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“Apariciones entre interrogantes (II). La madre de Jesús”, por Salvador Santos.

Jueves, 31 de mayo de 2018

corazonmariaRecorte y rebaje

Como era de esperar, Mateo y Lucas suprimieron de su texto el apunte de Marcos: “Al enterarse los suyos se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio” (Mc 3,21).

No lo omitieron porque dudaran de su historicidad, sino porque contradecía sus relatos de la infancia. Soslayaron, por tanto, la otra opción a su alcance: Escaquearse y evitar escribir esas imaginadas narraciones sobre un nacimiento virginal y divino.

Respecto a la segunda parte de Marcos, en la que este refleja la actitud autoritaria y mandona de la madre y los hermanos del Galileo:

“quedándose fuera, lo mandaron llamar”,

Mateo suaviza tan desabridos modales y añade una pizca de afecto:

se presentaron fuera, tratando de hablar con él” (Mt 12,46).

Lucas, lija en mano, afina toda la acción y presenta al grupo de familiares en su intento por entrar adonde él enseñaba. Pretende convencer que se esfuerzan para aproximarse a él. El evangelista justifica la inviabilidad del movimiento debido al muro de una multitud imposible de superar:

“Se presentó allí su madre con sus hermanos, pero no lograban llegar hasta él por causa de la multitud” (Lc 8,19).

La locura del Galileo

Más allá del cepillado, los retoques y alisados de Mateo y Lucas se impone retomar la pregunta que aflora desde los hechos: ¿Qué actuación del Galileo dio origen a que su madre y hermanos consideraran que estaba fuera de sus cabales e iniciaran ese movimiento para aprehenderle?

La respuesta la encontramos en el relato que precede a la acción coercitiva de los familiares: La constitución formal de una sociedad alternativa: LOS DOCE (Mc 3,13-19).

Los familiares sabían del carácter y los arranques del Galileo. Además de no haberse casado, de salir arrebatadamente de la aldea atraído por el mensaje del Bautista, de organizar una pandilla de individuos con mala pinta, de juntarse y comer con gente de mala fama y acoger entre los suyos a mujeres de la calle, se ha atrevido a desafiar a los responsables de la nación, a los líderes religiosos y hasta a las divinas promesas del AT. Los Doce significaban un ataque sin antecedentes al orden establecido. Representaban la ruptura con la institución y el poder. Su madre y hermanos, como es natural, consideraron que la cordura consistía en estar de parte del sistema político-religioso. El Galileo, por el contrario, incluso descartó por inútil la vía reformista. Había situado su proyecto al margen de ese marco: ¡UNA LOCURA!

María y los hermanos del Galileo estuvieron en desacuerdo con su dislocada actuación. Ninguno de ellos se adhirió a su proyecto. Nunca en los evangelios aparecen con él.

Familia y gerifaltes coinciden

Tras correr las noticias del disparate efectuado por el Galileo, sus familiares más cercanos no tuvieron más remedio que coincidir con reconocidos e ilustres personajes salidos de la capital. Tipos de cuidado que no se andaban con miramientos. Marcos los menciona a continuación del movimiento de los suyos para recogerlo y devolverlo a la cordura. No van de tapadillo. Buscan, como siempre, influir en la opinión pública. Y lanzan al aire sus juicios sobre la enajenación del Galileo. Son sentencias que sirven de consignas para la gente:

“Los letrados que habían bajado de Jerusalén iban diciendo: – Tiene dentro a Belcebú.

Y También: – Expulsa a los demonios con poder del jefe de los demonios” (Mc 3,22).

Intentona fallida

Los datos que nos aportan los textos indican que los familiares del Galileo no consiguieron sus propósitos. Su lanzado desplazamiento con el objetivo de reintegrarlo al orden establecido quedó, pues, en una simple intentona. El Galileo sabía lo que hacía. No iba de farol. Se mantuvo firme en sus convicciones, rechazó acompañar a su madre y hermanos y declaró cuál era su auténtica familia (Mc 3,33-35). María ya no aparecerá más de forma real en los evangelios. Aunque esa ausencia abrirá nuevos interrogantes y suscitará ciertas dudas a considerar.

El Galileo se deja ver

Algunas de esas preguntas e incertidumbres están relacionadas con otras apariciones. Las del Galileo una vez ajusticiado. Las narraciones que las cuentan destacan por sus notables diferencias. Salvo detalles muy específicos (el sepulcro vacío y las mujeres), no hay concordancia entre los evangelistas.

En Marcos nada se dice sobre apariciones del resucitado. Unas mujeres buscan un cadáver. Llevan aromas. Quieren embalsamarlo. Reconocen que no podrán quitar la losa que da acceso al sepulcro. No será necesario que nadie lo haga. El lugar de la muerte está abierto. ¡Y vacío! Un joven con vestiduras blancas les anuncia que el Galileo está vivo. Deben informar a Pedro y a los discípulos. Él les verá en Galilea. Las mujeres se espantan. Callarán. Tienen miedo. Ahí termina Marcos. El apéndice posterior (Mc 16,9-20) no pertenece al texto original. Se escribió mucho más tarde a base de mezclar datos extraídos de los textos de Mateo, Lucas y Juan. Con tal revoltijo pretendieron arreglar el duro y cortante final del primer evangelio escrito.

En Mateo aparece un mensajero celestial: “el ángel del Señor”. Sin nombre específico, se trata del mismo emisario que visitó a María a comienzos del evangelio. Él corre la losa del sepulcro. Se dirige a las mujeres. Les pide que no tengan miedo. Y les señala el lugar vacío. No hay cadáver. Anuncia que está vivo. Va delante hacia Galilea. Deben informar a los discípulos. El miedo de las mujeres se transforma en alegría. Por el camino se les aparece el Galileo. Más tarde pone fin a sus apariciones presentándose ante los Once.

Lucas amplia los hechos. No habla del mensajero. Serán dos hombres quienes anuncian a las mujeres que el sepulcro está vacío. Por propia iniciativa, las mujeres informarán a los Once y al resto de discípulos. El Galileo se aparecerá a dos de ellos que iban de camino. Luego al grupo.

En Juan, solo María Magdalena acude al sepulcro. Está abierto. Avisa a Pedro y al discípulo predilecto (personaje figurado). Ellos confirman el hecho. El Galileo se aparece primero a María Magdalena. Conversa con ella. Los discípulos se muestran temerosos. El Galileo se les aparece. Uno de ellos, Tomás, está ausente. No reconoce la experiencia de los otros. El Galileo se le aparecerá también. Por último se dejará ver por siete de ellos, con los que llegará incluso a comer.

Nada de apariciones a María

Pero, ¿y María? De aparecerse a María, nada de nada. Se ha aparecido a tantos… Y, ¿por qué no se dejó ver por su madre? Ni ella ni sus hermanos formaban parte del grupo de discípulos. Ellos no le siguieron. Incluso llegaron a pensar que se le había ido la cabeza. Pero, al fin y al cabo, ella era su madre. Se merecía un encuentro por corto que hubiera sido. Le habría devuelto la alegría. Y la memoria. ¡Y tantos recuerdos de infancia! Incluso la posibilidad de arrepentirse por haber pensado mal de él. No aparecérsele la dejaba en mal lugar. ¿Qué pensarían los discípulos de esta exclusión? ¿Y los vecinos de Nazaret? ¡Qué humillación tan grande!

Que nadie se entere

Del asunto de no dejarse ver por su madre, María, no se habla. Ni siquiera en estos tiempos se habla. El gran público lo desconoce. Mejor, callar. El silencio sostiene creencias extendidas, aparentemente esenciales y muy útiles. A falta de explicaciones, reina el mutismo. La ocultación resulta un excelente instrumento para mantener la ignorancia. Aunque la ausencia de lógica exige aclaraciones.

Experiencias de Vida

La teología, como el poder político, acostumbra a explicar lo inexplicable. Puede ofrecer enrevesados razonamientos para justificar que María no necesitaba que se le apareciese su hijo. Aunque no hace falta ningún discurso con esa orientación. La realidad es que no hubo ninguna aparición.

Lo que el primer evangelio escrito, Marcos, apuntó fue que el lugar de la muerte no dio cabida al Galileo. La muerte no es lo definitivo. La vida, la mostrada con su proyecto, sí lo es. La pesada losa que marca la separación entre vida y muerte está quitada. El sepulcro está vacío. Buscarlo ahí resulta inútil. Ese no es su sitio. Ya lo advirtió con Lázaro. La tumba no era lugar para su amigo. Quienes dieron continuidad a su proyecto desde el principio (Galilea) y sintieron el pálpito de esa vida obtuvieron, tras la muerte del Galileo, la experiencia de sentir su refrendo. La vida definitiva permite ese feliz y entrañable encuentro. Una vida imposible de detener. Años más tarde, Mateo, Lucas y Juan, escenificaron esas experiencias.

Otras apariciones

Antes de los escritos de Mateo, Lucas y Juan sobre apariciones del Galileo, en I Cor 15,5-8 se lee:

“Lo que os transmití fue, ante todo, lo que yo había recibido:…
que se apareció a Pedro y más tarde a los Doce.
Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez: la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto.
Después se le apareció a Santiago, luego a los apóstoles todos.
Por último se me apareció también a mí, como al nacido a destiempo”.

¡Ni a María ni a las mujeres!

Esta carta de Pablo, escrita en el 55 o 56, recoge una tradición anterior a esa fecha. Y también deja a María al margen de los beneficiados por las apariciones. Y, por si fuera poco, ¡también excluye a las mujeres!

Pablo no aporta ningún dato en relación a la procedencia de la tradición recibida por él. Desde luego, nada tiene que ver con el texto de Marcos, escrito hacia el año 41 (ver en Atrio: Una fecha para Marcos). Y tampoco coincide con los otros tres documentos evangélicos que vieron la luz años más tarde. El dato más sorpresivo es que la tradición de Pablo omite a las principales protagonistas de las apariciones: Las mujeres. Los cuatro evangelios, en cambio, las sitúan en primer plano. En la tradición usada por Pablo no queda ni rastro de ellas. Una de esas mujeres, María Magdalena, es la única identificada en todas las ocasiones. En Pablo, no. ¿Cuál es la razón? ¿Qué se pretendía evitar? ¿Y qué, destacar? ¿A quién se quería distinguir? ¿Por qué ignoraron esta tradición los textos más tardíos de Mateo, Lucas y Juan? ¿De dónde salió esa tradición?

Salvador Santos

Fuente Atrio

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