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“Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”. Domingo 10 de abril de 2016. 3er Domingo de Pascua

Domingo, 10 de abril de 2016
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28-pascuaC3 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 5, 27b-32. 40b-41: Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.
Salmo responsorial: 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Apocalipsis 5, 11-14: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza.
Juan 21, 1-19: Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado

En el pasaje de Hechos, los apóstoles son llamados a rendir indagatoria ante el Sanedrín, o Junta Suprema de los judíos. Conviene reflexionar sobre lo que implica concretamente la fe en la resurrección de Jesús; esto es, el testimonio de que él continúa vivo y actuando no ya físicamente, sino a través de la comunidad que ha asumido con el coraje y la valentía de su Maestro el proyecto del Reino. La Resurrección carece de pruebas históricas, y el creyente no las necesita. La prueba más segura y contundente nos la da, precisamente, la comunidad misma de creyentes que se fue formando alrededor de la fe en la Resurrección y que da testimonio de ella a través de una experiencia vital que ha evolucionado desde una total ignorancia e incapacidad para comprender a Jesús, hasta un cambio tan radical que ya nadie teme dar testimonio de que Jesús está vivo y que su proyecto sigue adelante. Con una valentía increíble, aquellos que habían huido abandonando al Maestro en su prendimiento, recalcan ahora que seguirán predicando porque “hay que obedecer a Dios antes que a los humanos”. Esta situación se repetirá innumerables veces en la historia de la Iglesia, cuando la autenticidad del mensaje entre en conflicto con los intereses que se le oponen.

En el evangelio Jesús se presenta a los apóstoles junto al lago Tiberíades, en medio de la vida ordinaria a la que ellos estaban acostumbrados. Habían dejado de ser los pescadores de personas a que los había llamado Jesús, y tras el supuesto fracaso del Maestro habían vuelto a su oficio de siempre. Allí se les presenta Jesús y aprovecha lo que les es familiar. Y allí Dios les manifiesta su poder y su gloria, a través del símbolo de la pesca y de la comida.

El Resucitado los invita a tirar la red, que recogerá una pesca milagrosa; una red que es símbolo de la Iglesia y de la pesca multitudinaria que harían los seguidores de Jesús después de este encuentro, cuando vuelvan a tomar el rumbo que habían perdido.

El discípulo a quien el Señor más amaba le reconoce en el milagro de la abundancia de peces, y Pedro se siente nada delante de aquel que le encomendó una tarea especifica que dejó de cumplir.

El capítulo 21 del cuarto evangelio fue agregado posteriormente. Es claro que Jn 20,30-31 era la conclusión original. Y es interesante que el capítulo 21 esté centrado en la figura de Pedro. En todo el evangelio los grandes protagonistas habían sido “el discípulo amado”, los discípulos en general y especialmente las discípulas, y entre ellas la madre de Jesús y María Magdalena. La figura de Pedro tiene relieve secundario; más aun, aparece siempre contrapuesta y subordinada a la del “discípulo amado”. Para Juan lo más importante es ser discípulo/discípula. Ahora, en el capítulo 21, se afirma a Pedro como pastor a partir de la inquietante pregunta triple de Jesús resucitado: “Simón, ¿me amas?… Apacienta mis ovejas”. Pedro es reconocido como pastor porque ahora cumple la condición de buen discípulo. Durante la Pasión negó tres veces ser discípulo de Jesús. Ahora el Señor le pide una triple confesión de su sincero amor como discípulo.

Antes que jerárquica, la Iglesia es una comunidad de discípulos. En la tradición de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) es una iglesia fundada y dirigida por los 12 apóstoles, llamados también comúnmente los 12 discípulos. El capítulo 21 de Juan expresa la armonización de la dos tradiciones: Pedro es reconocido como pastor, pero bajo la condición de que acepte su definición fundamental como discípulo. Una vez reconocido como pastor, Jesús le anuncia la clase de muerte con la que glorificaría a Dios: su crucifixión en Roma. Después el Señor le reiterará su consigna favorita: “sígueme”, es decir, lo urge formalmente a ser su discípulo. Leer más…

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Dom 10.4.16. Barca de Pedro: Discípulo Amado, Amante Maestro

Domingo, 10 de abril de 2016
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la-familia-en-la-bibliaDom 3 Pascua. Ciclo C. Mañana, 8.4.16, se publica la exhortación apostólica post-sinodal Amoris laetitia (La alegría del amor), sobre el tema de la familia en la humanidad y la iglesia.

Como sabrán mis lectores, he venido acompañando los trabajos de preparación de ese documento desde hace más de dos años (con ocasión de los dos sínodos sobre la familia), dedicándole el libro que aparece en la primera imagen.

En ese contexto, sobre un tema que he estudiado en este blog en numerosas ocasiones, recibe todo su sentido el evangelio de este Segundo Domingo de Pascua, que se ocupa, de un modo sorprendente del Discípulo Amado, que convierte a Jesús en Maestro Amante, en la barca de Pedro.

Éste es, además, un tema al que he querido dedicar la parte central de mi libro sobre la misericordia (imagen 2), entendida de un modo eclesial y social, familiar y universal, en clave de amor intimista (discípulo amado) y de justicia social, en la línea de las grandes obras de “humanidad” que ha puesto de relieve Mt 25, 31-46.

Entendido así, en ese doble trasfondo, el evangelio de este domingo: Jn 21, nos sitúa ante uno de los pasajes más sorprendentes y luminosos no sólo del Evangelio, sino de la literature universal.

entrañable-diosLo he comentado más de cinco veces a lo largo de la historia de este blog. Hoy me animo a rehacerlo y presentarlo de nuevo, en este tiempo (en este mundo) necesitado de amor, donde palabras como Amante y Amado aparece prostituídas con frecuencia, no solo en la sociedad, sino en la misma Iglesia.

Conforme a este evangelio, Pedro ha recibido una autoridad de amor y debe ejercerla siguiendo a Jesús y cuidando a las ovejas, pero no puede imponerse sobre el Discípulo amado, ni fiscalizarle, sino que debe hacerse él también discípulo amigo del amigo Jesús.

Contra la patología de un pastor (jerarca) que quiere tener la exclusiva y vigila a los demás, eleva nuestro texto el buen recuerdo del Pedro ya muerto, que abrió en su Iglesia un espacio para el Discípulo amado, y eleva también el buen recuerdo de aquel Discípulo amado que supo mantenerse al lado de Pedro.

Éste es el evangelio de Jesús Amante, y de Pedro y de Juan… y de todos los cristianos, que han de subir a la barca de pascua como amigos, para echar de nuevo las redes en la noche, para echarse al agua, al encuentro de Jesús y sus amigos (de todos los seres humanos), en una playa que, un día como hoy (7.4.16), puede ser la de Lesbos, famosa en otro tiempo por un tipo de amor que se decía cultivar en aquellas tierras.

Buen fin de semana a todos.

Texto: Juan 21, 1-19. En el barco del amor

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: “Me voy a pescar.” Ellos contestan: “Vamos también nosotros contigo.”

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”. Ellos contestaron: “No.” Él les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.”

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: “Es el Señor.” Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: “Traed de los peces que acabáis de coger.” Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.Jesús les dice: “Vamos, almorzad.”

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis corderos.” Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Él le dice: “Pastorea mis ovejas.” Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.” Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”

Discípulo Amado, Maestro Amante

Hacia el año 100-110 d.C, animada por un enigmático Discípulo Amado de Jesús, una comunidad cristiana de origen judío, que había empezado a desarrollarse en Jerusalén y después (quizá tras la guerra del 67-70 d. C.) en el entorno de Siria-Transjordania o Asia Menor, se integró en la Gran Iglesia. Sus componentes trajeron consigo un evangelio (Juan, Jn) donde, junto al Discípulo amado, se recuerda a Pedro, los dos relacionados entre sí y con Jesús.

No sabemos quién era ese Discípulo. Todo nos permite suponer que el Evangelio de Juan ha mantenido su identidad (real o simbólica) en la sombra, para que todos puedan identificarse con ella, presentándole sin más como el Discípulo que se reclinó y que apoyó su rostro sobre el pecho de Jesús, en la última cena, en gesto de hondo simbolismo, que implica intimidad (cf. 13, 23), en relación don Pedro y Judas (Jn 13, 21-27). En el contexto simbólico de la última cena (Jn 13-17 tiempo de revelación de amor), éste personaje es signo de aquellos que para seguir a Jesús y comprenderle han de hacerse amigos suyos (cf. Jn 15, 15: No os llamo siervos, sino amigos, pues os he dicho todo lo que me ha dicho el Padre.

En un sentido, el relato que sigue parece indicar que ese Discípulo amado, que acompaña a Pedro es un hombre real, de cierta importancia, porque aparece como amigo (conocido) del Sumo Sacerdote (cf. Jn 18, 15-16), un tema que plantea uno de los grandes enigmas del evangelio de Juan. Probablemente, el cuarto evangelio ha querido presentar al Discípulo Amado como alguien que se encuentra cerca de la élite sacerdotal, como judío importante que se ha hecho amigo de Jesús.

Sea como fuere, este evangelio sigue diciendo que el Discípulo Amado se ha mantenido firme, para aprender la lección bajo la cruz, donde no está Pedro, en una iglesia que acoge a la Madre de Jesús, representando así la unidad del Antiguo y Nuevo Testamento, de Israel y la Iglesia (Jn 19, 26-27).

El Discípulo amado y Pedro siguen juntos tras la muerte de Jesús y, por indicación de María Magdalena, corren al sepulcro vacío, donde ven el sudario y las vendas, cuidadosamente dobladas, que bastan para que el Discípulo amado entienda y crea, a diferencia de Pedro, que ha de iniciar un camino de amor, para hacerse verdadero discípulo de Jesús, como ratifica Jn 21, donde se conserva probablemente el recuerdo de un pacto institucional entre la Iglesia del Discípulo Amado y la Gran Iglesia (representada por Pedro).

De manera muy significativa, este capítulo (Jn 21) resitúa a los dos personajes, en clave de amor.

— El relato comienza con Simón Pedro, que afirma: voy a Pescar. Sin este principio (es decir, sin la decisión misionera de Pedro) no hubiera existido esta iglesia, como indican otros testimonios del NT (Mt, Lc-Hech…). Se le juntan varios discípulos, hasta siete: Pedro, Tomás, Natanael, dos zebedeos (Santiago y Juan) y dos cuyo nombre no se cita (Jn 21, 2). Uno (¿un zebedeo, alguien desconocido?) es el Discípulo Amado. Leer más…

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El misterio de la fe: seguridad sin evidencia. Domingo 3º de Pascua. Ciclo C.

Domingo, 10 de abril de 2016
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pedro-me-amas1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El Papa no es un cantante de rock

El domingo pasado escuché por televisión las palabras del papa Francisco. Me gustaron mucho. Pero antes tuve (tuvimos) que soportar el histerismo de unas quinceañeras de lengua española que lo aclamaban como si fuera un artista. El evangelio de hoy ofrece una imagen muy distinta de Pedro y de su misión.

Pedro, un líder con poca vista, impetuoso y activo

El cuarto evangelio tuvo dos ediciones. La primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se añadió un nuevo relato, el que leemos hoy. El hecho de que se añadiese a un evangelio ya terminado significa que su autor le daba especial importancia.

El comienzo es muy interesante. Según el cuarto evangelio, cuando Jesús se aparece a los discípulos al atardecer del primer día de la semana, les dice: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Pero ellos no deben tener muy claro a dónde los envía ni cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su oficio de pescadores; en todo caso, resulta interesante que Natanael, el de Caná, no se dirige a su pueblo; se queda con los otros. Pero no son once, solo siete. Pedro propone ir a pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos le siguen, se embarcan… y no pescan nada.

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice:

Me voy a pescar.

Ellos contestan:

Vamos también nosotros contigo.

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.

Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:

Muchachos, ¿tenéis pescado?

Ellos contestaron:

No.

Él les dice:

Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.

Algunos comentaristas han destacado las curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos una de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos, también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré pescadores del hombres”.

El relato de lo que sigue es tan escueto que parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que falta.

Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:

Es el Señor.

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:

Traed de los peces que acabáis de coger.

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

El contraste más marcado es entre el discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro. El primero reconoce de inmediato a Jesús, pero se queda en la barca con los demás. Pedro, al que no se le pasado por la cabeza que se trate de Jesús, se lanza de inmediato al agua… pero no sabemos qué hace cuando llega a la orilla. Tampoco Jesús le dirige la palabra. Espera a que lleguen todos para decir que traigan los peces, y de nuevo es Pedro el que sube a la barca y arrastra la red hasta la orilla. Hay dos formas de protagonismo en este relato: el de la intuición y la fe, representado por el discípulo al que quería Jesús, y el de la acción impetuosa representado por Pedro.

[La cantidad de 153 peces se ha prestado a numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse.]

El misterio de la fe: seguridad sin certeza

Jesús les dice:

Vamos, almorzad.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

La mayor sorpresa para el lector, y uno de los mensaje más importantes del relato, son las palabras: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque su aspecto es totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre Lucas y Juan. Los dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a primera vista: María Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de Emaús hablan largo rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento que es un fantasma.

Frente a la apologética barata que nos enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan demostrable como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más profundos y honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar.

Pedro de nuevo: humildad y misión

Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:

Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

Él le contestó:

Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice:

Apacienta mis corderos.

Por segunda vez le pregunta:

Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Él le contesta:

Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Él le dice:

Pastorea mis ovejas.

Por tercera vez le pregunta:

Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:

Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice:

Apacienta mis ovejas.

Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.

Dicho esto, añadió:

– Sígueme.

La última parte, que se puede suprimir en la liturgia, vuelve a centrarse en Pedro. Va a recibir la imponente misión de sustituir a Jesús, de apacentar su rebaño. Hoy día, cuando se va a nombrar a un obispo, Roma pide un informe muy detallado sobre sus opiniones políticas, lo que piensa del aborto, del matrimonio homosexual, el sacerdocio de la mujer… Jesús también examina a Pedro. Pero solo de su amor. Tres veces lo ha negado, tres veces deberá responder con una triple confesión, culminando en esas palabras que todos podemos aplicarnos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. A pesar de las traiciones y debilidades.

Y Jesús le repite por tres veces la nueva misión: “pastorea mis ovejas”. Cuando escuchamos esta frase pensamos de inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “mis ovejas”. La imagen del pueblo como un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese rebaño es “de Dios”. Cuando Jesús habla de “mis ovejas” está atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los que tanto habla el cuarto evangelio.

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III Domingo de Pascua. 9 abril, 2016

Domingo, 10 de abril de 2016
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Pascua16

*

“Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Se manifestó de esta manera…”
(Jn 21, 1)

“Manifestarse” es la manera de hacerse presente ante nosotros algo que ya estaba ahí, pero que hasta ahora estaba como velado para nosotros. El verbo griego phainesthai, que aparece en el texto, significa precisamente eso: “quitarse el velo”. Así pues, se nos va a narrar “de qué manera” se desveló, se manifestó el Resucitado a sus discípulos. Y lo que se nos pinta es una escena, una situación. Podemos entrar en ella como en un cuadro, permitir que cada detalle nos envuelva y nos hable… y abrirnos a descubrir que el cuadro en el que hemos entrado es, quizá, nuestra propia vida.

Pincelada 1: Los discípulos “estaban juntos”. Sin más. Quizá envueltos en el desconsuelo, en el vacío de ese espacio tantas veces compartido con Jesús.

Pincelada 2: “Pedro dice: voy a pescar. En medio de este vacío, me vuelvo a mi faena cotidiana. Quizá sin ganas, quizá sin sentido… pero voy.

Pincelada 3: “Le contestan ellos: también nosotros vamos contigo”. Parece que Lo importante sigue siendo “estar juntos”

Pincelada 4: “Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. El vacío, el desconsuelo que podíamos intuir en el ánimo del grupo se muestra ahora en toda su crudeza. Vacío de resultados, vacío de logros. Una larga noche de vacío.

Pincelada 5: “Cuando ya amaneció, Jesús estaba en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Jesús”. El amanecer es la Hora de la resurrección. Jesús ya está presente… pero aún no lo hemos descubierto.

Pincelada 6: “Les dice Jesús: Muchachos, ¿no tenéis pescado? Le contestaron: no”. Seguimos cargando con nuestro vacío. Resuenan aquí los ecos de otros vacíos que, al ser reconocidos, pudieron ser colmados por Jesús: El “No tienen vino” de María en las bodas de Caná… El “No tenemos más que cinco panes y dos peces” antes de la multiplicación de los panes… Con su pregunta, Jesús nos “obliga” a mirar de frente nuestra verdad: a reconocer que “no tenemos nada”.

Pincelada 7: Y entonces, ante este vacío que reconocemos -¡y aún no sabemos que lo estamos haciendo ante Jesús!-, se desborda su Gracia y su Presencia: la sobreabundancia de peces es simultánea al reconocimiento de Juan: “Es el Señor”.

“Oh Cristo Resucitado,
tú estás presente en cada pincelada de nuestra vida.
Te muestras cada vez que reconocemos nuestra verdad.
Nos esperas en el fondo de nuestra pobreza
y nos desbordas con la sobreabundancia de tu amor.”

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“Diálogos resucitadores”, por Juan Masiá sj

Domingo, 12 de abril de 2015
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passion-book-img19-zDe su blog Vivir y pensar en la Frontera:

Palabras de vida, en los evangelios, para estos días de Pascua: palabras resucitadoras, con energía, y resucitantes, con esperanza. Releamos, en la tradición del evangelio según la comunidad de Juan, estas conversaciones de resurrección con El Que Vive:

Ya estás resucitada.

-¿Estás seguro, Maestro? ¿Resucitará mi hermano Lázaro en el último día? –No, Marta, en el último día no, sino ahora. Ya va camino de la vida verdadera.

– ¿Y yo, Maestro, resucitaré yo también?

-Tú también has muerto, Marta, tú y tu hermana María ya estáis resucitadas, porque yo soy Resurrección y se hace Cristo quien se vacía de sí para vivir en Mí, en la resurrección yo soy vosotros y vosotras sois yo en el abrazo del Espíritu de Vida (Jn 11, 18-27).

Dejadlo partir, que va hacia la vida.

Jesús, levantando los ojos al cielo, oró así:

Gracias, Abba, por escucharme. Gracias porque acoges en tu seno a Lázaro y que viva para siempre. Me dan ganas de gritar de gozo al despedirle hacia Tí, aunque no lo van a entender quienes me rodean”.

Y Jesús gritó: “Lázaro, sal fuera”.

Marta, asustada, miró al interior de la tumba, donde el cadáver envuelto en sudario, no se movía”.

“Desatadlo”, gritó Jesús.

De nuevo, Marta y los familiares asustados:

-¿Es que quieres que lo desenterremos?

–No, Marta, no habéis entendido nada, ¿qué hacéis mirando ahí dentro?

-Mirad hacia arriba, allá entre las nubes, dijo María señalando hacia lo alto.

Difuminada entre jirones de nube se divisaba una figura blanca que se despojaba del sudario y se perdía adentrándose más allá del azul.

Jesús sonrió a María y mirando hacia las alturas dijo a los ángeles: -Desatadlo, que se sumerja en la Danza de la Vida (perijorésis trinitaria, cantaban en la Patrística).

Luego, volviéndose a Marta y familiares les dijo: -No os empeñéis en retenerlo aquí en esta vida, dejadlo que se vaya, dejadlo partir hacia la Vida de la vida (Jn 11, 38-44).

Suéltame y escucha. Mira con el corazón y toca con tu espíritu.

–Qué alegría, Rabbuní, que estás vivo. Ya les dije yo a Pedro y compañía lo del sepulcro vacío, y no me creyeron, dijo María abrazándose a Jesús.

-Suéltame, María. No me puedo quedar aquí contigo, me voy al seno de Abba. –Pero eso es demasiado lejos y, aunque busque por internet y te vea por skype, no te toco…

–No es cuestión de ver y tocar, María, a la vida de la resurrección se entra por el oído. Escucha, mujer, escucha, que mi voz no viene desde fuera, sino desde dentro de tí, cuando estás ya en Mí resucitada…

–Ahora comprendo, Rabbuní, ya puede decirle a Juan y Pedro que, escuchándote, he visto con los oídos del corazón a la Vida de la vida; he escuchado con los ojos de la fe a mi amor; he visto al Señor en persona y me ha dicho esto y esto… (Jn 20, 1-18).

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“Jesús salvará a la Iglesia”. 27 de abril de 2014. 2 Pascua (A). Juan 20, 19-3.

Domingo, 27 de abril de 2014
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24-PascuaA2Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está con ellos Jesús. En al comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él? “Está anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.

Dentro de la casa, están “con las puertas cerradas”. Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento de las gentes.

Los discípulos están llenos de “miedo a los judíos”. Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el mundo como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.

De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. “Entra en la casa y se pone en medio de ellos”. La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a la apertura de la misión.

Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.

Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.

Solo Jesús salvará a la Iglesia. Solo él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.

Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores y seguidoras.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Invita a reavivar la confianza en Jesús. Pásalo.

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“A los ocho días, llegó Jesús”. Domingo 27 de abril de 2014. 2º Domingo de Pascua.

Domingo, 27 de abril de 2014
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thomas-et-jesusLeído en Koinonia:

Si la resurrección de Jesús no tuviera efecto alguno en la vida del discípulo, es decir, si la Resurrección no tuviera como sentido final la re-creación del ser humano y por tanto la re-creación de un nuevo orden, entonces eso de la Resurrección de Jesús no habría pasado de ser un asunto particular entre el Padre y su Hijo. Pero, como la resurrección de Jesús es la base y fundamento de una comunidad y el horizonte hacia el cual tiende toda la creación, por eso, tanto el evangelio de hoy como la primera lectura de Hechos, tratan de iluminarnos sobre cuál es ese horizonte y cuáles, por tanto, son los efectos inmediatos, reales y concretos de la Resurrección.

Las fallas, los tropiezos y las caídas en el proceso de construcción de una comunidad igualitaria y justa no hay que verlos como la demostración de que no se puede lograr esa construcción; esos aspectos negativos se pueden percibir como el signo de que ciertamente no es fácil, pero en todo caso no es imposible, máxime si hay plena conciencia de que ése es el proyecto de Dios y que por ese proyecto Jesús hasta derramó su sangre y entregó su vida. Pero, también por ese proyecto, el Padre lo resucitó, para que quienes confesamos ser seguidores suyos veamos si nos comprometemos o no con ese “su” proyecto que él quiere compartir con nosotros y que ciertamente él respalda y acompaña en todo momento. Ese es el principal sentido de la Resurrección y eso es lo que los discípulos no entienden de manera inmediata.

Justamente el evangelio de hoy nos da la pista para entender que el descubrimiento de los efectos y alcances de la resurrección de Jesús no se comprenden rápidamente, de un momento a otro. Aunque los dos discípulos han comprobado que Jesús “no está” en la tumba y una vez que María Magdalena les anuncia que Jesús está vivo y que ha hablado con él (cf. Jn 20, 1-18), los discípulos siguen encerrados. Dos veces en el pasaje de hoy escuchamos estas dos expresiones, “los discípulos estaban con las puertas bien cerradas” (v.19) y “ocho días después los discípulos continuaban reunidos en su casa” (v. 26), lo cual es signo de que esto es un proceso de maduración de la fe. No nos dice el evangelista que los discípulos “no creyeran” en el Resucitado; con excepción de Tomás, todos lo habían visto y creían en él; pero una cosa es creer y otra abrirse a las implicaciones que tiene la fe, y ese es el proceso que le toma a la comunidad de discípulos un buen tiempo, tiempo por demás en el que Jesús, con toda paciencia y comprensión, está ahí cercano, acompañando, animando y ayudando a madurar la fe de cada discípulo.

Tal vez a nosotros, como creyentes de este tiempo, nos hace falta madurar aún mucho más el aspecto de la fe; tal vez nuestros conceptos tradicionales aprendidos sobre Jesús y su evangelio no nos permiten ver con claridad cuál es el horizonte de esa fe cristiana que confesamos tan folclóricamente y que, por tanto, no impacta a nadie. Valdría la pena hacer el ejercicio de desaprender; vaciar completamente nuestro ser, nuestro corazón, hacer lo de Tomás, viendo el caso de Tomás desde la óptica más positiva, claro está; es decir, si no lo juzgamos de entrada como “el incrédulo”, sino como el que quiere creer y poner en práctica su fe, pero que desde su vacío interior necesita ser llenado por la presencia de su Señor. Éste es el camino que estamos llamados nosotros hoy a recorrer.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 128 de la serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/), de los hnos. LÓPEZ VIGIL, titulado «Lo que hemos visto y oído».

Para la revisión de vida

La historia de Tomás quiere enseñarnos que no era más fácil creer en Jesús por haber sido contemporáneo suyo, y que los que crean sin haber visto serán dichosos. ¿De verdad siento yo en mi vida la alegría de creer? ¿Vivo mi fe como fuente de gozo, o la veo a veces como una carga más o menos pesada?

Para la reunión de grupo

– Tomás no cree, porque no ve. Y cuando llega a ver, ya cree… ¿Es posible «creer» cuando ya «se ve»? La vieja definición del catecismo decía que «fe es creer lo que no se ve». ¿Quién tiene la razón?

– ¿Qué relación (semejanzas, diferencias…) hay entre la fe humana (creer a alguien) y la fe religiosa (creer en Dios)? ¿Creemos «a» Dios, o «en» Dios?

– En una visión de conjunto, Lucas nos presenta lo fundamental de la Comunidad cristiana de todos los tiempos: escuchar la Palabra, participar en la «fracción del pan» (=Eucaristía), oración y vida en común. Hoy día, en bastantes regiones de la Iglesia Católica, el 80% de los fieles no puede participar en la eucaristía semanal por falta de sacerdote, y no hay ministros ordenados suficientes porque sólo se admite al mismo a personas que tengan simultáneamente vocación al celibato, y que sean varones. ¿Qué reflexiones nos sugiere esta situación?

– Si se tiene posibilidad de conseguirlo, hacer un círculo de estudio o un debate en torno al libro de Jesús EQUIZA, La Eucaristía, ¿privilegio del clero o derecho de la comunidad?, Editorial Nueva Utopía (fax: 34-91-44.545.44), Madrid 2001 segunda edición, 201 pp.

Para la oración de los fieles

– Para que la Iglesia sea más la Comunidad que vive y anuncia el Evangelio, que un grupo con fuerza social. Roguemos al Señor.

– Para que todos los pueblos avancen por los caminos de la justicia, la paz y la igualdad entre todas las personas. Roguemos…

– Para que nunca perdamos la esperanza ante las dificultades de la vida, y seamos siempre conscientes de que el Amor de Dios es más fuerte que la muerte. Roguemos…

– Para que el Señor aumente cada día nuestra fe y nuestra confianza en El, y sepamos descubrir los mil gestos de su amor que a diario se producen a nuestro alrededor. Roguemos…

– Para que nuestra solidaridad con los pobres y oprimidos de la sociedad anime su esperanza. Roguemos…

– Para que todos nosotros vivamos nuestra fe en Cristo resucitado en una Comunidad que comparta lo que es y lo que tiene. Roguemos…

Oración comunitaria

Dios, Padre nuestro, que llenas cada año nuestro corazón de gozo y alegría con las fiestas pascuales; haz que nuestra fe no vacile, que nuestra vida sea siempre coherente con esa fe, y que trabajemos siempre por tu Reino, sabiendo que al construirlo ya lo estamos viviendo. Nosotros te lo pedimos gracias a Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.

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“Una aparición muy peculiar. 2º Domingo de Pascua. Ciclo A.”

Domingo, 27 de abril de 2014
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expo3Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé), y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico.

Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el del próximo domingo (Juan 20,19-31).

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
– Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
– Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
– Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
– Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
– Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
– ¡Señor Mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
– ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Las peculiaridades de este relato de Juan

1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.

2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.

3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».

4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.

5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.

6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

Dos lecturas contra Tomás

Las dos primeras lecturas le quitan la razón a Tomás cuando piensa que para creer hace falta una demostración personal y científica. Las dos hablan de personas que creen en Jesús resucitado y viven de acuerdo con esta fe sin pruebas de ningún tipo.

La primera, de Hechos, ofrece un cuadro espléndido, quizá demasiado idílico, de la primitiva comunidad cristiana. Que en medio de numerosas críticas y persecuciones un grupo de gente sencilla desee formarse en la enseñanza de los apóstoles, comparta la oración, los sentimientos y los bienes, es algo que supera todo expectativa. Estas personas creen, sin necesidad de prueba alguna, que Jesús ha resucitado y las salva.

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

La segunda lectura ofrece en sus palabras finales, las que indico en rojo, el mejor comentario a lo que dice Jesús a Tomas:

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe –de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego– llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

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