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Archivo para Domingo, 24 de julio de 2022

Padre nuestro…

Domingo, 24 de julio de 2022
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padre-e-hijo-hablan

 

Padre nuestro tu que estás
en los que aman la verdad,
haz que el reino que por Ti se dio
llegue pronto a nuestro corazón,
que el amor, que tu hijo,
nos dejó, ese amor…
habite en nosotros.

*

Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.

*

Y en el pan de la unidad,
Cristo danos Tú la paz
y olvidate de nuestro mal,
si olvidamos el de los demás,
no permitas, que caigamos
en tentación…
oh señor…
y ten piedad…
del mundo.

*

***

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:

– “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.”

Él les dijo:

– “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.”

Y les dijo:

“Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.”

Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.”

Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues así os digo a vosotros:

Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.

¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?

¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

*

Lucas 11, 1-13

***

Tú has venido, oh Señor, a revelar a tu Padre como Padre de todos, un Padre que no alberga resentimientos o deseos de venganza, un Padre que se preocupa por cada uno de sus hijos con un amor infinito y que no vacila en invitarlos a su casa. Sin embargo, hoy no da la impresión de que nuestro mundo conozca a tu Padre. Nuestras naciones están laceradas por el caos, por el odio, por la violencia, por la guerra. La muerte domina en muchos lugares.

Oh Señor, no olvides el mundo al que viniste a salvar a tu pueblo; no vuelvas la espalda a tus hijos, que desean vivir en armonía pero se sienten asaltados de continuo por el miedo, la rabia, la codicia, la violencia, la avidez; por la sospecha, por los celos y por la sed de poder. Trae tu paz a este mundo, una paz que no podemos conseguir nosotros solos. Despierta la conciencia de todos los pueblos y de sus jefes; haz surgir hombres y mujeres llenos de amor y generosidad, que puedan hablar y actuar en favor de la paz, y muéstranos nuevos modos para que el odio sea olvidado, para que puedan a volver a sanar las heridas y pueda ser restablecida la humanidad. Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme. Amén

*

H. J. Nouwen,
Preghiere dal silenzio, Brescia 2000, pp. 54ss

***

***

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“Necesitamos orar”. 17 Tiempo ordinario – C (Lucas 11,1-13)

Domingo, 24 de julio de 2022
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38_17-TO-C_1588148Quizá la tragedia más grave del hombre de hoy sea su incapacidad creciente para la oración. Se nos está olvidando lo que es orar. Las nuevas generaciones abandonan las prácticas de piedad y las fórmulas de oración que han alimentado la fe de sus padres. Hemos reducido el tiempo dedicado a la oración y a la reflexión interior. A veces la excluimos prácticamente de nuestra vida.

Pero no es esto lo más grave. Parece que las personas están perdiendo capacidad de silencio interior. Ya no son capaces de encontrarse con el fondo de su ser. Distraídas por mil sensaciones, embotadas interiormente, encadenadas a un ritmo de vida agobiante, están abandonando la actitud orante ante Dios.

Por otra parte, en una sociedad en la que se acepta como criterio primero y casi único la eficacia, el rendimiento o la utilidad inmediata, la oración queda devaluada como algo inútil. Fácilmente se afirma que lo importante es «la vida», como si la oración perteneciera al mundo de «la muerte».

Sin embargo necesitamos orar. No es posible vivir con vigor la fe cristiana ni la vocación humana infra alimentados interiormente. Tarde o temprano la persona experimenta la insatisfacción que produce en el corazón humano el vacío interior, la trivialidad de lo cotidiano, el aburrimiento de la vida o la incomunicación con el Misterio.

Necesitamos orar para encontrar silencio, serenidad y descanso que nos permitan sostener el ritmo de nuestro quehacer diario. Necesitamos orar para vivir en actitud lúcida y vigilante en medio de una sociedad superficial y deshumanizadora.

Necesitamos orar para enfrentarnos a nuestra propia verdad y ser capaces de una autocrítica personal sincera. Necesitamos orar para irnos liberando de lo que nos impide ser más humanos. Necesitamos orar para vivir ante Dios en actitud más festiva, agradecida y creadora.

Felices los que también en nuestros días son capaces de experimentar en lo profundo de su ser la verdad de las palabras de Jesús: «Quien pide está recibiendo, quien busca está hallando y al que llama se le está abriendo».

José Antonio Pagola

 

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“Pedid y se os dará”. Domingo 24 de julio de 2022. 17º domingo del Tiempo Ordinario

Domingo, 24 de julio de 2022
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42-ordinarioC17 cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 18, 20-32: No se enfade mi Señor, si sigo hablando. 
Salmo responsorial: 137: Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste.
Colosenses 2, 12-14 Os dio vida en Cristo, perdonándoos todos los pecados.
Lucas 11, 1-13: Pedid y se os dará.

Primera lectura

Este texto, continuación del que se leía el domingo pasado, nos muestra a Abraham, padre de la fe y antepasado de Israel, como gran intercesor antes los habitantes de estas ciudades. Muestra una actitud a imitar: apertura y ayuda a los demás. La negociación entre el intercesor y Dios, recuerda el estilo oriental (y muy latinoamericano, también) del regatear. Lo que se busca es acentuar la insistencia intercesora de Abraham y la magnitud del pecado de Sodoma y Gomorra. El texto es el mejor ejemplo de oración como diálogo audaz y comprometido con Dios, en el que vemos a Abraham hablar con el Señor y tratar de convencerlo a partir de su bondad y justicia, pero, al parecer, abusando de su confianza. El estilo y modo de proceder es, obvio, de una mentalidad semítica: poner en juego el honor de Dios, su reputación de justicia pero que muestran la confianza en Dios y la proximidad de los hombres a El. Por otra parte , este texto, puede ser modelo para el tema de la hospitalidad: Al narrar como estos “tres seres” escuchan a Abraham atentamente. Esta “atención” le permite entrar en el misterio. Uno se revela como el Señor (18,10.13.20) y los otros dos como sus ángeles (19,1). La narración, que al principio hablaba tres hombres, adquiere aquí un carácter teofánico y manifiesta el sentido profundo de la hospitalidad.

Segunda lectura

A partir de este texto los cristianos consideraban la pila bautismal como un sepulcro en el que somos sepultados con Cristo; por otra parte, es también como la madre que engendra a la vida; de ahí, el expresivo ritual de la inmersión. Pero el ritual que representa esta muerte y esta resurrección sólo tiene eficacia si corresponde a la fe en Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos. Esta expresa, pues, la vinculación entre bautismo y fe. Pecado y muerte, fe y bautismo son correlativos. La inserción al misterio de Cristo acontece en el bautismo, pero se funda en la fe. Haber resucitado significa en realidad vivir en Cristo, como consecuencia de haber obtenido el perdón de los pecados como resultado de la muerte del Señor. Siendo coherente, Pablo dice que “el perdón del pecado es liberación de la ley y de su observancia, porque existe una correspondencia entre Ley, muerte y pecado (cf. Rom 7,7-9). La mejor expresión paulina al respecto se encuentra aquí como imagen. La Ley ha sido clavada en la cruz.

Evangelio

La oración forma parte de la vida del pueblo judío. Los piadosos volvían su espíritu a Dios varias veces al día. Jesús aprende, desde el pueblo y su tradición a orar. Como buen judío, aprendió a rezar en la familia y en la sinagoga. En su ministerio, su oración toma adquiere una particularidad: su acercamiento a Dios, “su Abbá”. Lucas lo describe en oración varias ocasiones (3,21; 5,16; 6,12; 9,29). Los exegetas reconocen en Lucas la transmisión más fiel de la oración del Padrenuestro y que es la más breve. Del arameo pasó al griego y así la incluyó Lucas en su narración.

PADRE, SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: o sea que Dios sea conocido, dado a conocer, alabado, amado, bendecido, glorificado y agradecido por todas las gentes del mundo. Que el nombre del Señor, o sea el mismo Dios, reciba estimación, amor veneración, y piadosa adoración por todos y cada vez más. Hay que volver a notar el orden de la oración en el Padrenuestro. Primero que Dios sea reverenciado y amado.

VENGA TU REINO: es una oración misionera. Lo que buscan los misioneros es hacer que Dios reine en las gentes de las tierras que ellos están misionando desde sus culturas e idiosincrasia. Y es lo que debemos desear y pedir y buscar todos en todos los tiempos: que reine Dios. Que venga su Reino. Si primero buscamos el Reino de Dios, todo lo demás vendrá por añadidura. Es un deseo de que Dios reine en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestro hogar, en la sociedad, en la nación y en el mundo entero. Y en cuantas naciones y personas todavía no reina!

DANOS EL PAN DE CADA DÍA. Pedimos para cada día el pan, sin afanarnos por el futuro, porque Dios estará también en el futuro y El proveerá. Como el Maná del desierto, el pan de cada día es un don maravilloso de la bondad del Señor. Con esta petición del pan diario le estamos queriendo pedir que nos libre del desempleo o de la demasiada carestía, y de las inundaciones y sequías que acaban con los cultivos, y de las guerrillas que impiden a los campesinos recoger sus cosechas, empleo para el esposo que tiene que mantener una familia, ayudas económicas para esa madre abandonada; protección para el anciano echando a un lado por la sociedad. El corporal y el espiritual. Todos los días los necesitamos, por eso tenemos que pedirlo todos los días.

PERDONANOS NUESTROS PECADOS, COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN. El perdón es un arte que se consigue con infinitos ejercicios. San Agustín enseña que a algunos no les escucha Dios la oración que le hacen, porque antes no han perdonado a los que los han ofendido, o no le han pedido perdón al Señor por sus pecados. Sin pedirle excusas por los disgustos que le hemos proporcionado, ¿cómo queremos que nos conceda las gracias que le estamos suplicando?. Es un recuerdo muy oportuno para que no se nos vaya a ocurrir nunca la mentirosa idea de creernos buenos. Dios pone una condición para perdonarnos: no podemos obtener perdón del cielo, si no perdonamos en la tierra. El día del Juicio no tendrás disculpas: te juzgarán como hayas juzgado. Te condenarán si no quisiste perdonar a los demás, y te absolverán si supiste perdonar siempre (San Cripriano): El Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan.

ÉL LES DARÁ EL ESPÍRITU SANTO. El objetivo final y el contenido de la oración cristiana es llegar a recibir el Espíritu que es capaz de renovar la faz de la tierra, incluidos nosotros. El Espíritu Santo es la fuerza que viene de lo alto con poder avasallador y aleja los vicios y nos trae muchos buenos pensamientos y deseos. El Espíritu Santo quiere ser nuestro Huésped, y es enviado por el Padre Celestial si se lo pedimos con fe y perseverancia. El Espíritu Santo es el que nos hace comprender las Sagrada Escrituras. El Espíritu Santo cuando viene nos ofrece: orar mejor, arrepentirnos de nuestros pecados y tener deseo de dedicarnos a agradar a Dios. Leer más…

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Dom 24. 7. 22. Enséñanos a orar. El domingo del Padrenuestro (Lc 11, 1-13)

Domingo, 24 de julio de 2022
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123a1e1cd1f20ed130070a69cc206178Del blog de Xabier Pikaza:

El domingo  anterior (10, 38-42), María estaba a los  pies de Jesús, escuchando… Hoy, todos los discípulos e quieren aprender (¡enséñanos a orar!) y Jesús se revela ante ellos como maestro de oración y vida. Así lo muestra este texto que comentaremos en tres partes, como fundamento y sentido de la oración y de la acción cristiana.

Texto. Lucas 11, 1-13

(a)Introduccion.Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.”

(b) Padrenuestro. Él les dijo: “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.”

(c) Añadidos.Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.”Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos. “Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues así os digo a vosotros:Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

PADRENUESTRO. PRESENTACÓN BÁSICA

     Lucas presenta a Jesús como “maestro de oración” y así le muestra varias veces, orando en la montaña, de noche (Lc 6, 12; 9, 28) y diciendo a sus discípulos que oren sin cesar (18, 1). También ahora ha estado orando y sus  discípulos le ven y le piden: “enséñanos a orar….como Juan enseñó a sus discípulos”. Ese añadido (como Juan enseñó…) es muy significativo y muestra en conjunto (con lo que sigue) cuatro cosas.

(1) Los discípulos de Juan formaban una “comunidad orante”, que tenía una oración específica, distinta de las oraciones de otros grupos judíos (sacerdotes,  fariseos). Quizá lo que más distinguía a los discípulos de Juan era un tipo de oración escatológica, pidiendo la llegada del Reino de Dios, en actitud de ayuno (pues de dice que ellos ayunaban, y el ayuno y la oración solían ir unidos: cf Mc 2, 18).

(2) Es muy posible que, al principio, los discípulos de Jesús oraran lo mismo que los de Juan. Además, todo nos permite suponer que los discípulos de Juan eran más orantes que los discípulos de Jesús… Juan parecía más “piadoso”. Por el contrario, Jesús ponía más de relieve otros aspectos de la vida: el pan compartido, la acogida mutua, la solidaridad…En ese primer momento, los cristianos no tenían una oración característica, de tal manera que ni Pablo ni Marcos recogen una oración típicamente cristiana de cierta extensión. Sólo el “Abba” y el “Maranatha” parecen haber distinguido a los cristianos, que en el resto de las oraciones serían como los demás judíos… como los discípulos de Juan.

(3) De todas formas, la tradición cristiana recuerda una oración específica de Jesús,  el Padrenuestro, que aparece transmitida por la tradición del Q (Mateo y Lucas), aunque en formas distintas. Podemos suponer que Jesús enseñó de alguna forma esa oración, que está vinculada a todo su mensaje, a su visión del reino. La versión de Lucas parece más cercana a las palabras de Jesús. Los añadidos de Mateo (nuestro, que estás en los cielos; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo; más líbranos del mal…) forman parte de la liturgia de la Iglesia.

(4) Tanto en su forma reducida (Lucas) como en su su forma externa, el Padrenuestro podría ser (es) una oración judía, pues todas sus palabras tienen una resonancia israelita. No tiene nada cristiano específico: ni Trinidad, ni Jesús como Hijo de Dios, ni Iglesia, ni Espíritu Santo, ni Eucaristía, ni sacramento… Jesús oró como un “judío mesiánico” y así nos enseñó a orar. Pero, al mismo tiempo, su oración es una universal, pues pueden asumirla todos los que creen en Dios y se atreven a invocarle con el símbolo de «Padre», pidiéndole pan compartido y perdón. No contiene tampoco ninguna referencia que sea exclusivamente judía (nombre de Yahvé, patriarcas, Moisés, Ley, templo, ciudad/tierra sagrada, expiación ritual, tradiciones nacionales, alimentos puros, purificaciones, fiestas o Mesías especiales…). Todo lo que el Padrenuestro pide es universal (padre, pan, perdón), siendo, al mismo tiempo, muy judío, muy cristiano, es decir, humano.  Aquí comentamos el texto de Lucas:

Padre

El paralelo de Mateo es más  extenso: Padre nuestro que estás en los cielos (Mt 6, 9). El Lucas es más sobrio y reza simplemente «Patêr ¡Padre!». A Jesús y a sus compañeros les basta decir eso. Han dejado a un lado los restantes títulos y nombres de Dios, vinculados a la tradición de Israel (Yahvé, Dios de patriarcas o templo, de Ley o de pueblo), han superado las posibles elevaciones sacrales (o metafísicas) y sólo ponen de relieve aquello que vincula a Dios con todos los hombres, diciendo: ¡Padre!

Por situarse en un contexto más litúrgico, Mt 6, 9 ha querido ampliar la invocación: «¡Padre nuestro que estás en los cielos!». De esa forma se acerca a los modos de orar del judaísmo, pues palabras como esas aparecen en textos rabínicos que empiezan diciendo: Abinu she-ba-shamayim (¡Nuestro Padre de los cielos!) o, de un modo más usual, Abinu Malkenu (¡Padre nuestro, Rey nuestro!), como en la plegaria de las Dieciocho Bendiciones. El orante de Lucas decía simplemente «Padre», en actitud de confianza radical, en gesto de nuevo nacimiento y eso resultaba suficiente.

Poder decir Padre (Padre/Madre) eso es ser cristiano: Saber que estamos en manos del Padre, que somos presencia de Dios (que él vive y se expresa en nosotros), esa es la oración cristiana. Nada más, eso sólo: Abba, Padre/Madre, dicho y vivido…para así crecer  y ser personas desde Dios, eso es orar…

Santificado sea tu Nombre (hagiasthêtô to onoma sou).

El nombre de Dios es Padre (no es Rey, ni Ser Excelso, ni Señor Infinito…). Por eso, pedirle que su nombre sea santificado es decirle: Muéstrate como Padre; nosotros queremos mostrar que tú eres Padre.Hay que fijarse en la formulación, que está en una forma que suelen llamar “pasivo divino”: ¿Quién tiene que santificar el nombre de Dios? ¡Dios mismo! Por eso le decimos a él que santifique su nombre, que se muestre como Padre. Pero, al mismo tiempo, nosotros nos comprometemos a hacerle: queremos que, a través de nuestra vida, Dios se muestra en todo el mundo como Padre.

Pero aquí se utilizar la palabra “santificar”, es decir, mostrarse como “santo”. Éste es un tema tradicional israelita, que aparece ya en Ez 36, 23, donde el profeta pide a Dios que manifiesta su santidad… ¿Cómo debe hacerlo? liberando y salvando a los oprimidos y liberando a los presos…Eso es lo que hace aquí Jesús, es lo que hacen aquellos que le siguen: piden a Dios que manifieste su honor y su gloria de Padre, que no se expresa a través de un tipo de victoria cósmica o militar, sino con la vida y honor de sus hijos. Dios santifica su Nombre (mostrándose santo) allí donde libera en amor a sus hijos oprimidos.

La santidad de Dios no es un edificio exterior (como Santa Sofía de Bizancio o San Pedro de Roma), ni tampoco una comunidad eclesial llena de poderío. La santidad o gloria de Dios es la vida de los hombres, como decía Ireneo (Gloria Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei: Adv. Haer., IV, 20, 7) y más en concreto la vida de los pobres: que ellos puedan “ver” a Dios, descubrirle como amor liberador. Es evidente que quien ora de esta forma debe santificar a Dios ayudando a los pobres.

Venga tu Reino (elthetô hê basileia sou).

 La tradición judía conoce ya la relación entre Santidad y Reino de Dios. Pero Jesús ofrece una novedad muy significativa: el Reino que pedimos no viene de un Rey, sino de un Padre. La oración no se dirige a un monarca poderoso en línea militar, en clave de imposición o dominio, sino al Padre, que ofrece vida a todos, en amor generador, no por la fuerza.

 Quiero repetir esta idea: el que puede instaurar el Reino no es un Rey….  sino el Padre. Eso significa que el Reino de Dios no se instaura mandando y dominando, sino amando como ama el Padre, para que los hijos crezcan y vivan…Los portadores del Reino son aquellos que aman como un Padre, no los que se imponen como un Rey.

De esa forma, esta oración del Padrenuestro, que es la misma que Jesús emplea, aparece como una confesión de fe que Jesús comparte con los oprimidos de Galilea. Todos, Jesús y los pobres, pueden apoyarse en un Padre que es más poderoso que el Rey del imperio, más fuerte que el “Dios” de aquellos que se imponen a la fuerza, por encima de los pobres.

La oración de Jesús nos pone un Reino sin rey impositivo, ante un Reino de Padre. Por eso, los pobres de Jesús oran diciendo “venga (a nosotros) tu reino”, comprometiéndose a recibirlo y compartirlo con todos. Cuando decimos “venga tu Reino” estamos diciendo: y nos comprometemos a ser tu Reino, a traer tu Reino.

Danos cada día nuestro pan cotidiano (ton arton hêmon…).

 Jesús pasa del Padre y del Reino al “pan nuestro”, es decir, al alimento compartido. El primer signo del Padre Dios no es la Ley, Torah de Israel, ni la iglesia cristiana, ni algún tipo de institución social o religiosa (templo, imperio), sino el pan concreto, fraterno, es decir, la comida compartida, nuestra. El primer signo de la santidad de Dios y de su Reino no es una gloria “sagrada especial”, sino el pan: que los hombres y mujeres coman, que compartan el alimento y la vida. Eso es Reino, eso es Santidad.

 Los que piden así son aquellos que “viven al día”, los que no tienen asegurado el alimento de mañana, los campesinos sin campo, los artesanos sin trabajo rentable y, de un modo especial, los ptôjoi (prescindibles, mendigos). Desde esa situación oran a Dios, carentes de todo, pidiéndole vida (expresada por el pan) Han empezado pidiendo Reino; ahora quieren algo que parece más sencillo que, en el fondo, pero que se identifica con el mismo Reino: el pan nuestro de cada día. Sólo aquellos que necesitan pan y quieren compartirlo pan pueden decir “Padre nuestro”.

Pan (arton) es la comida elaborada, hecha de trigo que se siembra y de harina que se muele, alimento de cultivo y cultura  social, a diferencia de los saltamontes y miel silvestre del Bautista (Mc 1, 6). Por eso, al pedir el «pan nuestro», los orantes se comprometen a cultivarlo, elaborarlo y compartirlo, en un proceso de trabajo social (cultural). Los campesinos sin campo y los mendigos sin mañana asegurado (los discípulos de Jesús en Galilea) piden su “pan”, un pan de todos, no de algunos privilegiados, el pan de la gracia de Dios para los hombres.

Perdónanos nuestros pecados,porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo

Del pan pasamos al perdón, entendido como principio de comunicación: sólo si hay perdón puede hablarse de pan compartido. En la versión de Mateo, que parece más antigua,  se dice: “perdona nuestra deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. La versión de Lucas distingue los dos niveles:

Ante Dios, pecados: “perdona nuestros pecados…” (hamartia)

Ante el prójimo, deudas: como nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo (opheilonti)

Esta petición de Lucas supone que lo que llamamos  “pecados” ante Dios se puede traducir y se traduce en forma de “deudas” ante el prójimo: por eso, cuando pedimos a Dios que nos perdone los pecados (ofensas, blasfemias, orgullos…), tenemos que decirle que creemos en el perdón y que, también nosotros, queremos perdonar a los que nos deben algo. Por eso nos parece poco exacta y, en el fondo, menos evangélica, la traducción oficial del Padrenuestro en España y muchas partes de América: “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Eso está bien, pero tendríamos que seguir diciendo: “como nosotros perdonamos a todos los que os deben algo, en plano económico y social”.

. Muchos campesinos pobres de Galilea estaban llenos de “deudas” legales, que no podían pagar… Pero los verdaderos deudores eran los comerciantes y terratenientes ricos, que se habían “apoderado” de las posesiones y tierras de los pobres, de un modo quizá “legal” pero contrario al orden de Dios. Pues bien, Jesús no dice aquí a los ricos que perdonen (¡ellos no pueden perdonar, porque en el fondo  lo que tienen no es suyo;  lo que tendrían que hacer es devolver)… Por eso, los que de verdad pueden perdonar son los discípulos pobres de Jesús a quienes los ricos de entonces han robado sus tierras. Ellos a Dios que les perdone sus “pecados”  como ellos perdonan a sus deudores (a los ricos) aquello que les han “robado”.

Estamos en el centro de la paradoja del Reino. Los que de verdad pueden y deben perdonar no son los ricos (¡ellos no tienen derecho a perdonar, sólo deber de devolver lo robado!), sino los pobres, que renuncian desde Dios a exigir aquello que les han robado, para iniciar un camino más fuerte de gracia compartida. La comunidad que surge en torno a Jesús tiene como ley suprema el perdón, tanto en plano religioso como social, en plano personal como económico, pues la palabra «deudas» incluye esos aspectos. Llevado hasta el final, este principio del perdón iguala a judíos y gentiles, a creyentes y no creyentes, a religiosos y a no religiosos, pues a todos se ofrece y se pide lo mismo: ¡Que se perdonen unos a otros!

Ésta es la religión de Jesús, éste su culto. No hay otro mandamiento ni otro rito, sino el amor mutuo expresado en el pan compartido y el perdón, desde los pobres, que perdonan a quienes les han robado… y desde Dios que perdona todos los pecados de los hombres.

 Y no nos dejes caer, no nos introduzcas (eisenenkes) en tentación (peirasmon).

  El texto resulta difícil de traducir. Si el mê eisenenkês se toma en forma activa, le decimos al Padre “que no nos introduzca” en la tentación: lo normal sería que lo hiciera, como parece haberlo hecho en el principio (Gen 2-3); pues bien, nosotros, débiles humanos, le pedimos que no nos ponga a prueba, que no nos conduzca al peirasmos, que es la tribulación escatológica, en la que debió entrar Jesús en el huerto de los olivos. Pero el texto se puede interpretar en clave permisiva: no nos hagas caer (=no permitas que caigamos) en tentación. Se supone que hay tentación, hay prueba; pero el Padre puede y quiere ayudarnos; por eso le pedimos que no nos abandone ni rechace en medio de ella.

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“Aprendiendo a rezar. Domingo 17 del Tiempo Ordinario. Ciclo C”. Domingo 17 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Domingo, 24 de julio de 2022
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Jesús-y-sus-discípulos-Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El domingo pasado, el evangelio nos animaba a escuchar a Jesús, como María. Hoy nos anima a hablarle a Dios. Ante una persona importante es fácil quedarse sin palabras, no saber qué decir. Mucho más ante Dios. Quizá por eso, los discípulos no rezan. Pero les suscita curiosidad ver a Jesús rezando. ¿Qué dice? ¿Por qué no les enseña a hablarle a Dios? Este será el tema del evangelio. La primera lectura ofrece un tipo de oración muy curioso: la intercesión a través del regateo.

Primera lectura: Un regateo inútil (Génesis 18, 20-32)

            En aquellos días, el Señor dijo:

            ‒ La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.

            Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.

            Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:

            ‒ ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?

            El Señor contestó:

            ‒ Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.

            Abrahán respondió:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?

            Respondió el Señor:

            ‒ No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.

            Abrahán insistió:

            ‒ Quizá no se encuentren más que cuarenta.

            Le respondió:

            ‒ En atención a los cuarenta, no lo haré.

            Abrahán siguió:

            ‒ Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?

            Él respondió:

            ‒ No lo haré, si encuentro allí treinta.

            Insistió Abrahán:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?

            Respondió el Señor:

            ‒ En atención a los veinte, no la destruiré.

            Abrahán continuó:

            ‒ Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?

            Contestó el Señor:

            ‒ En atención a los diez, no la destruiré.

            He titulado este episodio “Un regateo inútil” porque, en definitiva, no sirve de nada. Sodoma y Gomorra desaparecen irremisiblemente porque no se encuentran en ella ni siquiera diez personas inocentes.

            En realidad, el mensaje fundamental de este episodio no es la oración de intercesión sino la dificultad de compaginar las desgracias que ocurren en la historia con la justicia y la bondad de Dios. Este tema preocupó enormemente a los teólogos de Israel, sobre todo después de la dura experiencia de la destrucción de Jerusalén y del destierro a Babilonia en el siglo VI a.C.

            En una religión monoteísta, como la de Israel, el problema del mal y de la justicia divina se vuelve especialmente agudo. No se le puede echar la culpa a ningún dios malo, o a un dios secundario. Todo, la vida y la muerte, la bendición y la maldición, dependen directamente del Señor. Cuando ocurre una desgracia tan terrible como la conquista de Jerusalén y la deportación, ¿dónde queda la justicia divina?

            El autor de este pasaje del Génesis lo tiene claro: la culpa no es de Dios, que está dispuesto a perdonar a todos si encuentra un número mínimo de inocentes. La culpa es de la ausencia total de inocentes.

            El lector moderno no está de acuerdo con esta mentalidad. Tiene otros recursos para evitar el problema. El más frecuente, no pensar en él. Si piensa, decide que Dios no es el responsable de invasiones, destrucciones y deportaciones. De eso nos encargamos los hombres, que sabemos hacerlo muy bien. Con este planteamiento salvamos la bondad y la justicia divina. Los antiguos teólogos judíos veían la acción de Dios de forma más misteriosa y profunda. No eran tan tontos como a veces pensamos.

Evangelio: la oración modelo y la importancia de insistir (Lucas 11,1-13)

            El evangelio recoge dos cuestiones muy distintas: la oración típica del cristiano, la que distingue a sus discípulos, y la importancia de ser insistentes y pesados en nuestra oración, hasta conseguir que Dios se harte y nos conceda… ¿Qué nos concederá Dios?

            Demasiada materia para un solo domingo. Comentaré los dos temas por separado.

            Aprendiendo a rezar (Lucas 11, 1-4)


            Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:

            ‒ Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. 

            Él les dijo:

            ‒ Cuando oréis decid:

            “Padre,

            santificado sea tu nombre,

            venga tu reino,

            danos cada día nuestro pan del mañana,

            perdónanos nuestros pecados,

            porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo,

            y no nos dejes caer en la tentación.”

Nota previa: En Lucas faltan dos peticiones que conocemos por Mateo: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, y “líbranos del mal”. La liturgia traduce “nuestro pan del mañana; debería traducir, como en la misa, “nuestro pan de cada día”, ya que la fórmula griega es la misma en Mateo y Lucas (to.n a;rton h`mw/n to.n evpiou,sion). Pero existe una discusión muy antigua sobre si epiousion se debe interpretar del alimento cotidiano o como referencia a la eucaristía. Parece que la liturgia se ha inclinado en este caso por la interpretación eucarística.

            El “Padre nuestro” es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las peticiones (sean siete como en Mateo o cinco como en Lucas).

            Frente a un mundo que prescinde de Dios, lo ignora o incluso lo ofende, Jesús propone como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: “santificado sea tu Nombre”; dicho con palabras más claras: “proclámese que Tú eres santo”. Es la vuelta a la experiencia originaria de Isaías en el momento de su vocación, cuando escucha a los serafines proclamar: “Santo, santo, santo, el Señor, Dios del universo” (Is 6). La primera petición se orienta en esa línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se proclame su gloria.

            Ante un mundo donde con frecuencia predominan el odio, la violencia, la crueldad, que a menudo nos desencanta con sus injusticias, Jesús pide que se instaure el Reinado de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje (“está cerca el Reinado de Dios”), en el que tantos contemporáneos concentraban la suma felicidad y todas sus esperanzas.

            Como tercer centro de interés aparece la comunidad. Ese pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita día tras día el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer con sentido individual, pero que están concebidas por Jesús de forma comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza.

            Cuando uno imagina a ese pequeño grupo en torno a Jesús recorriendo zonas poco pobladas y pobres, comprende sin dificultad esa petición al Padre de que le dé “el pan nuestro de cada día”.

            Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender a Jesús, sus envidias y recelos, adquiere todo sentido la petición: “perdona nuestras ofensas”.

            Y pensando en ese grupo que debió soportar el gran escándalo de la muerte y el rechazo del Mesías, la oposición de las autoridades religiosas, se entiende que pida “no caer en la tentación”.

            El Padre nuestro nos enseña que la oración cristiana debe ser:

            Amplia, porque no podemos limitarnos a nuestros proble­mas; el primer centro de interés debe ser el triunfo de Dios;

            Profunda, porque al presentar nuestros problemas no podemos quedarnos en lo superficial y urgente: el pan es importante, pero también el perdón, la fuerza para vivir cristianamente, el vernos libres de toda esclavitud.

            Íntima, en un ambiente confiado y filial, ya que nos dirigimos a Dios como “Padre”.

            Comunitaria. Padre nuestro”, danos, perdónanos, etc.

            En disposición de perdón.

Necesidad de ser insistentes en la oración (Lucas 11,5-13)

            Y les dijo:

            ‒ Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. 

            Pues así os digo a vosotros:

            Pedid y se os dará,

            buscad y hallaréis,

            llamad y se os abrirá;

            porque quien pide recibe,

            quien busca halla,

            y al que llama se le abre. 

            ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?

            ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente?

            ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

            Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

            El ejemplo del amigo importuno

            En las casas del tiempo de Jesús los niños no duermen en su habitación. De la entrada de la casa a la cocina no se va por un pasillo. No existe luz eléctrica ni linterna. Un solo espacio sirve de todo: cocina y comedor durante el día, dormitorio por la noche. Moverse en la oscuridad supone correr el riesgo de pisar a más de uno y tener que soportar sus quejas y maldiciones.

            El “amigo” trae a la memoria un simpático proverbio bíblico: “El que saluda al vecino a voces y de madrugada es como si lo maldijera”. Este amigo no saluda, pide. Y consigue lo que quiere.

            Este individuo merecería que le dirigiesen toda la rica gama de improperios que reserva la lengua castellana para personas como él. Sin embargo, Jesús lo pone como modelo. Igual que más tarde, también en el evangelio de Lucas, pondrá como modelo a una viuda que insiste para que un juez inicuo le haga justicia.

            La bondad paternal de Dios y un regalo inesperado

            En realidad, no haría falta ser tan insistentes, porque Dios, como padre, está siempre dispuesto a dar cosas buenas a sus hijos.

            Aquí es donde Lucas introduce un detalle esencial. Las palabras tan conocidas “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” se prestan a ser mal entendidas. Como si Dios estuviera dispuesto a dar cualquier cosa que se le pida, desde un puesto de trabajo hasta la salud, pasando por aprobar un examen. Esta interpretación ha provocada muchas crisis de fe y la conciencia diluida de que la oración no sirve para nada.

            El evangelio de Mateo, que recoge las mismas palabras, termina diciendo que Dios “dará cosas buenas a los que se las pidan”. La oración de Jesús en el huerto de los olivos demuestra que Dios tiene una idea muy distinta de nosotros, incluso de Jesús, de lo que es bueno y lo que más nos conviene.

            Pero las palabras del evangelio de Mateo a Lucas le resultan poco claras y ofrece una versión distinta: “vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a los que se lo piden”. Para Lucas, tanto en el evangelio como en el libro de los Hechos, el Espíritu Santo es el gran motor de la vida de la iglesia. En medio de las dificultades, incluso en los momentos más duros de la vida, la oración insistente conseguirá que Dios nos dé la fuerza, la luz y la alegría de su Espíritu.

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Domingo XVII del Tiempo Ordinario. 24 julio, 2022

Domingo, 24 de julio de 2022
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Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»

(Lc 11,1- 13)

Lo habitual en la vida de Jesús es orar,  los textos hacen referencia a su oración muchas veces. En esta ocasión Jesús no está solo, cerca de él están sus discípulos, que oran con él. Jesús ora con frecuencia, y se deja ver orando. No se esconde el testimonio creíble del poder de la oración. Y despierta el deseo de Dios en los corazones que lo ven: «Enséñanos a orar».

Son ellos, sus discípulos, quienes toman la iniciativa, de donde sale la propuesta… Esto no deja de ser un reto para nosotras y para todas las personas que llevan en el corazón la Buena Noticia y desean contarla a quienes están a su lado. A veces, nos perdemos en fórmulas y teorías que no despiertan ningún deseo en quienes nos miran; y eso que los textos de nuestra tradición ya nos dicen que «la letra mata y el Espíritu da vida». (2 Cor. 3,6).

Estamos viviendo tiempos convulsos, violentos, agresivos. Duele vernos tan perdidas, tan rapaces…. Indigna verse tan manipulada por las noticias, donde nos presentan buenos buenísimos y malos malísimos, como en las películas de indios y vaqueros. Como si no existieran las personas que trabajan por la paz, que oran por la paz, que encuentran en la religión la consistencia de la vida. Como si no fueran muchos más quienes mueren fieles a Dios que quienes matan por un pseudodios. Y en este tsunami la gente busca, y busca con deseo de algo más profundo, y aparecen los guías espirituales, gurús, chamanes…

¿Y en la Iglesia? ¿Dónde están los maestros de oración que tanto estamos necesitando? Esos que despiertan el deseo de Dios, como lo hace Jesús.

El Papa escribe a las monjas: «Vivid (….) contribuyendo a que Cristo nazca y crezca en el corazón de las gentes sedientas, aunque a menudo de manera inconsciente, de Aquel que es camino, verdad y vida.» (cfr. Vultum Dei nº.37). El reto está en mostrarnos, en dejarnos ver orando, con hondura, sencillamente, sin fórmulas vacías, con espontaneidad y sobre todo, sobre todo, con profunda confianza. Y Cristo nacerá en los corazones sedientos, nacerá y crecerá con raíces hondas, libres, fuertes.

¿Cómo, dónde, cuándo? No tenemos respuestas, ni teorías, solo deseo, un profundo deseo de relacionarnos con Dios, Abba, como Jesús lo hace. Deseo de sumergirnos en la relación amorosa de la Trinidad. Para ello ya nos lo dice Jesús, ¡pidamos el Espíritu a nuestro Padre!

Oración

Enséñanos a orar, también a nosotras, como hiciste aquellos primeros discípulos.

 

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios es infinitamente más que padre y madre.

Domingo, 24 de julio de 2022
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DOMINGO 17 (C)

Lc 11,1-13

El Padrenuestro es mucho más que una oración de petición. Es un resumen de las relaciones de un ser humano con el absoluto, consigo mismo y con los demás. Es muy probable que el núcleo de esta oración se remonte al mismo Jesús, lo cual nos pone en contacto directo con su manera de entender a Dios. El Padrenuestro nos trasmite, en el lenguaje religioso de la época, toda la novedad de la experiencia de Jesús. La base de ese mensaje fue una vivencia única de Dios, que no tuvo más remedio que expresar en el paradigma de su cultura.

Esto no quiere decir que Jesús se sacó el Padrenuestro de la manga. Todas y cada una de las expresiones que encontramos en él se encuentran también en el AT. No es probable que lo haya redactado Jesús tal como nos ha llegado, pero está claro que tiene una profunda inspiración judía. Tanto Jesús como los primeros cristianos eran judíos sin fisuras. No nos debe extrañar que la experiencia de Jesús se exprese o se interprete desde la milenaria religión judía. Esto no anula la originalidad de la nueva visión de Dios y de la religión.

Entendido literalmente, el Padrenuestro no tiene sentido. Ni Dios es padre en sentido literal; ni está en ningún lugar; ni podemos santificar su nombre, porque no lo tiene; ni tiene que venir su Reino de ninguna parte, porque está siempre en todos y en todo; Ni su voluntad tiene que cumplirse, porque no tiene voluntad alguna. Ni tiene nada que perdonar, mucho menos, puede tomar ejemplo de nosotros para hacerlo; ni podemos imaginar que sea Él el que nos induzca a pecar; ni puede librarnos del mal, porque eso depende solo de nosotros.

Es imposible abarcar todo el padrenuestro en una homilía. Cuentan de Sta. Teresa, que al ponerse a rezar el padrenuestro, era incapaz de pasar de la primera palabra. En cuanto decía “Padre” caía en éxtasis… ¡Qué maravilla! Efectivamente, esa palabra es la clave para adentrarnos en lo que Jesús vivió de Dios. Comentar esa sola palabra nos podía llevar varias horas de meditación. De todas formas, vamos a repasar brevemente el de Lucas.

Padre. En el AT se llama a Dios padre. Sin embargo, el “Abba” es la clave del evangelio. Se pone una sola vez en labios de Jesús, pero con tal rotundidad, que se ha convertido en señal de su mensaje. El llamar a Dios Papá supone sentirse niño pequeño, que no sabe lo que debe pedir. Esta actitud es muy distinta de la nuestra que nos comportamos como personas mayores que podemos decir a Dios lo que tiene que hacer. La petición debe convertirse en confianza absoluta en aquel que sabe mejor que yo lo que necesito y está dándomelo.

Dios es Padre en el sentido de origen y fundamento de nuestro ser, no en el sentido de dependencia biológica. Queremos decir mucho más de lo que esas palabras significan, pero no tenemos el concepto adecuado; por eso tenemos que intentar ir más allá de las palabras. Procedemos de Él sin perder nunca esa dependencia, que no limita mis posibilidades de ser, sino que las fundamenta absolutamente. El padre natural da en un momento determinado la vida biológica. Dios nos está dando constantemente todo lo que somos y tenemos.

Por aplicar a Dios solo la idea de padre, le hemos aplicado también la idea de dominador y represor. Esto nos ha llevado a proyectar sobre Él los complejos que con frecuencia sufrimos con relación al padre natural. Por eso es liberador atrevernos a llamarle Madre. No se trata de un superficial progresismo. Se trata de tomar conciencia de que Dios es más de lo que podemos decir de Él. Uniendo el concepto de padre y el de madre, superamos la trampa del paternalismo y nos obligamos a ampliar el abanico de atributos que le podemos aplicar.

No hay padre ni madre si no hay hijo; y no puede haber hijo si no hay padre y madre. Para la cultura semita, Padre era, sobre todo, el modelo a imitar por el hijo. Este es el verdadero sentido que da Jesús a su advocación de Dios como Padre. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”. Cuando Jesús dice que no llaméis a nadie padre, quiere decir que el único modelo a imitar por el seguidor de Jesús es únicamente el mismo Dios. Si todos somos hijos, todos somos hermanos y debemos comportarnos como tales. Ser hermano supone el sentimiento de pertenencia a una familia y de compartir todo lo que se tiene y lo que se es.

Santificado sea tu nombre. Aquí “nombre” significa persona, ser. En el AT se manifiesta en numerosas ocasiones que la tarea fundamental del buen judío era dar gloria a dios. Nada ni nadie puede añadir algo a Dios. Está siempre colmado su ser y no se puede añadir ni una gota más. Lo que quiere decir es que nosotros debemos descubrir esa plenitud en nosotros y en los demás. Debemos vivir esa realidad y debemos darla a conocer a los demás tal como es a través de nuestra propia existencia. Santificamos su nombre cuando somos lo que tenemos que ser, respondiendo a las exigencias más profundas de nuestra naturaleza.

Venga tu reino. El Reino es la idea central del mensaje evangélico. Pero el mismo Jesús nos dijo que no tiene que venir de ninguna parte ni está aquí ni está allí, “está dentro de vosotros”. Nuestra tarea consiste en descubrirlo y manifestarlo en la vida con nuestras obras. Debemos contribuir a que ese proyecto de Dios, que es el Reino, se lleve a cabo en nuestro mundo de hoy. Todo lo que tiene que hacer Dios para que su Reino llegue, ya está hecho. Al expresar este deseo, nos comprometemos a luchar para que se haga realidad. Se trata de un ámbito en el que todos los seres humanos puedan desplegar su humanidad.

Danos cada día nuestro pan de mañana. Encontramos aquí una clara alusión al maná, que había que recogerlo cada mañana. Dios no puede dejar de darnos todo lo que necesitamos para ser nosotros mismos. Sería ridículo un dios que se preocupara de dar solo al que le pide y se olvidara del que no le pide nada. No se trata solo del pan o del alimento en general, sino de todo lo que el ser humano necesita, tanto lo necesario material como lo espiritual. Jesús dijo: “Yo soy el pan de Vida”. Al pedir que nos dé el pan de mañana, estamos manifestando la confianza en un futuro que se puede adelantar.

Perdónanos, porque también nosotros perdonamos. En la biblia descubrimos muchas referencias a que Dios solo perdona cuando nosotros hemos perdonado. Sería ridículo que nosotros pudiéramos ser ejemplo de perdón para Dios. Más bien deberíamos aprender de Él a perdonar. Dios no perdona, en Él los verbos no se conjugan, porque no tiene tiempos ni modos. Si en Él no hay tiempo, no puede hacer o dejar de actuar.

No nos dejes ceder en tentación. Encontramos en el AT muchos pasajes en los que se pide a Dios que no tiente a los que rezan. Se creía efectivamente, que Dios podía empujar a un hombre a pecar. De ahí que tanto el griego como el latín apuntan a que “no nos induzca a pecar” el mismo Dios, lo cual no tiene para nosotros ni pies ni cabeza. Los intentos que se hacen al traducirlo no terminan de aclarar los conceptos. Pensar que Dios puede dejarnos caer o puede hacer que no caigamos es ridículo.

Meditación

Como Padre, es fundamento de todo lo que yo soy.
Mi existencia depende totalmente de Él en todo momento.
Como Padre es el único modelo al que debo imitar.
Cuando experimente que yo y el Padre somos uno,
habrá terminado mi camino de perfección.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Orar.

Domingo, 24 de julio de 2022
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«Venga a nosotros tu Reino»

Para los hombres y mujeres que vivieron con anterioridad al siglo veinte, la vida era sinónimo de dificultad, inseguridad y opresión, y en esas condiciones volvían la mirada al interior y se amparaban en él. Su mejor refugio era la oración, y a ella recurrían para dar gracias por lo recibido o buscar consuelo en momentos de desolación. Establecían así una relación cotidiana con Dios que serenaba su espíritu y les confortaba ante la adversidad.

Pero pasó el tiempo y las cosas cambiaron. La vida dejó de ser un valle de lágrimas y nosotros dejamos de sentir necesidad de Dios. Nos abrimos al mundo, clausuramos la puerta de entrada a nuestro interior y olvidamos la oración. Dios se convirtió así en un extraño con quien somos incapaces de mantener una relación personal que nos aliente; que nos libere del vacío y la angustia que —según Kierkegaard— se produce al ignorar lo eterno que hay en nosotros.

A veces tratamos de suplir esa falta de intimidad a través de una relación en clave racional, no afectiva, pero solemos caer en un intelectualismo estéril que nada nos aporta. Como decía Unamuno: «Con la razón solo llegamos a la idea de Dios, no a Dios mismo». A Dios se llega con el corazón; se llega con la oración, pero nos resulta muy difícil “elevar el corazón a Dios” sin que nuestra psique se sienta incómoda y se apresure a sofocar de raíz nuestro intento.

Afortunadamente existe otro tipo de oración que se manifiesta en la empatía con todos, en el perdón; en compartir, en consolar, en ayudar, en servir, en trabajar por la justicia…  Sabemos que Jesús pasó por la vida haciendo el bien y ayudando a los oprimidos por el mal, es decir, creando humanidad a su alrededor, y ésa debe de ser nuestra mejor guía y nuestra mejor oración.

Pero aparte de su actividad profética, sabemos también que se retiraba con frecuencia a orar, y podemos imaginar que allá en la soledad de la montaña se dirigía a Abbá para contarle sus anhelos, sus desvelos, sus fracasos y sus tentaciones; como cualquier hijo. Porque Jesús había asumido sinceramente, íntimamente la condición de hijo. Y esta faceta suya nos interpela con fuerza, porque nos hace conscientes de que, si queremos vivir la vida con toda su amplitud y todo su sentido, necesitamos mantener una relación de intimidad con Dios que no logramos.

Lucas nos cuenta que un día, a orillas del lago, se alzó una voz entre la multitud que gritó: «Enséñanos a orar», y como siempre ocurría, la respuesta de Jesús sobrepasó toda expectativa, porque en ella nos hizo entrega de su Dios, Abbá, y partícipes de su propia relación con Él. Cuando oréis, nos dijo, no debéis dirigiros al Dios todopoderoso y eterno, sino a Abbá, vuestro padre, vuestra madre. Y pedid lo importante; el Reino, el alimento, el perdón y la liberación de la esclavitud a que nos somete el mal.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Insistencias, descaros e inoportunidades.

Domingo, 24 de julio de 2022
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SER HERMANO - MEMORIA PROFETICA DE JESUS - ESP - sin cintillo_resizeLa vida está llena de esos fastidios y todos tratamos de sacudírnoslos de encima como podemos. Nadie pondrá nunca en su curriculum: “Soy inoportuno, insistente y descarado”, pero son precisamente esas cualidades las que aparecen como valiosas en el texto evangélico de este domingo. Y no solamente en esta parábola de Lucas, sino en otros personajes del Evangelio: la mujer cananea que tenía un hija con problemas, también lo era y Jesús se comporta al principio con ella exactamente igual que el amigo que se resistía a abrir en la parábola: “No me molestes, soy judío y tú pagana, así que déjame en paz” (Mc 7,24-30). Otro padre, esta vez con un hijo epiléptico, escucha como quien oye llover las evasivas quejosas de Jesús y sigue dando la brasa: “Vale, de acuerdo, tienes razón, somos una generación incrédula y perversa pero ¿qué hay de lo de mi niño?” (Mc 9, 14-29). Y los amigos del paralítico, en un alarde de obstinación, hacen un agujero en el tejado para descolgar por allí la camilla de su amigo (Mc 2,1-12) sin importarles el ruido, el polvo, los cascotes o los desperfectos.

Todos esos personajes se salen con la suya gracias a su terca tenacidad, consiguen que sus recomendados obtengan curación y su inoportunidad es alabada como ejemplar y digna de admiración.

A este reconocimiento sorprendente de la insistencia rayana en el descaro (así traduce el diccionario la anaideia del amigo demandante), no le veo más explicación que el que debe formar parte de las cualidades, rasgos y atributos del Altísimo, junto a la infinitud, la inmensidad, la omnipotencia o la inmutabilidad que describe el catecismo. Y todos sabemos con cuánta indulgencia valoramos los rasgos de nuestro propio perfil y la secreta complicidad que experimentamos cuando los vemos reflejados en otros.

El perfil con que se presenta el propio Jesús es el de un pastor que no se cansa de buscar su oveja perdida -quizá la más vieja y cojitranca- , el de un padre que sigue asomado a la ventana cada día por si vuelve el hijo tarambana, el de una mujer que pone su casa patas arriba con tal de encontrar su monedilla, el de un Maestro que ha elegido a un grupo de discípulos torpes pero que se mantiene en su terca convicción de que llegará a hacer de ellos pescadores de hombres de alta cualificación.

Cada uno de nosotros está en ese estado de “busca y captura” por parte del Insistente, del Incansable, del Persistente y del Tenaz y en el lote del discipulado que recibimos en el bautismo va incluida la llamada a permitirle “que se salga con la suya”.

Allá cada cual con su consentimiento.

Dolores Aleixandre rscj

Fuente Fe Adulta

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El yo y la oración de petición.

Domingo, 24 de julio de 2022
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9CEAEF73-C7E6-496E-9471-99C74C282968Domingo XVII del Tiempo Ordinario

24 julio 2022

Lc 11, 1-13

Una vez que nos hemos identificado con el yo, no podemos perseguir otra cosa que no sea sobrevivir y perpetuarnos: así se explica el miedo a la muerte.

Consciente de su propia vulnerabilidad, por más que se esfuerce en disfrazarla, el yo vive “atrapando” y suplicando y, cuando es religioso, hace de la oración de petición su último asidero al que amarrar su confianza, con un único objetivo: sostenerse y perpetuarse.

La trampa se halla en el mismo inicio, al no ser conscientes de que nos estamos identificando con algo que no somos y proyectando en ese yo nada menos que nuestra identidad.

Lo que llamamos “yo” es solo un objeto -nuestra “personalidad”-, pero en ningún caso lo que realmente somos. Todos tenemos una consciencia inmediata y autoevidente de ser “sujetos”. Por tanto, identificarnos con algo que es “objeto” hace que nos encerremos en un laberinto de confusión que es un callejón sin salida.

Si queremos avanzar en la indagación rigurosa, sin dar por supuesto lo que hemos aprendido desde niños y hemos asumido de una manera crédula y acrítica, hay una pregunta que puede orientar nuestra búsqueda: ¿cómo distinguir lo que es objeto de lo que es sujeto?

Objeto es todo aquello que podemos observar, delimitar, pensar y nombrar adecuadamente: puede ser material o mental, externo o interno. Por el contrario, sujeto es Eso que es consciente de los objetos, y que no puede ser observado, pensado ni nombrado con propiedad. Porque carece de límites, trasciende por completo la mente.

Como “práctica” de indagación, puedes probar lo siguiente: habitualmente vivimos depositando nuestra atención en los objetos (externos o internos). Pues bien, prueba a poner la atención, no en los objetos, sino en Eso que es consciente de ellos. ¿Qué descubres?

Al comprender, dejamos de identificarnos con el yo -que solo es un objeto observable- y nos reconocemos en Eso que es consciente. Esta comprensión nos permite percibir también nuestra paradoja: somos consciencia -identidad- que se expresa en una forma concreta -personalidad-. En cuanto yo, nos percibimos limitados, frágiles, vulnerables, impermanente: de aquí nace nuestra necesidad de ayuda. Sin embargo, en nuestra verdadera identidad, somos plenitud ilimitada.

Al comprenderlo, dejamos de ligar nuestra suerte y nuestro destino al yo. Y caemos en la cuenta de que el objetivo de la existencia no es perpetuar el yo, sino liberarnos de la identificación con él. El yo, en cuanto forma impermanente, está destinado a desaparecer; la consciencia permanece. Cae la oración de petición; vive la aceptación y alineación con la vida.

¿Hasta dónde vivo identificado con el yo?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Orar es demorarse en Dios Padre y en la vida

Domingo, 24 de julio de 2022
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2C1CFB9C-EA01-4A9E-83D9-EEC8BCC36EB7Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  • Las dos lecturas que acabamos de escuchar nos hablan de la oración. Los dos textos reflejan un modo y un contenido diverso de oración. Tanto Abraham como Jesús vivían en oración.
  • En el AT -primera lectura- Abraham dirige a Dios su petición de perdón para su pueblo. El evangelio de hoy nos presenta a un Jesús para quien la oración es la expresión de su experiencia de un Dios Padre de todos nosotros
  • Las personas necesitamos orar.

Quizás orar es abrirse a la ultimidad, a Dios. Quizás orar es “demorarse en Dios”. Orar es vivir en referencia a Dios, a la ultimidad: confrontar, contrastar, compartir  nuestras vidas con Dios…

La vida y la fe es bueno que sean oradas: nuestra fe, toda fe ha de ser orada.

La oración no es algo que tenga poca importancia o que queda para los ratos libres, como tampoco es una obligación o una ley de la iglesia: ir a misa los domingos… La oración es un clima habitual de diálogo con Dios Padre, es poner nuestros criterios, nuestros problemas y preocupaciones, nuestras tareas y esperanzas en el ámbito de Dios en ese horizonte de ultimidad y verdad hacia el que caminamos.

    En la reciente biografía que el jesuita azpeitiarra, JM Guibert [1] ha escrito sobre S Francisco Javier, dice que el santo navarro tenía en su vida cuatro grandes actitudes: La oración, la amistad (relaciones), la misión (evangelización) y  las letras (el estudio). De las cuatro la más importante es la oración. El fundamento, la roca de su vida era el encuentro con Dios. Javier, como Jesús, pasaba también largas noches en oración allá en el lejano Oriente.

El pasado domingo veíamos cómo María representaba esta actitud de quietud, de silencio y oración. Los seres humanos necesitamos, como Jesús, retirarnos al desierto, pasar ratos de silencio, de reflexión, de oración, a no ser que reduzcamos la vida a una pura evasión o a un formulismo eclesiástico.

  • Naturalmente que Jesús conocía los modos de oración del AT: como judío que era muchas veces habría cantado los salmos o el aleluya, muchas veces habría acudido al templo. Pero posiblemente, porque conocía bien ese tipo de oración, es por lo que nos dice:
  • Cuando oréis, orad en silencio, no metáis ruido como las liturgias de los fariseos y letrados, como los eclesiásticos del templo: orad en el fondo de vuestro corazón: no tanto en el templo suntuoso, porque ha llegado el día en que a Dios se le adora no el suntuoso templo de esta basílica o de aquel templo, sino que a Dios se le adora en espíritu y en verdad, en el fondo de vuestro corazón: el diálogo con Dios, con la verdad, con la justicia, con la paz acontece en el fondo de nuestro ser.

Por ello la oración más genuina y cristiana es la de contemplación y abandono en Dios Padre. La oración consiste en poner la vida, ponerse en manos de Dios Padre.

  • Y cuando oréis no digáis muchas palabras, sino basta con decir PADRE

Aquí estamos ante la experiencia más importante de Jesús: Cristo no se pierde en el maremagnum de filosofías, teologías y liturgias: Cristo tiene la experiencia y se dirige a  Dios como PADRE.

Quizás Jesús podía habernos dicho que Dios era Creador o eterno o todopoderoso; o podía habernos hecho un diseño de la Trinidad o del misterio de Dios,  etc., pero ni lo hizo ni nos lo transmitió así.

El Dios de Jesús es Padre y, por tanto bondad y salvación, ahí estamos en el núcleo, en los latidos más profundos de Jesús… Por ello cuando nos dirijamos a Dios hemos de hacerlo llamándole por su nombre: Padre…

Creer en el Dios de Jesús y orar al Dios de Jesús es creer y dirigirse a un ser que es Padre y, por tanto, alguien bueno. La oración cristiana es permanecer en la bondad de Dios.

Esto tiene una gran importancia para nuestro ser cristiano. Somos cristianos cuando creemos en la bondad y paternidad de Dios. Otro tipo de experiencias de Dios no son cristianas; no digo que sean malas, sino que no son cristianas.

La imagen de un Dios de puro moralismo, pecado y confesión  no es lo más mínimo cristiana.

Creer en el Dios de Jesús es saberse llamado, acogido, amado, perdonado y reconciliado. Nos hará bien recuperar esa experiencia de Dios Padre Quizás nuestra tradición, religiosa es una tradición muy religiosa, pero al mismo tiempo muy poco cristiana. Quizás somos muy religiosos, pero muy poco cristianos. Esa tradición nos habla de un Dios que puede ser temido, de un Dios juez, de un Dios al que hay que rendir cuentas, pero no de un Dios al que valga la pena amar: ese Dios es temible, no amable. Por ello necesitamos recuperar la fe y la oración en el Dios y Padre de NS Jesucristo que nos ha liberado.

En todo caso, levantemos nuestra mirada hacia Dios Padre y vivamos en referencia a Él y desde Él estructuremos nuestra vida. Y cuando nos dirijamos a Dios, llamémosle confiadamente: PADRE NUESTRO.

[1] JM Guibert, El viaje de Javier. Un itinerario de discernimiento, Bilbao, Ed Mensajero, 2021, pp 169ss

 

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