuando, algunos cristianos sencillos tomen la cruz en serio y actúen como locos» (// seme sotto la nevé, p.159), ofreciéndose, a cuantos quieran verlo, como auténticos testigos de Jesús.

*

F. Castelli,
Volti ai Gesú nella letteratura moderna,
Cinisello B. 1987.

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“Lo que algunos dicen hoy”. 24 Tiempo Ordinario – B (Marcos 8,27-35)

Domingo, 12 de septiembre de 2021
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45_24_TO_B_1474150También en el nuevo milenio sigue resonando la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». No es para llevar a cabo un sondeo de opinión. Es una pregunta que nos sitúa a cada uno a un nivel más profundo: ¿quién es hoy Cristo para mí? ¿Qué sentido tiene realmente en mi vida? Las respuestas pueden ser muy diversas:

«No me interesa. Así de sencillo. No me dice nada; no cuento con él; sé que hay algunos a los que sigue interesando; yo me intereso por cosas más prácticas e inmediatas». Cristo ha desaparecido del horizonte real de estas personas.

«No tengo tiempo para eso. Bastante hago con enfrentarme a los problemas de cada día: vivo ocupado, con poco tiempo y humor para pensar en mucho más». En estas personas no hay un hueco para Cristo. No llegan a sospechar el estímulo y la fuerza que podría él aportar a sus vidas.

«Me resulta demasiado exigente. No quiero complicarme la vida. Se me hace incómodo pensar en Cristo. Y, además, luego viene todo eso de evitar el pecado, exigirme una vida virtuosa, las prácticas religiosas. Es demasiado». Estas personas desconocen a Cristo; no saben que podría introducir una libertad nueva en su existencia.

«Lo siento muy lejano. Todo lo que se refiere a Dios y a la religión me resulta teórico y lejano; son cosas de las que no se puede saber nada con seguridad; además, ¿qué puedo hacer para conocerlo mejor y entender de qué van las cosas?». Estas personas necesitan encontrar un camino que las lleve a una adhesión más viva con Cristo.

Este tipo de reacciones no son algo «inventado»: las he escuchado yo mismo en más de una ocasión. También conozco respuestas aparentemente más firmes: «soy agnóstico»; «adopto siempre posturas progresistas»; «solo creo en la ciencia». Estas afirmaciones me resultan inevitablemente artificiales, cuando no son resultado de una búsqueda personal y sincera.

Jesús sigue siendo un desconocido. Muchos no pueden ya intuir lo que es entender y vivir la vida desde él. Mientras tanto, ¿qué estamos haciendo sus seguidores?, ¿hablamos a alguien de Jesús?, ¿lo hacemos creíble con nuestra vida?, ¿hemos dejado de ser sus testigos?

José Antonio Pagola

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“Tú eres el Mesías. . . El Hijo del hombre tiene que padecer mucho”. 12 de septiembre de 2021. Domingo 24º de tiempo ordinario

Domingo, 12 de septiembre de 2021
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51-ordinarioB24 cerezoDe Koinonia:

Isaías 50, 5-9a: Ofrecí la espalda a los que me apaleaban.
Salmo responsorial: 114: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Santiago 2, 14-18: La fe, si no tiene obras, está muerta.
Marcos 8, 27-35: Tú eres el Mesías. . . El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.

 Cuando los cristianos se propusieron la transformación del mundo esclavista, inhumano y violento que había impuesto el imperio romano, no comenzaron su labor apelando al hambre de la gente, ni a sus deseos de «acabar con los opresores romanos», sino que apelaron a la conciencia. En efecto, los discursos que prometen remediar el hambre, sólo son efectivos en la medida en que la carencia, la desprotección y el abandono son vistos como injusticias. De lo contrario, no pasan de ser una búsqueda de satisfacciones inmediatas y poco duraderas. Lo mismo ocurre con el deseo de derrocar a los poderosos del imperio y colocar allí a la gente del pueblo. Al poco tiempo, los líderes se llenan de ambiciones y se convierten en tiranos implacables. La única alternativa que queda y de la cual nos habla la carta de Santiago, es la frágil dignidad humana. Si la comunidad no está dispuesta a transformar en su interior toda esa realidad de muerte, miseria y marginación, es inútil que se proponga transformarla afuera. La solidaridad de la comunidad no sólo es un camino para remediar la injusticia en «pequeña escala», es una alternativa de vida. La solidaridad de una comunidad nos permite descubrir que «otro mundo es posible» y que el destino no está atado a la destrucción y la barbarie. La fe cristiana no es tal si se contenta con mirar, desde la barrera, el circo en el que mueren tantas personas inocentes.

El profeta Isaías nos enseña que el camino de la justicia, de la misericordia y la solidaridad no es un idílico sendero tapizado de rosas. La persona que opta por la verdad y la equidad debe prepararse al rechazo más rotundo e, incluso, a una muerte ignominiosa. Esto puede sonar un poco «patético», sin embargo, basta leer cualquier página del evangelio para verificar que ésta es la realidad de Jesús, su opción y su camino.

El camino a Jerusalén estaba plagado de dificultades, incertidumbres y ambigüedades. Una de ellas, era la incapacidad del grupo de discípulos para reconocer la identidad de Jesús. Aunque él había demostrado a lo largo del camino que su interés no era el poder, en todas sus variedades, sino el servicio, en todas sus posibilidades, sin embargo, los seguidores se empeñaban en hacerse una imagen triunfalista de su Maestro. Jesús, entonces, debe recurrir a duras palabras para poner en evidencia la falta de visión de quienes lo seguían. Pedro, Juan y Santiago, líderes del grupo de Galilea, siguen aferrados a la ideología del caudillo nacionalista o del místico líder religioso y no descubren en Jesús al «siervo sufriente» que anunció el profeta Isaías.

Este episodio marca el centro del evangelio de Marcos y es el punto de quiebre en el cual el camino de Jesús sorprende a sus seguidores. Ninguno está de acuerdo con él, aunque él esté realizando la voluntad del Padre. En medio de esta crisis del grupo de discípulos, Jesús decide continuar el camino y tratar de enderezar la mentalidad de sus discípulos, torcida por las ideologías sectarias y triunfalistas.

El anuncio que Jesús hace de las dificultades que van a venir, la «Pasión», la «Cruz», debe ser tomada siempre como una consecuencia inevitable, no como algo buscado… Jesús no buscó la Cruz, ni debemos buscarla nosotros… Véase el amplio comentario que hacemos al respecto en este próximo día 14, fiesta de la «exaltación» de la Cruz. Leer más…

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12.9. Dom 24 TO. Jesús, Pedro y Mahoma (Mc 8, 27-35)

Domingo, 12 de septiembre de 2021
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Jesús-y-PedroDel blog de Xabier Pikaza:

El evangelio de Marcos ha situado el momento clave del cambio de Jesús en Cesárea, en los dominios de Felipe, a quien su hermano Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, había “tomado” su mujer”. Jesús ha salido de Galilea, hacia el norte, hacia las fuentes del Jordán, en los límites del antiguo Israel.

Se ha distanciado de su gente habitual, de los artesanos y sedentarios de su tierra, como si quisiera tomar distancia para descubrir mejor su tarea: volver a Galilea, para quedarse allí, o ampliar su mensaje hacia las tierras del entorno, donde habitan más gentiles, o subir a Jerusalén, llevando allí su mensaje de Reino…

En este contexto ha introducido Marcos la escena básica del reconocimiento de Jesús y su decisión mesiánica, una escena ejemplar, que nos permite fijar la postura de Jesús y la de Pedro, el “representante” de sus discípulos, comparándola con la de Mahoma y el Islam. Retomo y replanteo así un tema esencial del cristianismo, del que me he ocupado ( en otro plano) al reproducir en días pasados un diálogo y discusión de la Cortes de España, en relación con el 11M 2004. 12.09.2021 | X Pikaza

Texto

(1) Salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesárea de Felipe, y por el camino les pregunto: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”. Ellos le dijeron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas”.

(2) Y él les preguntaba: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro le contestó: “Tú eres el Cristo.” Y él les mandó enérgicamente que no hablaran a nadie acerca de él.

(3)Y comenzó a enseñarles que era necesario que el Hijo del hombre sufriera mucho y fuera reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que le mataran y que resucitaría a los tres días. Hablaba de esto abiertamente.

(4) Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: “¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.” (Mc 8, 27-35) [1].

JESÚS Y PEDRO. DOS ESTRATEGIAS.

Presentación del texto:

historia-de-jesusPregunta y opiniones. ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Jesús quiere realizar un camino público y su proyecto resulta inseparable del reconocimiento de la gente. No realiza su tarea a solas, sino para que puedan acompañarle. Es mensajero de un  Reino abierto a los demás y, por eso, la opinión de aquellos que aceptan o rechazan su camino forma parte de su proyecto y tarea. En ese contexto se enmarcan las opiniones de la gente,  que sitúan Jesús entre las esperanzas y figuras tradicionales de Israel (Elías, los profetas, Juan),  sin destacar expresamente su diferencia mesiánica.

Crisis mesiánica: Tú eres el Cristo. Jesús depende de la acogida de la gente y, de un modo especial, de la respuesta de aquellos a quienes ha llamado, para que asuman su misma tarea de Reino. Necesita seguidores y sin ellos no puede actuar como Mesías o mensajero de Dios. Eso supone que asume el riesgo de quedar en manos de opciones mesiánicas distintas de la suya, opciones que ponen en crisis su mismo movimiento, de manera que él puede ser manipulado o rechazado por sus discípulos. En ese contexto, la respuesta de Pedro, que le sitúa en un campo de mesianismo davídico forma parte del proyecto de Jesús.

Ratificación. El Hijo del Hombre tiene que sufrir. Jesús acepta la respuesta de Pedro, pero interpreta su mesianismo en una línea de entrega/muerte del Hijo de Hombre, no de triunfo nacional judío. En un momento dado, que Marcos ha fijado en este pasaje, pero que ha tenido, sin duda, un desarrollo progresivo, Jesús ha descubierto que no puede ser Mesías si no está dispuesto a “entregar su vida”, dejando que le maten. Sólo a partir de ese descubrimiento, ha podido confirmar su proyecto mesiánico,  de un modo distinto al que querían Pedro y sus discípulos: actuar como Mesías implica asumir el riesgo de subir a Jerusalén sin armas ni poderes externos, estando dispuesto a morir (no “para” morir).

Disputa con Pedro y los otros discípulos: “Quítate de mi vista”. Jesús ratifica su visión “mesiánica”, alejándose de Pedro y de su mesianismo. En este contexto recoge el evangelio un enfrentamiento: su proyecto de Reino resultaba discutible y ha sido discutido por el mismo Jesús con sus discípulos. Todo nos permite suponer que el texto actual de Marcos recoge controversias mesiánicas que debieron darse en la comunidad primitiva, pero en su base hay un fondo histórico: el mismo Jesús ha debido ir precisando el sentido de su envío mesiánico, en relación con sus discípulos.

 Dentro del evangelio de Marcos (y de Mateo), el pasaje citado (Mc 8, 27-33 par) actúa como texto-bisagra, recogiendo, por un lado, la experiencia anterior del mensaje-vida de Jesús (lo que él ha significado) y abriéndose, por otro, hacia la culminación de su camino. De esa forma, Jesús ha querido sacar las consecuencias de aquello que ha realizado, pues sólo así ha podido situarse ante la urgencia y tarea de lo que debe hacer (y padecer) en el futuro, en diálogo y discusión con Pedro. No se trata de oponer la bondad de Jesús a la maldad de Pedro, sino de trazar el sentido y consecuencias del mesianismo que ha iniciado en Galilea y que debe culminar en Jerusalén.

En el fondo, tanto Jesús como Pedro sienten la “atracción” de Jerusalén, ciudad que no se nombra, pero que domina toda la escena, pues un profeta de Dios debe manifestarse en Judea, para que todos vean las obras que hace (cf. Jn 7, 1-8), y debe culminar su misión en Jerusalén (cf. Lc  9, 51; 13, 33). (1) Pedro supone que, si es Mesías, Jesús tendrá que “subir” a Jerusalén como Hijo de David, para coronarse ante Dios, como el rey antiguo. (2) Pero Jesús, en contra de Pedro, decide subir a Jerusalén como Hijo de Hombre, pero no en línea de imposición y triunfo externo,  sino de entrega de la vida a favor de los demás (aunque no “para” que le maten, como suponía Schweitzer).

660980EA-4282-418E-BAA0-FA5B695EFC67Tal como se plantea aquí, esa oposición entre Pedro y su maestro sólo puede entenderse plenamente en perspectiva pascual, como reflexión posterior de la iglesia. Pero ella refleja también una experiencia histórica, propia del camino mesiánico de Jesús, en el que Pedro (que se llamaba en principio Simón) actúa como representante de los Doce. Pedro actuará  más tarde como “fundador” de la Iglesia, el primer varón que ha visto y creído en Jesús resucitado. Pero aquí se presenta como portavoz  de aquellos que han querido entender y desarrollar el mesianismo de Jesús en forma triunfante (es decir, en la línea de un David nacional). En ese sentido, este pasaje refleja las tensiones mesiánicas de los seguidores de Jesús, que no han sido discípulos pasivos, sino que han discutido con él y han querido influir en su camino.

La propuesta de Pedro forma parte de la estrategia tradicional del mesianismo israelita. Posiblemente no implica violencia militar, pero busca y supone un triunfo externo: un tipo de poder que sea capaz de expandirse, si hace falta, por la fuerza, como propondrán los zebedeos, que quieren “sentarse” a los lados de Jesús, como ministros de un rey poderoso (cf. Mc 10, 35-37). Pues bien, en contra de eso, Jesús no subirá a Jerusalén para tomar el poder, sino para instaurar un Reino donde  no exista poder externo. En este contexto, más que Mesías davídico, al estilo clásico, Jesús será Hijo del Hombre, alguien que puede y quiere  dar la vida por los otros.

La estrategia de Jesús no se define, simplemente, como pura no-violencia pasiva, ni tampoco como resultado de una conquista militar (ni de  una victoria “democrática”: como voluntad de la mayoría), sino que implica una decisión mucho más honda de “quedarse” en manos de los “hombres”, es decir, de las autoridades de Jerusalén, que aquí aparecen desde la perspectiva del Sanedrín judío (sacerdotes, escribas, ancianos). De esa forma visibiliza su mensaje y lleva hasta el final la estrategia de los “itinerantes”, a quienes hemos visto ya en Galilea, poniéndose en  manos de aquellos a quienes anunciaban y ofrecían el Reino, fueran o no recibidos. Leer más…

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Encuesta, examen teórico, suspenso, y ejercicio práctico. Domingo XXIV Ciclo B

Domingo, 12 de septiembre de 2021
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discipulos-de-jesusDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Cesarea de Felipe, junto a las fuentes del Jordán, es uno de los lugares más hermosos de Israel. El peregrino actual, que parte generalmente de Nazaret, tarda poco más de una hora en un cómodo autobús con aire acondicionado. Jesús y los discípulos tuvieron que hacer el camino a pie, salvando un desnivel de unos 800 ms: desde los 200 bajo el nivel del mar (lago de Galilea) hasta los 500-600 sobre él (pie del monte Hermón). No es un paseo cualquiera. Hay tiempo para callar y tiempo para hablar.

 La encuesta (Marcos 8,27-28)

 En esos momentos de comunicación, Jesús pregunta a los discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?».

Hasta este momento, el evangelio de Mc ha ido planteando el enigma de quién es Jesús. Un personaje desconcertante, que enseña con autoridad y tiene poder sobre los espíritus inmundos (1,27), perdona pecados como si fuera Dios (2,7), escandaliza comiendo con publicanos y pecadores (2,16) y se considera con derecho a contravenir el sábado (2,27; 3,4). Los fariseos y los herodianos deciden muy pronto que debe morir (3,6), sus familiares piensan que está mal de la cabeza (3,21), los escribas que está endemoniado (3,22), y los de Nazaret no creen en él, lo siguen considerando el carpintero del pueblo (6,1-6). Mientras, los discípulos se preguntan desconcertados: «¿Quién es este que hasta el viento y el lago le obedecen?» (4,41). Ahora, cuando llegamos al centro del evangelio de Mc, Jesús aborda la cuestión capital: ¿quién es él?

En aquel tiempo Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:

-¿Quién dice la gente que soy yo?

Ellos le dijeron:

-Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas.

Para la gente, Jesús no es un personaje real, sino un muerto que ha vuelto a la vida, se trate de Juan Bautista, Elías, o de otro profeta. De estas opiniones, la más «teológica» y con mayor fundamento sería la de Elías, ya que se esperaba su vuelta, de acuerdo con Malaquías 3,23: «Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible; reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra». En cualquier caso, resulta interesante que el pueblo vea a Jesús en la línea de los antiguos profetas. En ello pueden influir muchos aspectos: su poder (como en los casos de Moisés, Elías y Eliseo), su actuación pública, muy crítica con la institución oficial, su lenguaje claro y directo, su lugar de actuación, no limitado al estrecho espacio del culto.

Si la pregunta la hubiera formulado Jesús en nuestros días, la encuesta habría resultado más variada y desconcertante que entonces: Hijo de Dios, profeta, marido de la Magdalena, precursor de la dinastía merovingia…

Examen teórico (8,29)

Él les dijo:

-Y vosotros, ¿quién decís que soy?

Tomando la palabra Pedro le dijo:

-Tú eres el Mesías. 

Jesús quiere saber si sus discípulos comparten esta mentalidad o tienen una idea distinta. Es una pena que Pedro se lance inmediatamente a dar la respuesta; habría sido interesantísimo conocer las opiniones de los demás. Según Mc, la respuesta de Pedro se limita a las palabras «Tú eres el Mesías».

¿Qué significaba este título? En el Antiguo Testamento se refiere generalmente al rey de Israel; un personaje que se concebía elegido por Dios, adoptado por él como hijo, pero normal y corriente, capaz de los mayores crímenes. Sin embargo, la monarquía desapareció en el siglo VI a.C., y los grupos que esperaban la restauración de la dinastía de David fueron atribuyendo al mesías esperado cualidades cada vez más maravillosas.

Los Salmos de Salomón, oraciones de origen fariseo compuestas en el siglo I a.C., describen detenidamente el papel del Mesías: librará a Judá del yugo de los romanos, eliminará a los judíos corruptos que los apoyan, purificará Jerusalén de toda práctica idolátrica, gobernará con justicia y rectitud, y su dominio se extenderá incluso a todas las naciones. Es un rey ideal, y por eso el autor del Salmo 17 termina diciendo: «Felices los que nazcan en aquellos días».

Si imaginamos al grupo de Jesús, que vive de limosna, peregrina de un sitio para otro sin un lugar donde reclinar la cabeza, en continuo conflicto con las autoridades religiosas, decir que Jesús es el Mesías implica mucha fe en el personaje o una auténtica locura.

Lo que piensa Jesús de sí mismo (8,30-32)

Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos:

-El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.

Se lo explicaba con toda claridad.

En contra de lo que cabría esperar, Jesús prohíbe terminantemente decir eso a nadie. Y en vez de referirse a sí mismo con el título de Mesías usa uno distinto: «Hijo del Hombre», que parece inspirado en Ezequiel (a quien Dios siempre llama «Hijo de Adán») y en Daniel. Lo importante no es el origen del título, sino cómo lo interpreta Jesús: el destino del Hijo del Hombre es padecer mucho, ser rechazado por las autoridades políticas, religiosas e intelectuales, morir y resucitar. En una concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto es inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimien­to y la muerte no es desconocida al pueblo de Israel. Un profeta anónimo la encarnó en el personaje del Siervo de Yahvé (Isaías 53).

Suspenso de Pedro (8,32b-33)

Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a sus discípulos, increpó a Pedro:

-¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!

Igual que el poema del libro de Isaías, Jesús termina hablando de resurrección. Pero Pedro se queda en el sufrimiento. Se lleva a Jesús aparte y lo increpa, sin que Mc concrete las palabras que dijo.

Jesús reacciona con enorme dureza. Pedro lo ha tomado aparte, pero él se vuelve hacia los discípulos porque quiere que todos se enteren de lo que va a decirle: «¡Retírate, Satanás! ¡Piensas como los hombres, no como Dios!» La mención de Satanás recuerda lo ocurrido después del bautismo, cuando Satanás somete a Jesús a las tentaciones. El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado con su persona y su mensaje. Jesús, que no ha visto un peligro en las tentaciones de Satanás, si ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, sino llena de violencia.

Ejercicio práctico (8,34-35)

Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo:

-Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?

De repente, el auditorio se amplía, y a los discípulos se añade la multitud. Las palabras que Jesús deberían desconcertarnos y provocar un rechazo. ¿Se imagina alguien a un político diciendo: «El que quiera votarme, que esté dispuesto a perder las elecciones e ir a la cárcel»? Pero el punto de vista de Jesús no es el de los políticos. No pretende ganar las elecciones en este mundo, sino en el futuro. Para Jesús, el mundo futuro es como un hotel de cinco estrellas; el mundo presente, una chabola asquerosa situada en el entorno más degradado imaginable. Todos podemos salir de la chabola y alojarnos en el hotel. Pero el camino es duro, empinado, difícil. Jesús se ofrece a ir delante, y deja en nuestras manos la decisión: el que se aferre a la chabola, en ella morirá; el que la abandone y lo siga, tendrá un durísimo camino, pero disfrutará del hotel.

Y tú, ¿quién dices que es Jesús?

El evangelio de hoy no puede leerse como simple recuerdo de algo pasado. La pregunta de Jesús se sigue dirigiendo a cada uno de nosotros, y debemos pensar detenidamente la respuesta. No basta recurrir al catecismo («Segunda persona de la Santísima Trinidad») ni al Credo («Dios de Dios, luz de luz…»). Tiene que ser una respuesta fruto de una reflexión personal. En la línea del evangelio de Juan: «El camino, la verdad y la vida». Pero, sea cual sea la respuesta, es más importante aún la decisión de seguir a Jesús con todas las consecuencias.

La aceptación del sufrimiento y la certeza del triunfo (Isaías 50,5-10)

El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda; por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará? Que se acerque. Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?

En la concepción difundida a finales del siglo XIX por Bernhard Duhm, este fragmento sería el tercer canto dedicado al Siervo de Yahvé, un personaje misterioso, que termina salvando a su pueblo mediante el sufrimiento y la muerte. Es lógico que los cristianos vieran en él a Jesús (el 4º canto, Is 53, lo leemos el Viernes Santo).

Jesús ha dicho en el evangelio que «el Hijo del hombre tiene que padecer y ser despreciado». Este breve poema anticipa esas ofensas: golpes, burlas, insultos, salivazos, antes de un juicio que se supone injusto. En este breve poema destacan dos detalles: la acción de Dios y la reacción del Siervo.

La acción de Dios consiste en revelar a su servidor lo mucho que va a sufrir («me ha abierto el oído»), pero asegurándole que se mantendrá junto a él: «Mi Señor me ayudaba», «Tengo cerca a mi defensor», «El Señor me ayuda». Esto supone una gran novedad, porque en la teología habitual del Antiguo Oriente (y entre muchas personas de hoy día), el sufrimiento se interpreta como un castigo de Dios. En cambio, el Siervo está convencido de que no es así: el sufrimiento puede entrar en el plan de Dios, como un paso previo al triunfo, y en ningún momento deja Él de estar presente y ayudarle.

Por eso, la reacción del Siervo es de entrega total: no se rebela, no se echa atrás, ofrece la espalda y la mejilla a los golpes, no oculta el rostro a bofetadas y salivazos.

Si Pedro hubiera conocido y comprendido este texto de Isaías, no se habría indignado con las palabras de Jesús, que representan el punto de vista de Dios, mientras que él se deja llevar por sentimientos puramente humanos. Pero debemos reconocer que nuestro modo de pensar se parece mucho más al de Pedro que al de Jesús.

Una polémica muy antigua: la fe y las obras (Santiago 2,14-18)

  «Genio y figura, hasta la sepultura». Eso le pasó a san Pablo. Radical antes de convertirse, lo siguió siendo en algunas cuestiones después de la conversión. Y su forma de expresarse se prestaba a ser mal interpretado. En su lucha con los cristianos judaizantes, partidarios de observar estrictamente la ley de Moisés, como si fuera ella quien nos salva, defiende que la salvación viene por la fe en Cristo. Él no excluye que el cristiano deba comportarse dignamente, todo lo contrario. Pero insiste tanto en la fe y en la libertad del cristiano que sus adversarios le acusaban de negar la necesidad de las buenas obras.

  En esta polémica se inserta el texto de la carta de Santiago, atacando la postura del que presume de tener fe, pero no hace nada bueno. El ejemplo que utiliza, la respuesta del que presume de tener fe a un hermano que pasa hambre, es esclarecedor y sigue inquietándonos actualmente.

Hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento cotidiano, y uno de vosotros les dice: «Id en paz, abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: «Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe.

Si el autor de la carta y Pablo se hubieran reunido a charlar, habrían estado plenamente de acuerdo. Pablo podría haberle leído un fragmento de su carta a los Gálatas, en la que viene a decir lo mismo: «Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad, pero no vayáis a tomar la libertad como estímulo del instinto; antes bien, servíos mutuamente por amor» (Gálatas 5,13). Nos salva Jesús y la fe en él, pero esa fe debe impulsarnos a una vida que no se deja arrastrar por los bajos instintos (fornicación, indecencia, desenfreno, reyertas, envidias, borracheras, comilonas, etc.), sino que está guiada por los frutos del Espíritu de Dios (amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad…,) (Gal 5,19-25).

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Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. 12 de septiembre de 2021

Domingo, 12 de septiembre de 2021
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Se lo explicaba con toda claridad.”

(Mc 8, 27-35)

“…, por el camino preguntó a sus discípulos…” Por el camino, de manera informal. Porque así son las cosas de nuestro Dios. No suele ceñirse a horarios ni lugares.

Nosotros construimos iglesias, pero luego Dios se hace el encontradizo en el silencio de la montaña o en el bullicio del mercado. Nosotros nos marcamos un tiempo para la oración o para las celebraciones. Pero luego va y resulta que el ENCUENTRO (con mayúsculas) es en una mirada o en una conversación.

Las cosas importantes de Dios pueden acontecer en cualquier lugar y a cualquier hora. Ah! Pero esta no es excusa para no dedicarle un tiempo y un espacio. Toda relación necesita de tiempos y espacios. La relación con Dios también. Pero le gusta “asaltarnos” cuando menos lo esperamos.

Y sé de más de una persona que en medio de sus idas y venidas tiene el rato de volver a casa en autobús como un momento “sagrado” en el que conversa tranquilamente con Dios. Hablan de como le ha ido el día, de lo que la inquieta… Y quizá en alguna ocasión Dios le pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?

El autobús, el coche, mientras esperan la cola del supermercado, al acostarse o levantándose un poco antes. Hay un montón de gente conversando con Dios. Llenando el mundo de oración.

Luego también hay monjas y curas, religiosas y obispos, que también oran dentro y fuera de las iglesias, dentro y fuera de las celebraciones.

Y es que Dios es un gran conversador y tiene mucho que decirnos a cada uno de nosotros. Sabe que necesitamos escucharle y que son sus preguntas las que nos sacuden la pereza. Por eso insiste hasta hacernos comprender.

Por eso nos lo explica “con toda claridad” y nos ayuda a colocarnos en el lugar que nos corresponde. Como hizo un día con Pedro, pero ya lo había hecho con Adán y Eva, y con muchos otros.

Originales, originales no somos. Caemos todos en el mismo supino error. ¡Queremos quitarle el sitio a Dios! Y Él, con su infinita paciencia nos tiene que recordar que nuestro sitio está a SU LADO. Junto a Él.

Oración

Pregúntanos, incrépanos, pero no te vayas de nuestro lado. Somos torpes, ya nos conoces. Después de reconocerte nos volveremos a equivocar de lugar. Pero TÚ sabes que somos TUYAS.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Para saber quién es Jesús, tengo que saber quién soy yo.

Domingo, 12 de septiembre de 2021
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Jesús CarneMc 8,27-35

Responder a la pregunta de “¿Quién es Jesús?” es un tarea tan desorbitada que se queda uno sin aliento al tener que planteársela en una homilía. Desde el día de Pascua, los seguidores de Jesús no han hecho otra cosa durante dos mil años que intentar responderla. Durante los tres últimos siglos, pero sobre todo en el siglo pasado se ha dado un vuelco en la manera de entender los evangelios. Hasta ese momento nadie cuestionó que lo evangelios eran historia y que había que entenderlos literalmente.

Hoy sabemos que son una interpretación de la figura de Jesús, condicionada por sus circunstancias de todo tipo. Nos transmitieron lo que ellos entendieron pero no lo que en realidad fue Jesús. No podemos seguir interpretando su interpretación con la idea que hoy tenemos de ‘historia’. Hoy estamos en las mejores condiciones para hacer una nueva interpretación de Jesús y no podemos desaprovechar la ocasión. Tenemos la obligación de intentar traducir su figura a un lenguaje que podamos entender todos.

La primera obligación de un cristiano será siempre tratar de conocerlo. Solo en la medida que le conozcamos mejor podremos vivir lo que él vivió. La idea que hoy tenemos de Dios, del mundo y del hombre nos tiene que llevar a una comprensión más profunda del mensaje evangélico. Jesús fue un ser humano tan fuera de serie que nos empuja a una nueva comprensión de lo que significa ser plenamente humanos.

La doble pregunta de Jesús parece suponer que esperaba una respuesta distinta. La realidad es que, a pesar de la rotunda respuesta de Pedro: “tú eres el Mesías”, la manera de entender ese mesianismo estaba  lejos de la verdadera comprensión de Jesús. Pedro, como se manifestará más adelante, sigue en la dinámica de un Mesías terreno y glorioso. Para él es incomprensible un Mesías vencido y humillado hasta la aparente aniquilación total. A penas tres versículos después, Pedro increpa a Jesús por hablarles de la cruz.

El Hijo de hombre tiene que padecer mucho. “Hijo de hombre” significa, perteneciente a la raza humana, pero en plenitud. Por cierto, “este hombre” es el único título que se atribuye Jesús a sí mismo. “Tiene que” no alude a una necesidad metafísica o a una voluntad de Dios externa, sino a la exigencia del verdadero ser del hombre. “Padecer mucho” hace referencia no solo a la intensidad del dolor en un momento determinado (su muerte), sino a la multitud de sufrimientos que se van a extender durante el tiempo que le queda de vida.

Jesús proclama, con toda claridad, cuál es el sentido de su misión como ser humano. Diametralmente opuesta a la que esperaban los judíos y a la que también esperaban los discípulos de un Mesías. Nada de poder y dominio sobre los enemigos, sino todo lo contrario: dejarse matar antes de hacer daño a nadie. Pedro se ve obligado a decirle a Jesús lo que tiene que hacer, porque su postura equivocada le hace pensar que ni Dios puede estar de acuerdo con lo que Jesús acaba de proponer como itinerario de salvación.

Como Pedro habla en nombre de los apóstoles, Jesús responde de cara a los discípulos, para que todos se den por enterados del tremendo error que supone no aceptar el mesianismo de la entrega al servicio de los demás y de la cruz. Ese mensaje es irrenunciable. Pedro le propone exactamente lo mismo que le propuso Satanás: el mesianismo del triunfo y del poder, por eso le llama Satanás. Claro que esa manera de pensar es la más humana (demasiado humana) que podríamos imaginar, pero no es la manera de pensar de Dios.

Lo que acaba de decir de sí mismo, lo explica ahora a la gente. “Si uno quiere venirse conmigo, que se niegue a sí mismo…” No es fácil aquilatar el verdadero significado de esta frase; sobre todo si tenemos en cuenta que el texto no dice negarse, sino renegar de sí mismo. Aquí el ‘sí mismo’ hace referencia a nuestro falso yo, lo que creemos ser. El desapego del falso yo es imprescindible para poder entrar por el camino que Jesús propone.

“El que quiera salvar su vida la perderá…” No está claro el sentido de ‘psykhe’: No puede significar vida biológica, porque diría ‘bios’; tampoco significa alma, porque los judíos no tenían el concepto de alma. No se trata de elegir entre dos vidas, sino buscar la plenitud de la vida en su totalidad. El que no deja de preocuparse de su individualidad, malogra toda su existencia; pero el que superando el egoísmo, descubre su verdadero ser y actúa en consecuencia, dándose a los demás, dará pleno sentido a su vida y alcanzará su plenitud.

La esencia del mensaje de Jesús sigue sin ser aceptada porque nos empeñamos en comprenderlo desde nuestra racionalidad. Ni el instinto, ni los sentidos, ni la razón podrán comprender nunca que el fin del individuo sea el fracaso absoluto. Por eso hemos hecho verdaderas filigranas intelectuales para terminar tergiversando el evangelio. Si creemos que lo importante es lo sensible, lo material, que me da seguridades egoístas, lo defenderemos con uñas y dientes y no dejaremos que lo que vale de veras cobre su importancia.

¿Quién es Jesús? La respuesta no puede ser la conclusión de un razonamiento discursivo. No servirán de nada ni filosofías ni psicologías ni teologías. Los análisis externos de lo que hizo y dijo no nos lleva a ninguna parte, porque no son comprensibles. Solo una vivencia interior, que te haga descubrir dentro de ti lo que vivió Jesús, podrá llevarte al conocimiento de su persona. Jesús desplegó todas las ‘posibilidades de ser’ que el hombre tiene. La clave de todo el mensaje de Jesús es ésta: dejarse machacar es más humano que hacer daño a alguien.

Debemos seguir preguntándonos quién es Jesús. Pero lo que nos debe interesar es un Jesús que encarna el ideal del ser humano, que nos puede descubrir quién es Dios y quién es el hombre. La pregunta que debo contestar es: ¿Qué significa, para mí, Jesús? Pero tendremos que dejar muy claro, que no se puede responder a esa pregunta si no nos preguntamos a la vez ¿Quién soy yo? No se trata del conocimiento externo de una persona. Ni siquiera se trata de conocer y aceptar su doctrina. Se trata de responder con mi propia vida.

La razón puede dejarse llevar de las exigencias biológicas y utilizar toda su capacidad para buscar el placer o para huir del dolor. Pero el hombre, desde su vivencia interior, puede descubrir que su meta no es el gozo inmediato, sino alcanzar la plenitud humana, que le llevará más allá de la satisfacción sensorial. Si la razón no cede a las exigencias del instinto, y pretende imponerse y buscar el bien superior, la biología reaccionará produciendo dolor. Este dolor es el que Jesús propone como inevitable para alcanzar la plenitud.

La cruz, como súmmum del dolor, no tiene valor alguno, como símbolo de la entrega total, es la meta de la vida humana. La hora de la plenitud de Jesús fue la hora de la muerte en la cruz. Ahí consumó su carrera. Se identificó con Dios que es don total. Ya no necesita más glorificaciones ni exaltaciones; entre otras razones, porque no hay después, sino un eterno ser en Dios. Jesús vivió y predicó que lo específicamente humano es consumirse en la entrega al bien del hombre concreto, el que me encuentro en el camino de cada día.

Meditación

‘Quién soy yo’ y ‘quién es Jesús’ exige la misma respuesta.
Solo viviendo lo que vivió Jesús podré responder.
Mi meta, como la suya, es desplegar lo humano.
Desplegar lo humano es vivir lo divino.
Nuestro ser verdadero es lo que hay de Dios en nosotros.
Soy lo Infinito, solo queda vivirlo.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Quién es ese hombre?

Domingo, 12 de septiembre de 2021
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untaljesusMc 8, 27-35

¿Quién dicen los hombres que soy yo? … ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»

Retrocedamos un poco en la historia y vayamos al momento en que Jesús decide dedicar su vida a la misión. Acompañado de cuatro pescadores de Cafarnaún, va el sábado a la sinagoga y allí se suscita por primera vez la incógnita que nos sigue desafiando veinte siglos después: «¿Qué es esto?… ¿Una doctrina nueva y revestida de autoridad, que manda a los espíritus impuros y le obedecen?»… A partir de ese momento, tras cada hecho extraordinario o cada alocución genial de Jesús, la gente se pregunta lo mismo que hoy nos preguntamos nosotros: «¿Quién es ese hombre…?»

Para sus seguidores, Jesús es un profeta o el mesías esperado, y para sus enemigos, un impostor peligroso al que había que eliminar. Desde el momento de su muerte, se desarrollan sobre Jesús cristologías que tratan de poner de manifiesto su condición divina; desde la más primitiva, de carácter ascendente y formulada por Pedro: «Dios estaba con él», hasta la que terminó prevaleciendo (de carácter descendente) que Juan formula en los siguientes términos: «El verdadero Dios se hizo hombre para salvarnos». Siguiendo la estela de Juan, los concilios de Nicea y Constantinopla lo declaran “Segunda Persona de la Santísima Trinidad”… y en ello estamos.

Fuera del ámbito cristiano, los filósofos de la ilustración francesa reducen la figura de Jesús a su dimensión antropológica, pero toman buena parte de su enseñanza para formular su código ético basada en la razón. Hegel llega a escribir una “vida de Jesús”, pues afirma que su praxis es la única capaz de integrar a las personas en un “nosotros” que constituye el Espíritu Universal. Nietzsche se muestra tan entusiasmado con él en un periodo de su vida, que llega a calificarlo de precursor de su “superhombre”… Gandhi se declara gran admirador de Jesús, y no se recata en decir que su movimiento de la no violencia estuvo inspirado en el capítulo sexto de Mateo… Y así muchos más.

Pero ¿quién es ese hombre…?

En la actualidad, y sin salir del ámbito cristiano, algunos identifican a Jesús con Dios, sin más, mientras otros lo consideran un maestro de sabiduría que ha influido notablemente en la marcha del mundo —como pueden haberlo hecho Sócrates o Buda—. Y todo esto puede estar muy bien como curiosidad, pero quizá lo más importante para la vida de un cristiano sea entender a Jesús como visibilidad de Dios: «A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo Unigénito que está en el seno del Padre nos lo ha dado a conocer», dice Juan en el prólogo solemne de su evangelio…

Y esto es tan importante para un cristiano, porque significa que no hemos sido arrojados al mundo sin referencias para afrontar la vida, sino que en Jesús encontramos la mejor referencia de un hombre que “piensa como Dios”… ¿Y qué puede haber más acertado que “pensar como Dios” para salvar la vida, hacerla más útil, y en definitiva más feliz?…

Como decía Ruiz de Galarreta: «El quicio fundamental de quienes nos llamamos cristianos es creer en Jesús visibilidad de Dios sin poner en duda su humanidad. Creemos que en un ser humano, tan humano como nosotros, podemos ver a Dios».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Quién decís que soy yo?

Domingo, 12 de septiembre de 2021
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Scene 07/53 Exterior Galilee Riverside; Jesus (DIOGO MORCALDO) is going to die and tells Peter (DARWIN SHAW) and the other disciples this not the end. (Mc 8,27-35)

El Evangelio de este domingo nos plantea tres claves que desde una lectura existencial pueden resultar especialmente sugerentes:

– La primera clave es la pedagogía de Jesús. Jesús utiliza la pedagogía de las preguntas. Preguntas además que acontecen estando de camino (v 27), de lo cual se puede sacar en consecuencia que captar y acoger las preguntas del Evangelio requiere una disposición vital, una apertura al dinamismo de la vida, que es siempre lo opuesto a la inercia y a la instalación, porque éstas terminan por embotar la sensibilidad. En el Evangelio, más que respuestas dogmáticas, lo que encontramos son preguntas, preguntas orientadas al diálogo y la lucidez sobre alguna situación que se pretende enfrentar. Preguntas que cuestionan la imposición de la verdad y que van a lo fundamental. Jesús no busca nunca el monólogo autorreferencial, sino el diálogo que surge a partir de preguntas desinstaladoras, porque la verdad es siempre conversacional, es dialogal. Así sucede también en este texto.

-La segunda clave provocadora es que la fe en Jesús no es doctrina, sino que remite siempre a la experiencia y ésta y pide ser narrada. Pero narrar el relato de sentido y Buena Noticia que es el Evangelio exige el cuidado de los lenguajes. Confesar a Cristo es mucho más que rezar el credo, es comulgar con su vida y su proyecto y hacerlo inteligible en las culturas con hechos y palabras. Los mismos títulos cristológicos han de ser recreados desde la experiencia de las comunidades y sus contextos. Por eso la inculturación y el dialogo intercultural se convierten en una ineludible exigencia del creyente. Decir quién es Cristo hoy y hacerlo de manera universal es hacerlo desde la asunción de la gran riqueza y desafío que es la diversidad, superando la tendencia de la asimilación, la homogeneización y del anacronismo en que frecuentemente han caído los lenguajes, ritos y símbolos religiosos. Necesitamos profundidad de experiencia y creatividad pastoral para ello.

-La tercera clave es la impertinencia del Evangelio. Es decir, su radical incomodidad, el descentramiento y éxodo permanente al que nos invita a vivir, su paradoja: El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará (v 35). Jesús es una memoria peligrosa y contracultural en el corazón de la historia y su espíritu nos mueve a no domesticarla ni acomodarla.

En el contexto de un mundo pandémico, la violencia en las fronteras y el clamor por la vida de quienes intentan atravesarlas, desde el grito de las mujeres y las niñas exigiendo una vida liberada de la pobreza y la violencia patriarcal, Jesús nos pregunta también hoy a nosotros y nosotras: ¿quién decís que soy yo? ¿Qué contenido le damos a esa experiencia y desde qué lenguajes, gestos y acciones hacemos de ella un relato de sentido y solidaridad compartida con los y las más vulneradas?

¿Quién decís vosotros y vosotras que soy yo?, el modo de responder a esta pregunta implica una forma de situarnos en la vida y ante los demás al modo de Jesús. El mesianismo de Jesús es un mesianismo descalzo. No es triunfalista, sino compasivo y kenótico y conlleva una dimensión conflictiva. A sus discípulos les cuesta entenderlo como nosotros y nosotras nos resistimos también a ello. Para Jesús, negar esta dimensión, como hace Pedro, es edulcorar el seguimiento y tentar a Dios. Esta es quizá una de las principales paradojas del Evangelio, que es a la vez Bienaventuranza, Buena Noticia y signo de contradicción.

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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Paradoja

Domingo, 12 de septiembre de 2021
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AlienacionDomingo XXIV del Tiempo Ordinario

12 septiembre 2021

Mc 8, 27-35

 “El que quiere salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida, la salvará”: en esta formulación queda expresada la paradoja central del evangelio.

 Perder y salvar la vida es una expresión que suele reformularse de muchos modos: perder/ganar, soltar/recibir, controlar/fluir, disminuir/crecer, morir/vivir… Todo ello habla de que nos encontramos ante una paradoja de validez universal, más allá de la tradición específica en la que nació. De hecho, la hallamos en otras tradiciones sapienciales, lo cual es signo de la sabiduría que contiene.

 Esa paradoja encierra lo que –también dentro de la tradición evangélica– constituye el misterio central de la vida como proceso de muerte/resurrección. En el mundo de las formas, todo es un constante morir-resucitar: “Si el grano de trigo no muere –decía el Jesús del cuarto evangelio–, no puede dar fruto” (Jn 12,24).

 La universalidad de la paradoja se explica porque responde a la propia constitución de la realidad en general y de los seres humanos en particular. En lenguaje budista, los dos polos de la realidad se nombran como “vacío” y “forma”, según el conocido dicho del Sutra del corazón: “Vacío es forma y forma es vacío”. No son opuestos irreductibles, sino las dos caras de la misma moneda, abrazadas en la no-dualidad.

  En nuestro caso humano, podemos nombrar los dos polos como “identidad” y “personalidad”. Tampoco como realidades opuestas, sino complementarias. Nuestra identidad se está expresando en nuestra personalidad. Ahí queda recogida nuestra paradoja, con la invitación a vivir ambas realidades de manera armoniosa. Y es precisamente a esa armonía hacia donde apunta la expresión del evangelio.

 Si absolutizo la personalidad (el yo) hasta el punto de identificarme con (reducirme a) ella, yerro por completo y pierdo la vida: me estoy perdiendo a mí mismo en la confusión y el sufrimiento. Solo cuando “niego” el yo –es decir, cuando comprendo que no soy (ni me reduzco a) él–, vivo en plenitud. Con otras palabras: el que solo busca “salvar” su yo, pierde la vida; quien “pierde” el yo –porque se ha desidentificado de él– la encuentra. Todo nacerá en la comprensión: porque solo cuando comprendemos lo que somos, podemos dejar de identificarnos con lo que no somos.

 Por tanto, no se trata tampoco de demonizar al yo ni de querer eliminarlo -es una realidad positiva-, sino de acogerlo y vivirlo desde nuestra identidad profunda, sin reducirnos a él.

¿Cómo vivo esta paradoja?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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No confudamos a JesuCristo mesías con un triunfador político-eclesiástico

Domingo, 12 de septiembre de 2021
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4a704a0f07f8c60c4d8f1dfb362f3f6eDel blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

  1. ¿Quién es este?

    Es una pregunta constante en el NT. ¿quién dice la gente que soy yo? ¿Quién es este que perdona pecados? ¿Quién es este que hasta el viento y las olas le obedecen? ¿Quién dice la gente que soy yo?

Seamos creyentes o no, Jesús ni fue, ni es alguien banal e insignificante. De ahí que provocara y provoque tantas opiniones, polémicas, adhesiones y contradicciones.

    Cuando hoy en día, lo que dicen los eclesiásticos ya no es escuchado y casi no tiene relevancia, cabe que nos preguntemos: ¿No será que ya no nos preguntamos por Cristo, sino por unas cuantas cosillas de tipo religioso-eclesiástico?

¿Quién dice la gente que soy yo?

  •  Los contemporáneos de Jesús, sus discípulos experimentaron muchas dificultades para saber quién era Jesús. Nosotros no somos ni más listos, ni más santos que ellos.

Mejor un poco de humildad a la hora de acercarnos a JesuCristo y tratar de creer en él y de presentarlo.

  •  La pregunta por “la identidad” de Jesús hemos de situarla en los caminos y pedagogía hacia la fe que siguieron los primeros discípulos, y, por otra parte, todos los cristianos.
  •  ¿Quién es Cristo para mí, qué es Cristo para el ser humano?
  1. Juan bautista – Elías.

    En tiempos de Jesús no había ya profetismo. El último profeta había sido Juan Bautista mandado ejecutar por Herodes, lo cual debió haber causado un fuerte impacto entre los discípulos de Juan B., entre los seguidores de Jesús y en la gente.

Por la desaparición de los profetas mucha gente del pueblo sentía el peso del silencio de Dios. También hoy nosotros, a veces sentimos y sufrimos el silencio de Dios. (El silencio de Dios es una palabra honda que cala en el corazón). ¿Dónde está Dios y qué hace?

  1. Pedro aprueba el examen.

    Pedro responde exactamente lo que había que responder, pero ni se había enterado de quién era Jesús. Pedro había aprobado el examen con nota: Tú eres el Mesías, pero Pedro no se había encontrado con Cristo.

Las palabras, los lenguajes, las filosofías, las ciencias bíblicas, la teología, etc. son muy valiosos y hemos de continuar estudiando y trabajando, pero otra cosa es creer en Cristo.

Jesús es el sacramento de Dios. Cuando vemos a Jesús, estamos viendo a Dios. Quien me ve a mí, ve al Padre, (Jn 14,9).

    Y, por otra parte, a Cristo le vemos a través o por medio del prójimo.

  1. El mesianismo de Jesús no es triunfalista.

    Pedro ha dicho lo que tenía que decir: Tú eres el Mesías. Pedro está pensando en un Mesías triunfalista, poderoso y, probablemente, está pensando en un buen puesto político en el Reino que Jesús iba a instaurar.

    Pero JesuCristo piensa y dice otras cosas de su mesianismo:

El Hijo del Hombre tiene que padecer, ser entregado, ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Lo hemos escuchado en la lectura de Isaías: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, no escondí el rostro a insultos y salivazos.

El mesianismo de Jesús no está en las grandes  concentraciones y espléndidas celebraciones litúrgicas. Yo no sé si Cristo está en los dogmas, en el Catecismo, pero donde sin duda alguna está es en la vida, en la entrega por los demás:

El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá.

    Pedro, -el poder, no entiende estas cosas- y pretende disuadirle a Jesús de ese hundimiento que se le avecina. Por eso Jesús le suelta un “réspice”: vade retro Satana. Tú piensas como los hombres, pero no eres cristiano.

    Seguir a Jesús no va por las grandes masas, ni por ritos, ni actos religiosos, sino que ser cristiano es servir a los demás, entregarse, dar la vida por los demás. Probablemente no podremos hacer grandes cosas, pero las pequeñas tareas de todos los días, ir dando la vida, eso es seguir a Cristo y ganar la vida.

05  Algunas anotaciones finales

  •  La primera conclusión de hoy es que: creer en el Señor es algo que vale la pena, que configura nuestra existencia con sentido y esperanza. Vale la pena creer en Cristo
  •  No es que Jesús dijera verdades, una doctrina y un catecismo. Él es la verdad: Yo soy la verdad. La meta del ser humano es el mismo Cristo.
  •  La verdad no está tanto en la teoría cuanto en la vida. En castellano se dice: obras son amores, que no buenas razones, y también: no es lo mismo predicar que dar trigo, (lectura de Santiago). La fe se traduce en obras.
  •  La razón y teoría hacen falta porque somos seres racionales, pero el cristianismo se ventila en la vida: en el trabajo desinteresado y lo mejor posible hecho, en la ayuda a los pobres o a quienes pueden necesitar que les demos una mano. Y se ventila sobre todo en la bondad, en hacer el bien. Más que defender “la doctrina y disciplina del partido”: Tú eres el Mesías, el Cristo, se trata de seguir a Cristo entregando bondadosamente la vida.
  •  Creer en Cristo es entregar la vida por los demás. En esta sociedad tan hedonista y tan egoísta, ser cristiano es vivir para los demás.

Si no queremos y amamos a los débiles y trabajamos por ellos, incluso sufriendo por ellos, ¿qué clase de cristianos somos?

  •  Las grandes preguntas de la vida, -la pregunta por Jesús es siempre subversiva-, siempre está por debajo de la versión establecida, por eso son vistas y juzgadas como sospechosas: Mons Oscar Romero, Arrupe, el Obispo A. Labaka, los curas obreros,  Ignacio Ellacuría y sus compañeros, Madre Teresa, etc.

La salida está en dar la vida por los demás, como Jesús, y así llegaremos a Cristo.

¿Vosotros quién decís que soy yo?

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Dom 5.9.21(23 TO) ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino? (Sant 2, 1-5)

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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persona-duerme-iglesia-San-Patricio_1457564301_120201865_667x375Del blog de xabier Pikaza:

En vez del evangelio (Mc 7, 31-37) escojo el texto la Carta de Santiago, cuya última frase, en forma de pregunta, dice precisamente: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino? Esta frase recoge toda la teología del judaísmo y del cristianismo:

Elección. Los judíos (=cristianos) como “elegidos” de Dios, pero no como pueblo política y socialmente distinto, sino como pobres (ptôjoi: excluidos, pordioseros…). Todos los pobres del mundo, esos son pueblo elegido.

Justificación por la pobreza. Lutero, gran reformador cristiano, habló bien de la justificación por la fe, pero se quedó corto, al optar por un tipo de “aristócratas de la fe”. Conforme a Santiago, los verdaderos creyentes (ricos en fe) son los pobres. Por no tener eso claro, Lutero dijo que la carta de Santiago era una carta de paja, sin consistencia.

Herederos del reino. La Iglesia Católica ha tendido a construirse y entenderse como heredera y presencia del Reino, con una organización sacral rica y poderosa. A veces ha olvidado que los herederos del Reino no son los cristianos católicos de iglesia, sino los pobres.

 Carta de Santiago 2, 1-5

Hermanos míos: No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo. Por ejemplo: llegan dos hombres a la sinagoga (reunión de creyentes). Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: “Por favor, siéntate aquí en el puesto reservado.” Al pobre, en cambio: “Estáte ahí de pie o siéntate en el suelo.” Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos? Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman?

Comentario 

            Santiago acaba de formular el sentido y alcance de la “ley de la libertad”, ley de los pobres que acogen y comparte en Reino de Dios, añadiendo, en forma lapidaria:  La religión pura e incontaminada delante de. Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su aflicción, y guardarse sin mancha del mundo (Sant 1, 25.27).

            En esa línea, él ha querido identificar así el cristianismo (religión verdadera) con el judaísmo, expresado en forma de ley universal de libertad, al servicio de los pobres. Sólo los pobres pueden ser libres, vivir en fe. Sólo los que comparten la vida de los pobres, viviendo a su servicio, en amor, pueden ser religiosos, conforme a le “ley” (cf. Ex 22,20-23; Dt 16, 9-15; 24, 17-22).

Esta es la fe de Jesucristo, que no es solo (ni principalmente) creer en Jesús como Dios, sino creer como él, sin hacer distinción de personas. Porque si en vuestra congregación (sinagogué) entra un hombre con anillo de oro y ropa lujosa, y también entra un pobre con vestido sucio… (Sant 2, 1-2).

Aquí se manifiesta la “fe de Jesucristo” (es decir, su forma de vivir, su manera de confiar en Dios y de crear comunión), que es anterior a “la fe en Cristo” (entendida en forma de religión en la que se adora a Jesús). Se trata de crear y actuar como Jesús, más que de creer en Jesús (aunque al final, para los cristianos, ambas cosas se identifican, si se entiende bien la en Cristo). Sea como fuere, Santiago ha visto el riesgo de que la fe en Cristo suprima la fe de Cristo o la desvirtúa, como a veces ha sucedido en la Iglesia posterior.

            Santiago quiere recuperar la fe de Jesucristo, es decir, la forma de vivir y de actuar de Jesús. En esa línea, él interpretar la fe como pistis, es decir, como fidelidad mesiánico, como la forma de vida que tuvo Jesús en el mundo. De esa manera recupera la tradición más honda y fiable del evangelio.

            Más que creer en Jesucristo (en una fe separada de la vida), importa actuar como Jesús, mostrando de esa forma la fidelidad de Jesucristo, no ya de un modo universal o general (como en el caso anterior: acoger a huérfanos y viudas), sino de un modo concreta, en la reunión o asamblea de los fieles.

En este lugar, Santiago no quiere hablar ni siquiera de iglesia (ekklesia), término más utilizada por los cristianos helenistas, pues sabe bien que la palabra iglesia-ekklesia significa en el fondo una asamblea de poderosos, hombres ricos e influyentes de la ciudad, reunidos en asamblea decisiva y decisoria.

            A su juicio, el cristianismo no es una asamblea de ricos-poderosos, bien organizados, conforme a la jerarquía social greco-romana, sino una asamblea o sinagoga o reunión de pobres, y por eso utiliza la palabra “sinagoga”, tradicional en el judaísmo, entendida como “reunión o consejo” de pobres, sin jerarquías de poder. (Nota: La traducción oficial no pone “sinagoga”, no se atreve a ponerla, sino que pone “asamblea litúrgica”. Sería mejor que pusiera simplemente asamblea o sinagoga).

            Pero lo más significativo no es el cambio de palabra (en el fondo, sinagoga o iglesia podrían dar lo mismo), sino lo que sigue diciendo el texto. Santiago no habla de lo que se hace en la sinagoga (reunión), aunque pueda ser muy importantes (lecturas, quizá comidas, eucaristía, prácticas sacramentales, enseñanza de doctrinas superiores…). Todo eso le parece secundario y puede pasarse por algo, sin necesidad de citarlo. Lo único que le importa es que la “asamblea” sea de verdad sinagoga o comunión de pobres”, es decir, de iguales, sin que haya separación o distinción entre ricos y pobres.

            Ésta es su sinagoga, ésta su iglesia: una reunión donde pueden venir todos, sin acepción de personas, sin ricos a un lado y pobres a otro, sin maestros que presiden y oyentes que obedecen. Ésta es en el fondo la identidad de la iglesia (de la fe en Jesús), que el evangelio de Mateo ha puesto también de relieve en un pasaje convergente (Mt 18).

            La fe de Jesucristo consiste en que todos puedan reunirse, sin acepción de personas, vinculados por la «ley regia» (Ley del Reino) que es «amar a los demáscomo a uno mismo»; si se aman y acogen así, todo lo que hagan en la reunión será buena Iglesia, comunidad de Jesús.

            Desde ese fondo se entiendo la “liturgia” o reunión de los creyentes, definida de una forma que puede valer lo mismo para judíos y para cristianos. Santiago no expone los ritos propios de cada grupo (sus lecturas, sus gestos sacramentales), sino que se centra en algo previo: la acogida y la igualdad entre todos. Una “liturgia” es religiosa, una reunión social, es “cristiana” si en ella se supera la distinción de personas. Como buen “judío”, Santiago no hace un discurso sobre la igualdad, partiendo de los pobres, sino que pone un ejemplo:

Hermanos míos, tened la fe de nuestro glorioso Señor Jesucristo, sin hacer distinción de personas. Porque si en vuestra congregación (sinagogué) entra un hombre con anillo de oro y ropa lujosa, y también entra un pobre con vestido sucio y sólo atendéis con respeto al que lleva la ropa  lujosa y le decís: “Siéntate tú aquí en buen lugar”; y al pobre le decís: “Quédate allí de pie” o “Siéntate aquí a mis pies”, ¿no hacéis distinción entre vosotros, y no venís a ser jueces falsos? (Sant 5, 1-2)

              Quizá no se pueden tomar estas palabras al pie de la letra… Pero es evidente que cuando ellas se invierten y no se cumplen se está abandonando el evangelio. Santiago se opone así a los jerarcas con anillo y ropas diferentes (nobles), sentados como jefes en sedes de honor (como ciertos obispos de gran anillo o vestimenta de poder).

Ésta es su sinagoga, ésta su iglesia: Reunión donde pueden venir todos, sin acepción de personas, sin ricos que se sientan a un lado y pobres a otros, sin maestros que presiden y oyentes que obedecen, sin jerarcas y pueblo, sin poderosos y oprimidos.

La fe de Jesucristo (la que quería Lutero) consiste en que todos puedan reunirse, sin acepción de personas, vinculados por la «ley regia» (es decir, la Ley del Reino) que es «amar a los demás como a uno mismo», partiendo de los más pobres, pues sólo los pobres y aquellos que comparten la vida de los pobres pueden ser “ricos en fe”.

La comunidad o sinagoga de Jesucristo (como quieren los católicos) es la “heredera” (presencia) del Reino. Dogmas y sacramentos (incluso estructuras “católicas” y ministerios de servicio) son buenos, pero sólo en la medida en que son expresión y consecuencia de la elección de los pobres. Por eso, la verdadera sinagoga (iglesia, reunión de Jesús) son los pobres. Ellos son el pueblo elegido, como decían los auténticos judíos…

Sin duda los tres ejemplos de “ruptura eclesial” (sinagogal) que propone Santiago (primeros puestos, anillos lujosos de autoridad, ropas opulentas de distinción sagrada…), pueden ser secundarios pero son enormemente significativos. Hay comunidades protestantes que han puesto muy de relieve la fe, pero quizá no la de Jesucristo, como quiere Santiago. Hay iglesias católicas que han puesto muy de relieve la promesa del reino de Dios…, pero quizá no del reino que se expresa y realiza a través de los pobres.

              Esta lectura de la Carta de Santiago me ha parecido “esencial” en este tiempo de crisis de iglesia (o, mejor dicho, de “sinagogas” o comunidades de Jesus). Por eso, este domingo 5 de Septiembre, en el mes de la Biblia) he querido comentar la lectura de Santiago. Quien quiera segur lea la carta entera de Santiago, de la que ofrezco a continuación una visión de conjunto, tomada de mi Diccionario de la Biblia:

Carta de Santiago. Visión de conjunto 

La iglesia judeo-cristiana ha dejado huellas en diversos textos del Nuevo Testamento, no sólo en Mateo y en el Apocalipsis (e incluso en Juan), sino y, sobre todo, en esta carta/tratado que algunos críticos piensan que pudo haber sido escrita por el hermano de Jesús, en un buen griego, dirigiéndose a las Doce Tribus de la diáspora israelita (cf. Sant 1, 1). En contra de esa opinión, la exégesis liberal y neo-liberal (de tipo histórico-literario) sigue suponiendo que la carta constituye un discurso parenético tardío, escrito por un judeo-cristiano de la tercera generación, respondiendo y criticando a Pablo.

Leer más…

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¿Es Jesús un mago o el Mesías? Domingo 23. Ciclo B

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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porta23-12Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La dificultad de curar a un sordo

Cuando llegamos al final del capítulo 7 del evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos enfermos: un leproso, un paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; incluso ha resucitado a la hija de Jairo, aparte de las numerosas curaciones de todo tipo de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos milagros le ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple contacto con su persona o con su manto para que se produjese la curación.

Ahora, al final del capítulo 7, la curación de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o la hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos. Jesús, en cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y Lucas prefirieron suprimir este relato.

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:

-«Effetá» (esto es, «ábrete»).

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

-Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Conviene advertir cada una de las acciones que realiza Jesús: 1) toma al sordo de la mano; 2) lo aparta de la gente y se quedan a solas; 3) le mete los dedos en los oídos; 4) se escupe en sus dedos; 5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta la vista al cielo; 7) gime; 8) pronuncia una palabra, effetá (se discute si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio.

Desde el punto de vista de la medicina de la época, lo único justificado sería el uso de la saliva, a la que se concede poder curativo. El gemido y la palabra en lengua extraña recuerdan al mundo de la magia.

Sin embargo, los espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro con la magia sino con la promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que leemos en la primera lectura: «Entonces… las orejas de los sordos se abrirán… y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.» La curación demuestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, la época de la salvación.

La dificultad de curar a un ciego

Si la selección de los textos litúrgicos hubiera estado bien hecha, dentro de dos o tres domingos habríamos leído un milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y fundamental para entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a Jesús un ciego y le piden que lo toque. Exactamente igual que ocurrió con el sordo.

Jesús: 1) lo toma de la mano; 2) lo saca de la aldea; 3) le unta con saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le pregunta si ve algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6) Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación total. Los relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio.

La sordera y ceguera de los discípulos

¿Por qué detalla Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse en el relato inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a los discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no veis? Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc 8,17-18).

Ojos que no ven y oídos que no oyen. Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30, cuando Jesús cure al ciego Bartimeo.

Las maravillas de la época mesiánica (Isaías 35,4-7)

Este texto ha sido elegido por la promesa de que «los oídos de los sordos se abrirán», que se ve realizada en el milagro de Jesús. De hecho, el poema del libro de Isaías se centra en la situación de los judíos desterrados en Babilonia, sin esperanza de verse liberados. Y, aunque se diese esa liberación, tienen miedo de volver a Jerusalén. Se consideran una caravana de gente inútil: ciegos, sordos, cojos, mudos, que deben atravesar un desierto ardiente, sin una gota de agua y con guarida de chacales. El profeta los anima, asegurándoles que Dios los salvará y cambiará esa situación de forma maravillosa. Estas palabras terminaron convirtiéndose en una descripción ideal de la época del Mesías y fueron muy importantes para los primeros cristianos.

Decid a los inquietos: «¡Sed fuertes, no temáis! ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará».

Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como un ciervo, y cantará la lengua del mudo, porque han brotado aguas en el desierto, y corrientes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial.

Un milagro más difícil todavía (Santiago 2,1-5)

Aunque sin relación con el evangelio, este texto puede leerse como una visión realista, nada milagrosa, de la época mesiánica. Aquí el pueblo de Dios no está formado por gente que se considera inútil y débil. Al contrario, está dividido entre personas con anillos de oro, elegantemente vestidas, y pobres con vestidos miserables. Y lo peor es que el presidente de la asamblea concede a los ricos el puesto de honor, mientras relega a segundo plano a los pobres. Como en el fastuoso funeral de Juan Pablo II, con tantas personalidades famosas en primer plano, mientras los fieles cristianos llenaban la plaza y la Via della Conciliazione. El nuevo milagro, la nueva época mesiánica, será cuando los cristianos seamos conscientes de que «Dios ha elegido a los pobres para hacerlos ricos en la fe».

Hermanos míos, no mezcléis la fe de nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con traje mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú siéntate aquí cómodamente», y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o «siéntate en el suelo, a mis pies», ¿no estáis haciendo discriminaciones entre vosotros, y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos? Escuchad, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman?

Reflexión final

Tomado por sí solo, en el evangelio de hoy destaca la reacción final del público: «Todo lo ha hecho bien». Recuerda las palabras que pronunciará Pedro el día de Pentecostés, cuando dice que Jesús «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se complementan.

Pero quien desea conocer el mensaje de Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con la curación del ciego. Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para comprender a Jesús, pero que siguen caminando con él.

La segunda lectura, en la situación actual de la Iglesia, cuando tantos escándalos parecen sumirla en un desierto sin futuro, supone una invitación a la esperanza. Pero el milagro será imposible mientras las personas que tienen mayor responsabilidad en la Iglesia sigan luchando por los primeros puestos, los anillos de oro y los capelos cardenalicios.

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“Compañero de camino”. 3 Pascua – B (Lucas 24, 35-48)

Domingo, 18 de abril de 2021
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24_3_Pasc_B_1450052Hay muchas maneras de obstaculizar la verdadera fe. Está la actitud del «fanático», que se agarra a un conjunto de creencias sin dejarse interrogar nunca por Dios y sin escuchar jamás a nadie que pueda cuestionar su posición. La suya es una fe cerrada donde falta acogida y escucha del Misterio, y donde sobra arrogancia. Esta fe no libera de la rigidez mental ni ayuda a crecer, pues no se alimenta del verdadero Dios.

Está también la posición del «escéptico», que no busca ni se interroga, pues ya no espera nada de Dios, ni de la vida, ni de sí mismo. La suya es una fe triste y apagada. Falta en ella el dinamismo de la confianza. Nada merece la pena. Todo se reduce a seguir viviendo sin más.

Está además la postura del «indiferente», que ya no se interesa ni por el sentido de la vida ni por el misterio de la muerte. Su vida es pragmatismo. Solo le interesa lo que puede proporcionarle seguridad, dinero o bienestar. Dios le dice cada vez menos. En realidad, ¿para qué puede servir creer en él?

Está también el que se siente «propietario de la fe», como si esta consistiera en un «capital» recibido en el bautismo y que está ahí, no se sabe muy bien dónde, sin que uno tenga que preocuparse de más. Esta fe no es fuente de vida, sino «herencia» o «costumbre» recibida de otros. Uno podría desprenderse de ella sin apenas echarla en falta.

Está además la «fe infantil» de quienes no creen en Dios, sino en aquellos que hablan de él. Nunca han tenido la experiencia de dialogar sinceramente con Dios, de buscar su rostro o de abandonarse a su misterio. Les basta con creer en la jerarquía o confiar en «los que saben de esas cosas». Su fe no es experiencia personal. Hablan de Dios «de oídas».

En todas estas actitudes falta lo más esencial de la fe cristiana: el encuentro personal con Cristo. La experiencia de caminar por la vida acompañados por alguien vivo con quien podemos contar y a quien nos podemos confiar. Solo él nos puede hacer vivir, amar y esperar a pesar de nuestros errores, fracasos y pecados.

Según el relato evangélico, los discípulos de Emaús contaban «lo que les había acontecido en el camino». Caminaban tristes y desesperanzados, pero algo nuevo se despertó en ellos al encontrarse con un Cristo cercano y lleno de vida. La verdadera fe siempre nace del encuentro personal con Jesús como «compañero de camino».

José Antonio Pagola

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“Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día”. Domingo 18 de abril de 2021. Domingo tercero de Pascua

Domingo, 18 de abril de 2021
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29-PascuaB3 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.
Salmo responsorial: 4: Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor.
1Juan 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y también por los del mundo entero:
Lucas 24,35-48: Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.

En la lectura de los Hechos encontramos de nuevo a Pedro, que se dirige a todo Israel y lo sigue siendo invitado a la conversión. Pedro tranquiliza a sus oyentes haciéndoles ver que todo ha sido fruto de la ignorancia, pero al mismo tiempo invita a acoger al Resucitado como al último y definitivo don otorgado por Dios. La muerte de Jesús se convierte para el creyente en sacrificio expiatorio. No hay asomo de resentimiento ni de venganza, sino invitación al arrepentimiento para recibir la plenitud del amor y de la misericordia del Padre, que se concreta en la confianza y en la seguridad de haber recuperado aquella filiación rota por la desobediencia.

El creyente, expuesto a las tentaciones, rupturas y caídas no tiene por qué sentirse condenado eternamente al fracaso o a la separación de Dios. San Juan nos da hoy en su Primera Carta el anuncio gozoso del perdón y de la reconciliación consigo mismo y con Dios. El cristiano está invitado por vocación a vivir la santidad; sin embargo, las infidelidades a esta vocación no son motivo de rechazo definitivo por parte de Dios, más bien son motivo de su amor y su misericordia, al tiempo que son un motivo esperanzador para el cristiano, para mantener una actitud de sincera conversión.

En el evangelio nos encontramos una vez más con una escena pospascual que ya nos es común: los Apóstoles reunidos comentado los sucesos de los últimos días. Recordemos que en esta reunión que nos menciona hoy san Lucas, están también los discípulos de Emaús que habían regresado a Jerusalén luego de haber reconocido a Jesús en el peregrino que los ilustraba y que luego compartió con ellos el pan.

En este ambiente de reunión se presenta Jesús y, a pesar de que estaban hablando de él, se asustan y hasta llegan a sentir miedo. Los eventos de la Pasión no han podido ser asimilados suficientemente por los seguidores de Jesús. Todavía no logran establecer la relación entre el Jesús con quien ellos convivieron y el Jesús glorioso, y no logran tampoco abrir su conciencia a la misión que les espera. Digamos entonces que “hablar de Jesús”, implica algo más que el simple recuerdo del personaje histórico. De muchos personajes ilustres se habla y se seguirá hablando, incluido el mismo Jesús; sin embargo, ya desde estos primeros días pospascuales, va quedando definido que Jesús no es un tema para una tertulia intranscendente.

Me parece que este dato que nos cuenta Lucas sobre la confusión y la turbación de los discípulos no es del todo fortuito. Los discípulos creen que se trata de un fantasma; su reacción externa es tal que el mismo Jesús se asombra y corrige: “¿por qué se turban… por qué suben esos pensamientos a sus corazones?”.

Aclarar la imagen de Jesús es una exigencia para el discípulo de todos los tiempos, para la misma Iglesia y para cada uno de nosotros hoy. Ciertamente en nuestro contexto actual hay tantas y tan diversas imágenes de Jesús, que no deja de estar siempre latente el riesgo de confundirlo con un fantasma. Los discípulos que nos describe hoy Lucas sólo tenían en su mente la imagen del Jesús con quien hasta un poco antes habían compartido, es verdad que tenían diversas expectativas sobre él y por eso él los tiene que seguir instruyendo; pero no tantas ni tan completamente confusas como las que la “sociedad de consumo religioso” de hoy nos está presentando cada vez con mayor intensidad. He ahí el desafío para el evangelizador de hoy: clarificar su propia imagen de Jesús a fuerza de dejarse penetrar cada vez más por su palabra; por otra parte está el compromiso de ayudar a los hermanos a aclarar esas imágenes de Jesús.

Es un hecho, entonces, que aún después de resucitado, Jesús tiene que continuar con sus discípulos su proceso pedagógico y formativo. Ahora el Maestro tiene que instruir a sus discípulos sobre el impacto o el efecto que sobre ellos también ejerce la Resurrección. El evento, pues, de la Resurrección no afecta sólo a Jesús. Poco a poco los discípulos tendrán que asumir que a ellos les toca ser testigos de esta obra del Padre, pero a partir de la transformación de su propia existencia.

Las expectativas mesiánicas de los Apóstoles reducidas sólo al ámbito nacional, militar y político, siempre con característica triunfalistas, tienen que desaparecer de la mentalidad del grupo. No será fácil para estos rudos hombres re-hacer sus esquemas mentales, “sospechar” de la validez aparentemente incuestionable de todo el legado de esperanzas e ilusiones de su pueblo. Con todo, no queda otro camino. El evento de la resurrección es antes que nada el evento de la renovación, comenzando por las convicciones personales. Este pasaje debe ser leído a la luz de la primera parte: la experiencia de los discípulos de Emaús.

Las instrucciones de Jesús basadas en la Escritura infunden confianza en el grupo; no se trata de un invento o de una interpretación caprichosa. Se trata de confirmar el cumplimiento de las promesas de Dios, pero al estilo de Dios, no al estilo de los humanos.

De alguna forma conviene insistir que el evento de la resurrección no afecta sólo al Resucitado, afecta también al discípulo en la medida en que éste se deja transformar para ponerse en el camino de la misión. Nuestras comunidades cristianas están convencidas de la resurrección, sin embargo, nuestras actitudes prácticas todavía no logran ser permeadas por ese acontecimiento. Nuestras mismas celebraciones tienen como eje y centro este misterio, pero tal vez nos falta que en ellas sea renovado y actualizado efectivamente.

Queremos llamar la atención sobre el necesario cuidado al tratar el tema de las apariciones del Resucitado, y su conversar con los discípulos y comer con ellos… No podemos responsablemente tratar ese tema hoy como si estuviéramos en el siglo pasado o antepasado… Hoy sabemos que todos estos detalles no pueden ser tomados a la letra, y no es correcto teológicamente, ni responsable pastoralmente, construir toda una elaboración teológica, espiritual o exhortativa sobre esos datos, como si nada pasara, igual que si pudiéramos dar por descontado que se tratase de daos empíricos rigurosamente históricos, sin aludir siquiera a la interpretación que de ellos hay que hacer… Puede resultar muy cómodo no entrar en ese aspecto, y el hacerlo probablemente no suscitará ninguna inquietud a los oyentes, pero ciertamente no es el mejor servicio que se puede hacer para el para el pueblo de Dios…

Permítasenos transcribir sólo un párrafo del libro «Repensar la resurrección» (Trotta, Madrid 2003, cuyo resumen puede leerse o recogerse en la Revista Electrónica Latinoamericana de Teología, http://servicioskoinonia.org/relat/321.htm):

«Si antes influía sobre todo la caída del fundamentalismo, ahora es el cambio cultural el que se deja sentir como prioritario. Cambio en la visión del mundo, que, desdivinizado, desmitificado y reconocido en el funcionamiento autónomo de sus leyes, obliga a una re-lectura de los datos. Piénsese de nuevo en el ejemplo de la Ascensión: tomada a la letra, hoy resulta simplemente absurda. En este sentido, resulta hoy de suma importancia tomar en serio el carácter trascendente de la resurrección, que es incompatible, al revés de lo que hasta hace poco se pensaba con toda naturalidad, con datos o escenas sólo propios de una experiencia de tipo empírico: tocar con el dedo al Resucitado, verle venir sobre las nubes del cielo o imaginarle comiendo, son pinturas de innegable corte mitológico, que nos resultan sencillamente impensables».

Invitamos a leer el texto completo (o, mejor aún, el libro entero). Leer más…

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Muerte y resurrección 2: Emaús. Los que se marchan y (no) vuelven

Domingo, 18 de abril de 2021
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 emmausDel blog de Xabier Pikaza:

Presenté hace dos días el tema desde la visión de las mujeres en la tumba, según Lucas 24. Hoy sigo leyendo el texto desde la perspectiva de aquellos que se marchan (escapan) a Emaús, como lo vio Lucas (el evangelio) y como podemos hoy verlo, pasados dos milenios de Iglesia.

Lucas escribió la historia bellísima (con happy end) de dos que marchan, encuentran en el camino, descubren en la casa de Emaús y vuelven a Jerusalén, que es la Madre Iglesia.

Hoy, tras dos mil años, son milenios los que marchan de Jerusalén (Iglesia) por fidelidad a su camino, por cansancio o desengaño, y vuelven a su Emaus, sin idea de volver a la antigua iglesia, pues Jerusalén a su juicio ya no existe o se ha pervertido.

Esta es la historia eclesial más importante. De la forma en que la sintamos, escribamos y recorramos (con billete de ida o de ida y vuelta) depende el cristianismo, al menos en occidente. Buen día de camino a todos.

16.04.2021 | X. Pikaza

A modo de prefacio

Son un hombre y quizá una mujer que abandonan la iglesia; millones y millones que la dejan. La historia de Jesús se ha vuelto para ellos “increíble”, quizá algo bello, pero sin sentido en esta era de cansancios y carreras de dinero, de opresiones y luchar por la supervivencia. La historia de Jesús parece un cuento de “mujeres”, mujeres de las de antes, no de las de ahora. Por eso, estos dos vuelven a Emaús, a unos 30 km (160 estadios) de Jerusalén:

Hay varias localización de Emaús, pero la más verosímil parece la del mapa, a 46 km. por carretera (30 por la vía antigua).

* En el entorno de Emaús se había fraguado la guerra de los macabeos (ver en el mapa. Modín). Emaus era y sigue siendo hasta hoy una ciudad de recuerdo militar. Quizá estos dos dejaban al Jesús “fracasado” para iniciar otra guerra.

* En el entorno de Emaús había riqueza, mucha vida, en el camino del mar, de Jerusalén a a Joppe o Asdod, el gran puerto del sur de Israel. Había que buscar otras alternativas, la de Jesús había fracasado.

* Hoy (año 2021),millones de hombres y mujeres, mayores y menores, se sienten llamados a volver a Emaus. No quieren huir, sino recuperar lo que nunca debían quizá haber dejado por sueños como el de Jesús, manipulados además por gente menos seria.

Hay que comenzar comprendiendo las razones de Emaús, y así lo haré, leyendo desde ese fondo la historia actual cristiana (Lc 24, 13-35), porque no es agua pasada, sino nuestra propia historia. Si queremos que la iglesia siga existiendo en occidente tendremos que acompañar comoJ esús a los que dejan Jerusalén y vuelven (van) a Emaus, porque les parece mejor, porque así lo prefieren. Nuestro tiempo es tiempo de camino de Jerusalén a Modín/Latrún, con Asdod o Tel-Aviv. Muchos se han cansado de Jerusalén, allí no hay “nada”… Por eso van, vamos, a Emaús.

Esta lectura (explicación) viene después de la anterior, la de las mujeres de la tumba. La siguiente, la del próximo domingo (Dom 3 Pascua, 18.4.21)) comentaré la lectura litúrgica del día: Retorno de Emaús, la re-experiencia pascual de la Iglesia.

Emaús: Iglesia en huida, en salida, en retorno (con CELAM, Santo Domingo 1992)

CATEQUESIS DE EMAÚS.

1. EL FRACASO DE LA HISTORIA MESIÁNICA (Lc 24, 13-21).

El texto empieza con dos personajes que se van por honradez, pues el proyecto de Jesús ha fracasado. Son dos, como si fueran la mitad de toda la Iglesia. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso en el camino y después haberle encontrado y descubierto en la fracción del pan vuelven a Jerusalén para a la una comunidad reunida, en confesión creyente, diciendo: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (24, 34).

Ellos no van con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerte, ni quedan en Jerusalén, como los otros, sino que escapan. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera aparecido ante sus ojos como un bello y duro engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla sería mejor: parecen suponer que vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, sobre palabras vanas, como las de las mujeres del sepulcro (cf 24, 11-22).

Escapan por los caminos del desengaño, y para que Cristo les haga retornar a su mensaje y vida necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres: a ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, al borde de su tumba vacía: les hará falta toda la palabra de Escritura y la fracción del pan; tendrán que ver a Jesús para creer, aunque aún no necesitan fijarse de un modo detallado en sus manos y pies (como lo hará la iglesia reunida de la pascua, en 24, 40). De esa manera, su misma gran incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis pascual. Son muchos los motivos que podemos destacar en esa catequesis, convertida en principio de la más intensa teología de la pascua.

–Hermenéutica, nueva comprensión de la Escritura. Sólo una nueva experiencia de la Biblia, una forma nueva de entender y de vivir la historia logrará que estos “fugitivos” puedan volver con Jesús y su iglesia. Los judíos tanaítas (rabínicos) interpretarán la misma Biblia de Israel a partir de su nueva experiencia de la Ley y de la unidad del pueblo, desde el fondo de las tradiciones nacionales. De esa forma, todo su nuevo texto legal (la Misná), el conjunto de su vida, será una hermenéutica bíblica. Los cristianos, en cambio, han interpretado la Ley y los Profetas a partir de la pascua del Cristo.

– Revelación de Dios. Sólo si ven y sienten a Jesús de un modo distinto, estos fugitivos de Emaús podrán volver con él. El Jesús del que les han hablando en la iglesia no era para ellos verdadero, necesitan un encuentro distinto con él.

Estaban engañados con historias menos ciertas de Jesús; sólo un encuentro directo con él podrá hacer que vuelvan a la Iglesia[13].

Pero vengamos al texto, precisemos sus matices. Ningún comentario puede suplir su lectura. Pongámoslo delante, destaquemos sus momentos: el camino de los fugitivos, la presencia del desconocido, los argumentos sobre el Cristo, el diálogo y la acogida en casa, la fracción del pan a la caída de la tarde… El texto ofrece un buen ejemplo de teología narrativa: la verdad no se argumenta ni demuestra a base de razones; la verdad viene a expresarse en forma de relato; sólo convence quien sepa contar una historia de forma que su verdad (su mensaje) vuelva a hacerse presenta allí donde se cuenta.

Y he aquí que dos de ellos (del grupo de Once y los otros: cf. 24, 9), en aquel mismo día caminaban hacia una aldea llamada Emaús, que distaba como una sesenta estadios de Jerusalén.Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas que habían acontecido.

Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos. Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:– ¿Qué son esas palabras que os decís entre vosotros, mientras camináis?

Y ellos se pararon, quedando tristes.Y uno, llamado Cleofás, respondiéndole le dijo: – ¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras las cosas que han pasado en ella en estos días?

Y les preguntó: ¿Cuáles?Y ellos le dijeron:- Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta,poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo,cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel, pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido. Ciertamente, algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues han ido muy temprano al monumento y, no encontrando su cuerpo, han venido diciendo que han visto una visión de ángeles, que les han dicho que está vivo. Pero algunos de los nuestros han ido al monumento y han encontrado que es cierto lo que decían las mujeres, pero a él no le han visto (24, 13-21).

Estos fugitivos de Jerusalén (huyen de la ciudad santa, que les parecía ciudad del Cristo, buscan un refugio en Emaús) son signo de todos los han hecho camino con Jesús, pero después se han decepcionado. No pueden entender la Cruz que dura hasta el tercer día, no saben situar la muerte del pretendiente mesiánico en el esquema salvador del reino.

Ellos, los fugitivos de Jerusalén constituyen un paradigma muy preciso de todos los decepcionados de la humanidad: estos son los vencidos de la historia israelita, que no han podido resistir la experiencia de fracaso de Jesús; son los antiguos y nuevos perdedores de la tierra. No es relato de vencedores, sino de perdedores mesiánicos, hombres (¿un hombre y una mujer?) que van de retirada, envueltos en tristeza. Desde aquí se entienden las dos palabras principales de su discurso:

– ¡Pensábamos que tenía que redimir a Israel! Se han situado ante Jesús, han visto su vida, han oído sus palabras, han recibido el impacto de sus signos. Por eso, le definen como varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Han sido muchos los hombres que, en aquel duro tiempo de dolores y esperanzas, actuaron como profetas de Dios, ofreciendo al pueblo un mensaje de salvación[14]. Conforme a la terminología del tiempo, redimir a Israel significa liberar al pueblo del yugo de los enemigos, estableciendo en Jerusalén un reino mesiánico de paz y de concordia universal. Las perspectivas de ese reino podían varias, según los textos proféticos (Isaías, Ezequiel) y apocalípticos (Daniel, 1 Henoc etc). Es evidente que Jesús ha suscitado una esperanza mesiánica de tipo nacional, israelita, como lo han entendido no sólo aquellos que le han condenado a muerte (sacerdotes de Jerusalén, procurador romano), sino sus mismos discípulos. Esto significa que, humanamente hablando, su vida y mensaje había quedado, al menos, ambiguo[15].

– Cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte, y le (los romanos) crucificaron. Todo judío del tiempo sabía que el mesianismo era objeto de disputas y recelos entre los diversos grupos del pueblo, especialmente entre las autoridades.

Algunos esenios, especialmente los de Qumrán, habían tenido que establecerse en el desierto par mantener su propio mesianismo, opuesto al de los sacerdotes de Jerusalén; también Juan Bautista, que anunciaba el juicio de Dios había sido asesinado por Herodes, rey semi-judío de Galilea y Perea. Otros pretendientes mesiánicos habían sido también asesinados, según cuenta el historiador del tiempo (Flavio Josefo). Por eso, en algún sentido, la muerte de Jesús forma parte de las disputas mesiánicas judías de aquel tiempo; los sacerdotes y jefes de Jerusalén, defensores del orden sacral establecido, pensaron que era necesario entregarlo a los romanos, para bien del pueblo. Los romanos le crucificaron. Hasta aquí todo es duro pero, de alguna forma, cabe dentro de las expectativas judías del tiempo, al menos según nuestro pasaje. Estos fugitivos de Jerusalén contaban con la posibilidad de la muerte del Mesías, pero esperaban su vuelta inmediata.

– Pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido. Tres días son el tiempo de la culminación, signo de la plenitud escatológica. Estos discípulos no han marchado al ver la cruz alzada en el Calvario, tampoco en el momento del entierro, ni en el día siguiente…, ni siquiera al comienzo del tercero. Han resistido tres días en Jerusalén, aunque al final les ha entrado el desencanto. Parece que el gran milagro tenía que haber sucedido al comienzo de este tercer día, cuando las mujeres fueron al sepulcro, queriendo ungir el cuerpo.

Pero no ha pasado nada: simples visiones, fantasías de mujeres, en torno a un monumento vacío. Pero ¿qué es eso? Los hombres han ido y han chocado ante el vacío del monumento, hecho para recordar a Jesús y que ya no sirve absolutamente para nada, ni siquiera para recordarlo. Eso es lo que queda de Jesús: ¡Una tumba falsa! Evidentemente, estos dos hombres razonables, sin esperar que acabe el tercer día, día de la plenitud, escapan.

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