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Dom 24. 7. 22. Enséñanos a orar. El domingo del Padrenuestro (Lc 11, 1-13)

Domingo, 24 de julio de 2022

123a1e1cd1f20ed130070a69cc206178Del blog de Xabier Pikaza:

El domingo  anterior (10, 38-42), María estaba a los  pies de Jesús, escuchando… Hoy, todos los discípulos e quieren aprender (¡enséñanos a orar!) y Jesús se revela ante ellos como maestro de oración y vida. Así lo muestra este texto que comentaremos en tres partes, como fundamento y sentido de la oración y de la acción cristiana.

Texto. Lucas 11, 1-13

(a)Introduccion.Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.”

(b) Padrenuestro. Él les dijo: “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.”

(c) Añadidos.Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.”Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos. “Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues así os digo a vosotros:Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

PADRENUESTRO. PRESENTACÓN BÁSICA

     Lucas presenta a Jesús como “maestro de oración” y así le muestra varias veces, orando en la montaña, de noche (Lc 6, 12; 9, 28) y diciendo a sus discípulos que oren sin cesar (18, 1). También ahora ha estado orando y sus  discípulos le ven y le piden: “enséñanos a orar….como Juan enseñó a sus discípulos”. Ese añadido (como Juan enseñó…) es muy significativo y muestra en conjunto (con lo que sigue) cuatro cosas.

(1) Los discípulos de Juan formaban una “comunidad orante”, que tenía una oración específica, distinta de las oraciones de otros grupos judíos (sacerdotes,  fariseos). Quizá lo que más distinguía a los discípulos de Juan era un tipo de oración escatológica, pidiendo la llegada del Reino de Dios, en actitud de ayuno (pues de dice que ellos ayunaban, y el ayuno y la oración solían ir unidos: cf Mc 2, 18).

(2) Es muy posible que, al principio, los discípulos de Jesús oraran lo mismo que los de Juan. Además, todo nos permite suponer que los discípulos de Juan eran más orantes que los discípulos de Jesús… Juan parecía más “piadoso”. Por el contrario, Jesús ponía más de relieve otros aspectos de la vida: el pan compartido, la acogida mutua, la solidaridad…En ese primer momento, los cristianos no tenían una oración característica, de tal manera que ni Pablo ni Marcos recogen una oración típicamente cristiana de cierta extensión. Sólo el “Abba” y el “Maranatha” parecen haber distinguido a los cristianos, que en el resto de las oraciones serían como los demás judíos… como los discípulos de Juan.

(3) De todas formas, la tradición cristiana recuerda una oración específica de Jesús,  el Padrenuestro, que aparece transmitida por la tradición del Q (Mateo y Lucas), aunque en formas distintas. Podemos suponer que Jesús enseñó de alguna forma esa oración, que está vinculada a todo su mensaje, a su visión del reino. La versión de Lucas parece más cercana a las palabras de Jesús. Los añadidos de Mateo (nuestro, que estás en los cielos; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo; más líbranos del mal…) forman parte de la liturgia de la Iglesia.

(4) Tanto en su forma reducida (Lucas) como en su su forma externa, el Padrenuestro podría ser (es) una oración judía, pues todas sus palabras tienen una resonancia israelita. No tiene nada cristiano específico: ni Trinidad, ni Jesús como Hijo de Dios, ni Iglesia, ni Espíritu Santo, ni Eucaristía, ni sacramento… Jesús oró como un “judío mesiánico” y así nos enseñó a orar. Pero, al mismo tiempo, su oración es una universal, pues pueden asumirla todos los que creen en Dios y se atreven a invocarle con el símbolo de «Padre», pidiéndole pan compartido y perdón. No contiene tampoco ninguna referencia que sea exclusivamente judía (nombre de Yahvé, patriarcas, Moisés, Ley, templo, ciudad/tierra sagrada, expiación ritual, tradiciones nacionales, alimentos puros, purificaciones, fiestas o Mesías especiales…). Todo lo que el Padrenuestro pide es universal (padre, pan, perdón), siendo, al mismo tiempo, muy judío, muy cristiano, es decir, humano.  Aquí comentamos el texto de Lucas:

Padre

El paralelo de Mateo es más  extenso: Padre nuestro que estás en los cielos (Mt 6, 9). El Lucas es más sobrio y reza simplemente «Patêr ¡Padre!». A Jesús y a sus compañeros les basta decir eso. Han dejado a un lado los restantes títulos y nombres de Dios, vinculados a la tradición de Israel (Yahvé, Dios de patriarcas o templo, de Ley o de pueblo), han superado las posibles elevaciones sacrales (o metafísicas) y sólo ponen de relieve aquello que vincula a Dios con todos los hombres, diciendo: ¡Padre!

Por situarse en un contexto más litúrgico, Mt 6, 9 ha querido ampliar la invocación: «¡Padre nuestro que estás en los cielos!». De esa forma se acerca a los modos de orar del judaísmo, pues palabras como esas aparecen en textos rabínicos que empiezan diciendo: Abinu she-ba-shamayim (¡Nuestro Padre de los cielos!) o, de un modo más usual, Abinu Malkenu (¡Padre nuestro, Rey nuestro!), como en la plegaria de las Dieciocho Bendiciones. El orante de Lucas decía simplemente «Padre», en actitud de confianza radical, en gesto de nuevo nacimiento y eso resultaba suficiente.

Poder decir Padre (Padre/Madre) eso es ser cristiano: Saber que estamos en manos del Padre, que somos presencia de Dios (que él vive y se expresa en nosotros), esa es la oración cristiana. Nada más, eso sólo: Abba, Padre/Madre, dicho y vivido…para así crecer  y ser personas desde Dios, eso es orar…

Santificado sea tu Nombre (hagiasthêtô to onoma sou).

El nombre de Dios es Padre (no es Rey, ni Ser Excelso, ni Señor Infinito…). Por eso, pedirle que su nombre sea santificado es decirle: Muéstrate como Padre; nosotros queremos mostrar que tú eres Padre.Hay que fijarse en la formulación, que está en una forma que suelen llamar “pasivo divino”: ¿Quién tiene que santificar el nombre de Dios? ¡Dios mismo! Por eso le decimos a él que santifique su nombre, que se muestre como Padre. Pero, al mismo tiempo, nosotros nos comprometemos a hacerle: queremos que, a través de nuestra vida, Dios se muestra en todo el mundo como Padre.

Pero aquí se utilizar la palabra “santificar”, es decir, mostrarse como “santo”. Éste es un tema tradicional israelita, que aparece ya en Ez 36, 23, donde el profeta pide a Dios que manifiesta su santidad… ¿Cómo debe hacerlo? liberando y salvando a los oprimidos y liberando a los presos…Eso es lo que hace aquí Jesús, es lo que hacen aquellos que le siguen: piden a Dios que manifieste su honor y su gloria de Padre, que no se expresa a través de un tipo de victoria cósmica o militar, sino con la vida y honor de sus hijos. Dios santifica su Nombre (mostrándose santo) allí donde libera en amor a sus hijos oprimidos.

La santidad de Dios no es un edificio exterior (como Santa Sofía de Bizancio o San Pedro de Roma), ni tampoco una comunidad eclesial llena de poderío. La santidad o gloria de Dios es la vida de los hombres, como decía Ireneo (Gloria Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei: Adv. Haer., IV, 20, 7) y más en concreto la vida de los pobres: que ellos puedan “ver” a Dios, descubrirle como amor liberador. Es evidente que quien ora de esta forma debe santificar a Dios ayudando a los pobres.

Venga tu Reino (elthetô hê basileia sou).

 La tradición judía conoce ya la relación entre Santidad y Reino de Dios. Pero Jesús ofrece una novedad muy significativa: el Reino que pedimos no viene de un Rey, sino de un Padre. La oración no se dirige a un monarca poderoso en línea militar, en clave de imposición o dominio, sino al Padre, que ofrece vida a todos, en amor generador, no por la fuerza.

 Quiero repetir esta idea: el que puede instaurar el Reino no es un Rey….  sino el Padre. Eso significa que el Reino de Dios no se instaura mandando y dominando, sino amando como ama el Padre, para que los hijos crezcan y vivan…Los portadores del Reino son aquellos que aman como un Padre, no los que se imponen como un Rey.

De esa forma, esta oración del Padrenuestro, que es la misma que Jesús emplea, aparece como una confesión de fe que Jesús comparte con los oprimidos de Galilea. Todos, Jesús y los pobres, pueden apoyarse en un Padre que es más poderoso que el Rey del imperio, más fuerte que el “Dios” de aquellos que se imponen a la fuerza, por encima de los pobres.

La oración de Jesús nos pone un Reino sin rey impositivo, ante un Reino de Padre. Por eso, los pobres de Jesús oran diciendo “venga (a nosotros) tu reino”, comprometiéndose a recibirlo y compartirlo con todos. Cuando decimos “venga tu Reino” estamos diciendo: y nos comprometemos a ser tu Reino, a traer tu Reino.

Danos cada día nuestro pan cotidiano (ton arton hêmon…).

 Jesús pasa del Padre y del Reino al “pan nuestro”, es decir, al alimento compartido. El primer signo del Padre Dios no es la Ley, Torah de Israel, ni la iglesia cristiana, ni algún tipo de institución social o religiosa (templo, imperio), sino el pan concreto, fraterno, es decir, la comida compartida, nuestra. El primer signo de la santidad de Dios y de su Reino no es una gloria “sagrada especial”, sino el pan: que los hombres y mujeres coman, que compartan el alimento y la vida. Eso es Reino, eso es Santidad.

 Los que piden así son aquellos que “viven al día”, los que no tienen asegurado el alimento de mañana, los campesinos sin campo, los artesanos sin trabajo rentable y, de un modo especial, los ptôjoi (prescindibles, mendigos). Desde esa situación oran a Dios, carentes de todo, pidiéndole vida (expresada por el pan) Han empezado pidiendo Reino; ahora quieren algo que parece más sencillo que, en el fondo, pero que se identifica con el mismo Reino: el pan nuestro de cada día. Sólo aquellos que necesitan pan y quieren compartirlo pan pueden decir “Padre nuestro”.

Pan (arton) es la comida elaborada, hecha de trigo que se siembra y de harina que se muele, alimento de cultivo y cultura  social, a diferencia de los saltamontes y miel silvestre del Bautista (Mc 1, 6). Por eso, al pedir el «pan nuestro», los orantes se comprometen a cultivarlo, elaborarlo y compartirlo, en un proceso de trabajo social (cultural). Los campesinos sin campo y los mendigos sin mañana asegurado (los discípulos de Jesús en Galilea) piden su “pan”, un pan de todos, no de algunos privilegiados, el pan de la gracia de Dios para los hombres.

Perdónanos nuestros pecados,porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo

Del pan pasamos al perdón, entendido como principio de comunicación: sólo si hay perdón puede hablarse de pan compartido. En la versión de Mateo, que parece más antigua,  se dice: “perdona nuestra deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. La versión de Lucas distingue los dos niveles:

Ante Dios, pecados: “perdona nuestros pecados…” (hamartia)

Ante el prójimo, deudas: como nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo (opheilonti)

Esta petición de Lucas supone que lo que llamamos  “pecados” ante Dios se puede traducir y se traduce en forma de “deudas” ante el prójimo: por eso, cuando pedimos a Dios que nos perdone los pecados (ofensas, blasfemias, orgullos…), tenemos que decirle que creemos en el perdón y que, también nosotros, queremos perdonar a los que nos deben algo. Por eso nos parece poco exacta y, en el fondo, menos evangélica, la traducción oficial del Padrenuestro en España y muchas partes de América: “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Eso está bien, pero tendríamos que seguir diciendo: “como nosotros perdonamos a todos los que os deben algo, en plano económico y social”.

. Muchos campesinos pobres de Galilea estaban llenos de “deudas” legales, que no podían pagar… Pero los verdaderos deudores eran los comerciantes y terratenientes ricos, que se habían “apoderado” de las posesiones y tierras de los pobres, de un modo quizá “legal” pero contrario al orden de Dios. Pues bien, Jesús no dice aquí a los ricos que perdonen (¡ellos no pueden perdonar, porque en el fondo  lo que tienen no es suyo;  lo que tendrían que hacer es devolver)… Por eso, los que de verdad pueden perdonar son los discípulos pobres de Jesús a quienes los ricos de entonces han robado sus tierras. Ellos a Dios que les perdone sus “pecados”  como ellos perdonan a sus deudores (a los ricos) aquello que les han “robado”.

Estamos en el centro de la paradoja del Reino. Los que de verdad pueden y deben perdonar no son los ricos (¡ellos no tienen derecho a perdonar, sólo deber de devolver lo robado!), sino los pobres, que renuncian desde Dios a exigir aquello que les han robado, para iniciar un camino más fuerte de gracia compartida. La comunidad que surge en torno a Jesús tiene como ley suprema el perdón, tanto en plano religioso como social, en plano personal como económico, pues la palabra «deudas» incluye esos aspectos. Llevado hasta el final, este principio del perdón iguala a judíos y gentiles, a creyentes y no creyentes, a religiosos y a no religiosos, pues a todos se ofrece y se pide lo mismo: ¡Que se perdonen unos a otros!

Ésta es la religión de Jesús, éste su culto. No hay otro mandamiento ni otro rito, sino el amor mutuo expresado en el pan compartido y el perdón, desde los pobres, que perdonan a quienes les han robado… y desde Dios que perdona todos los pecados de los hombres.

 Y no nos dejes caer, no nos introduzcas (eisenenkes) en tentación (peirasmon).

  El texto resulta difícil de traducir. Si el mê eisenenkês se toma en forma activa, le decimos al Padre “que no nos introduzca” en la tentación: lo normal sería que lo hiciera, como parece haberlo hecho en el principio (Gen 2-3); pues bien, nosotros, débiles humanos, le pedimos que no nos ponga a prueba, que no nos conduzca al peirasmos, que es la tribulación escatológica, en la que debió entrar Jesús en el huerto de los olivos. Pero el texto se puede interpretar en clave permisiva: no nos hagas caer (=no permitas que caigamos) en tentación. Se supone que hay tentación, hay prueba; pero el Padre puede y quiere ayudarnos; por eso le pedimos que no nos abandone ni rechace en medio de ella.

Sea como fuere, las dos traducciones resultan parecidas: los orantes de Jesús se encuentran en la gran prueba final, y piden a Dios que les libre de ella o en ella.

Conclusión  

 Los orantes no piden que venga Jesús (como harán los cristianos tras la pascua), no piden ni siquiera la resurrección de los muertos, sino la llegada del Reino de Dios, entendido a la manera de Jesús, como pan para los pobres, perdón para los llenos de deudas, libertad para los excluidos. La oración más honda de Jesús no es una meditación interna (yoga) que nos aleja de la historia, sino aquella que está vinculada al don y tarea del pan y el perdón compartido, dentro de la historia. La oración de Jesús es propia de aquellos que tienen poco pan y que viven bajo la amenaza de las “deudas” injustas que les imponen los nuevos ricos, una oración de perdón creador, no de venganza.

PROFUNDIZACIÓN EN MANOS DE DIOS PADRE[1]

El Reino es la presencia de Dios (mismo Dios) en el mundo. Ciertamente, entre Dios y el hombre se extiende un “velo”, que a veces parece un muro que oculta su presencia, de forma que decimos que Dios está en un lado y nosotros en otro muy distinto. Pues bien, en contra de eso, Jesús afirma que el Reino de Dios se ha hecho presente, de forma que ya no hay dualidad en el sentido de separación, sino en el sentido más profundo de unión, implicación y presencia. No hay Dios “y” humanidad, como dos cosas, sino Dios “en” la humanidad. Eso significa que los hombres son (somos) su Reino, como lugar donde él habita (es Dios), no donde él impone su dictado.

 Como portador del ser/gracia del Padre, asumiendo la experiencia de Israel, en continuidad con los profetas, Jesús anuncia (=hace presente) el Reino de Dios, que es creación (obra divina) siendo filiación (despliegue de su amor paterno). Su experiencia escatológica (bautismo: termina el mundo viejo) le sitúa ante el despliegue de Dios que es Rey (creador) siendo Padre, en una línea que aparece en otras oraciones judías de su tiempo:

Padre nuestro, haznos retornar hacia tu Ley;Rey Nuestro, haz que volvamos a tu servicio…,

Perdónanos, Padre nuestro, porque hemos pecado;discúlpanos, Rey nuestro, porque hemos faltado…

Restaura a nuestros jueces como al principio…,y reina sobre nosotros tú sólo, Yahvé, en gracia y misericordia…

Haz que brote pronto el renuevo de David, tu siervo…Escucha nuestra voz, Yahvé, Dios nuestro; perdónanos Rey nuestro…[2].

 Este orante israelita llama a Dios Abinu (Padre nuestro) y Malkenu (Rey nuestro), diciendo así que es poderoso y cercano, misericordioso y rico en perdón, y quiere que los israelitas se conviertan, para hacerlos retornar (=hasibenu) a la Ley, que es experiencia central de piedad y religión. Éste es un Dios de misericordia, pero de misericordia que actúa según ley, ratificando el culto y las instituciones nacionales.

Sobre ese fondo se entiende la novedad cristiana, pero, según Jesús, Dios no reina en el mundo por medio del monarca nacional judío y de la ciudad sagrada, sino desde los pobres y excluidos. No es Rey y Padre de un sistema como el de Jerusalén, sino de los proscritos de la tierra, y por ellos de todos los humanos. Ciertamente, actúa en Israel, pero especialmente en aquellos que han sido rechazados por sus leyes de pureza:

 – Por eso, no es rey nacional. Ciertamente, sus Doce delegados (Saliah, Apóstoles) simbolizarán las tribus de Israel. Pero ellas no son ya una estructura cerrada, sino signo de apertura universal del reino.

 – Jesús no es rey en sentido legal. Las observancias sacrales, sociales y rituales separaban a los judíos; pero Jesús las silencia, destacando los aspectos más universales de su pueblo, partiendo de los excluidos, pobres y proscritos.

 Ese camino de Jesús lo había iniciado Juan Bautista, anunciando el fin del mundo antiguo, el juicio de Dios sobre la historia. Jesús había recibido su bautismo, poniéndose así ante el fin (=en el fin) de todas las cosas, y descubriendo allí a Dios como Padre. No es que Jesús critique y niegue los aspectos más salientes de la Ley israelita, sino que hace algo aún más grave: los silencia; es un judío radical, y sin embargo, no le importan sus aspectos nacionales, pues como dice J. Klausner:

 Jesús es el más judío de los judíos…, más judío incluso que Hillel. Pero nada hay más peligroso para el judaísmo nacional que este judaísmo exagerado, que implica la ruina de la cultura, el estado y la vida nacionales. Donde no hay apelación alguna al establecimiento de leyes, a la justicia, al arte de gobierno nacional; donde la creencia en Dios y la práctica de una ética extrema y unilateral son en sí mismas suficientes, allí tenemos la negación de la vida y el estado nacionales[3].

  Ésta es la paradoja: Jesús  ha promovido, desde los márgenes de Israel y conforme a sus promesas, un camino de universalidad que al fin prescinde de  Israel como pueblo de la ley (cerrado en su sacralidad). Todo es judío en la obra de Jesús , pero lo es de tal manera que rompe las fronteras sociales del judaísmo nacional de ley, para abrirse desde el Padre Dios hacia todos los hombres. En el fondo de su disidencia no hay un problema teórico, de experiencia interior o espiritualidad intimista, como a veces se ha creído, sino de autoridad radical de Dios, es decir, de gobierno vital, no de poder que se ejerce desde fuera, sino de vida que se despliega por dentro.

Jesús es, según eso, la autoridad creadora de Dios y hace que quiebren y renazcan en otro nivel las instituciones. Allí donde otros prometían cambio para la nación (se abrirá el Jordán y pasarán los elegidos, caerán los muros de Jerusalén y entrarán los triunfadores…), proclama Jesús una palabra de transformación universal, desde los pobres, como  muestran el Sermón de la Montaña (Lc 6, 17-49; Mt 5-7) y las parábolas[4]que nos llevan al espacio de la contemplación de Dios, que es gracia y palabra personal sobre las seguridades del sistema, según el Padrenuestro:

Invocación Padre (nuestro, que estás en los cielos):

Dios actúa. santificado sea tu Nombre, venga tu Reino,

Peticiones hágase tu voluntad,como en el cielo también en la tierraDanos hoy nuestro pan cotidiano,y perdona nuestras deudas (Lc: pecados), como también nosotros perdonamos a nuestros deudoresy no nos hagas entrar (no nos dejes caer) en tentación,mas líbranos del Malo (Lc 11, 2-4; Mt 6, 9-13)[5]

            En su forma externa el Padrenuestro es (o podría ser) una oración judía. Ciertamente, entendido en clave mesiánica, al igualar a todos los hombres, aparece como oración cristiana, tanto por lo que dice (Padre, reino, pan… en su valor universal) cuanto por lo que calla (no alude a Ley, templo o ciudad/tierra sagrada, ni a expiación ritual o tradiciones nacionales: alimentos, purificaciones, fiestas o mesías especiales…).

Todo es universal Jesús siendo, al mismo tiempo, israelita: el Dios de la santidad y el reino, el deseo de que se cumpla su voluntad salvadora, la petición del pan, perdón y libertad.  Cada una de sus peticiones se inscribe dentro de la tradición, pero el conjunto no es judío sino humano. Otras grandes bíblicas (canto de Moisés y Ana, salmos de Sión, invitaciones de la Sabiduría, plegarias de Ester y Judit, Oración de Manasés y las Dieciocho bendiciones, cf. X. Pikaza, Dios judíos, Dios cristiano) destacabn el valor de la experiencia israelita; recuerdo de los patriarcas, referencia al éxodo o la Ley, al templo o las promesas. Todo eso ha desaparecido ahora: es como si Jesús utilizará los mejores elementos del tesoro israelita para construir una plegaria que ya no es judía, porque vale de igual forma para todos los humanos.

Allí donde todo es judío (visión de Dios apertura a los valores humanos más profundos), al abrirse hacia el conjunto de la humanidad, deja de ser judío  o cristiano en el sentido particular del término. Surge así un mesianismo sin pueblo mesiánico o quizá mejor, una interpretación no judía y no cristiana del conjunto de la tradición israelita. Una misma oración puede suscitar dos interpretaciones: todo es judío si se entiende en clave nacional abierta ala humanidad; todo cristiano si se entiende desde la iglesia pero universaliza. Y con esto pasamos al texto en su forma larga (Mt, 6, 9-13), tal como ha sido interpretada por la iglesia de Mateo, como oración (es decir, como teología y experiencia fundante de la vida cristiana, del conjunto de la Iglesia

             Hay una invocación introductoria (A), a la que siguen dos grupos de peticiones (B y C), cada una con tres miembros. Las primeras (B) están formuladas en imperativo personal: el sujeto de la acción debe ser Dios, como indican los dos pasivos divinos de Ba y Bc, pero si que se cite expresamente Dios, sólo su Nombre, Reino, Voluntad, que forma parte del misterio de Dios a quien el orante pide que se exprese. Las últimas nos sitúan en el campo de las necesidades del hombre (pan, perdón, libertad); el orante emplea la segunda persona del imperativo, rogando a Dios de un modo directo (danos, perdónanos, líbranos… ).

A) Invocación: ¡Padre nuestro! (6, 9a). El paralelo de Lc 11, 2 es más sobrio y reza simplemente Patêr ¡Padre!. A Jesús le basta así. Ha dejado a un lado los restantes títulos y nombres de Dios. Es como si no le interesara la aportación específica de Israel (Dios de patriarcas o templo, de Ley o pueblo) y quisiera resaltar sólo aquello que iguala ra todos los humanos: ¡Padre! Por situarse en un contexto más litúrgico, Mt ha querido ampliar la invocación: ¡Padre nuestro que estás en los cielos! De esa forma se acerca a los modos de orar del judaísmo, pues resulta posible, aunque no frecuente, que palabras como estas aparezcan en textos rabínicos que empiezan ‘Abinu sebasamayim: ¡Padre nuestro que estás en los cielos… ! Esto lo saben los judíos, pero hay algo que resulta nuevo en nuestra invocación :

Padre. No se dice “nuestro Dios, nuestro Padre”, como en muhas oraciones rabínicas, ni tampoco “nuestro Padre, nuestro Rey”, como en las Dieciocho bendiciones,. Simplemente Padre, en actitud de confianza radical, en gesto de nuevo nacimiento. Es como si la historia anterior hubiera desaparecido o no hiciera falta: cada ser humano empieza desde Dios, está en manos de su Padre.

– Nuestro. Los judíos habrían entendido el término de un modo nacional conforme al principio del Sema’ (cf tema 18b). Aquí no se resalta ese aspectol. Es como si Israel hubiera desaparecido. Jesús va reuniendo en torno a sí un nosotros más amplio, centrado en los expulsados del sistema sacral (cojos/mancos/ciegos). En unión con ellos quiere que vivamos y oremos. Como signo de una humanidad universal, centrada en los pobres, viene a expresarse aquí el nosotros de la oración de Jesús.

Que estás en los cielos. El Dios judío de las Dieciocho Bendiciones estaba vinculado a la historia israelita: a patriarcas, pueblo, Ley, ciudad y templo. Este Dios de Jesús deja a un lado esas referencias. No es que las niegue, pero las toma como secundarias, abriendo desde el cielo un espacio nuevo de humanización universal.

             Siendo israelitas, estas palabras superan de hecho los límites judíos del judaísmo y del cristianismo confesional. El Dios al que invocan es igualmente cercano para todos; por eso puede presentarse como Padre (lo más íntimo y gozoso) no sólo para los hijos de Israel y para los cristianos sino para todos los seres humanos. Es un Dios que está en los cielos: desborda la frontera israelita y puede presentarse como igualmente cercano para el conjunto de la humanidad.

B) Peticiones indirectas. El misterio de Dios (6, 9b_10). Se formulan con un imperativo pasivo ( o activo intransitivo :Bb) en tercera persona. Es evidente que el sujeto verdadero es Dios a quien, de un modo velado y respetuoso, le pedimos que se manifieste y exprese como Santidad, Voluntad salvadora y Reino (presencia salvadora). El texto paralelo de Lc 11, 2 sólo alude a Santidad y Reino: estas dos notas condensan lo más íntimo de Dios. Nuestra versión incluye también su Voluntad y de esa forma aplica a la oración cristiana la palabra de Jesús en Getsemaní (Mt 26, 42).

Santificado sea tu Nombre (hagiasthêtô to onoma sou).  Éste es un motivo tradicional que aparecía en Ez 36, 23 y en la oración judía de las dieciocho bendiciones, en las que se pide a Dios que se, que se exprese como Santo, liberando y salvando a los judíos oprimidos bajo el orgullo e impureza de los hombres. También aquí se pide a Dios que que ofrezca pan, perdón y libertad a los humanos. De todas formas, no podemos reducir el sentido del texto a lo social. Santificar significa ofrecer reverencia, honrar, glorificar y alabar. Eso es lo que hace aquí Jesús: reconoce el misterio de su Padre Dios y le bendice de modo grandioso y muy simple, sin las fórmulas extensas de Mt 11, 25.

Nombre es la identidad personal: lo más propio de Dios, aquello que le define. Sucede a veces que, al asumir esta petición (¡Padre!… santifica tu Nombre), nos olvidamos del sujeto y tratamos a Dios como puro Rey Señor, como si el término Padre fuera cosa secundaria que no influye, ni define su esencia divina. Pues bien, es al Padre a quien pedimos que santifique su Nombre paterno (y materno). Es evidente que, pidiendo de esa forma, los orantes se comprometen a escucharle y acogerle como hijos.

Venga tu reino (elthetô hê basileia sou). La relación entre Santidad y Reino es conocida en la literatura judía. Lo que en relación con Dios se expresa como Santidad viene a desvelarse como Reino en referencia a los humanos. El Dios de Is 6 es Santo y Rey; también el nuestro, cargado de una fuerte esperanza escatológica: a la palabra fundante del mensaje de Jesús ¡llega el reino! (cf Mt 4, 17) responde la plegaria ansiosa del que clama: ¡venga tu reino!

El reino pertenece al Padre. La oración judía ( Dieciocho Bendiciones) llamaba a su Dios Padre y Rey. Aquí se dice simplemente Padre: ese es su nombre y su verdad más honda; pero a este Padre se le pide el Reino. Esta es la paradoja principal de la plegaria: el Reino es de un Padre, no de un rey que vence por las armas; no es objeto de conquista de un guerrero, sino gracia y don de un Padre.  Venga “tu” Reino. No el reino en general sino el de Dios, el don del Padre: el despliegue de su paternidad, el triunfo de su amor cercano y fuerte.

             El mismo Yahvé/Kyrios se hace Padre, en símbolo universal y poderoso, que incluye de algún modo las figuras humanas del padre y de la madre. No es un padre/rey, patriarca impositivo que triunfa con violencia; no es un padre/nacional que protege los intereses de un determinado grupo. Es Padre que da vida a todos los humanos: de su gracia nacemos; en su fuerte amor nos sustentamos. Esta petición ha de entenderse en clave de seguimiento de Jesús: es la la oración de aquellos que han oído: ¡buscad primero el reino y su justicia y todas estas cosas (comida, vestidos) se os darán por añadidura! (Mt 6, 33).

Hágase tu Voluntad, como en el cielo también en la tierra (genethêtô to thelêma sou… ). Posiblemente no era necesaria esta petición (que no aparece en Lc 11, 2), pues se encuentra incluida en las dos anteriores, pero el texto de Mateo ha querido explicitada.

-Esta petición nos enraiza en el principio de la creación. La primera palabra de Dios conforme a los LXX es genêthêto (hágase); así va afirma Yahvé y su palabra crea todo lo que existe. Ahora quien dice genêthêto es el mismo ser humano, situado por Jesús en el centro del proceso creador: eleva su palabra, se dirige a Dios con fuerza y pide ¡haz, actúa según eres!

_ Nos abre a la totalidad. Sobre el fondo ya indicado de Gen 1, 1 resulta clara la referencia a cielo y tierra (ton ouraron kai tên gen) como totalidad. En nuestro caso el cielo tiene preeminencia: allí se cumple ya la voluntad de Dios, que ha cumplirse también sobre la tierra.

– Nos conduce a la intimidad del Padre. Existen diversos tipos de thelêma o voluntad, como sabe Jn 1, 13, pero, en perspectiva de NT, la voluntad fundante es la de Dios. Por eso, la tarea principal del cristiano está en cumplirla (cf Mt 7, 21; 12, 50; 21; 31), poniendo su vida en las manos del Padre.

             Conforme a esta palabra, orar implica dejar que Dios actúe como Padre: ponerse en sus manos, como niño en el regazo de la madre, como ser maduro en brazos del amigo. Entendido de un modo pasivo el ¡hágase!, sería fatalismo: abdicar de la propia responsabilidad, derrumbarse por dentro y dejar la existencia a la deriva, para que otro marque su rumbo. Pero, en el Padre-nuestro, estas tres peticiones expresan la más honda identidad del orante con Dios en cuyas manos se pone, lo mismo que Cristo, al servicio de su obra, que es obra de pan compartido, de perdón y de libertad (liberación). Nada se pide sobre Israel como tal, ni sobre la iglesia, sino sobre vida de la humanidad, que se centra en el pan, el perdón y la libertad.

 C) Peticiones directas: Necesidades de los hombres (9, 11_11).

Dejamos el pasivo indirecto o imperativo impersonal de las peticiones anteriores y rogamos directamente a Dios: danos, perdónanos, líbranos… Del hondo misterio de Dios (centrado en Santidad, Reino y Voluntad) pasamos al campo de los valores radicalmente humanos (pan, perdón, libertad). Esta plegaria sigue siendo profundamente israelita, enraizada en los problemas concretos de la vida y no en misterios de espiritualidad intimista (oración, santidad, dones divinos… ). Pero, al mismo tiempo ella transciende el campo más normal del judaísmo: no pide por el pueblo o por su templo, no ruega por Sion y su Mesías.

Los temas particulares de Israel y de la Iglesia desaparecen y lo que el orante pide (se compromete a realizar) pertenece sin más al ser humano sin distinción de razas, iglesias, estados o naciones. También los judíos y loa cristianos  se ocupan del pan, perdón y libertad… Pero al mismo tiempo piden por el bien de Sion y/o por los valores de la Iglesia.. Jesús, en cambio evita esos problemas particulares no pide por el restablecimiento del pueblo de Israel, no por la defensa o extensión de la iglesia. En su oración sólo importan los seres humanos  en cuanto tales. Todos se encuentran ahora vinculados en una misma necesidad y   riqueza humana, centrada en el pan, el perdón y la libertad.

Nuestro pan cotidiano hoy (ton arton hêmon…) danos hoy. Del Padre nuestro pasamos al pan nuestro, es decir, al alimento compartido. El primer signo del Padre Dios no es la Ley, Torah de Israel, ni la iglesia cristiana  sino el pan de todos los hombres. universal. Esta oración nos sitúa nuevamente en el  al origen de la creación (Gen 1-3), más allá de los códigos sacrales, legales, de tito particular

Perdónanos nuestras deudas… (aphes hêmin ta opheilêmata hêmôn…). Del pan pasamos al perdón, entendido como fuente como solidaridad social. Esta oración supone que el orante tiene deudas con Dios (o unos orantes con otros). Conforme a una exigencia de justicia conmutativa, el hombre debería ser capaz de devolverle a Dios lo que le debe. Pero el Dios del Padrenuestro no es acreedor, ni tampoco juez. Es Padre y, como tal, perdona, como suponía ya la Oración de Manasés.Pero hay grandes diferencias. OrMan actúa en un plano israelita: ofrece perdón a los hijos de Abraham y como base pone la penitencia o metanoia, de tal forma que interpreta la historia en clave de legalismo penitencial. En contra de eso, el Padrenuestro expande el perdón al ancho campo de lo humano y lo vincula al amor de Dios y al mismo perdón mutuo. Frente a una sociedad de penitentes (OrMan) surge ahora la comunidad de perdonados.

 – Dios perdona por sí mismo antes de toda metanoia o conversión humana, sin necesidad de un ritual de sacrificios, ni de una conversión y bautismo como el que exigía Juan Bautista Así se se manifiesta como Padre, desvelando su gracia por encima de Ley del mundo.

_ El texto dice “perdona nuestras deudas” (opheilêmata). Esa palabra podía en principio referirse a un tipo de a pecados contra Dios (plano más sacral) o a todas las ofensas o deudas en general (plano más extenso). Por comparación con lo que sigue, debemos mantener el sentido amplio de deudas: pedimos a Dios que no imponga in tipo de ley, es decir, que no utilice con nosotros la medida del talión. Dan 7, 10 afirmaba que “se abrieron los libros” para el juicio. Pues bien, aquí pedimos a Dios que no utilice el libro: que no pida, que no nos exija nada a los humanos.

Como nosotros perdonamos… La comunidad o iglesia que surge en torno a Jesús, conforme a esta oración,  no tiene más  principio de vida que el perdón de Dios y el de los hombres, superando así todos los preceptos impositivos. Los que asumen la oración de Jesús, formando parte de su “iglesia” se comprometen a perdonarlo todo a todos. No exigen a los demás que perdonan, no les obligan ni imponen la gratuidad, pero ellos perdonan y actúan gratuitamente siempre, en la línea del Sermón de la Montaña (Mt 5-7; Lc 6). Pasan a segundo lugar o se suprimen para ellos los códigos legales de tipo personal o social, alimenticio o religioso y ya no queda más principio de vida y acción que el perdón, es decir, la gratuidad.

             Llevado hasta el fin, este principio del perdón iguala todos, hombres y mujeres, judíos y gentiles, creyentes y no creyentes, religiosos y no religiosos (en sentido externo). Ésta es la única “religión”, el único principio y camino de existencia: la gratuidad de los que ofrecen perdón activo, superando toda imposición o juicio.

Planteando así las cosas podemos preguntarnos:  Si Dios no exige nada, si todo lo perdona, y si nosotros debemos igualmente perdonar, ¿para qué han valido todos los mandamientos anteriores, todos los ritos religiosos? Si Dios perdone todo ¿para qué sirven sus posibles leyes? Es normal que los judíos, fieles a su tradición particular y a los valores distintivos de su pueblo, hayan sentido inquietud ante ese Dios del perdón (lo mismo que sucede con gran cantidad de cristianos, que oran externamente el Padre-nuestro, pero no lo entienden como principio de toda acción cristiana, ni como sentido fundante de la existencia y obra de la Iglesia).

Y no nos hagas entrar en la tentación… Es difícil traducir el texto. Si el mê eisenenkês se tomas en forma activa, pedimos a Dios que “no nos introduzca en la tentación”, pues lo normal sería que lo hiciera, como se dice al principio de la Biblia(Gen 2-3).

En ese sentido, nosotros, débiles humanos, le decimos a Dios que no ponga a prueba nuestra vida, que no nos introduzca el el gran  peirasmos, entendido como tribulacién escatológica. Fn el fondo pediríamos a Dios que nos libere del cáliz que Jesús debió beber en la hora de su prueba en Getsemaní (cf Mt 26, 39-41). Pero el texto se puede interpretar en clave permisiva. No le pedimos a Dios que : no nos introduzcas sino que “no nos deje” caer en la tentación. Se supone que existe tentación, que hay prueba; pero el Padre puede y quiere ayudarnos; por eso le pedimos que no nos abandone ni rechace en medio de ella. Posiblemente las dos traducciones resultan en el fondo semejantes.

             El hecho de que Dios sea Padre no significa que nos deje sin riesgos. El riesgo existe, es fuerte. Por eso no podemos hacernos arrogantes, confiando en vencer todas las pruebas. Al contrario, la oración de Jesús es oración de la debilidad: es súplica de hijos que se saben pobres y pequeños; plegaria de aquellos que deben pedir al Padre ayuda en medio de la prueba o peirasmos escatológico. Esto mismo es lo que pide la segunda parte de esta tercera petición: mas líbranos del mal (o del Malo, si Ponerós es masculino personal).

            Entendido así, el Padrenuestro es la oración de una iglesia “univeral”, abierta a la humanidad entero, una iglesia, que no se centra en sus problema particulares de tipo más sacral (sacramentos propios, normas de conducta intra-cristiana, sino en los valores y tareas de la vida humana). En ese sentido se puede hablar de una iglesia del Padre-nuestro, sin más “rito no mandamiento” que el descubrimiento  y despliegue de Dios en nuestra propia vida, un Dios a quien podemos llamar”, en el sentido fundante de origen y sentido de nuestra vida, un Padre que se revela y despliega en el pan compartido y el perdón.

TRES AÑADIDOS

            Lucas ha introducido después del Padrenuestro tres pequeñas unidades sobre la oración que se completan entre sí y que deben leerse unidas para entenderlas, pues van matizando el sentido de la oración de petición.

(1) La parábola del amigo importuno y los panes.

Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.”  Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

            Ésta es una parábola típicamente lucana (sin paralelo en Marcos ni en Mateo), en la que se expresa un tipo de piedad insistente, confiada… Es muy posible que Jesús no haya dicho estas palabras, pues da la impresión de que él entendía la oración como una presencia confiada en manos del Dios que todo lo sabe, que todo lo ofrece, aún antes de que se lo pidamos… (cf. Mt 6, 8). Pero Lucas quiere iniciar en la oración a los nuevos cristianos que vienen de la gentilidad, que no tienen esa experiencia… Por eso pone de relieve la insistencia en la oración, de un modo muy antropológico, muy humano… Esta oración parece destacar la insistencia (orar muchas veces seguidas…) y la concreción: pedimos unos panes, algo bien concreto… Esta oración parece que Dios podría darnos algo porque le molestamos con nuestra insistencia… Por eso, tomada al pie de la letra, esta parábola no parece muy de Jesús… Pero es bueno que la mantengamos y que sigamos leyendo. Además, para muchos, esta parábola contiene muchas enseñanazas.

Pedid y se os dará. 

Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.

             Éste es un palabra de la tradición del Q (aparece también en Mt 7, 7.11) y probablemente proviene de Jesús. La oración aparece aquí como experiencia de inmediatez ente Dios, como certeza que estamos en contacto con él… de un modo directo, codo a codo… Es como si Dios estuviera vinculado a nosotros, y lo está, de un modo total

La oración es aquí un modo de respiración. Es pedir: estamos en manos de aquel que nos ama, escucha y responde. Es buscar: estamos en camino, buscando a Dios, buscando nuestra vida (“buscando mis amores…”). Es  llamar: estamos ante la puerta de la Vida… y podemos y debemos decirle al que está dentro: “ven, te estoy llamando”…

Toda la vida es esto: pedir, buscar, llamar… Evidentemente, el que pide, busca y llama se está poniendo en movimiento, está caminando, está buscando… Todo es de Dios en nuestra vida, pero todo es nuestro. Nos vamos haciendo personas en la medida en que somos oración.

Aquí estamos ante la liturgia de la vida. Lo más importante es que aquí no tenemos liturgias oficiales, como en el templo, no tenemos sacrificios sacerdotales, ni oraciones presididas por ningún ministro del culto. Cada hombre o mujer es su propio “sacerdote”: vive en cercanía con Dios…, con un Dios que está “al alcance ce la vida”, que es la verdad de nuestra propia vida…

Dios nos da más de aquello que le pedimos…

¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?  ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

            Sigue el motivo anterior (compartido también por Mt 7, 9-11)  y se superan y completan los temas anteriores de la oración de petición, de un modo paradójico. Por un lado, Jesús supone que podemos y debemos pedir a Dios todo, como un hijo pide a su padre las cosas que necesita… Pero, al mismo tiempo,  Jesús nos hace ver que Dios no concede lo que le pedimos en su materialidad, sino algo “mejor”. Podemos pedir todo, Dos nos irá dando lo que nos conviene, en un camino de aprendizaje filial. Podemos buscar una cosa… Dios nos hará encontrar otra mejor… Podemos llamar de una manera, Dios nos responderá de otra (dándonos, de un modo mejor, aquello que le pedíamos y buscábamos).

NOTAS

 [1] He desarrollado el tema en Historia. Cf. F. Camacho, La proclama del reino. Análisis semántico y comentario exegético de las bienaventuranzas de Mt 5, 3-10, Cristiandad, Madrid 1986; W. D. Davies, The Setting of the Sermon on the Mount, Cambridge UP 1966; J. Dupont, Les Béatitudes I-III, Gabalda, Paris 1969/73; G. Lohfink, El sermón de la montaña ¿para quién?, Herder, Barcelona 1988; Meier, Marginal II, 237-251; H. Merklein, La signoria di Dios nell’annuncio di Gesù, Paideia, Brescia, 1994; F. Schnackenburg, Reino y reinado de Dios, FAX, Madrid 1967; Sanders, Jesus, 123-156, 212-245; Theissen, Jesús, 273-283; H. Weder, Metafore del Regno. Le Parabole di Gesù, Paideia, Brescia 1991.

[2] Diez y ocho Bendiciones, nums. 5-6. 11. 15-16. Texto y comentario en Dios judío, 326-331.

[3] J. Klausner, Jesús de Nazaret, Paidós, Buenos Aires 1971, 374.

[4] Cf. J. W. Sider, Interpretar las parábolas, San Pablo, Madrid 1997.

[5] He seguido la versión corta de Lucas, añadiendo entre paréntesis las glosas litúrgicas de Mateo, pero he conservado el perdona nuestras deudas, pues refleja el contexto jubilar (israelita) del evangelio. Cf. H. Schürmann, Padrenuestro, Sec. Trinitario, Salamanca 1982; C. di Sante, El Padrenuestro, Sec. Trinitario, Salamanca 1998, S. Sabugal, Abba’… La oración del Señor, BAC, Madrid 1985.

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