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Trabajador gay despedido escribe sobre poner la otra mejilla en una iglesia sinodal

Lunes, 20 de febrero de 2023
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B5B594F3-3944-46C6-B096-E63A2AC7BD33Mark Guevarra

La publicación de hoy es del colaborador invitado Mark Guevarra. Mark es un estudiante de doctorado en Graduate Theological Union, en Berkeley, California, con interés en la sinodalidad.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el 7º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Un enemigo se define como alguien que es hostil, siente odio y causa daño a un oponente. La mayoría de nosotros tenemos enemigos hasta cierto punto, personas que nos persiguen con rencor, nos odian y nos causan daño. Entonces, la enseñanza de Jesús hoy de poner la otra mejilla es todavía algo que nos desafía tanto individual como comunitariamente, dado que a lo largo de la historia la iglesia ha enfrentado y continúa enfrentando persecución. Entonces, ¿cómo ponemos la otra mejilla?

Jesús no está diciendo que debemos ser un felpudo que invita a más daño a nosotros mismos, sino que debemos tener compasión por nuestros enemigos y no tomar represalias. La palabra para amor que se usa en esta lectura del evangelio es ágape, la palabra principal para amor en los evangelios, lo que implica que así es como los cristianos debemos amar. Ágape es darnos libremente, motivados por la creencia de que somos amados por completo.

Ágape es la clave para la verdadera felicidad y libertad, y es la compasión y la caridad encarnadas. Esto se demuestra en la Cruz cuando Jesús ora por los que lo han puesto allí: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Muchos de nosotros hemos escuchado esa oración a lo largo de los años y nos hemos preguntado: “¿Cómo puede alguien perdonar como Jesús frente a una angustia, una vergüenza y una traición insoportables?” Y sin embargo, ágape es lo que estamos llamados a hacer.

El 6 de febrero cumplí el quinto aniversario de haber sido despedido como asociado pastoral por ser gay y tener una relación amorosa. Fue una experiencia dolorosa perder mi ministerio y ver rechazada mi vocación y años de formación. Me sentí atacado y traicionado. Inmediatamente después del despido, a menudo me encontré tratando de entender por qué la iglesia institucional nos despidió a mí y a muchos otros. En medio de la noche, debatía ferozmente en mi mente con los funcionarios de la iglesia que me despidieron. Era mentalmente agotador y durante meses perdí incontables horas de sueño. Otras noches, me sentaba a llorar más allá de las palabras simplemente enumeradas por lo que había sucedido. El único respiro que encontraba en mis momentos de lucha o congelamiento era basarme en la fe. Encontré consuelo en la oración: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Poner la otra mejilla significaba dejar ir y encontrar consuelo en mi impotencia. De esta manera, la mano liberadora de Jesús me libera de mi instinto de contraataque, de huir a falsas seguridades o de congelarme en sentimientos negativos.

Poner la otra mejilla también significa ser compasivo con aquellos que me han lastimado. No solo significa aprender sobre la historia, los contextos, los sistemas individuales y comunitarios y el pecado que lo impregna todo, sino también la gracia que obra para transformarlo todo y la gracia que me llama a ser parte de la construcción de la justicia y la paz. El evangelio no termina con la Cruz y la muerte, sino con el perdón y un llamado a continuar la obra liberadora de Jesús de restaurar la justicia.

B8CE4B70-5A32-40E6-AA8E-536E5BBAB33BDespués de leer los resúmenes sinodales de cientos de diócesis y los resúmenes de la Conferencia de Obispos Católicos de EE. UU. y la Conferencia de Obispos Católicos de Canadá, está claro que la iglesia, los sistemas abusivos, las miembros y sus enseñanzas. Entonces, ¿cómo se ve poner la otra mejilla en nuestra iglesia sinodal?

Poner la otra mejilla significa liberarse del ciclo de daño causado a las personas LGBTQ+ por la iglesia institucional, que solo se puede lograr a través del ágape. He encontrado sanación en mi trabajo doctoral que se enfoca en las prácticas de justicia restaurativa entre las personas LGBTQ+ y la iglesia institucional. La Catholic Mobilizing Network (Red de Movilización Católica) ha estado trabajando durante años para transformar el sistema de justicia penal de los EE. UU. para que sea menos punitivo y más reparador. Este enfoque de justicia restaurativa puede enseñar mucho a la iglesia a medida que se vuelve más sinodal. Podemos poner la otra mejilla descubriendo las verdades y aprendiendo a tenerlas en cuenta, reconociéndolas y lamentándolas, comprometiéndonos a poner fin a los ciclos de daño y haciendo reparaciones.

El evangelio de hoy nos enseña que poner la otra mejilla es la clave para la felicidad duradera del individuo, pero también tiene implicaciones importantes para la iglesia en su conjunto.

—Mark Guevarra, 19 de febrero de 2023

Fuente The New Ways Ministry

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“Cordialidad”. 19 de febrero de 2023. 7 Tiempo ordinario (A). Mateo 5, 38-48.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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14_7-TO-A_1655813No es la manifestación sensible de los sentimientos el mejor criterio para verificar el amor cristiano, sino el comportamiento solícito por el bien del otro. Por lo general, un servicio humilde al necesitado encierra, casi siempre, más amor que muchas palabras conmovedoras.

Pero se ha insistido a veces tanto en el esfuerzo de la voluntad que hemos llegado a privar a la caridad de su contenido afectivo. Y, sin embargo, el amor cristiano que nace de lo profundo de la persona inspira también los sentimientos, y se traduce en afecto cordial.

Amar al prójimo exige hacerle bien, pero significa también aceptarlo, respetarlo, valorar lo que hay en él de amable, hacerle sentir nuestra acogida y nuestro amor. La caridad cristiana induce a la persona a adoptar una actitud cordial de simpatía, solicitud y afecto, superando posturas de antipatía, indiferencia o rechazo.

Naturalmente, nuestro modo personal de amar viene condicionado por la sensibilidad, la riqueza afectiva o la capacidad de comunicación de cada uno. Pero el amor cristiano promueve la cordialidad, el afecto sincero y la amistad entre las personas.

Esta cordialidad no es mera cortesía exterior exigida por la buena educación, ni simpatía espontánea que nace al contacto con las personas agradables, sino la actitud sincera y purificada de quien se deja vivificar por el amor cristiano.

Tal vez no subrayamos hoy suficientemente la importancia que tiene el cultivo de esta cordialidad en el seno de la familia, en el ámbito del trabajo y en todas nuestras relaciones. Sin embargo, la cordialidad ayuda a las personas a sentirse mejor, suaviza las tensiones y conflictos, acerca posturas, fortalece la amistad, hace crecer la fraternidad.

La cordialidad ayuda a liberarnos de sentimientos de indiferencia y rechazo, pues se opone directamente a nuestra tendencia a dominar, manipular o hacer sufrir al prójimo. Quienes saben comunicar afecto de manera sana y generosa crean en su entorno un mundo más humano y habitable.

Jesús insiste en desplegar esta cordialidad no solo ante el amigo o la persona agradable, sino incluso ante quien nos rechaza. Recordemos unas palabras suyas que revelan su estilo de ser: «Si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?».

José Antonio Pagola

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“Amad a vuestros enemigos” . Domingo 19 de febrero de 2023. 7º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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15-ordinario7 (C) cerezoLeído en Koinonía:

Lv 19,1-2.17-18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo
Salmo responsorial 102:  El Señor es compasivo y misericordioso
1Cor 3,16-23: Todo les pertenece, ustedes de Cristo, y Cristo de Dios
Mt 5,38-48: Amen a sus enemigos

Todos estamos llamados por Dios a ser santos, a ser perfectos, como el mismo Padre lo es; y el camino para llegar a la plena santidad es el amor: amor a Dios y a los hermanos, amor a los que sufren, amor a sí mismo, a la familia, amor a la naturaleza, al cosmos-caos entero.

Las tres lecturas de hoy podría considerarse que están centradas en el tema de la «santidad por el amor».

La primera lectura, un fragmento del «código de santidad» del libro del Levítico, presenta una imagen de santidad mediada por la responsabilidad con el prójimo; es decir, que el camino para llegar a Dios y lograr la santidad comienza con el respeto hacia la vida y la dignidad del otro. Este criterio es el centro de la Ley y los Profetas, el eje que determina nuestra verdadera relación con Dios, el elemento fundamental de la fe, ya que a través de la apertura a los demás es como ciertamente somos partícipes de la promesa de salvación dada por Dios a su pueblo.

Pablo, en la primera carta a los Corintios, considera al ser humano como templo de Dios y morada del Espíritu. Con ello está diciendo que cada persona es presencia concreta de Dios en la historia humana. Este templo del cual habla Pablo es la comunidad cristiana de Corinto, en donde la Palabra anunciada ha sido escuchada y ha surtido efecto. La intención, entonces, de Pablo es advertir a sus oyentes de los peligros que acechan ese templo y que amenazan con destruirlo; esos peligros se encarnan en aquellos que pretenden anular el mensaje de Cristo crucificado a través de discursos provenientes de la sabiduría humana, que rechazan la vinculación e identificación de Dios con la debilidad humana y la solidaridad de Dios con los marginados de la sociedad. El mensaje de Pablo es supremamente importante, pues comprende que el verdadero templo en donde habita Dios son las personas, es en la vida de la humanidad, en los hombres y mujeres de todo el mundo, sin distinción de raza, cultura o religión; de esta manera Pablo supera la reducción de la presencia viva de Dios a una construcción, a unas paredes o a un “lugar” específico de culto. Son las personas el lugar verdadero donde debemos dar culto a Dios; son las personas el lugar privilegiado en donde toda nuestra fe se debe expresar, especialmente con aquellos hombres y mujeres, que, siendo santuarios vivos de Dios, han sido profanados por la pobreza, la violencia y la injusticia social.

El elemento fundamental del proyecto cristiano es presentado en esta sección del evangelio de Mateo: el amor. Este amor propuesto por Jesús supera el mandamiento antiguo (Lv 19,18) que permite implícitamente el odio al enemigo. Lo supera porque es un amor que no se limita a un grupo reservado de personas, a los de mi grupo, o los de mi etnia, o a mis compatriotas, o a los que me aman, sino que alcanza a los enemigos, a los que parecerían no merecer mi amor, o incluso parecerían merecer mi desamor. Es un amor para todos, un amor universal, expresión propia del amor de Dios que es infinito, que no distingue entre buenos y malos. Ser perfecto, como Dios Padre lo es, significa vivir una experiencia de amor sin límites, es poder construir una sociedad distinta, no fundada en la ley antigua del Talión («ojo por ojo, diente por diente», que ya era una manera primitiva de limitar el mal de la venganza), sino en la justicia, la misericordia, la solidaridad, enmarcados todos estos valores en el Amor.

Como seres simbióticos que somos, que no podemos vivir nuestra vida aisladamente, sino que incluso para llegar a ser necesitamos de la convivencia, la compañía, el diálogo… la dimensión moral nos es de inevitable abordaje. No podemos convivir sin alimentar y suavizar continuamente los límites de nuestras relaciones. No hay sociedad humana sin moral, sin derecho, sin ley, sin normas de convivencia. Por su parte, la dimensión religiosa no podría no incluir esa dimensión esencial.

En el Primer Testamento vemos que la mayor parte de los mandamientos son negativos, marcando lo que no se puede hacer, los límites que no se deben traspasar. Es un primer estadio de la moral.

El Evangelio da un salto hacia adelante. Parecería no estar preocupado tanto por los límites cuanto por el «pozo sin fondo» que hay que llenar, la perfección del amor que hay que alcanzar, lo cual no se consigue simplemente evitando el mal, sino acometiendo el bien. Con el Evangelio en la mano, no estaríamos consiguiendo el bien moral supremo, la santidad, simplemente omitiendo el mal, porque podríamos estar pecando «por omisión del bien». Y, como dice santo Tomás, el mandamiento del amor siempre resulta de algún modo inasequible, pues nunca podemos dar cuenta plena de él, siempre se puede amar con más entrega, con más generosidad y más radicalidad. Es típica del Evangelio la propuesta del amor a los enemigos, el amor humanamente más inasequible y racionalmente más difícilmente justificable.

No obstante, la propuesta de esta liturgia de la palabra de una santidad a la que se accedería por el amor, casi como en un acceso privilegiado o casi único, habríamos de adicionarle alguna matización. A la santidad cristiana no se accede sólo por el amor práctico, por la práctica moral o ética. Es cierto que en la historia de las religiones el cristianismo se ha hecho famoso como la religión que más ha organizado la práctica del amor, y por el hecho de que su presencia va acompañada siempre con las «obras de caridad» (hospitales, escuelas, centros de promoción humana, leprosarios, atención a los pobres, a los excluidos…) que le son características. ¿Pero bastará el amor?

¿Y la dimensión espiritual? ¿La espiritualidad, la contemplación, la mística… dónde quedan?

Obviamente, no estamos ante una alternativa amor-caridad/espiritualidad-mística, y los grandes santos de la caridad han sido también grandes místicos. No se trata de una alternativa (o una cosa o la otra), sino de una conjunción necesaria: las dos cosas. Porque las dos se interpenetran perfectamente. De hecho, el santo también es un «contemplativus in caritate», vive la contemplación en el ejercicio de la caridad. La Espiritualidad de la liberación acuñó la famosa fórmula: «contemplativus in liberatione»… como un perfecto ensamblaje entre acción y contemplación, práctica moral y mística.

En realidad, cuando se vive la mística, la moral brota espontáneamente. Sin duda, el cristianiso está desafiado a cambiar su modo de acceder a lo moral, que no ha de ser ya tanto un acceso directo, «moralizante», insistiendo en los preceptos y sus amenazas o castigos, cuanto en un acceso indirecto, por la vía de la mística, de la experiencia mística, que no deja de ser la experiencia misma del amor.

El Concilio Vaticano II, cuyo 50 aniversario se aproxima, abrió un panorama hasta entonces inusitado, el de la «universal llamada a la santidad», una santidad que anteriormente muchos cristianos consideraban reservada a los considerados entonces «profesionales» de la santidad (los monjes, los religiosos, el clero…pero no el común de los fieles. Leer más…

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Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos (Dom 19.2.23)

Domingo, 19 de febrero de 2023
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4F44E59E-A8EA-4684-8968-B150C6389E65Del blog de Xabier Pikaza:

Éste evangelio (Mt 5, 38-48) es el  la carta magna de la iglesia. Empecemos leyendo  Quizá el simple texto sea suficiente.

Sigan  pensando conmigo aquellos que tengan más preguntas:  ¿Perdona Dios a sus enemigos? ¿Tendrá que cerrar por eso el  infierno? ¿Seguirá siendo nuestro Dios si sólo le necesitamos para librarnos de la condena?

Y en otro plano, para cumplir este evangelio: ¿Deberán los soldados licenciarse, los jueces cerrar los juzgados,los ricos compartir sus riquezas  y todos perdonarnos, abriendo un espacio de amor para amigos y enemigos? ¡Parece imposible! Y, sin embargo,  eso es la iglesia. Todo lo demás es secundario Me dirás que es imposible. Te responderé con Mateo y Tertuliano: Es imposible, pero con la ayuda de Dios hay que hacerlo.

Aquí nos trae Jesús, aquí nos deja, con este evangelio:  Quien ama al  enemigo, ése es de Dios como Jesús. Quien no ama no es  iglesia por muy de iglesia que se crea.

 Carta magna de la Iglesia  

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente.” Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.”

No hay quizá palabras más hirientes ni más duras (no resistáis al mal, amad a vuestros enemigos), de manera que en general las invertimos: ¡resistid al mal, oponeos a vuestros enemigos! Así pedimos a Dios cada día, haciendo la señal de la Santa Cruz: de nuestros enemigos líbranos Señor!

  En   esa línea, Joachim Jeremías, en su Sermón de la Montaña (Palabras de Jesús,  Madrid 1968), decía que estas palabras no pueden cumplirse, pero que  están bien colocadas , para recordar que somos pecadores (y pedir perdón aDios)…, a no ser que las entendamos como “ética del ínterin” (A. Schweitzer), para decirlas solo en el trance final, cuando todo acaba, y no hay ya más tareas que cumplir en este mundo.

F. Nietzsche decía también que estas palabras no pueden cumplirse, que sólo las cumplió un Jesús, pero que le crucificaron por ello. La Iglesia posterior (sigue diciendo Nietzsche) no sólo no ha cumplido esas palabras, sino que las subvertido, haciendo lo contrario a lo que ellas dicen, proclamando de hecho el odio (o, quizá dicho, el resentimiento), contra los enemigos, por no atreverse a luchar abiertamente contra ellos.

E8EFD9BC-F605-4BA6-B287-96C9F85A7677Éste es un tema que se ha discutido en la iglesia desde dos perspectivas. (a) En la línea de, un clásico del judaísmo moderno(J. Klausner,  Jesús de Nazaret,Barcelona 1974)  afirmaba que unos mandamientos como éstos (no juzgar, amar al enemigo) son antinaturales, están bien como utopía, pero no pueden cumplirse en la vida pública, pues la  justicia social exige que nos opongamos a los malos/males incluso con violencia, conforme a los principios de la guerra justa).

(b) En una lìnea distinta, otros  defienden el valor de estas palabras, pero preguntando:¿Pueden compaginarse con la historia de violencia de una Iglesia que ha empleado su  poder militar y judicial (con inquisiciones ad hoc) no sólo para “resistir al mal” (en contra de Jesús), sino para imponer la pretendida verdad del evangelio con violencia sobre el mundo?  Dejo esas preguntas en el fondo para comentar directamente el texto  en la línea de mi (Comentario de Mateo, VD, Estella 2017).

6E37D53B-01B9-424A-A796-F4292AE438DBSobre la ley antigua (ojo por ojo y diente por diente, 5, 38) se eleva una nueva revelación (profundización e inversión de esa ley), que se expresa en un principio general (no resistáis al mal/malo: 5, 39a), con tres aplicaciones socio-políticas (5, 39b-41: poner la otra mejilla, añadir la capa al que exige la túnica, acompañar dos millas en vez de una) y otra económica (5, 42: dale al que pide y presta al necesitado).

La ley regula el orden social, utilizando la violencia “legítima”.Más que ordinatio rationis (ordenamiento de razón) es ordinatio potentiae, regulación del poder. Ciertamente, consigue un orden, pero lo hace por la fuerza. Así actúa con poder, por un talión (ojo por ojo) que impone su control, pero teniendo que oponerse al mal de un modo violento, impidiendo que pueda propagarse de manera incontrolada.

La Ley no cree en la bondad, ni en que el hombre pueda superar la violencia a través de una gracia superior, sino que utiliza para ello otro tipo de violencia, para castigar de esa manera a los trasgresores. En contra de eso, la nueva revelación apodíctica de Jesús, cuando dice no os opongáis al mal (malo, ponêrô), supera ese principio de violencia desde un plano superior de gracia.

La primera obligación de la Ley era oponerse al malo (injusto), a fin de que los justos pudieran vivir tranquilos, elevando así una especie de cerca o valla en contra de los transgresores, para que los legales vivieran protegidos dentro de ella. Pues bien, Jesús ha querido derribar esa valla, abriendo un espacio de vida más allá de las leyes político-judiciales violentas, renunciando así al talión, es decir, al principio de resistencia violenta frente al ante el malo, sin la cual no puede darse justicia legal sobre la tierra.

En esa línea, superar unilateralmente la violencia significaría dejar que la sociedad humana se destruya, pues sin talión no hay justicia legal el mundo. Pero la iglesia o comunidad de Jesús se sitúa por encima de la ley (talión), creando un vacío social que sólo puede superarse por testimonio y camino de gracia. En ese nivel superior se sitúa la iglesia.

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‒ El talión es unívoco y claro, como  la ley: sabe distinguir entre inocentes y culpables; tiene lógica y la emplea, en equilibrio de juicio moralista. Puede admitir un tipo de utopía, pero mientras tanto defiende lo que existe. No quiere cambiar el mundo, sino mantener el orden de lo que hay, pues sólo Dios podrá cambiarlo, cuando él quiera. No transforma a las personas, sino que regula su conducta, manteniendo de esa forma lo que existe.

Jesús abre para sus seguidores (para su iglesia) un camino de gratuidad, por encima de  la Ley, para superarla, pues ha llegado el tiempo mesiánico del Reino, como ordenamiento de gracia (ordo gratiae). Jesús sabe que hombres que amenazan a otros con su violencia, pero no les responde con otra violencia, no les expulsa ni mata (como mala raíz que debe arrancarse de la tierra; cf. Mt 13, 28-29), sino que se eleva de plano, para transformarles con su testimonio de gracia.

 Toda regula el orden social por la fuerza, utilizando para ello una “violencia legal”, conforme al talión (ojo por ojo) que se impone por la fuerza, oponiendo una violencia legal sobre la ilegal, para hacer así posible la vida, en un mundo amenazado de muerte. En esa línea, la iglesia de Jesús sería un “ordo violentiae” o, mejor dicho, un “ordo potestatis”, un ordenamiento de poder jerárquico, donde unos superiores (representantes de la ley) imponen su orden (orden) sobre los otros [1].

Pues bien, en contra (o, mejor dicho, por encima) de esa ley, al decir no resistáis al Mal, esto es, al Malo, Jesús, desborda los supuestos de una ley (israelita o no), cuya primera obligación es mantener el orden y oponerse al mal (al malo, injusto), con la fuerza, para que los justos puedan mantenerse, viviendo protegidos por la valla de la justicia. En un primer nivel, el talión de la justicia parece necesario: sabe distinguir entre inocentes y culpables; tiene lógica y la emplea al servicio de la ley (es decir, del orden de la fuerza, en la línea del mejor derecho “romano”, que muchos definen sin más como “derecho natural”, suponiendo que es anterior a la “justicia de la gracia”, tal como Jesús la ha formado y plasmado en su iglesia.

Gran parte de la iglesia posterior, desde el siglo IV en adelante, ha postulado y colocado en su base el “orden jurídico romano” que se identifica se identifica en el fondo con la de talión (ojo por ojo, diente por diente) Jesús ha querido superar en el Sermón de la Montaña. Pues bien, en contra de Jesús afirma que el mal no puede superarse con otro mal equivalente (pero justo), pues manteniéndonos en esa línea de equivalencia entre delito y castigo,  plano de acción y reacción, seguimos manteniéndonos en un plano de violencia,  dominados por el Malo, como supone el Padre-nuestro (Mt 6,13 ) al pedirnos que superemos ese plano de equilibro de violencia.

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“De la venganza al amor”. Domingo 7 Tiempo Ordinario. Ciclo A.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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que-es-perdonar-L-CpfDiRDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado vimos dos recursos de Jesús para combatir el legalismo de los escribas: llevar la ley a sus últimas consecuencias (asesinato, adulterio) y anular la ley en vigor (divorcio, juramento). El evangelio de este domingo termina de tratar el tema añadiendo un nuevo recurso: cambiar la norma por otra nueva. Lo hace hablando de la venganza y de la relación con el prójimo.

Generosidad frente a venganza

Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. 

            El quinto caso toma como punto de partida la ley del talión («ojo por ojo, diente por diente»). Esta ley no es tan cruel como a veces se piensa. Intenta poner freno a la crueldad del patriarca Lamec, que anuncia a sus mujeres: «Por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz» (Génesis 4,23). Frente a la idea de la venganza incontrolada (si me hieres, te mato) la ley del talión pretende que la venganza no vaya más allá de la ofensa (ojo por ojo). De todos modos, sigue dominando la idea de que es lícito vengarse.

            En Las Coéforas de Esquilo se advierte el valor universal de esta idea. Después del asesinato de su padre, Electra pregunta al Coro qué debe pedir, y éste le responde:

Que un dios o un mortal venga sobre ellos…

− ¿Cómo juez o como vengador?

− Di simplemente, “alguien que devuelva muerte por muerte”.

− Pero, ¿crees tú que los dioses encontrarán santo y justo mi ruego?

− ¿Acaso no es santo y justo devolver a un enemigo mal por mal?

            Jesús no acepta esta actitud en sus discípulos. No sólo no deben enfrentarse al que lo ofende, sino que deben adoptar siempre una postura de entrega y generosidad. Para expresarlo, recu­rre a cinco casos concretos. ¿Cómo debes comportarte con quien te abofetea, te pone pleito para quitarte la túnica, te fuerza a caminar una milla (quizá se refiera a los soldados romanos, que podían obligar a los judíos a llevarles su impedimenta esa distancia), te pide, o te pide prestado? Basta hacerse cada una de estas preguntas, pensando cómo responderíamos nosotros, para advertir la enorme diferencia con las respuestas de Jesús.

            De todos modos, lo que dice no debemos interpretarlo al pie de letra, porque terminaría amargándonos la existencia. El mismo Jesús, cuando lo abofetearon, no puso la otra mejilla; preguntó por qué lo hacían. Lo importante es analizar nuestra actitud global ante el prójimo, si nos movemos en un espíritu de venganza, de rencor, de regatear al máximo nuestra ayuda, o si actuamos con generosidad y entrega.

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Amor al enemigo

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

            El último caso parte de una ley escrita («amarás a tu prójimo»: Levítico 19,18) y de una norma no escrita, pero muy practicada («odiarás a tu enemigo»).

            Es ciertos que el libro del Éxodo contiene dos leyes que hablan de portarse bien con el enemigo: «Cuando encuentres extraviados el toro o el asno de tu enemigo, se los llevarás a su dueño. Cuando veas al asno de tu adversario caído bajo la carga, no pases de largo; préstale ayuda» (Ex 23,4-5). Pero es curioso cómo se cambia esta ley en una etapa posterior: «Si ves extraviados al buey o a la oveja de tu hermano, no te desentiendas: se los devolverás a tu hermano. Si ves el asno o el buey de tu hermano caídos en el camino, no te desentiendas, ayúdalos a levantarse» (Dt 22,1.4). La obligación no es ahora con el enemigo y el adversario, sino con el hermano (en sentido amplio). Alguno dirá que, para el Deuteronomio no hay enemigos, todos son hermanos. Pero esta interpretación es demasiado benévola.

            El evangelio es muy realista: los seguidores de Jesús tienen enemigos. Sus palabras hacen pensar en las persecuciones que sufrían las primeras comunidades cristianas, odiadas y calumniadas por haberse separado del pueblo de Israel; y en la que sufren tantas comunidades actuales en todas partes del mundo, especialmente en África y Asia. Frente a la rabia y el odio que se puede experimentar en esas ocasiones, Jesús exhorta a no guardar rencor; más aún, a perdonar y rezar por los perseguidores.

            Lo que pide es tan duro que debe justificarlo. Lo hace contraponiendo dos ejemplos: el de Dios Padre, el ser más querido para un israelita, y el de los recaudadores de impuestos y paganos, dos de los grupos más odiados. ¿A quién de ellos deseamos parecernos? ¿Al Padre que concede sus bienes (el sol y la lluvia) a todos los seres humanos, prescindiendo de que sean buenos o malos, de que se porten bien o mal con él? ¿O preferimos parecernos a quienes sólo aman a los que los aman?

            No se trata de elegir lo que uno prefiera. El cristiano está obligado a «ser bueno del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo».

Primera lectura (Levítico 19, 1-2.17-18)

El Señor habló a Moisés:

Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor”.

            La idea de imitar al Dios bueno y santo portándonos bien con el prójimo es el tema de la primera lectura. La formulación es muy interesante, alternando prohibiciones y mandatos. Prohíbe odiar, manda reprender, prohíbe vengarse, manda amar. De ese modo, prohibiciones y mandatos se complementan y comentan. No odiar de corazón significa, en la práctica, no vengarse ni guardar rencor. Reprender es una forma de amar; de hecho, lo más cómodo y fácil ante los fallos ajenos es callarse y criticarlos por la espalda; para reprender cristianamente hace falta mucho amor y mucha humildad.

El Salmo 102

            El tema de la bondad de Dios es fundamental en este Salmo, del que la liturgia recoge algunos versos. El Dios que nos perdona, compasivo y misericordioso, es el mejor ejemplo y estímulo para amar y perdonar al prójimo.

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. 

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. 

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. 

Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles. 

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Domingo VII del Tiempo Ordinario. 19 febrero, 2023

Domingo, 19 de febrero de 2023
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Amad a vuestro enemigos,

haced el bien a los que os aborrecen

y rezad por los que os persiguen y calumnia”.

(Mt 5, 38-48)

¡Casi nada! Si hasta nos cuesta ceder el asiento en el autobús o dejar pasar a alguien con prisa en la cola del mercado. Y es que, además de que nos cuesta esto de hacer el bien tan gratuitamente, además de eso, no está bien visto. Si vas por la vida devolviendo bien por mal acabas pareciendo un idiota integral.

Dan ganas de decirle a Jesús: “-Mira, con ese programa no se va a apuntar nadie. Mejor será que pongas los pies en el suelo y bajes el nivel”.

Y estoy segura de que a lo largo de la historia más de una persona lo habrá pensado así e incluso habrá tratado de convencer a Jesús. Seguro que sus primeros discípulos algo le dirían. Pero no hizo caso. Y no solo propuso este programa, sino que vivió de acuerdo con él. Se dejó matar por él.

Y a lo largo de la historia otras muchas personas han hecho lo mismo. Hasta aquí la cosa está bien. Porque Jesús era Dios, y todos los demás santos.

Pero no queda ahí la cosa. Hoy, en más de un país, alguien como tú y como yo, un cristiano sencillo cree esas palabras y las está viviendo.

Ahora mismo hay personas cristianas, en países en guerra de mayoría islámica, que atienden en sus hospitales a musulmanes heridos.

Sí, también ahora, en nuestros días hay una lista interminable de mártires cristianos que mueren. Muchas veces torturados, sin renunciar a su fe. Perdonando a sus verdugos, amando.

El amor por los enemigos no es cosa de idiotas, es de personas valientes y generosas. Hay personas (las ha habido siempre) que saben que el odio solo genera odio. Que saben que solo el amor rompe la espiral de violencia. Solo el perdón nos devuelve la dignidad y nos hace crecer como personas.

Cada gesto de odio, de rechazo, de violencia o de rencor, nos deshumaniza. Hace más inhóspito el mundo. Y menos posible la convivencia. Pero de la misma manera. Cada gesto de perdón, de paz, de generosidad o de entrega contribuye de manera eficaz a crecer en humanidad.

Oración

Gracias, Trinidad Santa, por el testimonio valiente de nuestras hermanas cristianas perseguidas.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Se ha dicho a los antiguos.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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DOMINGO 7 (A)

Mt 5,38-48

El domingo pasado hacíamos un análisis general sobre las propuestas del evangelio. Hoy vamos a analizar cada una de las cinco advertencias sobre temas muy concretos.

También decíamos que todo cristiano debía estar haciendo siempre un análisis serio de la segunda parte y estar dispuesto a ir más allá. De ahí el «pero “yo” os digo…». Al decir “yo” no me estoy arrogando ninguna superioridad; tú puedes decir lo mismo.

Habéis oído que se dijo: no matarás. Jesús dice: todo el que esté peleado contra su hermano será procesado. No cabe duda de que es una visión mucho más profunda que la anterior, pero debemos ir mucho más allá de esa propuesta.

Pero “yo” os digo: no se trata solamente de no hacer ningún daño al otro, ni siquiera ignorarle y no hacerle caso. Debo estar dispuesto a hacerle todo el bien que pueda. Quedarme sólo en lo negativo no expresa bien la intención y el deseo de Jesús.

Se dijo: no cometerás adulterio. Jesús dijo: el que mira a una Mujer deseándola en su corazón, ya ha cometido adulterio. No olvidemos que el precepto de no cometerás adulterio del AT, no tiene nada que ver con la sexualidad o con el amor, sino con la propiedad privada. El texto dice: no desees la mujer de tu prójimo ni su buey ni su casa ni nada que sea de él. La propuesta de Jesús está hecha desde esa perspectiva.

Pero “yo” os digo: la relación de pareja debe estar fundada en un amor recíproco. Debemos superar la idea de que el marido es propietario de la mujer y que debemos respetar esa propiedad. En este tema nos queda mucho por andar. No podemos esperar que Jesús haya dicho la última palaba porque estaban en otra perspectiva.

Habéis oído que se dijo: no juréis en falso. Jesús dijo: no juréis en absoluto; a vosotros os basta decir sí o no, lo que pasa de ahí viene del maligno. Poner a Dios como testigo, o cualquier otra cosa sagrada para no pronunciar el nombre de Dios es un abuso de todo lo sagrado. Por eso “yo” os digo: Conformaos con la verdad. La confianza mutua se debe apoyar en la autenticidad. Si necesita apoyo externo, demuestra su debilidad.

Está mandado: “ojo por ojo y diente por diente”. Jesús dijo: no hagáis frente al que os agravia. El ‘ojo por ojo’ ya era una norma de justicia muy avanzada, fue un intento de superar el instinto de venganza que nos lleva a hacer el máximo daño posible al que me ha hecho algún daño. Jesús dio un gran paso hacia la verdadera justicia que nace del amor. Tenemos asumido que la meta es la justicia, “ojo por ojo”. La racionalidad al servicio del ego y la justicia romana nos impiden comprender el mensaje cristiano.

Creemos estar muy identificados con la justicia, pero si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos con horror que lo que intentamos todos es hacer de la justicia un instrumento de venganza. Se utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo; eso sí, dentro de la legalidad y amparados por el beneplácito de la sociedad. Incluso se considera que los buenos abogados son aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está de parte del contrario.

Las frases tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice Jesús que no debamos hacer frente a la injusticia. Contra la injusticia hay que luchar con todas las fuerzas. Tenemos obligación de defendernos cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo, tenemos la obligación de defender a los demás de toda clase de injusticia. Lo que nos pide el evangelio es que nunca debemos eliminar la injusticia con violencia.

Si utilizamos la violencia para eliminar una injusticia, estamos manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente. No convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero si soy capaz de demostrarle que con su actitud se está haciendo un daño a sí mismo, sin duda cambiaría de actitud.

Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. La dificultad mayor, para comprender este amor, está en que confundimos amor con sentimiento. El amor evangélico no es instinto ni sentimiento. Por lo tanto, no podemos esperar que sea algo espontáneo. El verdadero amor, sea al enemigo o a un hijo, no es el instinto que nace de mi ser biológico. El amor de que estamos hablando es algo mucho más profundo y humano.

Hay que aclarar que la frase “aborrecerás a tu enemigo” no se encuentra en la Escritura. Pero si tenemos en cuenta que para ellos el prójimo era el que pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El resto era siempre el “enemigo” que atentaba real o potencialmente contra la seguridad el pueblo. Para poder subsistir, no tenían más remedio que defenderse de las agresiones. Jesús da un salto de gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas propuestas es abismal.

Pero “yo” os digo: En realidad, no hay enemigo. No debo hacerlo por hacer al otro un favor sino por alcanzar yo mi plenitud. El amor al enemigo no es más que una manifestación del verdadero Ser, que, por ir en contra del instinto de conservación, se ha convertido en la verdadera prueba de fuego del AMOR.

Si somos incapaces de amar a otro porque le considero enemigo, podemos tener la certeza de que, todo lo que hemos llamado amor no tiene nada que ver con el evangelio, y por lo tanto con el amor que nos ha exigido Jesús. El evangelio no es ciencia, ni filosofía ni moral, ni teología ni religión. El evangelio es Vida. El evangelio no intenta enriquecer la inteligencia sino a todo el ser. Tu felicidad, tu plenitud de humanidad radica en ti y nadie te la puede arrebatar.

Enemigo es el que agrede, no el que sufre la agresión. El enemigo no tiene por qué obtener una respuesta igual. Alguien puede considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna agresividad hacia él. En ese caso, yo no convierto en enemigo al que me ataca. Si le constituyo en enemigo, he destrozado toda posibilidad de poder amarle. Esa armonía con todos es lo que daba tanta paz y felicidad a los místicos.

Así seréis hijos de vuestro Padre… Aquí encontramos una de las mejores muestras de lo que se entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el que salía al padre, el que era capaz de imitarle en todo. También muestra la idea de Dios que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual sin distinción alguna. El AMOR que nos pide Jesús es el mismo amor que es Dios y está desplegándose en mí en todo instante.

Fray Marcos

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Convivir en plenitud.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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Mt 5, 38-48

«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian»

La antigua Ley es ley, es decir, un conjunto de preceptos dados por el Señor a Moisés para ayudar al hombre a salir del pecado y de todas las calamidades asociadas al pecado. La Ley garantiza —hasta cierto punto— el orden social y propicia la convivencia, pero no sana la maldad del corazón.

Lo de Jesús no es ley, es evangelio; buena Noticia. El evangelio pone al ser humano ante el amor del Padre y le invita a responder con el mismo amor hacia los demás, y este modo de entender las relaciones humanas nos muestra a los cristianos el camino para transitar por la vida.

El propósito último del texto de hoy —y el de tantos otros de Jesús— es invitarnos a caminar hacia la plenitud individual y colectiva; individual, porque esta forma de vivir nos humaniza y nos proporciona felicidad; y también colectiva, porque propugna una convivencia basada en la paz, la benevolencia y la ayuda mutua, y éste es el bien más preciado al que un colectivo humano puede aspirar. Toda sociedad, sean cuales sean sus creencias, se esfuerza en lograr la mejor convivencia entre sus miembros, pero hay dos formas distintas de hacerlo: una, al estilo del mundo, reprimiendo el mal, y otra, al estilo de Jesús, sembrando el bien.

La propuesta del mundo es la ley. Quien se salta la ley es perseguido y en su caso juzgado y condenado. Y esto está muy bien, y es necesario, pero refleja una sociedad todavía muy inmadura a la que le falta aún mucho trecho por recorrer. Además, la experiencia nos dice que la ley no es suficiente; que por ese camino nunca vamos a lograr una convivencia medianamente aceptable; que la convivencia solo se alcanza cambiando los corazones, es decir, sembrando en ellos unos valores que la propicien de forma natural.

La propuesta de Jesús es el Reino. Y el Reino, en palabras de Ruiz de Galarreta, se puede definir como «una sociedad de Hijos que solo amándose como hermanos podrá realizarse». El Reino se siembra. No crece por la fuerza del dinero o la presión del poder, sino por la fuerza interior de la Palabra. En el Reino todo es al revés: desde dentro, por conversión, no por imposición; desde abajo, desde el servicio, no desde el poder. Para el mundo, el primero es el que más tiene; para el Reino, el primero es el que más sirve. Para el mundo, el más importante es el más dotado; para el Reino, el más importante es el más necesitado.

Lo más convincente de la propuesta de Jesús es que no nos exige huir de la realidad humana, sino dar pleno sentido a toda realidad humana. Pertenecer al Reino no consiste esencialmente en renunciar a nada, sino en dirigirlo todo a crear humanidad. Ninguna dimensión humana está fuera de esa categoría esencial: medios para construir el Reino; para crear humanidad.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fe Adulta

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La ley del Talión nos impide tener entrañas de misericordia.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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love_enemyMateo 5, 38-48

Soy María, discípula de Jesús de Nazaret desde hace unos meses. Me gusta escucharle, agazapada entre la multitud. Así puedo oír los comentarios de mis vecinos y percibo en sus rostros y en sus manos el eco que producen las palabras del Maestro. De este modo, voy aprendiendo a distinguir “el paño viejo del paño nuevo”, porque hasta hace poco tiempo, yo también pensaba como ellos.

Jesús se ha sentado sobre una roca, desde la que ve bien a la multitud que le rodea. Lleva un rato con los ojos cerrados. ¿Estará orando? ¿Esperará a que cese el clamor de la gente y los comentarios de todo tipo?

Hay una gran expectación, porque la última vez que predicó en esta zona la gente se alteró con sus palabras. Algunos dijeron que estaba loco y merecía ser apedreado, incluso le llamaron blasfemo. Pero un grupo de mujeres le pedimos ser sus discípulas y desde entonces le acompañamos día y noche.

Jesús hace un gesto de bendición y comienza a predicar:

– Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

Con voz potente, ha subrayado cada una de las palabras. Mi vecino Caifás, el fariseo, exclama al oírle:

– Así se habla, Jesús ¡Has empezado bien! Es importante que recordemos, punto por punto, el código de la Alianza que nos dio Moisés [1] y las palabras del Deuteronomio: “No tendrás compasión: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie[2].

– Estoy de acuerdo, Caifás -añade Nicodemo-. No debemos olvidar que “El que maltrate a su prójimo será tratado de la misma manera; fractura por fractura, ojo por ojo y diente por diente, es decir, recibirá lo mismo que le ha hecho al prójimo” [3]

Pero Jesús, tras un breve silencio, continúa:

– Pero yo os digo: si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra.

– ¡Tú no tienes nada que decir! – se oye gritar entre la multitud- Tenemos la ley del Talión para castigar con una pena que sea idéntica a la culpa.

Los murmullos suben de tono y se convierten en griterío, incluso algunas personas amenazan a Jesús.

Entonces recuerdo que mi abuela me explicaba cuando era niña que la frase “Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”, era muy importante en el judaísmo. Era como un refrán que recogía la sabiduría de antaño y significaba que no cerráramos las entrañas a nadie, que diéramos siempre una segunda oportunidad. Mi abuela decía: si te cierran una puerta, abre otra; pero no cierres tus entrañas. Y me repetía que no me quedara en el sentido literal de esta frase, porque entonces alimentaba al agresor.

– A quien te pida, dale, y no rehúyas al que te pida prestado – seguía diciendo Jesús- Y la gente empezó a hacer comentarios a gritos.

– ¿No estarás insinuando que tenemos que dar algo a los extranjeros que ocupan nuestro país?

– ¿Dar a los pobres o a los pecadores? ¡Estás loco, Nazareno! No han recibido la bendición del Altísimo. No se comportan como deben.

– Prestamos con el interés que nos permite la ley. No es problema nuestro si la gente puede devolver el dinero del préstamo, o no.

– Desde niños nos han enseñado a amar a los nuestros ¿qué derecho tienes a provocarnos, diciendo que amemos a los enemigos?

En medio de ese griterío, Jesús alzó más aún la voz para decir: de este modo seréis hijos de vuestro Padre celestial. Y repitió de nuevo: para que seáis hijos de vuestro Padre celestial. Se notaba que a Jesús le cambiaba la expresión de su rostro al hablar de su Padre, de su Abba. Como si tuviera en sus entrañas unas palabras de fuego, que no podía contener.

Una mujer encorvada, exclamó desde lo lejos:

– “Ni quiera soy hija de Abraham ¿cómo voy a poder ser hija de nuestro Padre celestial?” Y rompió a llorar con desconsuelo.

Mucha gente se levantó para irse; rechinaban los dientes y rasgaban una esquina de su túnica para mostrar la rabia contenida y el desacuerdo total.  Caifás, con su esposa y sus cinco hijos se alejaron; él iba diciendo entre dientes:

– ¡Nosotros somos hijos de Abraham, cumplimos la ley y no necesitamos más! Se ha vuelto loco. No volveremos a escucharle. Avisaré al Sanedrín.

Sólo nos quedamos un pequeño grupo alrededor de Jesús; había enfermos, mujeres, algunos niños y extranjeros que se habían acercado con curiosidad al oír el revuelo.

María Magdalena le dijo a Jesús que ella no podía amar a sus enemigos, porque eran muchos y le habían hecho mucho daño, pero deseaba vivamente ser hija del Padre. Y Jesús nos habló de que ser hijos e hijas del Abbá es un don que hemos recibido gratuitamente. No es el cumplimiento meticuloso de la ley lo que nos hace hijos e hijas. Y nos repitió, una y otra vez, que pidiéramos cada día, con confianza, que el Abba nos amplíe las entrañas de misericordia para que un día -ojalá- nos cupieran hasta los enemigos.

Nos fue hablando de la misericordia entrañable hasta que se puso el sol, entonces hicimos un gran círculo y oramos juntos, para que el Abba nos liberara de la ley del Talión, y pudiéramos acoger las semillas del Reino que Jesús nos ofrecía.

María, discípula amada.

[1] Éxodo 21, 23-25.

[2] Deuteronomio 19, 21.

[3] Levítico 24, 19-20.

 Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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Amar a los enemigos y ser perfectos

Domingo, 19 de febrero de 2023
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18352696-C77C-4284-8484-E73BBB0563FD Domingo VII del Tiempo Ordinario 

19 febrero 2023

Mt 5, 38-48

La radicalidad de la que hablábamos la semana anterior parece llegar al extremo en la doble fórmula que da título a este comentario: amar a los enemigos y ser perfectos. ¿Realmente es algo que se puede pedir a los seres humanos?

El amor a los enemigos únicamente es posible desde la comprensión experiencial de lo que somos. Gracias a ella, podemos reconocer que cada persona hace en cada momento lo mejor que sabe y puede. Por lo que el mal o daño que se hace es siempre fruto y consecuencia de la ignorancia (entendida, no como falta de inteligencia, sino como no saber lo que realmente somos). Más aún, la comprensión nos muestra que, hablando con propiedad y desde el nivel profundo, no hay nadie que haga nada. De manera similar a como los personajes del sueño creen ser actores, pero el único hacedor real es la mente del soñador, aquí también creemos ser sujetos de los actos, pero el único sujeto real, que merece ese nombre es la consciencia (la vida o la totalidad).

La comprensión, por tanto, hace posible el amor al enemigo, porque incluso nos impide verlo como “enemigo”. Sigue siendo, también él, no-otro de mí. Sin embargo, esto no quita que nuestra sensibilidad reaccione al daño recibido, sobre todo en circunstancias que lo agravan o lo hacen particularmente doloroso. Es legítimo, por tanto, el sentimiento de enfado, rabia e incluso ira. Lo que hará la comprensión será evitar que nos apropiemos de tales sentimientos, alimentándolos y eternizándolos. Habremos de acogerlos, entender su porqué… y soltarlos.

En cuanto a la “perfección” de que habla el texto, me parece importante destacar dos cuestiones: por una parte, en el plano profundo -y mirando desde ahí-, todo es perfecto: “y vio Dios que todo era muy bueno”, como dice el libro del Génesis; por otra, en el plano de las formas -en concreto, de nuestra personalidad- la “perfección” es imposible, ya que todo lo humano es imperfecto. En este caso, perfección significa completitud, es decir, la capacidad de aceptar nuestra realidad completa, con sus luces y sus sombras. La persona capaz de aceptarse a sí misma con toda su verdad es la persona “lograda”, unificada, armoniosa, humilde, comprensiva y compasiva…

¿Sé apreciar los “dos niveles” de lo real?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal 

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El que es incapaz de perdonar, es incapaz de amar. Marin Luther King

Domingo, 19 de febrero de 2023
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5C316217-9E6F-43B6-B132-949FD153F6DEDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Conclusiones desde las bienaventuranzas.

    Acogemos las derivaciones que Jesús extrae de las bienaventuranzas del sermón de la montaña.

Hoy San Mateo nos presenta el núcleo central de la moral de Jesús: el amor incluso a los enemigos: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian“.

Vivir en esta actitud de respeto y amor supone una gran calidad humana y cristiana. La ética de Cristo en resumen es únicamente esta: vivid en y desde el amor.

Decía K. Rahner que la Iglesia únicamente debiera proclamar el amor como pauta de comportamiento. Las normas concretas para la vida las extraería el cristiano fiel.

    Podríamos sintetizar el cristianismo desde el evangelio de hoy: Se os dijo: cumplid con la ley, pero to os digo: amad incluso a los enemigos…

Algunas consideraciones sobre el amor y el perdón:

02.- El amor es lo más importante de la vida.

Probablemente el amor es la cuestión más importante de la vida. El amor nos es necesario en todas las etapas y situaciones de la vida. Después, el amor revestirá diversas modalidades según las etapas de la vida, según las circunstancias, los problemas, etc.

Desde niños hasta la muerte necesitamos querer y ser queridos: en la adolescencia, en la juventud, en la madurez, en el matrimonio, en el celibato en todas las etapas de la vida es absolutamente necesario el amor.

Podemos vivir sin dinero, sin libertad, incluso sin justicia, pero no podemos vivir amablemente sin amor. El amor es lo que hace que vivamos equilibrada y serenamente.

Las crisis de afecto producen grandes desequilibrios en la persona humana. Y las crisis y heridas son más profundas cuanto más íntima es la relación que se rompe.

03.- Cristianismo y amor.

Ser cristiano es tener experiencia de amor. Quien no tiene la experiencia del amor de Dios y del amor humano es muy difícil que sea cristiano, porque ser cristiano es experimentar que Dios nos ama y que la vida vale la pena desde el amor. Puede que una persona sea un excelente religioso: cumplidor estricto de todo lo establecido como los fariseos y los sacerdotes del templo, o como el joven rico y el letrado que habían cumplido todos los mandatos desde la infancia. Pero eso no es ser cristiano. Cristianos son el hijo pródigo, Magdalena, la hemorroísa, Zaqueo, la oveja perdida, etc.: personas que han tenido experiencia del amor y del perdón.

No nos cansemos de sentirnos queridos por Dios.

04.- El perdón es un proceso psicológico-espiritual complejo.

    A veces el amor reviste forma de perdón. En ciertos momentos, amar es perdonar.

Pero todos somos conscientes por experiencia de que a veces no es sencillo perdonar; es difícil la reconciliación. Seguramente que en nuestra vida familiar hay problemas de este tipo, miremos igualmente a la situación social, bélica que estamos viviendo. Caín y Abel se repiten en la historia.

El perdón requiere tiempo, aunque el mero paso del tiempo por sí mismo no resuelve nada.

En el perdón entran en juego todas las facultades psíquicas, afectivas y espirituales, que tratan de ver la realidad sufriente en la que se está viviendo.

Una situación de rencor, de odio no es que sea solamente mala moralmente, sino que hace daño a todos, daño personal, daño social, daño incluso psico-físico. El odio no es solamente algo religiosamente malo, sino que crea situaciones y personas psíquicamente enfermas.

Perdonar hace bien, sana. El perdón es un proceso que comporta un cambio de actitud afectiva y racional. Lo que pasó no tiene vuelta atrás. Lo que pasó, pasó. Tal vez tenga alguna reparación, pero lo que pasó, queda incrustado en nuestra existencia y personalidad.

Ahora ya, se trata de sanar, -sanear- viejas emociones con actitudes positivas de empatía, si es posible de compasión y benevolencia.

A veces hemos oído o leído: “el pueblo no perdona”, “ni olvido ni perdono…”

El que perdona tampoco olvida, recuerda pero desde otras profundidades. El que perdona recuerda desde el corazón. Se puede recordar desde la venganza, desde el odio pero también se puede recordar desde el amor: perdón.

El perdón no arregla el pasado, pero alivia el presente y mejora el futuro.

05.- Poner razón en la pulsionalidad del odio.

A veces perdonar es poner un poco de razón en la pulsionalidad del odio. Los impulsos brotan casi inconscientemente. Pero somos animalesracionales. Sabemos que es difícil evitar la pulsión instintiva del odio. Ante viejas cuestiones familiares, políticas, eclesiásticas, etc. hace bien poner un poco de razón, inteligencia en la vida. Ser razonables y, cuando menos, aparcar tales cuestiones y al menos pasar al respeto mutuo.

Decía Martin L King que: el que es incapaz de perdonar, es incapaz de amar.

06.- Padre, perdónanos

Tal vez nos haga bien poner nuestro pasado, nuestro recuerdo corrosivo, nuestros recorridos en la vida en manos del Señor, sin más. Dejar estar nuestra existencia en manos de Dios y de la vida.

A veces basta con mirar al crucificado y evocar en nuestro interior: Sus heridas nos han curado (1Ped 2,25). Eso sana nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.

    Recordemos esperanzadamente desde la memoria de Cristo.

Padre, perdónales –perdónanos- porque no saben lo que hacen

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Aprendiendo a amar a quienes nos hacen daño.

Lunes, 21 de febrero de 2022
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B1291FF2-F188-44BB-9A02-B24FE010BDDFLa reflexión de hoy es de la colaboradora de Bondings 2.0, Yunuen Trujillo, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de ayer domingo, para el Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

“Hemos aprendido de memoria la regla de oro; entreguémoslo ahora a la vida.” Edwin Markham, poeta estadounidense

El evangelio de hoy nos trae quizás la más simple pero una de las enseñanzas más desafiantes: Haz con los demás lo que te gustaría que hicieran contigo”. La regla de oro, como se la conoce comúnmente, es el principio ético culturalmente más universal en la historia de la humanidad, y cada religión importante presenta alguna variación de la misma. Tan simple y universalmente aceptada como es esta regla, es uno de los principios más difíciles de seguir.

En la lectura de hoy, la regla de oro se nos presenta en medio de una serie de corolarios. Jesús nos dice que en lugar de buscar retribución después de que alguien nos hace daño, debemos perdonar a nuestros enemigos, no buscar venganza y hacer el bien a quienes nos odian. También nos dice que, cada vez que una persona nos golpea en una mejilla, debemos ofrecer la otra mejilla.

¿Esperar qué?

Los católicos LGBTQ estamos muy familiarizados con la injusticia y, a menudo, hemos tenido que limpiarnos del odio interiorizado hacia nosotros mismos. Para nosotros, permitir que otros nos lastimen sin buscar retribución o justicia a menudo parece un movimiento en contra de nuestra propia supervivencia. El hecho de que estos versículos bíblicos hayan sido utilizados en el pasado por algunos expertos religiosos para silenciar nuestros llamados válidos a la justicia tampoco ayuda. Para comprender y comprometer esta enseñanza a la vida, no podemos aislarla de todo el Evangelio, las cosas deben entenderse en su contexto.

En primer lugar, toda la vida, el ministerio e incluso la muerte y la resurrección de Jesús se centraron en el amor radical de los pobres y vulnerables y en su apoyo a ellos: Jesús mismo era pobre y vulnerable. Una y otra vez, Jesús rompe las reglas sociales y religiosas de su tiempo para estar con los que fueron maltratados y juzgados. Jesús se hace amigo de los marginados, está con los marginados, sana a los marginados, pone a los marginados en posiciones de liderazgo y predica que el Reino de Dios no está lleno de poderosos, sino de aquellos que han sufrido injusticia. Hoy, como ayer, Jesús está con nosotros y nos recuerda que somos Hijos amados de Dios, seres humanos plenos que merecemos vivir una vida digna.

En segundo lugar, Jesús reconoce que existe la injusticia y que, por mucho que intentemos obtener una retribución terrenal, una buena parte de la injusticia queda impune por parte de una sociedad que aún no se ha “resuelto” o que es francamente corrupta. Sin embargo, no importa lo que hagan los poderosos para herir, la justicia divina siempre favorecerá a aquellos que no han hecho daño; ya sea en este reino o en el siguiente.

Tercero (y esta es una parte MUY importante), cuando Jesús nos dice que debemos “hacer con los demás lo que nos gustaría que hicieran con nosotros” y que debemos amar a nuestro prójimo, no dice que debemos amar más a nuestro prójimo. que nosotros mismos. Más bien, dice que debemos amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos. No podemos dar lo que no tenemos para nosotros.

Amarnos a nosotros mismos a menudo requiere establecer límites saludables con aquellos que nos han lastimado, incluso miembros de la familia o miembros de nuestra comunidad. La clave es crear límites saludables para el presente y el futuro, mientras se deja ir el resentimiento y el odio que son el resultado del pasado. Nadie lleva la carga del resentimiento y el odio sino nosotros mismos. Dejar ir y eventualmente iniciar un proceso de perdón es un acto radical de amor propio.

Además de ese enfoque en el amor a uno mismo, Jesús nos pide que vayamos más allá del simple “dejar ir” y nos pide que aprendamos a amar y tener compasión hacia el otro, especialmente hacia aquellos que nos han hecho daño. Aquellos que causaron daño a menudo han sido dañados por otro, o se están dañando a sí mismos constantemente, siendo víctimas de su propia amargura. Aquellos que no son hospitalarios con sus propias heridas no pueden soportar ver la herida de otro, qué terrible debe ser vivir una vida así.

Nuestro corazón debe estar centrado en el amor, reconociendo que cualquier sentimiento e intención que albergamos en nuestro corazón hacia los demás permanecerá en nuestro corazón y solo volverá a nosotros. Al mismo tiempo, debemos ser humildes y recordar que tampoco somos perfectos y, a menos que procesemos nuestro propio dolor, podemos ser igualmente amargos con los demás. La vida da muchas vueltas y un día podemos encontrarnos siendo nosotros mismos los que causamos daño; luego querríamos que los demás tuvieran compasión de nosotros, hasta que nos volvamos a encontrar.

El amor es la única respuesta; amor arraigado, amor equilibrado, amor que va más allá de nuestros límites y razonamientos humanos, amor radical. No hay otra respuesta.

—Yunuén Trujillo, 20 de febrero de 2022

Fuente New Ways Ministry

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“¿Qué es perdonar?”. 7 Tiempo ordinario – C (Lucas 4,21-30)

Domingo, 20 de febrero de 2022
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El mensaje de Jesús es claro y rotundo: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian». ¿Es posible vivir en esta actitud? ¿Qué se nos está pidiendo? ¿Podemos amar al enemigo? Tal vez hemos de comenzar por conocer mejor lo que significa «perdonar».

Es importante, en primer lugar, entender y aceptar los sentimientos de ira, rebelión o agresividad que nacen en nosotros. Es normal. Estamos heridos. Para no hacernos todavía más daño necesitamos recuperar en lo posible la paz interior que nos ayude a reaccionar de manera sana.

La primera decisión del que perdona es no vengarse. No es fácil. La venganza es la respuesta casi instintiva que nos nace de dentro cuando nos han herido o humillado. Buscamos compensar nuestro sufrimiento haciendo sufrir al que nos ha hecho daño. Para perdonar es importante no gastar energías en imaginar nuestra revancha.

Es decisivo sobre todo no alimentar el resentimiento. No permitir que el odio se instale en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se nos haga justicia; el que perdona no renuncia a sus derechos. Pero lo importante es irnos curando del daño que nos han hecho.

Perdonar puede exigir tiempo. El perdón no consiste en un acto de la voluntad, que lo arregla rápidamente todo. Por lo general, el perdón es el final de un proceso en el que intervienen también la sensibilidad, la comprensión, la lucidez y, en el caso del creyente, la fe en un Dios de cuyo perdón vivimos todos.

Para perdonar es necesario a veces compartir con alguien nuestros sentimientos. Perdonar no quiere decir olvidar el daño que nos han hecho, pero sí recordarlo de la manera menos dañosa para el ofensor y para uno mismo. El que llega a perdonar se vuelve a sentir mejor.

Quien va entendiendo así el perdón comprende que el mensaje de Jesús, lejos de ser algo imposible e irritante, es el camino acertado para ir curando las relaciones humanas, siempre amenazadas por nuestras injusticias y conflictos.

José Antonio Pagola

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“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Domingo 20 de febrero de 2022. 7º Ordinario. Ciclo C

Domingo, 20 de febrero de 2022
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15-ordinario7 (C) cerezoDe Koinonia:

1Samuel 26, 2 7-9. 12-13. 22-23: El Señor te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra ti.
Salmo responsorial: 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
1Corintios 15, 45-49: Somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.
Lucas 6, 27-38: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.

Primera lectura En 1Sam 24 leemos que David perdona la vida de Saúl. Muy cerca, en 1Sam 26 nos encontramos una versión del mismo relato, que, aunque distinto en la forma, en el fondo sigue siendo el mismo. El texto pretende mostrar cómo en la vida de David la misericordia está unida a su valentía. Después entrar de David en el ejército de Saúl, sus brillantes actuaciones despertaron en Saúl envidia y deseos de darle muerte. David tiene que huir, viviendo un tiempo como fugitivo. Los Zifitas le avisan a Saúl que David está escondido en el desierto. De inmediato “Saúl se levantó y bajó al desierto de Zif, acompañado de tres mil hombres escogidos de todo Israel, para buscar allí a David” (1 Sam 26,2). Dándose cuenta David que Saúl había armado su campamento y que todos dormían, se acercó junto con su ayudante Abisay, encontrando efectivamente dormido a Saúl y todo su ejército. Dios les había mandado un sueño profundo. Todas las condiciones estaban dadas para que David diera de baja a quien quería darle muerte sin razón. Abisay le pide a David que le permita clavar a Saúl en tierra con su lanza. David se niega porque no puede ser clavado en tierra aquel cuya vida depende del que está en el cielo, pues ha sido ungido por el mismo Dios. David muestra su misericordia respetándole la vida a Saúl, y su fidelidad a Dios, reconociéndolo como su ungido. David termina la escena dejando todo en manos de Dios: “Yahvé devolverá a cada uno según sus méritos y fidelidad, pues te había entregado en mi poder, pero no he querido levantar mi mano contra ti por ser el ungido de Yahvé” (1 Sam 26,23).

Segunda lectura

Pablo sigue empeñado en su reflexión sobre la resurrección de los muertos. 1Cor 15,35-58 trae algunos argumentos sobre el modo de nuestra resurrección corporal. En el texto de hoy, Pablo recoge algunas interpretaciones judías que identifican al Adán del primer capítulo del Génesis como el creado a imagen de Dios y por tanto como ser celestial; en cambio, el del capítulo 2 corresponde al Adán sacado del barro y por tanto, un ser terreno y mortal. Jesucristo es el Adán espiritual a quien deben asemejarse los creyentes. Hay que anotar que los judíos no entendían lo espiritual como lo inmaterial, sino como lo que es dinámico, activo, que anima y da vida. Los cristianos en cambio conocemos las dos facetas, en cuanto que nacemos como el Adán terrestre, pecador y corruptible, pero estamos llamados a ser semejantes al Adán espiritual, que es Cristo, que nos anima y nos da vida en abundancia.

Evangelio

Seguimos con el “sermón del llano”. Después de una primera parte de bienaventuranzas y “Ayes”, Jesús inicia la segunda parte invitando a todos los que lo escuchan a cultivar un amor misericordioso y universal para llegar a ser como el Padre que está en los cielos. Si a los pobres los había llamado bienaventurados sin exigirles ningún comportamiento ético previo, ahora, si quieren seguir siéndolo deben llenarse del modo de ser cristiano. Para esto, se necesita según Jesús, algunos principios fundamentales.

En primer lugar, el amor a los enemigos. El AT ve en el odio a los enemigos algo natural (Sal 35), Jesús en cambio une el amor a los enemigos con el amor al prójimo. Los padres de la Iglesia, vieron en el perdón a los enemigos, la gran novedad de la ética cristiana. El filósofo judío del siglo XX P. Lapide (citado por Francois Bovon) escribió: “alegrarse de la desgracia del otro, odiar a los enemigos, devolver mal por mal, son actos prohibidos, mientras que se exige la magnanimidad y el socorro ofrecido al enemigo necesitado. Pero el judaísmo ignora el amor a los enemigos como principio moral.

Este imperativo es el único en los tres capítulos del sermón de la montaña, que no tiene ni un paralelismo claro ni una analogía con la literatura rabínica. Constituye, en términos teológicos, una propiedad jesuánica”. La novedad de Jesús supera por tanto la ley del talión “ojo por ojo y diente por diente”, que rigió por siglos la justicia de Israel. También supera la fórmula veterotestamentaria y neotestamentaria de “amarás al prójimo como a ti mismo” pues ya incluye a los enemigos. Esto no significa que estamos exentos de tener enemigos, menos aún, los que al estilo de Jesús luchamos contra la injusticia, la intolerancia, la corrupción, la violencia, etc. De lo que se trata es de no asumir actitudes condenatorias, sino de abrir los espacios y posibilidades para que los “enemigos” encuentren el camino de la conversión y reconciliación. Que vean en nosotros el amor del Padre y el testimonio vivo de lo agradable que es vivir como hermanos.

Un segundo principio es “al que te golpee en una mejilla preséntale también la otra. Al que te arrebate el manto, entrégale también el vestido. Da al que te pide, y al que te quita lo tuyo, no se lo reclames” (vv. 29-30). Jesús no intenta reducirnos a la pasividad, el conformismo o la resignación (se trata de ser mansos, pero no “mensos”, tontos). ¿Por cuánto tiempo utilizaron los poderosos la “resignación cristiana” para acallar las voces que exigía sus derechos? No se trata de renunciar a nuestros derechos ni de callarnos frente a las injusticias, sino de renunciar a la violencia como medio absoluto para resolver las diferencias y los conflictos, también, renunciar a nuestras comodidades o a nuestras prendas más preciadas para darla a los que más las necesitan. En este sentido, Jesús supera el concepto de compartir que se tenía hasta el momento, pues ya no basta solo compartir el “pan con el hambriento…” sino entregarlo todo, incluso hasta la propia vida.

En 6,31 encontramos lo que suele llamarse la regla de oro de la convivencia humana. Esta regla era ya conocida en el mundo judío. La novedad de Jesús es cambiar su sentido de reciprocidad por la búsqueda sincera e inagotable de “tratar bien al otro, como quisiéramos que nos trataran a nosotros. La prueba mayor de “tratar bien” es hacerlo con los enemigos, que significa el amor por todos aquellos que con sus obras hacen del mundo un caos, la tolerancia por lo que piensan diferente, la comprensión por los que escogen caminos diferentes, etc. Esto hay que concretizarlo religiosamente rezando por los que nos persiguen y bendiciendo a los que nos maldicen. Amar, bendecir, orar por los “enemigos” no significa perder el sentido de la crítica, de la denuncia o de la reprensión. Lo que pide Jesús es que la iniciativa del amor, del perdón, de la bendición la llevemos los cristianos. Es el testimonio lo que más rápida y eficazmente puede cambiar a los que odian, hacen el mal y maldicen. Bien dice Mt 5,16: “hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los cielos”. El v. 35 es un precioso resumen de todo lo dicho hasta el momento. En el v. 36 encontramos un tercer principio para vivir al modo cristiano: “Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre de ustedes”. Mientras Lucas habla de misericordia Mateo de perfección. La misericordia se presenta como un elemento constitutivo del ser cristiano, por que lo es también de Dios.

¿Nos hemos preguntando alguna vez cuán misericordiosos somos? Muchas veces confundimos la misericordia o la compasión con la lástima y eso no es cristiano, por que el que tiene lástima inconscientemente se presenta como superior al otro, en cambio el que tiene misericordia establece una relación de hermanos para encontrar juntos el camino del Señor.

En cuarto lugar, tenemos tres exhortaciones que concretan la actitud misericordiosa de todo cristiano. La primera “No juzguen y no serán juzgados” (v. 37). Esto no significa perder la capacidad de opinar sobre lo bueno o lo malo, sino destruir al hermano a través de la crítica, el chisme y la calumnia. Si esta primera exhortación se dice en negativo, la segunda será en positivo: “perdonen y serán perdonados. La misericordia no se entiende sin la capacidad de perdonar, por que es en este momento cuando las comunidades llegan a vivir realmente como hermanos. La última exhortación, también en positivo es “Den y se les dará”. La misericordia encuentra su punto más alto en el dar y darse. El testimonio de Jesús fue de entrega total por la causa de Dios. Dios lo entregó todo, hasta su propio Hijo. ¿Y nosotros? Entregamos lo que nos sobra o solo lo menos importante. Dar hasta la propia vida por el hermano es la manera más auténtica de vivir el cristianismo. Leer más…

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Dom 20.2.20. Jesús en estado puro: Amar al enemigo, perdonar, no juzgar (Lc 6, 27-36,)

Domingo, 20 de febrero de 2022
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2806A905-80E0-4072-AB21-3C2942BCA7A0-768x516Del blog de Xabier Pikaza:

Ésta es su experiencia, expresada en forma de amor (incluso a los enemigos), de perdón y de superación de un orden judicial de Dios o de los hombres, en línea de amor creador. Ésta es la “esencia de cristianismo”, no hay otra; la aportación del evangelio a la cultura y vida humana.

Se supera así todo principio de guerra” (ojo por ojo), toda venganza, todo intento de construir la paz con armas. Se supera al mismo tiempo la “justicia de ley” y se establece el supra-principio de la gratuidad: No juzguéis, perdonad y amad a todos.

¿Qué se puede hacer si no se puede hacer la guerra, ni cobrar por fuerza las deudas, ni juzgar a los demas? ¡Todo, absolutamente todo! Amar, sembrar vida… Podrán verlo quienes sigan leyendo y quieran gozar del evangelio. Culmino así y supero las cuatro “postales anteriores” sobre el ejército en la Biblia.

Texto (Lc 6, 27-38).

1. Principio y concreciones. 27 A quienes me escuchéis:

  • Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian;
  • 28 bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian.
  • 29 Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra;
  • y al que te quite el manto, no le impidas (que tome) la túnica. .
  • 30 A cualquiera que te pida, dale;
  • y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva.

2.Razonamiento

  •  31como queráis que los hombres os traten, tratadlos a ellos.
  • 32 Si sólo amáis a los que os aman,
  • ¿qué mérito tenéis? También los pecadores (=egoístas) aman a quienes les aman.
  • 33 Y si hacéis bien a los que os hacen bien,
  • ¿qué mérito tenéis? También los pecadores (egoístas)  hacen lo mismo.
  • 34 Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir ¿qué mérito tenéis?
  • También los pecadores (egoístas) se prestan entre sí para recibir de nuevo

3. Como Dios

  • Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos,
  • haced el bien y prestad, sin pedir nada a cambio.Y vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo,
  • pues también Él es bondadoso con los desagradecidos y malos.
  • 36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso
  • Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.

 4.Conclusión

  • No juzguéis, y no seréis juzgados;no condenéis, y no seréis condenados;
  • perdonad, y seréis perdonados
  • Dad, y se os dará:os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. (Lc 6, 27-38).

1. Principio humano. La buena nueva de una humanidad liberada (6, 27-30)

Éste es el principio evangélico” del mensaje y vida de Jesús, el germen de vida que él ha sembrado en la historia de los hombres.  No empieza hablando desde Dios, como si Dios le mandara (¡aquí no se cita para nada a Dios!), sino como “profeta/sabio”, experto en humanidad”, desde su propia experiencia de la historia de Israel y de los pueblos.

Así ofrece  cuatro ejemplos de inversión o ruptura del  esquema comercial y legal del talión, que puede expresarse en un famoso principio de química: Nada se crea ni destruye, todo se transforma conforme a un esquema de equivalencia dinámica. En contra de eso, el evangelio establece aquí tres principios de “creación” gratuita: amar, bendecir, no responder con violencia y robo.

  1. Hay un nivel básico práctica generosa, que se expresa como amor y generosidad activa en relación con los «enemigos», superando así los esquemas de retribución (de mérito y provecho egoísta). No basta la cordialidad o amor interno; es necesario que el amor se exprese en el gesto de la ayuda dirigida hacia los otros. No basta con decir que quiero a los demás, debo mostrarlo actuando bien con ellos.
  2. Hay un nivel más alto (de transformación personal), que puede expresarse en un plano expresamente plano religioso (orad por los enemigos, pedir para ellos lo mejor)pero también en un plano simplemente humana: que bendigamos a los enemigos, que hablemos bien de ellos, que deseemos para ellos lo mejor (un mandato de Jesús que la iglesia que lleva su nombre a veces no ha cumplido: Muchas oraciones de los cristianos piden a derrote y destruya a los enemigos
  3. Hay un nivel económico (dar, prestar a fondo perdido). No basta amar con el corazón y orar con la mente; hay que ayudar económicamente a los enemigos, hay que perdonarles.

  La exigencia del amor al enemigo se manifiesta así en la vida concreta, en forma de oración (¡religión!) y economía (comunicación de bienes). Según eso, el principio final de la de gratuidad (¡no-juzgar!) se expande en unas «concreciones ejemplares», que implican una «práctica de gratuidad», que no puede legislarse en plano de juicio, pero que puede y debe presentarse como principio de conducta: «Al que te golpee en una mejilla preséntale también la otra, y al que te quite el manto, no le impidas (que tome) la túnica. A todo el que te pide dale, y al que te quite lo tuyo, no se lo pidas de nuevo» (6, 29-30).

Vivimos sobre un mundo definido por la violencia (golpear en la mejilla, robar) y por un tipo de necesidad (hay gente que no tiene más remedio que pedir). Pues bien, para evitar que la espiral de los deseos se desboque, el texto nos invita a realizar una renuncia creadora que se expresa en tres gestos. (1) No responder a la violencia con violencia (poner la otra mejilla). (2) No impedir el robo con medios coactivos. (3) Ser generoso con aquellos que nos piden algo, no exigírselo de nuevo. Esos gestos implican una transparencia económica (no oculto lo que tengo, no lo cierro, ni lo tapo, pues no quiero excitar más el deseo de posibles ladrones escondidos) y un desprendimiento activo (no exijo mi derecho, ni interpreto mi vida en clave de propiedad). Así supero el nivel de una ley entendida como medio de auto-defensa (incluso violenta), para situarme en un plano de generosidad[1].

El principio de gracia (no-juicio) se expresa en forma de gratuidad activa, que puede superar y supera la espiral de los deseos violentos. Jesús piensa que esa gratuidad (no defenderse, no ocultar lo que se tiene, dar lo propio…) puede cortar y corta la espiral de violencia que nos amenaza. Ese principio no se puede demostrar, pues las demostraciones pertenecen al plano de la equivalencia, regulada por la ley (cf. 6, 32-34), pero puede y debe iluminar la vida de los hombres. Esta es la experiencia clave del ágape, que es amor creador, frente a un eros (de un tipo de amor de equivalencia) que podría interpretarse en clave de equivalencia entre aquello que se recibe y se da. Jesús no quiere mantener el mundo como está; está seguro de que tal como está se destruye. Por eso quiere cambiarlo[2].

(2) Razonamiento: “demostración “humana” (sin apelar a Dios; Lc 6, 31-34).

             Los cristianos (y en especial algunos “eclesiásticos” que se piensan dueños de las llaves de ocultas del conocimiento y de la vida) apelan inmediatamente a Dios, diciendo que las cosas anteriores han de hacerse porque Dios lo manda. Pues bien, Jesús (que hablaba de Dios y le llamaba Padre, como veremos) no empieza apelando para nada a Dios. Apela sólo a la verdad del hombre. Los “mandatos” anteriores (amar al enemigo, poner la otra mejilla, perdonar…) brota del mismo “conocimiento humano”.

            No brota de un Dios superior (porque él así lo mande), sino del mismo conocimiento humano, de un “auténtico” egoísmo, abierto a todos los hombres, como indicaré en las siete reflexiones que siguen:

1.Hay un principio, y ese principio eres tú mismo: Haz a los otros lo que quieres que los otros te hagan a ti. El principio de la “nueva conducta” es uno mismo: Descubrir que no tengo un deseo de que me amen. Para que eso se cumpla de verdad tengo que descubrir que los demás son también personas (como yo lo son), de manera que para que me amen de verdad tienen que ser libres, como yo…

2.De aquí deriva el segundo principio: Haz a los demás lo que deseas que ellos te hagan… Eso significa que tienen que desear para los otros lo que deseas para ti. Para que los demás te puedan amar como tú quieres tienes que tratarlos a ellos como quieres que ellos te traten.

3. Una legión de exegetas y filósofos (entre ellos el mismo Kant) han afirmado que este es un principio de amor egoísta…, que no es signo de Jesús, ni de Dios… Han dicho, además, que este principio (ama a los demás como quieres que ellos te amen) forma parte de la ética “vulgar” de un tipo de judaísmo helenista del entorno de Jesús. Pero a eso se puede responden de dos maneras:

4.Primera respuesta. Este principio (tratar a los demás como quieres que ellos te traten) no es un principio egoísta, sino la superación de todo egoísmo. En el fondo está el descubrimiento del otro como “otro yo”, como alguien a quien debo amar como a mí mismo, como deseo que los demás me traten y amen. No tengo que negarme (odiarme), sino al contrario “amarme” sanamente, deseando que otros me amen… y amándoles yo a ellos de esa forma.

5.Segunda respuesta. Desde aquí se entiende el “pecado”. Ese pasaje habla tres veces de “pecadores”, pero no les define como gentiles, como enemigos de la religión etc., sino como personas que sólo quieren y ayudan a los demás en un plano “comercial”: Es el pecado de los que aman con una segunda intención (para que les amen a ellos); es el pecado de los que prestan y dan… pero sólo con un “interés”, para cobrar los intereses….

6.En contra de riesgo de egoísmo, cuando dice “como queréis que os amen amadlos…”,Jesús está pidiendo que amemos a los otros como otros, como personas, queriendo su bien (no sólo el nuestro). Ciertamente, nos amamos a nosotros mismos (queremos nuestro bien), pero igualmente debemos querer el bien de los demás.

7.Sólo así el egoísmo se convierte en “gratuidad, en universalidad”. Sólo queriendo a los demás gratuitamente, como seres distintos, puedo recibir yo también un amor “gratuito”: no me amarán como siervos, esclavos… sino como amigos libres. Sólo en libertad de amor puede “existir” la humanidad. De lo contrario se destruya a sí misma.

(3) Principio teológico, como Dios… (6, 34-36).

             Sólo en este momento Jesús puede apelar y apela al Dios como “creador gratuito… Éste es el Dios creador, que no presta con usura, que no da para esperar después la “paga”. El dios que da gratuitamente, todo, sin quedarse sin nada, absolutamente sin nada.

Dios no crea para que los hombres le respondan pagándole lo que le deben… Los hombres no deben absolutamente nada a Dios; no tienen obligación ninguna de rendirle algún homenaje de sometimiento o sumisión. Dios lo da todo, gratuitamente, toda la vida es un regalo.

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Amad a vuestros enemigos. Domingo 7º. Ciclo C

Domingo, 20 de febrero de 2022
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ninos-judio-y-palestinoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado, en la primera parte del “Discurso en la llanura”, Jesús distinguía dos antagónicos: pobres-odiados y ricos-estimados. Los primeros recibirán en el cielo su recompensa; los segundos lo perderán todo. Pero aquí, en la tierra, ¿cómo deben relacionarse ambos grupos? ¿Deben comenzar los pobres una guerra contra los ricos? ¿Pueden contentarse, al menos, con maldecirlos y desearles toda clase de desgracias? A favor de esta postura se podrían citar numerosos salmos, textos proféticos, y la práctica contemporánea de la comunidad de Qumrán. Pero Lucas quiere inculcar una actitud muy distinta, basándose en la enseñanza de Jesús.

Comportamiento con los enemigos (6,27-36)

Al comienzo del evangelio de Lucas, Zacarías, padre de Juan Bautista, profetiza que el descendiente de David vendrá “para que arrancados de las manos de los enemigos, le sirvamos [a Dios] con santidad y justicia”. Es una falsa esperanza. La venida de Jesús no nos arranca de las manos de los enemigos. ¿Qué hacer con ellos?

Ante los sentimientos y palabras adversos

«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.

Jesús comienza dirigiéndose a “vosotros que escucháis”, sus discípulos. No puede ser más duro y exigente: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurian”. Ya no se trata de dos grupos separados (pobres – ricos), cada uno viviendo su propia vida. Hay un grupo enemigo que odia, maldice e injuria a las comunidades cristianas. Igual que hoy día se odia, insulta y critica a la Iglesia. ¿Cómo reaccionar ante ello? Es frecuente la autodefensa, negar las acusaciones o relativizarlas. No es eso lo que quiere Jesús. Incluso en el caso de que el odio, la crítica o la maldición sean injustificados, la postura del cristiano debe ser positiva. De las cuatro cosas que indica Lucas, dos al menos son posibles en cualquier circunstancia: hacer el bien y rezar. El “amor” no hay que entenderlo en sentido afectivo (como el amor entre los esposos, o entre padres e hijos), sino en el sentido práctico de “hacer el bien”. En el evangelio de Lucas, el ejemplo concreto sería el de Jesús curando la oreja del soldado que viene a detenerlo.

Ante las acciones

Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que te quite lo tuyo, no se lo reclames.

De repente, del “vosotros” se cambia al “”. Lo que hay que afrontar ahora no son sentimientos adversos (odio) o palabras hirientes (maldiciones, injurias), sino acciones concretas: “Al que te golpee en la mejilla… al que te quite el manto… al que te pide… al que te quite”. Estas frases le gustarían mucho a Gandhi. Pero a la mayoría le pueden resultar absurdas y prestarse al chiste: “Al que te robe el móvil, dale también el reloj”; “al empresario que intenta robarte, no se lo reclames”.

¿Hay que tomar estas exhortaciones al pie de la letra? En el NT se escuchan dos bofetadas: una a Jesús y otra a Pablo. Ninguno de los dos pone la otra mejilla. Jesús reacciona: “Si he hablado mal, dime en qué. Y si no, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,23). Pablo, que se dirige al sumo sacerdote, es más duro: “Dios te va a golpear a ti, pared encalada. Tú estas sentado para juzgarme según la Ley y me mandas golpear contra la Ley” (Hch 23,3).

En cambio, con respecto al no reclamar en caso de injusticia, hay una reflexión de Pablo muy parecida. Un miembro de la comunidad de Corinto tuvo un pleito con otro y acudió a los tribunales paganos. Pablo les escribe que eso debería resolverlo un experto dentro de la comunidad. Y añade algo en la línea del evangelio que comentamos: “Ya es bastante desgracia que tengáis pleitos entre vosotros. ¿Por qué no os dejáis más bien perjudicar? ¿Por qué no os dejáis despojar?” (1 Cor 6,1-11).

La regla de oro

Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. 

El discurso vuelve al “vosotros”: “Como queréis que os traten los hombres tratadlos vosotros a ellos”. La formulación negativa de esta famosa norma aconseja: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan”. Aquí se pide algo más que no hacer daño; se pide tratar bien a cualquier persona. ¿Cómo te gusta que te trate la gente, hable de ti (por delante y por detrás), se comporte contigo? Ponte en la piel de la otra persona y actúa como te gustaría que ella se comportase contigo.

Motivos para actuar así

Lucas es consciente de que Jesús pide algo muy difícil. Por eso añade tres motivos que pueden ayudarnos a actuar de ese modo.

1) El cristiano debe superar a los pecadores.

Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué merito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman.
Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.
Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué merito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.

Lo repite tres veces, recogiendo dos verbos iniciales (amar, hacer el bien) y añadiendo uno nuevo (prestar). Si el cristiano se limita a imitar al pecador, no tiene mérito alguno. Se queda sin premio.

2) El premio.

¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.

Ya al principio del discurso prometió Jesús “una recompensa abundante en el cielo” (6,23). Ahora vuelve a mencionar esa “recompensa abundante” (6,35). Pero no habrá que esperar a la otra vida para recibirla porque, actuando de ese modo, “seréis hijos de Dios, que es generoso con ingratos y malvados”. Algunas personas han pagado grandes sumas por un título nobiliario. La realidad de “hijo de Dios” no se compra, se consigue actuando de forma benévola con los enemigos.

3) Un buen hijo  debe imitar a su Padre, que es compasivo (v.36),

Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo

  La compasión de Dios la confirmará más adelante la parábola de los dos hermanos, en la que el padre abraza y festeja al hijo sinvergüenza que ha gastado su fortuna con malas mujeres. Jesús pide mucho, pero también Dios se exige mucho a sí mismo.

Jesús y sus enemigos: ataque, reproche, silencio, disculpa y perdón

Los preceptos anteriores resultan a veces muy tajantes, sin matices. Si Jesús mismo no practicó alguno de ellos, ¿cómo debemos interpretar los otros? La respuesta se encuentra en el resto del evangelio. Leyéndolo se advierte que el tema de los enemigos es mucho más complejo de lo que aquí aparece. Jesús encuentra enemigos muy distintos a lo largo de su vida: los escribas y fariseos, enemigos continuos, que critican y condenan todo lo que hace; las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén (sacerdotes y ancianos), que lo condenan a muerte y se burlan de él cuando está en la cruz; Judas, que lo traiciona; los soldados, que se burlan de él, lo golpean y crucifican; el mal ladrón, que lo zahiere.

La reacción de Jesús es muy distinta en cada caso. A los escribas y fariseos no los bendice; los ataca de forma durísima, sin desaprovechar ocasión alguna de condenarlos, insultarlos y dejarlos en ridículo. A las autoridades les reprocha en el huerto que vengan a apresarlo como si fuera un ladrón, luego guarda silencio. Con un reproche reacciona también ante Judas: “¿Con un beso entregas al hijo del hombre?”. Ante los soldados, por mucho que se burlen de él y lo hieran, no protesta ni maldice. Pero su actitud global la representan sus palabras en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, que abarcan a todos los grupos. No solo perdona, también disculpa. Al morir por todos nosotros, estaba cumpliendo su mandato de hacer el bien a los que nos odian.

La medida que uséis con los demás la usará Dios con vosotros (37-38)

El discurso cambia de tema. Deja de referirse a los enemigos para centrarse en la conducta con los otros miembros de la comunidad.

No juzguéis, y no seréis juzgados;
no condenéis, y no seréis condenados;
perdonad, y seréis perdonados;
dad, y se os dará:
os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La medida que uséis, la usarán con vosotros.

La primera parte comenzó con cuatro órdenes (amad, haced bien, bendecid, rezad). Ahora encontramos dos prohibiciones (no juzguéis, no condenéis) y dos mandatos (perdonad, dad).

Lo novedoso es que de nuestra conducta depende la que adopte Dios con nosotros. Si juzgamos, nos juzgará; si condenamos, nos condenará; si perdonamos, nos perdonará; si damos, nos dará. Y aquí llega al colmo el tema de la “recompensa abundante” que ha salido ya dos veces en el discurso; ahora se dice que será “una medida generosa, apretada, remecida, rebosante”.

Estas cuatro normas parecen una receta excelente para corromper a Dios y forzarle a tratarnos bien y perdonarnos. Por desgracia, muchas veces preferimos arriesgar su condena por el breve placer de criticar o condenar a alguien.

El tema de no juzgar y no condenar se desarrolla a continuación, pero la liturgia ha reservado el resto del discurso para el domingo 8º.

La 1ª lectura (1 Samuel 26,2.7-9.12-13)

En aquellos días, Saúl emprendió la bajada hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas, para dar una batida en busca de David.
David y Abisay fueron de noche al campamento; Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa estaban echados alrededor. Entonces Abisay dijo a David:
—«Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe».
Pero David replicó:
«¡No lo mates!, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor».
David tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni se despertó: estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo.
David cruzó a la otra parte, se plantó en la cima del monte, lejos, dejando mucho espacio en medio, y gritó:
«Aquí está la lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor».

Ofrece un ejemplo concreto de perdón al enemigo, pero por debajo de lo que pide el evangelio. David, perseguido continuamente por Saúl, tiene la posibilidad de matarlo. A eso lo anima su compañero Abisai. David se niega a hacerlo “porque no se puede atentar impunemente contra el Ungido del Señor”. ¿Y si no se tratara del rey? Cuando estaba al servicio de los filisteos devastaba los pueblos vecinos “sin dejar vivo hombre ni mujer”. David no es el modelo ideal para el modo de tratar al enemigo. Pero podemos aplicarnos el mensaje de esta escena: si David perdonó a Saúl por ser el rey de Israel, yo debo perdonar a cualquiera por ser hijo de Dios.

Cuando los enemigos nos hacen un gran favor

En esta época en que se critica tanto a la Iglesia, conviene recordar que las críticas y persecuciones le hacen gran bien. Tertuliano escribía en el siglo III: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”.

En 1870, el estado italiano se apoderó de Roma y arrebató al Papa la mayor parte de los Estados Pontificios. Lo que muchos católicos de finales del siglo XIX vivieron como una terrible ofensa a la Iglesia, hoy lo vemos como una bendición de Dios. Algunos incluso piensan que Italia debería haberse quedado con todo. San Pedro no tenía nada.

Un propósito muy evangélico

No enviar por las redes sociales ninguna noticia, chiste o comentario que fomente el odio o el desprecio, que insulte o se burle de cualquier persona de cualquier ideología.

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20 de Febrero. Domingo VII. Tiempo Ordinario

Domingo, 20 de febrero de 2022
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Amad a vuestro enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.”

(Lc 6, 27-38)

Con el evangelio de hoy no nos vale esa excusa tan socorrida del “no lo entiendo”. Algunas veces nos encontramos con pasajes de significado oscuro pero hoy todo queda meridianamente claro.

Sabemos exactamente lo que quieren decir las palabras de Jesús. No hay problemas de interpretación.

Por eso, hoy tampoco nos vale eso de “no sé lo que quiere Dios de mí”. Este texto es todo un programa de vida. Podríamos incluso llamarlo “La Regla de Vida de Jesús.” Vamos a ver cómo quedaría:

Regla de Vida de Jesús

  1. Amad a vuestros enemigos.
  2. Haced el bien a los que os maldicen
  3. Orad por los que os injurian.
  4. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra.
  5. Al que te quite la capa, déjale también la túnica.
  6. A quien pide, dale.
  7. Al que se lleva lo tuyo, no se lo reclames.
  8. Tratad a los demás como queráis que ellos os traten.
  9. Prestad sin esperar.
  10. Sed compasivos.
  11. No juzguéis.
  12. No condenéis.
  13. Perdonad.
  14. Dad.

La verdad es que queda bien, es un texto corto, fácil de aprender, no tan fácil de vivir. Creo que hoy comprendo un poco más a San Francisco cuando, ante la insistencia de sus hermanos en que escribiera una Regla, los remitía al evangelio. No sé si a aquellos primeros franciscanos les parecería poco, o quizá demasiado…

Lo cierto es que, hacer de la vida de Jesús, o de sus palabras nuestro criterio de vida, no es tarea fácil. Ni siquiera sería fácil tomar este pequeño fragmento de hoy y tratar de vivirlo. Tal vez por eso necesitamos las unas de las otras, por eso nos conviene que la Iglesia sea muy plural y rica en matices. Necesitamos distintos movimientos y familias religiosas que con su esfuerzo hagan vida una palabra, un gesto, un rasgo de la vida de Jesús y, así, entre todos y todas, iremsos formando ese hermoso Rostro de Dios del que somos imagen cuando nos unimos.

Oración

Haznos parte de esa imagen tuya. Ayúdanos, Trinidad Santa, a reflejar un pequeño destello de tu Luz.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

 

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Si descubro que no hay enemigo, podré amor a todos.

Domingo, 20 de febrero de 2022
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DOMINGO   7º  (C)

Lc 6,27-38

Seguimos con el sermón del llano de Lucas. Después de las bienaventuranzas, nos propone otro de los hitos del mensaje evangélico: “Amad a vuestros enemigos”. Es el único dato que puede asegurarnos que cumplimos la propuesta. Tampoco es fácil entenderlo, mejor dicho, es imposible entenderlo si no se tiene la vivencia de unidad con Dios. Como programación o como obligación venida de fuera, nunca tendrá éxito, aunque el que lo proponga sea el mismo Dios. Para entrar en la dinámica que los evangelios nos proponen es indispensable comprender que no hay ningún enemigo.

Si sigo pensando que estas exigencias son demasiado radicales, es que no he entendido nada del mensaje evangélico; aún estás pensándote como individualidad separada y egótica, no te has enterado de lo que realmente eres. Jesús propone un planteamiento existencial, que va más allá de toda comprensión racional. Compromete el ser entero, porque se trata de dar sentido a toda mi existencia. Es verdad que desbarata el concepto de justicia del todo el AT y también el del Derecho Romano que nosotros manejamos. Pagar a cada uno según sus obras o la ley del talión, ojo por ojo… quedan superadas.

Quiero sacaros de la sensación de angustia al descubrir que no somos capaces de amar al enemigo. Esa incapacidad es consecuencia inevitable de un mal planteamiento. Si sigo creyendo que el amor es un sentimiento, cerceno la posibilidad de cumplir el evangelio, porque los sentimientos no están sujetos a la voluntad, son independientes y anteriores a  nuestros deseos. Intentaré explicarlo. En griego hay dos verbos que nosotros traducimos por amar: “agapeo” y “phileo”. Pero los primeros cristianos aplicaron al “agapeo” un significado muy concreto, que va más allá del que aplicamos al amor humano.

Agape significó para ellos el amor de Dios o el de un ser humano que imita el amor de Dios. Y ya sabemos que el amor en Dios no es una relación sino un total identificación con todo. Phileo siguió significando un amor de amistad, de cariño, de empatía con otra persona. En el texto que comentamos dice agapete, es decir, amaos como Dios ama o mejor, amaos con el mismo amor de Dios. Esta pequeña aclaración nos puede dar una pista de cómo debemos entender el amor a los enemigos. No se nos exige simpatía o amistad con el enemigo sino el amor de Dios al que tenemos que imitar.

Cuando interpreto la propuesta de amar al enemigo como una obligación de tener sentimientos positivos hacia él, entramos en una esquizofrenia porque no está a mi alcance. Lo que pide Jesús es otra cosa que sí está al alcance de nuestra voluntad. Se nos pide que amemos con el mismo amor con que Dios nos ama. Yo no puedo tener simpatía hacia el que me está haciendo daño, pero puedo considerar que hay algo en ese sujeto por lo que Dios le ama; y yo estoy obligado a considerar ese aspecto que me permita considerarlo parte de mí e identificarme con él a pesar de su actitud.

Esto quiere decir que el amor que nos pide Jesús no está provocado por las cualida­des del otro, sino que es consecuencia exclusiva de una maduración personal. En la vida normal damos por supuesto que tenemos que amar a la persona amable; que debemos acercar­nos a las personas que nos pueden aportar algo positivo. El evangelio nos pide algo muy distinto. Dios ama a todos los seres, no porque son buenos, sino porque Él es bueno. Pero en vez de entrar en la dinámica del amor de Dios, le hemos metido a Él en la dinámica de nuestro instinto. Hemos hecho un dios que premia a los buenos y castiga a los malos. Si pensamos que Dios ama solo a los buenos, ¡qué podemos hacer nosotros!

Ningún amor puede ser consecuencia de un mandamiento. Cualquier forma de programación es lo más contrario al amor. Ésta es la causa de tanto fracaso espiritual. El amor de que habla el evangelio, como todo amor, tiene que ser consecuencia de un conocimiento. La voluntad es una potencia ciega, no tiene capacidad ninguna de elección. Solo puede ser movida por un objeto que la inteligencia le presente como bueno. Lo que le es presentado como malo, lo rechaza sin paliativos, no puede hacer otra cosa. Cuando en la vida real, repetimos una y otra vez una acción que consideramos mala, es que, en el fondo, no hemos descubierto la razón de mal en esa acción, y solamente la hemos considerado mala como fruto de una programación externa o una obligación impuesta.

Pero ese conocimiento, que nos lleve a descubrir como algo bueno el amor al enemigo, no puede ser el que nos dan los sentidos ni la razón, que ha surgido exclusivamente para apoyar a los sentidos y garantizar la vida individual y biológica. El conocimiento que me lleve a amar al enemigo tiene que ser una toma de conciencia de lo que realmente soy, y por ese camino, descubrir lo que son los demás. Este amor es lo contrario del egoísmo. Llamamos egoísmo a una búsqueda del interés individual del falso yo. Cuando descubro que mi verdadero ser y el ser del otro se identifican, no necesitaré más razones para amarle. De la misma manera que no tengo que hacer ningún esfuerzo para amar todos los miembros de mi cuerpo, aunque estén enfermos y me duelan.

No podemos esperar que este Amor, que se nos pide en el evangelio, sea algo espontáneo. Todo lo contrario, va contra la esencia del ADN que nos empuja a hacer todo aquello que puede afianzar nuestro ser biológico y a evitar todo lo que pueda dañarlo. Para dar el paso de lo biológico a lo espiritual, tenemos que recorrer un proceso de aprendizaje inteligente, pero más allá de la razón. Solo la intuición puede llevarme al verdadero conocimiento, del que saldrá el Amor-agape.

Los motivos que propone el evangelio para ese amor, también apuntan al “agape”. “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Mateo es más radical y habla de “sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto.” Se nos pide que nos comportemos como Dios. Se nos pide salir al padre, comportarse como el padre. Solo alcanzando una conciencia clara de ser hijos, podremos considerarnos hermanos. Para los judíos, el concepto de hijo estaba más ligado a la relación humana que a la biológica. Alcanzar la plenitud humana es imitar a Dios como Padre. Por eso Jesús consideró a Dios Padre.

Otro problema muy complicado es compaginar este amor con la lucha por la justicia, por los derechos humanos. Jesús habla de no oprimir, pero también, de no dejarse oprimir. Tenemos la obligación de enfrentarnos a todo el que oprime a otro o trata de oprimirme a mí. Tolerar la violencia es hacerse cómplice de esa violencia. Si no ayudamos a los demás a conseguir los derechos mínimos que no se le pueden negar a un ser humano, se nos calificará, con razón, de inhumanos. Pero la defensa de la justicia, nunca se debe hacer con odio, venganza y violencia. Sin la experiencia interior, será imposible armonizar la lucha por la justicia y el verdadero amor. Sin renunciar a la lucha por la justicia, debemos tener claro que esa lucha, tenemos que llevarla a cabo con amor.

Meditación

La exigencia de amor está dentro de ti. Es tu verdadero ser.
Cuando llegues al centro mismo de tu ser, lo descubrirás.
Si eres uno con el UNO, eres UNO con todos.
Si eres UNO, no hay opción, porque no hay otro.
Si te empeñas en ser uno separado,
potenciarás tu yo, pero te destrozas como ser humano.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Jesús en estado puro.

Domingo, 20 de febrero de 2022
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Lc 6, 29-38

«Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen… Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis… no condenéis… perdonad…»

Estamos en el núcleo más íntimo del evangelio; en lo que más genuinamente expresa el sueño de Jesús; el Reino: una humanidad de hijos que solo queriéndose como hermanos encontrará su camino.

Pero estas expresiones que hoy leemos pueden ser interpretadas de muy diversas maneras. De hecho, unos la interpretan como una norma moral sumamente exigente que nos abre las puertas del cielo, otros, como un tratado de sabiduría que nos señala el camino de la felicidad, y otros, como una propuesta genial de convivencia capaz de llevar la humanidad a la plenitud a la que está destinada.

Pero conociendo a Jesús como creemos conocerle, resulta muy difícil imaginar que solo buscase la raquítica salvación de una docena de perfectos, sino que nos estaba proponiendo un proyecto de mucha más envergadura… Y así debieron creerlo también los poderosos de Israel, pues solo necesitaron unos meses de predicación para saber que tenían que matarlo porque su doctrina hacía peligrar su estatus y comprometía su forma de vida.

Y es que una lectura superficial del evangelio nos puede llevar a concluir que Jesús no abordó los problemas sociales y políticos de su época —y por tanto de ninguna época—; que sus consideraciones están tan centradas en la persona que no son válidas para dar solución a las dificultades reales de la sociedad. Pero si profundizamos en él veremos que es justo al contrario, porque Jesús construye el Reino desde dentro, no desde fuera, se centra en las personas para que esas personas construyan una sociedad humana mucho más justa y fraterna.

El objetivo último de cualquier sociedad es la convivencia, pero la convivencia se puede tratar de imponer a través de las leyes —cosa que nunca se logra— o se puede sembrar. Como decía Ruiz de Galarreta: «La ley deja a la persona a sus fuerzas, le pone preceptos que debe cumplir, le amenaza, le castiga, pero no le cambia el corazón. El Evangelio le coloca ante el don de Dios, le hace conocer a su Padre, le convierte en Hijo, lo cambia por dentro… y ya no tiene que mandarle nada».

Cuando la convivencia se siembra, tarda un tiempo en dar fruto, pero cuando lo da, da el ciento por uno. La razón es que las actitudes evangélicas —aunque parezca lo contrario— son contagiosas, y cada acción de generosidad, de perdón, de fraternidad, es una siembra que acaba dando fruto. Y es por eso por lo que estamos invitados a actuar como hijos; a estar en el mundo como estuvo Jesús, porque su semilla es poderosa y capaz de cambiarlo definitivamente a mejor.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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El plan al revés.

Domingo, 20 de febrero de 2022
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(Lc 6, 27-38)

Tienes un plan, una hoja de ruta que requiere, como punto básico, ponerse a la escucha. “A vosotros que me escucháis os digo…”.

Con tantas distracciones alrededor es posible que ni siquiera lleguemos al punto básico. Pero no nos pongamos negativos, vamos a pensar que sí, que llegamos a escuchar desde dentro: “Amad a vuestros enemigos”.

Suena contra natura. El individualismo reinante nos pone en guardia: cualquiera puede ser el enemigo. Bajar la guardia es complicado. ¿Qué significa este mensaje?… y hay más: “Haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian”. Algunos ya tuvieron bastante, se retiran.

“Haced el bien… sed misericordiosos… no juzguéis… perdonad… dad…”. “Amad a vuestros enemigos”, escuchan de nuevo quienes quedaron expectantes.

Es muy posible que interpretemos este evangelio mirando siempre hacia fuera, a los otros. Habría revisar, humildemente, lo que sucede dentro de cada uno.

Empecemos por un poderoso enemigo interno: el ego. Campa a sus anchas tomando decisiones sobre quien es amigo, quien enemigo. Sus prácticas son sibilinas, egoístas, discriminatorias, selectivas, abusivas… y va tejiendo una red que es la envidia de la araña más ingeniosa. El miedo es su principal arma, disimulada con síntomas de prepotencia, ambición y exigencia. Quien se sienta libre de esto “que tire la primera piedra” (Jn 8,7)

Ahora miremos hacia fuera, al complicado entramado mundial: guerras, abusos, leyes injustas, discriminación por color de piel, por ser pobre, por ser mujer; alambradas y muros que señalan a los que llegan como enemigos; usos y abusos financieros delictivos amparados en marcos legales envueltos en oscuridades difíciles de detectar; muertes y detenciones de personas activas en la denuncia y en la ayuda a los más desfavorecidos… y volvemos a escuchar: “Amad a vuestros enemigos”.

Existe otra posibilidad. Mirémonos a un espejo, compartamos una pregunta con nuestra imagen: ¿Alguien piensa en mí como un enemigo, alguien concreto con intención desea causarme algún mal? Es duro.

En este choque de trenes vive el homo sapiens (en sentido masculino y femenino) sin reconocer que la humanidad es una y que, aunque camine orgullosamente erguido, no llegará a ser quien está llamado a ser hasta que cambie las herramientas que empuña desde hace millones de años por otras que mucho más sutiles: la bondad, la misericordia, el perdón, la generosidad, el cuidado, la ayuda desinteresada, oración, la bendición…

Propones un plan al revés que nos deja confusos, aturdidos. Nos propones conversión. Nos empujas hacia el precipicio para ver si reaccionamos y aprendemos a vivir desde el Amor, con una única inscripción en la hoja de ruta que recibimos al llegar a este mundo: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34-35). Así no habrá enemigos sino hermanos.

Demos gracias por tantos hombres y mujeres que hicieron y hacen de su vida una obra de arte de Amor.

Mari Paz López Santos

Fuente Fe Adulta

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