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Entradas Etiquetadas ‘Sufrimiento’

Testigos fuertes

Jueves, 19 de mayo de 2022
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cruz

Existe una compenetración entre el sufrimiento -llamémoslo cruz, una palabra que lo resume y transfigura- y el compromiso apostólico, esto es, la construcción de la Iglesia. No es posible ser apóstol sin cargar con la cruz. Y si hoy se ofrece el deber y el honor del apostolado a todos los cristianos de manera indistinta, para que la vida cristiana se revele hoy tal cual es y debe ser, es seńal de que ha sonado la hora para todo el pueblo de Dios: todos nosotros debemos ser apóstoles, todos nosotros debemos cargar con la cruz. Para construir la Iglesia es preciso esforzarse, es preciso sufrir.

        Esta conclusión desconcierta ciertas concepciones erróneas de la vida cristiana presentada bajo el aspecto de la facilidad, de la comodidad, del interés temporal y personal, cuando su rostro tiene que estar siempre marcado por el signo de la cruz, por el signo del sacrificio soportado y realizado por amor: amor a Cristo y a Dios, amor al prójimo, cercano o alejado. Y no es ésta una visión pesimista del cristianismo, sino una visión realista. La Iglesia debe ser un pueblo de fuertes, un pueblo de testigos animosos, un pueblo que sabe sufrir por su fe y por su difusión en el mundo, en silencio, de modo gratuito y con amor.

*

Pablo VI,
Audiencia general del 1 de septiembre de 1976.

***

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Descalzos

Jueves, 12 de mayo de 2022
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Del blog de José Arregi Umbrales de Luz:

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Recorremos descalzos el camino de la vida
en los acantilados junto al mar.
Y nuestra historia
es la historia de las olas que se rompen a nuestros pies:
a veces, con fuerza, nos salpican la cara
de salitre,
otras veces nos llegan mansamente,
débiles,
como si las hubiera golpeado el dolor
de una gran herida.
Y nos quedamos mirando a las olas,
para que lleven
cuando menos nuestro corazón
al horizonte donde sale y se pone el sol,
y sea transformado en luz
tras la oscuridad.

*

Patxi Ezkiaga,
poeta vasco, (1943-2018)

(Traducido del vasco)

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José María Castillo: “Donde encontramos a Dios es en la liberación del sufrimiento de los oprimidos de este mundo”

Jueves, 12 de mayo de 2022
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bajarcruzpobresDe su blog Teología sin censura:

 “Lo que más quiere Dios no es la observancia sumisa de los ‘religiosos'”

“Dios es el Trascendente. Y la ‘trascendencia’ es incomunicable. Está fuera del ámbito de nuestra capacidad de conocimiento”

A Dios solamente lo podemos conocer, no por lo que es, sino por lo que hace A Dios se le conoce únicamente si nos dedicamos a la tarea que Él nos propone y nos impone: “He visto la opresión de mi pueblo… He bajado a librarlo”

“La conducta que tuvo Jesús, anteponiendo la liberación de los que sufren a las leyes y rituales de la Religión, esa conducta fue la que llevó a Jesús a ser alzado en la cruz”

Nuestra relación con Dios es tan simple y tan complicada, ambas cosas a la vez, que seguramente muchos de los que nos consideramos creyentes, en realidad, posiblemente somos ateos. Y a la inversa, muchos de los que aseguran que son ateos, en realidad y seguramente, son creyentes.

¿Por qué esta interpretación tan extraña y contradictoria? La Biblia, en el libro del “Éxodo”, dice que Dios se reveló a Moisés en una zarza ardiendo (Ex 3, 1-3). Y de la zarza salió la voz del Señor que dijo: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores, conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo…” (Ex 3, 7-8). Como es lógico, ante una tarea tan difícil, Moisés le preguntó a Dios: “Si me preguntan: ¿Cuál es tu nombre?” A lo que Dios respondió: “Yo soy el que soy”. Y añadió: “Les dirás: “Yo soy” me envía a vosotros” (Ex 3, 14). Y concluyó: “Este es mi nombre para siempre” (Ex 3, 15).

¿Qué significa todo esto? Dios se da a conocer con un nombre y una tarea. El nombre se expresa en una oración gramatical que tiene sujeto y verbo, pero no tiene predicado. El nombre de Dios, si nos atenemos a lo que es o quién es, no sabemos, ni podemos saber, nada de Él. A Dios no se le puede conocer, si es que pretendemos conocer su ser o su esencia. Dios es el Trascendente. Y la “trascendencia” es incomunicable. Está fuera del ámbito de nuestra capacidad de conocimiento.

A Dios solamente lo podemos conocer, no por lo que es, sino por lo que hace A Dios se le conoce únicamente si nos dedicamos a la tarea que Él nos propone y nos impone: “He visto la opresión de mi pueblo… He bajado a librarlo”. Aquí está la clave y la tarea en la que podemos conocer a Dios. Lo determinante, en este asunto tan oscuro, no son las “ideas” de nuestra cabeza, sino las “obras” que produce nuestra vida.

El Evangelio de Juan pone, en boca de Jesús, hasta 18 veces la expresión “yo soy”. Casi siempre con un predicado: “yo soy” el pan de la vida, la luz del mundo, el buen pastor, la puerta, el camino… Pero, en sus enfrentamientos con los dirigentes de la Religión, Jesús les dijo: “Si no creéis que “yo soy”, moriréis en vuestros pecados” (Jn 8, 24). Más aún, en el mismo enfrentamiento, Jesús afirmó: “antes de que Abrahán existiera, “yo soy” (Jn 8, 58). Por eso Jesús llega a decir: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 29). Jesús se identifica con Dios.

Pero, ¿en qué se fundamenta semejante identificación? ¿En una argumentación especulativa de ideas o teorías, por muy sublimes que fueran tales argumentaciones? Nada de eso. La identificación de Jesús con Dios no se basa en teorías y argumentos. Todo se basa en la conducta de Jesús, en las obras que Jesús hacía. Lo dijo el mismo Jesús: “Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí” (Jn 10, 25). Y más claro aún: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis a mí, creed a mis obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10, 37-38).

Ahora bien, ¿a qué “obras” se refería Jesús? A lo mismo que se refería Dios cuando le habló a Moisés en el desierto: “He visto la opresión de mi pueblo… conozco sus sufrimientos” (Ex 3, 7). Aquí y en esto tocamos el fondo de la cuestión. Lo dijo Jesús muy claro: “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo soy” (Jn 8, 28). La conducta que tuvo Jesús, anteponiendo la liberación de los que sufren a las leyes y rituales de la Religión, esa conducta fue la que llevó a Jesús a ser alzado en la cruz.

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Lo que más quiere Dios no es la observancia sumisa de los “religiosos”. Antes que todas las observancias de la Religión, lo que Dios quiere ante todo y donde encontramos a Dios es en la liberación del sufrimiento de los oprimidos de este mundo. Por esto resulta evidente que hay tantos fieles observantes, que tranquilizan sus conciencias cumpliendo con su Religión tranquilizante. Pensando ellos que son muy religiosos, en realidad son ateos. Como también resulta evidente que quien centra su vida en la lucha contra el sufrimiento de los oprimidos, aunque no sea observante y sumiso a las minuciosas observancias de la Religión, en realidad ese es el que puede decir: si alguien quiere de verdad remediar el sufrimiento de este mundo, aunque fracase como un delincuente, ese “yo soy”.

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Marion Muller-Colard: la fe como pasión de la humanidad

Miércoles, 19 de enero de 2022
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EECC1E05-045C-49CE-A179-FDC04BE26832-768x432La auténtica fe brota de una existencia radicalmente marcada por la lamentación y la aflicción

 No hay historia sin la entrada en escena de una dificultad imprevista, de una contrariedad que nos desvía del camino previsible. No hay historia con la seguridad de quien sólo sigue los caminos ya transitados

Hay quien prefiere los tranquilizantes para abrazar el reposo y la programación. Eso supone ignorar que el evangelio es el libro de la intranquilidad, que la fe se inaugura con la incertidumbre y la fragilidad que permiten la irrupción del Inédito

¿Qué entendemos de la realidad si eliminamos la presencia de la intranquilidad? ¿Queda algo de la espiritualidad cuando se anula la queja? Algunos han querido hacer de la religión un hogar confortable en el que ya no hay espacio para la tensión salvífica

Hay quien cree encontrar seguridad pactando con la realidad, pero la vida no admite concesiones. Buscamos prevenirnos del riesgo inspirándonos en una simplificación irreal de la vida. Pensamos ilusoriamente que el control, el discurso, el protocolo y la fuerza detendrán la angustia existencial, pero todas estas estrategias nos vuelven rígidos y, por tanto, más fácilmente quebradizos. La única oportunidad de la que disponemos es la ductilidad que proviene, paradójicamente, de la intranquilidad.

No hay historia sin la entrada en escena de una dificultad imprevista, de una contrariedad que nos desvía del camino previsible. No hay historia con la seguridad de quien sólo sigue los caminos ya transitados. Sin embargo, hay quien prefiere los tranquilizantes, se abraza al reposo y se aferra a la programación. Eso supone ignorar que el evangelio es el libro de la intranquilidad, que la fe se inaugura con la incertidumbre y la fragilidad que permiten la irrupción de lo Inédito.

No estamos en tierra de certezas sino en el ámbito de la confianza en los maestros que han pasado por la lección que transmiten. Por eso algunos reconocen a Jesús como un maestro válido, porque justo a continuación de la palabra de elección experimenta la tentación de la suficiencia y el poder. Y es que Jesús no promete la evitación del riesgo sino una inmersión incondicional en la complejidad de la vida sin tratar de sustraernos. La religión es receta, pero la fe auténtica frustra el deseo religioso. La fe de Jesús y de Abraham les lleva a no tener dónde reponer la cabeza, los preserva del inmovilismo, los aboca a un nomadismo que posibilita encuentros renovadores. Quien quiera salvar su vida, la perderá. Quien caiga en la seducción de los atajos perderá la experiencia de la profundidad humana.

De la impotencia a la fe: otro Dios

No nos educan para la impotencia. No aprendemos a aceptar la debilidad, la soledad, la pérdida de capacidades… y por eso nos quejamos. Pero existen situaciones en la vida que nos hacen pasar de las quejas a la Queja que resiste todo consuelo. Quien da este paso se acerca a Job: no es la pérdida lo que le lleva a la Queja; no es sufrimiento lo que le conduce a la Protesta. Es más bien la decepción de haber creído que Dios le protegía y ahora se siente defraudado.

Es la Queja frente a lo que no consideramos justo porque pensamos que la realidad se rige por una lógica. Confiábamos porque creíamos estar protegidos. Es el peso de la lógica retributiva: Dios vuelve bien por bien y mal por mal. Somos religiosos porque hemos firmado un contrato con Dios: felicidad a cambio de piedad. Hasta que la vida nos pone a prueba y fracasa la idea de un dios funcional. Job perdió más que familia y propiedades; perdió la seguridad de la protección que provenía de Dios. Y su fe retributiva no le había enseñado a sobrevivir a la Amenaza.

Job vivía de la contabilidad de una vida piadosa hasta que la Amenaza le agrede y aflora la Queja. Pero esta vivencia le hace consciente de la existencia de Otro Dios, Incondicional, que le salva de la relación contractual. Entre un Dios juez y un Dios perverso aparece un Dios imprevisible. El sufrimiento ha llevado a Job a encontrar el Inconmensurable. Ha pasado de un sistema de creencias a una relación personal, de la religiosidad a la fe, de un Dios funcional a un Dios vivo que se nos escapa porque nos supera. Ha accedido a la Gracia.

Vivir la fe con pasión

El sufrimiento se convierte en una provocación porque perturba la aparente quietud de la piedad y habla con elocuencia. Por eso la historia de la pasión humana (y de la compasión) es inmune al optimismo de la idea de justicia. Nada de sordera, de mitos consoladores y explicaciones ahistóricas, sino búsqueda permanente e infatigable de la dimensión espiritual como acceso a la Gracia. La Queja se convierte en interpelación y Gracia lleva a la esperanza. El aspecto intranquilizante de la Amenaza y de la Queja estimula la dimensión profética de la denuncia y del testimonio, quizás el único discurso capaz de romper nuestro caparazón defensivo. El Dios que se acomoda al deseo humano tiene mucho ídolo engañoso. La auténtica fe brota de una existencia radicalmente marcada por la lamentación y la aflicción. Es una fe que clama porque cree que, en cuanto a Dios, todavía no se ha dicho la última palabra. Es la esperanza en tensión porque sabe que quiere creer en Dios y no en la propia fe en Dios.

De Marion Muller-Colard (Marsella, 1978) la editorial Fragmenta ha traducido dos ensayos espléndidos: La intranquilidad (Premio de Espiritualidad Panorama-La Procure) y El otro Dios. El lamento, la amenaza y la gracia (Premio Spiritualidades de Aujourd’hui, Premio Écritures & Spiritualités, Premio Abat Marcet). Muller-Colard atestigua que la fe transita por un paisaje de oraciones, muy lejos del confismo de los triunfadores. Ni la indiferencia arrogante ni la relativización engañosa del sufrimiento aceptan creer en un Dios que está continuamente adviniendo y reclama ser recibido. Por eso sólo accede al otro Dios quien se niega a ser un espectador pasivo, un adorador del fatalismo o un gestor de estrategias a medio plazo.

No se recibe a Gràcia sin haber pasado por la crisis que nos convierte. ¿Qué entendemos de la realidad si eliminamos la presencia de la intranquilidad? ¿Queda algo de la espiritualidad cuando se anula la queja? Algunos han querido hacer de la religión un hogar confortable en el que ya no hay espacio para la tensión salvífica. Han atrofiado la sensibilidad espiritual olvidando que el encuentro con Dios pasa por el sufrimiento y las lágrimas secas. Marion Muller-Colard enseña que la intranquilidad del sufrimiento contiene una revelación porque forma parte de la sacralidad de la vida. Sólo quienes son sensibles descubren la presencia divina (“¿Cuándo te vimos desnudo, o enfermo, o encarcelado, o con hambre y sed…?”). Donde prospera este proceso arraiga un elemento esencial de la experiencia espiritual: la fe es la confianza, pese a la precariedad, en un Dios garante de la vida.

Fuente Religión Digital

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Amor

Martes, 16 de noviembre de 2021
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Del blog Nova Bella:

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La plenitud del amor al prójimo consiste en ser capaz de hacer una pregunta a los demás:

¿cuál es tu tormento?


*

Simone Weil

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Con María junto a la Cruz

Miércoles, 15 de septiembre de 2021
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En el día que los católicos celebran a nuestra Señora de los Dolores, recordamos a tantos hermanos y hermanas que están sufriendo…

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La devoción a la Virgen de los Dolores se remonta a los primeros años del segundo milenio, como desarrollo de la «compasión» con María iuxta crucem Jesu. Esta devoción fue formulada litúrgicamente en tierras germanas, concretamente en Colonia, el año 1423. Sixto IV insertó en el misal romano la memoria de Nuestra Señora de la Piedad. La atención hacia María «dolorosa»se fue desarrollando gradualmente en la forma de los Siete Dolores, representados en las siete espadas que traspasan el corazón de la madre de Cristo. La extensión a la Iglesia latina en 1727 fue favorecida por los Siervos de María, que la celebraban desde 1668. La colocación en el 15 de septiembre se remonta a Pío X (1903-1914). En el calendario litúrgico de 1969 se la denomina memoria de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores.

***

La meditación sobre los siete dolores de la bienaventurada Virgen podrá expresarse fácilmente en términos actuales, en cuanto los comparemos con los múltiples sufrimientos por los que está marcada la vida hoy…

Principalmente en virtud de nuestra identidad cristiana, aceptaremos ser nosotros mismos una existencia atravesada por la espada del dolor. Siguiendo a Jesús, tomaremos cada día nuestra cruz (Le 9,23; cf. Mc 8,34; Mt 16,24). Sensibles al drama de innumerables personas y grupos obligados a emigrar desde países pobres nada naciones más ricas, en busca de pan o de libertad, pondremos a salvo la vida de todo tipo de persecución y ofreceremos nuestra contribución activa a la acogida de los emigrantes […].

En presencia de cuantos, en medio de la incertidumbre del vivir, añoran el rostro del Señor o se encuentran angustiados por haberlo perdido, nuestras comunidades han de ser lugares que apoyen su trabajosa búsqueda. Han de convertirse en santuarios de consuelo para tantos padres y madres que, desolados, lloran la pérdida física o moral de sus hijos. Como copartícipes de un mismo itinerario de fe, acompañaremos a nuestros hermanos y hermanas por la vía de su calvario: con gestos de delicadeza, como Verónica, o llevando su peso, como el Cirineo.

*

H. M. Moons,
Con María junto a la cruz,
Roma 1992, 19ss.

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“ Vivir… ¿Para siempre?”, por Toño Casado

Jueves, 19 de agosto de 2021
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samuelDe su blog Arrímate al brasero:

“La vida es bella, la vida es buena. La vida es complicada, pero maravillosa”

“Muchos días pienso en Samuel corriendo por la acera, frente al mar, entre la gente que le miraba impasible mientras una manada de lobos le golpeaba”

“La gente está desquiciada, pronta a la bronca, abocada al grito, al insulto, a la paliza, a la muerte. Los políticos nos azuzan unos contra otros mientras se llenan los bolsillos, encaramados a la cerrazón de sus ideologías. Haters escondidos escupen en las redes, prensa que engaña, cabreo 24 horas al día….”

“Hay que trabajar para que los samueles del mundo puedan ser felices. Sé que el buen  Dios lo ha recibido en su casa por ser víctima y por ser bueno”

“Samuel y compañeros victimas del mundo, Dios os dará una vida y una playa eternas donde pasear sin miedo mientras suenan las gaitas y el atardecer es impresionante”

Freddie Mercury, una de las mejores voces del pop, cantaba aquello de “¿Quién querría vivir para siempre? ¿Qué es esa cosa que construye nuestros sueños pero que luego huye de nosotros? ¿Quién se atreve a amar para siempre cuando el amor debe morir?.” Precioso y tremendo tema que nos pone los pelos de punta. Maravilloso Freddie que, a pesar de sus excesos,  con su voz hizo más bello el mundo…

En las viejas  leyendas los vampiros vivían malditos, esclavos de la sed de una sangre que nos les saciaba,  atravesando los siglos contemplando la suerte de los mortales que tenían en la muerte un descanso que ellos nunca alcanzarían. Hace una semana os hablaba de los jóvenes de nuestro país que no es que no quieren vivir para siempre, sino que no quieren vivir ya…

Y a ti, ¿te gustaría vivir para siempre?

Yo creo que a todos los que nos gustaría sería vivir, pero vivir razonablemente bien. Contar con una familia que te quiere y te protege venga lo que venga. Vivir en un hogar cómodo, amplio y luminoso con comida rica y sofá con manta (el gato es opcional….) Poder trabajar en lo que te gusta y sabes y que te paguen dignamente por ello. No sufrir grandes enfermedades que te dobleguen ante el peso del dolor. Enamorarte y sentirte querido como nadie, formar una familia, irte de vacaciones, comer tortilla, con cebolla, claro… Tener buenos amigos, conocer a tus nietos o los nietos de tus hermanos; escribir un libro, plantar un árbol, meter los pies en un arroyo fresquito, escuchar el mar con una cervecita celestial en la mano. Poder creer , poder pensar, opinar con paz, rezar, amar a quien tú quieras, escuchar música buena, jugar con los sobrinos, acariciar al perro, ayudar lo que puedas, echarte la siesta, bailar; ser feliz.

La vida es bella, la vida es buena. La vida es complicada, pero maravillosa. Y todo el mundo tiene derecho a ella.

Muchos días pienso en Samuel corriendo por la acera, frente al mar, entre la gente que le miraba impasible mientras una manada de lobos le golpeaba: un chico joven, muy querido por sus amigos y su familia, trabajador, sencillo, supongo que con ese maravilloso acento gallego, gay,  auxiliar de enfermería; en fin, una maravilloso ser humano con muchos sueños que vivir.  Todos les fueron arrebatados por una jauría de personas que se  volvieron monstruos despiadados.

Son ya varios grupos en nuestro país que han perpetrado salvajadas semejantes. Y no digamos los casos de violencia doméstica; esta semana fue auténticamente brutal. ¿Qué nos está pasando? La gente está desquiciada, pronta a la bronca, abocada al grito, al insulto, a la paliza, a la muerte. Los políticos nos azuzan unos contra otros mientras se llenan los bolsillos, encaramados a la cerrazón de sus ideologías. Haters escondidos escupen en las redes, prensa que engaña, cabreo 24 horas al día….

Jesús nos habla mucho de la vida eterna, de la inmortalidad que reciben los que se alimentan de su propia vida, de su cuerpo y su sangre. Quien cree, tiene fe, tiene esperanza;  espera que el Amor nunca morirá.

Constatamos día tras día como la vida de millones de personas es un infierno, sometidas por las injusticias, los incendios, las pandemias, la soledad, la depresión…

Hay que trabajar para que los samueles del mundo puedan ser felices. Sé que el buen  Dios lo ha recibido en su casa por ser víctima y por ser bueno; todos están bien para siempre, sin lobos, sin palizas, en la casa preciosa de Jesús, con bufet libre de risas y abrazos. Esa es la vida eterna. Pero no nos cansemos por luchar por la paz y la vida de aquí. Seamos pacientes, educados, respetuosos.  No nos enfademos, no nos hagamos daño.  Di tu opinión pero con paz.

Trabájate tú para que la vida de los que están contigo ya sea el cielo y no la antesala del infierno.

Samuel y compañeros victimas del mundo, Dios os dará una vida y una playa eternas donde pasear sin miedo mientras suenan las gaitas y el atardecer es impresionante.  Así es

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Bendice, Señor, el espíritu quebrantado de los que sufren.

Lunes, 9 de agosto de 2021
Comentarios desactivados en Bendice, Señor, el espíritu quebrantado de los que sufren.

Con Santa Teresa Benedicta de la Cruz  (Edith Stein), mártir en Auschwitz, recordemos a las víctimas de tantos genocidios que el ser humano ha sido y sigue siendo capaz de perpetrar… Y que, a pesar de no ver, de no entender, sigamos siendo instrumentos de Paz y de Misericordia…

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Bendice, Señor
el espíritu quebrantado de los que sufren,
la pesada soledad de los hombres,
de aquél que no encuentra nunca reposo,
el sufrimiento que nunca se le confía a nadie…
Y bendice el cortejo de las gentes
que en la noche no se dejan amedrentar
por el espectro de los caminos desconocidos.
Bendice la miseria de los hombres que están muriendo ahora.
Dales, Señor, un buen fin.
Bendice los corazones, Señor, los corazones llenos de amargura.
Sobre todo, alivia a los enfermos,
concede el olvido a aquellos a quienes has privado
de su bien más querido.
No dejes que nadie en la tierra  viva angustiado
Bendice a los alegres, Señor y protégeles,
A mí nunca me has librado, hasta ahora, de la tristeza.
Y a veces me pesa demasiado;
pero Tú me das fuerza
y así puedo cargar con ella.

*

Edith Stein,
Extracto de La Ciencia de la Cruz.

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https://www.youtube.com/watch?v=OqEtID-kArE

*

La séptima Morada, película sobre Edith Stein, video 1 de 8 en Youtube

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“Teología del sufrimiento”, por Gabriel Mª Otalora

Sábado, 5 de junio de 2021
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dolor-sufrimiento-muerte-guerraDe su blog Punto de encuentro:

Estas líneas están especialmente dedicadas a ti. Con que lo sepa Dios, basta.

No es este tema algo que esté de moda, pero sí de rabiosa actualidad: el dolor y el sufrimiento.

Hans Küng logró sintetizar en un párrafo algo que deberíamos grabar en nuestro corazón. Dice así: “El seguimiento de la Cruz no significa imitación ética de la vida de Jesús sino el desafío de asumir el propio sufrimiento, no buscando el dolor, sino soportándolo. No solo soportar el dolor, sino combatirlo. No solo combatirlo, sino transformarlo.” En menos palabras no se puede expresar mejor la teología de la cruz.

Estamos ante un mensaje de implicación ante el sufrimiento inevitable cuando se padece para transformarlo en madurez personal, en comprensión, en ofrenda de amor, en paz… Es una invitación a la higiene mental, pues está constatado que sufrir sin darle ningún sentido termina en la desesperación; por el contrario, puede afrontarse como una llamada que nos ofrece un sentido; una invitación para conocer nuestros resortes que sin duda existen en lo más escondido del corazón humano que esperan nuestra voluntad y nuestro esfuerzo para ser activados para superar el sufrimiento creciendo como personas. Parece claro que estamos ante una de reglas básicas de la existencia.

Me impresiono cuando pienso que muchas personas nunca han escuchado ni leído una reflexión semejante y andan desnortados dando tumbos cuando sufren los avatares más duros de la vida. ¿En qué o en quién apoyarse? No es de extrañar que existan tantas patologías y toxicologías en personas que probablemente entraron en una espiral de deshumanización por no tener fuerzas suficientes para arrostrar determinados dolores. Me imagino a esas personas desbordadas ante la incomprensión, la insensibilidad, la injusticia de quienes les denegaron ayuda… porque nadie les introdujo en la cultura de darle sentido a lo que hoy no es posible cambiar (cultura en el sentido primario de cultivar) y seguir la lógica humana de la madurez expresada por Hans Küng en los términos que hemos recogido al comienzo de esta reflexión.

Una verdadera teología de la cruz que solo puede ser liberadora con ese nombre. Ella nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre los talentos recibidos y lo que estamos haciendo con ellos; en qué invertimos nuestras capacidades ante el dolor y el sufrimiento cercanos. Nuestra felicidad verdadera es consecuencia de la que a otros hemos procurado, sin volver la cabeza ni el corazón al dolor ajeno.

La pandemia lo ha agravado todo, pero también es una realidad que nos recuerda nuestra vocación evangelizadora: oración, anuncio y servicio. Y cuando llega el sufrimiento propio sólo el Espíritu Santo es capaz de cambiar los corazones. El Papa Francisco nos insiste: “El mandato de Jesús no tiene un carácter ‘empresarial’. Lo que tenemos que hacer se sustenta en el Espíritu”. Ese es la verdadera fuerza de la evangelización, la que nos da la fuerza que nos lleva hacia adelante y nos ilumina en el cómo evangelizar y crecer sobre todo cuando estamos marcados por el sufrimiento de cualquier tipo e intensidad.

Señor, dentro de mí todo se rebela contra el sufrimiento, necesito de tu gracia. Solo esta frase, ya es una estupena oración con la garantía de ser escuchada.

Todo tiene un significado
Bajo el peso del sufrimiento
podemos llegar a no entender
el sentido de la vida,

y maldecirla como una
desgracia irreparable.
Desde el fondo del abismo
surge una pequeña luz de esperanza:
es imposible que todo esto

no tenga un significado.
Es imposible que Aquél
que creó el cielo y la tierra
no haya dado un porqué
al sufrimiento.

*

Carlo Carreto

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Con María junto a la Cruz

Martes, 15 de septiembre de 2020
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En el día que los católicos celebran a nuestra Sra de los Dolores, recordamos a tantos hermanos y hermanas que están sufriendo…

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La devoción a la Virgen de los Dolores se remonta a los primeros años del segundo milenio, como desarrollo de la «compasión» con María iuxta crucem Jesu. Esta devoción fue formulada litúrgicamente en tierras germanas, concretamente en Colonia, el año 1423. Sixto IV insertó en el misal romano la memoria de Nuestra Señora de la Piedad. La atención hacia María «dolorosa» se fue desarrollando gradualmente en la forma de los Siete Dolores, representados en las siete espadas que traspasan el corazón de la madre de Cristo. La extensión a la Iglesia latina en 1727 fue favorecida por los Siervos de María, que la celebraban desde 1668. La colocación en el 15 de septiembre se remonta a Pío X (1903-1914). En el calendario litúrgico de 1969 se la denomina memoria de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores.

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La meditación sobre los siete dolores de la bienaventurada Virgen podrá expresarse fácilmente en términos actuales, en cuanto los comparemos con los múltiples sufrimientos por los que está marcada la vida hoy…

Principalmente en virtud de nuestra identidad cristiana, aceptaremos ser nosotros mismos una existencia atravesada por la espada del dolor. Siguiendo a Jesús, tomaremos cada día nuestra cruz (Le 9,23; cf. Mc 8,34; Mt 16,24). Sensibles al drama de innumerables personas y grupos obligados a emigrar desde países pobres nada naciones más ricas, en busca de pan o de libertad, pondremos a salvo la vida de todo tipo de persecución y ofreceremos nuestra contribución activa a la acogida de los emigrantes […].

En presencia de cuantos, en medio de la incertidumbre del vivir, añoran el rostro del Señor o se encuentran angustiados por haberlo perdido, nuestras comunidades han de ser lugares que apoyen su trabajosa búsqueda. Han de convertirse en santuarios de consuelo para tantos padres y madres que, desolados, lloran la pérdida física o moral de sus hijos. Como copartícipes de un mismo itinerario de fe, acompañaremos a nuestros hermanos y hermanas por la vía de su calvario: con gestos de delicadeza, como Verónica, o llevando su peso, como el Cirineo.

*

H. M. Moons,
Con María junto a la cruz,
Roma 1992, 19ss.

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Bendice, Señor, el espíritu quebrantado de los que sufren.

Lunes, 10 de agosto de 2020
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Ayer era su festividad, pero al coincidir en domingo, la recordamos hoy…

Con Santa Teresa Benedicta de la Cruz  (Edith Stein), mártir en Auschwitz, recordemos a las víctimas de tantos genocidios que el ser humano ha sido y sigue siendo capaz de perpetrar… Y que, a pesar de no ver, de no entender, sigamos siendo instrumentos de Paz y de Misericordia…

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Bendice, Señor
el espíritu quebrantado de los que sufren,
la pesada soledad de los hombres,
de aquél que no encuentra nunca reposo,
el sufrimiento que nunca se le confía a nadie…
Y bendice el cortejo de las gentes
que en la noche no se dejan amedrentar
por el espectro de los caminos desconocidos.
Bendice la miseria de los hombres que están muriendo ahora.
Dales, Señor, un buen fin.
Bendice los corazones, Señor, los corazones llenos de amargura.
Sobre todo, alivia a los enfermos,
concede el olvido a aquellos a quienes has privado
de su bien más querido.
No dejes que nadie en la tierra  viva angustiado
Bendice a los alegres, Señor y protégeles,
A mí nunca me has librado, hasta ahora, de la tristeza.
Y a veces me pesa demasiado;
pero Tú me das fuerza
y así puedo cargar con ella.

*

Edith Stein,
Extracto de La Ciencia de la Cruz.

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https://www.youtube.com/watch?v=OqEtID-kArE

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La séptima Morada, película sobre Edith Dtein, video 1 de 8 en Youtube

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Renuncia

Martes, 23 de junio de 2020
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El triunfo sobre el otro sólo se consigue haciendo que su mal termine muriendo, haciendo que no encuentre lo que busca, es decir, la oposición, y con esto un nuevo mal con el que pueda inflamarse aún más. El mal se debilita si, en vez de encontrar oposición, resistencia, es soportado y sufrido voluntariamente. El mal encuentra aquí un adversario para el que no está preparado.

Naturalmente, esto sólo se da donde ha desaparecido el último resto de resistencia, donde es plena la renuncia a vengar el mal con el mal. En este caso, el mal no puede conseguir su fin de crear un nuevo mal y queda solo.

El sufrimiento desaparece cuando es sobrellevado. El mal muere cuando dejamos que venga sobre nosotros sin ofrecerle resistencia. La deshonra y el oprobio se revelan como pecado cuando el que sigue a Cristo no cae en el mismo defecto, sino que los soporta sin atacar. El abuso del poder queda condenado cuando no encuentra otro poder que se le oponga. La pretensión injusta de conseguir mi túnica se ve comprometida cuando yo entrego también el manto, el abuso de mi servicialidad resulta visible cuando no pongo límites. La disposición a dar todo lo que me pidan muestra que Jesucristo me basta y sólo quiero seguirle a él. En la renuncia voluntaria a defenderse se confirma y proclama la vinculación incondicionada del seguidor a Jesús, la libertad y ausencia de ataduras con respecto al propio yo. Sólo en la exclusividad de esta vinculación puede ser superado el mal.

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Dietrich Bonhoeffer,
El precio de la gracia. El seguimiento,
Sígueme, Salamanca 51999, pp. 89-90.

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Un recordatorio importante

Sábado, 29 de febrero de 2020
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ae3fd961d3990bda7a55d20a9be5798c-e1581181038133Gabriel Mª Otalora,
Bilbao (Vizcaya).

ECLESALIA, 10/02/20.- Los cristianos somos como los demás en la hora del dolor y del sufrimiento; quiero decir que no participamos de una raza superior entre los humanos, con asideros a mano para evitar el dolor ya que este es consustancial al ser humano. Quien vive, pasa dolores y sufrimientos y, por más que tratemos de evitarlos, entrarán antes o después en nuestra vida: enfermedades, frustraciones, fracasos, penalidades de todo tipo sabiendo, además, que la muerte es algo insoslayable con lo que ello significa ante las grandes preguntas de la existencia.

Otra cosa es que podamos desarrollar una madurez anclada en nuestra fe, esperanza y amor para sufrir menos ante un dolor concreto. Nuestra experiencia de fe en Cristo resucitado nos relaciona con el dolor de otra manera. De todo esto escribí en el libro El arte de no sufrir. Pero lo que ahora quiero resaltar es otro lado de la cuestión, que tomará mayor relevancia cuando comience la Cuaresma: el “valor” que tiene el dolor y el sufrimiento para un cristiano. Lo cierto es que no todos piensan igual desde la fe cuando nos golpea la adversidad hasta desestabilizarnos a nosotros o a nuestros seres más queridos.

No sabemos por qué existe el dolor pero lo cierto es que podemos hacer diferentes cosas con él: machacarnos el ánimo, relativizarlo, superarlo, aceptarlo, rechazarlo y sufrir más… las consultas de psiquiatras y psicólogos están llenas de personas ávidas de pautas para aliviar la carga de sufrimiento que padecemos ¿Qué decir desde la fe? Ha pasado el tiempo en que el dolor debe ser un arma buscada para la purificación o la santificación. Bastante tenemos con los dolores interiores y los que nos llegan cuando menos lo esperamos. Jesús se pasó la vida sanando, curando, liberando, aportando ejemplo y esperanza para que trabajemos nuestro interior puliendo las miserias y defectos y apostando claramente por liberar en lo posible los sufrimientos de los demás.

Si queremos mortificarnos para coger músculo espiritual evangélico, muy bien: hagamos el sacrificio de ser más humildes, de soportar mejor a quienes no tienen éxito social y son cargantes; trabarnos la actitud de ayudar a quienes lo están pasando peor, sobre todo dando de nuestro tiempo con el mejor talante. Misericordia quiero, y no sacrificios, es nuestro eslogan que todos deberíamos seguir.

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Me gustó mucho un librito en formato de entrevistas que le hicieron a  Ángela Volpini y a Teresa Forcades: Una nueva imagen de Dios y del ser humano. En ese fecundo diálogo hay una respuesta de la benedictina que, en mi opinión, arroja mucha luz sobre este tema. Habla de que la teología de la Cruz valora el sufrimiento aceptado por amor porque da fruto. Pero rechaza la tradición que defiende que, cuanto más se sufre, más se ayuda a la redención. Y lo rechaza porque esto impide que se activen los recursos para salir del dolor. Psicológicamente se trata de un mecanismo perverso que ve en el dolor algo bueno en sí mismo.

Jesús no quiso el dolor para sí ni para nadie, tampoco lo buscó; y cada vez que se encontraba con él, adoptó una actitud sanadora y liberadora. Cuando llegó su hora de sufrir por coherencia con lo que fue su mensaje, entonces lo transformó en amor. Devolver el bien por mal es un extraordinario sacrificio que nos libera y libera al otro. En definitiva, podemos sufrir mucho por amor pero el objetivo es el amor transformador, no el sufrimiento. Este es el mensaje revolucionario de Cristo, tan contrario a la mal llamada resignación cristiana.

No nos engañemos, resulta mucho más sacrificado y cristiano amar a los demás siguiendo la senda de Cristo que fustigarnos con ayunos, privaciones materiales, y otras limitaciones autoimpuestas que nos hacen reconocernos estupendos católicos. Mucho mejor resulta si buscamos, sobre todo, el sacrificio que supone liberar cruces a los demás y trabajar nuestros defectos. Este sufrimiento es el que nos pide Dios por encima de cualquier otro.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Justicia

Domingo, 29 de septiembre de 2019
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Dentro de Auschwitz

¿Cómo
hablar de Dios
después de Auschwitz?,
os preguntáis vosotros,
ahí, al otro lado del mar, en la abundancia.

¿Cómo
hablar de Dios
dentro de Auschwitz?,
se preguntan aquí los compañeros,
cargados de razón, de llanto y sangre,
metidos en la muerte
diaria
de millones…

*

Pedro Casaldáliga
Todavía estas palabras, 1994

***

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

-“Había un hombre rico que se vestía de purpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico.

Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.

Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. “

Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.”

El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.”

Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.”

El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.”

Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”

*

Lucas 16, 19-31

***

La experiencia de un camino de pobreza es un camino de liberación, de alegría y de entusiasmo -porque nos une íntimamente a Cristo-, y nos hace gustar de una manera imprevista la fuerza de la cruz, su capacidad de renovar hasta las situaciones más estancadas, aparentemente más irritantes por su inmovilismo.

El momento del descubrimiento de las páginas del evangelio supone, para todos, un poco de gusto, de atención, de compromiso con un mayor ejercicio de austeridad, de pobreza, de penitencia, de renuncia. Sin este esfuerzo, esas páginas se quedan como mudas; cuando se ha dado algún paso en este sentido, aunque sea simple, entonces las palabras de Jesús se vuelven actuales y resonantes, adquieren relieve y nos damos cuenta de que vivimos algo de la alegría y el entusiasmo de los Doce, que caminaban por los caminos de Palestina siguiendo a Jesús después de haberle dicho: «Pues bien, Maestro, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».

*

Carlo María Martini,
Diccionario espiritual: pequeña guía para el alma,
Promoción Popular Cristiana, Madrid 1998.

***

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“Romper la indiferencia”. 26 Tiempo ordinario – C (Lucas 16,19-31)

Domingo, 29 de septiembre de 2019
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26-TO-C-600x400Según Lucas, cuando Jesús gritó: «no podéis servir a Dios y al dinero», algunos fariseos que le estaban oyendo y eran amigos del dinero «se reían de él». Jesús no se echa atrás. Al poco tiempo, narra una parábola desgarradora para que los que viven esclavos de la riqueza abran los ojos.

Jesús describe en pocas palabras una situación sangrante. Un hombre rico y un mendigo pobre que viven próximos el uno del otro, están separados por el abismo que hay entre la vida de opulencia insultante del rico y la miseria extrema del pobre.

El relato describe a los dos personajes destacando fuertemente el contraste entre ambos. El rico va vestido de púrpura y de lino finísimo, el cuerpo del pobre está cubierto de llagas. El rico banquetea espléndidamente no solo los días de fiesta sino a diario; el pobre está tirado en su portal, sin poder llevarse a la boca lo que cae de la mesa del rico. Solo se acercan a lamer sus llagas los perros que vienen a buscar algo en la basura.

No se habla en ningún momento de que el rico ha explotado al pobre o que lo ha maltratado o despreciado. Se diría que no ha hecho nada malo. Sin embargo, su vida entera es inhumana, pues solo vive para su propio bienestar. Su corazón es de piedra. Ignora totalmente al pobre. Lo tiene delante pero no lo ve. Está ahí mismo, enfermo, hambriento y abandonado, pero no es capaz de cruzar la puerta para hacerse cargo de él.

No nos engañemos. Jesús no está denunciando solo la situación de la Galilea de los años treinta. Está tratando de sacudir la conciencia de quienes nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia teniendo junto a nuestro portal, a solo unas horas de vuelo, a pueblos enteros viviendo y muriendo en la miseria más absoluta.

Es inhumano encerrarnos en nuestra «sociedad del bienestar» ignorando totalmente esa otra «sociedad del malestar». Es cruel seguir alimentando esa «secreta ilusión de inocencia» que nos permite vivir con la conciencia tranquila pensando que la culpa es de todos y de nadie.

Nuestra primera tarea es romper la indiferencia. Resistirnos a seguir disfrutando de un bienestar vacío de compasión. No continuar aislándonos mentalmente para desplazar la miseria y el hambre que hay en el mundo hacia una lejanía abstracta, para poder así vivir sin oír ningún clamor, gemido o llanto.

El Evangelio nos puede ayudar a vivir vigilantes, sin volvernos cada vez más insensibles a los sufrimientos de los abandonados, sin perder el sentido de la responsabilidad fraterna y sin permanecer pasivos cuando podemos actuar.

José Antonio Pagola

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“Recibiste bienes y Lázaro males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces”. Domingo 29 de septiembre de 2019. 26º Ordinario

Domingo, 29 de septiembre de 2019
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51-ordinarioc26-cerezoLeído en Koinonia:

Amós 6, 1a. 4-7: Los disolutos encabezarán la cuerda de cautivos.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
1Timoteo 6, 11-16: Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor.
Lucas 16, 19-31: Recibiste bienes y Lázaro males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.

El profeta Amós denuncia las injusticias de los poderosos que vivían en lujos y en banquetes y no se afligían por el desastre o ruina «de José». Esta es una denominación de las tribus del Norte (Israel). Tal indiferencia denota una vez más la ceguera de los que se sienten seguros, sin tener en cuenta las advertencias que les hacía el profeta. En el camino al exilio, estos notables irán al frente de los deportados. (No fueron los pobres los que fueron deportados, sino las élites de la clase media y alta).

Pablo exhorta a su amigo Timoteo a que permanezca siempre firme en su fe, en busca de la justicia, la piedad, la caridad. Teniendo en cuenta el llamado de atención que hace Pablo en el versículo 10, donde afirma que la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar por él, se extraviaron de la fe y se atormentaron con muchos sufrimientos, enseguida viene la otra exhortación al discípulo que huya de estas cosas y el llamado a vivir de los valores del Reino. Pablo invita a Timoteo a que conserve el mandato del Señor, a que se mantenga firme en su compromiso y busque siempre la vida eterna a la que ha sido llamado y a la que ha hecho profesión solemne delante de muchos testigos.

Leemos hoy una parábola del evangelio de Lucas. Se llamaba Lázaro (nombre derivado del hebreo el’azar que significa “Dios ayuda”), aunque en vida no gozó, al parecer, de la ayuda divina. Le tocó en desgracia ser mendigo, como a tantos millones de seres humanos hoy, estar postrado en el portal de la casa de un rico sin nombre, uno de tantos, al que tradicionalmente se le ha calificado de “epulón”, banqueteador.

Lázaro o “Dios ayuda” tenía en realidad pocas aspiraciones: se contentaba con llenarse el estómago con lo que tiraban de la mesa del rico, las migajas de pan en las que los señores se limpiaban las manos a modo de servilletas. Pero ni siquiera esto pudo conseguirlo, pues nadie le hizo entrar a la sala del banquete. Para colmo, unos perros callejeros, animales considerados impuros y en estado semisalvaje, tan comunes en la antigüedad, se le acercaban para lamerle las llagas. Imposible mayor marginación: pobreza e impureza de la mano. Nada dice el evangelio de las creencias religiosas de este hombre, con razones sobradas para dudar seriamente de la reconocida compasión divina para con el pobre y el oprimido. Tal vez ni siquiera tuviese tiempo ni ganas de pararse a pensar en semejantes disquisiciones teológicas.

Tanto al rico como al pobre les llegó la hora de la muerte, a partir de la cual se cambiarían en el más allá las tornas, como pensaban los fariseos. Aunque, dicho sea de paso, con esto del “más allá”, quienes hacían de la religión baluarte de conservadurismo e inmovilismo han invitado mil veces a la resignación, tildada de “cristiana”, a la paciencia y al mantenimiento de situaciones injustas a los que las sufrían; en el más allá -se decía- Dios dará a cada uno su merecido. Aunque siempre cabe pensar: ¿y por qué no ya desde el más acá?

Para muchos predicadores, satisfechos con la imagen de un Dios que “premia a los buenos y castiga a los malos”, como el dios que profesaban los fariseos, la parábola terminaba en el más allá contemplando el triunfo del pobre y la caída del rico. Apenas se comentaba la última escena, clave importante para comprender su mensaje. De ser así, esta parábola sería una invitación a aceptar cada uno su situación, a resignarse, a cargar con su cruz, a no rebelarse contra la injusticia, a esperar un más allá en el que Dios arregle todos los desarreglos y desmesuras humanas. Entendido así, el mensaje evangélico se hermanaría con un conformismo a ultranza que ayuda a mantener el desorden establecido, la injusticia humana y las clases sociales enfrentadas.

Pero esta parábola no es una promesa para el futuro. Mira a la vida presente y va dirigida a los cinco hermanos del rico, que continuaban –después de la muerte de su hermano y de Lázaro– en la abundancia y el despilfarro. Por eso, el rico, alarmado por lo que espera a sus hermanos si siguen viviendo de espaldas a los pobres, pide a Abrahán que envíe a Lázaro a su casa, a sus hermanos, para que los prevenga, no sea que acaben en el mismo lugar de tormento. Para cambiar la situación en que viven sus hermanos, el rico epulón piensa que hace falta un milagro: que un muerto vaya a verlos. Crudo realismo de quien conoce la dinámica del dinero, que cierra el corazón humano a la evidencia de la palabra profética, al dolor y al sufrimiento del pobre, a la exigencia de justicia, al amor e incluso a la voz de Dios. El dinero deshumaniza. Me remito a la experiencia de cada uno.

Bien lo sabía el profeta Amós cuando amenazaba a los ricos que se acostaban en lechos de marfil, arrellanados en divanes y se daban a la gran vida entre comilonas, música, vino abundante y perfumes exquisitos, sin dolerse del sufrimiento de los pobres (Am 6,1a.4-7). Aquellos fingían devoción a Dios y veneración hacia la ciudad santa y el templo, creyendo de este modo contentar a Dios y quedar justificados. Pero el verdadero Dios no es amigo de una religión que separa el culto de la vida, el incienso de la práctica del amor al prójimo. Este Dios, según el libro del Deuteronomio, comparte suerte con el pobre, el huérfano, la viuda y el extranjero; con todos aquellos a quienes los poderosos les han arrebatado el derecho a una vida vivida con dignidad.

La parábola no puede tener más actualidad en este año 2016, año en que las estadísticas dicen que va a producirse un fenómeno estadístico importante: el 1% más rico de la población del mundo va a superar su propio récord patrimonial, que estaba en el 49% de la riqueza del mundo, y va a pasar a ser el 50%; ya se han hecho con la riqueza de medio mundo. El actual sistema mundial privilegia la desigualdad. El mundo actual no es bueno para los muchos Lázaros. Leer más…

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29.09.18. Domingo 16, ciclo C. Lc 16, 19-31. Lázaro puede ayudar al epulón (pero aquí, ahora mismo…)

Domingo, 29 de septiembre de 2019
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Del blog de Xabier Pikaza:

En un mundo de epulones ciegos, suicidas y asesinos

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(Imágenes 1:Lázaro recibe a los “epulones”, de  A. y O. 2. San Lázaro de Verín recibe  a los que vienen… 3. Una ciudad con muro entre lazaros y epulones. 4. Jerusalén ¿una ciudad para todos?)

Ésta es quizá la parábola más “escandalosa”  y verdadera del evangelio.Estoy convencido de que el 80 por ciento de la clase acomodada piensa que es inmoral y falsa… Algo parecido piensa, a mi entender, un 50 por ciento de la iglesia (aunque no se atreva a decirlo en alto). Ciertamente, el contenido de esta parábola de Lucas 16 es fuerte, pues va en contra del orden establecido… y muchos no loa aceptan.

El orden establecido está hecho para que los ricos puedan comer en sus casas, disfrutando de aquello que han ganado, sin abrir su puerta  (en USA o España, GB o Italia…) a los pobres Lázaros del mundo entero, del Sahel o de Indostania, del Cercano Oriente o de algún tipo de Lazaria de su misma tierra (en USA, España…).

10123Hay incluso partidos políticos y gobiernos que van directamente en contra de esta parábola… porque a su juicio destruye el buen orden de la tierra, es decir, del orden establecido. Pues bien, la parábola dice que los “epulones” se destruyen a sí mismo, y destruyen el mundo, mientras los los Lázaros tienen asegurado un camino de vida y de futuro, en el “seno de Abraham”, que no es el cielo sin más (en el ultramundo), sino la vida de la promesa que Dios hizo al patriarca de los pobres.

El epulón no tiene nombre… El pobre se llama Lázaro

El rico no tiene nombre personal, ni identidad propia. El evangelio le llama simplemente “el plousios, es decir, el rico (adjetivo sustantivado, no nombre). La tradición latina posterior le llamará epulón (de epulare,  que significa “banquetear”), esto es, aquel que no hace más que consumir. En la antigua Roma había un “colegio sacerdotal” de “epulones” (los comedores, es decir, los que comen mucho y dirigen los banquetes de los ricos).

El pobre tiene en cambio un nombre, le llama Lázaro (del hebreo Eleazar, aquel que ha sido compadecido por Dios). Es, por tanto, una persona ante Dios y debe serlo ante los hombres, a quienes pide ayuda con su necesidad (hambre, heridas…). Este evangelio nos sitúa ante la ruina de “epulonia” (la tierra o colegio sacerdotal de los ricos epulones, que consumen todos los recursos de la tierra), dejando morir a los Lazaros de hambre, a la puerta de su casa o tierra.

Epulonia y Lazaria

Favela de ParaisÛpolis (swimming pools). This favela (shanti town) on the left is ironically called ParaisÛpolis (Paradise city). Photo: Tuca Vieira Los epulones y Lázaros  forman según eso dos tipos de seres humanos: los anti‒personas (ricos sin nombre) y lase personas (los lázaros con nombre). Son “figuras humana”: Una es la “clase” de los parásitos epulones (que todo lo consumen banqueteando) y otra la clase de la humanidad de los “Lázaros”, compadecidos de Dios.

Sería hermoso trazar un mapa de las dos tierras, la Epulonia de los que todo lo consumen, hasta morir sin remedio y matar la misma tierra, y la Lazaria, que constituye el gran “lazareto” de la humanidad enferma, expulsada, dominada. Antiguamente, Lazaria o tierra de los “lazaretos” solía ser una ermita‒hospital (o un tipo de cárcel) donde se expulsaba a los enfermos‒pobres, porque “contaminaban” la ciudad…, una ermita‒hospital donde tenían que pasar “cuarenta días” (cuarentena de vigilancia) cuando venían de viajes de tierras de peste, hasta mostrar que no tenían enfermedades.

Tema de sermón, la parábola del Santo de los Lazaretos

jeru6al destruccionConozco bien la ermita del Lázaro de Verín (Ourense), a las afueras de la villa, donde en otro tiempo se expulsaba o tenía en cuarentena a los hermanos, antes de cruzar el río y pasar a la ciudad. Si mal no recuerdo, celebré el año 1986 el solemne triduo del San Lázaro (fiesta: el 28 de junio). Como se sabe, hay dos Lázaros en el Nuevo Testamento, uno más histórico (el hermano de Marta y María, el resucitado, cf. Jn 11‒12) y este más alegórico, de la parábola de Lc 16. Prediqué tres días sobre este Lázaro de alegoría, creo que con provecho del pueblo; algunos se acordarán, sin duda del evento.

Con esto podemos pasar a la parábola‒alegoría, una de las más fuertes del evangelio, una parábola absolutamente actual, cuyos rasgos están tomados del judaísmo anterior (los personajes son judíos, el “cielo” se identifica con la “casa” o morada de Abraham…), que divide la humanidad en dos “clases”: La clase de los epulones‒parásitos que lo consumen todo y que se condenan a sí mismos a la muerte… Y la “comunidad” de los Lázaros (preferidos de Dios), expulsados de la tierra, a la puerta de la Casa‒Epulonia (la casa del rico y sus hermanos‒mafia destructora), sin más riqueza que su necesidad.

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La parábola es “escandalosa” y muchas quisieran arrancarla del evangelio (empezando por particos políticos con nombre latinos como VOX), pues los epulones se condenan, simplemente por ser ricos‒tragones (que todo lo consumen); no se dice si son buenos o manos en otros rasgos de moral, no se añade cómo han conseguido las riquezas, sin son del Banco Central o de la OMC. Su capital es un gran “vientre”, y con el vientre se consumen, destruyendo el mundo, y destruyéndose a sí mismo; sin dejar que pasen o lleguen a su puerta los “Lázaros” (de quienes tampoco se dice que tengan virtudes especiales, sino sólo que son pobres, que no comen, que necesitan cuidados médicos…).

Les ha tocado mala suerte a los epulones, que son los que viven para organizar su fiesta y comer/consumir las riquezas (minerales, energía, buenas comidas…) del mundo. Ellos mueren y pasan sin más, sin que Abraham, el Padre, pueda hacer algo por ellos.

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Los Lázaros, en cambio,  tienen la suerte Dios que es la Vida… Ciertamente, morirán al fin (lo mismo que los epulones, quizá antes), pero su vida ha merecido la pena, y los ángeles de Abraham les reciben su en casa, la casa donde todo se comparte…

Desde el fondo anterior se comprende la historia mundialmente famosa de un rico (=epulón, un hombre centrado en la buena comida), que comía y gastaba sin preocuparse de nadie, mientras moría a su puerta de hambre y de llagas un mendigo (=lázaro, de donde viene lazareto). Pero el rico también murió, y así la historia pudo contarse también desde el otro lado[1]:

Parábola, texto

  16, 19-21 Primera escena. A la puerta de la casa del rico, en este mundo: Había un hombre rico (=Epulón) , que se vestía de púrpura y de lino finísimo, y celebraba cada día banquetes espléndidos. Y cierto pobre, llamado Lázaro, estaba echado a su puerta, lleno de llagas, y deseaba saciarse con las migajas que caían de la mesa de Epulón, pero no podía; y los perros venían y le lamían las llagas.

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Los zapatos de Susana. Domingo 26. Ciclo C

Domingo, 29 de septiembre de 2019
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zapatos de lujoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

‒ Judas, se me han roto los zapatos. Tienes que darme dinero para comprarme unos nuevos.

            ‒ ¿Cuánto necesitas? ‒ pregunta Judas sin entusiasmo.

            ‒ He visto unos muy sencillos. Sólo cuestan seiscientos veinticinco euros.

            Judas pega un salto.

            ‒ ¡Seiscientos veinticinco euros! ¿Estás loca, Susana? ¡Estos que llevo puestos me costaron treinta!

            ‒ Pues el bolso que hace juego con los zapatos cuesta mil cuatrocientos cincuenta.

            Bartolomé sonríe contemplando la escena. Susana es la gran bienhechora del grupo, ha entregado todo su dinero, sin reservarse nada, y ahora está poniendo en un aprieto a Judas. “Judas no tiene sentido del humor”, piensa Bartolomé. “Se cree que Susana va en serio”.

            ‒ A mí no me parecen caros esos zapatos ‒comenta para incordiar‒. Yo creo que deberías darle el dinero.

            ‒ No tenemos ni trescientos euros, estúpido.

            ‒ Entonces no podré alquilar la suite de lujo que cuesta veinte mil euros la noche.

            ‒ ¿No tenéis cosas más serias de las que hablar? ‒interviene Jesús‒.

            ‒ Esto es muy serio, maestro. ¿Sabes cómo tira el dinero la gente, el lujo con que viven algunos?

            ‒ Claro que lo sé. Basta ver la televisión.

            ‒ Tú estás muy atrasado, maestro. Tienes que meterte en Internet. Buscar en Google. Casas de lujo, relojes de lujo, coches de lujo, zapatos de lujo… No te imaginas la sorpresa que te ibas a llevar.

            ‒ Sorpresa, no. Indignación. Prefiero no mirar.

            ‒ Y los cabrones que gastan el dinero de esa forma, ¿se salvarán? ‒pregunta Tomás con deseo de provocar a Jesús.

            ‒ Ya deberías saber la respuesta. Os conté una historia sobre ese tema.

            ‒ Yo no la recuerdo.

            ‒ Estarías fuera, como siempre.

            ‒ Cuéntala otra vez, maestro ‒pide Pedro‒.

            Jesús se sienta, se concentra un momento y comienza:

            ‒ Había un hombre rico que se vestía en los mejores sastres de Nueva York, viajaba en su avión particular, miraba la hora en un reloj de oro con brillantes, comía en los restaurantes más lujosos y habitaba en un palacete de cuarenta habitaciones en medio de un bosque inmenso. ¿Sabéis cuánto gastó un día en una comida en un restaurante del sur de Francia?

            Rebuscó en la mochila y finalmente consiguió encontrar una factura que enseñó a todos.

            ‒ Ciento siete mil quinientos veinticuatro francos. Hice una fotocopia del periódico porque no me lo podía creer.

         banquete  ‒ Y eso en euros, ¿cuánto es? ‒ pregunta Judas.

            ‒ Mas de dieciséis mil euros, bastante más.

            ‒ ¡Por una sola comida!

            ‒ Cuando iba a la ciudad en su deportivo ‒continuó Jesús‒, el rico pasaba delante de un mendigo sentado a la entrada de una pobre choza, fabricada con cartones y cubierta con una chapa de uralita. El mendigo lo miraba con envidia y el rico apartaba la mirada. El mendigo acudió una vez a la mansión del rico para pedir algo de comer. Pero encontró la verja cerrada y el guardia de seguridad lo despidió con malos modos. Al cabo del tiempo murió el mendigo y fue al paraíso. Poco después, el rico se estrelló con su deportivo a doscientos por hora, murió, lo enterraron, y fue a parar al infierno. Estando allí, achicharrándose vivo, levantando los ojos, vio a lo lejos al mendigo, y le grito: “Por favor, tráeme un vaso de agua, aunque sólo sea un vasito; me muero de sed y me torturan estas llamas.” Pero el mendigo le contestó: “Lo siento, tío. Recuerda que tú tuviste de todo en la otra vida mientras yo me moría de hambre. Ahora se han cambiado las tornas. Además, aunque te parezca que estoy cerca, entre nosotros hay un abismo que nadie puede cruzar.” El rico guardó silencio un momento y luego preguntó: “¿Cómo te llamas?” El mendigo le contestó: “Si me hubieras preguntado mi nombre en la otra vida, también me habrías dado de comer. Pero tú siempre apartabas la mirada. Por eso estás ahora al otro lado del abismo”.

            Menos Tomás, todos recordaban la historia, que siempre les impresionaba. Fue Susana quien rompió el encanto.

            ‒ Cuando yo enseñaba catequesis, contaba una historia parecida que me habían enseñado las monjas de pequeña. ¿Os la cuento?

            Y la contó sin esperar permiso de nadie:

      – Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. (El seno de Abrahán es como el paraíso, explicó Susana, y Abrahán es el que se encarga de organizarlo todo allí.) Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.” Pero Abraham le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.

            ‒ Se parece mucho, pero a mí me gusta más lo de los aviones y el deportivo ‒opinó Leví.

            ‒ Todavía no he terminado ‒lo cortó Susana‒. Mi historia sigue diciendo que el rico le insistió a Abrahán: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.” Abraham le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.” El rico contestó: “No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.” Abraham le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”

            Cuando Susana calló, Bartolomé comentó irónico:

            ‒ El problema es que hoy día nadie cree en el infierno. Habría que cambiar la historia. Por ejemplo, que al mendigo le toque la primitiva y el rico se arruine.

            ‒ No seas tonto, Bartolomé ‒lo cortó María‒. Eso sí que no se lo cree nadie.

¿Dónde se basa esta historia?

            La parábola del rico y Lázaro, exclusiva del evangelio de Lucas, se inspira en un texto del profeta Amós, elegido este domingo como primera lectura. Este profeta del siglo VIII a.C. vivió una situación muy parecida, en ciertos aspectos, a la de hoy: gente millonaria, que puede permitirse toda clase de lujos, y gente que llega a duras penas a fin de mes o incluso pasa hambre.

            El profeta se dirige a la clase alta de las dos capitales, Jerusalén (Sión) y Samaria, y denuncia su forma de vida: «Os acostáis en lechos de marfil, os arrellanáis en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís con perfumes exquisitos y no os doléis del desastre de José».

            El lujo se extiende a todos los ámbitos: al mobiliario, con lechos y divanes de marfil, mientras la inmensa mayoría de la gente duerme en el suelo; a la comida, a base de carne de carnero y de ternera, cuando los pobres se contentan con pan y agua, unas uvas y un poco de queso; a la bebida en copas refinadas o de gran tamaño (el término hebreo puede interpretarse de ambos modos); a los perfumes carísimos, mientras los pobres sólo huelen a sudor.

            Y esta gente que se permite toda clase de lujos “no se duele del desastre de José”. José no es una persona concreta sino todo el país, conocido entonces como Casa de José porque sus tribus principales eran Efraín y Manasés, los dos hijos del patriarca José.

            Lo que dice el profeta es que esa gente que vive con toda clase de lujos no se preocupa lo más mínimo del sufrimiento de millones de personas que lo pasan mal. Como castigo, les anuncia la invasión de un ejército extranjero que pondrá fin a sus orgías y los deportará.

El cambio que introduce la parábola

            La parábola cambia radicalmente el tema del castigo. Mientras Amós piensa qué ocurrirá en esta vida, mediante la invasión de los asirios, Jesús lo desplaza a la otra vida. Él no se hace ilusiones; en esta vida, el rico seguirá disfrutando, y el pobre pasando hambre. Este cambio radical en el punto de vista ayuda a entender otras afirmaciones del evangelio de Lucas.

            En el Magnificat, María pronuncia unas palabras que, aplicadas a nuestro mundo, resultan estúpidas o de un cinismo blasfemo cuando dice que Dios “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. A la luz de la parábola del rico y Lázaro queda claro cuándo tendrá lugar esa revolución.

            Lo mismo afirma el comienzo del Discurso en la llanura (equivalente en Lucas al Sermón del monte de Mateo), que contrasta la situación presente (ahora) con la futura. “Dichosos los pobres, porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque seréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis… Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya recibís vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque pasaréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque lloraréis y haréis duelo” (Lc 6,20-25).

El rico no era un criminal

            Lo que más debe intranquilizarnos (porque la parábola pretende sacudir la conciencia) es que el rico no es un explotador ni un criminal, no se dice que pagara un salario de miseria a sus obreros ni que se hubiera enriquecido con el narcotráfico. Lo que denuncia la parábola es su forma exquisita de vestir (púrpura y lino) y de comer (banqueteaba espléndidamente todos los días), sin fijarse en el pobre que está tendido a su puerta. Es la injusticia indirecta causada por el egoísmo.

¿Dos textos trasnochados?

         africa_pobreza   Tanto Amós como Jesús viven en una sociedad muy distinta de la nuestra (al menos de la del Primer Mundo). Entonces no existía la clase media. La riqueza se acumulaba en pocas manos, mientras la mayor parte del pueblo vivía en circunstancias muy duras. Aplicar la parábola a los multimillonarios de hoy día, jeques árabes, grandes industriales, artistas de cine, deportistas de élite… supondría dejar con la conciencia tranquila a los millones de personas que vivimos en circunstancias infinitamente mejores que la inmensa mayoría de la población mundial. Si ahora mismo resulta difícil resistir su mirada, mucho más difícil será cuando nos mire Dios.

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Domingo XXVI del Tiempo Ordinario. 29 septiembre, 2019

Domingo, 29 de septiembre de 2019
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“-Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.”

(Lc 16, 19-31)

“…manda a Lázaro…” Incluso estando en el mismísimo infierno este rico sigue sintiéndose superior a Lázaro y sin ningún reparo reclama que le sirva.

Y ese debe ser precisamente el infierno: pensar que las demás personas están para satisfacer mis propias necesidades y las de mi gente. Ver a la otra persona “de segunda clase”, inferior ya sea por su condición económica, social, por sus capacidades diferentes o por su orientación sexual…

Siempre podemos encontrar un motivo, una justificación para desplegar nuestras ansias de dominio. Nuestro lado más oscuro y dejar de ver en la otra persona a alguien exactamente igual que yo.

Ese es el problema de la riqueza en cualquier aspecto de la vida. En cuanto nos sentimos “ricos”, nos creemos “mejores” y se estropea la comunión de la que deberíamos ser imagen.

La violencia que sacude nuestro mundo nace de la rivalidad. Nace cuando nuestra mirada se enferma y vemos a las demás personas como “mejores” o “peores” que nosotras mismas. Cuando en lugar de colocarnos “al lado” de las demás nos inventamos toda una jerarquía de valores o virtudes que nos hacen olvidar el gran valor de la dignidad humana que TODA personas posee porque le ha sido dada.

Las primeras páginas del Génesis nos advierten de este peligro, Dios le dice a Caín: “-¿Por qué te enfureces? ¿Por qué andas cabizbajo? Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza; pero si obras mal, el pecado acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes dominarlo.” (Gn 4, 6-7)

Si el pecado original daña la relación de la humanidad con Dios al querer ocupar su lugar, este segundo pecado nos llama la atención sobre aquello que daña las relaciones humanas.

En el fondo los dos pecados son muy similares. Ambos tienen que ver con el ansia de poder y dominio que llevamos en el corazón: la envidia, la codicia, el egoísmo… Todo aquello que nos hace creer que los demás son rivales, enemigos. Todo aquello que nos hace olvidar que somos comunión y nos necesitamos, y es precisamente en nuestras buenas relaciones donde crecemos y nos asemejamos a Dios Trinidad.

Oración

Haznos reconocer, Trinidad Santa, el valor de nuestra propia dignidad para que desde la humildad que da ese conocimiento nos abramos a la dignidad de las demás.

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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Siempre habrá un Lázaro a tu puerta.

Domingo, 29 de septiembre de 2019
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lazarus-2Lc 16, 19-31

Por última vez, después de una insistencia machacona, nos habla Lc de la riqueza. Yo también tengo claro que en materia de riqueza no haremos caso ni aunque resucite un muerto. La parábola va dirigida a los fariseos. Acaba de decir el evangelista: “Oyeron esto (no podéis servir a dos amos) los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de él”. Jesús apoyándose en las creencias que ellos aceptaban, quiere hacerles ver que, si de verdad creyeran lo que predican, no estarían tan pegados a las riquezas.

Esta parábola es clave para entender algo de lo mucho que nos dice el evangelio sobre las riquezas. No se puede hablar de ellas en abstracto y la parábola nos obliga a pisar tierra. El rico no tiene en cuenta al pobre y sin esa toma de conciencia nada tiene sentido. Lo único negativo de la parábola es que, mal interpretada, nos ha permitido utilizarla como opio para el pobre. Aguanta un poco, hombre, que aunque te parezca que el rico disfruta, espera al más allá y le verás freírse en el infierno, mientras tú encontrarás la dicha más completa.

Esta parábola nos dice lo mismo que (Mt 25,34-46) “Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber…” Las dos hay que entenderlas dentro de una visión mitológica del más allá: premio y el castigo más allá, como solución de las injusticias del más acá. Utilizar estos textos para seguir hablando de un premio para los pobres y un castigo para los ricos en el más allá, no tiene sentido alguno; a no ser que se busque la resignación de los pobres para que los ricos puedan seguir disfrutando de sus privilegios.

Para comprender por qué el rico, que comía y vestía de lo suyo, es lanzado al “hades”, debemos explicar el concepto de rico y pobre en la Biblia. Para nosotros “rico” y “pobre” son conceptos que hacen referencia a una situación social. Rico es el que tiene más de lo necesario para vivir y puede acumular bienes. Pobre es el que no tiene lo necesario para vivir y pasa necesidades vitales. En el AT la perspectiva es siempre religiosa. Fueron los profetas, sobre todo Amós, los que levantaron la liebre y denunciaron la maldad de la riqueza. Su razonamiento es simple: la riqueza se amasa siempre a costa del pobre.

Pobres, en el AT, sobre todo a partir del destierro, eran aquellos que no tenían otro valedor que Dios. Se trataba de los desheredados de este mundo que no tenía nada en qué apoyar su existencia; no tenían a nadie en quien confiar, pero seguían confiando en Dios. Esta confianza era lo que les hacía agradables a Dios, que no les podía fallar (Lázaro, Eleazar -´el ´azar en hebreo- significa Dios ayuda). No existe en el AT concepto puramente sociológico de rico y pobre, porque nada se podía desligar del aspecto religioso.

Ahora comprenderéis por qué el evangelio da por supuesto que las riquezas son malas sin más matizaciones. No se dice que fueran adquiridas injustamente ni que el rico hiciera mal uso de ellas, simplemente las utilizaba a su antojo. Si Lázaro no hubiera estado a la puerta, no habría nada que objetar. Pero es precisamente el pobre, el que con su sola presencia, llena de maldad el lujo y los banquetes del rico. Tampoco Lázaro se propone como ejemplo moral de pobre, sino como contrapunto a la opulencia del rico.

Para comprender, que no es fácil, el mensaje del evangelio, basta ver el comportamiento de Jesús. Manifiesta una predilección por todos los que necesitaban liberación, entre ellos los pobres; pero también admitió la visita de Nicodemo, era amigo de Lázaro, aceptó la invitación de Mateo, acogió con simpatía a Zaqueo, fue a comer a casa de un fariseo rico, etc. No es fácil descubrir las motivaciones profundas de la manera de actuar de Jesús. Jesús descubrió que la riqueza, acumulada y no compartida, impide entrar en el Reino. Pero su actitud no fue excluyente, sino abierta y de acogida para los ricos.

El mensaje del evangelio no pretende solucionar un problema social sino denunciar una falsa actitud religiosa. Una correcta actitud religiosa solucionaría la injusticia social. El evangelio está a años luz del capitalismo, pero también del comunismo. Jesús predica el “Reino de Dios”, que consiste en hacer de todos los hombres una comunidad de hermanos. La diferencia es sutil, pero sustancial. El comunismo reparte los bienes, pero mantiene al pobre en su pobreza para seguir justificándose. Jesús propone compartir como fruto del amor que nos une. La consecuencia sería la misma, que los ricos dejarían de acaparar y los pobres dejarían de serlo, pero el camino recorrido humanizaría tanto al rico como al pobre.

Seguramente que el rico de hoy hacía favores e invitaría a comer a sus hermanos y a los amigos ricos como él. Esa actitud no garantiza humanidad alguna. El amor cristiano solo está garantizado cuando hago algo por aquel que no va a poder pagármelo de ninguna manera. El amor que pide Jesús nunca se puede desligar de la compasión. Amor sin compasión es interés. Un niño no tiene compasión por su madre, por eso lo que siente por ella no es “amor” sino interés. La mayoría de las relaciones que calificamos de amor, no son más que egoísmo.

Ahora podemos entender por qué refugiarse en la incapacidad de cada uno para solucionar el hambre del mundo no puede ser excusa para no hacer nada. Recordad, la denuncia no es de un problema social, sino religioso. Nuestra pasividad está demostrando que la religión no es más que una tapadera que intenta sumar seguridad espiritual a las seguridades materiales que tenemos. Jesús no está pidiendo que soluciones el hambre del mundo, sino que salgas de tu error al confiar en la riqueza. No se te pide que salves el mundo, sino que te salves tú. Si los ricos dejásemos de acaparar bienes, inmediatamente llegarían a los pobres.

Me daría por satisfecho si todos nosotros saliéramos de aquí convencidos de que la pobreza no es un problema que alguien tiene que solucionar, sino un escándalo en el que todos participa­mos y del que tenemos la obligación de salir. No es suficiente que aceptemos teóricamente el planteamiento y nos dediquemos a criticar las injusticias que se están cometiendo hoy en el mundo. Debemos descubrir que aunque yo esté dentro de la legalidad cuando acumulo bienes materiales, eso no garantiza que mi relación con Dios sea la correcta.

No basta despojar a los ricos de su riqueza, porque los ahora pobres ocuparían su lugar. Eso ha pasado en todas las revoluciones sociales. La única solución pasa por superar todo egoísmo para hacer un mundo de hermanos. Es verdad que los ricos no se consideran hermanos de los pobres, pero tampoco los pobres se consideran hermanos de los ricos. El evangelio va mucho más allá de la solución de unas desigualdades sociales, pero también esas injusticias quedarían superadas con un verdadero amor-compasión.

No podemos desarrollar una auténtica religiosidad sin contar con el pobre. Nuestra religión, olvidando el evangelio, ha desarrollado un individualismo absoluto. Lo que cada uno debe procurar es una relación intachable con Dios. La moral católica está encaminada a perfeccionar esta relación con Él. Pecado es ofender a Dios y punto. El evangelio nos dice algo muy distinto. El único pecado que existe es olvidarse del hombre que me necesita. Mi grado de acercamiento a Dios es el grado de acercamiento al otro. Todo lo demás es idolatría.

Meditación-contemplación

Satisfacer las necesidades biológicas no es malo, pero es insuficiente.
Solo las exigencias de tu verdadero ser te llevarán a la plenitud.
No debes renunciar a nada sino elegir lo mejor para ti, aquí y ahora.
Dios te está dando siempre una posibilidad de plenitud.
No desarrollar esa potencialidad es la verdadera condenación.
Tú solito estás malogrado tu existencia.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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