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Nadie le reconoce… pero sabían bien qué era el Señor.

Domingo, 5 de mayo de 2019
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Nuestro problema sigue siendo la experiencia pascual. Se trata de una vivencia interior que, o se tiene y entones no hay que explicar nada, o no se tiene y entonces no hay manera de explicarla. Esta simple constatación es la clave para afrontar los textos evangélicos que quieren transmitir dicha experiencia. No hay ni palabras ni conceptos en los que poder meter la realidad vivida, por eso lo primeros cristianos acudieron a los relatos simbólicos.

El objeto de estos textos no es explicar ni convencer, sino invitar a la misma experiencia que hizo posible la absoluta seguridad de que Jesús estaba vivo. Descubriremos la fuerza arrolladora de esa Vida y podremos intuir la profundidad del cambio operado en ellos. Las autoridades religiosas y romanas no solo pretendieron matar a Jesús, sino borrarle de la memoria de los vivos. La crucifixión llevaba implícita la absoluta degradación del condenado y la práctica imposibilidad de que esa persona pudiera ser rehabilitada de ninguna manera.

La probabilidad de que Pilato condenara a la cruz a Jesús por la mañana y por la tarde permitiera que fuera enterrado con aromas y ungüentos, en un sepulcro nuevo, es prácticamente inexistente. Pero es lógico que los primeros cristianos tratasen de eliminar las connotaciones aniquilantes de la muerte de Jesús. También es natural que, al contar lo sucedido a los que no conocieron lo hechos, tratasen de omitir todo aquello que había sido inaceptable para ellos mismos y los sustituyeran por relatos más de acuerdo con su deseo.

En el relato que hoy leemos, nada es lo que parece. Todo es mucho más de lo que parece. Responde a un esquema teológico definido, que se repite en todas las apariciones. No pretenden decirnos lo qué pasó en un lugar y momento determinado, sino transmitirnos la experiencia de una comunidad que está deseando que otros seres humanos vivan la misma realidad que ellos estaban viviendo. En aquella cultura, la manera de transmitir ideas, era a través de relatos, que podían estar tomados de la vida real o construidos para el caso.

Se manifestó (ephanerôsen) tiene el significado de “surgir de la oscuridad”. Implica una manifestación de lo celeste en un marco terreno. “Al amanecer”, cuando se está pasando de la noche al día, los discípulos pasan de una visión terrena de Jesús a través de los sentidos, a una experiencia interna que les permite descubrir en él lo que no se puede ver ni oír ni tocar. Seguimos el esquema, de que hablábamos el domingo pasado.

Situación dada.- Los discípulos están pescando, es decir, habían vuelto a su tarea habitual, ajenos a lo que les va a pasar, ni lo esperan ni lo buscan. Los discípulos están juntos, es decir, forman comunidad. No se hace alusión a los doce. Aparece el siete que es signo de plenitud, (todas las naciones paganas). Misión universal de la nueva comunidad. La noche significa la ausencia de Jesús. Sin él, la labor misionera es estéril. El relato distorsiona la realidad a favor del simbolismo. La pesca se hace de noche, no de día. Sin embargo, aquella a la que se refiere el relato se consigue cuando se siguen las directrices de Jesús.

Jesús se hace presente.- Toma la iniciativa y, sin que ellos lo esperen, aparece. La primera luz de la mañana es señal de la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje simbólico. Jesús es la luz que permite trabajar y dar fruto. Jesús no les acompaña; su acción en el mundo se ejerce por medio de los discípulos. Las palabras de Jesús son la clave para dar fruto. Cuando siguen sus instrucciones, encuen­tran pesca y le descubren a él mismo.

Saludo.- Una conversación que pretende acentuar la cercanía. “Muchachos” (paidion) diminutivo de (pais) = niño. Es el “chiquillo de la tienda”. Al darles ese nombre, está exigiéndoles una disponibilidad total. Por parte de Jesús, la obra está terminada. Él tiene ya pan y pescado. Ellos tienen que seguir buscando y compartiendo ese alimento. Jesús sigue en la comunidad, pero sin actuar directamente en la acción que ellos tienen que realizar.

Lo reconocen.- La dificultad de reconocerle se manifiesta en que solo uno lo descubre, el que está más identificado con Jesús. Reconoce al Señor en la abundancia de peces, es decir, en el fruto de la misión. Solo el que tiene experiencia del amor sabe leer las señales. El éxito, es señal de la presencia del Señor. El fracaso delataba la ausencia del mismo. Juan Comunica su intuición a Pedro. Así se centra la atención en éste para introducir lo siguiente.

Pedro no había percibido la presencia, pero al oír al otro discípulo comprendió enseguida. El cambio de actitud de Pedro, reflejado de un modo simbólico en la palabra “se ató”. La misma que se utilizó Jn para designar la actitud de servicio cuando Jesús se ató el delantal en el relato de la última cena. Se tira al agua después de haberse ceñido el símbolo del servicio, dispuesto a la entrega. Solo Pedro se tira al agua, porque solo él necesita cambiar de actitud. Jesús no responde al gesto de Pedro; responderá un poco más tarde.

No ven primero a Jesús, sino fuego y la comida, expresión de su amor a ellos. Son los mismos alimentos que dio Jesús antes de hablar del pan de vida. Allí el pan lo identificó con su carne, dada para que el mundo viva. Es lo que ahora les ofrece. El alimento que él les da se distingue del que ellos logran por su indicación. Hay dos alimentos: uno es don gratuito, otro se consigue con el esfuerzo. El primero lo aporta Jesús. El segundo lo deben poner ellos.

El don de sí mismo queda patente por la invitación a comer y es tan perceptible que no deja lugar a duda. Recuerda la multiplicación de los panes. Es el mismo alimento, pan y pescado. Jesús es ahora el centro de la comunidad, donde irradia la fuerza de vida y amor. Esa presencia hace capaces a los suyos de entregarse como él. Al decirnos que es la tercera vez que se aparece, significa que es la definitiva. No tiene sentido esperar nuevas apariciones.

La misión.- Hoy se personaliza la misión en otro personaje, Pedro. Había reconocido a Jesús como Señor, pero no lo aceptaba como servidor a imitar. Con su pregunta, Jesús trata de enfrentar a Pedro con su actitud. Solo una entrega a los demás, como la de Jesús, podrá manifestar su amor. La respuesta es afirmativa, pero evita toda comparación. Solo él lo había negado. Jesús usa el verbo “agapaô” = amor. Pedro contesta con “phileô” =querer, amistad.

Apacentar. Jesús le pide la muestra de ese amor. Procurar pasto es comunicar Vida. Solo puede hacerse en unión con Jesús. “Corderos” y “ovejas” indican a los pequeños y a los grandes. Debe renunciar a toda idea de Mesías que no coincida con lo que Jesús es. Pedro le había negado porque no estaba dispuesto a arriesgar su vida. Para la misión, Jesús es modelo de pastor, que se entrega por las ovejas. Para la comunidad, es el único pastor.

Al preguntarle por 3ª vez, pone en relación este episodio con las tres negaciones. Espera una rectificación total. Ahora es Jesús el que usa el verbo “phileô”, ¿me quieres?, que había utilizado Pedro. Le hace fijarse en ello y le pregunta si está seguro de lo que ha afirmado. Ser amigo significa renunciar al ideal de Mesías que se había forjado. Jesús no pretende ser servido sino que sirva a los demás. Pedro comprende que la pregunta resume su historia de oposición.

Meditación

Solo el discípulo más cercano a Jesús lo reconoce.
Si vivo la presencia de Jesús, dentro de mí,
lo descubriré en los acontecimientos más sencillos de la vida.
No lo buscaré en personas o hechos espectaculares.
Si pongo amor en las cosas que hago,
estaré haciendo presente al Dios manifestado en Jesús.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Reconocer a Jesús

Domingo, 5 de mayo de 2019
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A6D7C498-A326-4637-8F8B-3FD005FBA91ALa vida no es fácil, pero hay un motor llamado corazón, un seguro llamado fe, y un conductor llamado Dios.

5 de mayo. Domingo III de Pascua

Jn 21, 1-9

El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!». Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.

Jacques Leclercq señala en El problema de la fe: “La conversión es un encuentro con Cristo; encuentro personal con la persona viva de Cristo, es una auténtica experiencia vital. Si Cristo es lo que dice ser, no hay más remedio que seguirle, y no hay cosa alguna fuera de ésta, que pueda interesarnos. Así, pues, la fe cristiana es un contacto de hombre a hombre, de creyente a Salvador. Se presenta como un estado de confianza en una persona determinada”.

A lo que José A. Pagola añade que “Para los cristianos, es vital reconocer y confesar cada vez con más hondura el misterio de Jesús el Cristo. Si ignora a Cristo, la Iglesia vive ignorándose a sí misma. Si no le conoce, no puede conocer lo más esencial y decisivo de su tarea y misión. Pero para conocer y confesar a Jesucristo, no basta llenar nuestra boca con títulos cristológicos admirables. Es necesario seguirlo de cerca y colaborar con él día a día. Esta es la principal tarea que debemos promover en los grupos y comunidades cristianas”.

Los textos de la Biblia son muy sugerentes al respecto. Citaremos algunos de los más significativos:

“Por tanto, digo: El Señor es todo lo que tengo. ¡En él esperaré!” (Lamentaciones 3, 24)

“Si alguien reconoce que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Juan 4, 15)

“Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Respondió Natanael y le dijo: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás. Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo. En esta escritura podemos ver como Natanael reconoce a Jesús al decirle “tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (Juan 1, 48-51).

“Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. Y aconteció que, estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón. Entonces ellos contaban las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan” (Lucas, 24, 29-35).

Esta escritura es un fragmento del pasaje “El camino a Emaús” que nos narra el capítulo 24 del evangelio según San Lucas, para poder entender esta escritura veremos el contexto de estos acontecimientos. Necesitamos que el Señor abra nuestros ojos (sentidos espirituales) para poder reconocerle, así como estos discípulos, que pasaron de la tristeza y la desesperanza a tener una pasión por Jesús. Esto lo demuestran los discípulos al decir “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” Lo interesante es que cuando reconocen a Jesús se levantan y vuelven a reunirse con el grupo.

Pedro, que tenía una fe profunda en Jesús, se arroja al agua sin dudarlo. Una manera de seguirle muy propia de este apóstol profundamente testarudo.

Rabindranath Tagore cantó el episodio de este modo en el poema:

CAMINO DE EMAÚS

Soy como un jirón de una nube de otoño, que vaga inútilmente por el cielo.

¡Sol mío, glorioso eternamente; aún tu rayo no me ha evaporado, aún no me has hecho uno con tu luz! y paso mis meses y mis años alejado de ti.

Si éste es tu deseo y tu diversión, ten mi vanidad veleidosa, píntala de colores, dórala de oro, échala sobre el caprichoso viento, tiéndela en cambiadas maravillas.

Y cuando te guste dejar tu juego, con la noche, me derretiré, me desvaneceré en la oscuridad; o quizás, en una sonrisa de la mañana blanca, en una frescura de pureza transparente.

Me has hecho conocer a amigos que no conocía, me has hecho sentar en casas que no eran la mía. me has llevado cerca del lejano y convertido al extraño en un hermano.

Cuando uno te conoce ninguno es extranjero, ninguna puerta está cerrada.

Escucha mi oración: que nunca pierda la caricia del uno en el juego de los muchos.

Vicente Martínez

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Fuente Fe Adulta

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Comunión en la diversidad

Domingo, 5 de mayo de 2019
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EA40232D-AF96-4855-9D82-7ABC120861C7El evangelio de Juan se nos muestra siempre cargado de símbolos y de una gran hondura narrativa. Su complejidad es a veces difícil de desentrañar para los lectores y lectoras contemporáneos porque nuestros marcos culturales y sociales están ya muy lejos de los que estaban vigentes en el mundo en que vio la luz este texto.

Las comunidades cristianas, que están detrás de este evangelio, se fueron configurando entrono a un proyecto de discipulado en el que confluyeron diferentes corrientes no sin conflictos, tanto en su desarrollo interno como en sus relaciones con otros grupos cristianos. Este caminar fue dejando su huella a lo largo de todo el evangelio y posibilitó que los y las creyentes que sostenían su fe en estas comunidades fuesen progresivamente profundizando en la persona de Jesús de Nazaret a la luz de las tradiciones heredadas y de su fe en él.

El capítulo 21 que hoy comentamos, fue añadido cuando la obra ya estaba terminada y es signo de un proceso difícil de consenso que posibilitó a la comunidad joanica incorporarse plenamente a la corriente mayoritaria de la Iglesia naciente. Una corriente que posteriormente se denominó la Gran Iglesia y en la que se sustenta la Iglesia que conocemos hoy.

El relato de la pesca milagrosa se presenta como un escenario en el que van a confluir dos personajes que van a representar las dos corrientes cristianas que han de articularse para que las comunidades receptoras del evangelio puedan responder a los desafíos doctrinales y organizativos que están viviendo. Estas figuras son Pedro y el discípulo amado.

En el marco de un peculiar relato de aparición del Resucitado Juan pone las bases de la incorporación de las comunidades de su círculo a las que ya han reconocido a Pedro como el líder indiscutible de los comienzos cristianos. En el centro de la escena está Jesús invitando a sus compañeros galileos a un nuevo encuentro con él.

Los discípulos, decepcionados y cansados después de una pesca infructuosa, no son capaces de ver en el visitante que se acerca a la orilla al maestro con el que tantas veces compartieron la comida y la tarea. Solo uno de ellos, el discípulo amado, es capaz de recordar la voz y los gestos del Maestro. Él era el testigo central de la fe en Jesús para las comunidades destinatarias del cuarto evangelio. Y en el relato es él que confiesa la fe primero.

Sin embargo, Pedro, necesita una nueva llamada por parte del Maestro para tomar conciencia y asumir la nueva realidad que amanece en su vida tras el encuentro con el resucitado. Pedro va a ser confirmado como la figura que ha de liderar el nuevo comienzo de la primera comunidad de creyentes en Cristo.

El desarrollo de la escena, la actitud de los dos personajes centrales y la autoridad del resucitado ofrecen a las comunidades jónicas el fundamento y las razones para incorporarse al grupo mayoritario. Pero en esta incorporación no se difuminan las diferencias, sino que se reconocen los carismas diferentes y los valores que cada grupo representa. El discípulo amado cree y su fe sale fortalecida en el encuentro con el Resucitado. Pedro, arriesga un nuevo comienzo, confía en los resultados de la pesca y la pesca es milagrosa. Su fe necesita mas tiempo y más dialogo, pero se compromete con valentía en el seguimiento.

Esta experiencia vivida por las comunidades joanicas, sus desafíos iluminados por su encuentro con el Resucitado, nos hablan a nosotras y a nosotros hoy. Las diferencias enriquecen, pero solo el dialogo, el encuentro, el respeto nos permitirán reconocer nuestros dones diversos, nuestras miradas plurales, nuestros orígenes diferentes como una “pesca milagrosa” que nos hace comunidad, fortalece nuestra fe y nuestra esperanza y nos constituye en testimonio auténtico de Cristo Resucitado.

Carmen Soto Varela

Fuente Fe Adulta

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Somos cauce y vida, a la vez

Domingo, 5 de mayo de 2019
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FE66EB5D-083F-49CE-9794-8A9F63C7CB02III Domingo de Pascua

5 mayo 2019

Jn 21, 1-9

El capítulo 21 del cuarto evangelio constituye un apéndice tardío, cuyo objetivo parece claro: legitimar la tradición joánica sobre la base de la figura del “discípulo amado”, frente a la gran Iglesia, representada por Simón Pedro. De ahí que todo este apéndice gire en torno a ambas figuras, para subrayar, por un lado, que es el discípulo amado el primero en reconocer al resucitado y para clarificar, por otro, el destino diferente de ambos discípulos. En la misma línea “apologética”, concluirá garantizando la veracidad de lo atestiguado.

En el texto presente hallamos una catequesis, mucho más elaborada que otras, sobre la presencia inequívoca de Jesús en medio de la actividad (misión) del grupo y, especialmente, en la eucaristía (representada aquí por el pescado y el pan).

La barca era símbolo de la propia comunidad –todavía hoy se oye hablar de la “barca de Pedro” para referirse a la Iglesia– y la pesca era imagen de la misión.

Toda la noche –en el cuarto evangelio, este término denota oscuridad interior– han estado trabajando, pero solo cuando toman consciencia de la presencia de Jesús, el trabajo da fruto. Esa toma de consciencia no hay que leerla en un sentido mágico –alguien, desde fuera, opera un milagro–, sino como una presencia interior que nos hace anclarnos en nuestra verdadera identidad. Al hacer así, venimos a descubrir que somos solo cauce, puente, canal, a través del cual la Vida, gratuita, fluye. Y es entonces cuando se opera el milagro, en todas las dimensiones de nuestra existencia. Hasta que no nos percibimos como canal, nuestro propio ego –con el que nos mantenemos identificados– constituye un bloqueo que tapona la Vida.

Finalmente, el relato aporta otra constatación, que tampoco es superflua, al afirmar que “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. La presencia del Resucitado no es idéntica a la del Jesús terreno; aunque no se palpa como anteriormente –y esto resulta frustrante para nuestros sentidos y nuestra mente–, la certeza permanece.

Se trata, sin duda, de una certeza experimentada a nivel “transpersonal”. Acallada la mente, emerge la evidencia de la Unidad en la que todo es sin costuras de ningún tipo, la Unidad no-dual en la que los discípulos se perciben no-separados de Jesús, compartiendo comida, misión y vida en la Presencia atemporal que todos somos.

El trabajo que da fruto es aquel que brota limpiamente de nuestra verdad interior; el que es consecuencia de nuestro alinearnos con la Vida y su sabiduría.

El ego puede esforzarse hasta el agotamiento e incluso, en un cierto nivel, creer que los frutos son resultado de su propio mérito. La realidad, sin embargo, es que la apropiación del trabajo, antes o después, pervierte el resultado. Por el contrario, al ajustarnos al fluir de la Vida, brotará la acción adecuada en cada momento: esa es, vista desde otro ángulo, la sabiduría del presente.

 ¿Vivo el gozo de saberme Vida que se expresa a través del cauce de mi persona?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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La Iglesia no es un Ghetto

Domingo, 5 de mayo de 2019
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6F0B6AEC-C680-478B-9177-2195C0170370 Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

El pasado domingo veíamos cómo los discípulos estaban en el cenáculo encerrados y con miedo. Hoy están ya afuera, en el lago (el mar es siempre lugar de riesgos y peligros). La Iglesia naciente se ha abierto.

         Están en el lago “Tiberíades” (de Tiberio, emperador romano). Lo normal hubiese sido que hablaran del lago de Galilea, pero quieren subrayar el aspecto de paganismo en el que se encuentran.

         Aquella iglesia naciente no se lamenta de la situación: ¡qué mal estamos!, ¡cuánta secularización y ateísmo tenemos! ¡La gente se ha ido y las iglesias están vacías! No es esa la actitud de Pedro y de la iglesia naciente; enseguida Pedro dirá: voy a pescar. El lugar del evangelio es el mundo, la sociedad, si se le quiere llamar paganismo, pues el paganismo. Ser cristiano es vivir abiertos, en la sociedad, en diálogo con el mundo, con la vida, las gentes, la cultura, la política, etc. Eso es la Gaudium et Spes del Vaticano II: la Iglesia en el mundo.

         Nosotros tenemos una concepción de iglesia casi exclusivamente jerárquica y clerical.

Cuando nosotros pensamos o preguntamos: qué dice la Iglesia acerca de un determinado problema: del divorcio, del aborto o lo que fuere, estamos pensando en que dice la jerarquía, el papa, el obispo acerca de tal cuestión. No pensamos en lo que dice el pueblo de Dios, que no puede decir nada, sino que tenemos in mente lo que dice la Jerarquía… Pero Iglesia no es sola y exclusivamente la jerarquía, los obispos, la conferencia episcopal, los curas, etc. Iglesia somos todo el pueblo de Dios.

         La Iglesia es la presencia de Cristo en la historia a través o por medio de los creyentes. Esta es la idea de la Iglesia como sacramento: la Iglesia es la comunidad de creyentes que continúan haciendo presente a Cristo en la historia.

         Todos los creyentes, mejor o peor, hacemos presente a Cristo en la vida.

         Todos somos Iglesia.

Pedro tiene una cierta relevancia en la vida eclesial: toma la iniciativa de ir a pescar (v 3), se echa al mar (v 7), saca la red llena de peces (v 11), por tres veces dirá al Señor que le ama, que es su amigo: un juego de palabras entre ágape y filia: amor y amistad.

La autoridad en la Iglesia viene del amor y es para apacentar, para pastorear la comunidad.

Posiblemente como evocación de las tres negaciones de Pedro, ahora Jesús, antes de encargar a Pedro la tarea de apacentar la comunidad le pregunta tres veces si le ama: ¿Pedro, me amas?

La autoridad proviene y se ejerce desde el amor y con amor, o si no se convierte en un despotismo tiránico, como tantas veces hemos visto en la historia de la Iglesia y también en algunas iglesias locales hoy en día.

Dice la 1ª carta de Pedro (5,2-3):

Cuidad de las ovejas de Dios que os han sido confiadas;hacedlo de buena voluntad, como Dios quiere, y no como a la fuerza o por ambición de dinero. Realizad vuestro trabajo de buena gana, no comportándoos como si fuerais dueños de quienes están a vuestro cuidado, sino procurando ser un ejemplo para ellos.

         En la iglesia de JesuCristo la autoridad no es el poder que emanan unas elecciones, sino el servicio a la comunidad proveniente del amor.

         Por otra parte apacentar el rebaño no es dominarlo.

No pescaron nada y la razón es evidente: estaban de noche y Cristo no estaba con ellos.

         Que no se nos olvide -que se nos ha olvidado- que lo más importante, lo único decisivo en la Iglesia es Cristo: infinitamente más importante que las estructuras, los curas, las Unidades Pastorales, la jerarquía, los ritos y las leyes, más decisivo que todo eso, es Cristo.

         Una Iglesia en la que se da una dialéctica del poder, o una búsqueda de los puestos, una iglesia en la se discute quién manda aquí, o cuestiones menores como una absolución general o particular, la misa así o asá, es una iglesia en la que Cristo queda relegado y, por tanto, “no tienes que ver nada conmigo” (Jn 13). Si eso sigue así, seguiremos sin pescar nada.

         La luz es Cristo, donde hay luz está Cristo o donde está Cristo, hay luz.

Donde una persona y una comunidad buscan caminos para la luz y la Verdad, Cristo está ya está muy cerca.

No hay gente en las iglesias, no hay seminaristas, ni vocaciones… A lo mejor es que Cristo no va en nuestra barca.

Tal vez en la iglesia no hemos llegado a decir, como Tomás, ¡Señor mío uy Dios mío! o, como el discípulo amado: ¡es el Señor!

Quien es decisivo en la Iglesia, -y en la vida-, es Cristo.

Amanecerá en la Iglesia y en nuestra vida, la pesca será abundante cuando el Señor se haga presente en la vida.

¡Cuánta paz infunde en el alma “ver y estar con el Señor”: ¡es el Señor!

         Este relato del lago es una Eucaristía. Cristo celebra la Eucaristía con los suyos. Cristo es el pan de Vida. Cristo es la Vida y el calor (las brasas) de la comunidad. Una comunidad cristiana, un grupo en el que Cristo está presente, tiene Vida y nadie pasa necesidad.

Lo de las brasas tiene su retranca y su ternura: está resonando la noche de la pasión del Señor, cuando Pedro niega a Jesús tres veces: hacía frío, los soldados romanos hacen fuego ya había unas brasas, (Jn 18,18). Resuena también el atardecer de Jesús con los dos de Emaús al calor del hogar.

Las brasas de Cristo son calor y vida.

¿Y qué otra cosa debería ser la iglesia, sino recordar a Cristo y Eucaristía?

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Apariciones entre interrogantes (III), por Salvador Santos.

Martes, 19 de junio de 2018
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SAN PEDRO Y SAN PABLOLo que os transmití fue, ante todo, lo que yo había recibido:…

que se apareció a Pedro y más tarde a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez: la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto. Después se le apareció a Santiago, luego a los apóstoles todos. Por último se me apareció también a mí, como al nacido a destiempo”. (I Cor 15,5-8)

Tradición de selectos

En la relación de personajes presentada por Pablo destacan rasgos susceptibles de ser interpretados como originarios de una incipiente institución. La supresión de las mujeres se debe tal vez al intento de restarles protagonismo y, al tiempo, excluirlas de zonas de influencia. El resto de mencionados parecen escalonados en orden al reconocimiento de su autoridad.

Pablo, modestamente último

Pablo se introduce entre los destinatarios de las apariciones del Galileo. Se nombra, con educación, en último lugar. Pero lo hace en un aparte. Con una descripción adornada de confidencias que destacan por su exagerada humildad:

“Por último se me apareció también a mí, como al nacido a destiempo. Es que yo soy el menor de los apóstoles; yo, que no merezco el nombre de apóstol, porque perseguí a la Iglesia”. (I Cor 15,8-9).

Y no deja de echarse flores envueltas en una modestia algo indigesta:

“Sin embargo, por favor de Dios soy lo que soy y ese favor suyo no ha sido en balde; al contrario: he rendido más que todos ellos, no yo, es verdad, sino el favor de Dios que me acompaña” (I Cor 15,10).

Pedro, delante.

El primer lugar de la lista lo ocupa Pedro. Pablo lo coloca en esa posición por su reconocida autoridad. Utiliza para nombrarle su sobrenombre escrito siguiendo la pronunciación en arameo Cefas (Kēfā), el que le puso el Galileo; según Juan, nada más conocerle:

“Tú eres Simón, el hijo de Juan; a ti te llamarán Cefas (que significa ‘Piedra’)” (Jn 1,42).

Sin embargo, ¡en ninguno de los evangelios se afirma que el Galileo se apareció a Pedro de forma individual! ¡Ni en primer, ni en cualquier otro lugar! Resulta evidente que la tradición a la que Pablo alude ideó ese hecho. Y, desde luego, ese pensamiento no salió del mismo Pedro. Este, fuente principal de Marcos, tuvo la sinceridad por emblema. Le aportó al evangelista la información de lo sucedido con total veracidad. Lo hizo sin ensalzarse, antes bien, mostrando sin recato todas sus miserias. Marcos escribió siguiendo idéntica pauta. De ahí que el amigo cabeza dura saliera tan mal parado en ese evangelio.

Después, los Doce

Para Pablo, el Galileo se apareció a continuación a los Doce. Predomina el simbolismo del ‘Doce’ (‘Doce’ equivale a pueblo en la mentalidad judía). Sin embargo la realidad hablaba de Once. Judas se había auto-descartado. Los textos de Mateo y Lucas hablan de los Once al referirse a la aparición al grupo de los discípulos representantes del proyecto del Galileo (Mt 28,16; Lc 24,33). Incluso en el añadido al evangelio de Marcos se usa ese número: ‘Once’ (Mc 16,14). La tradición recogida por Pablo muestra, no obstante, su carácter oficial y su anclaje en la ideología judía al escribir: ‘Doce’.

Aparición a quinientos

También esa tradición se distancia de Mateo, Lucas y Juan al mencionar una aparición del Galileo que los evangelios no citan: “a quinientos hermanos a la vez”. Al margen de otras consideraciones respecto al simbolismo del número quinientos, esta referencia parece querer subrayar la extensión y veracidad de los testimonios de quienes vivieron tal experiencia. De ahí que detalle: “la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto”.

¿Y quiénes son estos?

El siguiente registro de Pablo emerge por encima de los dos anteriores. Los personajes citados en este apunte sorprenden. Resultan para nosotros tan inesperados como extraños:

“Después se le apareció a Santiago, luego a los apóstoles todos” (v. 7),

¿Quién es Santiago? ¿Y quiénes, esos nuevos apóstoles? A los Doce ya los ha citado con anterioridad En los evangelios no hay ni rastro de estos desconocidos personajes. En cambio, los destinatarios de la carta debían conocerlos sobradamente. Porque Pablo comienza diciendo que lo que escribe ahora repite lo que les habló en su día. Y a ese mensaje llega a llamarle: evangelio:

“Os recuerdo ahora, hermanos, el evangelio que os prediqué…” (v.1).

Pistas en el original

El texto original nos abre algún camino a seguir. El verbo griego traducido por: “se apareció” o “se dejó ver” se usa en cuatro ocasiones y en el mismo tiempo verbal. Se encuentra unido a Cefas, los Quinientos, Santiago y Pablo como destinatarios de la acción de “aparecerse”. Los otros dos receptores, “los Doce” y “los apóstoles todos” están redactados sin verbo y asociados: el primero a Cefas y el segundo a Santiago mediante el mismo adverbio temporal con significación: “después”, “luego”, “a continuación”, “más tarde”. Dos grupos de similares características:

Pedro y los Doce;

Santiago y los apóstoles todos están descritos con idéntica estructura gramatical e iguales nexos de unión. La tradición de Pablo descubre dos colectivos que actúan como dos referentes en paralelo.

La expresión “Santiago y los apóstoles todos”, fórmula incluida en el evangelio anunciado por Pablo a Los Corintios, señala a un conjunto especialmente significado de responsables, cuya autoridad –según Pablo- debía ser reconocida más allá de la jurisdicción en la que actuaban. Este colectivo representa un primer indicio por el que asoma el origen de la tradición a la que alude Pablo. El hecho de que dicha tradición haya omitido a las mujeres como principales testigos orienta hacia algún organismo afín a la mentalidad y la ley judía que no admitía como válido el testimonio de las mujeres.

Santiago, descubierto

El primer paso para aclararlo reclama identificar al tal Santiago. Porque en consonancia con el paralelismo que guarda este grupo con el de ‘Pedro y los Doce’, Santiago figura como personaje principal encabezando al resto de nombrados. Si resulta obvio que no se habla aquí de uno de los hijos de Zebedeo, decapitado en el año 44, ¿quién es este Santiago? ¿Y quiénes, los otros responsables asociados a él y denominados con el nombre de apóstoles?

La carta a los Gálatas, escrita en torno al año 57, aporta un dato importante. Se trata de uno de los hermanos del Galileo:

“Después, tres años más tarde, subí a Jerusalén para conocer a Pedro y me quedé quince días con él. No vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el hermano del Señor” (Gál 1,19).

De hermano malpensado a apóstol de primera

Pablo llama ‘apóstol’ a un hermano del Galileo, uno de los del conjunto de familiares que viajaron para prenderle convencidos de que había perdido el juicio. Es más, Pablo afirma que, junto a Pedro y Juan, Santiago está reconocido como columna del colectivo de seguidores. E incluso, al mencionar a los tres, le concede el lugar preeminente:

“…Santiago, Pedro y Juan, los respetados como pilares, nos dieron la mano a mí y a Bernabé en señal de solidaridad…” (Gál 2,9).

Dirigente y responsables

Por lo que parece, Santiago goza de prestigio e influencia. En su círculo más próximo aparecen también una serie de personajes de cierto rango:

“Al día siguiente, Pablo, con nosotros, entró en casa de Santiago donde estaban también todos los responsables” (Hech 21,18).

Los datos brindados por Pablo dan a entender que este hermano del Galileo, Santiago, ocupaba una posición de alto rango. En una mirada superficial, resulta congruente que, a tal condición, le correspondiese una aparición directa y personal del resucitado. Aunque esa supuesta coherencia suscita extrañeza. ¡Los evangelistas ignoraron tan específica y singular aparición!

Un personaje rodeado de interrogantes

La presencia de Santiago genera algunos interrogantes: ¿Cómo pudo convertirse tras la ejecución de su hermano en uno de los pilares de su proyecto si antes lo tuvo por perturbado? ¿No confirmaba la crucifixión del Galileo que tenía razón y no se equivocaba en su juicio respecto a él? ¿Por qué, entonces, se le ocurrió después adherirse a su locura? ¿No tendría otros ocultos intereses? Y ¿qué papel jugó en el arranque del proyecto una vez ejecutado su hermano.

Rumiando qué hacer

Al comienzo del libro de los Hechos, Lucas aporta otros detalles para confirmar esta situación. El Galileo se aparece a los discípulos y permanece con ellos una totalidad concreta (cuarenta días) de tiempo, la duración que necesitan para madurar en sus convicciones y comenzar su andadura. En eso andaban sus cabezas sembradas de dudas. Lucas lo explica diciendo que el Galileo les habló de su proyecto:

“…dejándose ver de ellos durante cuarenta días, les habló acerca del reino de Dios” (Hech 1,3).

Una manera de decir que pasaron una cuarentena devanándose los sesos; recapacitando qué hacer respecto al proyecto del Galileo.

Y ellos, erre que erre

Pero el grupo de seguidores no solo seguía a distancia del proyecto, estaba situado en el polo opuesto. La propuesta del Galileo marcaba una ruta a seguir. El colectivo de discípulos deambulaba indeciso por la otra orilla. Dos itinerarios muy separados entre sí. El proyecto exige una praxis social. El grupo apuesta por la pasividad. Guarecido bajo la bóveda religiosa, se plantan al acecho de una intervención divina y una nueva aparición excelsa del ejecutado. Siguen pensando en sus posibles posiciones de poder. Ellos miran hacia arriba. El proyecto, atento al suelo, requiere hacer camino. Están acomodados en la inmovilidad religiosa:

“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? (Hech 1,11)

A pesar del mucho esfuerzo realizado por el Galileo animándoles a tomar la iniciativa y abrirse paso con una manera de hacer acorde a su enseñanza, ellos no salían del sueño nacionalista y aguardaban todavía el momento portentoso en el que Israel conseguiría la hegemonía política:

Señor, ¿es en esta ocasión cuando vas a restaurar el reino para Israel?” (Hech 1,6).

Después de tanto tiempo con él, no se habían enterado. Lucas amplía con detalles el posicionamiento del colectivo. Los términos que utiliza desbordan expresividad:

“Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que está cercano a Jerusalén, a la distancia que se permite caminar un día de sábado. Cuando entraron, subieron a la sala de arriba donde se alojaban; eran: Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, Simón el Fanático y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres” (Hech 1,12-14a).

No se sitúan como el Galileo fuera de la ciudad (“el monte de los Olivos”), sino en la misma sede político-religiosa (“Jerusalén”) donde dictaron sentencia de muerte contra él. No se han liberado. Continúan encadenados a las estrictas normas judías (“sábado”). Se han establecido en el lugar fijando allí su actitud de espera (“la sala de arriba”). Hasta se ha trastocado la lista de los Doce. No se nombra por parejas de hermanos, sino por orden de autoridad. Prevalece el rango; no, la hermandad (“Pedro y Juan, Santiago y Andrés…”). No se han adherido al proyecto del Galileo, están aferrados a la religión y sus formulismos cultuales (“la oración”).

Las mujeres aparecen al final de esta presentación de Lucas. La recensión denominada ‘occidental’ (Hechos se puede leer en dos recensiones, cosa que no ocurre con ningún otro libro del NT) afirma que ellas son las mujeres de los Once acompañadas de sus hijos.

¡Otra vez María y los hermanos!

El conjunto de seguidores se muestra estático. Unido a ellos, se nombra sorpresivamente a otro pequeño grupo nunca antes asociado a los discípulos y tampoco mencionado más tarde como tal colectivo. Una nueva aparición de la familia del Galileo:

“…además de María, la madre de Jesús, y sus hermanos” (Hech 1,14b)

Por Mc 6,3 y su paralelo Mt 13,55 conocemos los nombres de los cuatro hermanos: Santiago, José, Judas y Simón. La reaparición de los allegados causa sorpresa. A excepción de Santiago, de ese colectivo no quedará ni rastro en el libro de los Hechos. Se habló por primera vez de ellos por su intento de reconducir al Galileo al ordenamiento legal y religioso. En esta ocasión, confirman mantener su pronunciamiento en favor del orden establecido. Pero, ¿qué objetivo persiguen ahora? Si nunca se presentaron unidos al conjunto de seguidores, ¿qué propósito les ha movido a hacerlo cuando está ausente el Galileo? ¿Por qué se sitúan en primera línea en el momento crucial en que los seguidores están a punto de tomar decisiones respecto al camino a seguir? ¿Qué papel desean asumir?

A primera hora y en primera fila

Los congregados imaginaban próxima la irrupción del ideal y definitivo Israel. Se imponía estar preparados para su llegada. El pueblo restaurado abría nuevas posibilidades de acceder a posiciones aventajadas. Disponer de un espacio de influencia requería acudir a primera hora y colocarse en primera fila. No estaba fuera de lógica pensar que la condición de familiares podía favorecer al grupo de allegados. Quizás se le reconocerían ciertas prerrogativas por esa circunstancia. Ellos lo saben. Todos lo saben. Pedro es el primero en ser consciente de ello. De ahí que, en un contexto de predisposición unánime al reconocimiento de un nuevo Israel, Pedro tome la palabra:

“Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en medio de los hermanos (había una multitud como de ciento veinte personas -múltiplo de 12 = Pueblo numeroso- reunidas con el mismo propósito) y dijo:” (Hech 1,15).

Pedro los descarta

Buscaban sustituir al traidor Judas para restaurar también el grupo de los Doce. A ellos les competía la máxima responsabilidad del nuevo Israel. Pedro trenzó una jugada redonda:

“Por tanto, uno de los hombres que nos acompañaron todo el tiempo mientras vivía con nosotros el Señor Jesús, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que se lo llevaron a lo alto separándolo de nosotros, uno de esos tiene que ser con nosotros testigo de su resurrección” (Hech 1,21-22).

De un plumazo, descartó a los hermanos del Galileo. Los límites marcados por Pedro les excluían. El duro de mollera anduvo listo y amplió los márgenes al máximo. Desde la primera linde, la del Bautista, hasta el tope último: cuando lo perdieron de vista. ¿Por qué? Posiblemente no se fiaba de ninguno de ellos. Nunca habían acompañado al Galileo.

La elección recayó en un tal Matías, del que nunca más se habla en el NT. Sin embargo, pese a haber sido descartado por Pedro, Santiago aparece en la tradición recogida por Pablo como personaje influyente. ¿Qué otra u otras circunstancias propiciaron que conquistara esa condición de tan alto reconocimiento?

Atados y desunidos

El colectivo instalado en Jerusalén no acababa de soltar amarras. Mantenían los nudos atados bien firmes a la ideología y la religiosidad judía. Las rigideces de los miembros propensos a mantener este formato institucional generaron las primeras grietas. Los integrantes inmigrados de lengua griega no tardaron en sufrir el menosprecio. Los más vulnerables se llevaban la peor parte:

“Por aquellos mismos días, al crecer el número de los discípulos, se produjo una protesta de los de lengua griega contra los de lengua hebrea, a saber, que en el servicio asistencial de cada día desatendían a sus viudas” (Hech 6,1).

El desprecio a los más insignificantes mostraba la latente y profunda división interna, signo evidente de la absoluta contradicción entre las actuaciones del colectivo y el proyecto del Galileo. Leer más…

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“Apariciones entre interrogantes (II). La madre de Jesús”, por Salvador Santos.

Jueves, 31 de mayo de 2018
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corazonmariaRecorte y rebaje

Como era de esperar, Mateo y Lucas suprimieron de su texto el apunte de Marcos: “Al enterarse los suyos se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio” (Mc 3,21).

No lo omitieron porque dudaran de su historicidad, sino porque contradecía sus relatos de la infancia. Soslayaron, por tanto, la otra opción a su alcance: Escaquearse y evitar escribir esas imaginadas narraciones sobre un nacimiento virginal y divino.

Respecto a la segunda parte de Marcos, en la que este refleja la actitud autoritaria y mandona de la madre y los hermanos del Galileo:

“quedándose fuera, lo mandaron llamar”,

Mateo suaviza tan desabridos modales y añade una pizca de afecto:

se presentaron fuera, tratando de hablar con él” (Mt 12,46).

Lucas, lija en mano, afina toda la acción y presenta al grupo de familiares en su intento por entrar adonde él enseñaba. Pretende convencer que se esfuerzan para aproximarse a él. El evangelista justifica la inviabilidad del movimiento debido al muro de una multitud imposible de superar:

“Se presentó allí su madre con sus hermanos, pero no lograban llegar hasta él por causa de la multitud” (Lc 8,19).

La locura del Galileo

Más allá del cepillado, los retoques y alisados de Mateo y Lucas se impone retomar la pregunta que aflora desde los hechos: ¿Qué actuación del Galileo dio origen a que su madre y hermanos consideraran que estaba fuera de sus cabales e iniciaran ese movimiento para aprehenderle?

La respuesta la encontramos en el relato que precede a la acción coercitiva de los familiares: La constitución formal de una sociedad alternativa: LOS DOCE (Mc 3,13-19).

Los familiares sabían del carácter y los arranques del Galileo. Además de no haberse casado, de salir arrebatadamente de la aldea atraído por el mensaje del Bautista, de organizar una pandilla de individuos con mala pinta, de juntarse y comer con gente de mala fama y acoger entre los suyos a mujeres de la calle, se ha atrevido a desafiar a los responsables de la nación, a los líderes religiosos y hasta a las divinas promesas del AT. Los Doce significaban un ataque sin antecedentes al orden establecido. Representaban la ruptura con la institución y el poder. Su madre y hermanos, como es natural, consideraron que la cordura consistía en estar de parte del sistema político-religioso. El Galileo, por el contrario, incluso descartó por inútil la vía reformista. Había situado su proyecto al margen de ese marco: ¡UNA LOCURA!

María y los hermanos del Galileo estuvieron en desacuerdo con su dislocada actuación. Ninguno de ellos se adhirió a su proyecto. Nunca en los evangelios aparecen con él.

Familia y gerifaltes coinciden

Tras correr las noticias del disparate efectuado por el Galileo, sus familiares más cercanos no tuvieron más remedio que coincidir con reconocidos e ilustres personajes salidos de la capital. Tipos de cuidado que no se andaban con miramientos. Marcos los menciona a continuación del movimiento de los suyos para recogerlo y devolverlo a la cordura. No van de tapadillo. Buscan, como siempre, influir en la opinión pública. Y lanzan al aire sus juicios sobre la enajenación del Galileo. Son sentencias que sirven de consignas para la gente:

“Los letrados que habían bajado de Jerusalén iban diciendo: – Tiene dentro a Belcebú.

Y También: – Expulsa a los demonios con poder del jefe de los demonios” (Mc 3,22).

Intentona fallida

Los datos que nos aportan los textos indican que los familiares del Galileo no consiguieron sus propósitos. Su lanzado desplazamiento con el objetivo de reintegrarlo al orden establecido quedó, pues, en una simple intentona. El Galileo sabía lo que hacía. No iba de farol. Se mantuvo firme en sus convicciones, rechazó acompañar a su madre y hermanos y declaró cuál era su auténtica familia (Mc 3,33-35). María ya no aparecerá más de forma real en los evangelios. Aunque esa ausencia abrirá nuevos interrogantes y suscitará ciertas dudas a considerar.

El Galileo se deja ver

Algunas de esas preguntas e incertidumbres están relacionadas con otras apariciones. Las del Galileo una vez ajusticiado. Las narraciones que las cuentan destacan por sus notables diferencias. Salvo detalles muy específicos (el sepulcro vacío y las mujeres), no hay concordancia entre los evangelistas.

En Marcos nada se dice sobre apariciones del resucitado. Unas mujeres buscan un cadáver. Llevan aromas. Quieren embalsamarlo. Reconocen que no podrán quitar la losa que da acceso al sepulcro. No será necesario que nadie lo haga. El lugar de la muerte está abierto. ¡Y vacío! Un joven con vestiduras blancas les anuncia que el Galileo está vivo. Deben informar a Pedro y a los discípulos. Él les verá en Galilea. Las mujeres se espantan. Callarán. Tienen miedo. Ahí termina Marcos. El apéndice posterior (Mc 16,9-20) no pertenece al texto original. Se escribió mucho más tarde a base de mezclar datos extraídos de los textos de Mateo, Lucas y Juan. Con tal revoltijo pretendieron arreglar el duro y cortante final del primer evangelio escrito.

En Mateo aparece un mensajero celestial: “el ángel del Señor”. Sin nombre específico, se trata del mismo emisario que visitó a María a comienzos del evangelio. Él corre la losa del sepulcro. Se dirige a las mujeres. Les pide que no tengan miedo. Y les señala el lugar vacío. No hay cadáver. Anuncia que está vivo. Va delante hacia Galilea. Deben informar a los discípulos. El miedo de las mujeres se transforma en alegría. Por el camino se les aparece el Galileo. Más tarde pone fin a sus apariciones presentándose ante los Once.

Lucas amplia los hechos. No habla del mensajero. Serán dos hombres quienes anuncian a las mujeres que el sepulcro está vacío. Por propia iniciativa, las mujeres informarán a los Once y al resto de discípulos. El Galileo se aparecerá a dos de ellos que iban de camino. Luego al grupo.

En Juan, solo María Magdalena acude al sepulcro. Está abierto. Avisa a Pedro y al discípulo predilecto (personaje figurado). Ellos confirman el hecho. El Galileo se aparece primero a María Magdalena. Conversa con ella. Los discípulos se muestran temerosos. El Galileo se les aparece. Uno de ellos, Tomás, está ausente. No reconoce la experiencia de los otros. El Galileo se le aparecerá también. Por último se dejará ver por siete de ellos, con los que llegará incluso a comer.

Nada de apariciones a María

Pero, ¿y María? De aparecerse a María, nada de nada. Se ha aparecido a tantos… Y, ¿por qué no se dejó ver por su madre? Ni ella ni sus hermanos formaban parte del grupo de discípulos. Ellos no le siguieron. Incluso llegaron a pensar que se le había ido la cabeza. Pero, al fin y al cabo, ella era su madre. Se merecía un encuentro por corto que hubiera sido. Le habría devuelto la alegría. Y la memoria. ¡Y tantos recuerdos de infancia! Incluso la posibilidad de arrepentirse por haber pensado mal de él. No aparecérsele la dejaba en mal lugar. ¿Qué pensarían los discípulos de esta exclusión? ¿Y los vecinos de Nazaret? ¡Qué humillación tan grande!

Que nadie se entere

Del asunto de no dejarse ver por su madre, María, no se habla. Ni siquiera en estos tiempos se habla. El gran público lo desconoce. Mejor, callar. El silencio sostiene creencias extendidas, aparentemente esenciales y muy útiles. A falta de explicaciones, reina el mutismo. La ocultación resulta un excelente instrumento para mantener la ignorancia. Aunque la ausencia de lógica exige aclaraciones.

Experiencias de Vida

La teología, como el poder político, acostumbra a explicar lo inexplicable. Puede ofrecer enrevesados razonamientos para justificar que María no necesitaba que se le apareciese su hijo. Aunque no hace falta ningún discurso con esa orientación. La realidad es que no hubo ninguna aparición.

Lo que el primer evangelio escrito, Marcos, apuntó fue que el lugar de la muerte no dio cabida al Galileo. La muerte no es lo definitivo. La vida, la mostrada con su proyecto, sí lo es. La pesada losa que marca la separación entre vida y muerte está quitada. El sepulcro está vacío. Buscarlo ahí resulta inútil. Ese no es su sitio. Ya lo advirtió con Lázaro. La tumba no era lugar para su amigo. Quienes dieron continuidad a su proyecto desde el principio (Galilea) y sintieron el pálpito de esa vida obtuvieron, tras la muerte del Galileo, la experiencia de sentir su refrendo. La vida definitiva permite ese feliz y entrañable encuentro. Una vida imposible de detener. Años más tarde, Mateo, Lucas y Juan, escenificaron esas experiencias.

Otras apariciones

Antes de los escritos de Mateo, Lucas y Juan sobre apariciones del Galileo, en I Cor 15,5-8 se lee:

“Lo que os transmití fue, ante todo, lo que yo había recibido:…
que se apareció a Pedro y más tarde a los Doce.
Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez: la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto.
Después se le apareció a Santiago, luego a los apóstoles todos.
Por último se me apareció también a mí, como al nacido a destiempo”.

¡Ni a María ni a las mujeres!

Esta carta de Pablo, escrita en el 55 o 56, recoge una tradición anterior a esa fecha. Y también deja a María al margen de los beneficiados por las apariciones. Y, por si fuera poco, ¡también excluye a las mujeres!

Pablo no aporta ningún dato en relación a la procedencia de la tradición recibida por él. Desde luego, nada tiene que ver con el texto de Marcos, escrito hacia el año 41 (ver en Atrio: Una fecha para Marcos). Y tampoco coincide con los otros tres documentos evangélicos que vieron la luz años más tarde. El dato más sorpresivo es que la tradición de Pablo omite a las principales protagonistas de las apariciones: Las mujeres. Los cuatro evangelios, en cambio, las sitúan en primer plano. En la tradición usada por Pablo no queda ni rastro de ellas. Una de esas mujeres, María Magdalena, es la única identificada en todas las ocasiones. En Pablo, no. ¿Cuál es la razón? ¿Qué se pretendía evitar? ¿Y qué, destacar? ¿A quién se quería distinguir? ¿Por qué ignoraron esta tradición los textos más tardíos de Mateo, Lucas y Juan? ¿De dónde salió esa tradición?

Salvador Santos

Fuente Atrio

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“Apariciones entre interrogantes (I)”, por Salvador Santos.

Jueves, 24 de mayo de 2018
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2611149c29d0473La Aparecida

En el término municipal de Orihuela, lugar de nacimiento del poeta Miguel Hernández, existe una zona urbana denominada La Aparecida. Este nombre proviene de una leyenda sobre un lienzo pintado al óleo con una imagen de María, la madre del Galileo, amamantando a su bebé. Al parecer, en 1736 un agricultor llamado Jaime Trigueros encontró el lienzo enterrado mientras labraba su campo. Cuenta la leyenda que los bueyes con los que araba se resistieron a seguir tirando del arado. El campesino halló el lienzo enganchado en su reja. Después de lavarlo, resplandecía. La noticia se divulgó entre los lugareños, que acudían a diario para contemplarlo y rezar. Jaime decidió informar del hecho a la autoridad eclesiástica.

El obispo del lugar, D. José Flores Ossorio, muy aficionado a asuntos de construcción, mandó edificar una capilla en el pueblo de Jaime Trigueros. Pero, por falta de acuerdo del prelado con los vecinos respecto a la ubicación del edificio religioso, se decidió por consenso que una burra llevara el lienzo sobre su lomo y allá donde se parase señalaría el lugar donde debía erigirse el templo. Y así se hizo. La burra se detuvo en el barrio de Los Esparragales. Puro instinto animal. Gracias a los bueyes, al obispo y a la burra se levantó una capilla en el punto preciso que hoy se conoce con el nombre de La Aparecida.

Apariciones a porrillo

Nada insólito. Existen miles de emplazamientos y pueblos de medio mundo donde han arraigado leyendas de apariciones de una mujer a la que identificaban como La Virgen, y a la que asignaban un nombre específico acorde con el lugar o con alguna circunstancia asociada a la supuesta aparición. Dos mil años han dado para apariciones a punta pala. Muchas de ellas convalidadas por el obispo titular de la diócesis correspondiente. Unas pocas, reconocidas oficialmente por la máxima autoridad eclesiástica. Todas han supuesto cambios importantes: Nuevos fervores, oraciones, cánticos, emociones, creencias, patronazgos, fiestas, romerías… Y, sobre todo, prosperidad económica.

En torno a esas supuestas apariciones: cobró auge el sector de la construcción; se revalorizaron fincas y bienes inmuebles; brotaron negocios de diversa índole; se multiplicó el turismo; despertó un interés inusitado entre desvalidos y desahuciados. Y el poder político se preocupó por consolidar y potenciar esos focos de atracción.

La primera aparición

Conforme a la creencia tradicional, la primera aparición tuvo como destinatario a Santiago, uno de los dos ambiciosos hermanos e hijos de Zebedeo. La conocida como Virgen del Pilar decidió en el año 40, estando aún con vida y rondando los sesenta, cruzar el Mediterráneo de punta a punta para aparecérsele a Santiago en la ciudad romana llamada entonces Caesaraugusta (hoy, Zaragoza). Este hijo del Trueno, dicen, ya andaba por aquí. Aunque no pudo entretenerse demasiado por estas tierras. De hecho, tuvieron que retornar los dos, aunque nada se sabe acerca de cómo realizaron ese largo y complicado viaje de ida y vuelta. Santiago debió regresar en breve a Israel porque al rey Herodes Agripa I le dio por cortarle la cabeza hacia el año 44 (Hech 12,1-2). Fue el primero de los Doce en caer.

El reconocimiento de la Virgen del Pilar no quedó solo en el nombre ni en su confirmación por las autoridades religiosas. Desde las alturas políticas se mantuvo un interés especial por la del Pilar. En 1908 un decreto ley firmado por el rey Alfonso XIII la nombró ¡Capitana General del ejército español!

Apariciones imaginadas en el NT.

Al contrario de lo sostenido por la infinidad de narraciones legendarias surgidas durante veinte siglos, casi no existen apariciones reales de María en el NT. Las imaginadas se hallan en los textos de dos de los evangelistas.

Mateo y Lucas hablan de ella al comienzo de sus escritos, último estrato de la composición evangélica. Después del año 70, en un contexto inclinado a idealizar la figura del Galileo para revalorizar su proyecto, estos dos evangelistas construyeron unos relatos con la finalidad de mostrar el origen divino de su concepción y nacimiento. Ambos evangelios nombran a María por su nombre (Mt 1,16.18.20; 2,11; Lc 1,27.30.34.38.39.41.46.56; 2,5.16.19.34). Ahora bien, entre ellos hay más diferencias que coincidencias.

Mateo simplifica:

Mateo ofrece solo un breve apunte:

“Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 18).

Introduce a un mensajero celestial (“el ángel del Señor” v.20) para explicarle a José ese hecho sorprendente. El evangelista destaca la exclusiva intervención divina en la fecundación de María y subraya con parquedad que ella y José no mantuvieron relaciones sexuales antes del nacimiento del Galileo:

“sin haber tenido relación con él, María dio a luz un hijo, y él le puso de nombre Jesús” (v.25)

El relato de Mateo se reduce a pura narración. Ni María ni ninguno de los personajes citados intervienen activamente. Ella aparece, también en forma pasiva, en el relato de la visita de los sabios llagados de Oriente (2,11). Y es mencionada sin decir su nombre en los relatos de huida y regreso de Egipto (2,14.20-21).

Lucas teatraliza

En Lucas, sin embargo, prima la acción, se multiplican los detalles y los personajes adquieren protagonismo.  El tercer evangelista identifica de entrada al mensajero:

“…envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, que se llamaba Nazaret, a una joven prometida a un hombre de la estirpe de David, de nombre José; la joven se llamaba María” (Lc 1, 26-27).

No se dice quién ni cómo pudo reconocer al mensajero hasta el punto de saber su nombre. Lucas no parece tener dudas. Se trataba de un tal Gabriel, el mismo que aparece en el libro de Daniel (Dan 8,16; 9,21), un texto singular escrito en formato trilingüe (unos trozos en hebreo, otros en arameo y otros en griego) algo más de siglo y medio más atrás.

Lucas escenifica el encuentro del mensajero Gabriel con María. Él comienza a hablar sin haber presentaciones previas. Ella no se sorprende por su presencia, sino por lo que él afirma. Entre ambos se suscita un diálogo (Lc 1,26-38). El tema se centra en la concepción de un hijo por parte de María sin participación de un hombre. Dios mismo intervendrá en la operación. El mensajero aporta detalles de tinte religioso. Para dar credibilidad a su anuncio, le informa que una familiar suya de nombre Isabel parirá también otro niño a pesar de su esterilidad. Tras la aceptación del recado por parte de María, el mensajero se marchó tal como había llegado, sin hacerse notar.

Seis meses antes, ese mismo mensajero, Gabriel, -cuenta Lucas- se había aparecido también al marido de Isabel, el sacerdote Zacarías, durante su servicio en el templo:

“Se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso” (Lc 1,11).

Al pedir garantías respecto a su información, el mensajero le facilita su nombre:

“Yo soy Gabriel, que estoy a las órdenes inmediatas de Dios” (v.19).

La posterior visita de María a Isabel sirve al evangelista para declarar la subordinación del Bautista al Galileo (Lc 1,39-45) y para que María confirme la aceptación de su embarazo divino y pregone poéticamente la grandeza del hijo que espera y la misión definitiva que este tiene encomendada (Lc 1,46-55):

“Su brazo interviene con fuerza,
desbarata los planes de los arrogantes,
derriba del trono a los poderosos
y exalta a los humildes.
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide de vacío”

(vv. 51-53).

    Una aparición desafortunada

De considerar históricos estos relatos resultaría incomprensible la única aparición real de María en los evangelios. No intervino sola. Le acompañaban los hermanos del Galileo. Faltaba únicamente José. Se desconoce el motivo. Marcos nunca lo nombró. A pesar de su ausencia, el nutrido conjunto se bastaba. Iban a por el Galileo. Por lo que parece, se excedió en sus planteamientos y sobrepasó peligrosamente todos los límites. Marcos presenta la maniobra del grupo familiar en dos partes. Corresponden a sus dos movimientos, uno de salida desde el punto donde habitaban y otro de llegada adonde se hallaba el mayor de los hijos. El primero revela las intenciones de la familia y la razón que les mueve a intervenir. El segundo señala el procedimiento usado para ejecutar su plan:

Primer movimiento:

“Al enterarse los suyos se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio” (Mc 3,21).

Segundo movimiento:

“Llegó su madre con sus hermanos y, quedándose fuera, lo mandaron llamar. Una multitud de gente estaba sentada en torno a él. Le dijeron:

Oye, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera” (Mc 3,31-32).

Para reintegrarlo al orden

El objetivo del grupo de allegados no admite dudas: intentan retirarlo de la circulación y conducirlo a casa. Probablemente, con intención de evitarle riesgos mayores provenientes de la institución religiosa y el poder político. Unos y otros lo tenían ya en el punto de mira. Marcos había dado cuenta con anterioridad de una alianza antinatural entre facciones de religiosos y políticos para eliminarlo:

“Los fariseos, junto con los herodianos, se pusieron enseguida a maquinar en contra suya, para acabar con él” (Mc 3,6).

La finalidad de los familiares al salir en su busca no ofrece dudas. El sentido del verbo griego (traducido por: “echarle mano”) que Marcos utiliza para indicar el propósito de la familia tiene un fuerte carácter coercitivo. En todas las ocasiones en que lo usa, informa sobre una acción fuertemente represiva: El prendimiento del Bautista (Mc 6,17); Las canallas intenciones de sumos sacerdotes, letrados y senadores contra el Galileo (Mc 12,12); el empeño criminal contra él de sumos sacerdotes y letrados (Mc 14,1); la señal de Judas a la turba enviada por los máximos representantes de la nación para capturar al Galileo (Mc 14,44); su apresamiento (Mc 14,46); denunciando el Galileo la violencia empleada en contra suya (Mc 14,49); el prendimiento del joven de la sábana (Mc 14,51).

Para ellos, estaba trastornado

Pero a pesar de la dura agresividad que supone la acción de este verbo, lo que llama la atención es la razón que induce a su madre y a sus hermanos a llevar a cabo esa operación contra él:

“pues decían que había perdido el juicio”.

¿Qué les llevó a tal conclusión? ¿Cómo pensar semejante cosa de él? ¿No aceptó de buen grado María el recado del mensajero Gabriel? ¿No proclamó su alegría reconociendo que su hijo era el de Dios, el definitivo liberador tan anhelado por todos? ¿Cómo pudo pensar que había perdido el juicio un personaje nacido por intervención divina?

¿Experiencias olvidadas?

¡Si su prima Isabel y hasta la criatura que estaba gestando reconocieron el rango divino de su embarazo!:

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!” (Lc 1,42-45).

El texto de Lucas reconoce que llevaba muy dentro el mensaje celestial recibido por unos desconocidos pastores acerca del niño (Lc 2,16-17):

“María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior” (Lc 2, 19).

¿Cómo olvidar a aquel hombre de Jerusalén, Simeón, cuando cogió al niño en brazos y pronunció palabras de liberación universal?:

“Ahora, mi Dueño, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto la salvación
que has puesto a disposición de todos los pueblos:
Una luz que es revelación para las naciones
y gloria para tu pueblo, Israel”
(Lc 2,29-32).

Y ¿cómo no recordar la visita de unos sabios venidos expresamente de Oriente para rendir homenaje al niño y ofrecerle sus regalos? (Mt 2,1-12).

Si el mismo Herodes sintió miedo de perder su poder por el nacimiento de su hijo y, con tal de acabar con él, organizó hasta una matanza de críos (Mt 2,16-18). Y, debido a esa inhumana escabechina, ella y José tuvieron que huir nada menos que a Egipto para salvarle la vida al niño (Mt 2,13-15).

¿Cómo pudo echar en el olvido tantas experiencias? ¿Qué hecho tan escandaloso pudo llevar a cabo el Galileo para que María llegara a pensar que su hijo había perdido la chaveta? Algo muy escandaloso tuvo que ocurrírsele. ¡Y debió llevarlo a cabo! Pero, ¿qué?

Salvador Santos

Publicado en www.atrio.org, el 13-abril-2018

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“La fe entra por los sentidos”, por José Mª Castillo

Lunes, 24 de abril de 2017
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michel-ciry_-incredulite-deDe su blog Teología sin Censura:

El relato de la incredulidad del apóstol Tomás, que se recuerda a los cristianos en el segundo domingo de Pascua (Jn 20, 19-31), nos viene a decir que la fe entra por los sentidos. Mucho antes que el IV evangelio, el apóstol Pablo había dicho que “la fe entra por el oído” (por lo que se escucha, “akoê”: Rom 10, 17). Pero el Evangelio añade que, no sólo por lo que se escucha, sino también por lo que se ve y se palpa. Que es lo que le pasó a Tomás. Cuando los otros apóstoles le dijeron que habían “visto al Señor” (Jn 20, 25), Tomás respondió lo que dice tanta gente: “Si no lo veo y lo toco, no lo creo”. Hasta que, a los ocho días, Jesús resucitado se plantó delante de Tomás y le dijo: “ven acá, mira, toca, palpa… y no seas incrédulo” (Jn 20, 27). Y Tomás no tuvo más remedio que decirle a Jesús: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20, 28).

La cosa, al menos en principio, está clara: la fe entra, no sólo por lo que oímos, sino además por lo que vemos y palpamos. Pero aquí es donde está el problema. Porque, en realidad, ¿qué es lo que vio y lo que palpó Tomás? Vio y palpó llagas de dolor y muerte. Y entonces creyó. Pero el mismo Jesús añadió: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20, 29).

El Evangelio se refiere obviamente a quienes vieron a Jesús resucitado. Pero, ¿y los que no lo vemos, ni podemos verlo? Insisto en que Tomas vio a Jesús. Pero no solo eso. Lo que Tomás dijo es que quería ver las llagas de los clavos y la herida del costado de Jesús. Entonces fue cuando Tomás creyó. No simplemente cuando vio a Jesús, sino cuando palpó sus llagas de sufrimiento y muerte.

Yo me pregunto por qué ahora hay tanta gente a la que no le interesa para nada el asunto de la fe. ¿Porque no vemos a Jesús? Por supuesto, a Jesús no podemos verlo. Pero, ¿y sus llagas de sufrimiento y muerte? ¿dónde las vemos? ¿en quiénes se palpan? Ahí están: en la vergüenza de los que se dejan la vida en las pateras, en las alambradas (con sus concertinas) que les hemos puesto a quienes vienen huyendo de la muerte, en los que se mueren en las hambrunas de África y en las guerras interminables del coltán. Porque nosotros, los “¡creyentes en Cristo!”, los cristianos de los países desarrollados, no soportamos las llagas de los clavos de la muerte de Jesús.

¿Y la Iglesia, que no se cansa de predicar la importancia de la fe? Los “hombres de Iglesia” se preocupan mucho por los que llevan en sus carnes las llagas de Cristo. Pero es que la Iglesia no sólo se preocupa por los que llevan las llagas. Además de eso, necesita mucho dinero para conservar sus templos, sus seminarios, sus palacios y sus curias, para mantener intacta su liturgia y su moral. Y si no, que se lo pregunten al papa Francisco. Este hombre se preocupa tanto por los desgraciados de las llagas, que más que un papa, parece – a veces – un “agitador social”. ¿Y nos vamos a quedar con los brazos cruzados ante semejante desvarío?

Es la pregunta que algunos se hacen. Yo – a lo mejor estoy equivocado – lo que me pregunto es si nos interesa de verdad creer en Jesús. O quizá lo que queremos, a toda costa, es que el solemne montaje religioso que tenemos siga como está. O incluso que, a ser posible, podamos recuperar la solemnidad de antaño.

Por eso, sólo me queda esta pregunta: ¿no nos estará ocurriendo que, en realidad, estamos más cerca de los sacerdotes del templo que de las llagas que tanto anhelaba tocar el apóstol Tomás?

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“Jesús salvará a la Iglesia”. 23 de abril de 2017. 2 Pascua (A). Juan 20, 19-31.

Domingo, 23 de abril de 2017
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thomas-et-jesusAterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está con ellos Jesús. En al comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él? “Está anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.

Dentro de la casa, están “con las puertas cerradas”. Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento de las gentes.

Los discípulos están llenos de “miedo a los judíos”. Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el mundo como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.

De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. “Entra en la casa y se pone en medio de ellos”. La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a la apertura de la misión.

Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.

Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.

Solo Jesús salvará a la Iglesia. Solo él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.

Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores y seguidoras.

José Antonio Pagola

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“A los ocho días, llegó Jesús”. Domingo 23 de abril de 2017. 2º Domingo de Pascua.

Domingo, 23 de abril de 2017
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24-PascuaA2Leído en Koinonia:

Si la resurrección de Jesús no tuviera efecto alguno en la vida del discípulo, es decir, si la Resurrección no tuviera como sentido final la re-creación del ser humano y por tanto la re-creación de un nuevo orden, entonces eso de la Resurrección de Jesús no habría pasado de ser un asunto particular entre el Padre y su Hijo. Pero, como la resurrección de Jesús es la base y fundamento de una comunidad y el horizonte hacia el cual tiende toda la creación, por eso, tanto el evangelio de hoy como la primera lectura de Hechos, tratan de iluminarnos sobre cuál es ese horizonte y cuáles, por tanto, son los efectos inmediatos, reales y concretos de la Resurrección.

Las fallas, los tropiezos y las caídas en el proceso de construcción de una comunidad igualitaria y justa no hay que verlos como la demostración de que no se puede lograr esa construcción; esos aspectos negativos se pueden percibir como el signo de que ciertamente no es fácil, pero en todo caso no es imposible, máxime si hay plena conciencia de que ése es el proyecto de Dios y que por ese proyecto Jesús hasta derramó su sangre y entregó su vida. Pero, también por ese proyecto, el Padre lo resucitó, para que quienes confesamos ser seguidores suyos veamos si nos comprometemos o no con ese “su” proyecto que él quiere compartir con nosotros y que ciertamente él respalda y acompaña en todo momento. Ese es el principal sentido de la Resurrección y eso es lo que los discípulos no entienden de manera inmediata.

Justamente el evangelio de hoy nos da la pista para entender que el descubrimiento de los efectos y alcances de la resurrección de Jesús no se comprenden rápidamente, de un momento a otro. Aunque los dos discípulos han comprobado que Jesús “no está” en la tumba y una vez que María Magdalena les anuncia que Jesús está vivo y que ha hablado con él (cf. Jn 20, 1-18), los discípulos siguen encerrados. Dos veces en el pasaje de hoy escuchamos estas dos expresiones, “los discípulos estaban con las puertas bien cerradas” (v.19) y “ocho días después los discípulos continuaban reunidos en su casa” (v. 26), lo cual es signo de que esto es un proceso de maduración de la fe. No nos dice el evangelista que los discípulos “no creyeran” en el Resucitado; con excepción de Tomás, todos lo habían visto y creían en él; pero una cosa es creer y otra abrirse a las implicaciones que tiene la fe, y ese es el proceso que le toma a la comunidad de discípulos un buen tiempo, tiempo por demás en el que Jesús, con toda paciencia y comprensión, está ahí cercano, acompañando, animando y ayudando a madurar la fe de cada discípulo.

Tal vez a nosotros, como creyentes de este tiempo, nos hace falta madurar aún mucho más el aspecto de la fe; tal vez nuestros conceptos tradicionales aprendidos sobre Jesús y su evangelio no nos permiten ver con claridad cuál es el horizonte de esa fe cristiana que confesamos tan folclóricamente y que, por tanto, no impacta a nadie. Valdría la pena hacer el ejercicio de desaprender; vaciar completamente nuestro ser, nuestro corazón, hacer lo de Tomás, viendo el caso de Tomás desde la óptica más positiva, claro está; es decir, si no lo juzgamos de entrada como “el incrédulo”, sino como el que quiere creer y poner en práctica su fe, pero que desde su vacío interior necesita ser llenado por la presencia de su Señor. Éste es el camino que estamos llamados nosotros hoy a recorrer. Leer más…

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Dom 23.4.17. ¡Mete tu mano en la llaga…! Pascua es curar la herida y perdonar

Domingo, 23 de abril de 2017
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18010821_777799465730581_4255531844022211615_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 2 Pascua, ciclo A, Jn 20, 19-31. Este evangelio contiene dos partes principales:

‒ 20, 19-23: Pascua es perdonar. La comunidad reunida (sin Tomás, el discípulo “espiritual”) “ve” a Jesús que le ofrece su paz y le concede la gracia del Espíritu Santo, que se expresa en forma de perdón, curando a los heridos.

‒ 20, 24-29: la pascua es memoria y presencia de Jesús crucificado. Meter la mano en la llaga de su pasión (curar la llaga de los heridos, acompañar a los crucificados, para hacer posible así el perdón).

Este evangelio responde así a los dos grandes problemas de la primera comunidad cristiana y de la iglesia (de la humanidad actual), que son los problemas de perdón y de la ayuda a los heridos:
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‒ Resucitar es aprender a perdonar y hacerlo de hecho, de un modo personal o social (en comunidad). No es vengarse o responder con “pura justicia” (sin misericordia ni amor) a los que han matado a Jesús, sino superar la justicia en forma de amor gratuito, para no quedar prendidos en la falta de perdón, que es el odio sin fin, que destruye a la humanidad. Jesús resucitado no viene para vengarse de aquellos que le han condenado y matado, sino para ofrecerles perdón, a través de sus seguidores.

‒ La resurrección es “tocar las llagas” de la humanidad enferma y herida, para superar así el dolor e injusticia de la historia… No es meter el dedo en la llaga, para que sufra más, sino “tocar la llaga”, para curarla.

Resucitar es curar a los enfermos, cuidar a los heridos, transformar de esa manera este mundo injusto de muerte, superando así la injusticia de los que piensan avanzar llenando de llagas de muerte a los otros.

17952669_777801579063703_8841043660598547873_nAmbos elementos son complementarios:

— el perdón que vincula en amor a los creyentes…
— y la curación de las llagas.

Ésta es la experiencia clave de la Iglesia y su más alta tarea:

— el descubrimiento de Jesús “curado”, que quiere curar las heridas de los hombres y mujeres llagados del mundo;
— la unión del perdón con la curación de las llagas, como ha planteado de forma sorprendente y genial este evangelio de Juan. en este ¿Cómo tocarle, cómo tocar su llaga en la historia de los hombres?

Buen domingo pascual a todos.

a. Resucitar en perdonar, discípulos sin Tomás (Jn 20, 19-23)

Está reunida la comunidad de los amigos de Jesús, que le recuerdan y le aman, pero no creen todavía en su resurrección. Podemos suponer que en ella se ha integrado, ofreciendo su mensaje, María Magdalena, la primera creyente (cf. 20, 11-18); también parece estar el discípulo querido, que no ha visto Jesús pero cree, pues le basta la experiencia del sepulcro vacío (cf. 20, 8).

Debe hallarse igualmente Pedro (del que también se ha ocupado el texto anterior (cf. Jn 20, 2-4). De los demás no se sabe nada. El texto les presenta como “hoy mathêtai”, los discípulos, en sentido extenso. Son toda la Iglesia reunida, que recuerda a Jesús, pero no acaba de creer y vive llena de miedo.

Estos discípulos están reunidos, en una casa cerrada, por medio de los judíos (20, 19). Forman comunión, pues Jesús les ha convocado y por fidelidad a él están reunidos. Son iglesia en frágil, oración y dudas, son comunidad que necesita la presencia del Señor. En este contexto se inscribe la primera experiencia eclesial de la pascua que, lo mismo que en Lc 24, 23-48, se dirige a toda la iglesia y no sólo a los Doce, cosa que tendrá gran importancia:

A la tarde de aquel día primero de la semana,
y estando cerradas las puertas del lugar donde estaban los discípulos,
por el medio a los judíos,
vino Jesús y se colocó en medio de ellos diciendo:
¡La paz con vosotros!
Y diciendo esto les mostró las manos y el costado.
Los discípulos se alegraron viendo al Señor. Y les dijo de nuevo:
– ¡La paz con vosotros!
Como me ha enviado el Padre os envío también yo.
Y diciendo esto sopló y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo,
a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados;
y a quienes se los retengáis les serán retenidos (Jn 20, 19-23).

Los discípulos forman un grupo amenazado, miedoso, pero viene Jesús y les conforta con su palabra y su poder de perdonar. No son los Doce, como a veces se ha supuesto, de forma equivocada (para defender quizá que sólo los Doce y sus sucesores obispos pueden perdonar y decir misa), sino la comunión de todos los creyentes. Es toda la iglesia (formada por hombres y mujeres) la que está reunida y la que recibe la gracia de la experiencia pascual y la tarea de realizar la misión (envío y perdón) del Señor resucitado.

La Pascua se expresa como presencia y envío de Señor resucitado que se muestra a sus discípulos, haciéndoles testigos de su gracia, enviados de su reino. El signo primero y más fuerte de la pascua es esta “presencia” de Jesús en la comunidad de los creyentes reunidos por miedo a los que hace salir de su encierro, enviándolos al mundo como mensajeros de su perdón.

– La Pascua es ante todo paz. Jesús saluda a sus discípulos dos veces, con la misma palabra: paz a vosotros (eirênê hymin: 20,19.21). Sobre un mundo atormentado por la guerra y la violencia, ofrece Cristo paz fundante, creadora. Sobre una comunidad encerrada por el miedo extiende el Cristo pascual la gracia de su vida hecha principio de misión universal.

– La pascua es presencia gloriosa del crucificado. El Señor resucitado es el mismo Jesús que se entregó por los hombres. Como señal de identidad, como expresión de permanencia de su pasión salvadora, Jesús mostró a sus discípulos las manos y el costado (20, 20), en gesto que después va a recibir nuevo contenido ante el rechazo de Tomás (cf 20, 24-29).

Creer en la pascua es descubrir que el mismo Jesús crucificado (no un espíritu celeste) es el Señor glorioso. En contra de todo espiritualismo, no hay pascua sin “memoria de Jesús asesinado”, sin memoria de los asesinados…En el fondo está la misma experiencia teológica de Lc: ¡Era necesario que el Cristo muriera…! (Lc 24, 26.46).

– La misma Pascua aparece así Pentecostés. Jesús resucitado sopla sobre sus discípulos diciendo recibid el Espíritu Santo (20, 22), en gesto de nueva creación. El mismo Dios había soplado en el principio sobre el ser humano, haciéndole viviente (Gen 2, 7). Ahora sopla Jesús, como Señor pascual, para culminar la creación que en otro tiempo había comenzado. Recordemos que Lucas 24 y Hech. 1 habían separado cuidadosamente los matices, poniendo primero la Pascua y después Pentecostés, Juan ha vinculado ambos momentos, uniéndonos en un único misterio: la misma aparición pascual se vuelve efusión del Espíritu de Dios (que es Espíritu del Cristo resucitado) sobre el conjunto de la iglesia.

– La pascua se vuelve misión: ¡como el Padre me ha enviado así os envío yo! (20, 21). A lo largo de todo el evangelio, Juan ha presentado a Jesús como enviado de Dios: misión es toda su existencia. De ahora en adelante, los discípulos de Jesús en cuanto tales (no los Doce como grupo cerrado) son enviados de Jesús. Realizan una obra que es propia del Señor resucitado: expanden y despliegan su camino, realizan su misterio sobre el mundo.

– El texto culmina en un signo de perdón: a quienes perdonéis los pecados… (20, 23). El camino de Jesús se expresa en el perdón. Éste es el tema, ésta la tarea de la iglesia: en el mundo no hay perdón, los hombres se encuentran divididos, destruidos; carecen de medios para expresar el perdón, todo se hace por ley y por venganza, en una espiral de violencia y contra-violencias.

Pues bien, sobre ese desierto de pecado (falta de perdón), Juan ha interpretado la pascua como experiencia de perdón. Por eso presenta estas palabras en las que Jesús dice a todos sus discípulos (sin distinción de clérigos y no clérigos): “a quienes perdonéis…”. Éste es el perdón pascual de la Iglesia, el perdón de todos los cristianos, pues todos, varones y mujeres, sin distinción entre posibles sacerdotes consagrados y no consagrados, aparecen aquí como mensajeros y testigos del Perdón de Jesús, de su Espíritu Santo.

– ¿Perdón y no perdón? Ciertamente, el texto divide a las personas de una forma que parece simétrica (a quienes perdonéis, a quienes retengáis…), de tal modo que alguno pudiera pensar que la iglesia es una institución neutral, que reparte perdón o no perdón de forma indiferente. Pues bien, en contra de eso, a la luz de todo el evangelio, debemos afirmar que la iglesia es sólo signo y fuente de perdón, de un perdón abierto a todos: ella misma viene a presentarse así como encarnación del perdón, por encima de todas las imposiciones, leyes y venganzas del mundo. Pero allí donde no se ofrece ni recibe el perdón la humanidad queda en manos de la muerte. Leer más…

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23.4.17. Jesús es la Biblia. La Pascua del Libro

Domingo, 23 de abril de 2017
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imagesMañana, 23 de Abril, se celebra en muchos países de lenguas hispanas el día de San Jorge, matador de dragones, patrono de doncellas, pero también el Día del Libro (es decir, de la Biblia y de Cervantes, por citar dos textos significativos). En esa línea quiero hablar de la Pascua del Libro, presentando a Jesús como aquel que ha resucitado en el Libro (entendido de forma universal, humana…).

Para las religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, Islam) el libro ha venido a ser signo de Dios, de manera que algunos han podido decir que el mismo Jesús ha resucitado en el Libro, como “rollo” escrito de forma duradera, en forma de llamada a la conciencia personal y a la libertad, libro testimonio y enseñanza. Por eso, Jesús aparece como “icono” llevando en la mano el libro.

images118057643_779450732232121_7215456754634406710_nAsí pasamos del rollo cerrado de bronce o de plomo, de algunos testimonios antiguos… al Cristo Jesús, que es libro abiertol… Jesús mismo es el libro. En esa línea, el libro del evangelio ha venido a convertirse en signo y testimonio de Jesús resucitado. Por eso, ellos pueden afirmar, de alguna forma, que Jesús ha resucitado en el Libro, es decir, en la Palabra Compartida que se lee y se convierte en principio de maduración, de convivencia

Por eso, ha podido y se puede decir que Jesús es la Biblia, el mismo Dios hecho palabra de llamada y comunión para los hombres, una carta de amor.

En un sentido el libro escrito (copiado en piedra, ladrillo o manuscrito, y más el libro impreso) puede tener los días contados, pues forma parte de un momento muy particular de la historia de algunos pueblos, pues no tiene más que unos pocos milenios, y puede desaparecer.

Pero en libro en sí, como testimonio de la Palabra que se proclama y escucha, se comparte y se transmite… forma un elemento esencial de la revelación de Dios y/o de la historia humana. En ese sentido, las religiones han hablado y hablan de un libro eterno de Dios (que para los cristiano está vinculado a Jesucrito).

18033810_779446568899204_5158012924408174405_nDios no es espada que mata, ni es pura vida inconsciente de estrellas o plantas, sino que se hace libro, Gran Palabra que llama e invita a la vida, para crecer en forma dialogada, para compartir los saberes y los amores, para caminar hacia el futuro del conocimiento pleno.

No es un libro que se cierra en sí mismo para imponerse desde fuera, como poder de los letrados contra los iletrados, sino que se abre por dentro de un modo universal, de forma que seamos libro abierto los unos para los otros, como flor de belleza y misterio de llamada. Ese es el libro que Jesús lleva en la mano (=que Jesús “es” en todos los iconos de oriente.

Por eso, en la liturgia de Jesús se colocan y abren dos mesas: la mesa del pan (la eucaristía, de la que he tratado más en este blog) y la mesa de la palabra (de la que hablamos hoy, con ocasión de la Fiesta del Libro).

En un día como hoy, los catalanes de Barcelona ofrecen en la calle un libro con una rosa… y los cristianos de todo el mundo quieren ofrecer y compartir el Libro de la Pascua con el Pan de Jesús.

historia-de-jesus---epubYo también quiero ofrecer este día mi pequeño testimonio del libro, pues esa ha sido en gran parte mi tarea en la sociedad y en la iglesia … Con un libro tomado casi al azar de aquellos que he venido escribiendo quiero felicitar a todos mis amigos en este día del libro, que sigue siendo para mí el Dia de la resurrección de Jesús.

El judaísmo y las religiones del libro.

En sentido estricto, sólo las religiones vinculadas al judaísmo han “canonizado” (es decir, han establecido de un modo fijo y “dogmático”) un libro sagrado, entendido como teofanía o manifestación personal de Dios. Evidentemente, eso implica que son religiones de un momento cultural en el que el libro es importante y puede ser sacralizado (canonizado), religiones que pueden estructurarse y definirse en unos códigos fijos, de tipo histórico y conceptual.

a. Las religiones cósmicas o paganas

ponen de relieve la presencia o manifestación de Dios en los fenómenos básicos del mundo o de la vida, especialmente en los procesos de la naturaleza (vida y muerte, cielo y tierra, plantas y animales, hombres y mujeres…). Estas religiones tienden a ser politeístas o panteístas; no tienen Biblia, pues su “libro” es el mundo y los mitos de sus dioses, suelen transmitirse de forma oral, aunque a veces toman cierta forma escrita, como libros sagrados (el Libro de los Muertos en Egipto, los Vedas en la India, un tipo de Popol Vuh entre algunos mayas etc.).

En esa línea se puede afirmar que todo el mundo es una especie de “libro” de Dios. Algunos afirman que, en ese nivel, seguimos siendo de alguna forma paganos: vemos a Dios y oímos su voz en el hermano sol, en la hermana luna, en la madre tierra y en la hermana muerte. El primer libro de Dios es el mundo del que formamos parte. Los hombres religiosos no necesitan escritos, les basta la Palabra de la vida y la comunicación personal; los hombres religiosos no necesitan “documentaciones”, que corren el riesgo de dejar a los fieles en manos de los “escribas” de cualquier tipo, que terminan fosilizando las experiencias espirituales.

b. Las religiones místicas,

más propias del lejano oriente (hinduismo, budismo, taoísmo) acentúan la presencia de Dios en el corazón humano. Según ellas, más que en el mundo, lo divino se despliega y manifiesta en el mismo proceso de interiorización, en la experiencia de liberación mental, en la hondura o vacío (=plenitud) de la mente que se siente unida al Absoluto.

Estas religiones tienden a ser panteístas. Pueden tener unos libros sagrados, más o menos importantes (las Upanishadas de la India, el Tao de China, la Tripitaka del budismo), pero estrictamente hablando su Biblia o Corán es la vida interior de cada hombre o mujer, que descubre lo divino dentro de sí, a través de un tipo de yoga o meditación trascendental. Leer más…

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“Una aparición muy peculiar. 2º Domingo de Pascua. Ciclo A.”

Domingo, 23 de abril de 2017
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expo3Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé), y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico.

Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el del próximo domingo (Juan 20,19-31).

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
– Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
– Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
– Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
– Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
– Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
– ¡Señor Mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
– ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Las peculiaridades de este relato de Juan

1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.

2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.

3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».

4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.

5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.

6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

Dos lecturas contra Tomás

Las dos primeras lecturas le quitan la razón a Tomás cuando piensa que para creer hace falta una demostración personal y científica. Las dos hablan de personas que creen en Jesús resucitado y viven de acuerdo con esta fe sin pruebas de ningún tipo.

La primera, de Hechos, ofrece un cuadro espléndido, quizá demasiado idílico, de la primitiva comunidad cristiana. Que en medio de numerosas críticas y persecuciones un grupo de gente sencilla desee formarse en la enseñanza de los apóstoles, comparta la oración, los sentimientos y los bienes, es algo que supera todo expectativa. Estas personas creen, sin necesidad de prueba alguna, que Jesús ha resucitado y las salva.

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

La segunda lectura ofrece en sus palabras finales, las que indico en rojo, el mejor comentario a lo que dice Jesús a Tomas:

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe –de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego– llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

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Domingo II de Pascua. 23 Abril, 2017

Domingo, 23 de abril de 2017
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pascua

“Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios; y para que, creyendo tengáis en él vida eterna.”

(Jn 20, 19-31)

Hoy es fácil hablar de los apóstoles reunidos “a puerta cerrada” o de las dudas de Tomás. También de la insistencia des resucitado en ofrecerles paz a aquellos discípulos amedrantados por el miedo.

Y está muy bien hablar de todas estas cosas. Ya que muchas veces el conocer la experiencia de otras personas nos ayuda a confrontar nuestras vidas.

Pero lo cierto es que al leer el evangelio me han golpeado los dos últimos versículos. Los que la Biblia de la Casa de la Biblia titula: “Finalidad del evangelio”. Los dos versículos con los que hemos empezado este comentario:

“Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios; y para que, creyendo tengáis en él vida eterna.” (Jn 20, 30-31)

De manera que el evangelio, los evangelios, no pretenden contarnos la vida de Jesús, un Galileo del siglo primero. Tampoco nos quieren contar lo que sucedió en un momento dado, no son una crónica. El evangelio es un despertador.

Su finalidad, lo que quiere conseguir es que CREAMOS y “para que creyendo tengáis en él (en Jesús) vida eterna.”

Por eso no podemos acercarnos a los evangelios buscado una respuesta. Algo así como la receta exacta para la felicidad plena.

No hay recetas. La fe no es una respuesta, es un camino. Casi podríamos decir que la fe es una pregunta. Y creer es tratar de dar respuesta a ese anhelo. Como enamorarse. Cuando te enamoras no encuentras una respuesta, lo que encuentras es un camino lleno de novedad.

Podemos decir que los evangelios fueron escritos para “enamorarnos”. Para mostrarnos un camino lleno de novedad.

Si creemos, si amamos… entonces comenzamos a dar pasos, a entrar en la VIDA eterna, en la vida plena.

Oración

Trinidad Santa, despierta nuestro corazón para que CREAMOS.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Solo en la comunidad se puede descubrir a Jesús vivo.

Domingo, 23 de abril de 2017
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image2Jn 20,19-31

Es esclarecedor que en los relatos pascuales Jesús solo se aparece a los miembros de la comunidad. O como es el caso de la lectura de hoy, a la comunidad reunida. No hace falta mucha perspicacia para comprender que están elaborados cuando las comunidades estaban ya constituidas. No tiene mucho sentido pensar, como sugieren los textos, que el domingo a primera hora de la mañana o por la tarde ya había una comunidad perfectamente establecida. Los exegetas han descubierto algo muy distinto.

“Todos lo abandonaron y huyeron”. Eso fue lo más lógico, desde el punto de vista histórico y teológico. La muerte de Jesús en la cruz perseguía precisamente ese efecto demoledor para sus seguidores. Seguramente lo dieron todo por perdido y escaparon para no correr la misma suerte. La mayoría de ellos eran galileos, y se fueron a su tierra a toda prisa. Seguro que el domingo por la mañana, aún no habían dejado de correr.

Hoy tenemos claro que en el origen del cristianismo, existieron dos comunidades, una en Judea (Jerusalén) y otra en Galilea. La de Jerusalén, parece ser que sustentada por sus familiares más cercanos y la de Galilea por sus discípulos que se volvieron a su tierra, decepcionados por la muerte de su maestro. Las dos siguieron trayectorias distintas y tenían muy diversas maneras de interpretar a Jesús. Más tarde surgieron otras, las de Pablo, que no procedían de ninguna de las dos y que se desarrollaron en la diáspora.

Cómo se fueron estructurando esas primeras comunidades, es una incógnita. Ese proceso de maduración de los seguidores de Jesús no ha quedado reflejado en ninguna tradición. Los relatos pascuales nos hablan ya de la convicción absoluta de que Jesús está vivo. Es una falta de perspectiva exegética el creer que la fe de los discípulos se basó en las apariciones. Los evangelios nos dicen más bien, que para “ver” a Jesús después de su muerte, hay que tener fe. El sepulcro vacío, sin fe, solo lleva a la conclusión de que alguien se lo ha llevado y las apariciones, a pensar en un fantasma.

Esa experiencia de que seguía vivo, y además les estaba comunicando a ellos mismos Vida, no era fácil de comunicar. Antes de hablar de resurrección, en las comunidades primitivas, se habló de exaltación y glorificación, del juez escatoló­gico, del Jesús taumaturgo, de Jesús como Sabiduría. Estas maneras de entender a Jesús después de su muerte, fueron condensándose en la cristología pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco más adecuado par explicar la vivencia de los seguidores de Jesús. En ninguna parte de los escritos canónicos del NT se narra el hecho de la resurrección. La resurrección no puede ser un fenómeno constata­ble empíricamente.

La experiencia pascual sí fue un hecho histórico. Cómo llegaron los primeros cristianos a esa experiencia no lo sabemos. En los relatos se manifiesta el intento de comunicar a los demás esa vivencia, que está fuera del tiempo y el espacio. Fueron elaborando unos relatos que intentan provocar en los demás de lo que ellos estaban viviendo. Para ello no tuvieron más remedio que encuadrarlos en el tiempo y el espacio que por sí no tenía.

Reunidos el primer día de la semana. Jesús comienza la nueva creación el primer día de una nueva semana. Esta práctica se hizo común muy pronto entre los cristianos. Los que seguían a Jesús, todos judíos, empezaron a reunirse después de terminar la celebración del Sábado. Al reunirse en la noche, era ya para ellos el domingo. El texto se ve que en las comunidades, estaba ya consolidado el ritmo de las reuniones litúrgicas.

Se hizo presente en medio sin recorrer ningún espacio. Jesús había dicho: “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Él es para la comunidad fuente de vida, referencia y factor de unidad. La comunidad cristiana está centrada en Jesús y solamente en él. Jesús se manifiesta, se pone en medio y les saluda. No son ellos los que buscan la experiencia sino que se les impone.   

Los signos de su amor (las manos y el costado) evidencian que es el mismo que murió en la cruz. No hay lugar para el miedo a la muerte. La verdadera vida nadie puedo quitársela a Jesús ni se la quitará a ellos. La permanencia de las señales, indica la permanencia de su amor. La comunidad tiene la experiencia de que Jesús comunica vida.

Sopló” es el verbo usado por los LXX en Gn 2,7. Con aquel soplo se convirtió el hombre barro en ser viviente. Ahora Jesús les comunica el Espíritu que da verdadera Vida. Termina así la creación del hombre. “Del Espíritu nace espíritu” 3,6. Esto significa nacer de Dios. Se ha hecho realidad la capacidad para ser hijos de Dios. La condición de hombre-carne queda transformada en hombre-espíritu.

La aclaración de que Tomás no estaba con ellos, prepara una lección para todos los cristianos. Separado de la comunidad no tiene la experiencia de Jesús vivo; está en peligro de perderse. Solo cuando se está unido a la comunidad se puede ver a Jesús.

Cuando los otros le decían que habían visto al Señor, le están comunicando la experiencia de la presencia de Jesús, que les ha trasformado. Les sigue comunicando la Vida, de la que tantas veces les ha hablado. Les ha comunicado el Espíritu y les ha colmado del amor que ahora brilla en la comunidad. Jesús no es un recuerdo del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. Pero los testimonios no pueden suplir la experiencia personal.

A los ocho días, -es decir, en la siguiente ocasión en que la comunidad se vuelve a reunir- Jesús se hace presente en cada celebración comunitaria. El día octavo es el día primero de la creación definitiva. La creación que Jesús ha realizado durante su vida, el día sexto, y que tiene su máxima expresión en la cruz, llega a su plenitud en la Pascua. Tomás se ha reintegrado a la comunidad, allí puede experimentar la presencia de Jesús y el Amor.

¡Señor mío y Dios mío! La respuesta de Tomás es tan extrema como su incredulidad. Se negó a creer si no tocaba sus manos traspasadas. Ahora renuncia a la certeza física y va mucho más allá de lo que ve. Al llamarle “Señor y Dios” reconoce la grandeza, y al decir “mío”, reconoce el amor de Jesús y lo acepta dándole su adhesión.

Dichosos los que crean sin haber visto. Todos tienen que creer sin haber visto. El Jesús le reprocha la negativa a creer el testimonio de la comunidad. Tomás quería tener un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte. Eso ya no es posible. Solo el marco de la comunidad hace posible la experiencia de Jesús vivo.

Meditación

Sin experiencia pascual, no hay cristiano posible.
si no vivimos lo que vivió Jesús no le conocemos.
Es necesario un proceso de interiorización de lo aprendido sobre Jesús
…………………….

El difícil paso que dieron los discípulos de Jesús,
del conocimiento externo y sensorial a la experiencia viva,
es el paso que tengo que dar yo, del conocimiento teórico de Jesús,
a la vivencia interna de que me está comunicando su misma VIDA.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Vicente Martínez: Todos uno.

Domingo, 23 de abril de 2017
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14-doubtingthomas_1No soy rico, pero un corazón os doy, un alma amante (Conde de Almaviva)

Jn 20, 19-31

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice: Paz con vosotros. (20, 19)

23 de abril. II domingo de Pascua

El domingo es el día en que los cristianos reunidos nos encontramos con el Señor Resucitado a quien no vemos, pero en quien creemos por la fe, como aquellos primeros cristianos que creyeron por el testimonio de los apóstoles y los signos que hacían.

Jesús siempre llega: al alba cuando le vio María Magdalena (Jn 20, 14) o al atardecer, cuando los de Emaús (Lc 24, 15). En nuestro caso, también al atardecer y a los ocho días, en el Cenáculo (Jn 20, 14). No es nunca protagonista de El viaje a ninguna parte (1986), de Fernando Fernán Gómez, en la que ninguno de ellos llega a su destino.

El Maestro de Nazareth llega para decirnos con Los Hechos de los Apóstoles, lo que son hechos. Que “Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común” (Hch 2, 42-47); que mediante su resurrección “nos ha regenerado para una esperanza viva” (1 Pe 1, 3); y dando paz a los hogares: “Cuando entréis en una casa, decid primero Paz a esta casa” (Lc 10, 5).Lo pre-anunció Ezequiel en 43, 4-5: “La gloria de Jehová entró en la casa por la vía de la puerta que daba al oriente. Entonces el espíritu me levantó y me llevó al atrio interior, y vi que la gloria del Señor llenaba el templo”.

En Colombia trabaja en el departamento de La Guajira Ruth Consuelo Chaparro -Proyecto Cafam-, para demostrarle a su país y a mundo los sentimientos de amor, solidaridad, humildad y servicio de sus compatriotas indígenas. La línea básica de su pensamiento es que la eficacia de un gobierno se confronta observando los platos de los gobernados evitando las muchas muertes por hambre que en esa zona se producen. En la entrega del Premio a la Mujer, que se le otorgó en 2011, dijo en su discurso: “No hay derecho a que en nuestro país sobrevivan comunidades indígenas que por falta de recursos y de programas básicos en salud, educación y vivienda, no pueden disfrutar de las oportunidades de desarrollo que tenemos los demás colombianos. Los indígenas también son colombianos”. ¿No esto ser realmente en hechos “Todos uno”?

De Ruth -de Jesús, por supuesto y tantos otros, instituciones y personas- podríamos decir lo que, en la ópera El barbero de Sevilla, de Gioacchino Rossini, decía el Conde Almaviva a la protagonista: “No soy rico, pero un corazón os doy, un alma amante, que fiel y constante por vos sola suspira desde la aurora hasta el ocaso del día”.

Todos uno y uno con todos, como estuvo y sigue siempre estando Jesús para atender y satisfacer con generosidad, con solicitud y hechos las apremiantes necesidades de los otros.

Y ojalá no tengamos que preguntarle un día al Gran Sabio de la vida de nuestro Poema, lo de “¿por qué nos amasaste hombres y no Gansos?”

EL GANSO SALVAJE

Os he visto hacer la travesía
en punta de lanza
por el cielo.
Permanecíais unidos cogidos de la mano
y en equipo.
Remeros de los mares siderales
donde el espacio es siempre infinito
¿Quién ha sido el Gran Sabio de la vida
que os dijo: “así volando en sintonía
alcanzaréis mejor vuestro destino?”
Todos son
capitanes del barco y son remeros.
Todos tienen su turno
en el Puente de Mando y en el remo.
Todos graznan
y dan al Capitán coraje.
Todos se sienten solidarios;
y cuando alguno flaquea, se cansa o cae enfermo,
dos aguerridos dejan la formación y le acompañan
hasta facilitarle retomar el vuelo.
Gran Sabio de la vida:
¿por qué nos amasaste hombres y no Gansos?

(NATURALIA. El sueño de las criaturas. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Amar sin ver.

Domingo, 23 de abril de 2017
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0703still-doubting-jn-granville-gregoryJn 20,19-31

No habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo veis, y creéis en Él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado (1Pe 1,8). Así dice el autor de la primera carta de Pedro en la segunda lectura del domingo siguiente a la Pascua. Un buen preludio del evangelio del día que ratifica estas palabras llamando “dichosos” a los que creen sin ver. Llamativo, teniendo en cuenta que estamos en el tiempo de las apariciones del Resucitado, donde los discípulos fortalecen su fe gracias al encuentro con Él, que les permite hasta tocarlo. Al menos eso sucedió con Tomás, el apóstol con quien nos identificamos, el que necesita pruebas palpables, el que no se fía del todo de las palabras de los otros (ni siquiera de las del mismo Señor a quien seguía), el que posee una visión plana de la realidad.

La petición de Tomás forma parte del interminable reguero de signos que ya antes otros habían pedido a Dios y que, a día de hoy, continuamos pidiendo nosotros para darle crédito. El problema, sin embargo, no está en el hecho de suplicar que se nos dé una señal, sino en que únicamente aceptemos la que queremos nosotros sin darnos cuenta de que hay multitud de ellas mucho mejores que la nuestra. De hecho, la que anhelamos es la menos valiosa (por poco relevante o porque contradice las auténticas). Les pasó a aquellos que merodeaban por delante de la cruz y le decían a Jesús que se desclavara porque así creerían (Mt 27,42). Una petición tramposa. Ellos la hicieron a sabiendas de que no iba a ocurrir; pero si hubiera sucedido, si hubiera bajado… ¿habrían creído? Y si les hubiera concedido ese deseo, ¿ya no habrían vuelto a pedir pruebas nunca más? ¿Habrían desaparecido las dudas para siempre? Sabemos que no.

Cuando Tomás pidió tocar sus heridas y meter la mano en el costado abierto del Señor estaba reclamando algo parecido a los que pasaban delante de la cruz: una demostración irrefutable de su poder que en el fondo no lo era tanto. Porque todo pasa, y hay un después. Y al día siguiente aparecería la duda razonable de pensar si, de verdad, lo visto y tocado fue real y no fruto de la imaginación y del deseo.

No bajó de la cruz porque habría sido una acción contraria al modo de ser de Dios; sin embargo, a Tomás sí le mostró sus heridas para que las tocara, porque en ellas se encontraba la clave para entender el contenido de la resurrección. Al apóstol incrédulo no le dio una prueba definitiva, como a él le hubiera gustado, sino que le dio algo mejor: le hizo ver que solo el amor tiene la palabra definitiva.

Ahora, fortalecer la fe está ya al alcance de cualquiera. Porque no depende de una visión extraordinaria. Porque se puede amar sin ver.

Que el Crucificado mostrara sus heridas fue una de las mejores noticias que trajo la resurrección, además de haber vencido a la muerte y estar vivo. Porque éstas se convirtieron en la señal de que el amor, efectivamente, deja huella, pero nunca va acompañado ni de la violencia ni de la venganza, sino de la paz y el perdón. Por eso, la mejor pista para encontrar la Vida es dejarnos conducir por el amor inspirado en Jesucristo pues, aunque no veamos, él nos llevará a la resurrección.

María Dolores López Guzmán

Fuente Fe Adulta

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“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.”

Domingo, 10 de abril de 2016
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No te he negado

Por causa de Tú causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.

Fiel, fiel…, es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.

Siempre esperé Tú paz. No Te he negado,
aunque negué el amor de muchos modos
y zozobré teniéndote a mi lado.

No pagaré mis deudas; no me cobres.
Si no he sabido hallarte siempre en todos,
nunca dejé de amarte en los más pobres.

*

Pedro Casaldáliga,
El Tiempo y la Espera, Sal Terrae 1986

***

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

Simón Pedro les dice:

“Me voy a pescar.”

Ellos contestan:

“Vamos también nosotros contigo.

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:

“Muchachos, ¿tenéis pescado?”

Ellos contestaron:

“No.”

Él les dice:

“Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.”

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:

“Es el Señor.

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.

Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:

– “Traed de los peces que acabáis de coger.”

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice:

“Vamos, almorzad.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:

“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”

Él le contestó:

“Sí, Señor, tú sabes que te quiero.”

Jesús le dice:

“Apacienta mis corderos.”

Por segunda vez le pregunta:

“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”

Él le contesta:

-“Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Él le dice:

“Pastorea mis ovejas.”

Por tercera vez le pregunta:

– “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:

-“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice:

– “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:

“Sígueme.”

*

Juan 21, 1-19

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“Sin Jesús no es posible”. 3 Pascua – C (Juan 21,1-19)

Domingo, 10 de abril de 2016
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3-PASCUA-600x584El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos junto al lago de Galilea está descrito con clara intención catequética. En el relato subyace el simbolismo central de la pesca en medio de mar. Su mensaje no puede ser más actual para los cristianos: solo la presencia de Jesús resucitado puede dar eficacia al trabajo evangelizador de sus discípulos.

El relato nos describe, en primer lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la oscuridad de la noche. Todo comienza con una decisión de Simón Pedro: «Me voy a pescar». Los demás discípulos se adhieren a él: «También nosotros nos vamos contigo». Están de nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan escuchando su llamada, sino siguiendo la iniciativa de Simón Pedro.

El narrador deja claro que este trabajo se realiza de noche y resulta infructuoso: «aquella noche no cogieron nada». La «noche» significa en el lenguaje del evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.

Con la llegada del amanecer, se hace presente Jesús. Desde la orilla, se comunica con los suyos por medio de su Palabra. Los discípulos no saben que es Jesús, solo lo reconocerán cuando, siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una captura sorprendente. Aquello solo se puede deber a Jesús, el Profeta que un día los llamó a ser «pescadores de hombres».

La situación de no pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen. Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda clase de tareas: siempre los mismos y los mismos para todo. ¿Hemos de seguir intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio, o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en nuestro trabajo?

Para difundir la Buena Noticia de Jesús y colaborar eficazmente en su proyecto, lo más importante no es «hacer muchas cosas», sino cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos.

No podemos quedarnos en la «epidermis de la fe». Son momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Llenamos nuestras comunidades de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo es que, entre nosotros, se escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la más importante es la que nos congrega cada domingo para celebrar la Cena del Señor. Solo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.

José Antonio Pagola

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