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Si quieres placer, véngate. SI quieres ser feliz, perdona.

Domingo, 23 de febrero de 2020

imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Nuestros viejos recuerdos y bajos fondos.

El evangelio de hoy es la conclusión del “sermón de la montaña”, (las bienaventuranzas)

A lo largo de la vida se nos presenta con alguna frecuencia el grave problema de cómo encajar, asumir, integrar o quizás apagar esa lava, que nos sigue quemando, si es que no estamos quemados ya por la amargura de viejos “vertederos” y asuntos que han ido quedando sin resolver en los sótanos o en el recuerdo de nuestra vida.

         El pasado, todo lo que nos pasó, lo que se nos dijo y dijimos, lo que se nos hizo e hicimos, nos ronda siempre la cabeza, impregna nuestro corazón y nos deja paralizados, bloqueados en la vida.

Los paralíticos del evangelio son este tipo de hombres y mujeres a quienes su pasado familiar, afectivo, religioso, moral, eclesiástico, político, nos ha cerrado en un bunker del que no podemos salir. Estamos bloqueados por el odio.

No es fácil perdonar y amar; y no se consigue a fuerza de voluntad (voluntarismo).

  1. Calma y serenidad

Con calma y serenidad podemos descender a los bajos fondos de nuestra existencia. ¿Qué otra cosa hizo Jesús cuando en el río Jordán y, sobre todo cuando murió, sino descender redentoramente a los infiernos de la humanidad?:

Alivia e integra descansar en lo que “Yo os digo”.

Y este “Yo os digo” nos exhorta al perdón, a la reconciliación, a amar incluso a los enemigos.

Pero todos somos conscientes por experiencia de que no es sencillo perdonar, y lograr la reconciliación. Seguramente que en nuestra vida familiar hay problemas de este tipo; miremos igualmente a la situación socio-política, a la situación eclesiástica.

Y es especialmente difícil perdonar a las personas que, teóricamente, habrían de ser queridas. Cuanto más íntima es la relación que se rompe, mayor es la ofensa y la herida. Nadie puede herirnos más profundamente que las personas amadas, y a nadie podemos herir más hondamente que a las personas cercanas, porque con ellas hemos tejido los lazos afectuosos más profundos y con nuestras familias y amigos hemos compartido nuestra vida.

  1. El perdón es un proceso psicológico-espiritual complejo.
  • ü El perdón requiere tiempo, aunque el mero paso del tiempo no resuelve nada. En el perdón entran en juego todas las facultades psíquicas, afectivas y espirituales, que tratan de ver y aliviar la realidad sufriente en la que se está viviendo.
  • ü El perdón, probablemente, es un tejido, un entramado de integración de pulsiones psicológicas que tienden a la explosión, a la marginación de algunas personas
  • ü Una situación de rencor, de odio no es que sea solamente mala moralmente, sino que hace daño a todos, daño social, daño psico-físico. El odio no es solamente algo religiosamente malo, sino que crea situaciones y personas psíquicamente enfermas.

Perdonar hace bien, sana. El perdón es un proceso que comporta un cambio de actitud afectiva y racional. Lo que pasó, no tiene vuelta atrás. Lo que pasó, pasó. Tal vez tenga alguna reparación, pero lo que pasó, queda incrustado en nuestra existencia.

Ahora ya, se trata de sanar, -sanear- viejas emociones con actitudes serenidad, de empatía, si es posible de compasión y benevolencia.

El que perdona, los que se perdonan recuerdan lo que pasó, pero lo recuerdan desde otras profundidades. El que perdona no olvida, pero sí que lo recuerda y lo vive de otro modo.

  • ü Se puede recordar desde la venganza; es una postura humana. Lo estamos viendo y viviendo en problemas familiares, socio-políticos, económicos, eclesiásticos, diocesanos etc.

Seguramente que los flecos que quedan de las violencias y agresividades vividas entre nosotros en los últimos cincuenta años, tendrían otro tratamiento desde el perdón

  • ü Se puede tratar un viejo problema desde la huida. “Déjame en paz y a otra cosa”. Lo cual soluciona poco o nada, porque el odio sigue ahí, aunque amordazado.
  • ü Pero también se puede recordar desde el perdón. Si quieres tener placer, véngate; si quieres ser feliz, perdona.
  • ü El perdón no arregla el pasado, pero mejora el futuro.

Revisar significa volver a ver, a “visualizar” la vida de otra manera. Perdonar es volver a ver la vida desde otras perspectivas sanantes, que devuelven la serenidad y el equilibrio.

  1. Jesús cambia los códigos.

Jesús no sigue la ley del talión. Jesús humaniza los códigos de odio y venganza. Desde el cristianismo las relaciones humanas se plantean desde la misericordia.

El único criterio que puede humanizar los conflictos y odios en la convivencia es el del perdón.

El Derecho y la justicia tienen su papel a realizar en la sociedad, pero el odio generado por un asesinato, por la violencia de género, por los conflictos de herencias familiares, el problema de las víctimas, etc. no se arreglará desde el odio y con castigos, policía, cárceles, y rupturas. Todos tenemos experiencia de ello. El perdón es una buena terapia también política.

La ética de Jesús es la del perdón y la misericordia.

Jesús no es que ame el pecado, pero sí al pecador.

  1. Sentimiento y razón.

El odio, la venganza son sentimientos difícilmente controlables. Son pulsiones que brotan de la visceralidad. Somos racionales, pero animales, (Aristóteles).

La pulsionalidad en muchas ocasiones es difícil de dominar. Habremos de echar manos de la racionalidad, de la sensatez, de la inteligencia para poner un poco de razón, orden y paz en nuestros impulsos.

A veces amar y perdonar significa controlar la pulsionalidad rencorosa, no echar más leña al fuego, saber callarse ante problemas u ofensas.

En viejos asuntos contenciosos, ante antiguos problemas y enfrentamientos hemos de poner un poco de racionalidad para dejarlos de lado y pensar que podemos vivir en paz.

Hay unas cuantas dimensiones en la vida que hemos de aprender a ponerlas bajo el dominio de la razón: el alimento, la sexualidad, el poder, el dinero, el odio, etc.

  1. perdón y reconciliación en la sociedad.

En ocasiones el perdón es una cuestión no solamente personal individual, sino que el odio y el perdón pueden afectar a la relación de grupos sociales, étnicos, culturales, nacionales, religiosos, etc.

Son situaciones más complejas y difíciles.

Una sociedad que ignora y descarta el perdón como actitud en la vida, se deshumaniza. Decía Martin L King que: el que es incapaz de perdonar, es incapaz de amar.

Sería triste renunciar a una sociedad, a un pueblo en el que sea imposible el respeto, la convivencia y el amor y el perdón. El perdón es el amor más humano que pueda darse.

En la “ley de la selva” no perdona nadie. Perdonar -al menos intentarlo- supone una gran calidad humana, una gran cota espiritual y humanista.

Los grupos tienden a polarizar las actitudes, las emociones y los sentimientos positivos en favor del propio grupo para lo cual alimentan una visión negativa de los miembros del otro grupo. Se vierten emociones de odio, de rabia y resentimiento hacia el otro grupo.

El perdón ha de rondar los aledaños de los escaños parlamentarios y de las instituciones socio-políticas, de las sedes episcopales y obispados, al menos si queremos llegar a la paz y a la pacificación.

El perdón, a veces, es un acto heroico que dignifica a quien lo ejerce y puede hacer bien y cambiar de mentalidad a quien lo recibe. Sólo el perdón puede desmontar al enemigo.

La venganza grita venganza, desencadenando una espiral diabólica de violencia. Si buenamente podemos hemos de parar ese huracán vengativo mediante el perdón. La calidad moral radica en el perdón, no en la venganza

El perdón y la reconciliación tienen repercusiones personales, familiares, sociales, políticas, también eclesiásticas.

  1. padre, perdónanos

Dios es amor, (1Jn 4,8). Es el único defecto que tiene nuestro Dios, que es amor y ama a todos: justos y pecadores, cristianos y paganos, a los que van a Misa y a los que no cumplen con la Iglesia.

Cuando amamos y perdonamos, hemos conocido a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios, (1Jn 4,8).

Tal vez nos haga bien poner nuestro pasado, nuestro recuerdo, nuestros recorridos en la vida en manos del Señor, sin más. Dejar estar nuestra existencia en manos de Dios y de la vida. Si se me permite, basta con mirar al crucificado y evocar en nuestro interior: Sus heridas nos han curado (1Ped 2,25). Eso sana nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.

         Recordemos esperanzadamente desde la memoria de Cristo.

Padre, perdónales porque no saben lo que hacen

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