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Domingo, 2 de febrero de 2020
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Hoy celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, pero no nos resistimos a meditar el evangelio que corresponde al IV domingo del Tiempo Ordinario con el que coincide este año:

MESIAS

Te seguiré donde quiera que Tú vayas
y tu Palabra siempre escucharé.
Serás mi luz, mi vida, mi esperanza,
serás el agua viva de mi fe.
Yo creo en ti, en tu sueño de fraternidad
porque el amor el mundo cambiará,
voy a sembrar contigo la felicidad
en casa, en el trabajo, en mi ciudad.
Será Jesús manantial en el camino
y su Palabra el agua de verdad,
será su amor la fuerza y la alegría,
la luz que nuestros pasos guiará.
Y se unirán a nosotros mil amigos,
compartiremos agua, vida y pan
y viviremos juntos como hermanos,

seremos mensajeros de la paz.

***

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.

Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

*

Mateo 5,1-12a

***

Entre los diez grupos en que se pueden distribuir y agrupar las diferentes bienaventuranzas bíblicas, sólo una hace referencia a la posesión de bienes materiales. Es lo dicho de aquel padre que, por la fecundidad de su mujer, se encuentra rodeado de un determinado numero de hijos, sanos y robustos, y que, por ello, es honrado y respetado entre sus congéneres. Otras Bienaventuranzas de tipo material no existen. Ni los ricos, ni los poderosos, ni los prepotentes, ni los dominadores, ni mucho menos los vividores, tienen cabida, directamente, en las bienaventuranzas bíblicas, entre el número de los bienaventurados. Ni la riqueza, altamente estimada entre los bienes deseables de la vida del hombre en la mentalidad bíblica veterotestamentaria. Es verdad que pobreza e indigencia nunca tuvieron buena acogida. En cambio, a diferencia de las bienaventuranzas egipcias o griegas, las bienaventuranzas bíblicas nunca consideraron que la riqueza, por si sola, bastase para dar la felicidad. Ni tampoco la gloria, el honor o el prestigio.

Ciertamente, todos estos bienes san altamente apreciados y estimadas. Pero nunca han sido considerados como constitutivos de la felicidad humana. Son bienes complementarios, pero no constitutivos.

Sirviéndonos de esta distinción, bienes constitutivos y bienes complementarios, en realidad el mayor bien constitutivo, según nueve de los diez grupos de bienaventuranzas, no es otro que Dios. O dicho de otra forma, la posesión por parte del hombre de todas las actitudes mas genuinas y auténticas relacionadas can la realidad divina: fe en un único Dios (grupo I); plena confianza y esperanza en su acción salvífica (II); respeto profundo, temor y amor (III); confesión humilde de los pecados y deseo de perdón (IV); estima y anticipación activa en el culto y la liturgia del templo (IV); mirada vigilante y escucha atenta a la presencia de Dios en el mundo y en la historia (V); consideración de la Ley como reflejo y testimonio de la manifestación de la acción salvadora de Dios (VI); respetuoso comportamiento ante la justicia (VII) y, finalmente, aceptación humilde de algunas carencias físicas, de un estado de sufrimiento (VIII).

Estamos, como se puede apreciar; ante un conjunto de actitudes religiosas, mediante las cuales las personas toman conciencia de sus incapacidades, limitaciones, y no se cierran orgullosamente en si mismas, sino que reconocen que solo en Dios encuentran su plenitud.

*

A. Mattioli,
Beatifudini e Felicita nella Bibbia d’IsraeIe,
Prato I992, 542ss.

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“Fe sencilla”. Presentación del Señor – A (Lucas 2,22-40)

Domingo, 2 de febrero de 2020
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presentationEl relato del nacimiento de Jesús es desconcertante. Según Lucas, Jesús nace en un pueblo en el que no hay sitio para acogerlo. Los pastores lo han tenido que buscar por todo Belén hasta que lo han encontrado en un lugar apartado, recostado en un pesebre, sin más testigos que sus padres.

Al parecer, Lucas siente necesidad de construir un segundo relato en el que el niño sea rescatado del anonimato para ser presentado públicamente. ¿Qué lugar más apropiado que el Templo de Jerusalén para que Jesús sea acogido solemnemente como el Mesías enviado por Dios a su pueblo?

Pero, de nuevo, el relato de Lucas va a ser desconcertante. Cuando los padres se acercan al Templo con el niño, no salen a su encuentro los sumos sacerdotes ni los demás dirigentes religiosos. Dentro de unos años, ellos serán quienes lo entregarán para ser crucificado. Jesús no encuentra acogida en esa religión segura de sí misma y olvidada del sufrimiento de los pobres.

Tampoco vienen a recibirlo los maestros de la Ley que predican sus «tradiciones humanas» en los atrios de aquel Templo. Años más tarde, rechazarán a Jesús por curar enfermos rompiendo la ley del sábado. Jesús no encuentra acogida en doctrinas y tradiciones religiosas que no ayudan a vivir una vida más digna y más sana.

Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de Dios son dos ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Sus nombres parecen sugerir que son personajes simbólicos. El anciano se llama Simeón («El Señor ha escuchado»), la anciana se llama Ana («Regalo»). Ellos representan a tanta gente de fe sencilla que, en todos los pueblos de todos los tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.

Los dos pertenecen a los ambientes más sanos de Israel. Son conocidos como el «Grupo de los Pobres de Yahvé». Son gentes que no tienen nada, solo su fe en Dios. No piensan en su fortuna ni en su bienestar. Solo esperan de Dios la «consolación» que necesita su pueblo, la «liberación» que llevan buscando generación tras generación, la «luz» que ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.

Esta fe sencilla que espera de Dios la salvación definitiva es la fe de la mayoría. Una fe poco cultivada, que se concreta casi siempre en oraciones torpes y distraídas, que se formula en expresiones poco ortodoxas, que se despierta sobre todo en momentos difíciles de apuro. Una fe que Dios no tiene ningún problema en entender y acoger.

José Antonio Pagola

 

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“Mis ojos han visto a tu Salvador”. Domingo 02 de febrero de 2020. Presentación del Señor. Ciclo A

Domingo, 2 de febrero de 2020
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13-Presentacion-TO-scaledLeído en Koinonia:

Malaquías 3,1-4: Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis.
Salmo responsorial: 23: El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.
Hebreos 2,14-18: Tenía que parecerse en todo a sus hermanos
Lucas 2,22-40: Mis ojos han visto a tu Salvador.

El domingo del tiempo ordinario que correspondería celebrar, se ve desplazado en este domingo por la celebración de «La presentación del Señor», fiesta del 2 de febrero. No importa demasiado, porque no estamos en un tiempo «fuerte» del año litúrgico, ni los domingos del llamado «tiempo ordinario», en el que estamos, guardan un sentido mínimo de secuencia que pudiera verse alterada. Aunque hace unas cinco semanas hemos celebrado la navidad, y hace menos de un mes el «bautismo del Señor» –en el que lo dejábamos ya con sus treinta años–, hoy, inesperadamente volvemos atrás, de un día para otro, para poner en el centro de la atención del foco litúrgico al niño Jesús presentado en el templo. Son cosas que la reforma litúrgica conciliar no se atrevió a «racionalizar un poco más». El 2 de febrero no es ningún aniversario histórico de la presentación de Jesús en el templo, de forma que se puede desligar perfectamente de esa fecha y ponerla en un lugar más razonable dentro del desarrollo del «año litúrgico». (Otro tanto pasa a varias fiestas y solemnidades, que nos traen y nos llevan hacia adelante y hacia atrás en el año litúrgico, sin más razón que la mera tradición de las fiestas litúrgicas populares).

Pero eso sería sólo uno de los problemas. Otro, más importante, situado a un nivel más profundo, es la plausibilidad misma de hacer de estas escenas de los evangelios de la infancia una celebración litúrgica tan importante que «vence sobre la celebración del domingo» correspondiente. ¿Estamos seguros de que el hombre y la mujer de hoy se sentirán bien al verse sorprendidos este domingo, al entrar este domingo en la Iglesia y ver girar todo en torno a la escena del niño presentado en el templo? Es bien conocida la escena para los biblistas e incluso para los cristianos laicos asiduos a la catequesis bíblica; ¿pero será una escena susceptible de montar sobre ella un mensaje inteligible para el hombre y la mujer de hoy? ¿O sería mejor que la arquitectura del año litúrgico se montara sobre una visión más amplia, más actual, menos encerrada en las páginas bíblicas? Creemos que sí. Y lo decimos, para no cooperar con nuestro silencio a la sensación falsa de que «aquí no pasa nada», todo está bien en la liturgia de la Iglesia católica, sólo son las personas cristianas descreídas las que van abandonando masivamente —por decenas, o centenas de millones— las que abandonan la práctica de la liturgia dominical.

Para quienes no comparten este punto de vista crítico, montar una homilía «tradicional» no les resultará difícil. Les recomendamos acudir a los comentarios bíblico-litúrgicos oficiales, o a las notas de la misma Biblia, e instalarse y sumergirse en el escenario de la «teología bíblica» propia de los evangelios de la infancia. Los oyentes habituales, ya acostumbrados, aprietan la tecla correspondiente, y son capaces de escuchar con toda naturalidad esa teología de hace casi dos mil años; tiene un encanto propio, que seduce y calma los espíritus. Quienes no gustan de ser retrotraídos al mundo mental de esas argumentaciones y representaciones —principalmente los jóvenes— hace tiempo que han abandonado la liturgia.

En cuanto a la historicidad del relato, de esta escena neotestamentaria, ya sabemos que se trata de una construcción teológica, escrita varias décadas después de cuando pudo tener lugar y, con toda verosimilitud, sin ningún recuerdo histórico de base; está construida toda ella, como es fácil adivinar, en función de reinterpretar al Jesús nazareno muerto en la cruz en el marco de esa visión profética y mesiánica de la que echa mano el texto del evangelio de hoy. Es bien conocido.

Por otra parte la Iglesia católica celebra hoy la Jornada de la Vida Religiosa.

En primer lugar muchos se preguntarán por qué escogieron (ha sido hace bien pocos años) por qué se ha escogido esta fecha-celebración para celebrar en ella la jornada de la vida religiosa. ¿Se preguntarán a quién preguntaron quienes decidieron, o si tales personas que decidieron eran miembros de la vida religiosa o si, al menos, la conocían. Porque todo parece indicar que la naturaleza de la vida religiosa es bien difícil de relacionar con esa escena del evangelio —si es que concebimos la vida religiosa con suficiente rigor—. A quienes quieran aprovechar la ocasión para presentar ante el pueblo de Dios una reflexión sobre ella, les será difícil —o demasiado artificioso— tratar de relacionarla con «la presentación del Señor». Será mejor que cambien los textos, o que sencillamente presenten el tema sin pretender crear una relación artificial con el texto.

La vida religiosa institucionalizada en la Iglesia no arranca desde el principio del cristianismo. Surgió espontáneamente, desinstitucionalizadamente, y fue sólo más tarde cuando se fue institucionalizando. Como tantas otras cosas, acabó no sólo institucionalizada, sino «cautiva» de la institución.

Puede ser bueno recordar que, hace sólo cincuenta años, hasta el Concilio Vaticano II, hablábamos de la vida religiosa en términos de «la vida de perfección en la Iglesia». Era el «estado de perfección», el más perfecto (poniendo aparte el estado episcopal, del que se decía que era el «estado de perfección adquirida», status perfectionis adquisiate, frente al de los religiosos, que sólo era estado de perfección por adquirir, status perfectionis adquirendae).

Con el Concilio implosionó toda aquella teología y se derrumbó sin dejar rastro, quedó totalmente abandonada, prácticamente de golpe. Comenzó a hablarse de los consejos evangélicos y del «seguimiento de Jesús». Era un nuevo camino, sin retorno; nunca volveríamos atrás.

Ya en el posconcilio surgió la teología de los carismas religiosos: cada «familia espiritual» en la Iglesia se constituye en torno a un carisma fundacional (gracia) otorgadi por Dios al fundador/a, no para él mismo/a, sino como una «gracia trasmisible» destinada a ser compartida con otros y prolongada en la historia mediante la misión de esa familia religiosa. Las congregaciones se volcaron —empujadas por la Iglesia misma— a la tarea de (re)descubrir el carisma de su fundador y su propio carisma. Esta teología de los carismas ha sido una creación realmente feliz y ha prestado un servicio muy interesante a la identidad y misión de las familias espirituales, de las congregaciones religiosas.

Pero podemos decir que ya está superada. Los tiempos han cambiado demasiado. La problemática conciliar ha quedado enteramente desplazada por nuevas cuestiones, muy profundas, que en aquellos tiempos no podían ser captadas ni imaginadas. Hace tiempo ya que la teología de la vida religiosa ha evolucionado hacia planteamientos más profundos y existenciales. La vida religiosa sería fundamentalmente radicalidad. Todos los humanos somos religiosos, tenemos esa dimensión profunda en nuestra existencia; pero hay personas en las que esa dimensión se convierte en central y dominante, hasta el punto de poner entre paréntesis dimensiones muy naturales y «normales» de la vida (matrimonio, paternidad/maternidad, independencia, proyecto familiar, y a veces profesionalidad civil). La vida religiosa se puede identificar por la «liminalidad» que representa en su realización (ese estar en el limen, en el límite de la experiencia religiosa.

Esta perspectiva ha ampliado notablemente el concepto de la vida religiosa, a saber: no se trata de un concepto netamente cristiano, sino profundamente humano; la vida religiosa no sería cristiana (no la fundó Jesús), sino que está presente en muchas religiones y es una realidad de la vida humana, incluso civil (hay formas y estados de vida en los que el sujeto hipoteca aspectos y dimensiones naturales «normales» de su vida, para vivir en la radicalidad del compromiso y de la entrega).

Dentro del cristianismo, la vida religiosa sería el seguimiento radical de Jesús. Y ahí surge una dificultad grave: la forma canónica de la vida religiosa católica no puede identificarse con esa definición, porque está marcada por una fundamental «cautividad institucional»: no pone, no puede poner todo bajo el seguimiento de Jesús; por encima de este seguimiento está en última instancia la autoridad incontestable e incuestionable de la institución eclesiástica. Los institutos religiosos han de ser aprobados canónicamente para existir. Una vez aprobados no son ya una iniciativa libre de seguimiento radical de Jesús, sino una institución canónica de la Iglesia católica, sobre la que siempre pesa la hipoteca de la sumisión a la autoridad eclesiástica, externa a la familia religiosa, por encima incluso de lo que los religiosos en cuestión perciban en conciencia como exigencia de la radicalidad, del seguimiento radical de Jesús. El conflicto de la profecía y la radicalidad de los religiosos frente a las imposiciones de las congregaciones vaticanas (para la vida religiosa o para la doctrina de la fe), lo hemos vivido clamorosamente en las últimas décadas: religiosos que se querían comprometer con los pobres, que elaboraban una teología profética, que renovaban sus constituciones en la línea de la espiritualidad de la liberación… y que no podían hacerlo porque, en Roma, los monseñores de turno —la mayor parte de las veces no religiosos— simplemente lo prohibían. En la iglesia católica la vida religiosa puede ser seguimiento de Jesús sólo hasta donde el derecho canónico lo permite y/o hasta donde la curia vaticana lo consiente, no seguimiento radical-liminal de Jesús. Es una de las reformas profundas pendientes en la Iglesia.

En esta situación, no tiene de extraño que haya muchas formas de «vida radical» fuera de la vida religiosa católica, en el amplio mundo del Pueblo de Dios: personas que entregan radicalmente su vida a causas generosas y desinteresadas, libres de mediaciones institucionales.

Será bueno aprovechar la homilía para exponer con claridad a los fieles, por unos pocos minutos, la naturaleza evangélica de la vida religiosa, y la necesidad de dejarle renovarse liberándola de toda cautividad institucional.

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Dom 4, Tiempo ordinario, ciclo A. “El problema de la iglesia es que los cristianos no son felices”

Domingo, 2 de febrero de 2020
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

No se lo creen (no son felices) y acuden a falsos sustitutos

El problema fundamental de la Iglesia no es su riqueza, aunque ella es un tema  importante, en el momento actual, 2020. El problema no es tampoco un celibato más o menos impuesto  que ha podido desembocar en un espiritualismo falso o en compensaciones económicas y afectivas.

El problema no es el poder de alto clero (un vati‒kratos), entendido como dominación sacral de conciencias, sino  la falta de felicidad, de eso que el Papa Francisco llamó el Gozo del Evangelio, con claro pleonasmo, pues evangelio significa  felicidad (y si no lo es no es evangelio).

La Iglesia sólo es signo y presencia de Jesús si es felicidad, y si así se muestran (lo muestran) sus ministros, que han de ser antes que nada portadores de la bienaventuranza de Jesús, de la que trata el evangelio de este domingo (Mt 5, 1-12).

Por eso, el Vaticano sólo será un hogar cristiano si es sede de felicidad, si sus 2.000 funcionarios y “ministros” son expresión y testimonio de  fuerte y gozoso evangelio. Me da igual que sean mujeres o varones, mon‒señoras o mon‒señores, no voy a preguntar sin son homo‒ o hetero‒sexuales, pero han de ser felices en amor, desde la pobreza, capaces de compartir el sufrimiento de los demás con alegría, en mansedumbre, como quieren las tres primeras bienaventuranzas de  este día.

Este es el tema que supo ver ya F. Nietzsche hace casai siglo y medio (1883).  Desde el siglo XVIII en adelante muchos han criticado al cristianismo por injusto (Marx), otros por neurótico (Freud) o por contrario a la ciencia (Comte…). Pero la crítica más fuerte ha sido la de F. Nietzsche, Así habló Zaratustra (cap. De los sacerdotes) cuando acusa a los cristianos de infelices, han negado la felicidad, han condenado la alegría, no han sido evangelio (buena nueva), sino dis‒angelio (mala noticia):

            ¡Contemplad esas tiendas que esos sacerdotes se han construido! Iglesias llaman ellos a sus cavernas de dulzona fragancia… ¡Oh, esa luz falsa, ese aire que huele a moho!… Ellos llamaron Dios a lo que les contradecía y causaba dolor… ¡Y no supieron amar a su Dios de otro modo que clavando al hombre en la cruz! Mejores canciones tendrían que cantarme para que yo aprendiese a creer en su redentor: ¡Más redimidos tendrían que parecerme los discípulos de ese redentor! Desnudos quisiera verlos: pues únicamente la belleza debiera predicar penitencia…

            En este contexto resulta necesario volver a la raíz del evangelio, que Mt 5,1-12a ha condensado en las bienaventuranzas:

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

En un tiempo de felicidades a la carta

Female teen girl stand feel freedom and relaxation travel outdoor enjoying nature with sunrise.      Vivimos en un momento lleno de felicidades a la carta que tienden a identificarse con el dinero (Mammón, el dios final en que culminan y se condensan todos los dioses de la historia), con propaganda de amores y salud, coches y viajes, comidas y perfumes, sexo asegurado y fama, seguridad laboral y vacaciones, con tiempo sin fin para disfrutar, como si la vida no corriera en el reloj de arena del tiempo, como si no hubiera muerte.

En este contexto se sitúan las ofertas de terapias inmediatas de felicidad mental, con libros y ejercicios de fácil auto‒ayuda, servicios eficaces pseudo‒religiosos, con cursos y cursillos de sanación asegurada…    Todo esto puede venir respaldado con el uso y abuso de estimulantes químicos, desde las recetas de una medicina fácil (¿blanda?) de pastillas hasta las drogas más duras para perderse y volar en universos de dicha siempre asegurados, a la mano. En muchos ambientes se tiene la impresión de que los hombres y mujeres han abandonado el camino de la felicidad personal, centrada en la aceptación de uno mismo y el amor gratuito a los demás, para comprar felicidades rápidas y falsas.

Muchos identifican felicidad con (poder) salir de compras, con la ilusión de adquirir y asegurar un tipo de placer inmediato con “marcas” de coches, perfumes y sexo, con mil accesorios menos necesarios de bolsos, vacaciones y bebidas estimulantes, con el espejismo de que el tener más (en línea de compra) nos dará el gozo mayor que no logramos alcanzar por nosotros mismos. De esa forma tendemos a montar en el carro más brillantes de una caravana frenética, donde el Dios‒Mammón, que es puro Tener,  ( , en Mercado de compras constantemente renovadas por las máquinas que siguen produciendo objetos e ilusiones de consumo cada vez más rápido.

Esta felicidad del consumo de Mammón estávinculada con objetos nuevos que prometen más felicidad, con templos del Mercado, propios de un mundo maravilloso, va más allá de nuestras posibilidades personales y sociales, pues somos incapaces de consumir todo lo que quisiéramos, y, por otra parte, no podemos vivir en felicidad y concordia en un mundo donde los objetos de consumo externo resultan al fin limitados. Esta felicidad del consumo divide a los hombres y los pueblos  en ricos y  pobres,pero tiende a hacer a todos infelices:

 ‒ La infelicidad de muchos ricos nace del hecho de pensar que no podrán lograr ni mantener lo suficiente.  Ésta es la angustia o neurosis propia de aquellos que, teniendo demasiadas cosas y aun pudiendo tener más en un sentido material, piensan que no les basta, o que carecen de aquello que de verdad importa, y se sienten limitados, sin recursos suficientes para alcanzar lo que de verdad desean.

La infelicidad de algunos pobres nace del hecho de que, abriendo los ojos al mercado de felicidad que parecen dar las muchas las cosas, no llegan a tener lo suficiente (comida, trabajo, educación…) y emigran y buscan sin poder lograrla. Buscan así un tipo de felicidad de sociedades ricas de consumo ricas y egoístas, y chocan con el duro realismo de aquellos que se lo impiden, creando barreras y vallas para el paso y comunión de unos con otros.

Las tres primeras bienaventuranzas de Mateo

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            En este momento sólo quiero que la iglesia sea hogar de felicidad… Somos como aquellos de los que habla Jesús en Mt 23, 23; andamos midiendo y colando mosquito, estableciendo diezmos extraños (no evangélicos) de ministerios machos, de con celibatos impuestos para los ministerios, con poderes litúrgico‒sacrales bien medidos… y olvidamos lo más importe de Jesús, que es la felicidad (con la fidelidad, la misericordia, la justicia.  En esa línea de felicidad comentaré hoy las tres primeras bienaventuranzas, dejando para mañana o pasado las siguientes:

1ª: Felices los pobres de Espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos  

Estos pobres de la bienaventuranza son en griego los pôkhoi, aquellos que no tienen nada,   de manera que sólo pueden subsistir por la ayuda o sostén de los demás, es decir, como mendigos. Lc 6, 20 les llamaba simplemente pobres, prometiéndoles la dicha del Reino. Mateo, en cambio, les presenta como pobres de espíritu (tô pneumati) no para negar su carencia material, sino para matizarla desde una perspectiva cristiana:

‒ Son pobres por voluntad, es decir, por decisión personal. En esa línea destaca Mt 5, 3 la bienaventuranza de aquellos que, pudiendo hacerse o vivir como ricos, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad, al servicio de los demás (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11), como Jesús que no fue sólo pobre por condición social (artesano, trabajador desposeído), sino por opción personal, esto es, por decisión creyente: no ha querido ayudar a los pobres desde arriba o por milagro externo (como le dice el diablo de la primera tentación: Mt 4, 1-4), ni quiere “salvarles” desde su más alta autoridad externa (como Job, antes de ser derribado de su altura), sino que se ha “encarnado” (=ha vivido) en la vida de los pobres, compartiendo con ellos su historia de carencias, para iniciar una transformación social y personal, desde lo más bajo, abriendo con los carentes, la marcha el Reino de Dios.

En esa línea, Jesús ha promovido un movimiento mesiánico de solidaridad y ayuda, con y por los pobres, para expresar y ofrecer la bienaventuranza de Dios a todos, incluso a los ricos. Ciertamente, Mateo no ha negado la bienaventuranza de los pobres materiales (a quienes el Jesús de 25, 31-46 llama sus “hermanos más pequeños”), pero ha querido destacar la pobreza por opción de los creyentes que renuncian a la riqueza propia (personal o de Iglesia) a favor de los pobres, para abrir así el camino del Reino desde abajo, en comunión de vida con los excluidos personales y sociales, dentro de la Iglesia, pues en ella sólo pueden construir activamente el camino de Dios y ser felices aquellos que se hacen por voluntad pobres y hermanos de los pobres conforme a la justicia del Reino (cf. Mt 5, 20). Leer más…

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Domingo de las Bienaventuranzas (2.2. 2020). Limpios de corazón, constructores de paz

Domingo, 2 de febrero de 2020
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bienaventuranzas-8-728Del blog de Xabier Pikaza:

Los tanques de la Iglesia, los dólares del Vaticano

Dicen que  dijeron a J. Stalin: “No te metas con la Iglesia católica, tiene mucho poder…”. Y Stalin preguntó: ¿Cuántos miles de tanques acorazados tiene su ejército?

Dicen que han dicho a D. Trump, no te metas con el Vaticano, y que él ha respondido: ¿Cuántos millones de dólares tiene en su banco? ¿Cuántos necesitamos para comprar ese Vaticano?

    No sé si esas preguntas y respuestas son verídicas, pero lo cierto es que, según el evangelio del domingo 2.2.2020 habría que preguntar: ¿Cuántos tesoros de alegría tiene esa Iglesia y ese Vaticano, de limpieza de corazón, de potencial de construcción de paz?

   Presenté el otro día una visión de conjunto de las tres primera bienaventuranzas de Mt 5, 3-10. Hoy sigo con estas dos: Bienaventurados los limpios de corazón, los constructores de paz. La Iglesia no necesita tanques de guerra, ni mil millones de dólares de mercado… Ella no compra ni vende, ofrece (=tiene que ofrecer) limpieza y transparencia de corazón, alegría y  camino de paz.

Felices los limpios de corazón porque verán a Dios

corazon-limpio-imagenes-cristianas1Como he venido señalando, un tipo de judaísmo rabínico ha insistido (a partir de Sal 1) en la bienaventuranza de aquellos que meditan en la Ley nacional de Israel y la cumplen, siendo así limpios según ley, a través del cumplimiento de los mandamientos (limpieza pureza de las manos que se lavan de acuerdo con el rito, de las observancias que se cumplen como está mandado, en gesto de comidas y vestidos, de relaciones sociales y ritos). Pues bien, frente a ese tipo de limpieza al servicio de los más capaces (piadosos y cumplidores), ha destacado Jesús la limpieza y felicidad del corazón, abierto en forma solidaria a todos, especialmente a los expulsados del sistema religioso.

Así lo ha puesto de relieve el Evangelio de Marcos, al insistir en la exigencia de superar un sistema de pureza intra‒judía, centrada en el cumplimiento del sábado (cf. Mc 1, 40-45; 2, 23‒3, 6), con los tabúes de sangre y sexo, de limpieza de manos y comidas (cf. Mc 7). También Mateo ha destacado esa más honda limpieza de corazón que se expresa, por ejemplo, cuando Jesús dice al impuro queda limpio (Mt 8, 3), y cuando manda a sus discípulos que curen (limpien) a los leprosos (Mt 10, 8; cf. 11, 5).

 Frente a una limpieza que puede acabar siendo “exterior”, al servicio de un grupo de especialistas religiosos, centrados en el cumplimiento de sus ritos, el evangelio ha puesto de relieve la bienaventuranza de la limpieza del corazón, que ha de entenderse en sentido personal, social y religioso, en apertura a todos los hombres, en justicia, misericordia y fidelidad (cf. Mt 23, 23). De esa manera, frente a una pureza de ley, al servicio de unos privilegiados (piadosos, cumplidores, separados de los otros), ha destacado Jesús la felicidad del corazón que se abre en forma solidaria a todos, en espacial a los expulsados del sistema social y religioso.

  Jesús puede presentarse así como el limpio por excelencia, desde la perspectiva del corazón que es feliz haciendo felices a los otros. De esa forma ha puesto de relieve la felicidad de la vida, por encima de toda ley o pureza exclusiva de algunos (de tipo político o religioso), pues su patria (su nación o iglesia) es la misericordia universal, desde los más pobres. Él no ha querido por eso destruir el judaísmo del Antiguo Testamento, sino volver a la raíz de sus bienaventuranzas, como he puesto de relieve en la segunda parte de este libro.

En esta línea ratifica el camino de la paz, pues los limpios de corazón no sólo “verán a Dios” (en el futuro), sino que pueden ya mirar ya a los demás (incluso a los enemigos) con los ojos de Dios, en felicidad, es decir, en amor reconciliado. En esa línea, al afirmar que los limpios de corazón verán a Dios, Jesús afirma que ellos serán  (=están siendo) admitidos en la intimidad divin, como  los ángeles de los niños que ven  el rostro del Padre (18, 10), como los hombres y mujeres que se abren a la felicidad del amor compartido, en transparencia de vida.

Un tipo de judeo-cristianismo corría el riesgo de transformar el evangelio en religión de normas exteriores (prestigios nacionales o sociales, insignias, banderas…). Pues bien, en contra de esa pureza de ley, propia de los fuertes religiosos (piadosos y cumplidores), ha destacado Jesús la pureza del corazón, que se abre, en justicia, misericordia y fidelidad, a todos los hombres, especialmente a los expulsados de todos los sistemas de poder social o religioso. Esa pureza de corazón de Jesús se identifica con la felicidad de aquellos que “ven a Dios” (que tienen los ojos abiertos a Dios), pues conocen por dentro y reconocen el sentido más hondo de la vida, como don de gracia, como experiencia de vida en lo divino.

Felices los constructores de paz porque serán llamados hijos de Dios

 Lección 07Otros tipos de judaísmo podían tener sus bienaventurados: guerreros de Dios que conquistan un reino (celotas), sacerdotes fieles a su ritual de sacrificios, fariseos o cumplidores de la ley… Pues bien, para Jesús, judío mesiánico, la bienaventuranza verdadera culmina allí donde los hombres se vuelven eirênopoioi, hacedores de paz, retomando de esa forma el motivo más profundo de la esperanza del Antiguo Testamento, abierto a la bienaventuranza de la Paz  como “Shalom” universal, presencia de Dios en la vida de los hombres.

Entre los pobres de la primera bienaventuranza de Mt 5, 3 y los constructores de paz de ésta (5, 9) discurre un camino que podemos llamar Via Pacis,vía de paz o felicidad universal, distinta de otras formas de paz elitista, violenta o impuesta, y especialmente (en aquel tiempo) de la paz romana, centrada en la victoria militar del imperio. Con el despliegue de esta paz, que es el Shalom o cumplimiento final de la promesa de Israel (que se identifica con la felicidad de Dios en la vida de los hombres), culmina el mensaje de Jesús, centrado en el surgimiento de unos pacificadores mesiánicos (eirenopoioi), que son, básicamente los hombres felices.

Estos hacedores de paz son “mediadores” del Reino de Jesús, que no es victoria o imposición de algunos sobre otros (como en el imperio romano), sino ofrecimiento de vida y comunión a todos, empezando por los pobres, hambrientos, excluidos. Según el evangelio de Mateo, esta paz viene de abajo, desde la vida compartida en comunidades de personas que se aman y amándose abren caminos de felicidad activa entre todos (cf. Mt 10, 2‒15; 28, 16‒20).

 En ese sentido, la tradición cristiana dirá que Jesús ha sido el pacificador por excelencia, testigo y promotor de una felicidad de vida, que no es evasión/superación interior (Krisna) o negación de los deseos (Buda), sino amor abierto en felicidad a todos.

bienaventuranza-7Esta paz de Jesús no es fácil, pues, como él mismo ha dicho “no he venido para traer paz, sino espada; he venido a enfrentar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra” (cf. Mt 10, 34-35), superando así un tipo de tipo de vinculaciones violentas (exclusivas), de tipo familiar o social, en apertura de felicidad a todos los hombres y mujeres, convocados a la gran familia de los hijos de Dios.

 Los hacedores de paz de esta bienaventuranza se identifican en esa línea con Jesús, a quien Col 1, 20 presenta como aquel que ha hecho la paz, reconciliando consigo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, abriendo así espacios de reconciliación para los hombres (judíos y gentiles, siervos y libres…; cf. Gal 3, 28). De esa forma vincula Mt 5, 9 a los cristianos con Jesús, que ha reconciliado y pacificado el universo en felicidad de amor, como ha puesto de relieve la tradición paulina, en especial Ef 2, 19‒3, 13, que ha de entenderse en este mismo trasfondo.

 Las bienaventuranzas de Mateo culminan así en la paz (=felicidad) personal y familiar, espiritual y social de Jesús, abierta a todos los hombres. Siglos de espiritualismo sacral e idealista han cerrado a veces nuestros ojos, impidiéndonos abrirlos ojos y entender el evangelio como programa y camino de pacificación personal y social de felicidad, como ha recordado el Papa Francisco en el manifiesto inicial de su pontificado: Evangelii Gaudium, la Felicidad del Evangelio (2013). Entendido así, el evangelio es un programa de pacificación por felicidad, desde los más pobres, un camino de no-violencia activa, en amor que lleva a la comunión de todos los hombres.

Hemos identificado a veces evangelio con ley, santidad con sacralidad, fidelidad a Dios con represión ascética. Pues bien, en contra de eso, las bienaventuranzas son un programa de felicidad personal y social, capaz de vincular en un gesto de paz a todos los hombres, en la línea abierta de las bienaventuranzas del Antiguo Testamento. En esa línea, el programa de felicidad de Jesús culmina allí donde los hombres son capaces de “hacer” (poiein) la paz del Reino, regalando y compartiendo generosamente la vida (su felicidad) unos con otros, pues todos, hombres y mujeres, han de ser hacedores de paz (eirenopoioi).

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Seis imágenes de Jesús. Fiesta de la presentación en el templo. 2 de febrero

Domingo, 2 de febrero de 2020
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Presentacion-Jesus-Templo-Purificacion-Virgen-Maria-GiottoGiotto, Presentación de Jesús en el templo

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Este año 2020, el 4º domingo del Tiempo Ordinario cede el puesto a la fiesta de la Presentación del Señor en el templo, que es también la fiesta de la purificación de María. El primer aspecto recuerda que Dios es el autor de la vida, y se simboliza con la ofrenda del primogénito, de acuerdo con la ley contenida en Éxodo 13,11-18. El segundo recuerda que la mujer, al dar a luz a un nuevo ser vivo, ha estado en contacto con algo misterioso; ha quedado «impura», aunque no en el sentido de haber hecho algo malo o haber contraído una mancha; tiene que purificarse, como prescribe Levítico 12,1-8.

            Cabría esperar que uno de estos textos se hubiera usado como primera lectura. Pero resultarían desconcertantes para mucha gente (suponiendo que se enterasen). Hoy día, nadie entiende que una mujer quede «impura» por haber tenido un hijo y deba ofrecer algo en compensación; nuestro concepto de «impureza» es muy distinto del de los antiguos israelitas. En cuanto a la ofrenda del primogénito, aunque el cristiano está convencido de que la vida es don de Dios, no ha sido educado en la necesidad de expresarlo mediante la entrega del primogénito y su posterior rescate.

            Los textos que se han elegido nos ofrecen cinco imágenes complementarias de Jesús. Imaginemos a cinco personajes (Malaquías, un salmista, el autor de la Carta a los Hebreos, el anciano Simeón, la profetisa Ana) que ven entrar al niño en el templo. Cada uno emitirá su opinión sobre cómo lo considera y lo que espera de él.

  1. El mensajero terrible y purificador (Malaquías 3,1-4).

Así dice el Señor:

«Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.»

Las primeras frases encajan muy bien con la fiesta de hoy: la entrada en el templo de Jesús. Pero el tono cambia de repente. No es una venida pacífica y festiva. Viene a purificar a los levitas, responsables del culto, cuyo comportamiento deja mucho que desear. Esta segunda parte sería más fácil relacionarla con la purificación del templo llevada a cabo por Jesús al principio de su vida (según Juan) o al final (según los Sinópticos). La lectura podría interpretarse como anuncio de lo que ocurrirá más tarde. Según Lucas, Jesús solo va dos veces al templo: ahora, cuando niño, y antes de morir, para purificarlo. Aunque Malaquías se dirige a los levitas, nos invita a todos a examinar si hacemos al Señor nuestra ofrenda como es debido.

  1. El rey de la Gloria (Salmo 23)

Este salmo se cantaba probablemente cuando el Arca de la Alianza entraba en el templo. Aplicándolo a Jesús, se repite como un estribillo que él es el Rey de la Gloria.

R/. El Señor, Dios del universo, es el Rey de la gloria.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. R.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo.
Él es el Rey de la gloria. R.

  1. Un hermano de nuestra carne y sangre (Hebreos 2,14-18)

A diferencia del Salmista, el autor de esta carta subraya la humanidad de Jesús, que lo hace igual a todos nosotros. No es un ángel. Y esa igualdad le permite morir y sufrir, dos cosas esenciales en la vida humana; y con ello, ser compasivo y auxiliar a los que pasan por la prueba del dolor.

Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.

  1. El que da sentido a mi vida (Simeón)

            A través de este anciano perfecto Lucas transmite un mensaje a todos los cristianos: lo único que da sentido a su vida es esperar al Mesías; cuando lo tiene en sus brazos, ya puede morir en paz.

  1. Luz de las naciones, gloria de Israel (Simeón)

            Pero Simeón es también profeta y puede revelar algo nuevo Jesús: será luz de las naciones. Un israelita de pura cepa que no se encierra en los privilegios de su pueblo sino que tiene una visión universal. Mensaje muy actual en esta época donde el nacionalismo puede desembocar en el tribalismo. En esta imagen de la luz se basa la fiesta de hoy y el rito complementario de la procesión de las candelas (La Candelaria). La liturgia da un enfoque muy personal a esta idea, relacionando los cirios encendidos con la práctica del bien para «llegar felizmente al esplendor de tu gloria». Sin embargo, las palabras de Simeón (y de Isaías) tienen un alcance universal que no podemos perder de vista.

  1. Una bandera discutida (Simeón a María)

            Como profeta, Simeón también conoce el futuro de Jesús («será una bandera discutida»). El rey de la Gloria, luz de las naciones, gloria de Israel… no será aceptado por todos. Muchos (la mayor parte del pueblo judío) se le opondrá. Esta oposición la sufrirá también María, a la que una espada traspasará el alma, y, consiguientemente, a todos los cristianos.

  1. El libertador de Israel (Ana)

            Curiosamente, la visión más política de Jesús la propone una anciana piadosísima, que ha pasado ochenta y cuatro años (12 x 7) de viudez entre ayunos, oraciones y visita al templo. Pero, cuando ve a Jesús, «hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel». La esperanza de estas personas tenía un gran componente religioso, pero también político y social: liberación de los romanos, destitución de Herodes y sus descendientes, eliminación de las autoridades injustas. «Para servir al Señor libres de nuestros enemigos», como rezaba Zacarías.

  1. Quienes no dicen nada: Los padres de Jesús.

            Lucas tiene mucho interés en presentarlos como judíos piadosos, observantes de la Ley de Moisés. Una forma indirecta de responder a quienes acusan a Jesús y a los cristianos de despreciar las leyes y tradiciones judías. Pero Lucas, cuando Simeón habla del niño como Salvador de todos los pueblos y gloria de Israel, añade un dato desconcertante: «José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño». ¿Cómo pueden admirarse después de lo anunciado por Gabriel a María, después de una concepción y un parto virginales, después de lo que han contado los pastores? Podríamos decir que la admiración procede de ver cómo se acumulan títulos sobre Jesús: Gabriel lo presentó como rey de Israel; el ángel, a los pastores, como «el Salvador, el Mesías, el Señor». Simeón rompe los límites de Israel y lo presenta como «luz de las naciones». Lucas, a través del asombro de José y María pretende que también nosotros nos asombremos de lo mucho que significará ese pequeño niño de cuarenta días.

            Y para ti, ¿quién es Jesús y qué significa?

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»

            Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»

            Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:

«Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»

            Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

            Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

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02 de Febrero, 2020. Domingo IV del Tiempo Ordinario. La Presentación del Señor.

Domingo, 2 de febrero de 2020
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Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto ya tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos…”

(Lc 2, 22-40)

Este domingo viene de la mano de la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo y es, además, el día de la vida consagrada.

El fragmento del evangelio que nos presenta la liturgia de esta fiesta nos muestra a Simeón, un “hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él”. Podemos sentirnos identificadas e identificados con Simeón, ver en él a una persona que espera, o mejor dicho, una persona que tiene esperanza. Dice el texto que aguardaba el consuelo de Israel y el Espíritu Santo moraba en él.

Ojalá fuésemos así todas las consagradas y consagrados, toda persona bautizada. Estoy convencida de que si nuestro anhelo profundo fuese el consuelo de nuestra humanidad y nuestro interior estuviera lleno de la Santa Ruah nuestra Iglesia sería diferente y la vida consagrada muy distinta.

Y lo es cuando te encuentras con alguien que vive así su consagración. Sí, por ahí hay muchos “Simeones”, hombres y mujeres que aguardan con los ojos bien abiertos. Personas que tienen “un algo” que atrae y provoca admiración.

Personas consagradas que desde la sencillez y la cotidianidad dejan en nuestra vida un poquito de Dios. Aquella religiosa que nos enseñó las primeras letras. Quienes nos llevaron de campamentos y acompañaron nuestra adolescencia. Una monja o un religioso que ha sabido escucharnos. A quienes hemos visto orar o les hemos pedido que oren por nosotros o por los nuestros.

Oración

Conduce, Trinidad Santa, a la Vida Consagrada por los caminos de la honradez y la misericordia, llena a las personas consagradas de tu Espíritu para que sean un verdadero Consuelo para la humanidad.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Jesús enraizado en la vida del pueblo.

Domingo, 2 de febrero de 2020
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Jesús-es-presentado-en-el-temploLc 2, 22-40

Los de cerca (*) se alegrarán de saber que esta fiesta se llama en oriente “el encuentro” (Hypapante) en griego. En occidente tomó el nombre de la purificación de María o “la candelaria” porque la ceremonia más vistosa de este día era la procesión de las candelas. En la nueva liturgia se llama “la presentación del Señor”. En esta fiesta se retoma el simbolismo de la Epifanía y se recuerda a Jesús como luz de todos los pueblos.

Podía ser interesante hacerse una composición de lugar y tiempo para comprender los textos. La familia de Jesús, muy probablemente procedía de Judea. Nos dan pie para sospechar esto, los nombres de sus miembros y los numerosos indicios que encontramos en todos los evangelios. Se trasladarían desde Judea en alguna de las repoblaciones que se llevaron a cabo en Galilea después de las deportaciones.

Este dato nos puede asegurar que la familia cumplía estrictamente la Ley, aunque sabemos que los galileos, por estar lejos del templo y de los fariseos y letrados, escapaban al control de los oficiales de la religión y eran mucho menos estrictos en el cumplimiento de las normas legales. Esta circunstancia permitió al mismo Jesús predicar y actuar al margen de lo que estaba legislado y exigido.

Aunque es muy probable que María y Jesús fueran al templo a los cuarenta días de nacer, no podemos estar seguros de lo que pasó. Parece que, según la Ley, ni Jesús ni María tenían obligación de subir al templo para cumplirla. El relato es teología que intenta presentarnos a Jesús integrado en el pueblo judío. Todo son símbolos, incluidos los dos personajes que aparecen como próximos al templo y esperando la salvación.

En la ley de Moisés estaba prescrito que todo primogénito debía dedicarse al servicio de Dios en el templo. Cuando ese servicio se reservó a la tribu de Leví, los primogénitos debían ser rescatados de la obligación de servir al Señor, pagando 5 siclos de plata. Las ofrendas eran exigidas pora la purificación de la madre. Lc nos advierte que José y María tuvieron que conformarse con la ofrenda de los pobres, un par de tórtolas.

Es inverosímil que un anciano y una profetisa descubrieran en un niño, completamente normal, al salvador esperado por Israel. Pero es interesante lo que Lc señala: que dos ancianos del pueblo se hubieran pasado la vida esperando y con los ojos bien abiertos para descubrir el menor atisbo de que se acercaba la liberación para el pueblo. No me extraña que Lc muestre a María y a José pasmados ante lo que se decía del niño.

Pero la extrañeza carece de lógica, si tomamos por cierto lo que nos había dicho en el capítulo anterior. María tenía que haber dicho a Simeón: ya lo sabía, yo misma he dado consentimiento para que en mi seno se encarnara el Hijo de Dios. Además los ángeles y los pastores les habían dicho quién era aquel niño. Una prueba más de que en los relatos de la infancia no tenemos que buscar lógica narrativa, sino impulso teológico.

Simeón va al templo movido por el Espíritu. No solo toda la vida de Jesús la presenta como consecuencia de la actuación del Espíritu, todo lo que sucede a su alrededor está dirigido por el mismo “Ruah” de Dios que lleva adelante la liberación de su pueblo. La voluntad de Dios se va manifestando y cumpliendo paso a paso. Todo lo que sucede en torno a Jesús tendrá como última consecuencia la iluminación del mundo.

Ana aparece más pegada al AT e identificada con el Templo, que era la columna vertebral de toda la espiritualidad judía. Toda su vida al servicio de la institución que mantenía viva la esperanza de una definitiva liberación. Es muy curioso que proclame la grandeza del niño que va a desbaratar esa misma institución y a proponer algo completamente nuevo, para una relación con Dios absolutamente distinta.

Es interesante resaltar que todos los números que se refieren a la edad de Ana son simbólicos. Se casaban a los 14 (dos veces 7). Siete de casada. 84 (12×7) de viuda. El 12 número de las tribus de Israel y el siete, el número más repetido en la Biblia como signo de plenitud. Fijaos que 14+7+84=105. Esa edad era impensable en aquella época. Una muestra más de que los evangelios no buscan historia sino teología.

¿Qué puede significar para nosotros hoy esta fiesta? Me acuerdo cuando se celebraba con gran solemnidad. Era una de las grandes fiestas del año litúrgico. Hoy tenemos que esperar la carambola de que caiga en domingo para poder hacerle algún caso. Vamos a intentar aprovechar esta oportunidad para acercarnos al Jesús que fue tan niño como todos nosotros y vivió la pertenencia al pueblo judío con toda normalidad.

El final del relato es realista y se aparta de ensoñación: El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría. Como todos los niños nació como un proyecto y tiene que ir desarrollándose. Parece que se ha olvidado de todas las maravillas que nos había contado sobre él. Debemos convencernos de que fue un niño completamente normal, que, como todos los niños, tuvo que partir de cero y depender de los demás, para ir completando su personalidad.

En el relato siguiente, que hace referencia al niño perdido, es todavía más concreto: “Y Jesús iba creciendo en estatura en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres”. Lc lo tiene muy claro: Jesús es un niño normal que tiene que recorrer una trayectoria humana exactamente igual que cualquier otro niño. Por desgracia no es esto lo que hemos oído desde pequeños. El haberle divinizado, desde antes de su nacimiento, nos ha separado de su humanidad y nos ha despistado en lo que podía tener de ejemplo.

Que Jesús haya desarrollado su infancia en contacto con una profunda religiosidad judía es muy importante a la hora de valorar su trayectoria personal. Si no hubiera vivido dentro de la fe judía, nunca hubiera llegado a la experiencia que tuvo de Dios. Esto nos tiene que hacer pensar. Lo que Jesús nos enseño no lo sacó de la chistera como si fuera un prestidigitador. Fue su trayectoria religiosa la que le llevó a la experiencia de Dios, que luego se transformó en mensaje.

Todo lo que Jesús nos contó sobre Dios, lo vivió antes como hombre que va alcanzando una plenitud humana. Su propuesta fue precisamente que nosotros teníamos que alcanzar esa misma plenitud. Su objetivo y el nuestro es el mismo: desplegar todo lo que hay de posibilidad humanizadora en cada uno de nosotros. Esa posibilidad de crecer hasta el infinito está disponible gracias a lo que Dios es en cada uno de nosotros.

Es la misma religión la que a veces nos aparta de ese objetivo. Nos propone otros logros intermedios como meta y así nos despista de lo que tenía que ser el punto de llegada de toda trayectoria verdaderamente humana. Todo lo que no sea esta meta, debemos considerarlo como medio para alcanzar el fin.

Meditación

No es necesario que nadie me presente ante Dios.
Sé que soy más de Él que de mí mismo
y nada sería si pudiera separarme de Él.
Esa realidad desconcertante me sobrepasa.
Una vez descubierta y aceptada,
me abre posibilidades infinitas de ser humano.

Fray Marcos

(*) Nota: Fray Marcos se refiere a las reuniones semanales con la comunidad, a la que llaman precisamente “el encuentro”.

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Aun en las peores circunstancias, es posible la plenitud de humanidad.

Domingo, 2 de febrero de 2020
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sermon-monteMt 5, 1-12

Para todo el que no haya tenido una experiencia interior, las bienaventuranzas son un sarcasmo. Es completamente absurdo decirle al pobre, al que pasa hambre, al que llora, al perseguido, ¡Enhorabuena! Dale gracias a Dios porque algún día se cambiarán las tornas y tú serás como el que ahora te oprime. Intentar explicarlas racionalmente es una quimera, pues están más allá de la lógica. Es el mensaje más provocativo del evangelio y el peor entendido del cristianismo.

Sobre las bienaventuranzas se han dicho las cosas más dispares. Para Gandhi eran la quintaesencia del cristianismo. Para Nietzsche son una maldición ya que atentan contra la dignidad del hombre. ¿A qué se debe esta abismal diferencia? Muy sencillo. Uno habla desde la mística (no cristiana). El otro pretende comprenderlas desde la racionalidad: y desde la razón, aunque sea la más preclara de los últimos siglos, es imposible entenderlas.

Sería un verdadero milagro hablar de las bienaventuranzas y no caer en demagogia barata para arremeter contra los ricos, o en un espiritualismo que las deja completamente descafeinadas. Se trata del texto que mejor expresa la radicalidad del evangelio. La formulación, un tanto arcaica, nos impide descubrir su sentido. Lo que quiere decir Jesús es que la verdadera humanidad no consiste en satisfacer las necesidades más perentorias sino en desplegar nuestra humanidad.

Mt las coloca en el primer discurso programático de Jesús. No es verosímil que Jesús haya comenzado su predicación con un discurso tan solemne y radical. El escenario del sermón nos indica hasta qué punto lo considera importante. El “monte” está haciendo clara referencia al Sinaí. Jesús es el nuevo Moisés, que promulga la “nueva Ley”. Pero hay una gran diferencia. Las bienaventuranzas no son mandamientos o preceptos. Son simples proclamaciones que invitan a seguir un camino inusitado hacia la plenitud humana.

No tiene importancia que Lc proponga cuatro y Mt nueve. Se podrían proponer cientos, pero bastaría con una, para romper los esquemas mentales de cualquier ser humano. Se trata del ser humano que sufre limitaciones materiales o espirituales por caprichos de la naturaleza o por causa de otro, y que unas veces se manifiestan por el hambre y otras por las lágrimas. La circunstancia concreta de cada una no es lo esencial. Por eso no tiene mayor importancia explicar cada una de ellas por separado. Todas dicen exactamente lo mismo.

La inmensa mayoría de los exégetas están de acuerdo en que las tres primeras de Lc, recogidas también en Mt, son las originales e incluso se puede afirmar con cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús. Parece que Mt las espiritualiza, no sólo porque dice pobre de espíritu, y hambre y sed de justicia, sino porque añade: bienaventurados los pacíficos, los limpios de corazón que nos saca de la idea de un ser humano marginado y oprimido por el otro.

La aparente diferencia entre Mt y Lc (pobre o pobre de espíritu) desaparece si descubrimos qué significaba en la Biblia, “pobres” (anawim). Sin este trasfondo bíblico, no podemos entender ni una ni otra expresión. Con su despiadada crítica a la sociedad injusta, los profetas Amós, Isaías, Miqueas, denuncian una situación que clama al cielo. Los poderosos se enriquecen a costa de los pobres. No es una crítica social, sino religiosa. Pertenecen todos al mismo pueblo cuyo único Señor es Dios; pero los ricos, al esclavizar a los demás, no reconocen su soberanía.

Después del destierro se habla del resto de Israel, un resto pobre y humilde. Los pobres bíblicos son aquellas personas que, por no tener nada ni nadie en quien confiar, su única escapatoria es confiar en Dios, pero confían. El “resto” bíblico es siempre el oprimido, el marginado, el excluido de la sociedad. Incluía no solo a los pobres económicos sino a los social y religiosamente pobres: enfermos, poseídos, impuros, marginados, a quienes Dios había rechazado, según se creía.

La diferencia entre pobre sociológico y pobre teológico no tiene sentido, cuando nos referimos a los evangelios. En tiempo de Jesús no había separación posible entre lo religioso y lo social. Las bienaventuranzas no están hablando de la pobreza voluntaria aceptada por los religiosos a través de un voto. Está hablando de la pobreza impuesta por la injusticia de los poderosos; de los que quisieran salir de su pobreza y no pueden. Son los bienaventurados si descubren que nada les puede impedir ser plenamente humanos, a pesar de todas sus limitaciones impuestas.

Otra trampa que debemos evitar al tratar este tema es la de proyectar la felicidad prometida a los excluidos, para el más allá. Así se ha interpretado muchas veces en el pasado y aún hoy lo he visto en algunas homilías. No, Jesús está proponiendo una felicidad para el más acá. Aquí, todo ser humano puede encontrar la paz y la armonía interior, que es el paso a una verdadera felicidad, que no puede consistir en el tener y consumir más que los demás sino en una toma de conciencia de que lo que Dios te da lo tienes asegurado y no depende de las circunstancias externas.

Esta reflexión nos abre una perspectiva nueva. Ni el pobre ni el rico se puede considerar aisladamente. La riqueza y la pobreza son dos términos correlativos, no existiría una sin la otra. Es más, la pobreza es mayor cuanto mayor es la riqueza, y viceversa. Si desaparece la pobreza, desaparecerá la riqueza. Si todos fuésemos igualmente pobres o igualmente ricos no había problema alguno. La irracionalidad de los ricos es que queremos que desaparezca la pobreza manteniendo nosotros nuestra riqueza. La predicación de hoy está abocada al fracaso.

Las bienaventuranzas quieren decir: es preferible ser pobre, que ser rico a costa de los demás. Es preferible llorar a hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros pasen hambre. Dichosos no por ser pobres, sino por no empobrecer a otro. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no ser opresores. El valor supremo no está en lo externo sino dentro. Hay que elegir entre perseguir el placer sensible o la plenitud humana que se manifiesta en el don.

En todo este asunto podemos descubrir una tremenda paradoja. Si el ser pobre es motivo de dicha, por qué ese empeño en sacar al pobre de la pobreza. Y si la pobreza es una desgracia, por qué la disfrazamos de bienaventuranza. Ahí tenemos la contradicción más radical al intentar explicar racionalmente las bienaventuranzas. El que pasa hambre no es feliz porque un día será saciado. El rico que ríe no es desgraciado porque un día llorará.

Pero por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que hace Jesús, tiene como objetivo el que deje de haber pobres. En ningún caso puede bendecirse la pobreza. Cualquier  clase de pobreza causada por el hombre debe ser combatida como una lacra y la causada por los desastres naturales debe ser compartida y en lo posible paliada. El enemigo del Reino de Dios es la ambición, el afán de poder. Recordad: “no podéis servir a Dios y al dinero”.

Las bienaventuranzas nos están diciendo que otro mundo es posible. Un mundo que no esté basado en el egoísmo sino en el amor. ¿Puede ser justo que esté pensando en vivir cada vez mejor (entiéndase consumir más), mientras hay personas que mueren, por no tener un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quieres ser cómplice de la injusticia, escoge la pobreza, entendida como no poner el objetivo en consumir. Mientras menos necesites, más rico eres.

Meditación

Si en vez de acaparar, reparto, entro en el ámbito de lo divino.
Si pongo mi felicidad en el consumir, olvido mi verdadero ser.
Acaparar lo que otros necesitan para vivir, es negarles la vida.
Pero es también impedir la verdadera Vida.
Compartir lo que tengo con el que lo necesita, me hace más humano.
Pero es también dar al otro la posibilidad de hacerse más humano.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Ser nosotros mismos.

Domingo, 2 de febrero de 2020
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239094_350x3502 de febrero. PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Si quieres construir tu personalidad, no lo hagas de una manera extraordinaria, solo procede como un ser humano (Mohammad Rishad Sakhi)

Lc 2, 22-40

El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría

La presentación del niño en el templo, no fue un mero cumplimiento de normas y preceptos, es una manifestación de lo que él sería en la vida.

Se sentía impulsado a ser profundamente humano, como deseaba ser humana, la Sirenita de la ópera Rusalka del bohemio Antonin Dvorak, a la que una vez descubierta por el Príncipe, llamará “mi niña soñada”, como será para nosotros el “niño soñado”, presentado en el templo.

Un deseo que siempre nos acompaña, y nos incita a conseguirlo, que nos acompaña día a día, una pasión que necesitamos y debemos compartir, porque compartir con los demás, es un propósito de la vida: no hacerlo, es renunciar a ser sí mismo y porque, al final, cuando renunciamos a nosotros mismos, no somos nadie.

Y como la cosa, aunque necesaria, no es fácil, Rusalka pide ayuda a la Luna:

“Tus hechizos nocturnos asustan a las ninfas, / consigues extraños remedios / para nosotros y para los hombres”.

rusalkarusalka1

Con ello nos da denominación de origen y sonoridad, que nos identifica, y descubrimos también un mundo nuevo diferente, como nos revela la Sinfonía del Nuevo Mundo, del mismo compositor bohemio.

Y eso es lo que Jesús hizo “presentándonos” un nuevo mundo de ideas que nos llevaran a pensar de otra manera, fortaleciéndonos y llenándonos de sabiduría, aunque sin desarraigarnos de lo que éramos, y manteniendo cada uno su propia sonoridad: Rusalka, suena como el arpa, y el príncipe como la trompeta, significativos ambos de la personalidad de los personajes: más femenina la primera, más masculina la segunda.

Las ideas de Jesús, sonorizadas en nosotros, no nos impiden sernos, y que hace que los seres de nuestro entorno se conviertan en transparentes.

Para realizarse como humana, la Sirenita ha tenido que calzarse unos zapatos rojos, que dificultan caminar con seguridad, lo que a veces nos sucede también a nosotros cuando no somos interiormente creyentes.

Una llamada a la caza de nuestra humanidad, como la de El coro de los cazadores” de la ópera de Carl María von Weber, El cazador furtivo.

Si quieres construir tu personalidad, no lo hagas de una manera extraordinaria, solo procede como un ser humano, con esta frase, Mohammad Rishad Sakhi nos recuerda que basta con ser nosotros mismos.

EL CAMELLO

Eres como un poblado despoblado,
una aldea desierta en el desierto.

Quiero buscarte, Dios.
Pero por más que miro no Te veo
en ninguna parte.

Arrastro mis recuerdos por la calle
de Tu vida, Señor, y por la mía.
El olvido es el único habitante
de esa aldea.

Jamás me arrancarás de Ti y de ella,
pues Tu piel y la mía
forman un mismo sentimiento.

El viento siempre sopla a favor Tuyo
en el desierto.

A mí sólo me queda:
abrazarte y morir…
o no abrazarte.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Felices por creer en el Reino de Dios y su justicia.

Domingo, 2 de febrero de 2020
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0_ac2010_044_32dom_comum_071110El sermón del monte es la primera predicación extensa de Jesús en el evangelio de Mateo. Este hecho da a este discurso programático un valor esencial. En el se plantea un horizonte diferente hacia el que hay que caminar. Este horizonte no dibuja un mundo idílico ni pretende ofrecer una consolación pietista o moralizante. Por el contrario, es una llamada a la esperanza, fortalecida en la fe en Jesús.

Seguir al Maestro galileo supone reconfigurar la vida con un estilo nuevo y unas expectativas diferentes. Entrar a formar parte de la comunidad del Reino que Jesús instaura no es compartir únicamente un espacio religioso, sino abrirse a construir relaciones basadas en el amor, la bondad y el perdón, pero sin renunciar a luchar contra el mal que sigue dominando la conducta de los poderosos, que destruye la armonía de la naturaleza, que descarta o margina a muchos seres humanos por la codicia de nos pocos.

Las bienaventuranzas van mostrando a los oyentes situaciones y acciones que Dios considera honorables, aunque a muchos/as les pueda parecer lo contrario. Si para Dios son dignas de elogio y portadoras de felicidad no es porque supongan sufrimiento sino porque relevan la acción liberadora de Dios e invitan a transformar junto a él las estructuras opresoras, las relaciones alienantes, las conductas perversas.

El hecho de considerar dichoso a alguien remite a la idea de bendición, de favor, de reconocimiento. Algo que parece chocar con las situaciones y conductas que se presentan. La paradoja del texto de las Bienaventuranzas es que muestra a un Dios que actúa desde los márgenes, desde los lugares y actitudes que tienen todas las de perder en nuestro mundo.

El Señor hará brotar la justicia (Is 61, 11)

Las cuatro primeras bienaventuranzas describen situaciones de opresión, angustia y desgracia de las que Jesús anuncia que serán transformadas radicalmente.  En el trasfondo resuena el texto de Isaías 61 como respuesta a la injusticia política, social e incluso religiosa que el sistema vigente genera cada día.

Dichos@s l@s pobres de espíritu porque suyo es el Reino de los cielos.  El calificativo con que Mateo define a los pobres puede hacer pensar en que se trata de personas humildes, de pobres por opción, pero en realidad se está hablando de quienes están abatidos, los que está aplastados, de los que sufren las consecuencias destructivas de la carencia injusta de bienes.

La actuación de Jesús, esta diciendo ya a quienes lo observan que el Dios del Reino no viene a convivir con los ricos y satisfechos, sino con los heridos y pobres. Esto es lo que la primera bienaventuranza confirma: Dios busca con todas sus fuerzas hacer felices a los que el sistema económico injusto y egoísta les ha arrebatado la dicha.

Dichosos l@s que lloran porque serán consolad@s.  Quien se muestra desconsolado en su aflicción, quien no puede evitar mostrar su dolor. no han de desesperar porque Dios sostiene su vida y cumplirá la promesa que ya Isaías proclamaba: “A cambio de su vergüenza y sonrojo, ellos obtendrán una porción doble; poseerán el doble en su país, y gozarán de alegría perpetua. Porque yo, el Señor, amo la justicia, detesto la rapiña y el crimen. Les daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto perpetuo. (Is 61,7-8 ).

Estas palabras del profeta se cumplen en Jesús que ha sido enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la liberación a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor, el día del desquite de nuestro Dios; para consolar a los afligidos; (Is 61, 1-2; Cfr. Lc 4 ).

Cualquier encuentro de Jesús con enferm@s, marginad@s… Cualquier relato de curación, muestran en acto estas dos primeras bienaventuranzas.

Dichos@s l@s mans@s porque heredarán la tierra.  Esta tercera situación no define a quien no es violento, sino a quienes no tienen poder, a los que son humillados, a quienes sufren mobbing (diríamos hoy). Detrás encontramos el salmo 37 en el que se hace referencia a quienes acosados y oprimidos han perdido la esperanza.

Para ellos la felicidad no vendrá de la venganza, sino de la valentía de reconstruir sus vidas acompañados por la comunidad, por las manos amigas que sin duda son vehículo incuestionable del Dios de las/os humildes, socorredor de las/os pequeñas, protector de las/os débiles, defensor de las/os desanimados, salvador de las/os desesperados como mucho tiempo atrás había proclamado el libro de Judit (Jdt 9,11).

Dichos@s l@s que tienen hambre y sed de la justicia porque Dios los saciará.  Las situaciones anteriormente descritas urgen a mujeres y hombres a que no cesen de buscar la justicia, pero no cualquier justicia sino la que nace del corazón y la mirada del Dios del reino.  Una justicia que devuelve la armonía a la creación, que busca la equidad, que impulsa las prácticas sostenibles y gratuitas.

Jesús vivió y se comprometió con esa justicia y confrontó a quienes se justifican en la legalidad de las normas y procedimientos que benefician a unos pocos y ponen a merced de la avaricia de una minoría los recursos que a todos pertenecen: “Ay de vosotros los que estáis satisfechos, porque tendréis hambre…” (Lc 6, 24-26)

El Señor cambiará tu corazón de piedra en un corazón de carne

El segundo grupo de benaventuranzas  nombran acciones humanas que sostenidas en el Reino de Dios expresan la transformación que la llegada del reino provoca.  Con personas que actúan así, es posible que la justicia, la vida y salvación que Jesús anuncia de parte de Dios se hagan realidad.

Dichos@s l@s misericordios@s porque Dios tendrá misericordia de ell@s. ; Dios quiere ofrecer salvación y vida sin imponer, dejándose conmover por el dolor y la impotencia de muchas personas. Dios tiene entrañas maternas y pide a quienes creen en él se dejen afectar del mismo modo por quien sufre o está desvalido.

A Jesús se le conmovieron las entrañas muchas veces, se dejó impactar por las historias dolientes de quienes se acercaban a él. Su compasión no era un mero sentimiento sino el reflejo del amor y el perdón divino (Lc 7, 11-17).

Dichos@s l@s limpi@s de corazón porque verán a Dios.  El corazón es el núcleo de nuestras acciones y pensamientos. Donde pongamos el corazón tendremos nuestro tesoro. Todo lo que hasta ahora se ha proclamado en las bienaventuranzas tienen aquí un foco significativo. Solo una vida integra, impulsada por la gratuidad, sostenida en la fe puede ser considerada dichosa. Esta dicha será plena cuando se comparta con los demás construyendo justicia, equidad y la paz.

Ser limpi@s de corazón es tener las manos limpias para adorar a Dios y para tocar a la hermana o hermano que ha sido contaminado por el mal propio o ajeno y ayudarla a reconstruirse.

Dichos@s l@s que trabajan por la paz porque serán llamad@s hij@s de Dios.  La violencia ha sido y es compañera de camino de la humanidad. Los conflictos bélicos, las rencillas personales, los abusos de poder…impiden que la paz sea el espacio que habitemos la humanidad.

La comunidad del Reino que Jesús proclama se sostiene solo si en ella habita la paz. La paz hace hermanas y hermanos. La paz hace hijas e hijos de Dios porque posibilita el encuentro, la amistad, la reconciliación, el perdón. La paz sin embargo no es ausencia de guerra, la paz a veces es conflictiva y necesita gran cantidad de coraje, compasión y bondad para que prime sobre cualquier amenaza que la pueda destruir.

Dichos@s l@s que son perseguid@s por causa de la justicia porque de ell@s es EL Reino de los cielos.  El estilo de vida que según proclama Jesús hace dichosos a los seres humanos pone en tela de juicio el poder abusivo, los intereses perversos, las estructuras que justifican el mal. Esto supone que no va a ser fácil cambiar el mundo para que todos y todas seamos felices como Dios quiere.

La fidelidad y el compromiso con esta propuesta que Jesús hace lleva al discípulo o discípula muchas veces al conflicto, a la persecución o a la confrontación, del mismo modo que a Jesús lo llevó a la cruz. Este horizonte no nos ha de acobardar porque Dios nos sostiene en sus buenas manos, porque es la única opción de vivir a fondo el seguimiento de Jesús y porque otro mundo es posible, aunque muchos quieran negarlo.

Pero como quedó ya dicho: “Buscad ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios os dará lo demás” (Mt 6, 33).

Carme Soto Varela

Fuente Fe Adulta

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Saber ver

Domingo, 2 de febrero de 2020
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Mente-en-silencio.2Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo

2 febrero 2020

Lc 2, 22-40

El evangelista Lucas ve a Jesús como “luz de las naciones” y, con el objetivo de presentarlo como tal, construye esta escena, en la que pondrá aquella afirmación en boca de un anciano venerable.

          Pero, más allá del objetivo catequético de Lucas, una lectura simbólica del texto resulta profundamente rica: para quien sabe ver, en todo es posible descubrir la “luz”. Simeón y Ana la ven en un bebé. Y cuando se ve, lo que brilla en el corazón de las personas es paz: Simeón abandona su ansiedad y se entrega confiado –“Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”–, en la certeza de que todo tiene un sentido.

          Con frecuencia, buscamos el sentido “fuera”, en algún acontecimiento, circunstancia o persona que pudiera “salvarnos” de una situación que percibimos “incompleta” o “defectuosa”. Sin embargo, lo adecuado no es mantener la esperanza en “algo” que transformaría nuestra vida, sino modificar nuestra mirada para ser capaces de ver en profundidad. Todo es ya ahora; lo único que necesitamos es verlo.

          Ahora bien, para verlo, es preciso acallar la mente, tal como insistía Krishnamurti: “Solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por verla”. Lo cual implica un entrenamiento perseverante en la práctica meditativa para, más allá de los vaivenes mentales y emocionales, más allá también de la inercia mental que busca en todo momento el protagonismo, ejercitarnos en saborear el Silencio…, hasta reconocernos en él.

          Somos Silencio consciente, que se expresa y despliega en la “persona” que nuestra mente percibe. Cuando nos anclamos en el Silencio, todo se hace luminoso ante nuestros ojos. Y es entonces cuando podemos hacer nuestro el canto del anciano Simeón: “Ahora puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto”. Porque el Silencio -que somos y que se manifiesta en la práctica meditativa de “solo ser / solo estar”– es Paz y es Gozo, “Perfecta Brillante Quietud”.

¿Me abro a ver lo que hay “más allá” de la mente, cuando esta se silencia?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Jesús no fue un “niño prodigio”, fue creciendo…

Domingo, 2 de febrero de 2020
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imagesDel blog de Tomás Muro, la Verdad es libre:

  1. fiesta del encuentro.

         En la tradición eclesial oriental (iglesias ortodoxas) esta fiesta es llamada del encuentro. Jesús es presentado al Señor y se encuentra con Dios siguiendo la tradición de su pueblo: ofreciendo unas tórtolas y unos pichones.

  1. Fiesta de sencillez y debilidad.

La Presentación es una celebración amable y humilde: una pobre familia: la de Jesús, un niño, dos ancianos: Simeón y Ana…

Simeón da gracias a Dios porque sus ojos han visto la salvación…

Ana también da gracias a Dios por aquel niño…

Los “grandes” del Templo no están presentes, ni sacerdotes, ni saduceos, fariseos, etc.  (Se irán haciendo presentes hasta la crucifixión).

Para el pensamiento religioso, las realidades profanas no pueden ser religiosas. Sin embargo lo cristiano se halla en lo humano. A Cristo -a Dios- le encontramos en la sencillez.

Este relato es un canto a la debilidad humana.

  1. El niño iba creciendo.

Como todo niño, Jesús fue creciendo, robusteciéndose, llenándose de sabiduría y la gracia, la amistad de Dios le acompañaba.

Jesús no fue un “Superman”, un niño prodigio, un “extraterrestre” que ya se lo sabía todo y “se las sabía todas”. Jesús fue llegando (creciendo) al misterio de Dios.

Jesús fue tomando conciencia de su mesianismo poco a poco: en la vida familiar, en la sinagoga, en la propia tradición religioso-cultural judía, con Juan Bautista, en su propia reflexión y en las polémicas con el mundo del Templo, de los sacerdotes, de los fariseos por cuestiones de la ley, la lepra y enfermedades, por el perdón de los pecados, por el cercamiento de Jesús a pecadores y publicanos, a extranjeros, etc. Todo ello era muy distante al Dios de Jesús y a los que Dios nos quería decir.  Es la cristología ascendente.

Será la cristología de la tradición de Juan la que dé pie para pensar en un Cristo (el Verbo), preexistente: En el principio existía la Palabra (el Verbo), Jn 1,1): una cristología descendente.

El problema es siempre cómo Dios eentra en nuestra historia.

  1. Luz para alumbrar a las naciones.

         La Presentación es también una fiesta llena de luz. El anciano Simeón dice de Jesús que es luz para alumbrar a las naciones.

         Podríamos pensar con afecto que la Presentación de Jesús, su humanidad, lo humano de Jesús se encuentra con el misterio de Dios, si bien, poco a poco, habrá de ir adentrándose y ganando intimidad con Dios Padre, para que en Él, en JesuCristo se exprese el misterio de Dios.

  1. misterio

Misterio no es un “trágala intelectual”. No es que el Misterio supere nuestra inteligencia: es que la ilumina… El Misterio es aquello que no procede de nosotros y que no podemos abarcar; y, sin embargo, misterio es aquello que nos hace vivir. El misterio no es una barrera que se impone a nuestra inteligencia, sino que es un camino y un horizonte.

Su oscuridad no es la de la noche que ciega y no deja ver, sino la que proviene de la limitación de nuestra capacidad de ver. Una limitación que va reduciéndose a medida que vamos penetrando en la Luz.

06    La fe y el entendimiento

Creer no es entender o comprender intelectualmente; pero sí es acoger aquello sin lo cual realmente no se entendería nada. Lo que se cree, se cree como algo necesario para comprender plenamente aquello que se conoce. Fe y conocimiento no son lo mismo, pero se necesitan mutuamente, se complementan, pero nunca se identifican sin más. En este sentido decía bien san Agustín: cree para comprender.

        Lo que creemos ilumina nuestras vidas.

  1. Atención a los nuevos gnosticismos

         El gnosticismo es un modo religioso ya presente en el mundo griego. Es la pretensión de un “exceso de luz”, es la pretensión de explicarlo todo, de saberlo todo, pero sin apertura al misterio. Hay quien pretende saberlo y decirlo todo. En el campo cristiano no pocos teólogos y obispos aspiran a saberlo todo, a tener e imponer la verdad absoluta sin apertura al misterio. Hay personas “iluminadas” que funcionan como si estuviesen en posesión del misterio. Eso es puro intelectualismo. Amigos míos, Deus semper maior, Dios es siempre mayor de lo que me puedas decir o imponer. Lo que nos salva es el horizonte absoluto, el misterio de Dios, no una doctrina del conocimiento religioso.

         El misterio es como el horizonte: está allá al final del mar, pero por mucho que me acerque, siempre estará “allá”. Yo no domino la luz, el horizonte. Que nuestras palabras, el arte, la cultura abran al misterio de la vida y de Dios. Tal es la diferencia entre ídolo e icono. El ídolo lo reclama todo para sí, el icono abre al misterio.

El anciano Simeón y la anciana Ana intuyeron el misterio, al Mesías, en la debilidad de un niño. En Jesús, niño, humano, vieron la Palabra de Dios que se les abría.

         Eso se llama transcendencia: ver siempre más allá de lo tenemos delante. Cuando te hacen un regalo, lo valioso no es tanto el objeto que te regalan sino la amabilidad de quien te lo regala. Transcender es ver la bondad y salvación de Dios en un niño. Nunca abarcaremos el misterio, pero hacia él caminamos. El misterio guía nuestros pasos.

JesuCristo es luz de todos los pueblos.

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