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Archivo para Domingo, 31 de julio de 2022

Carpe Diem versus Codicia

Domingo, 31 de julio de 2022
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¿En qué consiste esto al fondo vivir plenamente las horas de su existencia, ?

No restrasarse a lo que contradice la plenitud del instante; no contrariar ni a la naturaleza, ni a su propia naturaleza; cazar las nubes amenazadoras de las dudas, el viento contrario de las adversidades, la degradación de las predisposiciones positivas y benévolas; desbordar los territorios apretados de la rutina abriéndose en horizontes más amplios.

El Carpe Diem de Horacio nos invita a recoger el día como una fruta llena de jugo. “Nada es más precioso que este día” decía a Goethe para celebrar el el esplendor de lo inédito que brota de la ganga ordinaria de los días.

Abordar mañana por la mañana, y cada mañana, en su frescura aperitiva, en su candor inaugural.

Encontrar la fuente pura de los comienzos, el apetito constante de los descubrimientos y de los encuentros fundacionales, el fervor no comenzado frente a un destino que hay que dar a luz.

Recuerda que hoy es el primero de los días que te quedan por vivir …

*

François Garagon

***

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

“Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.”

Él le contestó:

“Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”

Y dijo a la gente:

– “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.

Y les propuso una parábola:

“Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.”

Y se dijo:

“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida.”

Pero Dios le dijo:

“Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? “

Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”

*

Lucas 12, 13-21

***

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La primera lectura y el evangelio nos ofrecen estímulos no sólo para la meditación y la oración, sino también para obtener una visión más amplia de las cosas en Dios.

El drama de la «vanidad» consiste en el hecho de que las cosas tienen su belleza y su bondad, que atraen el ojo y el corazón del hombre, el cual, en un segundo momento, experimenta con decepción su falacia. De este proceso habla el autor del libro de la Sabiduría. Para él, está claro el principio fundamental: «Por la grandeza y hermosura de las criaturas se descubre, por analogía, a su Creador» (13,5). Sin embargo, los hombres corren el riesgo de mostrarse miopes: «Se dejan seducir por la apariencia» y «maravillados por su belleza, las tomaron por dioses». De ahí el reproche: «Verdaderamente necios…» (13,1.3.6.7). El espíritu humano, «si se libera de la esclavitud de las cosas» (GS 57), puede pasar de una manera expedita de la admiración por ellas a la contemplación del Creador: «Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad» (Rom 1,20).

El Dios creador es el mismo Dios salvador que nos ha enviado a su Hijo. En el evangelio de hoy, meditado a la luz de su contexto inmediato y el del capítulo siguiente (16), Jesús nos abre de una manera gradual los ojos hacia un horizonte cada vez más extenso, un horizonte que nos introduce en la visión de Dios y de su plan sobre el hombre. Si Qohélet se inclinaba a equiparar a hombres y bestias -«No ha superioridad del hombre sobre las bestias, porque todo es vanidad» (3,19)-, Jesús nos revela, en cambio, que existe una gran diferencia: «La vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido.. y vosotros valéis mucho más que los pajarillos» (12,23ss). Nos muestra sobre todo que la administración de esta vida, aunque esté revestida de fragilidad, es decisiva para la futura: «Enriquecerse ante Dios» significa tratar con desprendimiento los bienes de la tierra para hacernos «un tesoro inagotable en los cielos» (12,33). Jesús no nos pide que despreciemos las riquezas de este mundo, sino que las valoremos en relación con un bien inmensamente mayor: la vida eterna.

Dios nos ha mostrado que la vida del hombre es preciosa a sus ojos al dejar que su Hijo diera su vida por nosotros. De este modo, el Hijo ha liberado de la «vanidad» a los hijos de Dios y a toda la creación, indicando su sentido último (cf. Rom 8,19-25). Al bordar con «las obras buenas» el tejido de las frágiles realidades humanas, nos preparamos una «feliz esperanza» (Tit 2,13ss). Ahora bien, el arco iris que une la vida presente con la futura sólo es visible para quien cree en el Señor Jesús, muerto y resucitado: el Padre «por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable» (1 Pe l,3ss).

Realizar la experiencia de la contemplación a partir de las lecturas de hoy, tras haber meditado y orado sobre ellas, significa, por tanto, pasar de la reflexión sobre la Palabra de Jesús, que nos ilumina sobre la necia y la prudente administración de los bienes, a la visión de la «extraordinaria riqueza de la gracia» de Dios preparada «para nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2,7).

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“Lucidez de Jesús”. 18 Tiempo ordinario – C (Lucas 11,13-21)

Domingo, 31 de julio de 2022
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41E69F5C-5965-40C8-8E6C-BEE73C54B691Uno de los rasgos más llamativos en la predicación de Jesús es la lucidez con que ha sabido desenmascarar el poder alienante y deshumanizador que se encierra en las riquezas.

La visión de Jesús no es la de un moralista que se preocupa de saber cómo adquirimos nuestros bienes y cómo los usamos. El riesgo de quien vive disfrutando de sus riquezas es olvidar su condición de hijo de un Dios Padre y hermano de todos.

De ahí su grito de alerta: «No podéis servir a Dios y al Dinero». No podemos ser fieles a un Dios Padre que busca justicia, solidaridad y fraternidad para todos, y al mismo tiempo vivir pendientes de nuestros bienes y riquezas.

El dinero puede dar poder, fama, prestigio, seguridad, bienestar… pero, en la medida en que esclaviza a la persona, la cierra a Dios Padre, le hace olvidar su condición de hermano y la lleva a romper la solidaridad con los otros. Dios no puede reinar en la vida de quien está dominado por el dinero.

La raíz profunda está en que las riquezas despiertan en nosotros el deseo insaciable de tener siempre más. Y entonces crece en la persona la necesidad de acumular, capitalizar y poseer siempre más y más. Jesús considera como una verdadera locura la vida de aquellos terratenientes de Palestina, obsesionados por almacenar sus cosechas en graneros cada vez más grandes. Es una insensatez consagrar las mejores energías y esfuerzos en adquirir y acumular riquezas.

Cuando, al final, Dios se acerca al rico para recoger su vida, se pone de manifiesto que la ha malgastado. Su vida carece de contenido y valor. «Necio…». «Así es el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios».

Un día, el pensamiento cristiano descubrirá con una lucidez que hoy no tenemos la profunda contradicción que hay entre el espíritu que anima al capitalismo y el que anima el proyecto de vida querido por Jesús. Esta contradicción no se resuelve ni con la profesión de fe de quienes viven con espíritu capitalista ni con toda la beneficencia que puedan hacer con sus ganancias.

José Antonio Pagola

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“Lo que has acumulado, ¿de quién será?”. Domingo 31 de julio de 2022. 18º domingo del Tiempo Ordinario.

Domingo, 31 de julio de 2022
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43-ordinarioC18 cerezoLeído en Koinonia:

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23: ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos?
Salmo responsorial: 89: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Colosenses 3, 1-5. 9-11: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Lucas 12, 13-21: Lo que has acumulado, ¿de quién será?.

La 1ª lectura nos enfrenta con preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez. El Eclesiastés pertenece a un grupo de libros que llamamos sapienciales. La “sabiduría” es un amplio concepto que puede englobar desde la habilidad manual de un artesano hasta el arte para desenvolverse en la sociedad, la madurez intelectual… representa una actitud de personas y pueblos cuya finalidad es encontrar respuestas a los grandes interrogantes y misterios de la existencia humana.

Podemos calificar de contestatario al autor del Eclesiastés. Es una voz escéptica y crítica, disidente frente a la tradición sapiencial que confía ilimitadamente en las posibilidades de la razón y sabiduría humanas. El sabio Qohélet es un autor, por lo menos, desconcertante. La pregunta que mueve toda la reflexión de su libro es ésta: “¿Qué provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el sol?” (1,3) y su respuesta: vanidad de vanidades (se puede traducir también por vaciedad, sin sentido…) todo es vanidad (1,2.17; 2,1.11. 17. 20. 23. 26; 12,8)

Éste parece un libro muy poco religioso. ¿Cómo se nos propone a los cristianos este libro, como Palabra de Dios, con esa respuesta tan materialista, tan poco optimista…? O esta otra conclusión: “la felicidad consiste en comer, beber y disfrutar de todo el trabajo que se hace bajo el sol, durante los días que Dios da al hombre, pues esa es su recompensa” (5,17) es como decir vulgarmente “comamos y bebamos, que mañana moriremos…”

El autor recorre a lo largo de su libro todas las esferas del ámbito humano: trabajo, riqueza, dolor, alegría, decepciones, religión, justicia, sabiduría, ignorancia, el tiempo, la muerte… buscando respuesta a su pregunta. Hagamos lo que hagamos en nuestra vida, al final el destino es el mismo para todos los hombres: la muerte, ¿la nada? Es una pregunta seria ¿qué pintamos aquí, en la tierra? ¿para qué vivir, trabajar, luchar, amar, pensar, esforzarnos en la ecología, la educación, la política, los derechos humanos…? Breve es nuestra vida sobre la tierra (Sab 2,1), la mayor parte de nuestra vida es fatiga inútil, que pasa aprisa y vuela (Salmo 89, 10). La experiencia humana es como “atrapar vientos” una tarea inútil y decepcionante. Viene a nuestra mente aquella otra frase evangélica: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero…?”.

Con el autor, el lector sigue con fruición ese recorrido por la existencia humana, por el devenir Por mucho que nos afanemos, nada nos vamos a llevar…

En la época del destierro se empezó a desarrollar la teoría de la retribución personal y del destino individual: el pueblo elegido profesaba una doctrina de retribución colectivista: la bondad o maldad de un individuo tenía repercusiones en el grupo y en los descendientes. En el contexto del exilio estas ideas van cambiando: cada persona recibía en vida la recompensa adecuada a su conducta (2Re 14, 5-6; Jer 31, 29-30; Ez 18, 2-3. 26-27). Sin embargo, la experiencia desmentía este principio. Después del destierro este problema ocupa un puesto primordial en la reflexión sapiencial, y no resulta fácil encontrar una respuesta adecuada. El libro de Job refleja vivamente este drama, apuntando distintas soluciones, pero ninguna definitiva ni convincente: Job es invitado a entrar en el misterio de Dios y desde ahí poder relativizar su dolor, su desesperación y pretensiones. Qohelet se hace eco del mismo escándalo y lo amplía: aún suponiendo que el justo siempre recibiera bienes, tal recompensa no es proporcional al esfuerzo que pone el hombre en conseguirla, pues no da plena satisfacción a los anhelos del ser humano. Tanto Job como Qohelet se mueven en el ámbito de retribución intramundana, no atisban nada más allá de la muerte.

No está mal que Qohélet nos recuerde el sabor de las cosas sencillas, el disfrute de las cosas ordinarias, que también son don de Dios. En esto conectaría muy bien con la mentalidad de la postmodernidad: presentista, del carpe diem (aprovecha el día)… No hace falta que hagamos un esfuerzo grandísimo en salir de esta realidad temporal para encontrar a Dios. Él es compañero cercano de todo lo que vivimos. Nos lo dice la fe. La vida tiene sentido porque somos personas humanas, no animalitos, y en nuestros genes llevamos escrita esa búsqueda de sentido, porque estamos hechos “a imagen y semejanza de Dios”, un Dios creador, que se mueve, que sale de sí, que inventa, que busca.

Evangelio: la vida no depende de los bienes

Va en la misma línea sapiencial que la 1ª lectura: el ser humano busca sin descanso la alegría y la felicidad, pero en torno a esta búsqueda planean serios peligros. Uno de ellos: poner la felicidad en la acumulación insaciable de bienes, la codicia.

A Jesús, como Maestro, se le acercan dos hermanos en litigio y le suplican que ponga orden, que haga justicia. Jesús sabe ponerse en su sitio: él no ha venido al mundo como juez jurídico, legal. Va más allá de lo externo: “Él sacará a la luz los pensamientos íntimos de los hombres” (Lc 2, 35b), va a la raíz de los problemas, que está en el corazón del ser humano. Para Él es más importante desenmascarar la codicia que nos domina, que hacer valer los derechos de cada uno. Con lo primero, se conseguirá lo segundo.

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Dom 31.7.22. Repartidor de herencias, rico tonto (Lc 12, 13-21)

Domingo, 31 de julio de 2022
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20190110-Dios-o-el-dinero-mockup-final.1jpgDel blog de Xabier Pikaza:

Al hacerse institución establecida, la Iglesia ha recreado una ley de herencias religiosas y sociales que se parece más a un mal judaísmo que al buen Jesús judío del evangelio.

Por su parte, haciéndose rica, ella ha venido a ser propietaria de herencias económicas y sociales. Es evidente muchas veces las ha empleado para bien de los pobres, pero otras veces las han puesto al servicio de sus intereses de poder. En ese contexto  se sitúa el evangelio de este domingo que consta de una relato ejemplar y de una parábola amenazadora, como pongo de relieve en Dios o el dinero

Texto. Lc 12, 13-21

(Relato ejemplar. Repartir herencias)

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

“Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.”

Él le contestó:

– “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”

Y dijo a la gente:

– “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.

(Parábola amenazadora: el rico tonto)

Y les propuso una parábola:

– “Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.”

Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida. “

Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? “

Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”

RELATO EJEMPLAR. JESÚS NO ES JUEZ DE HERENCIAS. (LC 12, 13-15). Mmm

 Este pasaje retoma un motivo de sabiduría universal, importante en la historia de Israel (al menos desde Abrahán), que Jesús había planteado en la parábola de los viñadores homicidas, que matan el hijo del dueño, para quedarse con la herencia (cf. Mc 12, 1-12):

En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de la multitud: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Él le contestó: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro sobre vosotros? Y les dijo: Mirad y guardaos de toda avaricia, pues aunque uno sea rico su vida no depende de las riquezas que él tiene (Lc 12, 13-15).

 Vivimos de herencias, esto es, de aquello que gratuitamente nos ha dado la familia, la sociedad, quizá la Iglesia: del amor que nos han ofrecido, del lenguaje que nos han enseñado para comunicarnos y hablar, de las tradiciones culturales y sociales, de la tierra que otros han cultivado previamente, de los animales que han domesticado etc. En ese sentido, la herencia (o tradición) es necesaria, de forma que sin ella no habría vida humana, pero si un tipo de herencia (sobre todo económica) define y fija el lugar de cada uno, en contra de otros tipos de familia o grupos, destruimos la verdad del evangelio, que es una buena “nueva”, una ruptura y novedad frente a herencias que dividen y fijan a los hombres en lo antiguo (lo ya sido).

 Hubo sociedades, como la judía en tiempos de Jesús, que organizaron de manera minuciosa tradiciones y riquezas de tipo familiar y social, cultural, religioso y económico, de manera que la misma religión era para ellos buena herencia, una práctica garantizada por el tiempo, hecha de leyes y buenas posesiones, de manera que la tarea más importante era regular lo transmitido, para que pasara de padres a hijos, dentro un pueblo definido ya desde el pasado, de forma que los escribas (maestros religiosos) eran, ante todo, jueces y expertos en herencias.

Pero Jesús no aceptó ese oficio, al servicio de la gente rica (dueños de fortunas, de tierras o bienes que pudieran transmitirse), porque pensó que se debía superar el etilo legal de esas herencias, al servicio de las familias importantes, que ratificaba un modelo social de posesión y transmisión de bienes, al servicio de los ricos. Él quiso abrir la herencia del reino para todos, empezando por los pobres y excluidos de las posesiones del mundo, y por eso pidió al rico que quiso seguirle que renunciara a su herencia (que los muertos entierren a sus muertos: Lc 9, 60), que no quisiera sobresalir en la línea de su padre, y que dejara sus bienes a los pobres, para así poder seguirle en libertad y comunión de vida (Lc 18, 18-23; cf. Mc 10, 17-22).

Conforme a ese modelo socio-religioso (y económico), la ley de herencias implica un tipo de discriminación social, un modo de perpetuar el orden clasista de la sociedad. Por eso, Jesús no quiso resolver por ley estas cuestiones, sino subir de plano y enseñar a compartirlo todo a todos, de manera que no se puede hablar de transmisión cerradas de herencias particulares, de unas familias a sus sucesoras, sino de apertura y comunión de bienes, de todos con todos, para enriquecerse de esa forma unos a otros, ofreciendo cada uno la riqueza de su vida a los demás, conforme al modelo del mismo Jesús que da/regala su existencia (cuerpo y sangre) a modo de comida superior, eucaristía.

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Crisis económica y disfrute de la riqueza. Domingo 18 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Domingo, 31 de julio de 2022
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RiquezaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Domingo 18 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

En un momento de grave crisis económica, cuando muchas familias no saben cómo llegarán al fin de mes, resulta irónico que el evangelio nos ponga en guardia contra el deseo de disfrutar de nuestra riqueza. Sin embargo, Lucas no escribía para millonarios, y algún provecho podían sacar de la enseñanza de Jesús incluso los miembros más pobres de su comunidad. Las dos lecturas de hoy coinciden en denunciar el carácter engañoso de la riqueza, pero Jesús añade una enseñanza válida para todos.

Una elección curiosa: la primera lectura

           En el Antiguo Testamento, la riqueza se ve a veces como signo de la bendición divina (casos de Abrahán y Salomón); otras, como un peligro, porque hace olvidarse de Dios y lleva al orgullo; los profetas la consideran a menudo fruto de la opresión y explotación; los sabios denuncian su carácter engañoso y traicionero. En esta última línea se inserta la primera lectura de hoy, que recoge dos reflexiones de Qohélet, el famoso autor del “Vanidad de vanidades, todo vanidad”.

La primera reflexión afirma que todo lo conseguido en la vida, incluso de la manera más justa y adecuada, termina, a la hora de la muerte, en manos de otro que no ha trabajado (probablemente piensa en los hijos).

¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet;

vanidad de vanidades, todo es vanidad!

Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto,

y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado.

También esto es vanidad y grave desgracia.

            La segunda se refiere a la vanidad del esfuerzo humano. Sintetizando la vida en los dos tiempos fundamentales, día y noche, todo lo ve mal: De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.

Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?

De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.

También esto es vanidad.

            Ambos temas (lo conseguido en la vida y la vanidad del esfuerzo humano) aparecen en la descripción del protagonista de la parábola del evangelio.

Petición, parábola y enseñanza (Lc 12,31-21)

            En el evangelio de hoy podemos distinguir tres partes: el punto de partida, la parábola, y la enseñanza final.

El punto de partida es la petición de uno: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. 

            El punto de partida

            En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

            Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.

            El le respondió:

            ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?

            Y les dijo:

            Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.

            Si esa misma propuesta se la hubieran hecho a un obispo o a un sacerdote, inmediatamente se habría sentido con derecho a intervenir, aconsejando compartir la herencia y encontrando numerosos motivos para ello. Jesús no se considera revestido de tal autoridad. Pero aprovecha para advertir del peligro de codicia, como si la abundancia de bienes garantizara la vida. Esta enseñanza la justifica, como es frecuente en él, con una parábola.

            La parábola.

Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?” Y se dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”

            A diferencia de Qohélet, Jesús no presenta al rico sufriendo, penando y sin lograr dormir, sino como una persona que ha conseguido enriquecerse sin esfuerzo; y su ilusión para el futuro no es aumentar su capital de forma angustiosa sino descansar, comer, beber y banquetear.

            Pero el rico de la parábola coincide con el de Qohélet en que, a la larga, ninguno de los dos podrá conservar su riqueza. La muerte hará que pase a los descendientes o a otra persona.

            La enseñanza final. 

        Si todo terminara aquí, podríamos leer los dos textos de este domingo como un debate entre sabios.

            Qohélet, aparentemente pesimista (todo lo obtenido es fruto de un duro esfuerzo y un día será de otros) resulta en realidad optimista, porque piensa que su discípulo dispondrá de años para gozar de sus bienes.

            Jesús, aparentemente optimista (el rico se enriquece sin mayor esfuerzo), enfoca la cuestión con un escepticismo cruel, porque la muerte pone fin a todos los proyectos.

            Pero la mayor diferencia entre Jesús y Qohélet la encontramos en la última frase.

            Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.

            Frente al mero disfrute pasivo de los propios bienes (Qohélet), Jesús aconseja una actitud práctica y positiva: enriquecerse a los ojos de Dios. Más adelante, sobre todo en el capítulo 16, dejará claro Lucas cómo se puede hacer esto: poniendo sus bienes al servicio de los demás.

Jesús y el Banco Central Europeo

El BCE, en su intento de frenar la inflación, ha decidido subir los tipos de interés para que no invirtamos ni gastemos más de lo preciso. Jesús, en cambio, nos invita a invertir, pero de forma muy distinta, enriqueciéndonos a los ojos de Dios. Las posibilidades son múltiples, recuerdo una sola. Las ONG que trabajan en África y otros países del Tercer Mundo recuerdan a menudo lo mucho que se puede hacer a nivel alimenticio, sanitario, educativo, con muy pocos euros. Quienes no corren peligro, como el protagonista de la parábola, de disfrutar de enormes riquezas, pueden aprovechar lo que tienen, incluso poco, para hacer el bien y enriquecerse a los ojos de Dios.

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Domingo XVIII del Tiempo Ordinario. 31 julio, 2022

Domingo, 31 de julio de 2022
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Maestro, dile a mi hermano que reparta
conmigo la herencia… “Tened mucho
cuidado con toda clase de avaricia; que
aunque se nade en la abundancia, la vida no
depende de las riquezas
”.

(Lc 12,13-21)

El Maestro trasciende esa petición. “Y añadió: tened mucho cuidado con toda clase de avaricia”, cambia de persona (del singular al plural), ya no es uno el que le ha expuesto la petición, son todos los que le escuchan: tened mucho cuidado. He aquí cómo Jesús nos sugiere lo necio que es un corazón ambicioso, un corazón que su única esperanza es “llenar sus graneros”, “nadar en la abundancia”.

Lucas nos deja entrever que para Jesús las posesiones, el dinero, no tienen más valor que aquello que nos facilita una vida en paz. Una vida que nos ayude a crecer como personas, a descubrir la belleza de lo sencillo y lo pequeño.

Hoy, a ti y a mí, se nos ha ofrecido la novedad de una jornada para vivirla en toda su plenitud. ¡Y eso es una inmensa riqueza! Se nos ofrece la posibilidad de acercarnos a la persona necesitada y compartir con ella lo que tenemos y ella necesita. ¡Y esa es la mejor herencia!

Disfrutar de la inmensidad de la vida, del aire, de una amigable compañía. ¡Eso es la felicidad más intensa! No dejes que la envidia, la avaricia, el egoísmo o el rencor posean tu corazón. Deja que el Señor de tu existencia sea el Dios de la ternura, el dar y darnos, el amor sin medida. ¡Esa es la mejor posesión!

¡Y saberte vivida desde la comunión con Dios Trinidad! Escucha asombrada, desde el silencio como Jesús te dice: “con amor eterno te amo”. Eso desbordará tus “graneros” que nunca se vaciarán y compartirás, repartirás y siempre tendrás más para entregar.

Oración

Trinidad Santa, Tú que eres comunión, relación y entrega:

Hoy,
yo te pido en nombre de las personas pobres, marginadas,
de las perseguidas, de quienes te buscan:
Maestro, dile a mi hermana/o que reparta conmigo la herencia”,
que reparta tu amor, que reparta y comparta lo que le sobra
y así, construiremos un mundo más humano, más justo,
en el que todos cabemos y todos podemos tener espacio.

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Las seguridades son una trampa.

Domingo, 31 de julio de 2022
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Desplegar la verdadera Vida y dar sentido a la biológica no depende de tener más o menos, sino de ser en plenitud. Hay frases en el relato que nos han despistado. Que lo acumulado lo vaya a disfrutar otro no es la razón de la estupidez, porque en el caso de que lo pudiera disfrutar él mismo, parece que sería válida la acumulación de riquezas. La actitud del rico es equivocada porque pone su felicidad en lo acumulado, creyendo que esa seguridad le puede solucionar todas las necesidades que como ser humano necesita satisfacer.

Tampoco se trata de proponer como alternativa el ser rico ante Dios, si se entiende como acumulación de méritos que después de esta vida le pagarán con creces. Llevamos muchos siglos enredados en esta trampa sin darnos cuenta que también esas seguridades espirituales pretenden potenciar el ego, exactamente igual o peor que los bienes materiales. Esta manera de entender la propuesta va en contra del mensaje de Jesús que nos pide olvidarnos del yo. Hay en el evangelio otra frase que nos ha metido por el mismo camino sin salida: “acumulad tesoros en el cielo…”. Las dos las hemos entendido al revés.

En la Edad Media surgieron dos personajes formidables que supieron interpretar el evangelio. Se trata de S. Francisco de Asís y Santo Domingo. Ambos fundaron su propia orden fundamentada en la pobreza absoluta. Los dos vivieron desprendidos de todo, rechazando cualquier clase de seguridad que pudiera hacer la vida más fácil. S. Francisco fue el hombre más feliz del mundo sin poseer absolutamente nada. Era tan pobre que su felicidad no dependía ni siquiera de su propia pobreza. Santo domingo podía decir, como Jesús, que no tenía donde reclinar la cabeza. Desprendido de todo estaba siempre disponible.

El objetivo del hombre es desplegar su humanidad. El evangelio nos dice que tener más no nos hace más humanos. La conclusión es muy sencilla: la posesión de bienes de cualquier tipo, no puede ser el objetivo último de ningún ser humano. La trampa de nuestra sociedad está en que no hemos descubierto que cuanto mayor capacidad de satisfacer necesidades tenemos, mayor número de nuevas necesidades desplegamos; con lo cual no hay posibilidad alguna de marcar un límite. Ya los santos padres decían que el objetivo no es aumentar las necesidades, sino el conseguir que esas necesidades vayan disminuyendo cada día que pasa.

La vida es un desastre solo para el que no sabe traspasar el límite de lo caduco. Querámoslo o no, vivimos en la contingencia y eso no tiene nada de malo. Nuestro objetivo es dar sentido humano a todo lo que constituye nuestro ser biológico. Lo humano es lo esencial, lo demás es soporte. Aspirar a los bienes de arriba y pensar que lo importante es acumular bienes en el cielo, es contrario al verdadero espíritu de Jesús. Ni la vida es el fin último de un verdadero ser humano ni podemos despreciarla en aras de otra vida en el más allá.

Es muy difícil mantener un equilibrio en esta materia. Podemos hablar de la pobreza de manera muy pobre y podemos hablar de la riqueza tan ricamente. No está mal ocuparse de las cosas materiales e intentar mejorar el nivel de vida. Dios nos ha dotado de inteligencia para que seamos previsores. Prever el futuro es una de las cualidades más útiles del ser humano. Jesús no está criticando la previsión, ni la lucha por una vida más cómoda. Critica que lo hagamos de una manera egoísta, alejándonos de nuestra verdadera meta como seres humanos. Si todos los seres humanos tuviéramos el mismo nivel de vida, no habría ningún problema, independientemente de la capacidad de consumir a la que hubiéramos llegado.

El hombre tiene necesidades, como ser biológico, que debe atender. Pero a la vez, descubre que eso no llega a satisfacerle y anhela acceder a otra riqueza que está más allá. Esta situación le coloca en un equilibrio inestable, que es la causa de todas las tensiones. O se dedica a satisfacer los apetitos biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida espiritual, manteniendo en su justa medida las exigencias biológicas. En teoría, está claro, pero en la práctica exige una lucha constante para mantener el equilibrio. Bien entendidos, la satisfacción de las necesidades biológicas y el placer que pueden producir, nada tienen de malo en sí. Lo nefasto es poner la parte superior del ser al servicio de la inferior.

Solo hay un camino para superar la disyuntiva: dejar de ser necio y alcanzar la madurez personal, descubriendo desde la vivencia lo que en teoría aceptamos: El desarrollo humano, vale más que todos los placeres y seguridades; incluso más que la vida biológica. El problema es que la información que nos llega desde todos los medios nos invita a ir en la dirección contraria y es muy fácil dejarse llevar por la corriente. La sociedad nos invita a ser ricos. El mensaje de Jesús nos propone ser felices porque ya somos inmensamente ricos.

El error fundamental es considerar la parte biológica como lo realmente constituyente de nuestro ser. Creemos que somos cuerpo y mente. No tenemos conciencia de lo que en realidad somos, y esto impide que podamos enfocar nuestra existencia desde la perspectiva adecuada. El único camino para salir de este atolladero es desprogramarnos. Debemos interiorizar nuestro ser verdadero y descubrir lo que en realidad somos, más allá de las apariencias y tratar de que nuestra vida se ajuste a este nuevo modo de comprendernos.

Se trata de desplegar una vida verdaderamente humana que me permita alcanzar una plenitud. Solo esa Vida plena, puede darme la felicidad. Se trata de elegir entre una Vida humana plena y una vida repleta de sensaciones, pero vacía de humanidad. La pobreza que nos pide el evangelio no es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es mejor para mí. No se trata de la posesión o carencia material de unos bienes. Se trata de estar o no, sometido a esos bienes, los posea o no. Es importante tomar conciencia de que el pobre puede vivir obsesionado por tener más y malograr así su existencia.

La clave está en mantener la libertad para avanzar hacia la plenitud humana. Todo lo que te impide progresar en esa dirección es negativo. Puede ser la riqueza y puede ser la pobreza. La pobreza material no puede ser querida por Dios. Jesús no fue neutral ante la pobreza/riqueza. No puede ser cristiana la riqueza que se logra a costa de la miseria de los demás. No se trata solo de la consecución injusta, sino del acaparamiento  de bienes que son imprescindibles para la vida de otros. El cacareado progreso actual es radicalmente injusto, porque se consigue a costa de la miseria de una gran parte de la población mundial. El progreso desarrollista, en que estamos inmersos, es insostenible además de injusto.

Esperar que las riquezas nos darán la felicidad es la mayor insensatez. La riqueza puede esclavizarnos. Nos han convencido de que si no poseo aquello o no me libro de esto, no puedo ser feliz. Tú eres ya feliz. Solo tu programación te hace ver las cosas desde una perspectiva equivocada. Si el ojo está sano, lo normal es la visión, no hay que hacer nada para que vea. Sin tener nada de lo que ambicionamos podríamos ser inmensamente felices. Aquello en lo que ponemos la felicidad puede ser nuestra prisión. En realidad, no queremos la felicidad sino seguridades, emociones, satisfacciones, placer sensible.

 

Meditación

Codiciar es desear con ansia lo que da seguridad a tu ego.
Pon todo tu empeño en desplegar tu ser verdadero.
Me debo ocupar de las necesidades materiales;
pero mi preocupación debe ser el desplegar mi humanidad.
El tesoro no está en las cosas, o en el cielo, sino dentro de mí.
Dentro de ti está la única seguridad, la plenitud, la felicidad.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El sentido de la vida.

Domingo, 31 de julio de 2022
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Lc 12, 13-21

«¡Necio! Esta misma noche te van a exigir la vida»

El sentido de la vida se puede buscar en Dios o fuera de él. Existen muchos cauces que nos ayudan a buscar el sentido de la vida en Dios, y a estos cauces los llamamos religiones. Quien practica una religión sostiene que el mundo tiene significado en Dios, y que el ser humano tiene un destino marcado por Él.

También existen muchos cauces para buscar sentido a la vida fuera de Dios, y el mejor ejemplo lo encontramos en la infinidad de propuestas de vida que existen al respecto. No obstante, estos cauces son más inciertos que los anteriores, porque el problema de dar sentido a una vida sin Dios y con muerte no es trivial, ya que supone vivir sabiendo que todo el esfuerzo que hagamos para lograr las metas que nos hayamos propuesto van a quedar destruidas por la muerte.

Es como si Miguel Ángel hubiese pintado la capilla Sixtina sabiendo que iba a ser destruida en el mismo momento de ser acabada.

Quede claro que no pretendemos defender la imposibilidad de dar sentido a la vida de espaldas a Dios, pues todos conocemos personas cabales y responsables capaces de hacerlo. Pero, como apuntábamos antes, da la impresión de que éste es un cauce reservado a minorías, y que, privados de Dios, la inmensa mayoría de ciudadanos no encuentra otra salida a su situación vital que banalizar su existencia para soslayar la realidad aterradora del sufrimiento y de la muerte.

Heidegger, en su ensayo “El ser para la muerte”, llama inauténtica esta forma de vivir, y afirma que para apropiarnos de un destino auténtico que nos salve de la banalidad, debemos asumir la angustia de caminar hacia la nada y vivir cada momento de nuestra vida conscientes de que vamos a morir… Y ésta es sin duda una forma de afrontar nuestra finitud prescindiendo de Dios, aunque resulta evidente que está al alcance de muy pocos…

Finalmente, hay un hecho que no podemos pasar por alto, y es que hay personas que buscan el sentido de la vida en Dios y fracasan, y las hay que lo buscan fuera de Dios y también fracasan. Y este hecho, en apariencia nimio y natural, nos puede dar la clave para entender mejor nuestra vida y tener más oportunidades de darle sentido.

Porque si convenimos que la esencia de lo humano es “la humanidad”, la única forma de dar sentido a la vida será a través de su práctica, y esto, al menos en teoría, puede ser independiente de las creencias o increencias de cada uno. Cualquier actitud vital que genera humanidad es portadora de sentido, y cualquiera otra que no lo haga provocará un vacío imposible de llenar con actividades mundanas o con prácticas religiosas.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Lo que has acaparado ¿para quién será?

Domingo, 31 de julio de 2022
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03c628_avariciaLc 12,13-21

DOMINGO 18º T.O. (C)

La Eucaristía celebra una entrega, una donación, un servicio; solo es posible celebrarla en búsqueda de justicia, en dinámica de amor-caridad.

Sin embargo, el amor-caridad ha sido con frecuencia falseado, reducido espiritualmente a consuelo de afligidos y en lo material a limosna-calderilla. Urge restituirle su sentido original, la caridad es amor. Pero también el amor ha sido prostituido por la demagogia, la retórica o la inoperancia. Ha quedado reducido al amor-sentimiento o al amor-belleza. ¡Así todos tranquilos!

Un primer paso para rescatar el amor-caridad consiste en situarlo como constitutivo antropológico humano. No puede quedar reducido solo al ámbito personal, familiar sino que implica una relación yo-nosotros, yo-hermanos, yo-aldea global, casa común. Sin acción transformadora del mundo, no hay caridad, no hay amor. El amor cristiano es caridad política; ha de alcanzar a la sociedad entera.

El prójimo del evangelio no es solo el que está próximo sino el que padece cualquier clase de necesidad, el descartado, el desvalido. Los actuales vulnerables no son hoy personas aisladas, sino clases sociales y países enteros. La liberación y su celebración cristiana solo son posibles a partir de la práctica del amor-caridad política.

En el evangelio, Jesús se niega a ser árbitro o juez de un conflicto económico pero advierte del riesgo de toda clase de codicia, de buscar seguridades terrenas, crearnos nuevas necesidades en una espiral de consumismo alienante olvidando nuestro ser esencial, el verdadero objetivo de toda vida humana. Pobreza y riqueza pueden ser igualmente engañosas si la motivación es el ego. El equilibrio del terror al que venimos asistiendo es absolutamente inaceptable, inmoral, inhumano y perverso para millones de personas. Jesús no critica la previsión o la lucha por una vida más digna, ni quiere la pobreza para ningún ser humano sino que advierte del peligro de hacerlo de forma egoísta alejándonos de nuestra verdadera meta como seres humanos.

Asimismo, Jesús da a la Iglesia una regla de oro: la Iglesia no ha sido nombrada árbitro o juez del mundo de la economía, no es quien para ofrecer un programa político-económico concreto. ¡Muchos problemas se habrían evitado de haberlo tenido en cuenta la Iglesia! Sí debe procurar o sugerir propuestas o argumentos para que los sistemas económicos-políticos puedan ser generadores de bienes para la humanidad pero también puedan ser juzgados éticamente. Así se explica que la Iglesia haya condenado tanto el neoliberalismo capitalista como la utilización de un sistema totalitario en el que “el sinsentido de la guerra y el chantaje recíproco de algunos poderosos acalla la voz de la humanidad que invoca la paz” (Mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de los Pobres 2022).

La codicia presente en el fondo de tantos conflictos, el indecente negocio bélico sigue poniendo en riesgo la vida de millones de personas y del planeta. “No estamos en el mundo para sobrevivir, señala Francisco, sino para que cada uno se permita una vida digna y feliz”. “La pobreza que mata es miseria, resultado de la injusticia, la explotación, la violencia y la injusta distribución de los recursos. Es una pobreza sin futuro porque la impone la cultura del descarte que no ofrece perspectivas ni salidas. Esta pobreza afecta también la dimensión espiritual que a menudo se descuida, no existe o no cuenta”.

Podríamos preguntarnos: ¿Adónde nos está llevando esta carrera de armamento que provoca la muerte de inocentes y más pobreza?, ¿qué podemos hacer?, ¿cuáles son nuestras verdaderas intenciones? Pregunta que nos remite a aquella de Jesús a Judas, poco antes de su traición: “Amigo, ¿a qué vienes?” (Mt 26, 50).

Algunos de nuestros dirigentes son cristianos, otros se adhieren a unos principios humanistas que deberían tener alguna relevancia en este asunto crucial. En todo caso, como creyentes, estamos obligados a actuar en consonancia con nuestra conciencia cristiana de evitar determinados males porque somos responsables de enormes bienes. En cada ser humano vemos a Cristo, somos veladores de nuestros hermanos/as. La responsabilidad cristiana no está de uno ni de otro lado dentro de la lucha de poder, sino del lado de Dios y de la verdad, aspecto extremadamente olvidado hoy, y del lado de la totalidad de la humanidad.

¿Cómo parar este desastre en estos tiempos en los que hemos acabado por desechar los valores morales tachándolos de irrelevantes e incluso los propios cristianos ignoramos las exigencias de la ética cristiana en este tema? La rectitud y la verdad moral son tan necesarias para los seres humanos y la sociedad como el aire, el agua, la comida, la casa. Como clama el papa Francisco, “¿Se está realmente buscando la paz? ¿Existe voluntad de que haya una desescalada militar? No nos rindamos ante la violencia, que nos encaminemos hacia la paz y el diálogo”.

El apego al dinero conlleva el mal uso de los bienes y del patrimonio. Manifiesta una fe débil y una esperanza miope. El problema no es el dinero en sí, que forma parte de la vida cotidiana y de las relaciones sociales de las personas, sino el valor que le damos nosotros; no puede convertirse en un absoluto como si fuera lo principal para el desarrollo humano. Ese apego nos impide mirar la vida con realismo y ver las necesidades de los demás. La acumulación de riqueza se convierte en el ídolo que termina atándonos a una vida superficial, alienada e hipócrita.

Termina el evangelio de Lucas haciéndose eco de las palabras que Dios dirige al hombre, a toda persona, a nosotros, hoy: “¡Necio, esta misma noche morirás!, ¿para quién será lo que has acaparado?” Así sucederá al que amontona riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios”.

¿Amor-caridad o ambición y codicia? ¿Paz y justicia o guerra y desolación?

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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La trampa de la codicia.

Domingo, 31 de julio de 2022
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310B89D3-91CD-4422-96D8-07A7FC5A466CDomingo XVIII del Tiempo Ordinario

31 julio 2022

Lc 12, 13-21

En cuanto deseo vehemente de posesión de cosas, bienes o riquezas, la codicia se caracteriza por la voracidad. Y la voracidad, a su vez, nace de un hambre insaciable que carece de límites y no se detiene ante nada en su afán depredador.

Codicia y voracidad esconden inseguridad de base -consciente o no-, que es la que se intenta paliar a base de la posesión de riqueza. Pero caen en la trampa de pensar que esta calmará el vacío percibido como amenaza.

En realidad, la trampa es doble: por una parte, no se advierte que el vacío que se teme es simplemente consecuencia de la identificación con el yo; por otra, se piensa que ese vacío puede ser colmado de manera eficaz.

El yo es vacío, en cuanto carece de consistencia propia. Por tanto, mientras dure la identificación con él, el vacío estará siempre presente. Sin embargo, al abrirnos a la comprensión de nuestra verdadera identidad, apreciamos que, más allá de ese nivel “personal”, somos plenitud.

El vacío es un pozo sin fondo imposible de ser colmado. De ahí que embarcarse en esa tarea implique entrar en una dinámica caracterizada por la voracidad, pero tan inútil y estéril como ansiosa.

La parábola de Jesús contrapone la codicia a “ser rico ante Dios”. Y tal indicación muestra el camino para salir de la ignorancia -fuente de la codicia y de la voracidad- y asumir una actitud y un comportamiento en coherencia con lo que somos, caracterizados por la confianza y la ofrenda.

“Ser rico ante Dios” significa vivir en la luz de la comprensión de lo que somos. En la metáfora, “Dios” es lo opuesto al “yo”. Si vivir identificados con el yo conduce a la codicia y la voracidad, vivir en la comprensión de nuestra verdadera identidad nos ancla en la confianza, en la libertad interior frente a miedos e inseguridades y en la ofrenda que nos lleva a compartir.

¿Vivo más en clave de voracidad o de ofrenda?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El dinero no vuelve buenas a las personas

Domingo, 31 de julio de 2022
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Tres breves ideas de peso en la vida.

01.-Escepticismo y un cierto pesimismo.

El pequeño libro del Eclesiastés (Qohelet) es la reflexión y análisis que un sabio hace de la vida y lo hace con un pesimismo, no exento de realismo, que le lleva finalmente a sonreír con lo bueno de esta vida (2,24).

Es natural que tendamos a amar y valorar lo que da de sí la vida y sus ‘pompas’, sus ‘vanidades’: la experiencia (c 1,3-11), la sabiduría (una buena carrera universitaria) (1,12-18), los placeres y las posesiones, el poder cultural o político, (2,1-10), la familia, los herederos (2,17-21). Sin embargo la misma vida nos enseña que todo ello es vanidad, vacío, nada. La vida da poco de sí y se acaba pronto

         Sin embargo no es bueno que, con el pesimismo que nos confiere la edad, caigamos en el cinismo.

Pero, a pesar de que todo es en vano, ‘mejor es escuchar al sabio que escuchar la copla del necio’ (Ecl 7,6). Mejor es leer y atender la sabiduría del Qohelet, que perderse en la necedad de parlamentarios, políticos, eclesiásticos y las modas de la modernidad.

         En determinadas ocasiones la vida misma nos hace preguntarnos: ¿qué es lo que realmente vale la pena?

Hemos ansiado dinero, hemos visto -si no vivido- conflictos por una herencia, por un cargo político o eclesiástico, hemos podido asomarnos al vértigo del placer. Todo es puro cuento: vanidad de vanidades…

         Una existencia humana sin sentido, sin sensatez y sin esperanza, no vale la pena.

02.- Buscad lo que vale la pena en la vida. (San Pablo)

Hay muchas cosas en esta vida que merecen la pena y no defraudan: “Las de allá arriba”, como nos dice la Carta de tradición paulina de hoy. Y es nuestra tarea: ‘buscar los bienes de allá arriba’.

Nuestro anciano amigo, Qohelet, no conoció esta esperanza. [1] En aquel momento bíblico (revelativo) no creían en un “más allá” celeste. Sin embargo su noble y austero epicureismo le lleva al disfrute de las cosas y placeres que la vida nos va ofreciendo: ‘ya que es don de Dios’(5,18-19; 7,15; 8,15). Disfrutar de la vida y de la creación no significa una visión “sanferminera” de la existencia, sino algo más hermoso y menos “low cost”.

La vanidad y estupidez total no radica en trabajar, vivir y gozar de las cosas de este mundo, muchas de las cuales son excelentes, sino poner en ellas nuestra plena esperanza y pensar que ellas pueden salvarnos… No conviene poner toda la ilusión en “cosas que no salvan”.

         A ciertas alturas de la vida uno ya no puede creer y esperar que la salida (salvación) está en la ciencia, en el dinero, en lo eclesiástico, en el poder, etc. sino en los valores “de allá arriba”.

03.- La codicia.

         Codicia significa en castellano el afán excesivo de riquezas.

La codicia no se da en estado puro. Lo solemos decir de modo más refinado: hay que “tener ambiciones en la vida”, tienes que “llegar a ser alguien” (se sobreentiende que alguien rico o con puestos relevantes en la sociedad, en la cultura o en la Iglesia, porque si ni eres rico ni “importante”, eres un “don nadie”).

A este respecto estoy firmemente convencido de tres variantes:

Primera: que el dinero no resuelve al ser humano en sus cuestiones fundamentales. Ni el dinero (ni el poder) aportan un milímetro de sentido de la vida, no ofrecen un palmo de esperanza absoluta, ni crea convivencia fraterna, igualitaria, solidaria. Todos esos valores van por otros caminos.

Segunda: que el dinero causa más problemas y desgracias que las que resuelve. Todos conocemos peleas por la herencia, lucha a muerte social por conseguir el ascenso eliminando a los demás aspirantes (¡que menuda paga tiene ese cargo!, ¡a ganar una pasta gansa!), desigualdades que llevan a los países del Tercer Mundo a verse embargados por la deuda externa, que hipoteca sus recursos y mata de hambre a sus ciudadanos… ¿Tan envidiable y deseable es todo esto?

Tercera: se puede ser feliz y libre siendo pobre. El dinero nos nubla demasiado la vista. Tenemos la psicología del alcohólico, del drogadicto, pensamos calmar nuestra sed con un poco de alcohol, una dosis de heroína… Porque el dinero es una auténtica droga, como la pornografía, como el alcohol o la cocaína: prometen paraísos eternos que nunca llegan.

04.- Conclusión.

Jesús ni habló mucho ni se preocupó especialmente del dinero; “pasó” de él. Pero sí que habló mucho (bastante más de lo que solemos hacerlo nosotros; y bastante más que de otros temas, que tanto nos obsesionan, como el de la sexualidad), y lo hizo, con radicalidad y dureza, de los ricos, que son los que practican la codicia.

¡Ay de vosotros los ricos! La primera desgracia de los codiciosos es que nos volvemos unos imbéciles que perdemos el sentido de la vida.

Decimos preocuparnos del futuro, pero probablemente no nos fiamos del Futuro de Dios.

Jesús ayuda a sus oyentes a constatar lo inútil de lo material. Lo material no da más de sí ‘no podemos alargar un palmo a nuestra estatura, ni un minuto a nuestra vida’ (Lc 12,25).

Guardaos, pues, de toda clase de codicia

[1] Es muy difícil datar cuándo se escribió el libro del Qohelet-Eclesiástés. Además, probablemente no se escribió de una vez, sino que es una recopilación de otros muchos textos. ¿Quizás hacia el año 180 a.C.?

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Tomad, Señor, y recibid…

Domingo, 31 de julio de 2022
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En la Fiesta de San Ignacio de Loyola, la pregunta es acuciante: “¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?”

 

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Tomad, Señor, y recibid

toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad,
todo mi haber
y mi poseer;
Vos me lo diste;
a Vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro,
disponed todo a vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia,
que esto me basta.

*

San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales,
Cuarta Semana, Contemplación para alcanzar amor, Primer punto.

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Bibliografía
. Hay infinidad de biografías y estudios sobre San Ignacio. Libros de interés

Iñigo López de Loyola nació en Loyola (Azpeitia, Guipúzcoa, España), en el año 1491, en el seno de una familia noble en decadencia. Su deseo de alcanzar gloria le llevó a dedicarse a la carrera militar. Fue herido gravemente en una pierna durante la defensa del castillo de Pamplona, atacado por los franceses.

Durante su convalecencia, la simple lectura de algunos libros sobre la vida de los santos y de Jesús le impulsó a la práctica de una dura ascesis, durante la cual escribió la mayor parte de sus famosos Ejercicios espirituales.

Tras abandonar la vida de mendicante solitario, estudió primero en España y después en París; en esta última ciudad conoció a Francisco Javier y a algunos otros, con los cuales reunió el primer núcleo de la Compañía de Jesús, grupo que dará vida a un nuevo tipo de vida religiosa, basada en la práctica de la caridad y centrada en la misión, un nuevo tipo de vida que servirá de ejemplo a innumerables congregaciones modernas. Ignacio murió en Roma, el 31 de julio de 1556. Fue canonizado en el año 1622 junto con san Francisco Javier, su compañero de la primera hora.

*

***

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Yo, Ignacio de Loyola…

Domingo, 31 de julio de 2022
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Ignacio-Loyola-61“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.

Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.

Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.

Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.

Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.

Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.

¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?

Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.

El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo

*

Karl. Rahner,
Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.

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“¿Nacemos por casualidad, vivimos por inercia y morimos por accidente” (Sartre). O ponemos un principio y fundamento (S Ignacio)?

Domingo, 31 de julio de 2022
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42301465-947E-4AEF-94BA-6BE54ABEC5A6Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre: 

01.- San Ignacio y su tiempo

San Ignacio vivió en el siglo XVI, siglo y tiempos recios como decía JI Tellechea en su biografía de San Ignacio. Es la época en la que comienza la modernidad (Galileo, Copérnico…) son los tiempos de Lutero, del Concilio de Trento, de San Ignacio. En la Iglesia existía una gran corrupción y se imponía una Reforma que no terminaba de llegar desde Roma.

Finalmente la Reforma se desencadena en el norte de Europa, en Alemania, promovida por Lutero, “padre” del protestantismo naciente contra el que reaccionará Roma con su Contrarreforma tridentina.

    Como fruto de la Contrarreforma (Trento) fueron surgiendo diversos movimientos e instituciones católicas con la buena finalidad de elevar un poco el nivel de una iglesia que se encontraba en una situación peor que decadente. Surgen varios movimientos sacerdotales: los jesuitas, el oratorio de sacerdotes de San Felipe de Neri (1515-1595), un poco más tarde los sacerdotes vicencianos (San Vicente de Paúl, 1576-1660), la Escuela sacerdotal francesa de San Sulpice del padre Olier ya en el siglo XVII, el movimiento sacerdotal promovido por el cardenal Bérulle (1575-1629), a su vez impulsado por San Francisco de Sales. Los jesuitas, fundados por san Ignacio (Compañía de Jesús) contribuirán también a esta reforma en la Iglesia.

02.- Principio y fundamento

    S Ignacio contribuyó a su tiempo y a la historia de la Iglesia con los “Ejercicios Espirituales”. Sobre todo la primera meditación: principio y fundamento.

Francisco Javier y toda la espiritualidad ignaciana se cimentarán en esta Roca que es Dios.

El fundamento de la existencia es Dios.

    Hoy en día vivimos en la llamada postmodernidad: después de lo moderno, después de la modernidad. Cultualmente vivimos en una gran frivolidad, superficialidad.

Han caído lo que llamábamos “grandes relatos”: el Éxodo, la libertad, incluso la justicia, la religión, etc. Y en estos tiempos que vivimos lo que nos interesa es el “relato pequeño”. A mí dame un buen sueldo a fin de mes, unas buenas vacaciones y déjame de libertad, de justicia, de idealismos, de patria, de honradez, de Dios, etc…

Podríamos aplicarnos aquello que decía JP Sartre (1905-1980) en su novela “La Náusea”: “Nacemos por casualidad, vivimos por inercia y morimos por accidente. Somos una pasión inútil“.

Nos hemos quedado sin principio ni fundamento. No tenemos cimiento, roca en la que cimentar nuestra vida. En lenguaje coloquial podríamos decir que “no tenemos fundamento” ni en la vida ni en la muerte.

    Hace unos días decía el presidente Sánchez que su pretensión (la de su gobierno) era hacer la vida más fácil. Yo creo que se trata de hacer una vida más digna, más fundamentada, mejor anclada, con criterios idealistas sanos y fuertes. Una vida blanda no vale mucho la pena.

    La vida no es un pasatiempo. Nos hará bien fundamentarla.

03.- También hoy la Iglesia necesita una gran reforma.

 El obispo de Roma: Francisco.

    Es evidente que la iglesia actual necesita una Reforma del peso y talante de la del siglo XVI.

El papa Francisco, jesuita, intenta como buenamente puede –y le dejan-  llevar adelante otra reforma con la cuestión de la sinodalidad.

Francisco podrá hacer mucho o poco. El tiempo, la historia y el bloque de cardenales, obispos, laicos y movimientos religiosos contrarios a Francisco dirán. (Es penoso el documento sobre la sinodalidad que ha sacado la Conferencia episcopal española).

Pero los gestos y símbolos de Francisco, su Magisterio  son más evangélicos: los pobres, vivir en Santa Marta y no en las estancias pontificias, la reducción de protocolos litúrgicos y políticos, “menos doctrinarismo” y mayor acercamiento a los pobres, su preocupación continua por los emigrantes, su viaje a Canadá para pedir perdón a los indios y por la pederastia, la cuestión de los homosexuales, la empatía con la laicidad del Estado, la firme voluntad de cambio, de renovación y saneamiento de la Curia, de la Iglesia. Por otra parte, no hay homilía o discurso en el que no haya una palabra del Dios de misericordia.

    Según me parece, Francisco podrá lograr poco, por lo que, quizás, habremos de quedarnos en el buen espíritu y tono vital-eclesial del papa Francisco. En mi opinión no se conseguirá mucho, pero no perdamos la memoria de que las cosas fueron y pueden ser de otro modo.

    Hoy en día, como en tiempos de San Ignacio es necesaria una Reforma en la contrarreforma que surgió después del Concilio Vaticano II, un saneamiento a fondo de tantas cuestiones eclesiásticas que no tiene nada que ver con el Evangelio de Jesús.

Como san Ignacio habremos de volver al principio y fundamento que no es el mundo eclesiástico, sino Dios.

¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios? (Romanos 8)

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