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Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre.

Domingo, 6 de junio de 2021
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Mi cuerpo es comida

Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.

Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida,

El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.

Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.

*

Pedro Casaldáliga

***

***

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

“¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”

Él envió a dos discípulos, diciéndoles:

“Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

– “Tomad, esto es mi cuerpo.”

Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo:

“Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.”

Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

*

Marcos 14,12-16.22-26

***

Vivir la misa. La expresión se ha vuelto ya un lugar común. Pero nunca es suficiente: especialmente en un período como el nuestro, en el que cristianismo está sometido a un trabajo de esencialización, en el que se ve disminuida toda estructura y ayuda desde el exterior, se hace más urgente que nunca la insistencia en estas ideas «esenciales». Urge enseñar de qué modo concreto puede y debe ser introducida la eucaristía en la vida de cada día, de qué manera puede y debe convertirse verdaderamente en aquella luz que explica y da su significado a los acontecimientos humanos.

Quien no tiene nada para ofrecer-sufrir no puede «participar» en la eucaristía: Cristo sufre y se inmola; también nosotros debemos sufrir-inmolarnos con él. Y estos sentimientos de víctima constituyen el alma de la misa. ¿Cómo se puede aplicar a la vida esta doctrina? Con un método muy sencillo: a menudo nuestras ¡ornadas laborales están llenas de cruces: el frío, el calor, el cansancio; contratiempos, fracasos, incomprensiones; enfermedades, fastidios, soledades; desánimos, depresiones, angustias: todo esto constituye un material preciosísimo para ofrecer durante la misa, que -para decirlo con el Concilio de Trento asume valor en virtud de los dolores de Cristo; es ofrecido por Cristo al Padre y por amor a la pasión de Cristo es aceptado por el Padre. Saber aceptar la vida con paciencia es vivir el sacrificio de la misa.

Vivir la comunión. Se trata de otro axioma clásico que implica convertir en «mística» la unión sacramental durante la jornada laboral: ésta debe llegar a ser un continuo «permanecer en Cristo». De este modo se prolonga «místicamente» la comunión: debemos adquirir la costumbre de trabajar, hablar, pensar por-con-en Cristo; se trata de adquirir la costumbre de hacerlo todo bajo el influjo, lo más actual-continuo que sea posible, de Cristo.

Es menester que nos ejercitemos en preguntarnos con frecuencia: «¿Cómo se comportaría Cristo si estuviera en mi lugar?». Es preciso que adquiramos la costumbre de «conmesurarnos» con él.

*

A. Dagnino,
La vida cristiana o el misterio pascual del Cristo místico,
Gnisello B. 19887, pp. 509-511; 534-539, passim).

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“Hacer memoria de Jesús”. Cuerpo y Sangre de Cristo – B (Marcos 14,12-16.22-26)

Domingo, 6 de junio de 2021
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corpus_bJesús crea un clima especial en la cena de despedida que comparte con los suyos la víspera de su ejecución. Sabe que es la última. Ya no volverá a sentarse a la mesa con ellos hasta la fiesta final junto al Padre. Quiere dejar bien grabado en su recuerdo lo que ha sido siempre su vida: pasión por Dios y entrega total a todos.

Esa noche lo vive todo con tal intensidad que, al repartirles el pan y distribuirles el vino, les viene a decir estas palabras memorables: «Así soy yo. Os doy mi vida entera. Mirad: este pan es mi cuerpo roto por vosotros; este vino es mi sangre derramada por todos. No me olvidéis nunca. Haced esto en memoria mía. Recordadme así: totalmente entregado a vosotros. Esto alimentará vuestras vidas».

Para Jesús es el momento de la verdad. En esa cena se reafirma en su decisión de ir hasta el final en su fidelidad al proyecto de Dios. Seguirá siempre del lado de los débiles, morirá enfrentándose a quienes desean otra religión y otro Dios olvidado del sufrimiento de la gente. Dará su vida sin pensar en sí mismo. Confía en el Padre. Lo dejará todo en sus manos.

Celebrar la eucaristía es hacer memoria de este Jesús, grabando dentro de nosotros cómo vivió él hasta el final. Reafirmarnos en nuestra opción por vivir siguiendo sus pasos. Tomar en nuestras manos nuestra vida para intentar vivirla hasta las últimas consecuencias.

Celebrar la eucaristía es, sobre todo, decir como él: «Esta vida mía no la quiero guardar exclusivamente para mí. No la quiero acaparar solo para mi propio interés. Quiero pasar por esta tierra reproduciendo en mí algo de lo que él vivió. Sin encerrarme en mi egoísmo; contribuyendo desde mi entorno y mi pequeñez a hacer un mundo más humano».

Es fácil hacer de la eucaristía otra cosa muy distinta de lo que es. Basta con ir a misa a cumplir una obligación, olvidando lo que Jesús vivió en la última cena. Basta con comulgar pensando solo en nuestro bienestar interior. Basta con salir de la iglesia sin decidirnos nunca a vivir de manera más entregada.

José Antonio Pagola

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“Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre”. Domingo 06 de junio de 2021. Cuerpo y Sangre de Cristo.

Domingo, 6 de junio de 2021
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36-corpusB cerezoLeído en Koinonia:

Éxodo 24,3-8: Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros.
Salmo responsorial: 115: Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
Hebreos 9,11-15: La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia.
Marcos 14,12-16.22-26: Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre.

Situada entre dos mares, con sus dos puertos, Corinto era el centro más importante del archipiélago griego, encrucijada de culturas y razas, a mitad de camino entre Oriente y Occidente.

Su población estaba compuesta por doscientos mil hombres libres y cuatrocientos mil esclavos. Dicen que Corinto tenía ocho kms. de recinto amurallado, veintitrés templos, cinco supermercados, una plaza central y dos teatros, uno de ellos capaz para veintidós mil espectadores. En Corinto se daban cita los vicios típicos de los grandes puertos. La ociosidad de los marineros y la afluencia de turistas, llegados de todas partes, la habían convertido en una especie de capital de «Las Vegas» del Mundo Mediterráneo. “Vivir como un corintio” era sinónimo de depravación; “corintia” era el término universalmente empleado para designar a las prostitutas, y ya puede uno imaginarse lo que significaba “corintizar”.

En Corinto, cuya población era muy heterogénea (griegos, romanos, judíos y orientales) se veneraban todos los dioses del Panteón griego. Sobre todos, Afrodita, cuyo templo estaba asistido por mil prostitutas.

Hacia el año 50 de nuestra era llegó a esta ciudad Pablo de Tarso. Tras predicar el Evangelio fundó una comunidad cristiana. Durante dieciocho meses permaneció como animador de la misma. Sus feligreses pertenecían a las clases populares (pobres y esclavos), pero también los había de entre la gente notable, por su cultura y por su dinero. Nació así una de las comunidades cristianas primitivas más conflictivas.

Cuando Pablo, por exigencias de su trabajo misionero, se marchó de Corinto, se declaró en su seno una verdadera lucha de clases que se manifestaba vergonzosamente en la celebración de la Eucaristía. Los nuevos cristianos, ricos y pobres, libres y esclavos, convivían, pero no compartían; eran insolidarios. A la hora de celebrar la Eucaristía (por aquel entonces se trataba simplemente de comer juntos recordando a Jesús) se reunían todos, pero cada uno formaba un grupo con los de su clase social, de modo que “mientras unos pasaban hambre, los otros se emborrachaban” (1 Cor 11,l7ss). (¡Qué actual es todo esto!).

Desde Éfeso, Pablo les dirigió una dura carta para recordarles qué era aquello de la Eucaristía, lo que Jesús hizo la noche antes de ser entregado a la muerte, cuando, «mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. 23Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la pasó y todos bebieron. 24Y les dijo: Esto es la sangre de la alianza mía que se derrama por todos».

Sería malentender a Jesús que lo que estaba haciendo era mandar ir a misa y comulgar, un rito que en nada complica la vida. Rito que no sirve para nada si, antes de misa, no se toma el pan -símbolo de nuestra persona, nuestros bienes, nuestra vida entera- y se parte, como Jesús, para repartirlo y compartirlo con los que son nuestros prójimos cotidianos.

[Impresiona visitar las iglesias y comprobar la diversidad de clases sociales que alojan. Todas tienen cabida en ellas, sin que se les exija nada a cambio. El rico entra rico y el pobre, pobre, y salen los dos igual que entran. En circunstancias similares a las que concurren en muchas misas dominicales, Pablo dijo a los feligreses de Corinto: “Es imposible comer así la cena del Señor”. Dicho de otro modo, “así no vale la eucaristía”, pues la cena del Señor iguala a todos los comensales en la vida, y comulgar exige, para que el rito no sea una farsa, partir, repartir y compartir.

La lucha de clases, como en Corinto, se ha instalado en nuestras eucaristías. Y donde ésta existe no puede ni debe celebrarse la cena del Señor. Los israelitas en el desierto comprendieron bien que la alianza entre Dios y el pueblo los comprometía a cumplir lo que pide el Señor, sus mandamientos. Jesús, antes de partir, celebra la nueva alianza con su pueblo y le deja un único mandamiento, el del amor sin fronteras. Éste es el requisito para celebrar la eucaristía: acabar con todo signo de división y desigualdad entre los que la celebran].

Habrá que recuperar, por tanto, el significado profundo del rito que Jesús realiza. «La sangre que se derrama por ustedes» significa la muerte violenta que Jesús habría de padecer como expresión de su amor al ser humano; «beber de la copa» lleva consigo aceptar la muerte de Jesús y comprometerse con él y como él a dar la vida, si fuese necesario, por los otros. Y esto es lo que se expresa en la eucaristía; ésta es la nueva alianza, un compromiso de amor a los demás hasta la muerte. Quien no entiende así la eucaristía, se ha quedado en un puro rito que para nada sirve.

Una mala interpretación de las palabras de Jesús ha identificado el pan con su cuerpo y el vino con su sangre, llegándose a hablar del milagro de la «transustanciación o conversión del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo». Los teólogos, por lo demás, se las ven y se las desean para explicar este misterio. Como si esto fuera lo importante de aquel rito inicial. El significado de aquellas palabras es bien diferente: «En la cena, Jesús ofrece el pan («tomad) y explica que es su cuerpo. En la cultura judía «cuerpo» (en gr. soma) significaba la persona en cuanto identidad, presencia y actividad; en consecuencia, al invitar a tomar el pan/cuerpo, invita Jesús a asimilarse a él, a aceptar su persona y actividad histórica como norma de vida; él mismo da la fuerza para ello, al hacer pan/alimento. El efecto que produce el pan en la vida humana es el que produce Jesús en sus discípulos. El evangelista no indica que los discípulos coman el pan, pues todavía no se han asimilado a Jesús, no han digerido su forma de ser y de vivir, haciéndola vida de sus vidas. Al contrario que el pan, Jesús da la copa sin decir nada y, en cambio, se afirma explícitamente que «todos bebieron de ella». Después de darla a beber, Jesús dice que «ésa es la sangre de la alianza que se derrama por todos». La sangre que se derrama significa la muerte violenta o, mejor, la persona en cuanto sufre tal género de muerte. «Beber de la copa» significa, por tanto, aceptar la muerte de Jesús y comprometerse, como él, a no desistir de la actividad salvadora (representada por el pan) por temor ni siquiera a la muerte. «Comer el pan» y «beber la copa» son actos inseparables; es decir, que no se puede aceptar la vida de Jesús sin aceptar su entrega hasta el fin, y que el compromiso de quien sigue a Jesús incluye una entrega como la suya. Éste es el verdadero significado de la eucaristía. Tal vez nosotros la hayamos reducido al misterio -por lo demás bastante difícil de entender y explicar- de la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.

«Todos los domingos, en nuestra parroquia, juntos van a misa los trabajadores y los propietarios. Si todos reciben la gracia de Dios, esto no lo entiende ni Santa Lucía ni este servidor». Leer más…

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6.56.21. Corpus Christi: Comunión de los Santos y Caridad (= Cáritas)

Domingo, 6 de junio de 2021
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2707216D-DF28-4D02-8D4C-C93BE133A35E-768x492Del blog de Xabier Pikaza:

El tema lo ha planteado A. Cañizares, Cardenal de Valencia: “El esplendor del Corpus no puede ser otro que la caridad y la solidaridad  para con los pobres” (RD 5.6.21). Él ha ha ratificado así la identidad cristiana de esta fiesta, que yo había expuesto ayer al referirme al Corpus de los cuerpos abyectos y/o inadecuados.

En esa dirección profundizo hoy (6.6.21), presentando una teología de conjunto del Corpus, fiesta que nació en la Edad Media a partir de la experiencia sacramental de la “comunión de los santos”,  que está desembocando ahora (siglo XXI) en línea de Caridad (el Corpus se está convirtiendo en día de Cáritas o Solidaridad universal)

Al ritmo y rapidez del cambio de los últimos años (tras el Vaticano II), la fiesta del Corpus, centrada en procesiones y ostensorios del Santísimo, corre el riesgo de desaparecer muy pronto. Soy testigo de ese cambio y pienso que, para no perderse entre la insignificancia y folklore, esta fiesta ha de volver a sus raíces de Comunión de los Santos,siendo lo que es, celebración del Amor Concreto, la acogida y  ayuda, la acción de gracias y la liturgia del amor integral, de mirada y manos unidas, de casa y familia, de apuesta por la vida y resurrección de todos, por encima de la muerte.

Buen día a quien siga leyendo para quiera entender y recrear esta fiesta, desde el principio de la Iglesia.     

Introducción. Fiesta del Corpus

Esta es una fiesta católica “medieval y barroca”: Empieza Comienza en el siglo XIII, se extiende en el XIV y triunfa en el XVI,  en parte como reacción contra el protestantismo, convirtiéndose en la Fiesta del Barroco Católico por excelente: Es fiesta de la Eucaristía (Cuerpo y Sangre de Cristo), signo y sacramento de la “carne de Dios”, la Comunión de los Santos, de todos los hombres y mujeres, amados de Dios, presencia de su misterio.

            En los siglos anteriores (lo mismo que en las Iglesias ortodoxas de oriente) esta fiesta no había sido necesaria, pues lo que en ella se celebra era ya el “corazón” del misterio cristiano: Comunión orante y real de los creyentes, en apertura a todos los hombres y mujeres, que son (somos) comunión corporal de la vida de Dios.  Pero cuando faltó ese “amor real”, de cuerpo y comunión de vida, se hizo necesaria esta fiesta, separada de la vida , centrada en el signode la eucaristía.

            Avanzando en esa línea, entre los siglos XVI al XX ésta ha sido quizá la fiesta más importante de la cristiandad católica, fiesta y procesión del “ostensorio”, con el “pan” sacramentado de Cristo paseado por las calles en tono de gran celebración. Ésta ha sido (por poner unos ejemplos) la fiesta de Toledo y Sevilla, de Cuzco y México, de Quito, Valencia y el Cebreiro etc.

Ha sido la fiesta de cientos y miles de ciudades (de Europa católica y América Latina), con alfombras de flores en el suelo, con el “techo” engalanado de las calles, con infantes que bailan, clero y soldados que desfilan, autoridades civiles y reyes en los estrados de las plazas, ante las catedrales, la fiesta del “Dios Rico”, mientras los niños pobres miraban con envidia desde las callejas laterales.

            Pero en los últimos años está dejando de ser lo que era. Hay menos procesiones, menos, presidentes y jefes de gobierno, de manera que en algunos lugares la misma fiesta de la Eucaristía en la Calle se ha convertido casi en folclore de exaltación grupal más que experiencia religiosa.Pero son muchos los que están descubriendo de nuevo esta fiesta en el sentido original de “comunión real de los santos”,de solidaridad y caridad, como decía A. Cañizares.

Personalmente, por un lado, lamento ese cambio, pues vengo de Corpus popular de Euskadi y Galicia, de América Latina y de Castilla… Pero, al mismo tiempo, me alegro de que esta fiesta se esté convirtiendo en Día de Cáritas, perdiendo  su aire victorioso de fiesta-procesión de grupo, en torno al Señor Sacramentado, para retomar su espíritu más hondo del principio de la Iglesia, cuando no existía esta fiesta como tal, pero se ponía más de relieve la Comunión de los Santos, es decir, la comunicación de pan y vida, de sangre y amor de todos los “santos”, no los de de altar, sino los hombres y mujeres “santificados” por el amor de Dios en Cristo.

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La sangre y el pan. Fiesta del Corpus Christi. Ciclo B.

Domingo, 6 de junio de 2021
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corpuschristiDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino. Las lecturas, sin restar importancia a estos aspectos, centran la atención en el compromiso del cristiano con Dios, sellado con el sacrificio del cuerpo y la sangre de Cristo.

1ª lectura: la sangre y la antigua alianza (Éxodo 24,3-8)

En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: «Haremos todo lo que dice el Señor.» Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: «Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.» Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos.»

       La lectura cuenta el momento culminante de la experiencia de los israelitas en el monte Sinaí. Después de escuchar la proclamación de la voluntad de Dios (el decálogo y el código de la alianza), manifiesta su voluntad de cumplirla: «Haremos todo lo que el Señor nos dice».

            En una mentalidad moderna, poco amante de símbolos, esas palabras habrían bastado. El hombre antiguo no era igual. Un pacto tan serio requería un símbolo potente. Y no hay cosa más expresiva que la sangre, en la que radica la vida. Siglos más tarde, algunos caballeros medievales sellaban un pacto haciéndose un corte en el antebrazo y mezclando la sangre. Naturalmente, Dios no puede sellar una alianza con los hombres mediante ese rito. Por muchos antropomorfismos que usen los autores bíblicos al hablar de Dios, él no tiene un brazo que cortarse ni una sangre que mezclar. Tampoco se puede pedir a todos los israelitas que se hagan un corte y den un poco de sangre. Se recurre entonces al siguiente simbolismo: Dios queda representado por un altar, y la sangre no será de dioses ni de hombres, sino de vacas. Al matarlas, la mitad de la sangre se derrama sobre el altar. Se expresa con ello el compromiso que Dios contrae con su pueblo. La otra mitad se recoge en vasijas, pero antes de rociar con ella al pueblo, se vuelve a leer el documento de la alianza (Éxodo 20-23), y el pueblo asiente de nuevo: «Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.»

            Pero en la antigüedad hay también otra forma, incluso más frecuente, de sellar una alianza: comiendo juntos los interesados. Esta modalidad también aparece en el relato del Éxodo (pero ha sido omitida por la liturgia). Después de la ceremonia de la sangre con todo el pueblo, Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta dirigentes de Israel suben al monte, donde comen y beben ante el Señor (Éxodo 24,9-11). Esta segunda modalidad será esencial para entender el evangelio.

2ª lectura: la sangre, el perdón y la nueva alianza (Hebreos 9,11-15)

               Como diría un cínico, los buenos propósitos nunca se cumplen. En el caso de los israelita llevaría razón. El propósito de obedecer a Dios y hacer lo que él manda no lo llevaron a la práctica a menudo. Surgía entonces la necesidad de expiar por esos pecados, incluso los involuntarios. Y la sangre vuelve a adquirir gran importancia. Ya que en ella radica la vida, es lo mejor que se puede ofrecer a Dios para conseguir su perdón. Pero el Dios de Israel no exige víctimas humanas. La sangre será de animales puros: machos cabríos, becerros, toros, vacas, corderos, tórtolas, pichones.

            El autor de la carta a los Hebreos contrasta esta práctica antigua con la de Jesús, que se ofrece a sí mismo como sacrificio sin mancha. Con ello, no sólo nos consigue el perdón sino que, al mismo tiempo, sella con su sangre una nueva alianza entre Dios y nosotros.

Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

Evangelio: pan, vino y nueva alianza (Marcos 14-12-16. 22-26)

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.» Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.» Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

          La acción de Jesús en la Cena de Pascua reúne las dos formas de sellar una alianza que comentamos en la primera lectura, pero invirtiendo el orden. Se comienza por la comida, se termina aludiendo a la sangre de la nueva alianza. Aparte de esto hay diferencias notables. Los discípulos no comen en presencia de Dios, comen con Jesús, comen el pan que él les da, no la carne de animales sacrificados; y el vino que beben significa algo muy distinto a lo que bebieron las autoridades de Israel: anticipa la sangre de Jesús derramada por todos.

            ¿Dónde radica la diferencia principal entre la antigua y la nueva alianza? En que la antigua no cuesta nada a nadie; basta matar unos animales para obtener su sangre. La nueva, en cambio, supone un sacrificio personal, el sacrificio supremo de entregar la propia vida, la propia carne y sangre.

            Pero no podemos quedarnos en la simple referencia al pan y al vino, al cuerpo y la sangre. Para Jesús son la forma simbólica de sellar nuestro compromiso con Dios, por el que nos obligamos a cumplir su voluntad.

            El cuarto evangelio, que no cuenta la institución de la Eucaristía, pone en este momento en boca de Jesús un largo discurso en el que insiste, por activa y por pasiva, en que observemos sus mandamientos, mejor dicho, su único mandamiento: que nos amemos los unos a los otros.

            Si la celebración del Corpus Christi se limita a una expresión devota de nuestra devoción a la Eucaristía o, peor aún, si se convierte en simple fiesta de interés turístico, no cumple su auténtico sentido. Es fácil lanzar flores a la custodia por la calle; lo difícil es tratar bien a las personas que nos encontramos por la calle.

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“Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo” 6 de junio de 2021

Domingo, 6 de junio de 2021
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Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio…

cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron.

(Mc 14, 12-16.22-26)

Hoy celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, y esta fiesta puede ayudarnos a hacer un pequeño examen de conciencia, puede ser una llamada de atención, un reclamo.

Como seres humanos que somos tenemos que buscar siempre un equilibrio ya que nuestra tendencia a los extremos es grande. Hoy podemos quedarnos tranquilamente adorando el Pan y el Vino al tiempo que olvidamos el sufrimiento de la humanidad con lo cual nos estaríamos alejando del verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Cristo.

Jesús no nos dejó su Cuerpo y su Sangre para contemplarlos, sino para comerlo y beberla. Para “tragarlo”. Tragar el Cuerpo y la Sangre de Jesús significa querer ser UNO con Él y con su manera de vivir.

Cuando comulgamos estamos diciendo públicamente que queremos vivir como vivió Jesús. Que creemos en el Dios que anunció y que estamos dispuestas a acompañarlo hasta las últimas consecuencias.

El Pan y el Vino son, nada más y nada menos, el signo de la entrega amorosa que vendrá después de la Cena. El Pan y el Vino son el Cuerpo entregado y la Sangre derramada en una muerte violenta, injusta y maldita.

Cuando tomamos el Pan y el Vino de la Eucaristía no solamente nos unimos a quienes en nuestro mundo sufren y entregan sus vidas, sino que expresamos de una manera pública que nosotras estamos dispuestas a sufrir y a entregar nuestras vidas por amor.

Por eso el Cuerpo y la Sangre de Cristo apenas se pueden adorar porque una voz nos recuerda que no podemos quedarnos mirando al cielo, o al Pan o al Vino, sino que tenemos que ir y hacer lo mismo.

Oración

Trinidad Santa, haznos valientes para asumir el compromiso que nos reclaman el Pan y el Vino de tu Reino.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Lo importante no es un Jesús presente.

Domingo, 6 de junio de 2021
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b38e1f35f42276d461b9a8ff6ab0251cMc 14, 12-26

No estamos celebrando el sacramento de nuestra fe, como dice la liturgia. Esta es la celebración que nos puede llevar más lejos en la comprensión de lo que fue Jesús. Es imposible meter en el espacio de una homilía la increíble amplitud de significados de este sacramento. A través de los siglos, se han potenciado algunos aspectos y se han minimizado otros. Hoy creo que debemos hacer una nueva valoración de todos ellos.

El primer aspecto que debemos revisar hoy es la presencia real. Quede bien claro, que no se trata de negar la presencia. Se trata de explicarla de manera que pueda ser entendida por el hombre de hoy. La creencia en una presencia física y materializada no ayuda, para nada, a entender el sacramento. Si durante siglos no se le dio mayor importancia a esa presencia, no puede ser el aspecto más importante.

La distorsión de la presencia fue el final de un proceso muy largo. Empezó por guardarse algo del pan consagrado para que pudiera participar de la eucaristía el que no había podido asistir. El paso siguiente fue el conservar siempre algo de pan (reserva) para poder ayudar a los que se encontraban en peligro de muerte. Más tarde se vio la necesidad de colocar las especies en recipiente y lugar más dignos. Terminó por ponerse en el centro de la iglesia para que fuera adorado. El convertirlo en objeto de devoción y piedad privada, alejó al pueblo del verdadero valor del sacramento.

Ayudó mucho a este desenfoque la traducción inadecuada de la palabra “cuerpo” de la antropología judía por nuestro cuerpo. Para la antropología judía del tiempo de Jesús cuerpo no era la carne, sino la persona (capacidad de relaciones con los demás). Pero es que la palabra swma griega, (que es la que usan los evangelios) también significa la persona entera. La traducción debía ser: esto es mi persona; esto soy yo. Pero bien entendido que “esto” no se refiere a la cosa pan, sino al pan partido y repartido.

También nos ha despistado el haber interpretado el capítulo 6 del evangelio de Juan como explicación de la eucaristía. Jesús dice:Yo soy el pan de vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me presta adhesión nunca pasará sed”. No deja la menor duda sobre qué significa comer ese pan. Cuando dice: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva”. Al que hace suya esa Vida, la muerte no le puede afectar. No hace referencia directa a la eucaristía, sino que nos indica en qué dirección debe ir la misma celebración de la eucaristía.

La eucaristía como sacrificio es otro aspecto que debemos colocar en su justo lugar. En primer lugar, el modelo judío de sacrificio no puede servir para indicar la actitud de Jesús para con Dios. Va en contra de la predicación y de la actuación de Jesús. El Dios de Jesús no necesita rescate alguno para desplegar su amor. Jesús mismo se desentendió del organigrama sacrificial del templo. “La muerte por todos” que aparece en alguno de los relatos, no tiene el sentido de sacrificio expiatorio. Su muerte no es sacrificio sino modelo de don total a los demás. La argumentación de S. Anselmo, es una estrategia jurídica, que nada tiene que ver con el Dios de Jesús que es amor.

El principal aspecto que debíamos recuperar es el de memoria. Para ello debemos acercarnos lo más posible a lo que pasó. Esta tarea no es nada fácil, porque ninguno de los relatos coincide en la redacción. Este dato sería suficiente para superar todo intento de considerar esas palabras como fórmula mágica. No sabemos si fue una cena pascual en sentido estricto. No tiene mayor importancia porque el centro de la cena de Jesús con sus discípulos no fue el cordero, sino el pan y el vino.

Aunque es importante saber lo que Jesús hizo, lo más importante es el sentido que él quiso dar a esos gestos y palabras. Jesús se desvinculó del sentido de la Pascua judía para dar otro sentido a la celebración. Al decir “esto soy yo”, está afirmando lo que él es como persona viva. Al decir “esto es mi sangre”, está tratando de manifestar lo que es como persona muerta, machacada, “matada”. En algunos relatos, los dos gestos están separados por el tiempo que duraba la misma cena. El reparto del pan se hacía al principio de la cena. La copa se repartía tres veces; y parece que la que Jesús aprovechó para hacer el signo fue la tercera, que se distribuía al final.

El otro aspecto que es urgente recuperar en toda su importancia es el de comida. Todos los textos hacen hincapié en el aspecto de celebración de la comunidad reunida. Compartir la mesa era, para ellos, compartir la vida, clave para entender el significado profundo de lo que celebramos. Pablo llega a decir que si hay división, entre los ricos y pobres, no es posible celebrar la eucaristía. Si se trata de un sacramento, no puede ser una cosa en sí, sino una acción y además, comunitaria. En aquella cena última se nos afirma que compartir el pan es identificarse con Jesús. Vivir en sintonía con él.

Beber el vino es, además, identificarse con su sangre. Los judíos, siempre que hablan de sangre, hacen referencia a la sangre derramada, es decir, a la muerte. Mientras la sangre no se separa de la carne es una sola cosa con ella; ambas soportan la vida. Este segundo gesto nos invita a aceptar a un Jesús, que no solo se dio durante su vida, sino que también su muerte fue el don definitivo de sí mismo.

Si se trata de una celebración comunitaria, la que celebra es la comunidad. El cura puede decir Misa, pero no habrá verdadera eucaristía si no hay dos o más reunidos en su nombre. En la última cena no hubo sacerdote. Jesús era un laico. Ni era sacerdote ni era levita. Era un seglar, que nunca quiso dejar de serlo. Durante los dos primeros siglos no se planteó el tema de los ministros consagrados. Curiosamente se planteó primero el tema de los diáconos, es decir, los que tenían que llevar a cabo la tarea de atender a los pobres que fue la primera consecuencia de celebrar bien la eucaristía.

Durante varios siglos, las eucaristías no se celebraron en el templo sino en las casas. Cualquier lugar es suficientemente digno si los que se reúnen, lo hacen en su nombre. Primero las casas y más tarde las catacumbas y los escondites donde se tenían que refugiar los cristianos, no eran menos dignas que la iglesia para celebrar la eucaristía.

Como sacramento, la Eucaristía consiste en la unión de un signo con la realidad significada. Repetimos el signo, es decir las palabras y los gestos que hizo Jesús. Lo significa­do es el amor-unidad que está siempre presente y no depende del signo. Repetimos el signo para descubrir la realidad significada y provocar la vivencia. El signo no es el pan como cosa, sino el gesto de partirlo y repartirlo. Los signos no son lo más importante, ni siquiera son originales de Jesús. Lo original es el significado que les dio.

Meditación

Esto soy yo, pan que me parto y me reparto.
Esto tenéis que ser vosotros.
Todo el mensaje de Jesús esta aquí.
Celebrar la eucaristía es comprometerme con los demás.
Es aprender, de Jesús, el camino de la entrega.
El pan que me salva no es el pan que recibo sino el pan que doy.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Compartir el pan.

Domingo, 6 de junio de 2021
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eucaristiaYo no sueño en la noche, yo sueño todos los días. Yo sueño para vivir (Steven Spielberg)

3 de junio. Festividad del Corpus Christi

-Mc 14, 12-16. 22-26

Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos

En los inicios del cristianismo, hombres y mujeres podían presidir indistintamente, la celebración eucarística.  Solo a partir del cuarto concilio de Letrán (1215) se estableció que no podía celebrar la eucaristía -decir misa- nadie que no fuera un sacerdote válida y lícitamente ordenado. Y desde siglo V presidirla fue un oficio exclusivo de los presbíteros, convertidos ya en “profesionales de lo sagrado”.

En Otro Dios es posible. Parte II, María y José Ignacio López Vigil escriben que durante la Edad Media se exageró la devoción por el “milagro eucarístico” despojando a la eucaristía de su carácter simbólico y comunitario -compartir la comida y las palabras de Jesús-, y revistiendo de poderes “mágicos” a los sacerdotes que hacían ese “milagro”.

Ya en el apócrifo Evangelio de Tomás se expone esta sentencia atribuida a Jesús: “Levanta una piedra: ahí está Dios. Parte un trozo de madera: ahí lo encontrarás”. Lo que nos induce a concluir que para el propio Jesús, a Dios le podemos encontrar en cualquiera parte, y no únicamente en la iglesia: en el hermano necesitado que nos demanda una ayuda, en el enfermo, entre los árboles del bosque, en las flores cuando son amadas, como decía el poeta indio Rabindranath Tagore.

Ya San Pablo insistía en su primera Carta a los Corintios, que los templos de Dios eran los propios cristianos. Y en el siglo III los cristianos sirios afirmaban en la Didascalia Apostolorum que “las viudas, los huérfanos, los pobres y los ancianos son el único altar de Dios”.

La escultora alemana Eva Hesse (1936-1970) dijo en una ocasión: “En mi arte, alma interior y vida son inseparables”Otra doble dimensión en la que es posible compartir y comulgar el pan de la existencia.

En este sentido el versículo 24 de Marcos 14:“Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos”, adquiere su más profundo sentido de alimento universal para el hombre -y ¿cómo no?, pues sería una gran injusticia con ellas- para el resto de las criaturas que pueblan este Planeta.

En el libro anteriormente citado, repiten los autores: Al final de la entrevista, Jesús le habla a Raquel del viento, para que entienda que hay realidades que no se comprenden racionalmente, que sólo las capta el espíritu, un espíritu abierto. En el evangelio de Juan, Jesús utiliza la metáfora del viento (Juan 3, 8). En un relato de un jesuita hindú aparece también “el viento” como elemento “explicativo” del camino que nos lleva al misterio de Dios”.

Un sugerente viento que eleva nuestro espíritu a soñar, como soñó el cineasta americano Steven Spielberg (1946):“Yo no sueño en la noche, yo sueño todos los días. Yo sueño para vivir”. Para vivir y alimentar el cuerpo y alma, como tan bellamente cantó en este soneto el sacerdote español José Luis Martín Descalzo (1930-1991).

CORPUS CHRISTI

Todo fue así: tu voz, tu dulce aliento
sobre un trozo de pan que bendijiste,
que en humildad partiste y repartiste
haciendo despedida y testamento. 

“Así mi cuerpo os doy por alimento…”
¡Qué prodigio de amor! Porque quisiste
diste tu carne al pan y te nos diste
Dios, en el trigo para sacramento. 

Y te quedaste aquí, patena viva;
virgen alondra que le nace al alba
de vuelo siempre y sin cesar cautiva.

Hostia de nieve, nube, nardo, fuente;
gota de luna que ilumina y salva.
Y todo ocurrió así sencillamente.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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“Tragarse” a Jesús.

Domingo, 6 de junio de 2021
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eucaristia0Es un sinónimo áspero  de “comulgar” pero tiene la ventaja de ser familiar en nuestro vocabulario: “no trago a tal persona”, “ese disgusto aún no me lo he tragado…”, “todavía lo tengo aquí” (y señalamos la garganta). Nos es fácil sacar la lengua o poner la mano para recibir el Pan, comulgar y volver luego a nuestro sitio con recogimiento y dar gracias lo mejor que podemos. Pero, de vez en cuando, tendríamos que cambiar la expresión “comulgar” por la de “tragarnos a Jesús” para caer un poco más en la cuenta de lo que significaría “tragarnos” su mentalidad (es el metanoeite, “cambiad de mentalidad”, de Mc 1,15, o el “tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús de Fil 2,5), sus preferen­cias, sus opciones, su estilo de vida, su extraña manera de vivir, de pensar y de actuar.

Recuerdo una devota costumbre que me inculcaron de niña que se llamaba “hacer una comunión espiritual”: consistía en mandar el corazón al sagrario (se recomendaba mucho hacerlo en los viajes al ver un campanario) y desear recibir a Jesús espiritual­mente ya que no podía hacerse sacramen­talmente. Se me ocurre que podría ser un buen ejercicio hacer algo parecido abriendo el Evangelio por donde nos salga y cuando leamos, por ej.: “El que quiera ser el mayor entre vosotros que sea vuestro servidor” (Mt 23,12); “No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,22); “Me dan compasión estas gen­tes, dadles vosotros de comer” (Mc 6,34.37); “No atesoréis tesoros en la tierra” (Mt 6,19); “Las prostitutas os precederán” (Mt 21,31) “Prestad sin esperar nada a cam­bio” (Lc 6,35)…, hacer el gesto interior de “tragarnos” eso, de comulgar con ello, de desear, al menos, irnos poniendo de acuerdo con Jesús, creciendo en afinidad con él, pidiendo al Padre, con la pobreza de quien se siente incapaz desde sus fuerzas, que  nos haga ir teniendo “parte con él” (cf.Jn 13,8), con las consecuencias de que sea el “Primogé­nito de una multitud de hermanos”.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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Somos todas las cosas.

Domingo, 6 de junio de 2021
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C82B22F6-C9B6-4ECD-B09B-843A9DD1E89EFiesta de “Corpus Christi

6 junio 2021

Mc 14, 12-16

Toda la tradición cristiana ha considerado la Eucaristía -que, según esa misma tradición, habría sido instituida en la “Última Cena”– como la “presencia real” de Cristo “bajo las especies” de pan y de vino.

Esa lectura o interpretación queda ampliada y enriquecida desde la comprensión no-dual. Desde ella, el acento se coloca en la unidad radical de todo, más allá de las diferencias. Unidad que, según los relatos de los evangelios, vivió Jesús conscientemente y de manera explícita.

De todos ellos, es el evangelio de Juan quien más la subraya, poniendo en boca del Maestro de Nazaret las siguientes expresiones: “El Padre y yo somos uno”, “Quien me ve a mí, ve al Padre”, “Yo soy” (que se repite en siete ocasiones).

Pues bien, el mismo que afirma ser uno con el Padre, es también quien, en los evangelios sinópticos expresa que todo lo que le hacen a alguien, se lo están haciendo a él (Mt 25,40).

Y para expresar que esa unidad no conoce fronteras, se extiende incluso al pan, sobre el que pronuncia las palabras “Esto es mi cuerpo” que originalmente, según reconocen algunos estudiosos del arameo, serían una adaptación al griego de la frase: “Esto soy yo”.

Todo ello casa con una expresión contundente que recoge el evangelio de Tomás, en el logion 77: “Jesús les dijo: «Yo soy todas las cosas»”.

Mientras perdura la identificación con el yo separado -con nuestra personalidad-, es imposible pronunciar esa frase, del mismo modo que resulta imposible entenderla y aceptarla. A quienes se hallan en la lectura tradicional, les resultará incluso blasfema.

Sin embargo, quien ha vivido la experiencia de una comprensión profunda, encuentra que es tal vez el modo menos inadecuado de nombrar lo que se le ha mostrado. Porque quien habla ahí -el sujeto de esa expresión- no es el yo separado, sino la consciencia una que es la misma en todos los seres. Y es esa consciencia la que se reconoce como sujeto -en realidad, el único sujeto-.

El lenguaje utilizado será siempre relativo y es lo que menos importa, ya que no existe lenguaje que pudiera ser adecuado, porque nos estamos refiriendo a lo que es inefable. Por eso, el místico teísta puede nombrarlo como “Dios” o como “Padre”. Sin embargo, más allá del término empleado, se está hablando de la misma realidad.

Aparecemos como una forma -yo o persona- separada, real en su propio nivel de realidad; sin embargo, en rigor, no somos la forma que aparece, sino Eso que es consciente de ella. Y Eso es todas las cosas.

¿Cómo me comprendo?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La Eucaristía es VIDA, no precepto

Domingo, 6 de junio de 2021
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MESA-COMPARTIDADel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. La Pascua.

         Jesús se dispone a celebrar la Pascua, cuando se sacrificaba el cordero pascual.

         La Pascua recordaba la gran liberación de la esclavitud de Egipto. En la Pascua del AT quedaron libres (Éxodo) todos aquellos cuyo dintel de la puerta había quedado sellado con la sangre del cordero.

         En el NT, en la Eucaristía quedamos liberados los pobres que hemos sido señalados con la sangre del Cordero, de Cristo.

         Con esta Cena Jesús inaugura su Pascua (no la de los judíos). Jesús -y nosotros- comenzamos un nuevo Éxodo.

  1. Memoria del Señor

         Jesús nos invitó a guardar su presencia en medio de nosotros: Haced esto en memoria mía, lo cual no coincide exactamente con guardar el pan de vida de la Eucaristía sobrante en el sagrario, sino que Jesús se refiere, más bien, a guardar su presencia en nuestras personas, en nuestras vidas, en la comunidad eclesial. [1]

En la Eucaristía nos reunimos para y porque guardamos la memoria del Señor y hacemos presente a Cristo e nuestras vidas, en nuestra iglesia, en la sociedad.

Mucho se ha discutido en la historia acerca de cómo Cristo esté presente en el pan y vino de la Eucaristía, pero de lo que se trata es que el Señor esté presente en nuestras vidas.

En la Eucaristía está presente JesuCristo. Pero en la Eucaristía no nos comemos el cuerpo histórico de Jesús, el cuerpo que nació de María, el que recorrió los caminos de Palestina, el que murió en la cruz. No comemos ese cuerpo, porque ese cuerpo ya no existe. En la Eucaristía recibimos al Cristo resucitado. Lo recibimos realmente de verdad. Pero eso se ha explicado en la Iglesia de distintas maneras. Esta comunión la entendió la Iglesia de forma simbólica durante más de diez siglos. Comulgar no es recibir una “cosa” santa y sagrada. Comulgar es unirse a Cristo de forma que la persona y la vida de Jesús están presentes en la vida del que comulga. (JM Castillo)

         De todos modos, lo decisivo es que JesuCristo esté presente en nosotros, en nuestras personas y en nuestras vidas,

  1. La Eucaristía y las comidas salvíficas de Jesús.

Jesús instituyó la eucaristía en una comida compartida y salvífica, no en un ritual religioso. Y sabemos que Jesús añadió: “Haced esto en memoria mía” (1Cor 11, 24. 25; Lc 22, 19b). Es decir: el recuerdo de Jesús está inseparablemente unido al hecho de realizar lo que realizó Jesús. En los evangelios -en el NT 1Cor 11, 23-26- podemos percibir que  la Eucaristía está asociada a la comida compartida.

         La Eucaristía tiene sus raíces en la Última Cena de Jesús, pero haríamos bien en situarla en el contexto de los muchos encuentros en los que Jesús comía con pecadores y publicanos, multiplicaba los panes con lo que nos decía que: Yo soy el pan de vida, (Jn 6).

         Eucaristías fueron los muchos encuentros salvíficos que Jesús celebró en su vida.

  • o La multiplicación de los panes en la tradición de San Juan (Jn 6) es el acontecimiento en el que Jesús se presenta como: Yo soy el pan de vida que ha bajado del cielo.

Jesús tomó en sus manos los panes, y después de dar gracias a Dios se los repartió entre los que estaban sentados, (Jn 6, 11).

  • o Jesús comía con publicanos y pecadores (Mc 2,16).
  • o Zaqueo, baja en seguida porque hoy he de quedarme en tu casa. (Lc 19, 1-10).
  • o La parábola del hijo perdido, del hijo pródigo se resuelve en un banquete de vida: celebremos un banquete, porque este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida. (Lc 15, 1-32).
  • o Los dos de Emaús celebran la Eucaristía y conocen (reconocen) al Señor en la fracción del pan, (Lc 24). En el fondo el relato de los dos de Emaús es una Eucaristía.
  • o Son frecuentes las alusiones de Jesús a que el Reino de los cielos se parece a un banquete. La Eucaristía como banquete del Reino.

         La Eucaristía no es un, pues, un rito, ni una ley o “precepto dominical” a cumplir, sino que es la salvación vivida en una comida en la que Cristo está presente.

Guardemos la presencia del Señor en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en la vida social.

  1. La eucaristía es celebración de la redención

         La Eucaristía es hacer memoria gozosa y agradecida de la Redención de Cristo y de la obra de Dios en nuestras vidas.

         La Eucaristía es el memorial de la muerte y resurrección del Señor –

El único día del año en que no se celebra la Eucaristía es el Viernes Santo, porque recordamos y agradecemos que la Eucaristía se celebró en el sacrificio de Cristo en la cruz. La Eucaristía es una inmensa gratitud (acción de gracias) porque estamos redimidos. Y salvados.

La Eucaristía es una acción de gracias por el perdón, por la redención, por la libertad y la vida.

  1. La Eucaristía no es cosa del clero.

         Nos quejamos y lamentamos de que no hay curas y, por tanto muchas comunidades cristianas no pueden celebrar la Eucaristía. (Más de la mitad de las parroquias del mundo no tienen, ni pueden celebrar la Eucaristía al menos una vez por semana). Pero esto ¿es lo que Cristo quería?

Se necesita un sacerdote que haya estudiado, que esté soltero, que sea hombre, (nunca mujer), que tenga la aprobación del Obispo (y el Obispo la ha de tener de Roma) ¿Estamos seguros de que la Iglesia tiene autoridad (dada por Dios) para hacer lo que está haciendo? (JM Castillo).

La presidencia de la Eucaristía no tuvo una relevancia especial, ni ofrecía dificultad alguna en los primeros tiempos. Ni tan siquiera fue realizada por una persona especial. Normalmente presidía la Eucaristía el que tenía el ministerio de la Palabra. El rol principal del ministerio consistía en edificar la comunidad, no en presidir la Eucaristía.

Cualquier ministro primitivo (apóstol, profeta, doctor, “vigilante” o presbítero) podía presidir la fracción del pan. En la época de los Padres Apostólicos, a la cabeza de la comunidad había un Obispo (llamado a veces presbítero) o un consejo de presbíteros y diáconos. El obispo o un delegado suyo presidía la eucaristía. ¿Por qué un obispo hoy, a título excepcional y en circunstancias precisas, no puede delegar en un laico, con responsabilidad ministerial garantizada, la celebración de la Eucaristía?[2]

Las comunidades cristianas pueden vivir sin ministerios clericales, solteros, célibes, modo romano, etc., lo que no puede vivir es sin eucaristía.

Lo que debería justificarse ante el rostro del crucificado no es el carácter abierto de esta invitación, sino las medidas restrictivas de las iglesias.[3]

  1. Acción de gracias.

         Eu – Xaris significa buen regalo, una acción de gracias.

         Vivir en gracia es vivir agradecidamente, vivir dando gracias a Dios y a la vida.

         Vivir en esa gratuidad de Cristo redentor es fuente de una serenidad y gozo profundos.

         La Eucaristía no es solamente la media hora semanal. La Eucaristía, vivir agradecidamente es cosa de toda la vida.

Vivamos agradecidamente la memoria del Señor

[1] El sagrario tiene el sentido de una cierta prolongación de la Eucaristía, especialmente en la vida monástica, así como también -y sobre todo- para los enfermos

[2] Floristán, C. Presidir la Eucaristía, 440.

[3] Moltmann, J. La Iglesia fuerza del Espíritu, 294. (El subrayado es mío).

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