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Relación de Comunión

Domingo, 15 de junio de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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Maurice Zundel escribió páginas emocionantes sobre el corazón humano, este espacio donde la conciencia que se despierta accede en el sentido de su dignidad de su inviolabilidad, y que se revela, detrás del mí prefabricado y condicionado que lo recubre, como un espacio de pura acogida del otro, el espacio que no puede ser violado por principios autoritarios, ni siquiera divinos, sino que vive de la apertura y de la comunión con el Otro, a la imagen del Dios de Pobreza que  se desposee de él mismo perpetuamente en la relación de ofrenda que mantienen entre ellas las tres Personas de la Trinidad.

” (…) La Trinidad es la liberación de una pesadilla en la que la humanidad se debate cuando se sitúa frente a una divinidad de la que depende y a la que es sometida: ¿Por qué Él bastante más que yo? ¿ Por qué soy la criatura, y Él el Creador? ¿ Por qué, si es mi creador, me puso en esta situación de saber que yo soy su esclavo? ¿ Por qué me dio justo bastante inteligencia para comprender que dependo de Él? ¡ Hay una rebelión sorda e implacable qué sube del corazón del hombre en esta confrontación de su espíritu con esta especie de Dios que aparece en él como la apisonadora del espíritu!

En la apertura del Corazón de Dios a través del Corazón del Cristo, hay justamente esta manifestación increíble y maravillosa que Dios es Dios porque se comunica, que es Dios porque se da todo, porque el es la desapropiación infinita y eterna, porque tiene la transparencia de un niño, la transparencia en la que toda especie de apropiación es imposible, donde la mirada siempre es dirigida hacia “El Otro”, donde la personalidad, donde el yo, es sólo un altruismo puro e infinito. ¡ Allí está la gran confidencia qué resplandece en el Evangelio de Cristo! ¡ La perla del reino, es para que Dios sea este Dios!

¡Jesús, revelándonos la Trinidad, nos libró de Dios! Nos libró de este Dios pesadilla, exterior a nosotros, límite y amenaza para nosotros: ¡ nos libró de aquel Dios! Nos libró de nosotros mismos que necesariamente estábamos, y sordamente, aunque no nos atrevíamos a reconocerlo, en rebelión contra este Dios.

Con la Trinidad, entramos en el mundo de la relación. (…)

Subsistir en forma de don, subsistir como una relación con los demás otro, subsistir en una respiración pura de amor, tenemos ahí el Dios que se transparenta y se revela personalmente en Jesucristo. (…)

Lo que justamente es tan patético, y lo que nos hace sensible la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y el paso que trasciende que hay que obrar del uno al otro, es que, mientras que en el Antiguo Testamento el pecado supremo, el pecado original, es querer ser como Dios, en el Nuevo,  es esto mismo lo único que es necesario. (…)

¡ Se trata de ser como Dios! Y, en el fondo, esta intuición nietzscheana, esta voluntad de ser Dios, de no sostener a ningún Dios aparte de sí mísmo, es el bosquejo de una vocación auténtica. ¡ Pero atención! ¡ Sí, ser como Dios, pero después de haber reconocido en Dios justamente  la desapropiación infinita, la pobreza suprema, el despojo translúcido!

Si Dios es aquel Dios, si hay en nuestro corazón una espera infinita, ser como Dios, ahora esto quiere decir desapropiarnos fundamentalmente de nosotros mismos para que nuestra vida se cumpla como la suya en un don sin reserva.”

*

Maurice Zundel, “Le Problème que nous sommes“, Le Sarment, Fayard, 2000, pp 39-42

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“Confiar en Dios” .15 de junio de 2014. Santísima Trinidad (A.) Juan 3, 16-18.

Domingo, 15 de junio de 2014
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32-TrinidadA cerezoEl esfuerzo realizado por los teólogos a lo largo de los siglos para exponer con conceptos humanos el misterio de la Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos a reavivar su confianza en Dios Padre, a reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo encarnado de Dios, y a acoger con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.

Por eso puede ser bueno hacer un esfuerzo por acercarnos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón humilde siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús: misterio del Hijo de Dios encarnado.

El misterio del Padre es amor entrañable y perdón contínuo. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por caminos que sólo él conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y profunda compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.

Nuestra primera actitud ante ese Padre ha de ser la confianza. El misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos “Dios”, no nos ha de causar nunca miedo o angustia: Dios solo puede amarnos. Él entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos tristes por nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos al descubrir que hemos vivido durante años alejados de ese Padre. Podemos abandonarnos a él con sencillez. Nuestra poca fe basta.

También Jesús nos invita a la confianza. Estas son sus palabras: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed también en mí”. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de actuar, entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos descubre cómo nos quiere Dios.

Por eso, en Jesús podemos encontrarnos en cualquier situación con un Dios concreto, amigo y cercano. Él pone paz en nuestra vida. Nos hace pasar del miedo a la confianza, del recelo a la fe sencilla en el misterio último de la vida que es solo Amor.

Acoger el Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la presencia invisible, callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta presencia contínua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en Dios.

Nuestra vida es frágil, llena de contradicciones e incertidumbre: creyentes y no creyentes, vivimos rodeados de misterio. Pero la presencia, también misteriosa del Espíritu en nosotros, aunque débil, es suficiente para sostener nuestra confianza en el Misterio último de la vida que es solo Amor.

José Antonio Pagola

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“Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él”. Domingo 15 de junio de 2014. Santísima Trinidad.

Domingo, 15 de junio de 2014
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24.the_trinity-blanchard-lowresLeído en Koinonia:

Éxodo 34,4b-6.8-9: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso
Interleccional:
Daniel 3. A ti gloria y alabanza por los siglos.
2Corintios 13,11-13: La gracia de Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
Juan 3,16-18: Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

La Biblia nos revela en una palabra quien es Dios: Dios es amor (1 Jn 4,8). Amor personal (porque te ama a ti, como si sólo a ti amase) amor total (sin medida, porque la medida del amor es dar sin medida), amor sacrificado (oblativo, entregado y paciente), amor universal (inclusivo, no excluyente), amor preferencial (se inclina más hacia el débil). Las lecturas de hoy nos revelan el perfil, el rostro o la fisonomía de Dios. La lectura del Éxodo lo revela como un Dios “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad” Ex 34,6; y esto inmediatamente después del episodio de adoración al becerro de oro (Ex 32). Como queriendo contrastar la infidelidad del Pueblo y la fidelidad de Dios.

Pablo, en la segunda lectura nos desvela el misterio de un Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, mediante el saludo trinitario a la asamblea: “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con ustedes” 2 Cor 13, 13.

Finalmente el evangelio de hoy, tomado de San Juan, es uno de esos textos cumbres de la literatura bíblica que revelan una luz especial: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo” (Jn 3,16).

Éstos serían como los versículos fundamentales para nuestra fiesta. En primer lugar el Dios de Israel y de Jesús, es un Dios inserto en la historia. El antiguo y nuevo Pueblo de Dios no llegaron a la experiencia de Dios, ni por la naturaleza (religiones naturalistas, tendentes a divinizar la creación), ni por la filosofía (la elucubración de los filósofos, que a través de las causas segundas, llegaron a una primera causa: Dios), sino por la historia. De ahí que el credo de Israel y el de la Iglesia se definan como credos históricos. Imposible proclamar a este Dios, dejando de lado los grandes acontecimientos salvíficos: que “nació de María, la virgen, que padeció bajo Poncio Pilatos, que fue crucificado, muerto y sepultado”, etc., son datos históricos puntuales. Dejar de lado la historia, sería desencarnar la fe, privarla de su sacramentalidad histórica. Un Dios desentendido de la historia no sería el Dios de los cristianos. En segundo lugar, en esta historia llena de luces y de sombras, pero guiada de la mano de Yahveh, se va dando un avance; lo que los teólogos han llamado “la revelación progresiva”. Cuando éramos niños tuvimos una experiencia de Dios que fue madurando poco a poco hasta hacernos adultos… Se trata de un principio de la pedagogía divina. El misterio de Dios uno y trino es fruto de esta experiencia de revelación progresiva en la historia. Revelación cumbre, expresión de maduración: Dios no es un ser aislado, desentendido de las realidades temporales, solitario. Es un Dios comunitario, familia, sociedad, fraternidad, etc. Por eso como dijimos al principio; la cumbre de toda la revelación bíblica es ésta: Dios es amor. Y el amor nunca es soledad, aislamiento, sino comunión, cercanía, diálogo, alianza.

La naturaleza misma de Dios es todo un proyecto de vida que revela la naturaleza misma del alma humana, creada a imagen y semejanza de Dios. De este modo podemos entender cómo la misma humanidad siente esa necesidad de alianza, aun en medio de la pluralidad. Vivimos en una casa común, somos una familia (humana), tenemos las mismas necesidades, los mismos problemas. Dios en esta hora de la historia habla a través de esos signos de un mundo en búsqueda.

En tercer lugar no hay que estar rompiéndose la cabeza para intentar comprender (desde nuestra lógica natural) un misterio que nos es dado por revelación, y que sólo puede ser aceptado plenamente por la fe. A Dios nadie lo ha visto jamás, sólo el Hijo que estaba en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer (Jn 1,18). La fe ciertamente que pasa del oído a la mente, de la mente al corazón, y del corazón a la vida. No se trata de un proceso meramente racional. Pues la razón se entiende necesitada de la razonabilidad de la fe, al reconocerse humilde ante el misterio de Dios. En efecto Dios revela estas cosas a la gente sencilla, y las esconde a los sabios de este mundo. Esta es la lógica y la sabiduría de nuestro Dios, muy distinta y muy distante de la lógica natural, marcada por los egoísmos humanos. Dios entra más fácilmente en le corazón del niño que en el del adulto, en el corazón del humilde que en el del soberbio, en el corazón del débil que en el del fuerte.

Estamos ante el más grande misterio, que ni ojo vio, ni oído escuchó… Acerquémonos a Dios con Adoración (El Padre)… dispuestos a asumir su proyecto de fraternidad (El Hijo)… con toda la profundidad de nuestro ser (El Espíritu Santo). Leer más…

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Fiesta de la Santísima Trinidad. Ciclo A.

Domingo, 15 de junio de 2014
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tumblr_mt9pkkTpKk1r2geqto1_1280Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj: 

El año litúrgico comienza con el Adviento y la Navidad, celebrando cómo Dios Padre envía a su Hijo al mundo. En los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje de Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu, que es lo que celebramos el domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Estamos preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad.

Esta fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa Juan XII quien la instituyó. Quizá se pretendía (como ocurrió con la del Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban la divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo. Así se explica que el lenguaje usado en el Prefacio sea más propio de una clase de teología que de una celebración litúrgica. En cambio, las lecturas son breves y fáciles de entender, centrándose en el amor de Dios.

La única definición bíblica de Dios

La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, ofrece la única definición (mejor, autodefinición) de Dios en el Antiguo Testamento y rebate la idea de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios terrible, amenazador, a diferencia del Dios del Nuevo Testamento propuesto por Jesús, que sería un Dios de amor y bondad. La liturgia, como de costumbre, ha mutilado el texto. Pero conviene conocerlo entero.

Moisés se encuentra en la cumbre del monte Sinaí. Poco antes, le ha pedido a Dios ver su gloria, a lo que el Señor responde: «Yo haré pasar ante ti toda mi riqueza, y pronunciaré ante ti el nombre de Yahvé» (Ex 33,19). Para un israelita, el nombre y la persona se identifican. Por eso, «pronunciar el nombre de Yahvé» equivale a darse a conocer por completo. Es lo que ocurre poco más tarde, cuando el Señor pasa ante Moisés proclamando:

«Yahvé, Yahvé, el Dios compasivo y clemente, paciente y misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos» (Éxodo 34,6-7).

Así es como Dios se autodefine. Con cinco adjetivos que subrayan su compasión, clemencia, paciencia, misericordia, fidelidad. Nada de esto tiene que ver con el Dios del terror y del castigo. Y lo que sigue tira por tierra ese falso concepto de justicia divina que «premia a los buenos y castiga a los malos», como si en la balanza divina castigo y perdón estuviesen perfectamente equilibrados. Es cierto que Dios no tolera el mal. Pero su capacidad de perdonar es infinitamente superior a la de castigar. Así lo expresa la imagen de las generaciones. Mientras la misericordia se extiende a mil, el castigo sólo abarca a cuatro (padres, hijos, nietos, bisnietos). No hay que interpretar esto en sentido literal, como si Dios castigase arbitrariamente a los hijos por el pecado de los padres. Lo que subraya el texto es el contraste entre mil y cuatro, entre la inmensa capacidad de amar y la escasa capacidad de castigar. Esta idea la recogen otros pasajes del AT:

«Tú, Señor, Dios compasivo y piadoso,
paciente, misericordioso y fiel» (Salmo 86,15).

«El Señor es compasivo y clemente,
paciente y misericordioso;
no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas;
como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos;
como un padres siente cariño por sus hijos,
siente el Señor cariño por sus fieles» (Salmo 103, 8-14).

«El Señor es clemente y compasivo,
paciente y misericordioso;
El Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas» (Salmo 145,8-9).

«Sé que eres un dios compasivo y clemente,
paciente y misericordioso,
que se arrepiente de las amenazas» (Jonás 4,2).

El amor de Dios al mundo

El evangelio insiste en este tema del amor de Dios llevándolo a sus últimas consecuencias. No se trata sólo de que Dios perdone o sea comprensivo con nuestras debilidades y fallos. Su amor es tan grande que nos entrega a su propio hijo para que nos salvemos y obtengamos la vida eterna.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Nuestra respuesta: el amor mutuo

En la carta de Pablo a los corintios Dios se convierte en modelo para los cristianos. La misma unión y acuerdo que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu debe darse entre nosotros, teniendo un mismo sentir, viviendo en paz, animándonos mutuamente, corrigiéndonos en lo necesario, siempre alegres.

Hermanos: Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.

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Dom 15. 6. 14. Trinidad, un “dogma” que no es dogma.

Domingo, 15 de junio de 2014
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330px-Itur3Del blog de Xabier Pikaza:

La Trinidad en cuanto tal no es un dogma de fe, pues no aparece como tal en la Biblia ni en los credos (Símbolo de los Apóstoles o en el Nicea-Constantinopla).

No hay un “dogma” que diga: Yo creo (o creemos) en la Trinidad… Y, sin embargo, la fe cristiana se expresa en tres “artículos” que dicen:

(1) Creo en Dios Padre, creador…;
(2) Creo en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació, predicó, murió, resucitó…;
(3) Y Creo en el Espíritu Santo.

Y eso es la Trinidad: No un “dogma aparte”, sino una condensación de la fe, del NT y de la Iglesia,fe en Dios Padre, en Jesucristo, su Hijo, y en el Espíritu santo.

Sólo se cree expresamente en ellos (Padre Dios, Jesús, Espíritu Santo…), de manera que no hay que añadir “yo creo en la Trinidad” Pero ha sido bueno reunir esa fe, que es triple y que es única, de manera que se pueda afirmar, implicitamente, “yo creo en la Trinidad”, aunque ella, en sí misma, como he dicho, no es un dogma de la Iglesia (y así algunos tendemos a evitar esa “palabra” en nuestra experiencia creyente).

20110322142532-capitalSea como fuere, este “fe en los tres que no son tres” (no se suman ni restan) constituye, con la Encarnación, el centro del misterio cristiano:

— por ella sentimos y sabemos que Dios es fuente inagotable y comunión creadora de amor que anima y sostiene la historia de los hombres (Padre), que Dios “es” hombre (Jesús) y que la fuerza-amor de nuestra vida (Espíritu).
— No es un concepto, ni es objeto de una posible especulación (tres son uno, uno es tres), sino el descubrimiento y misterio, único y siempre nuevo de la riqueza de Dios, que para los cristianos se revela por Jesús, a quien ellos han visto y confesado como Hijo de Dios (Hombre verdadero) y Dador del Espíritu, es decir, promotor de nueva Humanidad.

Este misterio no es una verdad que ha de añadirse a otras posibles verdades de fe igualmente obligatorias y enigmáticas, sino que es una especie de recopilación de la fe, como un compendio de la fe cristiana y del credo: En el Nombre del Padre, del Hijo Jesús y del Espíritu Santo

No es un dogma independiente, a nadie se le obliga en la iglesia a confesar “yo creo en la Trinidad”, pero a todos se le pide que descubran y digan, con amor gozoso: “yo creo y confío en Dios, creo en Jesús y le amo, recibo su Espíritu”. Así he querida presentar este misterio en mi Enquiridion Trinitatis (Secretariado Trinitario, Salamanca 2005)

Imagen 1: Trinidad de Iturgoyen, tres puertas, un ábside…en pleno monte (Navarra)

Imagen 2: Capitel pre-románico de Leire, tres caras que evocan… (Navarra)

Principio Trinitario

Enchiridion-Trinitatis-i1n302629De esa forma plantearemos de ahora en adelante el tema de la Trinidad, como expresión y compendio de la vida de Dios y del amor que es comunión abierta a todos los hombres y mujeres en la historia. Su verdad es ante todo un don, regalo de amor que reciben de manera inmerecida los creyentes; pero ella puede entenderse también como principio de todo saber racional, de todo amor y pensamiento, tesoro que los cristianos ofrecen gozosos a los hombres y mujeres de la tierra, sin imponer ni pedir nada: ¡gratis han recibido, gratis quieren darlo, como portadores del Dios de la Gracia! (cf. Mt 10, 8).

Dicho esto, podemos dejar en un segundo plano las prevenciones de lenguaje y hablaremos de “creer” en la Trinidad, sabiendo que nos referimos al misterio del amor del Padre, del Hijo-Jesús y del Espíritu-evangélico.

Jesús no predicó la Trinidad, pero abrió el camino que conduce al Padre y nos legó su Espíritu. Tampoco argumentaron sobre ella los cristianos más antiguos (ni Pedro, ni Pablo, ni los evangelios, ni siquiera los llamados Padres apostólicos), pero todos hablaron sin cesar del Padre, del Hijo Jesús y del Espíritu. En ese sentido, la Trinidad como tal no es una doctrina del NT.

Sólo a finales del siglo II y a principios del III algunos teólogos audaces empezaron a hablar de una Trinidad o Tríada divina y descubrieron que ese nombre era cómodo para referirse al mismo tiempo al Padre, a Jesús y al Espíritu, de manera que empezaron a emplearlo con cierta generosidad. Pero los grandes credos no lo utilizaron, ni el llamada símbolo apostólico, ni el de Nicea-Constantinopla, que siguen siendo oficiales en la iglesia; todos ellos hablan sólo del Padre-Dios, del Hijo-Jesús y del Espíritu Santo.

Sea como fuere, ese nombre (Trinidad), sin ser en cuanto tal dogma de fe, ha entrado en el lenguaje de la iglesia y así lo emplearemos como signo unitario y “complejo”, que nos permite penetrar de alguna forma en el misterio impenetrable de la unidad riquísima de Dios (cosa que otras religiones monoteístas, judaísmo e Islam, no se atreven a hacer). Entendida así, como expresión de la unidad viva de Dios, la Trinidad constituye el corazón y compendio de la experiencia cristiana: es el fundamento (dogma), siendo fuente de toda reflexión y todo amor, un camino abierto hacia el cumplimiento de toda la esperanza.

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Una trinidad múltiple

Siendo lo más específicamente cristiano, la Trinidad puede y debe presentarse como expresión y signo de una revelación y una búsqueda racional que está presente en casi todas las culturas y religiones.

1). Dentro de un politeísmo naturalista, donde la hierofanía o revelación básica de lo divino es el despliegue sagrado de la vida, ha surgido en muy diversos lugares una especie de Trinidad o tríada familiar, formada por el Dios Padre del cielo, la Diosa Madre de la tierra y el Dios Hijo, que nace de los dos y expresa en general la victoria de la vida sobre la muerte. Quizá donde más fuerza ha tomado este modelo es el oriente mediterráneo, con la tríada cananea (Ilu-Alla, Ashera, Baal) y la egipcia (Osiris, Isis, Horus), que tanto influjo ha tenido en las formulaciones filosóficas de platonismo y de la misma teología cristiana. Es evidente que estos dioses no son de verdad trascendentes ni son personas, en el sentido estricto del término, pero pueden ayudarnos a situar el tema trinitario.

2. Podemos aludir también a un triadismo funcional intradivino, representado de manera ejemplar por la Trimurti de algunas tradiciones hindúes. Así suele hablarse de Brahma, entendido como espíritu universal o fondo divino de toda realidad, especialmente de aquello que define la existencia humana (el Atmán), al que se añaden dos grandes signos divino o dioses, que reciben ya una forma más personalizada: Vishnú es la fuerza del amor y de la vida creadora; Shiva es el misterio de la muerte donde todo se disuelve para renacer de nuevo. Esos tres (Brahma, Visnú y Shiva) son formas del ser divino, pero estrictamente hablando no se pueden llamar personas, ni sumarse unos a otros, pues se interpenetran. Tampoco estos modelos pueden tomarse sin más como expresión de la Trinidad, pero nos ayudan a entenderla.

3. Suele hablarse igualmente de la Trinidad revelatoria, formada por los varios momentos de la manifestación de lo divino.

(1) Hay un Dios revelador, principio y fuente de todo lo que existe; ley divina en que se fundan todas las posibles realidades del cielo y de la tierra.

(2) Hay una Revelación divina, entendido como proceso de despliegue del mismo Dios que se vuelve luz (en ciertas formas de budismo) o palabra (en el judeocristianismo y el islam). Leer más…

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Trinidad 2: Fe y compromiso por la Vida (Dios para bilbaínos)

Domingo, 15 de junio de 2014
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10376315_294065450770654_6391167332274990797_nLeído en el blog de Xabier Pikaza:

Presenté ayer las cuatro primeras tesis de un pequeño manifiesto sobre (a favor) de Dios, que proclamé hace años en Bilbao, en la línea de la famosa apuesta de Pascal.

La fe en Dios es gracia, no necesidad, ni demostración. Quien quiera necesidades o demostraciones vaya a otro lugar, busque otro camino, pues en ese campo, Dios sobra. Dios no es algo que echábamos de menos, sino Alguien a quien echamos de más, sorprendidos, gozosos.

En esta “apuesta de Dios” jugamos a la carta de Jesús, un buen “argumento”, en la línea del compromiso por la vida. Quien quiera seguir con el tema, lea…

Desarrollé estas tesis hace algunos años en una Semana de Pensamiento Cristiano y Diálogo, organizada por la diócesis de Bilbao, cuando me llamaba la gente del obispo. Hace tiempo que no me llama; quizá tendría que llamarles yo, y decirles que me inviten… Pero lo que entonces dije sigue teniendo sentido, y así vuelvo a presentarlo.

Este trabajo (lo de ayer y lo de hoy) está publicado, pero ya no lo encuentro. Por eso, tiro de la “memoria” antigua de mi disco duro… Dejo las notas a pie de página, que son más pesadas, presento sólo el texto, de este “discurso sobre Dios para bilbaínos”. Buen día a todos.

TESIS V

10258051_836954609666969_4561908327869219612_nCreer en Dios supone abrirse a la experiencia de un nosotros que intenta ser gratuito, transparente, dirigido a todas las mujeres y los hombres de la tierra. En esta perspectiva, Dios se puede definir como el nosotros fundamental y primigenio

Creer en Dios supone decidirse por la comunión interhumana, superando los dos riesgos del intimismo burgués y el colectivismo socializante. El intimismo quiebra los caminos de apertura y me confina en los límites pequeños de un grupito de iniciados, mientras todo el resto de los hombres queda condenado a luchar en un nivel de pura competencia. El colectivismo destaca lo genérico y por ello tiende a destruir los individuos, impidiéndoles ser libres dentro del encuentro. Frente a eso la fe de los cristianos se formula como apuesta y compromiso en favor del surgimiento de un nosotros, de una comunión en la que el yo y el tú se plenifiquen en ámbito de encuentro más extenso.

Ciertamente, los cristianos parten de la búsqueda humana del nosotros, como realidad que sobrepasa el ámbito genérico y desborda el simple encuentro dual entre personas. Como dice el Evangelio, es necesario superar un plano de familia natural para encontrarse abiertos a un nosotros de amor y compromiso libre entre personas. Se trata de un nosotros que no es simple suma de individuos previamente independientes y formados. Tampoco es un encuentro tangencial de seres que se tocan sólo en periferia. Entendemos por «nosotros» aquella realidad originariamente personal y personalizante que emerge allí donde los hombres viven en nivel de comunión gratuita, cercana, transparente.

Mirada desde un lado, esta comunión resulta lo más frágil: parece que no tiene sustantividad ni consistencia y siempre se halla a merced de los embates de la moda o los diversos movimientos populares y sociales de los tiempos. Pues bien, tomada más al fondo y desde el Evangelio, esta comunión resultas lo más fuerte: en ella se desvela la potencia decisiva de lo humano. El hombre no culmina desde sí y en relación al otro: es persona desde un ámbito de encuentro más extenso que le asume, le transmite su lenguaje y le introduce en su propio campo de existencia. Por eso hay algo nuevo en el encuentro entre personas: una comunión, una especie de nueva sustantividad, que fundamenta a cada uno de los individuos.

Pues bien, esta realidad de comunión sólo recibe su plena consistencia en la apertura a lo divino: no estamos simplemente dislocados, unos frente a otros; tampoco nos hallamos diluidos en un todo que acaba por quebrarnos. Somos en libertad, unos junto a otros, formando así un espacio de comunión personal donde es posible hacernos transparentes, superando los principios de la pura imposición y de la lucha entre los hombres. Digo que esta comunión sólo es posible en apertura a lo divino. Esto sucede por dos causas: a) En el fondo de la vida humana hay algo que no es tuyo ni tampoco es mío. Es nuestro, en comunión, puesto que el mismo Dios así lo garantiza, b) Esa comunión no es algo que nosotros descubrimos en el mundo o que inventamos en razón de nuestro esfuerzo. Dios mismo es comunión, antes de todos los caminos de los hombres.

Dios es comunión. Es más que un simple yo-absoluto (autoconsciente, encerrado en sí mismo), más que encuentro dual de Padre-Hijo (yo-tú). La Iglesia le presenta como espacio de amor que se comparte, como libertad y transparencia, gratuidad y comunión originaria. Por eso le ¡lamamos Espíritu Santo. Esta es nuestra quinta definición. Partiendo de ella podemos precisar algo mejor lo que supone este nosotros personal que está ligado a la afirmación del yo de los cristianos.

El nosotros de Dios tiene un aspecto fontal, originario: Padre e Hijo, como yo-tú, sólo pueden distinguirse y amarse en plenitud de cercanía partiendo de ese amor abierto que es su misma esencia primigenia. Pero, al mismo tiempo, ese nosotros de Dios tiene un carácter conclusivo: es algo así como la meta de Dios, lo que resulta del proceso de amor en donde el Padre y el Hijo se regalan mutuamente la existencia. Ese nosotros tiene para el cristiano un nombre: es el Espíritu
Santo. Leer más…

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Sobre Dios/Trinidad. Cuatro primeras tesis

Domingo, 15 de junio de 2014
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Se acerca la fiesta de Dios, que es “trinidad”, es decir, despliegue de vida y comunión, principio de responsabilidad y de justicia.

Sobre el sentido de Dios, en en gesto de fe, quiero trazar algunas tesis. Empezaré hoy por las cuatro primeras.

Me han planteado unas preguntas. ¿Qué significa creer en Dios para un cristiano en este tiempo, a principios del siglo XXI? A fin de responderlas he esbozado un pequeño panorama destacando los momentos primordiales de la fe.

Responderé como cristiano, en línea creyente. Mi discurso no se mueve en un nivel teórico, en un plano de principios generales, sino como un hombre ha encontrado en Jesucristo la verdad y plenitud de su existencia; mi discurso es, por lo tanto, confesional, es discurso de creyente.

Hablaré como un cristiano que está determinado por su tiempo y por su espacio. No será necesario que presente mis credenciales y concrete el lugar en que me encuentro. Bastará con afirmar que mi trayectoria de intelectual y creyente está determinada por varios factores:

dolmen-5— la vida: el don de la tierra y familia en que he nacido, con su arraigo en una historia de fidelidad y libertad,

— la Merced donde he vivido más de 40 años, con su ideal concreto de liberación de cautivos y oprimidos,

— la universidad donde he enseñado más de 30 años, con su exigencia de radicalidad intelectual,

— mi nueva familia con Mabel, con una nueva visión de la familia, dentro de una Iglesia en trance de futuro

— la conflictividad social y religiosa de este principio del siglo XXI, con todo lo que ha significado de ruptura con el pasado, descubrimiento de la injusticia estructural del mundo, búsqueda de cauces de humanización y libertad.

Hablaré como intelectual sorprendido y comprometido por la vida. Quizá a primera vista pueda parecer que mi discurso sobrevuela por encima de los grandes temas de la filosofía.Pero en el fondo de las ocho tesis que planteo late aquello que a mi juicio es el gran reto no sólo de la fe, sino de toda la modernidad: el paso desde la seguridad cósmica a la búsqueda de una utopía-esperanza, a través del descubrimiento de la vida, la subjetividad, la alteridad, la comunión y la historia.

Quiero precisar lo que supone ser creyente. Lo diré por medio de ocho tesis o fórmulas significativas, provocadoras, capaces de hacernos pensar y repensar el gran problema de nuestra identidad como cristianos.

TESIS I

1497833_641812059191349_1362383720_o(Imagen, la Trinidad no es un juego de espejos…, tres o quince veces lo mismo).

Creer en Dios supone descubrir el mundo como realidad cargada de sentido y de misterio que, en vez de cerrarnos sobre sí, nos abre hacia un camino de realización personal, en libertad y trascendimiento.

Voy a explicar estas palabras. Los antiguos parecían inclinados a entender el mundo como radicalmente sagrado. Lo divino era la naturaleza, sin más añadiduras, como afirmará en tiempos del racionalismo el gran ESPINOZA.

Por eso, asumir la religión no es otra cosa que adentrarse vitalmente en el secreto de este cosmos: latir con su latido, nacer desde su vida, morir desde su muerte. En esta línea se han movido los más grandes filósofos y artistas de la antigua Grecia. En esta línea interpretaban el mundo los paganos de la antigua Euskadi, por poner sólo un ejemplo.

Con la irrupción del cristianismo el panorama cambia. El cosmos sigue siendo misterioso, pero no aparece ya como divino: es signo que interroga, luz que orienta y nos dirige a un Dios que ahora llamamos trascendente, un Dios que existe por sí mismo y no se confunde con ninguno de los rasgos de la vieja tierra. En esta perspectiva se movían los famosos argumentos de SANTO TOMÁS: aquellas vías o caminos que podían conducirnos desde el movimiento, la causalidad y el orden del mundo hasta el primer motor, la causa originaria, la gran mente que establece y guía el orden de las cosas.

Esta solución continúa siendo parcialmente valiosa: las cosas del mundo parecen abrirnos a Dios. Sin embargo, en los últimos tres siglos, a partir de GALILEO y NEWTON, de KANT y los modernos positivistas, es preciso andar con más cuidado: estudiado con métodos científicos, el mundo se nos cierra; se ha vuelto más complejo, más difícil y más rico en su interior, pero carece ya de profundidad en plano de misterio, no conduce a lo divino.

El cosmos de la ciencia se vuelve autosuficiente; cuanto más complicado lo encontramos y más capacitados nos hallamos para dominarlo con métodos de técnica, menos nos permite subir hacia el misterio radical de lo divino. Todo sucede en línea de este mundo como si Dios no existiera; ya no lo necesitamos en la física ni en la matemática, en la biología ni en sociología, en la psicología ni en la medicina.

Esto es evidente y, sin embargo, después de haber seguido los caminos de la ciencia, los antiguos problemas permanecen planteados. Hay algo en el hombre que desborda los niveles del progreso material y que no puede reducirse a métodos o leyes manejables por la técnica. El mundo sigue siendo lugar de una pregunta que se puede plantear, al menos en nivel ecológico, filosófico y religioso.

Hay un planteamiento ecológico del mundo. Hasta ahora parecía que el camino es evidente: necesitamos progreso y desarrollo; sólo así seremos hombres y podremos realizarnos. En vez del Dios del cielo habíamos optado por el Dios de la riqueza y plenitud en el futuro. Pues bien, en un proceso que resulta rapidísimo, en menos de un siglo, advertimos que ese desarrollo puede convertirse en destructivo: puede conducirnos a la bomba atómica, pone en riesgo elementos de nuestro equilibrio personal, poluciona la naturaleza. Leer más…

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Pentecostés 4. Espíritu Santo y Trinidad

Domingo, 15 de junio de 2014
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booksDel blog de Xabier Pikaza:

He reflexionado por tres días sobre el Espíritu Santo, culminando en una reflexión teológica de cierta dificultad. Retomo ese motivo, para preparar la celebración de la fiesta de la Santísima Trinidad, del próximo domingo.

El tema de fondo es la personalidad del Espíritu Santo, que es quizá el más difícil y más hondo (y a la vez el más sencillo y luminoso) de la teología cristiana. Así lo expongo, retomando algunos rasgos de un libro dedicado hace algún tiempo a este problema.

1) El estudio del Espíritu se encuentra ligado al constitutivo esencial de las personas. Así lo ha visto una línea que comienza en Agustín, se explicita en Anselmo y por medio de Tomás de Aquino llega a nuestros Dios. En esta línea el Espíritu Santo no es persona sino un modo de culminación personal del ser que conociéndose se ama, culminando así su proceso de realización individual.

2) El Espíritu ha podido verse como amor dual. En una línea en la que avanza también san Agustín y que ha influido mucho en nuestro tiempo se concibe et espíritu a manera de amor de comunión o encuentro mutuo que liga a las personas. Sistematizando esta perspectiva algunos le definen como el nosotros personal que liga al Padre con el Hijo en el misterio divino.

3) Dando un paso más, algunos han interpretado el Espíritu a manera de “tercero”, como fruto que surge del amor dual del Padre y del Hijo, en el misterio trinitario.

4) Finalmente, partiendo de las líneas anteriores, muchos piensan que el Espíritu se debe interpretar como misterio escatológico, la fuerza de Dios que nos conduce, en una opción de libertad, hacia el futuro de la nueva sociedad reconciliada, como en otro tiempo decía el abad Joaquín de Fiore.

Constitutivo personal del Espíritu Santo.

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Esos son los modelos que quiero desarrollar en lo que sigue. He comenzado presentándolos juntos para que se vea la unidad del tema y también por otra causa: algunos, cuando escuchan que se habla del Espíritu como ámbito de amor piensan que estamos destruyendo su sentido más profundo, el valor de su persona. Pues bien, en contra de eso, debemos indicar que la persona o personalidad del Espíritu se encuentra velada en el misterio: podemos esbozar un poco su verdad, pero nunca llegaremos a entender totalmente su hondura. Tampoco debemos olvidar que, como dice la tradición, las personas de la trinidad no son unívocas: cada una es persona de una forma, como ingénito (Padre), como engendrado (Hijo), como procedido (Espíritu). Pues bien, sobre el sentido y presupuestos de esa procesión pneumatológica hablaremos brevemente en lo que sigue.

1) La primera perspectiva entiende la persona del Espíritu en la línea de la realización del ser que culmina su proceso amándose a sí mismo.

Más que persona (en el sentido moderno) el Espíritu es modo final de la personalización de un sujeto que, conociéndose, s¿ ama, es decir, descansa en sí mismo, ratificando y fijando así su propia realidad. En ese aspecto puede llamarse culminación de Dios: su proceso personal queda completado y clausurado, de manera que Dios es como aquel que se ha hecho plenamente, en proceso de conocimiento y amor.

Dios no es una línea siempre abierta que jamás llega al descanso, no es un círculo que vuelve sin cesar sobre sí mismo. Dios es línea o círculo cumplido y su descanso, esto es, la plena realización de su proceso es el Espíritu Santo. Por eso se le llama amor, porque en amor culmina el encuentro del ser (de Dios) consigo mismo. En esta perspectiva se pone de relieve el movimiento de la naturaleza divina que se sabe, dualizándose en Padre e Hijo, y se ama, trinitarizándose en Padre-Hijo (que aman) y Espíritu que es fuerza y realidad del mismo amor cumplido.
Los comentaristas suelen discutir sobre la forma en que Tomás de Aquino ha concebido este proceso final de espiración de amor en el que surge el Espíritu Santo. Pero la opción dominante es la de aquellos que suponen que este amor no es el amor duql de Padre e Hijo que se encuentran sino el mismo amor de esencia de la naturaleza divina que, sabiéndose (siendo Padre-Hijo) se ama a sí misma:

La virtud espirativa significa la esencia divina afectada por la relación de espiración activa en cuanto se encuentra en el Padre y el Hijo… De donde se sigue que el Padre y el Hijo son un sólo principio virtual del Espíritu Santo, en cuanto que una misma es la virtud espirativa y el acto de espiración de los dos… De donde podemos decir que son dos los que espiran y uno solo el espirador (cf. M. Cuervo, en Introducción a Santo Tomas, S.T II, BAC, Madrid 1953, 236).

Padre e Hijo, que se distinguen entre sí al conocer, ya no se distinguen al amar. Por eso aman los dos como uno solo, con el amor de la esencia divina que vuelve hacia sí misma y en ella descansa. De esta forma se completa el proceso personal del Dios que es divino, persona, siendo dueño de sí mismo, conociéndose y amándose. Situados ante esta solución, los autores ortodoxos han protestado enérgicamente.

Ellos suponen que esta unión de Padre e Hijo en el origen del Espíritu supone una vuelta hacia el dominio de la esencia: no son ya las personas que actúan como tales sino la misma esencia de Dios que al amarse suscita (espira) el amor pleno y final del Espíritu Santo (cf. V. Lossky, o. c. 56). Pero el problema resulta, a mi entender, aún más complejo: no se trata de ver si hay primacía en la esencia o las personas; se trata de entender y de fijar el modelo de persona que ha yen el fondo del esquema.

Pues bien, en este esquema, que sigue la línea de la teología de occidente tal como viene a culminar en Barth y Rahner (cf. temas 13, 16), a Dios se le concibe como persona única, absoluta, que se despliega y se realiza en tres momentos o personas relativas. Por eso, en este plano relativo era mejor no hablar más de personas: al encontrarse consigo mismo, en conocimiento-amor, Dios es divino; pertenecen a su propio despliegue personal el conocerse-amarse, que en términos simbólicos se llaman Padre-Hijo y Espíritu, pero es mejor no atribuirles el nombre de personas. De esta forma se resalta la unidad ternaria de Dios, la unicidad de su persona que puede interpretarse de una forma neomodalista.

2) La segunda perspectiva entiende la persona del Espíritu partiendo de la unión dual del Pudre e Hijo como personas distintas que se aman.

Recordemos las bases tradicionales, agustinianas de este esquema, que después Ricardo de san Víctor ha desarrollado de forma sistemática. Ahora queremos recordar que muchos investigadores piensan que el mismo Tomás de Aquino, defensor de esta postura en sus primeras obras (De Potentia; Super Sent.),la ha seguido defendiendo hasta el final de su vida. Entre ellos quiero destacar a F. Bourassa, autor de los análisis más hondos sobre el sentido y consecuencias del amor común (de comunión) en el misterio trinitario. Padre e Hijo ya no aman como esencia que se vuelve hacia sí misma, para completar su realización; se aman entre sí como personas diferentes que sólo manteniendo su propia diferencia pueden encontrarse y unirse una a la otra.

Este no es amor de esencia sino amor de personas que, ratificando su propia distinción, la sellan en gesto doble de entrega mutua. Los amantes son por tanto dos y su amor es recíproco y sólo puede mantenerse en la medida en que los dos son diferentes. Hay un doble acto de amor, pero el amor con que se aman es el mismo, porque uno y otro se entregan de manera total, sin reservarse nada. Por eso, en esta línea, el Espíritu santo se puede interpretar como el amor de comunión hecho persona: no es amor de uno o de otro, es de los dos y de esa forma es medio que les une; pero, al mismo tiempo es un amor, como persona comparativa que les vincula y unifica.

Hasta aquí la reflexión de los diversos autores parece concordante. Las dificultades comienzan cuando se pretende precisar lo que supone esa Persona-Amor qrre es el Espíritu Santo. Aquí empiezan a cruzarse y distanciarse los caminos, en una búsqueda eficaz pero difícil de eso que podíamos llamar constitutivo propio del Espíritu. Dos son a mi entender las tendencias principales, una de tipo ambital, otra más dual (de nostreidad divina):

La tendencia ambital es quizá la más común. Son muchos los que piensan que al Padre hay que entenderle como sujeto personal, porque engendra desde el fondo de sí mismo al Hijo Jesucristo. Tambíén el Hijo es persona, porque así le vemos en Jesús, como sujeto que actúa, acoge la llamada de Dios Padre y le responde. EL Espíritu, en cambio, aparece como persona ambital, campo de amor en que se encuentran Dios y Cristo: es la fuerza de Dios de la que Cristo nace (y resucita); es el amor que Cristo ofrece al Padre para que nosotros podamos realizamos. Leer más…

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El Consejo de Ministros elimina el privilegio de las inmatriculaciones a la Iglesia

Domingo, 15 de junio de 2014
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arrieta-130322-27_560x280Campanas de la iglesia de Arrieta, inmatriculada por la Iglesia en 2003

¿Que no quieren privilesgios?… y lo dicen después de que hayan inmatriculado miles de edificios…

La norma, en vigor desde 1998, permitió a la institución poner a su nombre miles de inmuebles

“La Iglesia no se opone. No queremos privilegios”, subraya Giménez Barriocanal

(Jesús Bastante).- Se acaban los privilegios de la Iglesia en materia hipotecaria y de propiedad. Aunque con trampa. El Consejo de Ministros ha aprobado este mediodía un Proyecto de Ley, que remitirá al Congreso, para reformar la Ley Hipotecaria y, con ello, hacer desaparecer el sistema de inmatriculación por certificación para la Iglesia, norma que regía desde 1998 y que ha permitido a la institución poner a su nombre miles de templos.

La decisión ha sido acogida por normalidad por parte de la Conferencia Episcopal, que ha sido informada de la misma. “La Iglesia no se opone a esta reforma, señala a RD el gerente del Episcopado, Fernando Giménez Barriocanal, quien explica que “parece razonable que el procedimiento que se arbitró para que la iglesia pudiera registrar sus bienes inmemoriales, sobretodo desde que en 1998 se permitió registrar los templos (hasta esa fecha el registro estaba cerrado para registrarlos) concluya en algún momento. Como ya hemos dicho, no queremos privilegios.

En el propio acuerdo, recogido por el Consejo de Ministros, se indica cómo “al integrar y coordinar todos los datos y sistemas de inmatriculación de bienes, se actualiza también la especial situación de la Iglesia católica en este punto. Se homogeneizan los requisitos, de forma que esta institución pasará a equipararse al resto de la sociedad y las inscripciones de su propiedad se trasladan al procedimiento normal de inmatriculación”.

“Por diversas razones históricas -continúa el texto del proyecto de Ley- los templos dedicados al culto católico no se consideraron susceptibles de inscripción hasta 1998. El tiempo transcurrido desde entonces y la normalidad con la que esta práctica se ha extendido a toda la sociedad, junto con la existencia de una conciencia del valor de los inmuebles y de la necesidad de inscribirlos, justifican la aplicación general de este procedimiento”.

Detrás de la medida, no obstante, se esconde una realidad: entre 1998 y 2014 la Iglesia católica española ha procedido a la inmatriculación de la práctica totalidad de templos, catedrales y monumentos de consideración eclesiástica, desde la Mezquita-Catedral de Córdoba a parroquias de todo el Estado español, pasando por cementerios y campos.

La norma posibilita que, a partir de ahora, cualquier conflicto relativo a inmatriculaciones sea desfavorable para la Iglesia frente a otros colectivos, aunque en la práctica será muy difícil que se haya “escapado” del registro alguna propiedad. La norma, pues, se elimina cuando ya no queda nada que no haya sido inmatriculado en virtud de la legislación que será modificada.

Fuente Religión Digital

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El cardenal Rouco y monseñor Rico Pavés, llamados a testificar sobre El Yunque

Domingo, 15 de junio de 2014
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rouco-rico-720_560x280La Justicia llama a declarar a Rouco Varela sobre El Yunque, la asociación paramilitar dispuesta a derramar sangre por Dios

José Mª Garrido: “Al igual que la pederastia, El Yunque ya le ha estallado a la Iglesia Católica”

El arzobispo conocía las actividades de la secta secreta

El obispo auxiliar de Getafe encargó un informe al profesor López Luengos

El informe denuncia la infiltración de El Yunque ein diversas asociaciones a instituciones desde el Papa a la Iglesia, pasando por Intereconomia o la plataforma Hazte Oír

El cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela, y el obispo auxiliar de Getafe, José Rico Pavés han sido citados a testificar en una causa judicial que dirime los vínculos entre la secta secreta de extrema derecha El Yunque y la plataforma Hazte Oír, dirigida por Ignacio Arsuaga.

La vista oral tendrá lugar el mes de mayo de 2015 en el juzgado de primera instancia número 48, tras celebrarse el pasado jueves, en dicho juzgado, la audiencia previa.

En ella, la jueza María de los Ángeles Martín admitió las pruebas documentales y testificales, presentadas por el abogado Pedro Leblic ante la demanda que le interpuso la asociación Hazte Oír por presunta vulneración del derecho al honor.

organizacion-nacional-de-el-yunqueEntre las pruebas aceptadas por la jueza figuran las declaraciones como testigos e Rouco Varela y Rico Pavés. Este último encargó un informa confidencial sobre “la intromisión” de El Yunque, una secta de corte paramilitar, en “el asociacionismo cristiano español”.

El encargado de redactar el informe fue el profesor Fernando López Luengos y, en él, denunciaba la infiltración de El Yunque en diversas asociaciones a instituciones desde el Papa a la Iglesia, pasando por Intereconomia o la plataforma Hazte Oír.

El informe de López Luengos fue entregado por Rico Pavés, entonces director del secretariado de la comisión de Doctrina de la Fe a la Conferencia episcopal, dirigida entonces por el cardenal Rouco Varela.

En una sentencia del pasado 19 de mayo, el Juzgado de 1ª Instancia número 48 de Madrid consideró probada y “esencialmente veraz” la relación entre la secta secreta y miembros de Hazte Oír, y desestimó la demanda presentada por Arsuaga contra López Luengos.

Fuente Religión Digital

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