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Archivo para Domingo, 23 de febrero de 2020

La Ley del Corazón.

Domingo, 23 de febrero de 2020
Comentarios desactivados en La Ley del Corazón.

Del blog de la Communion Béthanie:

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Señor enséñame la ley,
la ley del corazón,
la que respeta al otro.
Una ley de amor que despierta
y no una ley que vigila.
Concédememe el ver el sufrimiento de mi hermano
sin negarme a mirarlo.
Concédeme el escuchar la llamada de mi hermano
sin negarme a responder.
Concédeme el tomar la mano de mi hermano
sin negarme a apretarla.
Señor enséñame tu ley.
Tu ley del corazón.
Tu ley de amor.

Perdón Señor por las faltas a tu ley.
Y sobre todo por la ley aplicada al pie de la letra.
Perdón por todas las leyes
que han puesto al hombre de rodillas,
las que lo han humillado,
las que le arrancaron a su padre, a su madre,
a su mujer y a sus niños.

Perdón por todas estas leyes inicuas,
por estas caricaturas de la ley
que todavía hoy dictan la ley.
Las que permiten castigar injustamente
a causa del color de la piel,
a causa de la extrañeza del nombre.
A causa de su orientación sexual.

Perdón por todas estas leyes infames
que todavía hoy
por toda la tierra,
en todas las naciones,
civilizadas o no,
crucifican al hombre.

Concédeme, Señor,
el vivir alrededor de mí
una ley que en tu nombre
libere al hombre,
una ley que ponga en pie al hombre.

*
Según Robert Riber

***

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

– “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente.” Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.”

*

Mateo 5,38-48

***

Deberíamos realizar un progresivo desarme intelectual, moral y religioso. No justificar lo injustificable. Creer en lo fuerza del amor Sacar de la eucaristía la certeza de curar nuestras heridas profundas. Quisiera detenerme en esta última idea; la fuerza terapéutica de la eucaristía como memoria. Cada vez que hacemos memoria de la muerte y resurrección de Cristo, el mismo Señor nos introduce, por el Espíritu, en la plenitud de su existencia pascual, donde se ha transformado por siempre en don ofrecido y alabanza perenne, incluido su humanidad. La memoria es un gran regalo del Creador y Redentor; nos permite recordar con gratitud el pasado, rememorar las grandes obras realizadas por Dios en favor nuestro, reanimar con atención y discernimiento el momento presente, insertarnos con vigor, esperanza y responsabilidad en lo historia de la salvación.

Durante la misa, cuando el sacerdote extiende las manos sobre el pan y sobre el vino, invoca al Espíritu Santo no sólo para que estos elementos se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, sino también para que nosotros, unidos con Cristo, nos transformemos en ofrenda agradable, capaces de comprometernos en la historia de la salvación por el reino de amor y de paz. En la eucaristía, el Espíritu actúa en nosotros para que nuestra memoria se cure de cualquier tipo de rencor resentimiento y se colme de recuerdos agradecidos. Uno de los frutos más preciosos es el vivir el presente can la máxima solicitud y caminar hacia el futuro con viva esperanza y fiel empeño como constructores de paz. En una memoria agradecida, moldeada por la espiritualidad eucarística, no cabe el rencor el odio, la venganza, la violencia. Conscientes de nuestra total dependencia de la gracia, pedimos “vivir en constante oración y súplica, guiados por el Espíritu” (Et 6,l8). Así crece en nosotros la “conformidad con la voluntad de Dios”, aceptamos las cosas como desafío y kairés, como don e invitación para corresponder desde la Fe a nuestro empeño de ser testigos de la paz. La memoria agradecida de lo que Cristo ha hecho por nosotros se convierte en un medio formidable para transformar nuestras eucaristías en una ocasión donde nos revestimos con las armas de la paz, verdad y justicia.

*

Bernard Häring – V. Salvolcli,
Nón violenza. Per osare la pace,
Padua 1992, 26ss.

***

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , ,

“Incluso a los enemigos”. 23 de febrero de 2020. 7 Tiempo ordinario (A). Mateo 5, 38-48.

Domingo, 23 de febrero de 2020
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enemigosEs innegable que vivimos en una situación paradójica. «Mientras más aumenta la sensibilidad ante los derechos pisoteados o injusticias violentas, más crece el sentimiento de tener que recurrir a una violencia brutal o despiadada para llevar a cabo los profundos cambios que se anhelan». Así decía hace unos años, en su documento final, la Asamblea General de los Provinciales de la Compañía de Jesús.

No parece haber otro camino para resolver los problemas que el recurso a la violencia. No es extraño que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad como un grito ingenuo además de discordante: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen».

Y, sin embargo, quizá es la palabra que más necesitamos escuchar en estos momentos en que, sumidos en la perplejidad, no sabemos qué hacer en concreto para ir arrancando del mundo la violencia.

Alguien ha dicho que «los problemas que solo pueden resolverse con violencia deben ser planteados de nuevo» (F. Hacker). Y es precisamente aquí donde tiene mucho que aportar también hoy el evangelio de Jesús, no para ofrecer soluciones técnicas a los conflictos, pero sí para descubrirnos en qué actitud hemos de abordarlos.

Hay una convicción profunda en Jesús. Al mal no se le puede vencer a base de odio y violencia. Al mal se le vence solo con el bien. Como decía Martin Luther King, «el último defecto de la violencia es que genera una espiral descendente que destruye todo lo que engendra. En vez de disminuir el mal, lo aumenta».

Jesús no se detiene a precisar si, en alguna circunstancia concreta, la violencia puede ser legítima. Más bien nos invita a trabajar y luchar para que no lo sea nunca. Por eso es importante buscar siempre caminos que nos lleven hacia la fraternidad y no hacia el fratricidio.

Amar a los enemigos no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Lo que Jesús ha visto con claridad es que no se lucha contra el mal cuando se destruye a las personas. Hay que combatir el mal, pero sin buscar la destrucción del adversario.

Pero no olvidemos algo importante. Esta llamada a renunciar a la violencia debe dirigirse no tanto a los débiles, que apenas tienen poder ni acceso alguno a la violencia destructora, sino sobre todo a quienes manejan el poder, el dinero o las armas, y pueden por ello oprimir violentamente a los más débiles e indefensos.

José Antonio Pagola

 

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“Amad a vuestros enemigos” . Domingo 23 de febrero de 2020. 7º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 23 de febrero de 2020
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love_enemyLeído en Koinonía:

Lv 19,1-2.17-18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo
Salmo responsorial 102:  El Señor es compasivo y misericordioso
1Cor 3,16-23: Todo les pertenece, ustedes de Cristo, y Cristo de Dios
Mt 5,38-48: Amen a sus enemigos

***

Todos estamos llamados por Dios a ser santos, a ser perfectos, como el mismo Padre lo es; y el camino para llegar a la plena santidad es el amor: amor a Dios y a los hermanos, amor a los que sufren, amor a sí mismo, a la familia, amor a la naturaleza, al cosmos-caos entero.

Las tres lecturas de hoy podría considerarse que están centradas en el tema de la «santidad por el amor».

La primera lectura, un fragmento del «código de santidad» del libro del Levítico, presenta una imagen de santidad mediada por la responsabilidad con el prójimo; es decir, que el camino para llegar a Dios y lograr la santidad comienza con el respeto hacia la vida y la dignidad del otro. Este criterio es el centro de la Ley y los Profetas, el eje que determina nuestra verdadera relación con Dios, el elemento fundamental de la fe, ya que a través de la apertura a los demás es como ciertamente somos partícipes de la promesa de salvación dada por Dios a su pueblo.

Pablo, en la primera carta a los Corintios, considera al ser humano como templo de Dios y morada del Espíritu. Con ello está diciendo que cada persona es presencia concreta de Dios en la historia humana. Este templo del cual habla Pablo es la comunidad cristiana de Corinto, en donde la Palabra anunciada ha sido escuchada y ha surtido efecto. La intención, entonces, de Pablo es advertir a sus oyentes de los peligros que acechan ese templo y que amenazan con destruirlo; esos peligros se encarnan en aquellos que pretenden anular el mensaje de Cristo crucificado a través de discursos provenientes de la sabiduría humana, que rechazan la vinculación e identificación de Dios con la debilidad humana y la solidaridad de Dios con los marginados de la sociedad. El mensaje de Pablo es supremamente importante, pues comprende que el verdadero templo en donde habita Dios son las personas, es en la vida de la humanidad, en los hombres y mujeres de todo el mundo, sin distinción de raza, cultura o religión; de esta manera Pablo supera la reducción de la presencia viva de Dios a una construcción, a unas paredes o a un “lugar” específico de culto. Son las personas el lugar verdadero donde debemos dar culto a Dios; son las personas el lugar privilegiado en donde toda nuestra fe se debe expresar, especialmente con aquellos hombres y mujeres, que, siendo santuarios vivos de Dios, han sido profanados por la pobreza, la violencia y la injusticia social.

El elemento fundamental del proyecto cristiano es presentado en esta sección del evangelio de Mateo: el amor. Este amor propuesto por Jesús supera el mandamiento antiguo (Lv 19,18) que permite implícitamente el odio al enemigo. Lo supera porque es un amor que no se limita a un grupo reservado de personas, a los de mi grupo, o los de mi etnia, o a mis compatriotas, o a los que me aman, sino que alcanza a los enemigos, a los que parecerían no merecer mi amor, o incluso parecerían merecer mi desamor. Es un amor para todos, un amor universal, expresión propia del amor de Dios que es infinito, que no distingue entre buenos y malos. Ser perfecto, como Dios Padre lo es, significa vivir una experiencia de amor sin límites, es poder construir una sociedad distinta, no fundada en la ley antigua del Talión («ojo por ojo, diente por diente», que ya era una manera primitiva de limitar el mal de la venganza), sino en la justicia, la misericordia, la solidaridad, enmarcados todos estos valores en el Amor.

Como seres simbióticos que somos, que no podemos vivir nuestra vida aisladamente, sino que incluso para llegar a ser necesitamos de la convivencia, la compañía, el diálogo… la dimensión moral nos es de inevitable abordaje. No podemos convivir sin alimentar y suavizar continuamente los límites de nuestras relaciones. No hay sociedad humana sin moral, sin derecho, sin ley, sin normas de convivencia. Por su parte, la dimensión religiosa no podría no incluir esa dimensión esencial.

En el Primer Testamento vemos que la mayor parte de los mandamientos son negativos, marcando lo que no se puede hacer, los límites que no se deben traspasar. Es un primer estadio de la moral.

El Evangelio da un salto hacia adelante. Parecería no estar preocupado tanto por los límites cuanto por el «pozo sin fondo» que hay que llenar, la perfección del amor que hay que alcanzar, lo cual no se consigue simplemente evitando el mal, sino acometiendo el bien. Con el Evangelio en la mano, no estaríamos consiguiendo el bien moral supremo, la santidad, simplemente omitiendo el mal, porque podríamos estar pecando «por omisión del bien». Y, como dice santo Tomás, el mandamiento del amor siempre resulta de algún modo inasequible, pues nunca podemos dar cuenta plena de él, siempre se puede amar con más entrega, con más generosidad y más radicalidad. Es típica del Evangelio la propuesta del amor a los enemigos, el amor humanamente más inasequible y racionalmente más difícilmente justificable.

No obstante, la propuesta de esta liturgia de la palabra de una santidad a la que se accedería por el amor, casi como en un acceso privilegiado o casi único, habríamos de adicionarle alguna matización. A la santidad cristiana no se accede sólo por el amor práctico, por la práctica moral o ética. Es cierto que en la historia de las religiones el cristianismo se ha hecho famoso como la religión que más ha organizado la práctica del amor, y por el hecho de que su presencia va acompañada siempre con las «obras de caridad» (hospitales, escuelas, centros de promoción humana, leprosarios, atención a los pobres, a los excluidos…) que le son características. ¿Pero bastará el amor?

¿Y la dimensión espiritual? ¿La espiritualidad, la contemplación, la mística… dónde quedan?

Obviamente, no estamos ante una alternativa amor-caridad/espiritualidad-mística, y los grandes santos de la caridad han sido también grandes místicos. No se trata de una alternativa (o una cosa o la otra), sino de una conjunción necesaria: las dos cosas. Porque las dos se interpenetran perfectamente. De hecho, el santo también es un «contemplativus in caritate», vive la contemplación en el ejercicio de la caridad. La Espiritualidad de la liberación acuñó la famosa fórmula: «contemplativus in liberatione»… como un perfecto ensamblaje entre acción y contemplación, práctica moral y mística.

En realidad, cuando se vive la mística, la moral brota espontáneamente. Sin duda, el cristianiso está desafiado a cambiar su modo de acceder a lo moral, que no ha de ser ya tanto un acceso directo, «moralizante», insistiendo en los preceptos y sus amenazas o castigos, cuanto en un acceso indirecto, por la vía de la mística, de la experiencia mística, que no deja de ser la experiencia misma del amor.

El Concilio Vaticano II, cuyo 50 aniversario se aproxima, abrió un panorama hasta entonces inusitado, el de la «universal llamada a la santidad», una santidad que anteriormente muchos cristianos consideraban reservada a los considerados entonces «profesionales» de la santidad (los monjes, los religiosos, el clero…pero no el común de los fieles. Leer más…

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Para ser “sociedad perfecta” la Iglesia ha tenido que renunciar al evangelio

Domingo, 23 de febrero de 2020
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codigo-derecho-canonico-562x381Del blog de Xabier Pikaza:

Se ha dicho: ojo por ojo, diente por diente; yo en cambio os digo…

23.2.2020. Domingo 7 tiempo ordinario, ciclo A.

            Como dice el título, para ser “sociedad perfecta” la Iglesia ha tenido que renunciar al evangelio.  Esa “renuncia” ha sido necesaria y buena en un plano social, económico y político. Con las palabras centrales de las dos últimas antítesis de Jesús en Mt  5, 38‒48 (no os opongáis con violencia al malo, amad a vuestros enemigos…) se promueve e impulsa un movimiento mesiánica de transformación humana, pero no puede crearse una Iglesia Perfecta en pacto con el Imperio (como ley de Estado).

Por eso, con muy buen criterio socio‒político, para “humanizar” la sociedad, en pacto con el Poder, a partir (al menos) del siglo IV d.C., la iglesia en su conjunto renunció al evangelio (lo dejó para algunos más perfectos, en especial para los llamados “estados de perfección”), y aceptó como “ley” sagrada el Derecho Romano, la más perfecta de todas las leyes que nunca hayan existido hasta el día de hoy…

Pero  el Derecho Canónico es ley de violencia legítima, que puede ser muy buena (y que es necesaria en un plano), pero que no es evangélica… El Derecho Canónico ha servido para enfriar el evangelio, para hacerlo digerible en una sociedad de poder… El evangelio como tal lo pueden (=deben) aplicar sólo para algunos cristianos especiales (como Francisco de Asís: Evangelio sin Glosa). En la iglesia institucional, empezando por el Vaticano, desde el siglo XI-XIII, la glosa se ha impuesto sobre la letra del evangelio.

    De esa forma se ha creado una iglesia a dos velocidades.  (a) La de los que están en el “siglo”, que tienen el evangelio como ideal, pero que no deben cumplirse estrictamente. (b) La de los “religiosos” (especialmente mujeres) a los que se pide que cumplan en evangelio, a los que se pide que cumplan el evangelio.

    Ya sé que ésta es una caricatura, pero es una caricatura que da en el blanco. Por eso, en este momento clave, en pleno siglo XXI, con el Papa Francisco, con un movimiento en salida. la Iglesia tiene que salir del Derecho Canónico en su forma actual. Tendrá que haber un tipo de derecho, pero no éste…  De ello habrá que hablar más en concreto, en otro momento.

            Según eso, la iglesia estructural, la de un tipo de jerarquía y riqueza cultural (la que civilizó a Occidente a lo largo de diez siglos: del V al XV d.C.), la que se extendió después como poder social y espiritual a lo ancho del mundo (del XVI al XX), tuvo que renunciar al evangelio, afirmando de hecho que ella, en cuanto estructura de orden y poder espiritual, estaba eximida de cumplir el evangelio, pues las cosas son como son (a pesar de Jesús).

El evangelio quedó, sin duda, en los libros, para el mundo futuro (el cielo), y en el ideal de algunos santos o grupos de “perfectos individuales en la línea de Jesús”; pero la iglesia en su conjunto se convirtió en un “espacio de buen orden”, con poder sobre lo sagrado (pero sin necesidad de cumplir el evangelio en su estructura).

    De eso tratan las reflexiones que siguen, divididas en dos partes. (a) Principio general; los tres plano de la vida humana, partiendo de la visión de Jesús en las antítesis. (b) Comentario concreto de las dos últimas antítesis (Mt 5, 38‒48).  Para el lector atento bastará la primera parte. Quede la segunda para los que tengan más tiempo, en la línea de mi Comentario de Marcos.

 1.PRINCIPIO GENERAL. LOS TRES PLANOS DE LA VIDA HUMANA

  1. Los tres niveles de la vida

Importancia_del_Derecho_Romano_en_la_ActualidadSegún el evangelio, que recoge y culmina todo un despliegue milenario del Antiguo Testamento (con la visión más nítida que nunca se haya dado de la historia), podemos dividir el “mundo de la vida” en tres niveles:

‒ Nivel de violencia, el poder del más fuerte: Caín, los violadores de Gen 6, 1-6, Nimrod  y los grandes guerreros etc. Éste es el plano de violencia la incontroladaque nace del deseo posesivo de tenerlo todo y dominarlo todo (en la línea de Cain). Ciertamente, en la vida prehumana había un tipo de equilibrio natural violento pero en el fondo “ajustado” al bien del conjunto de la realidad cósmica y de la vida vegetal y animal. Pero, en un momento determinado, los hombres hemos roto el equilibrio programado que nos mantenía unidos al entorno (al conjunto de los seres) y nos hemos vueltos violentos universales, potencialmente capaces de crear una cultura de justicia, pero también de matarnos todos contra todos.

‒ Nivel de la ley, regulada por el talión (ojo por ojo…) y por las instancias de poder social). Para evitar que la violencia incontrolada triunfe, los hombres han debido encontrar (trazar) un equilibrio propio, de tipo cultural (es decir, no programado por la naturaleza), un tipo de “armonía” judicial (de violencia legítima) que impera sobre todos, a fin de que los hombres no se acaben destruyendo unos a otros. Éste es el orden que responde quizá en principio a la violencia impuesta por los vencedores, aunque en algunos casos podría aparecer como expresión de la voluntad de un conjunto social que impone su ley por medios “democráticos”; en ese segundo nivel se sitúa el admirable Derecho Romano (que puede ser canónico en la Iglesia, pero que no responde a los evangelios canónicos).

‒ Del nivel del Derecho al camino del perdón la gratuidad creadora, según el Evangelio.  El derecho del buen talión aparece codificado en el Código de Hammurabi en Mesopotamia (desde el IV al II milenio a.C.) y en el Derecho Judío del AT, pero ha culminado en el Derecho Romano (y en otros derechos semejantes desde China y la India hasta el África Tropical o América precolombina. En un plano, ese derecho ha mantenido y mantiene la vida humana sobre el mundo y sigue siendo necesario. Pero el evangelio (y algunas grandes religiones como el budismo) han querido superar ese nivel, pasando al perdón y gratuidad, por encima del sistema legal.    Ése es el plano de la gracia, entendida como expresión de perdón (aceptar el mndo que hay) y de creatividad que se sitúa (y nos sitúa) por encima de ley, en un plano de amor supra-moral (supra-judicial), que nos permite amarnos gratuitamente unos a otros.

Principio evangélico. Del talión legal al perdón y la gratuidad creadora

 Estos tres niveles pueden entenderse de manera progresiva, como expresión de un movimiento que habría empezado por la violencia incontrolada, tendiendo hacia controles siempre insuficientes y violentos de esa misma violencia, por medio de un talión impositivo (un tipo de lucha camuflada), para abrirse en el futuro hacia la plena gratuidad de un evangelio del perdón por encima de la ley.

 1. Por una parte necesitamos la ley (es decir, el Talión), para superar así la amenaza de violencia incontrolada continúa manteniéndose en el fondo de nuestra vida. Seguimos llevando dentro de nosotros un deseo infinito e insaciable de tenerlo, juzgarlo y disponerlo todo, como se cuenta en la “historia” de Adán-Eva. Por eso apelamos a un tipo de Derecho. Eso es lo que ha hecho (ha tenido que hacer) en un momento la Iglesia, identificando en el fondo con el Derecho Romano con el evangelio. Esa ha sido la gran aportación y riesgo del “constantinismo” (312: Milán) y del “teodosismo” (380: Cristianismo ley de Estado). El cristianismo se convirtió en “poder” y vino en apoyo de la “ley romana”, que es en el fondo un talión perfeccionado.

 2. Pero, si queremos ser cristianos en sentido radical necesitamos superar le ley del talión…, volver al evangelio. Ciertamente,a la Iglesia en su conjunto le atrae la llamada de la gracia, el perdón, el don generoso hacia los otros, en la línea de Jesús, el Cristo (en esa línea, la Iglesia en su fondo, aún como estructura quiere ser cristiana). Por eso, ella sigue diciendo que su “principio de vida es el evangelio”. Pero de hecho, ella, la Gran Iglesia (de oriente y occidente) se ha convertido en oficinas de expansión y expresión del derecho romano, esto es, de un talión “judicial” (canonizado, suavizado). La iglesia se aprovechó así del Estado (asumiendo su ley); pero el Estado por su parte se aprovechó de la Iglesia, pues en aquel momento (en el tiempo de Constantino y Teodosio), el Estado necesitaba de la Iglesia para consolidarse… Y en ese sentido la Iglesia ha sido más “constantiniana y teodosiana” (de Derecho Romano) que evangélica, es decir, cristiana.

3. Esa judicialización de la (talionización) de la Iglesia no ha sido ni buena ni mala…simplemente “ha sido” y ha hecho un servicio a la cultura y vida social. De ese pacto “romano” (judicial) de la Iglesia ha nacido el Occidente. De ese pacto o “talinización” surgió  la “Gran Iglesia” tal como se expresó en los concilio de Nicea (325, tras Constantino) y en Constantinopla I (381, tras Teodosio), una Iglesia que ha mantenido en su código de barras el evangelio, pero que, en principio, como Institución no lo ha podido cumplir, distinguiendo así dos planos:

(a) El plano de los mandatos o leyes, regulado por el talión. Ese es el plano de la Iglesia en su conjunto; es lo que hace falta para salvarse, apelando a los mandamientos del Antiguo Testamento, como si no hubieran sido recreados por Jesús.

(b) Está por encima el plano de los consejos…, que es todo el sermón de la montaña, que no se aplica a la Iglesia en su conjunto, sino sólo para algunos “virtuosos” de la religión (anacoretas y montes, mendicantes y frailes de pobreza de verdad, monjas encerradas para cumplir el evangelio, pero no para extenderlo por el mundo).

 sermon_jesus4. En ese sentido se puede hablar de dos “principios” o, incluso, de dos leyesque son como las dos manos de la Iglesia, convertida en “poder social” por el pacto de Constantino‒Teodosio, y después por el de Justiniano en Oriente y por el de Carlomagno y las iglesias de poder de occidente

(a) Un principio de la Iglesia es el de la ley‒ley,  regulada por el talión,  propia de la institución como tal (de la Gran Iglesia), que se establecería en el nivel de base (infraestructura económico-social, política). La iglesia como institución se apoya en esa ley, que es la de Constantino y Teodosio y, más aún, la de Justiniano y sus juristas, que crean (recopilan) el Derecho Romano y lo instituyen como ley Eclesial.

(b) Por encima estaría la supra‒ley de gracia, donde ya no hay “talión”, sino perdón creador, en la línea del Sermón de la Montaña. Ésta es la ley del Código de Barras de la Iglesia…, una Supra‒Ley que ella predica como ideal, pero que no cumple, no puede cumplir, porque en el plano de su infra‒estructura institucional tiene que regirse por la ley del talión.

 5. La Gran Iglesia actual cree en el evangelio, no faltaba más, pero está atada a la ley del Derecho Romano. Este tipo de Iglesia cree en el Evangelio, pero no puede cumplirlo pues para ello necesitaría superar su pacto con el “poder”, dejar de ser poder social y convertirse en fermento de evangelio. Voy a poner sólo tres ejemplos:

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  1. El Vaticano cree en el evangelio…, pero como “Estado Religioso” no puede cumplirlo, tiene que regirse por las mejores tradiciones del Derecho Político Romano, que no es malo, pero que tiene el “defecto” de no ser evangélico. La gran iglesia como institución (no muchos obispos del Vaticano, empezando por Francisco) pueden hablar y hablan bien del evangelio en sentido personal (privado) lo cumplen, pero como institución no pueden cumplirlo. Admiro al Vaticano, formo parte de la Iglesia de Constantino y Teodosio, de Justiniano y de Carlomagno, de Carlos V y Felipe II…, pero a fin de triunfar como ha triunfado (y de fracasar como está fracasando) ha tenido que renunciar al evangelio
  2. Un ejemplo banal lo ofrece por ejemplo, en España, la emisora de la Iglesia (que se llama COPE). Ciertamente habla (y habla bien) de ciertos temas de iglesia, de monjas ejemplares, de misioneros… Pero en su ideología y en su forma de concebir la política, de entender la economía, de plantear el tema de los emigrantes y los pobres, la emisora de la Iglesia apela sólo al Derecho Romano (es decir, al talión, y a un talión poco suavizado), dejando el evangelio como “código de barras” del Escudo que está a la puerta, pero que no se puede cumplir. Admiro a la Cope por su profesionalidad y me parece que está bien en el juego de fuerzas y tendencias político‒económicas, pero como Emisora de Iglesia está haciendo mucho mal al evangelio.
  3. Otro ejemplo pequeño lo forman en España las propiedades económicas de la Iglesia… Me parece evidente que en el plano social y político (de Derecho Romano y Canónico y de su estructura como Sociedad Perfecta) ella tiene todo poder de defender sus propiedades y sus “pactos” con el poder (alguien diría sus privilegios). En ese plano le doy la razón a la Iglesia… Pero, al situarse en ese plano, ella renuncia a la inspiración mesiánica del evangelio, no se ajusta a los principios del Sermón de la Montaña, tal como lo muestran los textos que comentario del evangelio de hoy: 23, 2. 2020.
  1. Pienso que ha llegado el momento de volver a las raíces de Jesús… El tiempo del constantinismo del talión (del buen talión, no del malo) ha podido rendir un servicio a la sociedad y a un tipo de Iglesia… Pienso que el pacto del cristianismo con el pensamiento ontológico griego ha rendido sus servicios (a la sociedad y a un tipo de Iglesia)…, pero ese tiempo ha pasado (a pesar de lo que pensaba y decía el Papa Benedicto, el último de los papas constantinianos y ontológicos que conozco). Es tiempo de volver a Jesús. Estos son algunos de los principios de su propuesta, tal como presentaremos comentando el evangelio de este domingo (Mt 5, 38‒48) que comentaré después:

6. Jesús fue un ejemplo de resistencia no-violenta al Gran Violento, a quien aquí se llama Ponerós, el Mal personalizado, representado (como en Mt 6, 13 por el Diablo), que de algún modo puede identificarse con los poderes del Imperio Romano, en la línea de Ap 13. De la vida y doctrina de Jesús provienen las expresiones que se encuentran al fondo de Mt 5, 38-48 (y de Lc 6, 27-35): Poner la otra mejilla, no resistir a la violencia, no vengarse etc. Del mismo Jesús proviene el tema y la propuesta básica de esta antítesis (no oponerse al Malo),  que constituye la “marca” o distintivo de su movimiento. Leer más…

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“De la venganza al amor”. Domingo 7 Tiempo Ordinario. Ciclo A.

Domingo, 23 de febrero de 2020
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que-es-perdonar-L-CpfDiRDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado vimos dos recursos de Jesús para combatir el legalismo de los escribas: llevar la ley a sus últimas consecuencias (asesinato, adulterio) y anular la ley en vigor (divorcio, juramento). El evangelio de este domingo termina de tratar el tema añadiendo un nuevo recurso: cambiar la norma por otra nueva. Lo hace hablando de la venganza y de la relación con el prójimo.

Generosidad frente a venganza

Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente.” Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

El quinto caso toma como punto de partida la Ley del Talión («ojo por ojo, diente por diente»). Esta ley no es tan cruel como a veces se piensa. Intenta poner freno a la crueldad de Lamec, que anuncia: «Por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz» (Génesis 4,23). Frente a la idea de la venganza incontrolada (muerte por cicatriz) la ley del Talión pretende que la venganza no vaya más allá de la ofensa (ojo por ojo). De todos modos, sigue dominando la idea de que es lícito vengarse.

En Las Coéforas de Esquilo se advierte el valor universal de esta idea. Después del asesinato de su padre, Electra pregunta al Coro qué debe pedir, y éste le responde:

− Que un dios o un mortal venga sobre ellos…
− ¿Cómo juez o como vengador?
− Di simplemente, “alguien que devuelva muerte por muerte”.
− Pero, ¿crees tú que los dioses encontrarán santo y justo mi ruego?
− ¿Acaso no es santo y justo devolver a un enemigo mal por mal?

Jesús no acepta esta actitud en sus discípulos. No sólo no deben enfrentarse al que lo ofende, sino que deben adoptar siempre una postura de entrega y generosidad. Para expresarlo, recu­rre a cinco casos concretos. ¿Cómo debes comportarte con quien te abofetea, te pone pleito para quitarte la túnica, te fuerza a caminar una milla (quizá se refiera a los soldados romanos, que podían obligar a los judíos a llevarles su impedimenta esa distancia), te pide, o te pide prestado? Basta hacerse cada una de estas preguntas, pensando cómo responderíamos nosotros, para advertir la enorme diferencia con las respuestas de Jesús.

De todos modos, lo que dice no debemos interpretarlo al pie de letra, porque terminaría amargándonos la existencia. El mismo Jesús, cuando lo abofetearon, no puso la otra mejilla; preguntó por qué lo hacían. Lo importante es analizar nuestra actitud global ante el prójimo, si nos movemos en un espíritu de venganza, de rencor, de regatear al máximo nuestra ayuda, o si actuamos con generosidad y entrega.

Amor al enemigo

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

El último caso parte de una ley escrita («amarás a tu prójimo»: Levítico 19,18) y de una norma no escrita, pero muy practicada («odiarás a tu enemigo»).

Es ciertos que el libro del Éxodo contiene dos leyes que hablan de portarse bien con el enemigo: «Cuando encuentres extraviados el toro o el asno de tu enemigo, se los llevarás a su dueño. Cuando veas al asno de tu adversario caído bajo la carga, no pases de largo; préstale ayuda» (Ex 23,4-5). Pero es curioso cómo se cambia esta ley en una etapa posterior: «Si ves extraviados al buey o a la oveja de tu hermano, no te desentiendas: se los devolverás a tu hermano. Si ves el asno o el buey de tu hermano caídos en el camino, no te desentiendas, ayúdalos a levantarse» (Dt 22,1.4). La obligación no es ahora con el enemigo y el adversario, sino con el hermano (en sentido amplio). Alguno dirá que, para el Deuteronomio no hay enemigos, todos son hermanos. Pero es una interpretación demasiado benévola.

El evangelio es muy realista: los seguidores de Jesús tienen enemigos. Sus palabras hacen pensar en las persecuciones que sufrían las primeras comunidades cristianas, odiadas y calumniadas por haberse separado del pueblo de Israel; y en la que sufren tantas comunidades actuales en África y Asia. Frente a la rabia y el odio que se puede experimentar en esas ocasiones, Jesús exhorta a no guardar rencor; más aún, a perdonar y rezar por los perseguidores.

Lo que pide es tan duro que debe justificarlo. Lo hace contraponiendo dos ejemplos: el de Dios Padre, el ser más querido para un israelita, y el de los recaudadores de impuestos y paganos, dos de los grupos más odiados. ¿A quién de ellos deseamos parecernos? ¿Al Padre que concede sus bienes (el sol y la lluvia) a todos los seres humanos, prescindiendo de que sean buenos o malos, de que se porten bien o mal con él? ¿O preferimos parecernos a quienes sólo aman a los que los aman?

No se trata de elegir lo que uno prefiera. El cristiano está obligado a «ser bueno del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo».

Primera lectura (Levítico 19, 1-2.17-18)

El Señor habló a Moisés:

Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor. “

La idea de imitar al Dios bueno y santo portándonos bien con el prójimo es el tema de la primera lectura. La formulación es muy interesante, alternando prohibiciones y mandatos. Prohíbe odiar, manda reprender, prohíbe vengarse, manda amar. De ese modo, prohibiciones y mandatos se complementan y comentan. No odiar de corazón significa, en la práctica, no vengarse ni guardar rencor. Reprender es una forma de amar; de hecho, lo más cómodo y fácil ante los fallos ajenos es callarse y criticarlos por la espalda; para reprender cristianamente hace falta mucho amor y mucha humildad.

El Salmo 102

            El tema de la bondad de Dios es fundamental en este Salmo, del que la liturgia recoge algunos versos. El Dios que nos perdona, compasivo y misericordioso, es el mejor ejemplo y estímulo para amar y perdonar al prójimo.

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.

Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles.

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Domingo VII del Tiempo Ordinario. 23 febrero, 2020

Domingo, 23 de febrero de 2020
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Amad a vuestro enemigos,

haced el bien a los que os aborrecen

y rezad por los que os persiguen y calumnia”.

(Mt 5, 38-48)

¡Casi nada! Si hasta nos cuesta ceder el asiento en el autobús o dejar pasar a alguien con prisa en la cola del mercado. Y es que, además de que nos cuesta esto de hacer el bien tan gratuitamente, además de eso, no está bien visto. Si vas por la vida devolviendo bien por mal acabas pareciendo un idiota integral.

Dan ganas de decirle a Jesús: “-Mira, con ese programa no se va a apuntar nadie. Mejor será que pongas los pies en el suelo y bajes el nivel”.

Y estoy segura de que a lo largo de la historia más de una persona lo habrá pensado así e incluso habrá tratado de convencer a Jesús. Seguro que sus primeros discípulos algo le dirían. Pero no hizo caso. Y no solo propuso este programa, sino que vivió de acuerdo con él. Se dejó matar por él.

Y a lo largo de la historia otras muchas personas han hecho lo mismo. Hasta aquí la cosa está bien. Porque Jesús era Dios, y todos los demás santos.

Pero no queda ahí la cosa. Hoy, en más de un país, alguien como tú y como yo, un cristiano sencillo cree esas palabras y las está viviendo.

Ahora mismo hay personas cristianas, en países en guerra de mayoría islámica, que atienden en sus hospitales a musulmanes heridos.

Sí, también ahora, en nuestros días hay una lista interminable de mártires cristianos que mueren. Muchas veces torturados, sin renunciar a su fe. Perdonando a sus verdugos, amando.

El amor por los enemigos no es cosa de idiotas, es de personas valientes y generosas. Hay personas (las ha habido siempre) que saben que el odio solo genera odio. Que saben que solo el amor rompe la espiral de violencia. Solo el perdón nos devuelve la dignidad y nos hace crecer como personas.

Cada gesto de odio, de rechazo, de violencia o de rencor, nos deshumaniza. Hace más inhóspito el mundo. Y menos posible la convivencia. Pero de la misma manera. Cada gesto de perdón, de paz, de generosidad o de entrega contribuye de manera eficaz a crecer en humanidad.

Oración

Gracias, Trinidad Santa, por el testimonio valiente de nuestras hermanas cristianas perseguidas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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El otro llega a ti como ola.

Domingo, 23 de febrero de 2020
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amar-a-los-enemigosMt 5,38-48

Sigue Mt en el sermón del monte con la intención de armonizar el AT con la predicación de Jesús. Ante la lectura de este evangelio, uno se queda sin aliento. “No hagáis frente al que os agravia”. “Ama a tu enemigo y reza por él”. “Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto”. Si repaso detenidamente estas exigencias, descubriré lo que me falta por andar. Tal vez Nietzsche tenía razón cuando decía: “Solo hubo un cristiano y ese murió en la cruz.

Sinceramente creo que la verdadera dimensión cristiana está aún por inaugurar. Hemos construido miles de templos; hemos llevado la cruz a todos los rincones del orbe; hemos elaborado sumas teológicas como para parar un tren; hemos creado leyes que regulan todos los ámbitos de nuestra existencia; pero el único principio esencialmente cristiano, el amor al enemigo, está olvidado y sin repercusión alguna en nuestra vida. Somos muy cristianos pero no seguidores de Jesús.

En los evangelios se percibe la lucha por asumir el mensaje de Jesús. Cuando Pedro pregunta a Jesús: ¿cuántas veces tengo que perdonar, hasta siete veces? Jesús le responde: setenta veces siete. Es decir siempre. Pero aún se acepta que hay algo que perdonar. Lo que está insinuando Jesús es que no tienes nada que perdonar. Nadie tiene capacidad de ofenderte si tú no recibes voluntariamente el regalo envenenado que alguien te ofrece.

Está mandado: “ojo por ojo y diente por diente” Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. El ‘ojo por ojo’, fue un intento de superar el instinto de venganza que nos lleva a hacer el máximo daño posible al que me ha hecho algún daño. Tenemos asumido que la meta es la justicia, identificada con el ojo por ojo. Creo que la racionalidad al servicio del ego y el juridicismo occidental, que nos envuelve, nos impiden la comprensión del mensaje cristiano.

Creemos estar muy identificados con la justicia, pero si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos con horror que lo que intentamos todos es hacer de la justicia un instrumento de venganza. Se utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo; eso sí, dentro de la legalidad y amparados por el beneplácito de la sociedad. Considera que los buenos abogados son aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está de parte del contrario.

Las frases tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice Jesús que no debamos hacer frente a la injusticia. Contra la injusticia hay que luchar con todas la fuerzas. Tenemos obligación de defendernos cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo, tenemos la obligación de defender a los demás de toda clase de injusticia. Lo que nos pide el evangelio es que nunca debemos eliminar la injusticia con violencia.

Si utilizamos la violencia para eliminar una injusticia, estamos manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente. No convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero si fuera capaz de demostrarle que con su actitud se esta haciendo un daño irreparable a sí mismo, sin duda cambiaría de actitud.

Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo” Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. La dificultad mayor para comprender este amor está en que confundimos amor con sentimiento. El amor evangélico no es instinto ni sentimiento. Por lo tanto no podemos esperar que sea algo espontáneo. El verdadero amor, sea al enemigo o a un hijo, no es el instinto que nace de mi ser biológico. El amor de que estamos hablando es algo mucho más profundo y humano. Ni siquiera nuestra razón nos puede llevar a ese nivel.

Hay que aclarar que para ellos el prójimo era el que pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El “enemigo” era siempre el extranjero, que atentaba real o potencialmente contra la seguridad el pueblo. Para poder subsistir, no tenían más remedio que defenderse de las agresiones. Jesús da un salto de gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas propuestas es abismal.

¿Por qué tengo que amar al que me está haciendo la puñeta? El camino para la comprensión de esta norma es largo y muy penoso. Tenemos que llegar a él a través de un proceso de maduración, en el que debemos tomar conciencia de que todos somos una sola cosa, y que en realidad, no hay enemigo. No debo hacerlo por hacer al otro un favor sino por alcanzar yo mi plenitud. El amor al enemigo no es más que una manifestación del verdadero Ser, que por ir en contra del instinto de conservación, se ha convertido en la verdadera prueba de fuego del AMOR.

Enemigo es el que tiene una actitud de animadversión, no el que la sufre. El enemigo no tiene por qué obtener una respuesta de la misma categoría que su acción. Alguien puede considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna agresividad hacia él. En ese caso, yo no convierto en enemigo al que me ataca. Si le constituyo en enemigo, he destrozado toda posibilidad de poder amarle. Esa armonía con todos es lo que daba tanta paz y felicidad a los místicos.

Un ejemplo puede aclarar lo que quiero decir. En el mar siempre habrá olas, de mayor o menor tamaño. Al llegar al litoral, la misma ola puede encontrar la roca o puede encontrar arena. ¡Qué diferencia! Contra la roca estalla en mil pedazos. Con la arena se encuentra suavemente. Incluso si la ola es muy potente, en la arena rompe sobre sí misma y pierde su fiereza.

¿Necesitas explicación? Pues voy a dártela. Los que pretenden incordiarte y convertirte en enemigo van a estar siempre ahí. Pero la manera de encontrarte con ellos dependerá siempre de ti. Si eres roca el encuentro se manifestará estruendosamente y ambos quedaréis dañados. Si eres playa toda agresividad quedará neutralizada y no percibirá la más mínima agresión. Un detalle, la roca y la arena, están hechas de la misma materia, solo cambia su aspecto exterior.

Así seréis hijos de vuestro Padre… Aquí encontramos una de las mejores muestras de lo que se entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el que salía al padre, el que era capaz de imitarle en todo. Viendo al hijo, uno podía adivinar quién era su padre. También podemos descubrir la idea de Dios que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual porque su amor no es la respuesta a unas actitudes o unas acciones sino anterior a toda acción humana. El AMOR que nos pide Jesús es el mismo amor que es Dios y está desplegándose en mí en todo instante.

En contra de lo que se nos ha repetido hasta la saciedad, Dios no ama a los buenos, sino que Él es Ágape para todos y a todos nos unifica en Él. De la misma manera, el amor que yo tengo a los demás, no puede estar originado ni condicionado por lo que el otro es o tiene, sino por el amor de Dios que ya está en mí. El amor no es respuesta a las actuaciones o cualidades de un ser; su origen tiene que estar en mí, y solo afecta al otro como objetivo, como meta.

Si somos incapaces de amar a otro porque le considero enemigo, podemos tener la certeza de que todo lo que hemos llamado amor, no tiene nada que ver con el evangelio, y por lo tanto con el amor que nos ha exigido Jesús. El evangelio no es ciencia ni filosofía ni moral ni teología ni religión. El evangelio es Vida. El evangelio no intenta enriquecer la inteligencia sino a todo el ser. Tu felicidad, tu plenitud de humanidad radica en ti y nadie te la puede arrebatar.

Meditación

No pretendas ir a nadie como ola agresiva.
Pero al que venga hacia ti con violencia,
acógele con suavidad y quedará frustrado en su actitud.
No pretendas amar a otro mientras le veas enemigo.
Descubre, más bien, que no tienes ningún enemigo,
porque eso depende exclusivamente de ti.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El sol sale para todos,

Domingo, 23 de febrero de 2020
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El día será lo que hagas de él, por lo tanto, levántate, como el sol, y quema (William C. Hannan)

Mt. 5, 38 48

Vuestro Podre del cielo, que hace salir su sol sobre buenos y malos

El sol sale para todos, para nosotros también, el sol no discrimina, no sabe de pobreza y riqueza, de razas y castas sociales, provee el mismo calor para todos quienes lo reciban, es opción de nosotros el quedarnos bajo las sombras o levantarnos cada amanecer para aprovechar el calor del día a día, pues diariamente tenemos oportunidades para dar lo mejor de nosotros y seguir adelante siempre luchando por lo mejor que podamos lograr en nuestras vidas.

¿Podemos tener mejor tarea en nuestras manos que la de ayudarnos y ayudar a los demás a ser profundamente humanos?

Jesús también la tuvo y la ejerció constantemente, como prueban sus palabras y sus hechos, y como lo repiten todos buenos cristianos, continuando sus ejemplos.

Lo decía también William C. Hannan: “El día será lo que hagas de él, por lo tanto, levántate, como el sol, y quema”.

Levantarnos cada amanecer del día, ver nacer el sol cuando amanece por Oriente y sentarnos tranquilamente para contemplarlo, dejándonos abrasar por él, y luego repartir nuestro abrasar entre cuanto se nos acercan, es cumplir el mandato evangélico de ser luz, para el mundo, y jamás ocultar ese sol que nuestro Padre del sol tan generosamente nos ha dado.

De este modo cumpliremos el levítico mandato, y también evangélico, de amar al prójimo como a nosotros mismos, contemplando el dicho de Mateo en el evangelio de este domingo de: el sol sale sobre buenos y malos.

Agustín Recio Borreguero los canta de esta manera:

EL SOL SALE PARA TODOS

“El sol sale para todos, 

para nosotros también“,

el sol no discrimina,

no sabe de pobreza y riqueza,

de razas y castas sociales.

El sol provee el mismo calor

para todos quienes lo reciban.

Es opción de nosotros

el quedarnos bajo las sombras

o levantarnos cada amanecer

para aprovechar el calor del día a día.

Cada día es una oportunidad

 para dar lo mejor de nosotros

y seguir adelante siempre luchando

por lo mejor que podamos lograr en nuestras vidas.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Locuras y arrebatos.

Domingo, 23 de febrero de 2020
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15ordinarioc7Imagina que te has mudado de casa, es tu primer fin de semana en ella y el sábado, muy temprano, te despierta el jaleo de los vecinos de arriba. Te pones de mal humor, no consigues dormir, el ruido sigue y encima te asomas a la ventana y la ropa que han tendido está mojando la tuya. Subes a protestar indignada pero te abre una chica vestida de novia que te pide disculpas: se casa esa misma mañana, sus amigas le están ayudando a vestirse y hay agitación: sonríe y te asegura que te pagará con creces la tintorería. Al verla tan emocionada y radiante, se te derriten las quejas, se te contagia su alegría y termináis brindando juntas.

Este sería un contexto posible para entender algo de las imágenes del evangelio de hoy: intentan decir algo de la desmesura, la esplendidez y la ruptura de límites de quien se siente bajo el impacto de una novedad asombrosa y poseído por la exaltación y el júbilo. Y ese acontecimiento excesivo consigue que lo que antes parecía intolerable, ahora resulta insignificante y desaparece bajo esa alegría torrencial.

En el fondo es la consecuencia de ese estado de éxtasis y arrebato que produce el enamoramiento: quien está viviendo esa experiencia de enajenamiento, se siente empujado más allá del umbral de la lógica y no se detiene ante lo que parece imposible: saltar tapias, andar sobre telas de araña, escuchar en plena noche el canto de los pájaros. Son imágenes que emplea el Romeo de Shakespeare para describir la exaltación de su amor y solo el Evangelio supera su audacia: sonreír después de recibir un bofetón, hacer un regalo al que acaba de despedirte, ofrecer también el reloj al que acaba de robarte la cartera.

Encontrar el Reino, según Jesús, desencadena toda clase de locuras e incongruencias: perdedores que ganan, granitos de mostaza convertidos en árboles, céntimos entregados que valen una fortuna, últimos que resultan primeros, caminantes descalzos que pisan escorpiones. Esa desmesura parece corresponder a las costumbres de Dios según cuenta la Biblia: el éxodo no fue un vadear arremangados el Mar de los Juncos buscando la orillita, sino un paseo triunfal sobre lo seco entre murallas de agua; llovió tanto maná que, como dicen los gallegos, “no daban acabado”; las codornices cayeron en modo diluvio; las murallas de Jericó se vinieron abajo solo con tocar las trompetas; la abundancia de peces casi hundió la barca en el lago, no sabían qué hacer con las sobras del banquete en el desierto y la abundancia de vino en Caná hubiera bastado para emborrachar a los paisanos de media Galilea.

Si en vez de en Israel Jesús hubiera nacido en Escandinavia o en Pomerania Occidental, su discurso hubiera sido probablemente más contenido y circunspecto y no hubiera usado imágenes tan disparatadas como las que de vez en cuando se le ocurrían. Pero era un judío de imaginación calenturienta y ahora nosotros pagamos las consecuencias.

Pero muy contentos, la verdad.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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El amor es universal

Domingo, 23 de febrero de 2020
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AcogidaDomingo VII del Tiempo Ordinario 

23 febrero 2020

Mt 5, 38-48

Una elemental ley psicológica nos recuerda que el amor humano es reactivo –aprendemos a amar en la medida en que nos hemos sentido amados– y que incluye, como condición, haber crecido en amor a sí mismo.

          Ahora bien, a veces ocurre que, aun nombrándolo como amor a uno mismo, lo que en realidad vivimos es un pseudo-amor narcisista que empieza y acaba en la propia persona.

          Como criterios distintivos del amor genuino señalaría dos rasgos que lo caracterizan: la humildad y la universalidad. El amor es siempre humilde, es decir, incondicional. A diferencia del pseudo-amor que se enamora de la “imagen” que queremos dar –ante los demás y ante nosotros mismos–, el amor auténtico abraza toda nuestra verdad con sus luces y sus sombras, aciertos y errores, éxitos y fracasos… Y es también universal: cuando una persona conecta con el amor genuino hacia sí misma notará que, en ese mismo movimiento, ama a todos los seres, incluidos los “enemigos”. Y no por un esfuerzo de voluntad, sino por la naturaleza misma del amor, que no conoce fronteras ni límites.

    La clave radica, por tanto, en conectar conscientemente con el Amor que somos, experimentar su carácter humilde y universal y vivirnos desde ahí. Notaremos entonces que el amor a los enemigos no es fruto de nuestra voluntad o de nuestra obediencia a una norma, sino que brota del amor mismo.

          Una vez más, todo se ventila en la comprensión experiencial de lo que somos, gracias a la cual es posible superar la trampa por la que nos reducimos al yo y vemos todo y a todos desde su limitada e interesada perspectiva.

          Cuando, por el contrario, en lugar de vivirme desde el yo, silencio la mente y me abro a conectar con el Amor que somos, todo se irá dando –irá fluyendo– desde su fuente.

Al amarme a mí mismo/a, ¿experimento que el amor es humilde y universal?

 

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Si quieres placer, véngate. SI quieres ser feliz, perdona.

Domingo, 23 de febrero de 2020
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imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Nuestros viejos recuerdos y bajos fondos.

El evangelio de hoy es la conclusión del “sermón de la montaña”, (las bienaventuranzas)

A lo largo de la vida se nos presenta con alguna frecuencia el grave problema de cómo encajar, asumir, integrar o quizás apagar esa lava, que nos sigue quemando, si es que no estamos quemados ya por la amargura de viejos “vertederos” y asuntos que han ido quedando sin resolver en los sótanos o en el recuerdo de nuestra vida.

         El pasado, todo lo que nos pasó, lo que se nos dijo y dijimos, lo que se nos hizo e hicimos, nos ronda siempre la cabeza, impregna nuestro corazón y nos deja paralizados, bloqueados en la vida.

Los paralíticos del evangelio son este tipo de hombres y mujeres a quienes su pasado familiar, afectivo, religioso, moral, eclesiástico, político, nos ha cerrado en un bunker del que no podemos salir. Estamos bloqueados por el odio.

No es fácil perdonar y amar; y no se consigue a fuerza de voluntad (voluntarismo).

  1. Calma y serenidad

Con calma y serenidad podemos descender a los bajos fondos de nuestra existencia. ¿Qué otra cosa hizo Jesús cuando en el río Jordán y, sobre todo cuando murió, sino descender redentoramente a los infiernos de la humanidad?:

Alivia e integra descansar en lo que “Yo os digo”.

Y este “Yo os digo” nos exhorta al perdón, a la reconciliación, a amar incluso a los enemigos.

Pero todos somos conscientes por experiencia de que no es sencillo perdonar, y lograr la reconciliación. Seguramente que en nuestra vida familiar hay problemas de este tipo; miremos igualmente a la situación socio-política, a la situación eclesiástica.

Y es especialmente difícil perdonar a las personas que, teóricamente, habrían de ser queridas. Cuanto más íntima es la relación que se rompe, mayor es la ofensa y la herida. Nadie puede herirnos más profundamente que las personas amadas, y a nadie podemos herir más hondamente que a las personas cercanas, porque con ellas hemos tejido los lazos afectuosos más profundos y con nuestras familias y amigos hemos compartido nuestra vida.

  1. El perdón es un proceso psicológico-espiritual complejo.
  • ü El perdón requiere tiempo, aunque el mero paso del tiempo no resuelve nada. En el perdón entran en juego todas las facultades psíquicas, afectivas y espirituales, que tratan de ver y aliviar la realidad sufriente en la que se está viviendo.
  • ü El perdón, probablemente, es un tejido, un entramado de integración de pulsiones psicológicas que tienden a la explosión, a la marginación de algunas personas
  • ü Una situación de rencor, de odio no es que sea solamente mala moralmente, sino que hace daño a todos, daño social, daño psico-físico. El odio no es solamente algo religiosamente malo, sino que crea situaciones y personas psíquicamente enfermas.

Perdonar hace bien, sana. El perdón es un proceso que comporta un cambio de actitud afectiva y racional. Lo que pasó, no tiene vuelta atrás. Lo que pasó, pasó. Tal vez tenga alguna reparación, pero lo que pasó, queda incrustado en nuestra existencia.

Ahora ya, se trata de sanar, -sanear- viejas emociones con actitudes serenidad, de empatía, si es posible de compasión y benevolencia.

El que perdona, los que se perdonan recuerdan lo que pasó, pero lo recuerdan desde otras profundidades. El que perdona no olvida, pero sí que lo recuerda y lo vive de otro modo.

  • ü Se puede recordar desde la venganza; es una postura humana. Lo estamos viendo y viviendo en problemas familiares, socio-políticos, económicos, eclesiásticos, diocesanos etc.

Seguramente que los flecos que quedan de las violencias y agresividades vividas entre nosotros en los últimos cincuenta años, tendrían otro tratamiento desde el perdón

  • ü Se puede tratar un viejo problema desde la huida. “Déjame en paz y a otra cosa”. Lo cual soluciona poco o nada, porque el odio sigue ahí, aunque amordazado.
  • ü Pero también se puede recordar desde el perdón. Si quieres tener placer, véngate; si quieres ser feliz, perdona.
  • ü El perdón no arregla el pasado, pero mejora el futuro.

Revisar significa volver a ver, a “visualizar” la vida de otra manera. Perdonar es volver a ver la vida desde otras perspectivas sanantes, que devuelven la serenidad y el equilibrio.

  1. Jesús cambia los códigos.

Jesús no sigue la ley del talión. Jesús humaniza los códigos de odio y venganza. Desde el cristianismo las relaciones humanas se plantean desde la misericordia.

El único criterio que puede humanizar los conflictos y odios en la convivencia es el del perdón.

El Derecho y la justicia tienen su papel a realizar en la sociedad, pero el odio generado por un asesinato, por la violencia de género, por los conflictos de herencias familiares, el problema de las víctimas, etc. no se arreglará desde el odio y con castigos, policía, cárceles, y rupturas. Todos tenemos experiencia de ello. El perdón es una buena terapia también política.

La ética de Jesús es la del perdón y la misericordia.

Jesús no es que ame el pecado, pero sí al pecador.

  1. Sentimiento y razón.

El odio, la venganza son sentimientos difícilmente controlables. Son pulsiones que brotan de la visceralidad. Somos racionales, pero animales, (Aristóteles).

La pulsionalidad en muchas ocasiones es difícil de dominar. Habremos de echar manos de la racionalidad, de la sensatez, de la inteligencia para poner un poco de razón, orden y paz en nuestros impulsos.

A veces amar y perdonar significa controlar la pulsionalidad rencorosa, no echar más leña al fuego, saber callarse ante problemas u ofensas.

En viejos asuntos contenciosos, ante antiguos problemas y enfrentamientos hemos de poner un poco de racionalidad para dejarlos de lado y pensar que podemos vivir en paz.

Hay unas cuantas dimensiones en la vida que hemos de aprender a ponerlas bajo el dominio de la razón: el alimento, la sexualidad, el poder, el dinero, el odio, etc.

  1. perdón y reconciliación en la sociedad.

En ocasiones el perdón es una cuestión no solamente personal individual, sino que el odio y el perdón pueden afectar a la relación de grupos sociales, étnicos, culturales, nacionales, religiosos, etc.

Son situaciones más complejas y difíciles.

Una sociedad que ignora y descarta el perdón como actitud en la vida, se deshumaniza. Decía Martin L King que: el que es incapaz de perdonar, es incapaz de amar.

Sería triste renunciar a una sociedad, a un pueblo en el que sea imposible el respeto, la convivencia y el amor y el perdón. El perdón es el amor más humano que pueda darse.

En la “ley de la selva” no perdona nadie. Perdonar -al menos intentarlo- supone una gran calidad humana, una gran cota espiritual y humanista.

Los grupos tienden a polarizar las actitudes, las emociones y los sentimientos positivos en favor del propio grupo para lo cual alimentan una visión negativa de los miembros del otro grupo. Se vierten emociones de odio, de rabia y resentimiento hacia el otro grupo.

El perdón ha de rondar los aledaños de los escaños parlamentarios y de las instituciones socio-políticas, de las sedes episcopales y obispados, al menos si queremos llegar a la paz y a la pacificación.

El perdón, a veces, es un acto heroico que dignifica a quien lo ejerce y puede hacer bien y cambiar de mentalidad a quien lo recibe. Sólo el perdón puede desmontar al enemigo.

La venganza grita venganza, desencadenando una espiral diabólica de violencia. Si buenamente podemos hemos de parar ese huracán vengativo mediante el perdón. La calidad moral radica en el perdón, no en la venganza

El perdón y la reconciliación tienen repercusiones personales, familiares, sociales, políticas, también eclesiásticas.

  1. padre, perdónanos

Dios es amor, (1Jn 4,8). Es el único defecto que tiene nuestro Dios, que es amor y ama a todos: justos y pecadores, cristianos y paganos, a los que van a Misa y a los que no cumplen con la Iglesia.

Cuando amamos y perdonamos, hemos conocido a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios, (1Jn 4,8).

Tal vez nos haga bien poner nuestro pasado, nuestro recuerdo, nuestros recorridos en la vida en manos del Señor, sin más. Dejar estar nuestra existencia en manos de Dios y de la vida. Si se me permite, basta con mirar al crucificado y evocar en nuestro interior: Sus heridas nos han curado (1Ped 2,25). Eso sana nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.

         Recordemos esperanzadamente desde la memoria de Cristo.

Padre, perdónales porque no saben lo que hacen

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Recordatorio

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