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Dom 31.7.22. Repartidor de herencias, rico tonto (Lc 12, 13-21)

Domingo, 31 de julio de 2022

20190110-Dios-o-el-dinero-mockup-final.1jpgDel blog de Xabier Pikaza:

Al hacerse institución establecida, la Iglesia ha recreado una ley de herencias religiosas y sociales que se parece más a un mal judaísmo que al buen Jesús judío del evangelio.

Por su parte, haciéndose rica, ella ha venido a ser propietaria de herencias económicas y sociales. Es evidente muchas veces las ha empleado para bien de los pobres, pero otras veces las han puesto al servicio de sus intereses de poder. En ese contexto  se sitúa el evangelio de este domingo que consta de una relato ejemplar y de una parábola amenazadora, como pongo de relieve en Dios o el dinero

Texto. Lc 12, 13-21

(Relato ejemplar. Repartir herencias)

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

“Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.”

Él le contestó:

– “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”

Y dijo a la gente:

– “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.

(Parábola amenazadora: el rico tonto)

Y les propuso una parábola:

– “Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.”

Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida. “

Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? “

Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”

RELATO EJEMPLAR. JESÚS NO ES JUEZ DE HERENCIAS. (LC 12, 13-15). Mmm

 Este pasaje retoma un motivo de sabiduría universal, importante en la historia de Israel (al menos desde Abrahán), que Jesús había planteado en la parábola de los viñadores homicidas, que matan el hijo del dueño, para quedarse con la herencia (cf. Mc 12, 1-12):

En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de la multitud: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Él le contestó: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro sobre vosotros? Y les dijo: Mirad y guardaos de toda avaricia, pues aunque uno sea rico su vida no depende de las riquezas que él tiene (Lc 12, 13-15).

 Vivimos de herencias, esto es, de aquello que gratuitamente nos ha dado la familia, la sociedad, quizá la Iglesia: del amor que nos han ofrecido, del lenguaje que nos han enseñado para comunicarnos y hablar, de las tradiciones culturales y sociales, de la tierra que otros han cultivado previamente, de los animales que han domesticado etc. En ese sentido, la herencia (o tradición) es necesaria, de forma que sin ella no habría vida humana, pero si un tipo de herencia (sobre todo económica) define y fija el lugar de cada uno, en contra de otros tipos de familia o grupos, destruimos la verdad del evangelio, que es una buena “nueva”, una ruptura y novedad frente a herencias que dividen y fijan a los hombres en lo antiguo (lo ya sido).

 Hubo sociedades, como la judía en tiempos de Jesús, que organizaron de manera minuciosa tradiciones y riquezas de tipo familiar y social, cultural, religioso y económico, de manera que la misma religión era para ellos buena herencia, una práctica garantizada por el tiempo, hecha de leyes y buenas posesiones, de manera que la tarea más importante era regular lo transmitido, para que pasara de padres a hijos, dentro un pueblo definido ya desde el pasado, de forma que los escribas (maestros religiosos) eran, ante todo, jueces y expertos en herencias.

Pero Jesús no aceptó ese oficio, al servicio de la gente rica (dueños de fortunas, de tierras o bienes que pudieran transmitirse), porque pensó que se debía superar el etilo legal de esas herencias, al servicio de las familias importantes, que ratificaba un modelo social de posesión y transmisión de bienes, al servicio de los ricos. Él quiso abrir la herencia del reino para todos, empezando por los pobres y excluidos de las posesiones del mundo, y por eso pidió al rico que quiso seguirle que renunciara a su herencia (que los muertos entierren a sus muertos: Lc 9, 60), que no quisiera sobresalir en la línea de su padre, y que dejara sus bienes a los pobres, para así poder seguirle en libertad y comunión de vida (Lc 18, 18-23; cf. Mc 10, 17-22).

Conforme a ese modelo socio-religioso (y económico), la ley de herencias implica un tipo de discriminación social, un modo de perpetuar el orden clasista de la sociedad. Por eso, Jesús no quiso resolver por ley estas cuestiones, sino subir de plano y enseñar a compartirlo todo a todos, de manera que no se puede hablar de transmisión cerradas de herencias particulares, de unas familias a sus sucesoras, sino de apertura y comunión de bienes, de todos con todos, para enriquecerse de esa forma unos a otros, ofreciendo cada uno la riqueza de su vida a los demás, conforme al modelo del mismo Jesús que da/regala su existencia (cuerpo y sangre) a modo de comida superior, eucaristía.

En esa línea, él quiere que todos los bienes se vuelvan regalo (al menos en ámbito eclesial), añadiendo en Lc 12, 15 un último verso, de hondo sentido antropológico: La vida del hombre es más que todo lo que él tiene, de manera que no por ser muy rico uno se puede convertir en dueño de su propia vida. Lo que importa es la riqueza personal, que se comparte en gratuidad, en comunión de bienes, por encima de un tipo de posesión individual (egoísta) y de transmisión igualmente particular, dentro de un contexto familiar, donde unos pueden tener mucho y otros no tienen nada [1].

Un tipo de judíos organizaban de manera minuciosa la herencia familiar, social, cultural y religiosa, y en esa línea la religión era para ellos “tradición”: mantener el buen depósito, una herencia hecha de leyes buenas, buenos libros, normas de separación, posesiones familiares. Una tarea básica de la religión consistía en regular esas herencias, y en esa línea los escribas eran jueces y expertos (como indica la Misná, con leyes del tiempo de Jesús, aunque codificados siglo y medio más tarde).

‒ En contra de eso, en principio, Jesús no quiso regular herencias particulares, sino impulsar la vida de todos.Ciertamente, él admitió el código o signo principal de la herencia de Israel (la Escritura, la confesión de fe), pero pensó que se debía superar el “etilo legal” de herencias, al servicio de familias ricas, pues para tomar el camino del reino hay que ir más allá de un modelo social de posesión y dominio exclusivo de bienes. Por eso pidió al hombres que quiso seguirlo y que tenía muchos bienes, que los dejara todos, que se los diera a los pobres, renunciando a su herencia para así acompañarle (Lc 18, 18-23).

 Ciertamente, él apeló a las tradiciones originarias (Abrahán, Éxodo), tanto en plano familiar, como social y religioso (matrimonio, dignidad humana), poniendo la vida de los hombres a la luz de la gracia de Dios Padre, que era la riqueza más honda. Pero, desde ese fondo, superó el nivel de las “herencias especiales”, para iniciar un camino de libertad personal y de universalidad social, que se expresa en textos que venimos evocando:

‒ Dejar padre-madre y familia… Para seguir a Jesús en aquel contexto debía superarse un tipo de estructura familiar, una herencia que servía para mantener la sociedad establecida, al servicio de los privilegiados. En esa línea (precisamente para conservar y recrear el don de Dios), él debió ir más allá de unos esquemas de tradición cerrada en sí misma, de manera que sus seguidores debían “aborrecer” al padre y a la madre (cf. Lc 14, 26; cf. Mc 3, 31-35; 10, 28-31).

‒ Deja que los muertos entierren a los muertos… (Lc 9, 60; Mt 8, 22). La norma de la tradición es “cuidar” a los padres para recibir así su herencia… Pues bien, en contra de eso, Jesús pide a sus discípulos que superen ese sistema (al mismo padre como autoridad), para iniciar un camino de vida y fraternidad universal. Sólo así, superando la ley de las herencias se puede y se debe cuidar en concreto a los padres necesitados como personas (Mc 7,10-12).

‒ Vende todo y sígueme… (LC 18, 22; CF. Mc 10, 17-22). Jesús dice al rico, propietario sin duda de gran herencia, que lo venda todo y que la dé a los pobres…, compartiendo de esa forma sus bienes con los necesitados, para seguirle a él, es decir, para crear una humanidad donde los bienes son compartidos, donde la herencia es para todos, no para unas familias o grupos especiales.

 Como sabe el NT, los viñadores de Jerusalén mataron a Jesús precisamente porque vino a pedirles que repartieran la herencia (Mc 10, 1-12Lc 20, 9-19); pero ellos se negaron, y para asegurar esa herencia mataron al heredero que era el Hijo (signo de la humanidad entera). Conforme a esa parábola, Jesús ha muerto para que todos los hijos puedan compartir en paz la herencia de Dios, incluidos los “pródigos” (Lc 15, 11-32) que la malgastan. Él no está al servicio de unas herencias particulares, de familias o grupos religiosos, progenies de buen apellido, nobles que dejan millones a sus descendientes, grupos privilegiados que mantienen su tradición a expensas de los oprimidos [2].

Este sistema particular de herencias resultaba a su entender injusto, pues mantenía la superioridad de unos sobre otros, en contra de la ley de jubileo (Lev 25), que proponía en el fondo el reparto de todas las tierras entre todas las familias. Ésta es la experiencia que está al fondo de la Iglesia o comunidad de Jesús, que ha de entenderse en forma de gratuidad y comunión de bienes. No se trata, pues, de regular con un tipo de justicia legal las herencias, sino de superar ese nivel de justicia particular para crear una comunión de gratuidad, abierta a todos, empezando por los necesitados, en un mundo en el que Dios se expresa en el amor gratuito y comunión entre los hombres [3].

PARÁBOLA AMENAZADORA, EL RICO TONTO (Lc 12, 16-21).

Este nuevo pasaje, expuesto en forma de parábola, es una continuación del anterior (Lc 12, 13-15), cuya enseñanza retoma, pero de un modo más concreto por la conclusión, donde se habla de la locura del hombre que atesora para sí (con el riesgo inmediato de perderlo todo), y no para Dios, en quien los bienes se conservan y mantienen para siempre (Lc 12, 21):

Y les dijo una parábola: El campo de un hombre rico dio mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha? Y dijo: Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, sé feliz. Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste ¿para quién serán? Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios (Lc 12, 16-21)

Esta parábola no trata ya del reparto de una herencia entre hermanos, sino de un hombre que ha “heredado” y se ha hecho rico (plousios), tras haber recogido en su campo una cosecha inmensa. Éste nuevo rico no es un heredero sin más, ni comerciante, ni un especulador, sino un propietario agrícola, dueño de un gran campo, que le ha dado lo suficiente para vivir sin preocuparse. Es un hombre que se siente afortunado y no plantea preguntas éticas sobre la justicia de la adquisición y disfrute de sus propiedades. Más aun, este hombre no viene a la puerta de su casa un pobre Lázaro, como en Lc 16, 19-31. Es como si no hubiera para él problemas sociales, ni otra ocupación que ocuparse de sí mismo y de sus bienes, sin enfrentarse con otros, sin tener que luchar por hacerse más rico.

La lucha de la vida ha terminado para él, de manera que puede almacenar su cosecha en graneros, y vivir de rentas para siempre, sin más tiempo de lucha y esfuerzo. Ha conseguido abundancia suficiente, nunca más tendrá que preocuparse. Por eso dice a su alma: “Tienes bienes para mucho tiempo, descansa, come…”. Este es el ideal de un hombre que espera vivir satisfecho, sin miedo de ladrones ni enemigos, sin necesidad de ver a su puerta a mendigos, con medios abundante para comer-gastar-disfrutar a lo largo de un futuro que se le presenta por delante abierto al infinito sin más preocupaciones, a pesar de que en otros lugares se diga que nada puede saciar el deseo del alma[4].

Pues bien, de pronto, esa parábola nos muestra el fallo de ese argumento del rico. Ciertamente, el texto podría aducir otras razones, partiendo de la fragilidad y riesgo de las riquezas (como indicará el texto siguiente), pero se limita a mostrar sobriamente que ellas terminan con la muerte, de manera que el hombre que confía en ellas es un necio, como muestra el juego de palabras del texto. (a) El hombre rico dice a su alma euphrainou (sé feliz). (b) Pero Dios, en quien no ha pensado, le dice aphrôn, necio, sin entendimiento (phrên). Etimológicamente, las palabras son distintas, pero suenan de modo parecido, de manera que el euphrainou del rico le muestra como un aphron,incapaz de pensar.

Este pasaje no evoca ninguna alta razón evangélica, sino una simple sabiduría moral, que puede encontrarse en otros textos de aquel tiempo, por todo el oriente, pero es importante que Lucas lo recuerde. Todas las riquezas del mundo no pueden liberar al hombre rico de la muerte, es decir, de su fragilidad vital, de manera que su llamada al gozo, sin más responsabilidad o cuidado (come, bebe, sé feliz), acaba siendo una locura, no sólo en sentido personal (¡cómo puedes disfrutar si vas a morir!), sino también social: ¿De quién serán las riquezas que has logrado amasar locamente? Por más rico que sea, un hombre no puede conservar por siempre sus bienes, ni “salvar” su vida por ellos, haciéndose inmortal, de forma que ellos pasarán a manos de otros.

(el texto anterior forma parte de un comentario no publicado de Lucas. Cf. también Dios y mamón).

Notas

[1] De manera muy significativa, la Iglesia católica, al hacerse rica, ha recreado una ley de herencias que Jesús había superado (o rechazado). En línea general, las grandes iglesias han venido a ser en las Grandes Propietarias (con el estamento de reyes y nobles). Es evidente que muchas han puesto su dinero al servicio de los pobres, pero el tema (desde el fondo del mensaje de Jesús) sigue abierto.

[2] Éste es un tema clave, que quiero evocar de nuevo al hablar de la “parábola saducea” de la mujer que tiene que casarse sucesivamente con siete hermanos varones, para engendrar a un heredero (Lc 20, 27-38 par).

[3] Desde ese fondo se pueden evocar los tres niveles de la religión. (a) En un sentido, ella tiende a ser tradición, por eso es conservadora y transmite a las nuevas generaciones una herencia de humanidad que ella ha cultivado. (b) Pero, al mismo tiempo, la religión sólo es verdadera en la medida en que permite que cada hombre o mujer puede acceder al misterio, para vincularse de esa forma a lo divino. Por eso, la religión nos lleva más allá de toda herencia y tradición, al lugar donde cada uno es quien es, lo que es (un absoluto) en manos (como experiencia) de Dios. (c) En esa línea, la religión ha de ser una experiencia revolucionaria de cambio social y vinculación entre los hombres, en plano de regalo, no de herencia (Mc 12, 1-10).

La Iglesia católica, al hacerse institución establecida, ha recreado una ley de herencias religiosas y sociales que se parece más al judaísmo del tiempo de Jesús que al mismo Jesús. Por otra parte, las Grandes Iglesias, haciéndose ricas, han venido a ser propietarias de herencias, con reyes y nobles; es evidente que muchas han puesto sus bienes al servicio de los pobres, pero, en conjunto, ellas parece que han estado más bien al servicio de la herencia de los poderes establecidos.

 (Texto tomado de un comentario no publicado de Lucas. Desarrollo extenso en Dios o el dinero.)

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