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Perdón, resurrección y misión. Domingo 3º de Pascua. Ciclo B

Domingo, 18 de abril de 2021
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20._jesus_appears_at_emmaus-lowresDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de Jesús. La primera termina: «Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados». La segunda comienza: «Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo». En el evangelio, Jesús afirma que «en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos».

Personas con poco conocimiento de la cultura antigua suelen decir que la conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeocristiana, que desea amargarle la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes, en Babilonia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados gracias a la muerte de Jesús.

 Aparición y catequesis (Lucas 24,35-48)

 El evangelio de hoy se divide en dos escenas claramente distintas. En la primera, Jesús se aparece y da pruebas de que es él. En la segunda, tiene una breve catequesis sobre su pasión, muerte y resurrección.

 Aparición y pruebas de la resurrección

 En la introducción a los relatos de las apariciones indiqué las diversas etapas por las que fue pasando este tema. Las recuerdo brevemente.

  1. En el relato más antiguo, Jesús no se aparece. La única prueba es que la tumba está vacía (Mc 16,1-8).
  2. En el relato posterior de Mateo, Jesús se aparece a las mujeres y estas pueden abrazarle los pies (Mt 28,9-10).
  3. Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección, y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el pan. El episodio que leemos este domingo insiste en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos.

 En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:

– Paz a vosotros.

Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo:

– ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

– Tenéis ahí algo de comer?

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

 Catequesis

 El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no para los lectores del evangelio, que debían hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas.

Por eso, Lucas añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de ellas, de lo anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación.

 Y les dijo:

– Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo:

– Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.

La frase final: «vosotros sois testigos de esto» parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice la primera carta de Pedro a propósito de Jesús: «lo amáis sin haberlo visto». Esta es la mejor prueba de su resurrección.

 «Dios lo resucitó. Arrepentíos y convertíos» (Hechos 3,13-15.17-19)

 Días después de Pentecostés, Pedro y Juan suben al templo, ven a un paralítico de nacimiento, Pedro lo agarra de la mano y lo levanta. La multitud, asombrada, se reúne junto a los apóstoles en el pórtico de Salomón, y Pedro tiene un largo discurso del que se han entresacado estas palabras, especialmente relacionadas con la muerte y resurrección de Jesús. Es interesante que no acusa de asesinato ni siquiera a las autoridades (postura muy distinta a la de Pablo en 1 Tes 2,15, donde acusa a los judíos de haber dado muerte al Señor Jesús). Por otra parte, Pedro no se limita a exponer unas verdades, invita a sacar las consecuencias, arrepintiéndose y convirtiéndose para conseguir el perdón de los pecados.

En aquellos días, Pedro dijo al pueblo: El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quién renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.

«Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre» (1 Juan 2,1-5a)

Uno de los principales problemas de la comunidad de Juan es la idea propagada por algunos de que quien conoce a Dios no ha pecado ni peca. Es un tema que el autor aborda desde el primer momento con bastante pasión. «Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos» (1,8) y hacemos pasar a Dios por mentiroso (1,10). Pero reconocer el propio pecado no debe llevar a la angustia, porque tenemos a Jesús, que intercede por nosotros. Como respuesta, debemos observar sus mandamientos, que, más tarde, se recordará que consisten en amar a los hermanos, con especial referencia a los que pasan necesidad.

Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quién dice: «yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

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3º Domingo de Pascua. 18 Abril, 2021

Domingo, 18 de abril de 2021
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“Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: ‘Paz a vosotros.’ Entonces ellos, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados y surgen dudas en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpad y ved.’”

(Lc 24, 35-48).

En este tercer domingo de Pascua leemos el mismo episodio que el domingo pasado, esta vez en el evangelio de Lucas. Nos encontramos en el tiempo que va entre la Resurrección de Jesús y su Ascensión al cielo. Es un tiempo en que Jesús hace saber a sus discípulos que, tal y como había dicho, ha resucitado, está vivo y está con ellos. Les devuelve el sentido.

En el evangelio de Lucas, justo antes del texto que leemos hoy, tenemos a Jesús manifestándose a los dos discípulos que iban hacia Emaús y que han vuelto corriendo a Jerusalén, y también se nos dice que se ha mostrado a Pedro. Ahora Jesús se aparece a sus discípulos reunidos, que viven una experiencia de comunidad. En ella, al fin entenderán plenamente quién es ese Mesías tantas veces incomprensible, y a partir de ahí podrán cumplir lo que les ha encargado: predicar la conversión y el perdón, vivir de la manera que les ha enseñado.

Desde que entraron en Jerusalén, los discípulos han vivido en el desconcierto. Su Maestro ha muerto. Antes, ha sufrido a manos de su propio pueblo, y en nombre de Dios. Ellos mismos, las personas más cercanas a él, lo han traicionado, negado, abandonado. Pero algo les sigue uniendo, esperan sin saber qué, y el desconcierto crece desde que han encontrado el sepulcro vacío y las mujeres aseguran su resurrección.

El evangelio nos habla en este puntode extrañamiento, de incomprensión, de tristeza, de expectativas defraudadas, de incredulidad. En el fragmento que leemos hoy, vemos que las primeras reacciones de los discípulos al ver a Jesús son de espanto, de duda, de turbación. Después empiezan a sentir alegría, aunque mezclada con sorpresa e incredulidad. Esta alegría será completa poco después, en la Ascensión. Junto con la alegría, la aparición del Maestro resucitado les trae comprensión y sentido. Ahora comprenden lo que Jesús les ha explicado tantas veces antes.

Si hasta aquel momento los seguidores de Jesús hablaban con desazón, ahora, de nuevo delante de él, callan y escuchan a su Maestro, que les quiere hacer entender que es el mismo que habían conocido de tan cerca, y que sigue presente y guiándolos hasta que recibirán el Espíritu en Pentecostés.

Oración

Padre, concédenos el don de sentir a Jesús siempre con nosotras. Que esta certeza llene nuestras vidas de alegría y de sentido. Que comprendamos todos los hechos de nuestra vida a la Luz de aquél que tú has resucitado.”

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Que les costara tanto creer, es una garantía para nosotros.

Domingo, 18 de abril de 2021
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resucitado4Lc 24, 35-48

Vamos a hacer un rápido repaso por todos los relatos de apariciones para que quede claro que no son crónicas de lo que sucedió tal día a tal hora en cierto lugar. Si fueran relatos de algo que ha sucedido, los primeros que escriben lo tendrían más reciente y podían hacerlo con mucha más precisión que aquellos que lo hacen habiendo pasado mucho más tiempo. Pero resulta que en los relatos pascuales que nos han llegado pasa justo lo contrario.

Marcos, que es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas apariciones constatadas ya en otros evangelistas. Mateo tampoco aporta un relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda anunciar a los discípulos que vayan a galilea, que allí le verán. En un monte en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar y a bautizar. Lc y Jn que son los últimos que escriben tienen relatos con todo lujo de detalles, lo que nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de los años.

En los textos más antiguos se habla siempre de (ôphthè) “dejarse ver”. Es un término técnico, que normalmente se traduce por aparecerse, pero no es una traducción adecuada. Para que veáis la dificultad de traducir esa palabreja, basta recordar que Pablo la utiliza en 1 Cor, 15 para decir que Cristo se apareció a Cefas, a Santiago y a Pablo; y en 1 Tim 3,16, para decir que se apareció a los ángeles. La misma palabra se emplea para decir que Moisés y Elías se “aparecieron” junto a Jesús. Las lenguas de fuego también “aparecieron” sobre los apóstoles en Pentecostés. Es claro que no tiene el sentido que hoy le damos a aparecerse.

En los relatos más tardíos, se tiende a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mateo se duda que sea el Cristo; en Lc y Jn se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: confundir lo real con lo que se puede constatar por los sentidos.

En Lucas todas las apariciones, y la subida al cielo, tienen lugar en el mismo día. En el episodio que leemos hoy, Jesús aparece ‘a los once y a todos los demás’, de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la comunidad, cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio.

Llenos de miedo. No tiene mucha lógica. Los discípulos ya conocían el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que fue difícil comprender que la Vida puede vencer a la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Juan, los discípulos tienen miedo de los judíos; en Lucas, tienen miedo del mismo Jesús.

Creían ver un fantasma. Los textos se empeñan en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerle. Incluso Magdalena, que le quería con locura, pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir estas acotaciones? Era Jesús, pero no era él. En relato de hoy se dice: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos.

Mirad mis manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz; y de que ese Jesús que se deja ver ahora, es el mismo que crucificaron. Una vez más se insiste en la materialidad, para demostrar que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el común sentir de todos ellos. Esto da plena garantía de autenticidad a lo que nos quieren trasmitir, aunque al envolverlo en un relato, tenemos el peligro de quedarnos en el envoltorio. No les importa la falta de lógica del relato.

¿Tenéis ahí algo que comer? Dice un adagio latino: quod satis probatur nihil probatur. Lo que prueba demasiado no prueba nada. Si el cuerpo de Jesús seguía desarrollando las funciones vitales, necesitaría seguir comiendo y respirando etc. Sería un absurdo completo y no tiene ninguna posibilidad de que fuese real. Lo que intenta es decirnos lo difícil que fue para ellos aceptar que había una Vida después de la muerte. El afán por demostrar lo indemostrable les lleva a estas incongruencias y meteduras de pata.

Así estaba escrito. Lucas insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y reivindica al humillado. Los primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para interpretar su figura. Al insistir en que la Escrituras se tienen que cumplir, nos está diciendo que todo está bajo el control de Dios.

Mientras estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que tenemos que advertir para no caer en la trampa de una interpretación material. Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús.

También el encargo de predicar se apoya en la Escritura. La buena nueva es la conversión y el perdón. Si pecado es toda opresión, el dejarse matar antes que oprimir a nadie, es la señal de que el pecado está superado. La buena noticia de Jesús es que Dios es amor. Su experiencia del Abba nos tiene que tranquilizar a todos. En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que debemos manifestar ese amor de Dios. “arrepentíos y convertíos para que se perdonen los pecados”; y Juan: “Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él”.

Para terminar, recordar la última diferencia notable entre Lc y Jn. En Jn exhala su aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lc les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu ni tiene que mandarlo ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad Espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser.

Meditación

Jesús se hace presente en medio de la comunidad.
Ésta es la realidad pascual vivida por los primeros seguidores.
Ésta es la realidad que tememos que vivir hoy.
Somos nosotros los que tenemos que hacerle presente.
Eso solo es posible a través del amor manifestado.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Preñados de silencio.

Domingo, 18 de abril de 2021
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TomasApostol1“Solo desde dentro, desde la mirada de corazones que ven con ojos nuevos, podrán vislumbrar las respuestas sabias que necesitamos encontrar en estos momentos de incertidumbres personales y sociales” (Manuel Gª Hernández)

Domingo III de Pascua

Lc 24, 35-48

-Yo os envío lo que el Padre prometió. Por eso quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerza

Se cuenta que en una cena con Karl Jung, Einstein le habló de una asombrosa cantidad de energía en el átomo. Sugerencia que llevó al psiquiatra a preguntarse si no podría haber una energía equivalente oculta dentro del psiquismo humano. La ciencia nos lo ha confirmado. La fuente está en el interior de cada uno, conectada por canales ocultos con las de los restante seres del universo. Fuentes de agua viva que jamás apagarán la sed del conocimiento de Dios definitivamente.

Jesús nos prometió la fuerza del Padre y, como exigencia, quedarse en la ciudad unidos a los demás discípulos para adquirirla. Porque la unión no solo hace, sino que da la fuerza. Únicamente en ese “quedarse” podemos llegar a descubrir, como apunta Pablo D’Ors en su Biografía del silencio, que los peces de colores que hay en el fondo de ese océano que es la conciencia, esa flora y fauna interiores, solo pueden distinguirse cuando el mar está en calma, y no durante el oleaje y la tempestad de las experiencias.

Jean Sibelius debió pensar también en ello cuando compuso Finlandia. Un poema sinfónico escrito para arrancar silencios y bullicios en las cuerdas y los metales del alma. La música navega rumbo a sí mismo hasta alcanzar su centro, en plenitud de sonido en sus cascadas, en saciedad de luz y de color en sus lagos y cielo. Embarazada de silencio, sueña entonces con dejar la ciudad y salir a fecundar las demás tierras, con la fuerza que el Padre legó en herencia para todos.

En la Plaza Narinkka de Helsinki se ha construido una Capilla del Silencio, en cuyo interior reina en atmósfera mística –como en el Poema de Sibelius- una calma contemplativa, capaz de abrir a nuevas experiencias espirituales de alma y cuerpo. Finlandia es un país donde el silencio es Dios al que se reverencia y ora. El propósito de los constructores ha sido edificar una iglesia donde se huye de religiones pero se conserva el valor de la paz y el silencio.

Todo en el interior invita a la reflexión y la meditación, a la creación de vínculos con la comunidad de vecinos, a no desentonar con el ritmo de vida del entorno, a que la gente empiece a responsabilizarse y a tomar conciencia de lo importante que es conservar y buscar la belleza de la vida”, como comenta el el pastor Tarja Jalli, director ejecutivo de la Capilla. El destacado filósofo Soren Kierkegaard, también nórdico, dijo:

Todo se alcanza calladamente
y se diviniza con el silencio

En su obra Ensayo sobre la vida espiritual (Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 1915) el teólogo granadino Manuel Gª Hernández nos recuerda que “Solo desde dentro, desde la mirada de corazones que ven con ojos nuevos, podrán vislumbrar las respuestas sabias que necesitamos encontrar en estos momentos de incertidumbres personales y sociales”.

UN DIOS PERDIDO EN EL MISTERIO

Deja, Señor, Fuente de Vida,
que apague en Ti
la ardiente sed que de Ti tengo.
Más…cómo, dónde y cuándo, no lo sé.

¿De quién podré saberlo?

Lo pregunté a la mar,
al Everest, al cielo.

Todos me contestaron
con un ambiguo gesto:
Se encogieron de hombros…
y se fueron.

Lo son ellos. Pero Tú, Señor, eres
mi mayor desconcierto.

¿Por qué presumes tanto de ser Fuente,
para perderte luego en el misterio?

(SOLILOQUIOS, Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¡Mirad mis manos y mis pies!

Domingo, 18 de abril de 2021
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laaLucas 24, 35-48

Las lecturas del tiempo pascual nos ofrecen el testimonio de muchos hombres y mujeres que experimentaron, de diferentes formas, que Jesús estaba vivo. A partir de esa experiencia, pudieron ayudar a muchas otras personas con su testimonio. Eran testigos y se convirtieron también en maestr@s de espiritualidad.

El evangelio de hoy no es una secuencia de una película, es un camino para que aprendamos a ser testigos hoy y demos testimonio con valentía (y, a ser posible, con salero). Por eso, podemos comenzar preguntándonos: ¿cómo y cuándo nos encontramos con Jesús resucitado, personalmente y en comunidad? ¿Cómo transforma esta experiencia nuestra vida?

Cuando unas mujeres tuvieron esta experiencia, los apóstoles se sobresaltaron (se descolocaron, diríamos hoy). ¿También se burlarían de ellas, porque sus palabras “les parecieron un delirio”?

La catequesis de Emaús nos invita a tomar conciencia de que otras personas experimentaron que ni la cruz, ni el fracaso, tenían la última palabra. La Vida se abría paso al partir el pan. Cualquier cena podía reavivar el fuego y hacer que volviera a arder su corazón, siempre que fueran capaces de descubrir a Jesús en esa cena-Eucaristía.

En el texto de hoy, el resucitado se hace presente como portador de paz. Pero el grupo no puede reconocerlo porque sus mentes están llenas de miedo. Y donde está presente el miedo, no cabe la fe, a menos que el miedo se rinda y deje el espacio libre.

Confunden a Jesús con un fantasma. ¿Con qué o con quién lo confundo yo? ¿Con una varita mágica que me concederá lo que le pido, si me pongo cansina? ¿Con un juez que me juzgará el último día? ¿Con un economista que lleva cuenta exacta de todo lo bueno y malo que hago? ¿Con un ser “de quita y pon”, al que recurro solo en momentos de necesidad y olvido a diario, porque gestiono bien la vida sin su presencia?

¿Con qué “disfraz” he colocado a Jesús en la hornacina de mi vida, en lugar de dejarme transformar por el Viviente?

¿Qué ocurre en nuestras parroquias y comunidades? Si viene alguien de fuera ¿qué percibe? ¿Nos relacionamos con un pastor amable y dulce que no nos pide gestos de conversión y al que contentamos con ritos y más ritos? ¿Con un revolucionario que solo nos invita a luchar, aunque perdamos la caridad en el intento? ¿Hacia dónde caminan nuestras comunidades y cómo vivimos la experiencia de que nos convoca Jesús resucitado?

Jesús les invita a palparle. Preciosa catequesis que nos anima a perder el miedo y tener con Jesús un encuentro “cuerpo a cuerpo”, en lugar de que nuestra mente o “la doctrina” nos hablen de Él. Como Jacob, luchemos hasta rendirnos, hasta quedar “tocad@s”. ¿A qué tenemos miedo?

Quienes se acercaban a las primeras comunidades tenían dificultades para reconocer al Viviente tras el cuerpo de un crucificado. En los diferentes textos de las apariciones nos dicen que el reconocimiento de Cristo, fue lento y costoso.

Lucas tiene la difícil tarea de explicar que el resucitado y Jesús de Nazaret son la misma persona. Y lo hace con las claves literarias de su tiempo. Para nosotros es impensable que Jesús, resucitado, masticara el pescado para demostrar que estaba vivo. Pero, de este modo, las comunidades podían recordar las comidas en las que Jesús se había hecho presente y abrirse a una realidad nueva, que estaba más allá de lo que percibían por los sentidos.

Ni entonces, ni ahora, es fácil abrirnos a esa realidad; la Historia de la Iglesia nos muestra que muchos hombres y mujeres han traspasado ese umbral a través del servicio a las personas más pobres.

Dar de comer al hambriento y de beber al sediento no solo beneficia a quien lo recibe, sino que es un camino seguro para reconocer a Jesús, vivo, en cada persona.

Este encuentro con Jesús también nos abre el entendimiento y nos ayuda a comprender las Escrituras desde otra perspectiva.

Sin ese encuentro, podemos pasar toda nuestra vida estudiando la Palabra como quien disecciona un cadáver. Seremos capaces de explicar cada versículo, sin habernos dejado encontrar por el Viviente. Podemos estudiar teología y vivir como si no hubiera resurrección. Podemos organizar las comunidades eclesiales como si fueran la mejor ONG.

Entonces… ¿de qué y de quien damos testimonio?

¿Dónde es urgente dar testimonio del Viviente hoy y ayudar a la gente a palparle?

Marifé Ramos

(http://www.mariferamos.com/)

Fuente Fe Adulta

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Miedo y Paz

Domingo, 18 de abril de 2021
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Bulgaria.6Domingo III de Pascua

18 abril 2021

Lc 24, 35-48

 

En principio, el miedo es un componente de nuestro propio sistema biológico. Constituye una señal que nos alerta de algún peligro o amenaza, con lo cual nos predispone para hacerle frente, a través de los conocidos mecanismos de huida, ataque o congelación.

 Sin embargo, todo se complica por dos motivos: por un lado, porque el cerebro no distingue las amenazas reales de las imaginarias; por otro, porque la mente pensante es una fábrica incesante de pensamientos, preocupaciones y, en no pocos casos, de peligros que únicamente existen en ella.

 Más allá de aquellos factores que, fruto de la propia psicobiografía, son la causa del miedo mental, podría decirse que el miedo es hijo de la ignorancia, de la misma manera que la paz es hija de la comprensión.

 La ignorancia es desconocimiento de nuestra verdadera identidad y, en la misma medida, creencia de estar separados de la vida. O por decirlo brevemente: ignorancia es sinónimo de consciencia de separatividad. A partir de esta creencia, el miedo es tan inevitable como imposible de superar.

 La comprensión nos hace salir de aquella ignorancia mental al reconocer que somos uno con la vida. Más allá de la “apariencia” del yo, somos Aquello que está “detrás” de él, lo que es consciente de él y de las formas que lo acompañan. La comprensión de lo que somos es fuente de paz: lo que somos es uno con todo lo que es y se halla siempre a salvo. Nuestra peripecia existencial podrá atravesar circunstancias de todo tipo, pero lo que somos se halla siempre a salvo. Quien sabe que es vida ha encontrado la fuente de la paz.

¿Qué ocupa más espacio en mí: el miedo o la paz?

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Todos somos discípulos de Emaús

Domingo, 18 de abril de 2021
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apasc03bnk02Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Los dos de Emaús.

         El texto del evangelio de hoy es el final del relato de los dos de Emaús.

Nos encontramos -una vez más- con una escena postpascual que ya nos es familiar: los Apóstoles reunidos comentando los sucesos de los últimos días. Los dos discípulos se marchan de Jerusalén tras el trágico fracaso de Jesús el Viernes en el Calvario, pero el encuentro con el Señor, los “ha devuelto” al grupo.

En cierto sentido todos somos discípulos de Emaús. Nosotros esperábamos, le dicen a Jesús los dos caminantes.

         La pandemia con sus confinamientos también está haciendo mella en la psicología humana, mina la esperanza y pueden inducir a situaciones de hundimiento psicológico, a acedia, tal vez de depresión, etc.

Por otra parte, también “nosotros esperábamos” muchas cosas y logros en la vida. En la esfera personal,-familiar esperábamos dar más de lo que hemos dado de sí, esperábamos más de los hijos. Esperábamos que, al salir de la dictadura, en la democracia la sociedad fuesen mejor, pero vamos de decepción en decepción. Pensábamos y esperábamos que el Concilio siguiera adelante con su gran tarea, pero en este ámbito eclesiástico se vienen produciendo tantos recortes y tan frustrantes como en el económico.

Nosotros también esperábamos, pero hace ya tres días o treinta años o toda la vida que caminamos con la frustración a cuestas.

  1. Iban caminando y hablando.

         Los dos de Emaús iban caminando …   Lo propio del ser humano es caminar, pensar y hablar.

         En estos textos de resurrección aparece con frecuencia que los discípulos recuerdan, hablan, no han olvidado todo lo vivido con Jesús. Se van de Jerusalén porque el “asunto Jesús” había terminado de mala manera, pero no pierden la memoria, siguen hablando, recordando, evocando.

Al mismo tiempo, cuando Cristo se incorpora en el camino a su vida (y a la nuestra), afloran cuestiones y problemas y también afloran horizontes, les explica las Escrituras, el Señor resucitado les abre la mente parta comprender, etc.

         La parte final del texto que hemos escuchado hoy, repite la idea de hablar, conversar: la Palabra, las Escrituras:

  • o Los creyentes estaban hablando, discutiendo.
  • o Jesús les dice, les explica las Escrituras, la Palabra

La palabra, el diálogo son algo específicamente humano. Nos hacen conservar la memoria, nuestra memoria histórica, nuestra cultura, nuestra fe. Si el asunto Jesús no se ha perdido es por la fe en la Palabra, por el testimonio de los cuatro evangelios, el Nuevo Testamento, por la Palabra que nos transmitió la familia, la catequesis en la Parroquia, las homilías (la palabra homilía significa: conversación) que hemos tenido en nuestra vida.

La palabra es memoria, creatividad y futuro.

         La lectura de la Palabra, la conversación con quien merece mi confianza, el diálogo en la comunidad eclesial, en política, en los ámbitos de amistad y quizás familiares, la Palabra es recordar, proyectar, crear, compartir, perdonar, abrir caminos hacia la vida.

  1. ¿Lo propio de la postmodernidad es no hablar y ocultar?

         No es lo mismo información que formación

         Utilicemos la “misma expresión”: información y formación. Hoy en día vivimos sobre-informados, lo que ya no sé es si estamos formados, construidos. Disponemos de infinidad de datos informativos por los diversos medios: internet, móvil, medios de comunicación, lo que ya no sé es si nos enteramos de los problemas, de la vida, de la muerte. Vivimos en un folklore y un maremagnum de datos, estadísticas, encuestas, opiniones, wasaps, videos, pero sin tocar el fondo de la vida.

         La pandemia en la que estamos insertos es un buen ejemplo. Vivimos en un vértigo de opiniones sobre vacunas, confinamientos, intereses, pero ¿alguien se plantea el problema de la enfermedad y de la muerte como problema humano, humanista?

         Hoy en día vivimos no en la Palabra, sino en la superficialidad informática, en las corrientes de la moda, del “opinionismo” como dogma de fe.

         Por otra parte, y es más grave, quizás lo propio de la postmodernidad en que vivimos es no hablar, no plantear las grandes cuestiones de la vida, no permitir que afloren las cuestiones de la vida.

Quizás por ello, tal vez, la actitud y solución que tenemos ante los grandes problemas de la persona humana es la anestesia. Ante el sentido de la vida, ante la muerte, el tratamiento lo más que se nos ocurre es la sedación, el ocultar, maquillar las cuestiones.

En la escuela (ámbitos intelectuales) no se puede pensar, ni se permite que afloren las grandes cuestiones de la vida. Es preferible el ordenador a la filosofía, a los problemas de la ética, de la muerte, de la esperanza, etc.

         En ciertos momentos y ante ciertas crisis habrá que sedar el dolor, pero la solución a la cuestión del sentido de la vida y a la angustia no está, al menos no está solamente en la farmacia, ni en la ciencia, sino en la Palabra, en el Logos (pensemos en la logoterapia), en la esperanza. El problema de la muerte no se soluciona con una “muerte dulce”. La muerte no se soluciona con la eutanasia, sino con el horizonte que pueda tener la muerte, con una Palabra sensata de esperanza y resurrección. La salida al problema de la culpabilidad no está, al menos no está únicamente, en la psicología, sino en la gracia, en el perdón.

  1. profundidad de la palabra.

Profundo es lo opuesto a lo superficial. Hay personas que viven siempre en la cresta de la ola, en la moda, en lo que se dice, en una inmensa superficialidad, añadiendo capas y más capas de superficialidad a la vida. Lo más profundo que tienen es la camisa, la sotana o el uniforme que llevan o el chisme del “Hola” o del hábitat eclesiástico o político.

Hay personas que viven entre cosas serias y profundas y son unos perfectos superficiales. Por contraposición, gentes sencillas, rurales, amas de casa y obreros viven la existencia en profundidad.

Lo opuesto a la superficialidad es la profundidad como actitud vital y camino espiritual. Decía Paul Tillich, teólogo alemán de mediados del siglo XX:

El nombre de esta profundidad infinita e inagotable y el fondo de todo ser es Dios. Esta profundidad es lo que significa la palabra Dios. Y si esta palabra carece de suficiente significación para vosotros, traducidla y hablad entonces de las profundidades de vuestra vida, de la fuente de vuestro ser, de vuestro interés último, de lo que os tomáis seriamente, sin reserva alguna. Para lograrlo, quizá tendréis que olvidar todo lo que de tradicional hayáis aprendido acerca de Dios, quizás incluso esta misma palabra. Pero si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o incrédulos. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudierais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. Quien sabe algo acerca de la profundidad, sabe algo acerca de Dios.[1] La verdad es profunda y no superficial; el sufrimiento es profundidad,[2]

La Palabra, el diálogo no son charlatanería, una mera expectoración de vocablos, sino que toda palabra ha de llevar una dosis de contenido, que hemos de saber apreciar. La palabra es como una semilla y esperemos que sea de trigo, no de cizaña.

         Dice Isaías:

Como la lluvia y la nieve bajan del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, y producen la semilla para sembrar y el pan para comer, así también la palabra que sale de mis labios no vuelve a mí sin producir efecto. (Isaías 55, 10-11)

  1. ¿tenéis algo de comer? Vamos a comer.

         El relato de los dos de Emaús es la Eucaristía: la Mesa de la palabra y del Pan de Vida.

La comida es el lugar de encuentro, de amistad, de amor (bodas), de conversación, de fiesta familiar o popular, de amistad o de compartir sufrimiento (muerte).

         En el fondo todo eso es la Eucaristía y la mesa de la vida: reunirse, conversar, recordar, encontrarse, comer. En la tradición de la Iglesia se hablaba de la Eucaristía como con dos alimentos: la Palabra y el Pan de Vida.

Todos estos aspectos son muy importantes en nuestra vida personal, familiar, en el momento de nuestro pueblo.

La vida se compone de elementos muy sencillos, pero profundos, y creer en esta sencillez es creer en el Señor Resucitado. Una limosna, un poco de pan, cuidar la “herida” de un enfermo, saber escuchar son pequeños sacramentos de la Resurrección y de la vida.

[1] TILLICH, P. Se conmueven los cimientos de la tierra, 95.

[2] TILLICH, P. Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 90.

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“Testigos de la Luz”. 3 Domingo de Adviento – B (Juan 1,6-8.19-28)

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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Es curioso cómo presenta el cuarto evangelio la figura del Bautista. Es un «hombre», sin más calificativos ni precisiones. Nada se nos dice de su origen o condición social. Él mismo sabe que no es importante. No es el Mesías, no es Elías, ni siquiera es el Profeta que todos están esperando. Solo se ve a sí mismo como «la voz que grita en el desierto: Allanad el camino al Señor». Sin embargo, Dios lo envía como «testigo de la luz», capaz de despertar la fe de todos. Una persona que puede contagiar luz y vida. ¿Qué es ser testigo de la luz?

El testigo es como Juan. No se da importancia. No busca ser original ni llamar la atención. No trata de impactar a nadie. Sencillamente vive su vida de manera convencida. Se le ve que Dios ilumina su vida. Lo irradia en su manera de vivir y de creer.

El testigo de la luz no habla mucho, pero es una voz. Vive algo inconfundible. Comunica lo que a él le hace vivir. No dice cosas sobre Dios, pero contagia «algo». No enseña doctrina religiosa, pero invita a creer. La vida del testigo atrae y despierta interés. No culpabiliza a nadie. No condena. Contagia confianza en Dios, libera de miedos. Abre siempre caminos. Es como el Bautista, «allana el camino al Señor».

El testigo se siente débil y limitado. Muchas veces comprueba que su fe no encuentra apoyo ni eco social. Incluso se ve rodeado de indiferencia o rechazo. Pero el testigo de Dios no juzga a nadie. No ve a los demás como adversarios que hay que combatir o convencer: Dios sabe cómo encontrarse con cada uno de sus hijos e hijas.

Se dice que el mundo actual se está convirtiendo en un «desierto», pero el testigo nos revela que algo sabe de Dios y del amor, algo sabe de la «fuente» y de cómo se calma la sed de felicidad que hay en el ser humano. La vida está llena de pequeños testigos. Son creyentes sencillos, humildes, conocidos solo en su entorno. Personas entrañablemente buenas. Viven desde la verdad y el amor. Ellos nos «allanan el camino» hacia Dios. Son lo mejor que tenemos en la Iglesia.

José Antonio Pagola

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“En medio de vosotros hay uno que no conocéis.”. Domingo 13 de diciembre de 2020. Domingo 3º de Adviento

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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03advientoB3cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 61,1-2a.10-11: Desbordo de gozo con el Señor.
Interleccional: Lucas 1,46-54: Me alegro con mi Dios.
1Tesalonicenses 5,16-24: Que vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado hasta la venida del Señor.
Juan 1,6-8.19-28: En medio de vosotros hay uno que no conocéis.

 El profeta Isaías invita a todo el pueblo que retorna del destierro, y que ha visto que las promesas con que esperaban encontrar su tierra no son tan ciertas; lo invita a la esperanza. La acción de Dios es efectiva y eficaz. La Jerusalén que ahora ven arruinada, será en un futuro centro de peregrinaciones y a la que acudirán todas las naciones de la tierra. Es una realidad muy dura de pobreza, de tristeza y de cautiverio. Por eso, la vocación del profeta esta dirigida hacia esas personas. Se siente capacitado por Dios para el anuncio de «buenas noticias» de esperanza a los marginados del país. Las cosas están difíciles pero podemos salir adelante, Dios no nos abandona, parece decir el profeta. Aunque haya dificultades al regreso el Señor ha revestido al pueblo de ropas de salvación, le ha retornado el don de la tierra, y así como está hace germinar los frutos, quien hace germinar la justicia y la alabanza es el Señor.

El salmo recoge hoy la oración de María cuando visita a Isabel, que la tradición llama Magnificat. La oración esta basada en el cántico de Ana que encontramos en el 1Sam 2, 1-10. Se centra en dos grandes temas, por una parte los pobres y humildes son socorridos en detrimento de los poderosos, y por otra, el hecho de que Israel es objeto del favor de Dios desde la promesa hecha a Abraham (Gn 15,1; 17,1). María canta la grandeza de Dios salvador que se ha fijado en los humildes, especialmente en la pequeñez de María, y nos muestra que la lógica de Dios no siempre coincide con la lógica e los poderosos. Precisamente ha hecho una promesa con un pueblo pequeño cumpliendo la promesa de Abraham, se ha fijado en la humildad y pequeñez de María, ha derribado del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. La lógica de Dios pasa por el reconocimiento de los más pequeños como sujetos preferenciales de su acción. En eso consiste ser creyente. Esta es la palabra profética que la tradición pone en boca de María.

En la segunda lectura vemos como el apóstol Pablo invita a la comunidad de Tesalónica a la fidelidad. La vida de la comunidad tenía algunas dificultades: problemas con los animadores de la comunidad, peleas, desánimo, falta de fe, fornicación. Es una comunidad que se ha convertido del paganismo al cristianismo (1,9) y que ha dejado los ídolos, sus dioses, para seguir al Dios verdadero, pero que le cuesta desprenderse del todo de sus tradiciones antiguas, de su legado cultural. Parece que la exigencia de la vida de comunidad no le era satisfactoria a muchos que se sentían desilusionados. Es por esto que Pablo les llama la atención; reconoce que ha sido una comunidad que se ha esforzado por seguir a Jesús, que posee el Espíritu del Resucitado, pero que aún puede dar más. Les llama a estar alegres, a orar constantemente, a no dejarse desanimar. No se trata de rechazar todo lo que les viene de fuera y que les impide la vida de comunidad, se trata de examinar todo y quedarse con lo bueno. Les llama a fidelidad y a continuar en el camino que han emprendido. No hay que dejarse desanimar por los problemas, que siempre habrán, se trata de ser fieles al camino emprendido y vivirlo con alegría pues estamos convencidos que es el mejor camino a la felicidad.

El evangelio de Juan no presenta el testimonio de Juan el Bautista que ahondaremos a lo largo de esta semana litúrgica. La lectura nos introduce diciendo que este es el testimonio de Juan y luego nos cuenta que de Jerusalén los dirigentes judíos enviaron delegados para preguntarle si era el Mesías o Elías que precedería a la llegada del Mesías. La respuesta de Juan es ambigua. Si bien no se reconoce como Mesías tampoco se reconoce como Elías que ha de venir; sin embargo, sí se reconoce como la voz que clama en el desierto, que prepara la venida del Mesías. La respuesta genera una pregunta lógica en los emisarios judíos: si no eres, entonces ¿por qué bautizas? Su respuesta es parecida a la primera, el bautismo de agua es un bautismo purificador, si se quiere externo, pero quien vendrá traerá un bautismo que purificará a todo el ser humano y ante el cual el bautismo de Juan es solo anticipo. Es claro que la figura de Juan el Bautista tiene gran importancia para las primeras generaciones cristianas. Además de homologarlo con el profeta Elías, muchos de los seguidores de Juan pertenecieron a las primeras comunidades cristianas. Por otro lado, fue crítico ante el poder dominante de los romanos y de Herodes, lo que le llevó a la muerte. Fue un hombre que supo entregarse a su misión y que supo ver en el futuro que se avecinaba, los tiempos esperados. Leer más…

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13.12.20 Dom 3º Adviento, ciclo B. Adviento de Isaías Adviento: Buena noticia a los pobres, amnistía a los cautivos, a los prisioneros libertad

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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 50884505-5C2E-4CFD-B603-3C37DA6D6CA2Del blog de Xabier Pikaza:

Con Juan Bautista y María de Nazaret, destaca en Adviento Isaías, profeta de la alegría y compromiso de Dios, condensado en estos tres elementos:   (a) Anunciar la buena noticia a los pobres. (c) Ofrecer la amnistía a los cautivos/encarcelados. (d) Liberar a los prisioneros.  

Jesús ha sido “heredero” y cumplidor de ese mensaje de Adviento (cf. 4, 17-18), aunque muchos  cristianos lo olviden, queriendo que los encarcelados “paguen” sus culpas y los prisioneros cumplan la condena.

No es fácil cumplir ese mensaje de Isaías y Jesús (¡nadie lo ha dicho que lo sea, va a contracorriente de muchos programas de seguridad del mundo y de la Iglesia!), pero sin querer cumplirlo  será imposible hablar de Adviento, aunque tengamos muchas luces en las calles y programas de liturgia sagrada en las iglesias.  

12.12.2020 | X. Pikaza

Isaías  Is 61, 1-2a.10-11.

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.

Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

2º. Isaías 2 (Is 40−55). El evangelista de los pobres.

  Éste es el mensaje clave del Adviento del 2º Isaías, lo que dice en nombre de Dios a su Siervo, al nuevo Moisés o Mesías, que será liberador de cautivos y presos, como he puesto de relieve en un libro titulado Dios preso:

   Yo, Yahvé, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano y te he guardaré y te he constituido alianza del pueblo y luz para las naciones. Para que abras los ojos a los ciegos y saques de la cárcel   a los presos y de la prisión   a los que moran en las tinieblas (Is 42, 6-7).

Isaías interpreta el “cautiverio” u opresion de los judíos como una cárcel donde los israelitas se encuentran encerrados y atrapados (presos), sin poder desplegarse en libertad. El primer mal del hombres es la falta de libertad. Lógicamente, la primera tarea del Siervo, delegado de Dios en el lugar del cautiverio, será abrir los ojos de los ciegos (que conozcan su opresión)  y sacar a los cautivos de las cárceles, en gesto de educación personal (abrir los ojos) y trasformación social para que así puedan ver y conocerse, de manera que desplieguen su vida en libertad, siendo ellos mismos, sin que nadie les impida realizarse.

Este es el mensaje profético fundante, la utopía social del Segundo Isaías, que entiende y promueve la vida de los hombres y mujeres de su pueblo como marcha que lleva, a través del gran desierto de la vida actual, hacia el futuro de la libertad. Por eso ha destacado la experiencia del camino. Puede quedar lejos la meta, siempre buscada, nunca conseguida. Pero a los pobres y cautivos se les debe ofrecer, se les ofrece, la experiencia y tarea de un camino de liberación, que se proyecta y busca, como utopía real que se va construyendo con palabras y compromisos de esperanza. El profeta no tiene dinero, ni ejército, ni medios políticos; pero tiene algo que es mucho más grande: la palabra creadora de vida y esperanza. Tiene la ayuda de Dios, de quien viene a presentarse como siervo, para anunciar y promover el gran Mensaje de la libertad: Así dice Yahvé, el que me constituyó Siervo suyo

  • Te he guardado y constituido alianza del pueblo:
  • para restaurar la tierra, para repartir heredades asoladas,
  • para decir a los presos : Salid,
  • a los que están en tinieblas: Venid a la luz… (Is 49, 5, 12).

 De nuevo se identifican los presos/cautivos con aquellos que viven en tiniebla, pues no pueden contemplar la luz de Dios, la verdadera humanidad. El profeta, enviado mesiánico, realiza la función de Siervo, como ministro de la Liberación, para establecer la alianza de los hombres y mujeres con Dios, para repartir las heredades, abriendo así un camino de liberación, en la línea del gran Jubileo, al que ya nos hemos referido.

Tercer Isaías: año de gracia del Señor, año de venganza…[1].

Las tradiciones anteriores del libro de Isaías culminan en el conjunto de poemas y oráculos recogidos en Is 56-66, atribuidos a un profeta que suele llamarse el Tercer Isaías, que vivió en los años de restauración (tras el 539 a. de C.). Los nuevos israelitas que han vuelto a Sión, en la región de Judea, corren el riesgo de caer en un tipo antiguo de idolatría o de perderse en un nuevo ritualismo, con ayunos externos, pero oprimiendo y encarcelando a los pobres. Así les interpela el profeta.  Este ayuno quiero:

  • (Liberación): Abrir las prisiones injustas hacer saltar los cerrojos de los cepos dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; (Solidaridad) Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne (a tu prójimo).
  • (Salvación) Entonces romperá tu luz como aurora, en seguida te brotará la carne sana… Cuando destierres de ti los cepos… cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente brillará tu luz en las tinieblas… (Is 58, 6-10).

 La voluntad de Dios, que el profeta presenta como verdadero ayuno, se despliega en una serie de gestos que vienen a expresarse como un estallido de luz, es decir, como plenitud de vida (saciedad, abundancia) para el pueblo. Esta es la revelación de Dios, esta la señal de su presencia. Pues bien, entre ese cumplimiento de la voluntad de Dios (ayuno) y esa salvación y saciedad (luz), se eleva la exigencia de una justicia interhumana que se expresa en dos temas fundamentales: liberaciónde los encarcelados y solidaridad con los pobres.

Esos dos temas resultan inseparables: la liberación de los encarcelados se encuentra internamente vinculada a la actitud de acogida y solidaridad con los pobres, tanto en sentido material (hambrientos) como social (desnudos). De esta manera, desde unas circunstancias religiosas y sociales muy concretas, este profeta ha ofrecido un programa integral de justicia interhumana:

(a) Plano de liberación. El problema básico es la prisión, entendida ya desde el mismo pueblo, como realidad intra-israelita (no hay opresores externos, babilonios o personas; los que oprimen y encarcelan a los pobres de Israel son otros israelitas, que apelan para ello a la ley. Parece que ha empezado a extenderse en el pueblo un sistema de seguridad económica y social que desemboca en el encarcelamiento de aquellos que no pueden pagar sus deudas. Este sistema divide a la población y destruye la solidaridad. Por eso, frente a todas las posibles exigencias de justicia, entendidas en línea de imposición, eleva el profeta la más alta urgencia de la libertad de Dios, que quiere romper los “cepos” (lazos, yugos) que la sociedad establecida emplea para someter a los deudores o indefensos. Conforme a su visión, una sociedad fundada en la opresión de los débiles resulta contraria al culto religioso (al ayuno verdadero), de manera que en ella Dios no puede revelarse.

(b) Plano de solidaridad. No tiene sentido el rechazo de ese sistema de seguridad (que el mundo occidental ha vinculado al orden carcelario) si es que no se expande una cultura de acogida, tanto en plano económico (dar de comer) como social (hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo). La desnudez no significa aquí sólo (ni sobre todo) falta de vestido, sino un tipo de marginación social, que se expresa en la forma distinta de vestir. En realidad (como veremos en Mt 25, 31-46) desnudez y falta de casa o dignidad (seguridad) se identifican. En este contexto resulta fundamental la última frase: y no cerrarte a tu propia carne. Eso significa que el prójimo necesitado (hambriento, desnudo, sin casa) no es un extraño, sino que constituye tu propia basar(r>f’B.), tu propia realidad o carne. Cada uno vive, según esto, en la vida de los otros[2]. Leer más…

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“Preparación a la Navidad en tres actos”. Domingo 3º de Adviento. Ciclo B.

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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10439347_671801269570491_4602481636228923258_nFotograma de “Salomé el Musical”

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La liturgia del tercer domingo de Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad, pretende ser una clara invitación a la alegría. El protagonista de la primera lectura afirma: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”; san Pablo pide a los tesalonicenses “estad siempre alegres”. Juan Bautista es demasiado serio para hablar de alegría, pero da testimonio de la luz que inundará el mundo, y eso también es motivo de gozo. Aparte de este dato común, la mejor forma de entender las lecturas es imaginarnos espectadores de una obra de teatro en tres actos.

Acto primero

Cuando se descorre el telón se ve un personaje de pie en el centro del escenario, rodeado de una multitud sentada en el suelo, pobremente vestida. Son antiguos desterrados en Babilonia, actuales oprimidos por el imperio persa. La escena está en penumbra, transmitiendo al espectador una sensación de agobiante tristeza; sólo un foco ilumina el rostro del protagonista. Mira en silencio, durante largo rato, a la multitud que le rodea. Finalmente, abre la boca y dice algo inaudito: “El Espíritu del Señor está sobre mí”. Suena a blasfemia. El Espíritu del Señor hace siglos que no se posa sobre nadie. Eso dicen algunos sabios: que el Espíritu se retiró después de la destrucción del templo de Jerusalén. Pero el personaje parece muy seguro de lo que dice. Y les habla de la misión que llevará a cabo movido por el Espíritu: “daros una buena noticia a vosotros que sufrís, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, proclamar el año de gracia del Señor”.

Poco a poco, la luz que iluminaba sólo el rostro aumenta de intensidad y permite ver que el protagonista, a diferencia de los demás, está vestido de gala, envuelto en un manto regio y espléndido, que refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla como un rey a su corte. Se dirige a campesinos, con el lenguaje que pueden entender: “Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los cantos de alegría ante todos los pueblos.”

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.  Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos. (Lectura del libro de Isaías 61, 1-2a. 10-11)

Acto segundo

En el centro del escenario un muchacho de unos veinte años sentado a una mesa y escribiendo. Pablo camina por la habitación mientras dicta.

̶  “Guardaos de toda forma de maldad.

̶  No sigas. (Lo interrumpe el muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van siete consejos.

Pablo lo mira extrañado.

̶  ¿Los has ido contando?

̶  Claro. Los seis anteriores han sido: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el don de profecía. Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.” Ahora basta con que los encomiendes a Dios y les asegures su protección.

̶  ¿Cuál de esos consejos te viene mejor?

El muchacho se queda releyendo los consejos y pensando mientras cae el telón.

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la Paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas. 

Acto tercero

Escena a orilla del río Jordán. En el centro Juan Bautista, rodeado de un grupo de sacerdotes y levitas. Las noticias que han llegado a Jerusalén son alarmantes. Cada vez más gente acude al río, y las autoridades temen que se produzca una revuelta. ¿Quién es ese Juan? ¿Es el Mesías, el rey que los liberará del poder romano? ¿Es cierto, como dicen unos, que es el profeta Elías, que ha vuelto a la tierra? ¿O es el profeta del que habló Moisés, el que otros esperan antes del fin del mundo? ¿Qué dice él de sí mismo?

Lo asedian a preguntas, pero no consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más escuetas: “No soy el Mesías”. “No lo soy”. “No”. Al final, cansado de tanto interrogatorio, les da una clave que ellos probablemente no comprenden. “Yo sólo soy una voz que grita en el desierto. Al que deberías buscar es a uno que no conocéis, que viene detrás de mí, mucho más importante que yo.”

Los sacerdotes y levitas dan a Juan por imposible y se retiran.

Juan mira a sus discípulos y les comenta:

̶  Han venido desde Jerusalén queriendo saber quién soy yo, y no les interesa lo más mínimo saber quién es el que viene detrás de mí.

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 6-8.19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:  este venia como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:  ¿Tú quién eres?

El confesó sin reservas: Yo no soy el Mesías.

Le preguntaron: Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?

 Él dijo: No lo soy.

¿Eres tú el Profeta?

Respondió: No.

Y le dijeron: ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?

Contestó: Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, Como dijo el profeta Isaías.

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?

Juan les respondió: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Crónica del periódico

Como preparación a la Navidad se representó ayer una extraña obra en tres actos que provocó bastante desconcierto entre el público presente. En opinión de este comentarista, la clave se encuentra en el contraste entre los actos primero y tercero: el primero habla de un personaje seguro de sí mismo y de su misión; el tercero de Juan, que se empequeñece a sí mismo para poner de relieve la grandeza del que lo sigue. Y el que lo sigue es precisamente el que lo ha precedido, el protagonista del primer acto. Alguien con un mensaje de esperanza y alegría para los que sufren. Quien no esté de acuerdo con estas sutilezas deberá contentarse con poner en práctica los buenos consejos de Pablo.

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13 Diciembre, 2020. Tercer Domingo de Adviento.Domingo “Gaudete”. Ciclo B

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz.”

(Jn 1, 6-8. 19-28)

El evangelio de este domingo nos ofrece un modelo de testimonio. Juan Bautista, el enviado por Dios,  se presenta como el que señala, el que indica hacia quién debemos mirar.

Porque en lo que al evangelio se refiere se trata de anunciar y ser testigos, nunca protagonistas. Dios, en Jesús, no nos ha pedido que salvemos al mundo, ni siquiera que lo cambiemos. Lo único que nos pide es que anunciemos la Buena Noticia de su Reino.

Juan Bautista lo tiene claro, dice: Yo soy la voz. Eso mismo estamos llamados a ser todos los cristianos. Somos la voz de una Buena Noticia. Y la Buena Noticia es que Dios en Amor infinito.

Sería estupendo que lo que nos queda de Adviento fuera un tiempo para descubrir o re-descubrir la Buena Noticia de la que tenemos que ser voz, porque es bueno que la voz esté en sintonía con el mensaje, tenga la entonación y el timbre adecuados.

Nos quedan unos días para descubrir, como si fuera la primera vez, la Palabra de la que estamos llamados a ser voz. Estos días podríamos hacer algo tan sencillo como leernos de seguido uno de los evangelios, el que más nos guste y disfrutar dejando que la Palabra nos toque el corazón. Como tenemos la costumbre de leer los evangelios por fragmentos, cuando lo leemos todo seguido, como un libro, descubrimos mensajes nuevos. Y para quienes no se atrevan con todo el evangelio que tal con los dos primeros capítulos de Mateo o Lucas que nos cuentas los relatos de la Navidad. Seguro que no te defrauda.

Oración.

Santa Ruah, sé tú el aire, el impulso de nuestra voz para que no sepamos decir otra cosa que la Palabra. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Como Juan, solo somos un espejo pero que puede reflejar toda la Luz.

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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Las lecturas nos invitan a repensar nuestra condición de criaturas, limitadas, pero con posibilidades infinitas. El tono es de alegría. La verdadera alegría nace del descubrimiento de lo que somos en Dios. No solo tenemos derecho a estar alegres, sino que tenemos la obligación de ser alegres. Puede ser interesante hablar de la alegría justo en este momento que estamos rodeados de pandemia. ¿Qué alegría buscamos en esta fiesta?

El primer paso sería diferenciar el placer y el dolor de la alegría y la tristeza. El placer y el dolor son mecanismos que la evolución ha desplegado para asegurar nuestra supervivencia como individuos y como especie. Son respuestas automáticas del organismo ante lo que es bueno o perjudicial para nuestra biología. Si el contacto con el fuego no me produjera dolor, me abrasaría sin poner remedio alguno.

El placer que nos proporciona la biología no es malo. Pero las necesidades de placer no tienen límite y nunca quedan satisfechos. Debemos encontrar otro camino para desplegar una vida feliz. Esa alegría es la clave para alcanzar la felicidad que permanece en el tiempo. La alegría es un estado que debemos alimentar desde dentro. Nacerá de un verdadero conocimiento de nuestro ser y de la estructura de nuestra psicología.

Una alegría que perdure tiene que estar fundamentada en nuestro ser profundo, no en lo accidental que podemos tener hoy y perder mañana. No se puede apoyar en la riqueza, en la fama, en los honores; realidades que vienen de fuera de nosotros mismos. Pero tampoco se puede apoyar en la salud, en la belleza, en el culto al cuerpo, porque también esas realidades son efímeras y antes o después las perderemos.

Nuestra principal tarea como seres humanos es descubrir ese verdadero ser y vivir desde la perspectiva de su realidad inconmovible. Entonces nuestra alegría será completa y nuestra felicidad absoluta y duradera. El ser felices, o desgraciados, no depende de las circunstancias que nos rodean, sino de la manera como cada uno respondemos a esas influencias de lo externo y de lo interno.

Es probable que el versículo 6 fuera el principio del evangelio de JN. Muchos libros del AT comienzan así: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba…” Los otros 10 versículos son la continuación del prólogo, y nos narran una misión de los “judíos”. Da por supuesto que el lector conoce lo que el Bautista hacía en el desierto de Judea. Empieza con el interrogatorio al que le someten los enviados. Eran los responsables del orden, por tanto no tiene nada de extraño que se preocupen por lo que está haciendo.

La pregunta es simple: ¿Tú quién eres? Existían varias figuras mesiánicas. La principal era el Mesías, pero también la de un profeta escatológico (como Moisés). La de Elías que volvería. Juan atrajo mucha gente a oír su predicación y a participar en su bautismo. La pregunta quería decir: ¿Con cuál de las figuras mesiánicas te identificas? La respuesta es también sencilla: Con ninguna; No soy el Mesías ni Elías ni el Profeta. No quedan satisfechos y le exigen que defina su papel. La respuesta es también simple: Soy una voz.

Allanad el camino al Señor. Es el grito de todo profeta. Esto es lo que nos dice Jesús por activa y por pasiva. Lo que debemos tener en cuenta hoy es que “el Señor” no tiene que venir de fuera sino dejarle surgir desde dentro. Con esta salvedad, esta sugerencia sigue siendo la clave de toda religiosidad. ¿Cómo conseguirlo? Apartando de nosotros todo lo que impide esa manifestación de lo divino en nosotros, el egoísmo e individualismo.

Entonces, ¿por qué bautizas? No se identifica con ninguno de los personajes previsibles, pero se siente enviado por Dios. La pregunta lleva en sí una acusación. Es un usurpador. El hecho de bautizar estaba asociado a una de las tres figuras anteriores. Consideran su bautismo como un movimiento en contra de las instituciones. En realidad era un símbolo de liberación de las autoridades.

Yo bautizo con agua. La justificación de su bautismo es humilde. Se trata de un simple bautismo de agua. El que ha de venir bautizará en espíritu santo. Esta distinción entre dos bautismos, agua y Espíritu es típicamente cristiana, se trae a colación para dejar, una vez más, bien clara la diferencia entre la propuesta de Juan y la del cristiano.

Entre vosotros hay uno que no conocéis. El bautista habla de una presencia velada que no es fácil de descubrir. Es el recuerdo de lo que les costó conocer a Jesús. Esa dificultad permanece hoy. Incluso los que repetimos como papagayos que Jesús es Hijo de Dios, no tenemos ni idea de quién es Dios y quién es Jesús. Ni lo tenemos como referente ni significa nada en nuestras vidas. En el mejor de los casos, lo único que nos interesa es la doctrina, la moral y los ritos oficiales para alcanzar una seguridad externa.

Para entender la relación entre la figura del Bautista y Jesús, es imprescindible que nos acerquemos a la narración sin prejuicios. Para nosotros, esto no es nada fácil, porque lo que primero que hemos aprendido de Jesús es que era el Hijo de Dios, o simplemente que era Dios. Desde esta perspectiva, no podremos entender nada de lo que pasó en la vida real de Jesús. Este prejuicio distorsiona todo lo que el evangelio narra. Lucas dice que Jesús crecía en estatura, en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres.

Jesús desplegó su vida humana como cualquier otro ser humano. Como hombre, tuvo que aprender y madurar poco a poco, echando mano de todos los recursos que encontró a su paso. Fue un hombre inquieto que pasó la vida buscando, tratando de descubrir lo que era en su ser más profundo. Su experiencia personal le llevó a descubrir dónde estaba la verdadera salvación del ser humano y entró por ese camino de liberación. Si no entendemos que Jesús fue plenamente hombre es que no aceptamos la encarnación.

Es comprensible que los primeros cristianos no se sintieran nada cómodos al admitir la influencia de Juan Bautista en Jesús. Esta es la razón por la que siempre que hablan de él los evangelios, hacen referencia al precursor, que no tiene valor por sí mismo, sino en virtud de la persona que anuncia. A pesar de ellos, tenemos muchos datos interesantes sobre Juan Bautista. Incluso de fuentes extrabíblicas. El primer dato histórico sobre Jesús que podemos constatar en fuentes no bíblicas es el bautismo de Jesús por Juan.

Jesús acepta la propuesta de Juan, pero no renunció a seguir buscando. Eso le llevó a distanciarse de él, yendo más allá de él en muchos puntos. Están de acuerdo en que no basta la pertenencia a un pueblo ni los rituales externos para salvarse. Es necesaria una actitud interior de apertura a Dios que se traduzca en obras. Juan insiste en una estrategia para escapar del castigo. En Jesús prevalece una propuesta definitiva de amor de Dios a todos y enseña la manera de participar del amor, no solo de escapar de la ira.

 

Meditación

“No era él la luz, sino testigo de la luz”.
La luz física no puede ser percibida directamente.
El ojo ve los objetos que reflejan la luz que los alcanza.
El ser humano Jesús, tampoco era la Luz,
pero dejaba ver con toda claridad la Luz que es Dios.
La Luz te está alcanzando siempre. ¡Refléjala!

 

Fray Marcos

 

Fuente Fe Adulta

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Jesús, profeta itinerante.

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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OLYMPUS DIGITAL CAMERA ¡La salvación ha llegado al mundo! (Tannhäuser)

 17 de diciembre, domingo III de adviento

 Jn 1, 6-8. 19-28

Entre vosotros está uno que no conocéis

El jesuita alemán Johannes Beutler (1933) dice en Comentario al Evangelio de Juan, que la teología de dicho Evangelio ve en el Bautista exclusivamente al “testigo de Jesús”. Cualidad, que podría ser calificada como una de las cosas más grandes que se puede decir del ser humano. Y un “testigo” –el que da testimonio- no pude detenerse en su tarea y congelarse en la orilla del camino. Dejaría de ser lo que es y, con ello, traicionaría su vocación de profeta itinerante.

Mostraos tal como sois y sed tal como os mostráis”, aconsejaba Rumi -notable denunciante de embusteros- a los suyos. Todo crecimiento personal demanda previamente reconocimiento y aceptación de la propia verdad, sólidos cimientos sobre los que cabe construir nuestra persona. Así lo entendía la Comunidad monástica de Qumram (s. II a.C.) en cuya Regla se planifica la vida de la comunidad para el futuro, proponiendo como meta: buscar a Dios para practicar el bien delante de sus ojos.

En su obra Mi experiencia de fe, escribe José Enrique Galarreta que “Jesús es un predicador itinerante que recorre Galilea predicando en las sinagogas a campo abierto y curando enfermedades. Es el principio de su estilo: anunciar y curar”. Talante inexcusable de todo fiel seguidor de sus huellas.

En la ópera Tannhäuser, de Richard Wagner, canta el Coro: “¡La salvación ha llegado al mundo!”). Un caminar también el suyo –mejor, un navegar- en busca del amor perdido. Y un despertar movilizador que es garantía de resurrección personal.

“Cristiano”, dice en Abajarse Luis Pernía, “es quien diariamente oye los gemidos de los crucificados y está seducido por la libertad que implica la Resurrección. Si leemos efectivamente los relatos de Resurrección, podemos comprobar que la Resurrección es movilizadora. ¿Por qué? porque la Resurrección es garantía de otro mundo es posible y anticipo de nuestra resurrección personal y de la propia historia”.

En el capítulo primero del Evangelio de Juan, leemos lo que de Jesús dijo el Bautista: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”, y “que vino como testigo, para dar testimonio de la luz”Un albor que nace, crece, y se extiende como energía itinerante para testimoniar la luz del Sol. Isaías le profetiza mensajero de la paz: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que anuncia la victoria” (Is 52, 7). La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a una presentación de El Mesías, en el Auditorio de Madrid. Una Coral de 150 componentes, y la London Vienna Kammerorchester dirigida por el ruso Ilia Korol, entonaban este mismo lamento del profeta. Las notas escritas por Friedrich Haendel hace dos siglos, inundaban la sala con las voces del coro y los tonos musicales –siempre itinerantes- de los instrumentos.

El músico y cantaor andaluz Juan Peña Fernández (1941-2016), conocido como El Lebrijano, es el autor de del siguiente Poema, en el que entona a son de cuerda de su guitarra:

Dame la libertad del agua, de los mares,

dame la libertad de la tormenta,

dame la libertad de la tierra misma,

dame la libertad del aire,

dame la libertad de los pájaros, de la marisma

vagadores de las sendas nunca vistas”

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Rosario Ramos: Ser la voz que anuncia la LUZ.

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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desierto(Jn 1,6-8.19-28)

13 de diciembre de 2020

El Evangelio de este domingo nos va acercando al centro neurálgico del cristianismo en la figura de Jesús de Nazaret. En un primer momento parece que el protagonista es el Bautista, pero, enseguida, la narración da un giro para expresar una discontinuidad con respecto al judaísmo para dar a conocer la verdadera LUZ. En medio de este profundo prólogo de Juan, asoman unos versículos en prosa, como si se hubieran colocado a posteriori. Juan es el símbolo de la dimensión profética, el último aliento del Antiguo testamento.

La escena comienza con los personajes bien definidos en cuanto a su función. Los sacerdotes y levitas, encargados de los ritos para el culto y los fariseos que son quienes dicen conocer el verdadero sentido de esos ritos. Parece que se ha montado todo un proceso judicial para investigar a Juan como testigo de Jesús a quien no entienden y considerarán un desestabilizador. Juan era ya un referente en el judaísmo, perteneciente quizá a la comunidad de los esenios, y ansioso por conocer la salvación definitiva, la liberación plena del pueblo elegido. El bautista, a través del rito, pretende preparar a las gentes para que, desde una profunda conversión, se dispongan a vivir la llegada de los tiempos mesiánicos.

Hay desconcierto entre los asistentes, no terminan de ubicar a Juan en las categorías judías porque realiza signos que salen del marco de sus costumbres. Y, claramente, es un predicador precristiano que facilita la nueva dirección de la esperanza de Israel. La respuesta de Juan argumenta y da coherencia al comienzo del texto: ES LA VOZ QUE ANUNCIA LA LUZ. Juan se define como voz, como palabra sonora que invita a allanar los caminos, recuperando las palabras de Isaías, para conectar con la LUZ. Ahora bien, ¿En qué consiste esa preparación?

Parece ser que el cambio que ofrece Juan es un cambio de significado del bautismo. El bautismo era un rito que tenía un sentido de “purificación”; de ahí que el agua ofreciera todas las posibilidades para ese fin. Pero ahora el bautismo cambia de significado: ya no se trata de purificar nada sino de ungir a la persona con el mismo ser de Dios. Este cambio de significado supone la exigencia de cambiar de coordenadas porque puede ocurrirnos como a los presentes en el texto: “en medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Desde el ritualismo, las ofrendas vacías de contenido, desde una visión del ser humano que tiene que estar purgando permanente los pecados cometidos, nos alejamos de la LUZ. Tampoco vivir en una superioridad soberbia, un anclaje en nuestras creencias y patrones mentales, un ego exaltado, no sólo nos separa, sino que nos convierte en rivales de la LUZ.

Necesitamos nuevas coordenadas para encontrar la posición que nos adentra hacia el foco de la LUZ. Y esas coordenadas pasan por una visión más positiva de la vida, de nuestra identidad como personas y como colectivo humano. Nos enrocamos en una percepción sesgada de lo que somos; nuestra vida creyente se convierte en una escalada hacia no sé qué cumbre para conseguir no sé qué premio. Olvidamos que ya estamos inmersos en la LUZ y que la escalada es hacia adentro, hacia una nueva conciencia que nos permita ver lo esencial del Dios que se humaniza en cada ser.

Prepararse para la Navidad no es una especie de listado de promesas, una película hecha con un guion a nuestra medida porque, al final, lo que proyectamos es un mensaje de tomas falsas que pueden desenfocarnos de lo esencial. Se trata de vivir en una apertura a ese intercambio entre la humanidad y la Divinidad que proyecta una nueva LUZ en la historia. Ser voz, ser mensaje que anuncia la LUZ, no es proclamar un discurso más o menos coherente sino una vida que se va amasando en la honestidad de quien se sabe sostenido por la fuerza de la auténtica LUZ.

¡¡FELIZ DOMINGO!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Somos lo No-nacido

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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719FFA23-1541-4B7B-832F-3E973CB5EB59Domingo III de Adviento

13 diciembre 2020

Jn 1, 6-8.19-28

El texto del evangelio de Juan se enmarca con seguridad en el contexto de la polémica, que duró hasta el siglo II, entre los discípulos del Bautista y los de Jesús. Mientras los primeros proclamaban la superioridad de Juan, ya que el propio Jesús se había hecho bautizar por él, los segundos lo consideraban simplemente como un “precursor” o, como se lee en este mismo texto, un “testigo de la luz”.

  En la misma línea, el autor del cuarto evangelio lo convierte en el primer y más importante “testigo” de Jesús, de quien le hace afirmar que “existía antes que yo”.

 Tal afirmación encaja perfectamente en el llamado “Prólogo” de ese mismo evangelio, un himno litúrgico que celebra la preexistencia del Logos, encarnado en Jesús de Nazaret.

  En términos religiosos teístas, la preexistencia se aplica únicamente a Dios, pensado como un ser separado que, sin embargo, transcendería el espacio y el tiempo, y sería el creador del universo. Dios, sencillamente, es, sin ninguna limitación. Fuera de Dios, todo “ex-iste” en el tiempo.

  Más allá de la lectura teísta, entendida en su literalidad, cabe otra que, en cierto modo, queda también “apuntada” en ella, aunque realizada ahora en clave transpersonal y no-dual.

 Parece claro que los humanos hemos hecho de Dios una “persona” a nuestra propia medida o, al menos, según nuestras referencias. Sin embargo, la realidad se revela como transpersonal –superando las categorías de lo personal y de lo impersonal– y la comprensión no-dual muestra la radical no-separación profunda de todo lo que es.

 Con estas claves, la realidad es un abrazo –o incluso, si se prefiere, un “juego”– entre el “Fondo” único, común y compartido –que sencillamente, es– y las “Formas” que percibimos a través de los sentidos y de la mente –impermanentes y fugaces–, en las que aquel Fondo se despliega.

  Lo que es, el Fondo de lo real, es no-nacido. Las formas aparecen en un tiempo y un espacio determinado.

 ¿Y nosotros? Compartimos esa misma “doble dimensión” de lo real: somos una persona –histórica e impermanente– y somos, a la vez –esa es nuestra paradoja–, la consciencia que la genera y en la que se expresa. Lo cual significa que, en nuestra identidad profunda, somos no-nacidos. Lo que somos, lo que es, preexiste al tiempo y lo transciende: nacimiento y muerte son solo formas que la vida atemporal e ilimitada adopta. Las forman nacen y mueren; la vida que somos permanece.

 Una vez más, lo que se afirma de Jesús –tal como hace el Prólogo del cuarto evangelio– se aplica a todos nosotros. Esa es la gran revelación.

¿Vivo perdido en las formas o me abro a aquello que las sostiene?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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No siempre se puede estar contento, pero sí que podemos vivir en serenidad

Domingo, 13 de diciembre de 2020
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juanDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. Nota introductoria

         Este año nos toca leer el Evangelio de Marcos, pero en ciertas fiestas importantes: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, se recurre al Evangelio de Juan.

Y una de las claves de lectura del evangelio de Juan es el “Yo soy”: Yo soy la luz, soy el pan, yo soy el agua de vida eterna, yo soy el camino, la verdad, yo soy el buen pastor, yo soy la resurrección.

El “Yo soy el que soy” del A Testamento que pronuncia Dios a Moisés, el evangelio de Juan se lo aplica a Xto. Xto es Dios. El Evangelio de San Juan es un “Yo soy” continuo: largas catequesis desde un “yo soy”.

  1. Juan Bautista “no es[1].

Surgió un hombre (v 6). En contraste con Cristo, Juan es presentado como humano: un hombre. Juan Bautista es, pues, un hombre, no Dios. “Yo no soy” (sigamos la teología del evangelio de Juan).

Juan evangelista lo deja bien claro al comienzo cuando presenta a Juan Bautista: “Yo no soy”. Por tres veces dice de sí mismo que “no soy” ni Cristo, ni Elías, ni profeta.

En realidad el hombre es “lo que no es”, pero que espera ser. El ser humano vive de y a la espera del Otro que desea con toda su alma. No somos, pero anhelamos ser.

Pero -como siempre- los judíos, levitas fariseos y sacerdotes: “los del partido”, los amigos de Job, los del obispado, los del poder, siempre dando la vara (v 19). ¿Tú quién eres? ¿Eres tú…? ¿Quién te has creído que eres…? Y es que no hay manera de entenderse con los de “arriba”, con los poderosos, no sea que les quiten el poder. Los sacerdotes y levitas, los poderosos no le peguntan para abrir un diálogo noble, sino para acusar a Juan Bautista. Los poderosos no quieren perder el control sobre el pueblo. Interrogan a Juan porque su prestigio es una amenaza para ellos,

Esto pasa en política, en la Iglesia y donde quiera que haya veinte céntimos de poder.

Posiblemente detrás de tantas preguntas está latiendo un deseo de “ser” como dioses…”

Juan Bautista ni duda ni se cansa de decir: “Yo no soy”.

El “Yo soy” es cosa de Jesús: yo soy la verdad, el agua, el pan, el camino, la luz, el buen pastor, la puerta, el pan, la resurrección, etc.

Juan Bautista es noble: “Yo no soy”, yo soy solamente la voz que clama, la “palabra” es otro: Xto. Yo no soy un ídolo que reclamo para mí la gloria, el brillo político, deportivo, eclesiástico, yo soy un pobre hombre, un icono que os remito al que es: a Cristo.

En la vida sociopolítica y en la vida eclesiástica abunda mucha gente que creen que son, se aplican el “Yo soy” olímpicamente (más bien despóticamente), cuando en realidad son unos “don nadie”.

Estamos llamados en la vida a ser “Juan Bautista”: hombres y mujeres que –primero- escuchamos la palabra y después somos testigos de ella y señalamos (no imponemos) el camino hacia el que es y no nos apropiamos del “Yo soy”. No es muy evangélico creerse “san-dioses”, “salvapatrias”, “superpoderosos”.

Es amable encontrarse con personas sencillas, hombres y mujeres que sin engreimientos y con gestos sencillos, desde su fe en la palabra, nos remiten al que es.

Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las revelado a la gente sencilla. (Lc 10,21)

  1. Esperanzas y gozos: espíritu y alegría-serenidad.

Las dos primeras lecturas nos hablan, nos animan a vivir con gozo, en un buen tono vital, en un espíritu:

+ Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí. Desbordo de alegría en el Señor.

+ San Pablo (1Tesalonicenses): Estad siempre alegres / no apaguéis el Espíritu.

         La vida tiene sus luces y sombras, hay días que mejor si no hubiesen amanecido, que diría Job, y otros días que se nos hacen cortos de felicidad.

         Hay etapas duras en la vida que no invitan a la alegría. Esta larga y áspera pandemia que nos embarga no invita precisamente a la alegría.

         El gozo y la alegría no siempre vienen de manos del éxito, del triunfo, de los números económicos, pastorales, de las votaciones políticas o eclesiásticas, del reconocimiento social, eclesiástico, etc.

Siempre, pero más en los momentos o épocas de debilidad y de sufrimiento, el gozo y la paz en la vida provienen y descansan en Dios, en el Espíritu evangélico del Señor. Y ello es fuente de sosiego profundo en medio de las agitaciones y turbulencias de la vida.

Decía Pablo VI: La vocación cristiana es una vocación al gozo esencial. El cristianismo es gracia, plenitud, felicidad.[2]

         El espíritu del Señor, el tono vital de Cristo, la ultimidad de Dios confiere paz en la vida, serenidad, ánimo, esperanza.

         Intentar transmitir un poco de esperanza, de ánimo, de audacia, es una noble tarea.

         No siempre se puede estar contento, pero sí que podemos vivir en serenidad. Es evidente que en esta pandemia no vamos a estar contentos, pero sí podemos estar serenos porque estamos en Dios porque:hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados, (Mt 10,30).

Tratemos de descansar en el Señor. Bueno sería que la iglesia transmitiera esperanza, y serenidad en estos momentos difíciles para el pueblo. Al menos no recortemos ilusiones y esperanzas, no metamos palos en las ruedas del carro de la esperanza. Es un oficio penoso sembrar desánimo y frustración. Lo peor de estas posturas ultraconservadoras que dominan muchas iglesias locales es que dinamitan la esperanza, la ilusión de muchos creyentes y de la misma iglesia.

  1. El espíritu del Señor

Muchas veces nos falta ánimo, nos venimos abajo en la vida. Es natural. Somos humanos y, por tanto, débiles.

  • o A veces nuestra vida es el mismo caos del Génesis, pero el Espíritu de Dios se cierne también sobre nuestras aguas y surgirá la luz y el sentido (Gn 1,2-3).
  • o Somos poco más que barro, necesitamos de su aliento vital, ganas para vivir. (Gn, 2,7)
  • o En ocasiones no sabemos por dónde tirar: dudas y oscuridades nos embargan en la vida, el espíritu es luz que ilumina y da fuerzas en nuestro caminar (Ex 13, 21).
  • o Muchas veces en las asperezas familiares, eclesiásticas el Espíritu de Dios nos envuelve y acaricia con su suave (1Re 19, 12).
  • o Es el mismo espíritu, señor y dador de vida, el que hizo fecunda a María, (Mt 1, 18).
  • o El Espíritu de Dios está sobre Jesús y es quien le envía a liberar a los oprimidos. (Lc 4, 18-19).
  • o El Espíritu es quien nos anima y consuela en nuestros desánimos y depresiones. (Jn 16, 7).
  • o Jesús crucificado nos entregó su espíritu cuando volvía al Padre. (Jn 19, 30). De su costado brotó bautismo y espíritu, agua y sangre
  • o El fruto del espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (Gálatas 5, 23.)
  1. Estad contentos, dad gracias.

         Es la Eucaristía: una acción de gracias por el espíritu que alienta nuestras vidas y por el que es: Cristo.

Estad siempre alegres en el Señor.

[1] El profetismo ha desparecido en la vida de la Iglesia. Y es que las instituciones no necesitan profetas, necesitan funcionarios.

[2] Pablo VI en la Audiencia General del 4. enero.1978.

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Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo

Domingo, 23 de agosto de 2020
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AMOR CELOSO

Tú pides,
pides siempre,
pides mucho,
Señor.
Lo pides todo.
Te gusta ir entrando, como un fuego,
vida adentro de aquellos que te aman
y abrasarles las horas, los derechos, el juicio.
Tú haces los eunucos y los locos del Reino.
Abusas del amor
de los que son capaces
de abusar de tu Amor.

No muchos, más bien pocos.

(Todos podrán salvarse,
pocos quieren salvarte plenamente).

Teresa de Jesús, que lo sabía
de andar trochas y noches del Carmelo,
te lo advirtió. Inútilmente, claro.
Sigues siendo el Total,
la zarza ardiendo
sobre el Horeb de todos los llamados.

Delante de tu Gloria, Amor celoso,
no hay más gesto posible que descalzar el alma.
Tú eres. Tú nos haces.
Calcinándonos,
el Viento de tus llamas nos liberta.
Tú nos amas primero, en todo caso.

*

Pedro Casaldáliga.
Todavía estas palabras, 1994

***

 

 

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos

“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”

Ellos contestaron:

-“Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.”

Él les preguntó:

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.”

Jesús le respondió:

“¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.”

Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

*

Mateo 16,13-20

***

Lo esencial de la gran contienda entre el Oriente cristiano y el Occidente cristiano, desde el inicio hasta hoy, se reduce a lo siguiente: la Iglesia de Dios tiene que desempeñar una tarea concreta entre los hombres; ¿para realizar ese encargo es necesario aunar todas las fuerzas eclesiales cristianas bajo la insignia y el poder de una  autoridad eclesiástica central? Dicho con otras palabras: ¿la iglesia, como Reina de Dios presente, debe tener en la tierra representantes y ser una, estar unida, puesto que un reino dividido contra si mismo no subsistirá, mientras que la Iglesia, según la promesa evangélica, subsistirá hasta el final y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella?

La Iglesia romana se pronunció resolutivamente con una respuesta afirmativa; se fijó esencialmente en el cometido práctico del cristianismo en el mundo, en el sentido de la Iglesia como reino eficiente o ciudad de Dios (Civitas Dei), y desde el inicio personalizó el principio de la autoridad central que de modo visible y práctico le confiere unidad a la actividad terrenal de la Iglesia. Por eso, la cuestión abstracta del significado de la autoridad central en la Iglesia se reduce a la cuestión histórica y viva del sentido de la Iglesia romana. Ella, sus ideas y sus acciones constituyen el verdadero objeto de la gran contienda. El principio de la autoridad eclesiástica, del poder Espiritual representado sobre todo por la Iglesia romana, tiene una triple cara y suscita una triple cuestión. Primera, en el ámbito de la Iglesia, nos preguntamos cuál debe ser la relación del poder eclesiástica central con los representantes de las Iglesias locales nacionales; segunda, surge el tema de la relación de la Iglesia con el Estado, de la autoridad Espiritual con la laica; y tercera, la relación entre el poder Espiritual y la libertad Espiritual del individuo, la cuestión de la libertad de conciencia.

*

V. S. Soloviev,
El problema del ecumenismo, Milan I973, 63ss).

V.Solovyov

***

 

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“Reconocer a Jesús el Cristo”. 24 Tiempo Ordinario – B (Marcos 8,27-35)

Domingo, 16 de septiembre de 2018
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6033250964_ac7b27717dEl episodio de Cesarea de Filipo ocupa un lugar central en el evangelio de Marcos. Después de un tiempo de convivir con él, Jesús hace a sus discípulos una pregunta decisiva: «¿Quién decís que soy yo?». En nombre de todos, Pedro le contesta sin dudar: «Tú eres el Mesías». Por fin parece que todo está claro. Jesús es el Mesías enviado por Dios, y los discípulos lo siguen para colaborar con él.

Pero Jesús sabe que no es así. Todavía les falta aprender algo muy importante. Es fácil confesar a Jesús con palabras, pero todavía no saben lo que significa seguirlo de cerca compartiendo su proyecto y su destino. Marcos dice que Jesús «empezó a enseñarles» que debía sufrir mucho. No es una enseñanza más, sino algo fundamental que los discípulos tendrán que ir asimilando poco a poco.

Desde el principio les habla «con toda claridad». No les quiere ocultar nada. Tienen que saber que el sufrimiento los acompañará siempre en su tarea de abrir caminos al reino de Dios. Al final será condenado por los dirigentes religiosos y morirá ejecutado violentamente. Solo al resucitar se verá que Dios está con él.

Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Su reacción es increíble. Toma a Jesús consigo y se lo lleva aparte para «increparlo». Había sido el primero en confesarlo como Mesías. Ahora es el primero en rechazarlo. Quiere hacer ver a Jesús que lo que está diciendo es absurdo. No está dispuesto a que siga ese camino. Jesús ha de cambiar esa manera de pensar.

Jesús reacciona con una dureza desconocida. De pronto ve en Pedro los rasgos de Satanás, el tentador del desierto que busca apartarlo de la voluntad de Dios. Se vuelve de cara a los discípulos y «reprende» literalmente a Pedro con estas palabras: «Ponte detrás de mí, Satanás»: vuelve a ocupar tu puesto de discípulo. Deja de tentarme. «Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Luego llama a la gente y a sus discípulos para que escuchen bien sus palabras. Las repetirá en diversas ocasiones. No han de olvidarlas jamás. «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga».

Seguir a Jesús no es obligatorio. Es una decisión libre de cada uno. Pero hemos de tomar en serio a Jesús. No bastan confesiones fáciles. Si queremos seguirlo en su tarea apasionante de hacer un mundo más humano, digno y dichoso, hemos de estar dispuestos a dos cosas. Primero, renunciar a proyectos o planes que se oponen al reino de Dios. Segundo, aceptar los sufrimientos que nos pueden llegar por seguir a Jesús e identificarnos con su causa.

José Antonio Pagola

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“Tú eres el Mesías. . . El Hijo del hombre tiene que padecer mucho”. 16 de septiembre de 2018. Domingo 24º de tiempo ordinario

Domingo, 16 de septiembre de 2018
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51-ordinarioB24 cerezoDe Koinonia:

Isaías 50, 5-9a: Ofrecí la espalda a los que me apaleaban.
Salmo responsorial: 114: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Santiago 2, 14-18: La fe, si no tiene obras, está muerta.
Marcos 8, 27-35: Tú eres el Mesías. . . El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.

 Cuando los cristianos se propusieron la transformación del mundo esclavista, inhumano y violento que había impuesto el imperio romano, no comenzaron su labor apelando al hambre de la gente, ni a sus deseos de «acabar con los opresores romanos», sino que apelaron a la conciencia. En efecto, los discursos que prometen remediar el hambre, sólo son efectivos en la medida en que la carencia, la desprotección y el abandono son vistos como injusticias. De lo contrario, no pasan de ser una búsqueda de satisfacciones inmediatas y poco duraderas. Lo mismo ocurre con el deseo de derrocar a los poderosos del imperio y colocar allí a la gente del pueblo. Al poco tiempo, los líderes se llenan de ambiciones y se convierten en tiranos implacables. La única alternativa que queda y de la cual nos habla la carta de Santiago, es la frágil dignidad humana. Si la comunidad no está dispuesta a transformar en su interior toda esa realidad de muerte, miseria y marginación, es inútil que se proponga transformarla afuera. La solidaridad de la comunidad no sólo es un camino para remediar la injusticia en «pequeña escala», es una alternativa de vida. La solidaridad de una comunidad nos permite descubrir que «otro mundo es posible» y que el destino no está atado a la destrucción y la barbarie. La fe cristiana no es tal si se contenta con mirar, desde la barrera, el circo en el que mueren tantas personas inocentes.

El profeta Isaías nos enseña que el camino de la justicia, de la misericordia y la solidaridad no es un idílico sendero tapizado de rosas. La persona que opta por la verdad y la equidad debe prepararse al rechazo más rotundo e, incluso, a una muerte ignominiosa. Esto puede sonar un poco «patético», sin embargo, basta leer cualquier página del evangelio para verificar que ésta es la realidad de Jesús, su opción y su camino.

El camino a Jerusalén estaba plagado de dificultades, incertidumbres y ambigüedades. Una de ellas, era la incapacidad del grupo de discípulos para reconocer la identidad de Jesús. Aunque él había demostrado a lo largo del camino que su interés no era el poder, en todas sus variedades, sino el servicio, en todas sus posibilidades, sin embargo, los seguidores se empeñaban en hacerse una imagen triunfalista de su Maestro. Jesús, entonces, debe recurrir a duras palabras para poner en evidencia la falta de visión de quienes lo seguían. Pedro, Juan y Santiago, líderes del grupo de Galilea, siguen aferrados a la ideología del caudillo nacionalista o del místico líder religioso y no descubren en Jesús al «siervo sufriente» que anunció el profeta Isaías.

Este episodio marca el centro del evangelio de Marcos y es el punto de quiebre en el cual el camino de Jesús sorprende a sus seguidores. Ninguno está de acuerdo con él, aunque él esté realizando la voluntad del Padre. En medio de esta crisis del grupo de discípulos, Jesús decide continuar el camino y tratar de enderezar la mentalidad de sus discípulos, torcida por las ideologías sectarias y triunfalistas.

El anuncio que Jesús hace de las dificultades que van a venir, la «Pasión», la «Cruz», debe ser tomada siempre como una consecuencia inevitable, no como algo buscado… Jesús no buscó la Cruz, ni debemos buscarla nosotros… Véase el amplio comentario que hacemos al respecto en este próximo día 14, fiesta de la «exaltación» de la Cruz. Leer más…

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Recordatorio

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