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“Os llevan la delantera”. 01 de octubre de 2023. 26 Tiempo ordinario (A). Mateo 21, 28-32

Domingo, 1 de octubre de 2023
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lachapelle020La parábola es tan simple que parece poco digna de un gran profeta como Jesús. Sin embargo, no está dirigida al grupo de niños que corretea a su alrededor, sino a «los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo», que lo acosan cuando se acerca al templo.

Según el relato, un padre pide a dos de sus hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le responde bruscamente: «No quiero», pero no se olvida de la llamada del padre y termina trabajando en la viña. El segundo reacciona con una disponibilidad admirable: «Por supuesto que voy, señor», pero todo se queda en palabras. Nadie lo verá trabajando en la viña.

El mensaje de la parábola es claro. También los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Ante Dios, lo importante no es «hablar», sino «hacer». Para cumplir la voluntad del Padre del cielo, lo decisivo no son las palabras, promesas y rezos, sino los hechos y la vida cotidiana.

Lo sorprendente es la aplicación de Jesús. Sus palabras no pueden ser más duras. Solo las recoge el evangelista Mateo, pero no hay duda de que provienen de Jesús. Solo él tenía esa libertad frente a los dirigentes religiosos: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».

Jesús está hablando desde su propia experiencia. Los dirigentes religiosos han dicho «» a Dios. Son los primeros en hablar de él, de su ley y de su templo. Pero, cuando Jesús los llama a «buscar el reino de Dios y su justicia», se cierran a su mensaje y no entran por ese camino. Dicen «no» a Dios con su resistencia a Jesús.

Los recaudadores y prostitutas han dicho «no» a Dios. Viven fuera de la ley, están excluidos del templo. Sin embargo, cuando Jesús les ofrece la amistad de Dios, escuchan su llamada y dan pasos hacia la conversión. Para Jesús no hay duda: el publicano Zaqueo, la prostituta que ha regado con lágrimas sus pies y tantos otros… van por delante en «el camino del reino de Dios».

En este camino van por delante no quienes hacen solemnes profesiones de fe, sino los que se abren a Jesús dando pasos concretos de conversión al proyecto del Padre.

José Antonio Pagola

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“Recapacitó y fue.” Domingo 01 de octubre de 2023. 26º Domingo de Tiempo Ordinario

Domingo, 1 de octubre de 2023
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49-OrdinarioA26Leído en Koinonia:

Ezequiel 18,25-28: Cuando el malvado se convierte de su maldad, salva su vida.
Salmo responsorial: 24: Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna.
Filipenses 2,1-11: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
Mateo 21,28-32: Recapacitó y fue.

La conversión de aquellos que el sistema religioso considera pecadores debería ser una señal profética con el poder de arrastrar a todos hacia el camino del bien. Sin embargo, esto no es lo que ocurre. Cada sistema religioso organiza sus valores en escalas jerárquicas en las que cuenta más la posición que la propia conciencia. El profeta Ezequiel y el evangelio se refieren a esta terrible realidad: los que se consideran a sí mismos salvados son incapaces de cambiar su manera de pensar para abrirse a la acción de Dios. Los más ilustres representantes de la religión (sacerdotes judíos, fariseos, escribas, etc.) incurren en el pecado de la falsa conciencia religiosa, es decir en la pretensión injustificada de considerarse salvados por sus propios méritos y no por la gracia de Dios. Pablo nos presenta una aguda reflexión sobre este problema y nos llama la atención sobre aquellos elementos de discernimiento que nos permiten evaluar nuestras prácticas cotidianas a la diáfana luz del amor misericordioso y del servicio solidario.

El profeta Ezequiel llama la atención a su pueblo, envuelto en intrigas, enajenado por las permanentes conspiraciones contra el imperio babilonio. La situación era extremadamente precaria luego de la primera deportación en el año 597 a.e.c. Los líderes del pueblo habían sido obligados a marchar a tierras extranjeras y vivían en condiciones extremadamente precarias. La situación en Jerusalén era extremadamente volátil. La falta de discernimiento, la manipulación de los sentimientos patrióticos y el oportunismo de los nuevos lideres los dejaban a la merced de una nueva y devastadora intervención de Babilonia como efectivamente ocurrió en el año 587 a.e.c. En medio de tanta tensión, caos y confusión el profeta hace un llamado a la cordura y al buen juicio. La falsa consciencia religiosa estaba inflando los planes de las autoridades del Templo y de los altos funcionarios de la corte. Se consideraban a sí mismos propietarios de la salvación y personas más allá del ‘bien y del mal’. Ezequiel los llama a la humildad y la honestidad, al servicio al pueblo y a la justicia, pues, en nombre del bien de la patria no cesaban de cometer crímenes e injusticias que contradecían el fundamento jurídico y ético de la alianza de Yahvé con su pueblo. Considerarse a si mismo justo, mientras se comenten las peores atrocidades no es sino un engaño inútil. El bien consiste en el respeto del derecho y en la práctica de la justicia.

La parábola que hoy nos propone Jesús, denuncia igualmente la falsa conciencia religiosa. La viña es la realidad del mundo, en la que el trabajo siempre es arduo y urgente. A esa viña el Padre envía a sus dos hijos. La respuesta de los dos es ambigua. Sin embargo, sólo el compromiso del que inicialmente se había negado al trabajo nos permite descubrir quién actúo coherentemente. De este modo Jesús denuncia a aquellos dirigentes y a todo el pueblo que públicamente se compromete a servir al Señor, pero que es incapaz de obrar de acuerdo con sus palabras. Actitud que contrasta con aquellos que aunque parecen negarse al servicio, terminan dando lo mejor de sí en la transformación de la viña.

Esta parábola plantea un dilema que pone al descubierto la praxis de sus oyentes y que, leída a la luz de los acontecimientos de la época de Jesús nos muestra cómo los que eran considerados pecadores por el aparato religioso eran, en realidad, los únicos atentos a la voz del profeta. La conversión no es un asunto de solemnes proclamas o de prolongados ejercicios piadosos, sino un llamado impostergable a la justicia y al discernimiento. Las palabras de Jesús herían la sensibilidad religiosa de sus contemporáneos que se consideraban auténticos seguidores de Yavé e inigualables hombres de fe, porque colocaba delante de ellos el testimonio de aquellas personas que eran consideradas una lacra social: las prostitutas y los publicanos.

Prostitutas y publicanos no sólo eran profesiones terriblemente despreciadas, sino que quienes las ejercían eran considerados personas asquerosas e inadmisibles entre la gente de bien. Jesús ridiculiza todas esas valoraciones lanzadas desde los pedestales del sistema religioso y muestra, con los hechos, que ni siquiera la presencia de un profeta tan grande como Juan Bautista es capaz de transformar las conciencias anquilosadas y estériles de aquellos que se consideran salvados únicamente por el alto cargo que ejercen en el aparato religioso.

Pablo nos muestra la misma realidad, desde el interior de la comunidad cristiana. Los creyentes, por sus mismas buenas intenciones, están más expuestos a crearse una falsa conciencia religiosa que los lleve a considerarse superiores a los demás o definitivamente salvados. El único criterio para determinar la autenticidad de las prácticas cristianas es lo que el llama ‘entrañas de misericordia’, o sea, el amor incondicional por aquellas personas excluidas y víctimas de la opresión y la miseria. Para Pablo, los cristianos no se pueden examinar únicamente a la luz de criterios piadosos, sino a la luz de la práctica de Jesús que actuó siempre en el mundo con entrañas de misericordia.

Más allá de una interpretación limitada al contexto judío del momento de Jesús, esta palabra suya puede y debe elevarse a categoría universal y a principio teórico: el de la primacía del hacer sobre el decir, de la praxis sobre la teoría. Un hermano dijo que sí, muy dispuesto, pero sus hechos desmintieron sus palabras: su palabra verdadera, su palabra práctica, fue un no. El otro hermano pareció estar desde el princpio fuera del camino de la salvación, por sus palabras negativas e inaceptables; pero a pesar de sus palabras, él de hecho fue a la viña, «hizo» la voluntad del Padre. Decir/hacer, teoría/praxis: el Evangelio está claramente decantado a un lado, sin vacilaciones, en estas disyuntivas. Leer más…

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1.10.23. Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo: Los publicanos y prostitutas os preceden en el Reino de Dios (Mt 21, 23.28-32. Dom TO, 32)

Domingo, 1 de octubre de 2023
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IMG_0726Del blog de Xabier Pikaza;

Éste es un texto central del evangelio de Mateo y de todo el Nuevo Testamento y sólo se entiende vinculando Mt 21, 23:

Jesús no habla a todo el pueblo a sus autoridades religiosas (sacerdotes) y sociales (senadores, ancianos).

Jesús no establece aquí una “norma privada de piedad”, sino que fundamenta el nuevo derecho y organización de su iglesia.

El camino que lleva al Reino de Dios no lo trazan sacerdotes autoridades civiles, sino publicanos y prostitutas (es decir, los marginados, excluidos y humillados del pueblo).

TEXTO

Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y senadoras del pueblo… Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.” Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor.” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El primero.” Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis. (Mt 21, 23. 28-32)

REFLEXIÓN GENERAL

Declaración suprema de Jesús desde el templo (21, 23), esto es, desde el lugar donde se juntas las autoridades. Es como si Jesús viniera y proclamara su palabra suprema en el Vaticano (en un sínodo, consistorio o concilio general) y en un tipo de ONU ampliada antes los gobernantes dirigentes económicos del mundo.

  1. Jesús habla ante una “cámara” (parlamento o senado) que está formado por dos poderes: El poder sacral (sacerdotes, cámara eclesiástica: obispos) y el poder social (representado por los senadores (seniores/señores, representanes de familias ricas, esto es la gerusía). Estos “senadores” (presbyteroi) son nobles/gobernantes. ministros del Estado) y son ricos. Pues el poder social/político y económico se identifican.
  2. Estos son en principio los miembros del Sanedrín, que es el “consejo de Estado” (con poder legislativo, ejecutivo económico) del pueblo. En tiempo de Jesús solía incluirse en esta “cámara de Estado”, con los sacerdotes, nobles y ricos a los “escribas”, doctores de la ley, y así aparece en varios lugares del NT. Pero este Jesús de Mateo, que es un “escriba) no quiere condenar a los escribas, pues piensa que hay muchos que son buenos…
  3. 4. Conclusión. Este no es un discurso para el pueblo llano, ni para los publicanos y prostitutas, sino para los gobernantes del pueblo, como si Jesús viniera a España y juntara a los obispos de la CEE, a los miembros del parlamento…. y a unos cien representantes del poder económicos (multimillonarios, dirigentes de empresas etc.

SENTIDO BÁSICO

Jesús junta en el templo a los poderes “reales” del pueblo (sacerdotes y  gobernantes) para decirles que no van por el buen camino,  que no dirigen ni encabezan al pueblo por el camino del reino de Dios, sino todo lo contrario… Que el camino del Reino de Dios pasa por los publicanos y las prostitutas… Ellos, los despreciados, los excluidos, son los que pueden dirigir a todos al reino de Dios, a la nueva humanidad,

Los representantes de Dios en el mundo no son obispos/sacerdotes y gobernantes/ricos como tales, sino los publicanos y prostitutas, es decir, los rechazados sociales.

Ciertamente, puede haber publicanos y prostitutas que son “pecadores” (poco honestos.), pero en sentido radical ellos no son pecadores sino víctimas.

Tal  como Jesús formula esta palabra y la sitúa en el centro de su evangelio, el gran pecado no es de los publicanos y prostitutas, sino de la alta/buena/poderosa sociedad religiosa y civil que les utiliza, les expulsa y les condena. Publicanos y prostitutas son víctimas de una sociedad que les utiliza como chivo expiatorio, les explora social y sexualmente, para luego condenarles.

 El pecado de fondo  de unos y otras es el mismo, como he dicho: Tener que venderse o, mejor dicho, estar vendidos de antemano, ser objeto de venta de la “buena” sociedad de los que se llaman a sí mismos “hijos de Dios” (como dice Gen 6).En sentido general, en aquel contexto “patriarcal” a la mujer se la vende (y para vivir ella tiene que dejarse vender). De manera convergente, a un tipo de varones se les vende (y ellos tienen que venderse) para sobrevivir. Por eso,  más que pecado de publicanos  y prostitutas éste es el pecado de los poderes religiosos, políticos y económicos que fundan su poder sacerdotal, político y económico sobre la explotación de otros.

 Jesús no comienza su camino de reino con los que se presentan como buenos (y condenan a otros a la prostitución del cuerpo o del dinero), sino con los publicanos y prostitutas, de los que no se dice que “os precederán al final”, sino que os están precediendo ya, ahora…

Jesús no dice “os precederán” (en el cielo futuro), sino que os están precediendo (en este mundo), ellos están abriendo con Jesús el camino del Reino. Ellos son los “guías” (pro‒agousin).

 . Según la carta a los Hebreos, el “prodomos (explorador y pionero) del reino de Dios es Jesús. Pues bien, según este pasaje,  los pioneros o guías del reino son los publicanos y las prostitutas,  no son los sacerdotes y gobernantesjudíos, ni los doce de Jesús, como Pedro (los Doce y Pedro vienen después).

Según esta palabra, los “sumos sacerdotes y ancianos/senadores(Mt 21, 23)  son  los que crean un mundo de prostitución y venta económica, creyéndose buenos y pensando que tienen la razón, no pueden “convertirse”, no pueden cambiar, en cambio los publicanos y prostitutas pueden cambiar, pueden iniciar un camino de reino.  “hijos de Dios” que se apoderan de las mujeres, las violan, las prostituyen,  poniendo así en riesgo la vida de la tierra (el signo del diluvio).

AMPLIACION, LOS DOS HIJOS, JUAN BAUTISTA

 Uno dice “voy” y no va; otro dice “no voy”, pero va.

            El evangelio de Mateo ha vinculado la gran palabra anterior (publicanos y prostitutas os preceden en el Reino) con la parábola, que, de alguna forma, mantiene el mismo argumento:

El primer hijo, que primero dice “no”, pero después se ·”convierte” y cambia, podría referirse a los gentiles, pero, en sentido más preciso representa a los publicanos y prostitutas, que han empezado rechazando la voluntad del padre, pero al final se arrepienten y van a la viña. Por el contexto, el segundo hijo representa a los sacerdotes y ancianos, que han dicho a Dios que “sí”, pero después no van. Desde ese fondo debemos unir este pasaje con 11, 19, donde a Jesús le acusaban de amigo de publicanos y pecadores.

Jesús vincula su mensaje y camino con el de Juan Bautista

Muchos habían tomado a Juan Bautista como un “loco”, pues no comía ni bebía, dando la impresión de que no le importaba la necesidad de los hombres concretos, sino sólo la protesta de los austeros penitentes, elitistas, separados del mundo. Jesús, en cambio, se mostraba como un comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores/as   esto es, como alguien que formaba parte del submundo de los excluidos (publicanos, prostitutas….) fuera del buen pueblo de la alianza (presidido por los sacerdotes, y ancianos).

Pues bien, a pesar de la austeridad de Juan, Jesús afirma que los publicanos y prostitutas (21, 32) creyeron en él, aceptando su camino de justicia, “mientras que vosotros (sacerdotes-ancianos) no creísteis en él”. Eso significa que, siendo tan distintos (11, 16-19), Juan y Jesús tenían una misma meta, de forma que el camino de penitencia para conversión de Juan Bautista había culminado en el mensaje de Reino de Jesús. De esa manera, los publicanos y los pecadores/prostitutas, que habían creído en Juan, aparecen vinculados al mismo tiempo con Jesús (aceptan su camino), en contra de los sacerdotes y ancianos importantes del pueblo.

 Jesús contesta así a los sacerdotes y ancianos de 21, 23 diciéndoles, por un lado, que Juan y su Bautismo venían de Dios, y acusándoles por otro de no haber respondido a su llamada, a diferencia de publicanos y prostitutas, que aparecen así unidos en línea de conversión. De los primeros he tratado ya al ocuparme de 9, 9-12. De las prostitutas, en el comentario a 19, 9, de manera que ahora puedo retomar lo ya dicho en perspectiva de conjunto.

 ‒ Publicanos y prostitutas creyeron en Juan Bautista (21, 28.31). Ellos habían empezado diciendo al padre que “no”, pero después fueron. En esa línea se dice que han escuchado y acogido la palabra de Dios, convirtiéndose, como quería Juan Bautista, y/o aceptando el camino de la comunidad mesiánica de Jesús (cf. 11, 19). Publicanos y prostitutas “acudían” a la escuela de Juan, en la que estuvo Jesús, por lo menos hasta su bautismo (cf. Mt 3), de manera que cuando dice que creyeron en Juan podría estar evocando un recuerdo histórico.

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Ir por lana y salir trasquilado. Domingo 26. Ciclo A.

Domingo, 1 de octubre de 2023
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IMG_0698Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Esto es lo que ocurre a los nuevos protagonistas que presenta el evangelio de Mateo. Hasta este momento, sacerdotes y “ancianos” (equivalentes a nuestros senadores) no han desempeñado papel alguno. Jesús no ha tenido contacto con ellos en Galilea. Pero ahora, cuando la liturgia, en un vuelo asombroso, nos traslada a Jerusalén durante el lunes santo, se presentan ante Jesús pidiéndole cuentas de lo que ha hecho el día antes, cuando purificó el templo, expulsando a mercaderes y cambistas, y curó en el recinto sagrado a cojos y ciegos, a los que estaba prohibida la entrada en el templo.

Una pregunta y tres respuestas

            Lo anterior va a provocar que los responsables religiosos (sacerdotes) y políticos (ancianos) le pregunten a Jesús: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado esa autoridad?». El evangelio de Mateo responde en tres pasos.

1) En el primero, Jesús pone a las autoridades entre la espada y la pared, preguntándoles: «El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, de Dios o de los hombres?» Viendo el peligro de comprometerse en un sentido o en otro, responden: «No lo sabemos». Y Jesús termina con un escueto: «Pues yo tampoco os digo con qué autoridad hago esto».

 2) Inmediatamente pasa al contrataque, con la parábola que leemos este domingo: la de los dos hijos (Mt 21,28-32).

 3) Sin interrupción, añade una nueva parábola: los viñadores homicidas, que leeremos el próximo domingo.

            En conjunto, la denuncia de sacerdotes y ancianos es durísima: 1) no se atreven a dar una opinión sobre Juan Bautista; 2) son peores que los recaudadores de impuestos y las prostitutas, que sí le hicieron caso a Juan; 3) para apoderarse de una viña que no les pertenece, deciden asesinar al hijo del propietario (Dios).

            No es raro que, tras escuchar estas tres acusaciones, decidieran matar a Jesús.

            La lectura de hoy se centra en el segundo punto.

Obras son amores, y no buenas razones

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

― ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?

Contestaron:

― El primero.

Jesús les dijo:

― Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.

            La historieta que propone Jesús es tan fácil de entender que sus enemigos caen en la trampa. ¿Quién cumple la voluntad del padre? ¿El hijo protestón y maleducado que termina haciendo lo que le piden, o el hijo amable y sonriente que hace lo que le da la gana? La respuesta es fácil: el primero. Lo importante no es decir palabras bonitas; tampoco importa protestar mucho. Lo importante es hacer lo que el padre desea. «Obras son amores, y no buenas razones».

            Pero Jesús saca de aquí una consecuencia asombrosa. Es preferible vivir de mala manera, si al final haces lo que Dios quiere, que vivir de forma aparentemente piadosa y negarse a cumplir la voluntad de Dios. Dicho con las palabras hirientes del evangelio: es preferible ser prostituta o ladrón, si al final te conviertes, que ser obispo, sacerdote, o pertenecer a cualquier congregación o institución religiosa y ser incapaz de convertirse.

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            ¿En qué consiste la conversión? Nueva sorpresa. No se trata de aceptar a Jesús y su mensaje, sino a Juan Bautista, que mostraba el camino de la justicia, de la fidelidad a Dios, como primer paso hacia el evangelio. Con ello, Jesús responde indirectamente a la pregunta que no habían querido responder las autoridades: «¿De dónde procedía el bautismo de Juan, de Dios o de los hombres?» El bautismo de Juan era cosa de Dios, su predicación marcaba el camino recto. Las prostitutas y los recaudadores, representados por el hijo protestón, pero obediente, creyeron en él. Las autoridades religiosas, representadas por el hijo tan amable como falso, no le creyeron.

¿Tirando piedras contra el propio tejado?

            Lo curioso de esta interpretación de la parábola es que parece volverse contra Juan y contra Jesús. Los que dan testimonio a su favor son gente indigna de crédito, prostitutas y explotadores; quienes lo rechazan o se abstienen, personalidades religiosas de buena fama, los sacerdotes. Puestos a elegir, ninguna persona piadosa aceptaría la opinión de unos cuantos drogatas y unas pocas prostitutas en contra de lo que decida una Conferencia Episcopal.

            Además, el judío piadoso de tiempos de Jesús (como muchos cristianos piadosos de nuestro tiempo) está convencido de que no necesita convertirse. Y si en algo tiene que cambiar, el camino no deben indicárselo personas tan extrañas y discutibles como Juan Bautista, Martin Lutero King, Oscar Romero, Pedro Casaldáliga o el Papa Francisco.

            Así adquieren pleno sentido las palabras de Jesús: «los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Para entrar en ese reino, hay que abrirse a una nueva forma de vida, aunque suponga un corte drástico y doloroso con la vida anterior. La institución religiosa seguirá firme en sus trece, incluso utilizará el argumento de la parábola para rechazar a Juan y a Jesús. Sin embargo, el Reino se irá incrementando con esas personas indignas de crédito, pero que creen en quien les muestra el camino de una nueva forma de fidelidad a Dios. Esas personas que, como dice el profeta Ezequiel en la primera lectura, son capaces de recapacitar y convertirse.

Así dice el Señor: Comentáis: “No es justo el proceder del Señor”. Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.

 

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Domingo XXVI. 01 de octubre, 2023

Domingo, 1 de octubre de 2023
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“Luego se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él respondió: “Voy, Señor”. Pero no fue.”

(Mt 21, 28-30)

Supongo que a todos nos gustaría ser el tercer hijo. El que no sale en la parábola, quizá porque es el que nos la cuenta. Ser como Jesús, que dice que va a la viña y no solo va sino que se deja matar por la viña. Se entrega.

Sí, nos gustaría. Por eso el cristianismo es precisamente eso: el seguimiento de Jesús. Pero cuando miramos a nuestra Iglesia, a nuestras comunidades, cuando nos miramos cara a la cara a nosotras mismas quizá encontramos más del “segundo hermano” de lo que nos gustaría.

¿Cuántas veces hemos dicho que íbamos a la viña y nos hemos quedado en nuestras comodidades? ¡Y cuántas veces esperamos a que vayan las demás o nos quejamos de que nadie quiere ir mientras discutimos sentadas en el sofá!

Esta viña, a la que nos llama el Padre, es más que un trabajo. Mucho más. Sabemos que debemos ir. Queremos de verdad ir. Muchos días emprendemos el camino. Muchas horas las pasamos en esa viña. Más de una vez somos el “primer hermano” que dice que no con la boca, pero dice que sí con la vida.

Sin embrago, todavía no somos lo que estamos llamadas a ser. No acabamos de ser como Jesús. La buena noticia es que eso no importa. Ni nuestras negativas, ni nuestras ausencias conseguirán que el Padre cambie de opinión. Él volverá, puntualmente, constantemente, con su invitación. Asaltará nuestras vidas una y otra vez, sin cansarse, sin decepcionarse.

Y nosotras seguiremos siendo el primer hermano, el segundo y por supuesto nos iremos pareciendo cada vez más al tercero. Volveremos a levantarnos, quizá con menos fuerzas, pero con un amor más probado, más acrisolado.

Oración

Trinidad Santa, renueva nuestros corazones con tu invitación siempre nueva y retadora. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Los hechos son los que van a misa, las palabras se las lleva el viento.

Domingo, 1 de octubre de 2023
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Mt 21,28-32

Es muy peligroso creerse perfecto. Lo importante es descubrir los fallos y rectificar lo que se ha hecho mal. La pura teoría no sirve para nada, solo la vida salva. Lo que digamos o lo que proclamemos son solo palabras vacías, mientras no vayan acompañadas por una actitud vital, que inevitablemente se manifestará en las obras. En el evangelio de Juan, Jesús pone como instancia definitiva sus obras. “Si no me creéis a mí, creed a las obras”.

El domingo pasado nos hablaba de jornaleros. Hoy nos habla de hijos. En el AT, el pueblo, en su conjunto, se consideraba hijo de Dios. Jesús distingue ahora dos hijos: los que se consideran verdaderos israelitas y los que los jefes religiosos consideran pecadores. Recordemos que ser hijo significaba hacer siempre la voluntad del padre. Un buen hijo era el que salía al padre. El que dejaba de hacer la voluntad del padre, dejaba de ser hijo. ¿Quién hizo la voluntad del padre? quiere decir: ¿Quién es verdadero Hijo?

Jesús se enfrenta a los jefes religiosos, como respuesta a la oposición que los evangelios manifiestan. Todos los evangelios dejan clara esa lucha a muerte de las instancias religiosas contra Jesús. Sin embargo, no podemos sacar de estas parábolas argumentos antisemitas. Las prostitutas y los recaudadores de impuestos, que Jesús pone por delante de los jefes religiosos, eran también judíos; y los primeros cristianos eran todos judíos.

Los fariseos no tenían nada de qué arrepentirse, eran perfectos, porque decían “sí” a todos los mandamientos. Consideraban que tenían derecho al favor de Dios, por eso rechazan de plano el cambio que les propone Jesús. Como los de primera hora del domingo pasado exigen mayor paga por su trabajo. Para ellos es intolerable que Dios pague lo mismo al que no ha trabajado. No se dan cuenta de que su respuesta es solamente formal, sin compromiso vital alguno. El espíritu de la Ley no les importaba.

El escándalo está servido: Para Jesús no hay duda, los que se consideran buenos son los malos, y los malos son los buenos. Los primeros eran lo estrictos cumplidores de la Ley, los segundos ni la conocían ni podían cumplirla. Los primeros ponían su empeño en el cumplimiento externo de las normas. Los otros buscaban una posibilidad de hacerse más humanos, porque se sabían pecadores. Jesús deja claro cual es la voluntad de Dios, y quién la cumple, pero también deja claro que tanto los unos como los otros son hijos.

Los recaudadores y las prostitutas os lleven la delantera en el Reino. Es una de las frases más hirientes que pudo decir Jesús a los jerifaltes religiosos. Eran las dos clases de personas más denigradas y odiadas por las instancias religiosas. Pero Jesús sabía muy bien lo que decía. El organigrama religioso-social de su tiempo era represivo e injusto. Que esa situación se mantuviera en nombre de Dios no podía aguantarlo quien había descubierto un Dios que quiere el bien de todos los seres humanos.

No se alude en el relato a las otras dos situaciones que se pueden dar: El hijo que dice sí y va a trabajar a la viña; y el hijo que dice no, y no va. En estos dos casos no hay posibilidad de equivocarse ni cabe la pregunta de quién cumple la voluntad del padre. Lo que pretende el relato es advertir sobre el engaño en que puede caer el que interprete superficialmente y a la ligera la situación del que dice “sí” y del que dice “no”.

No debemos engañarnos. La simplicidad del relato esconde una enseñanza fundamental. Como conclusión general tenemos que decir que los hechos son lo importante, y que las palabras sirven de muy poco. La praxis prevalece siempre sobre la teoría. El evangelio no nos invita a decir primero no y después sí. El ideal sería decir sí y hacer; pero lo maravilloso del mensaje está precisamente ahí: Dios comprende nuestra limitación radical y admite la posibilidad de rectificación, después de “recapacitar”, dice el texto.

Nuestras actitudes religiosas son incoherentes. Llevamos muchos siglos haciendo una religión de ritos, doctrinas y preceptos. Desde el bautismo decimos “sí voy”, pero nos quedamos siempre en donde estamos. No hay más que ver lo que se entiende por “practicante” para darse cuenta de que no tiene nada que ver con las exigencias del evangelio. Ser cristiano es descubrir la voluntad del Padre y cumplirla siempre y en todo. Nos estamos yendo cada vez más por las ramas y alejándonos de la raíz del evangelio.

Se nos llena la boca proclamando pomposamente que somos cristianos, pero hay muchos que, sin serlo, cumplen el evangelio mucho mejor que nosotros. El fariseísmo se ha convertido en moneda corriente entre nosotros, y damos por hecho que basta hablar del evangelio u oír hablar de él y aceptar su mensaje para tranquilizar nuestra conciencia. Hay un refrán que lo expresa muy bien: “Obras son amores y no buenas razones”.

En la primera lectura ya se nos dice que ni siquiera los mayores fallos son definitivos. Podemos en cualquier momento rectificar la trayecto­ria equivocada. Los errores cometidos pueden ayudarnos a encontrar el camino verdadero. Nuestro conocimiento es limitado y tenemos que aceptar esta condición porque es parte de nuestra naturaleza. No podemos pretender, ni para nosotros ni para los demás, la perfección. Cuando exigimos a un ser humano ser pluscuamperfecto estamos exigiéndole que deje de ser humano.

Solo la experiencia me dice qué es lo que me deteriora y qué es lo que me enriquece como ser humano. Cuando damos por absoluta una norma nos negamos a progresar. El gran peligro es creer que Dios nos ha dado directamente esa norma. Desde esa perspectiva se siguen cometiendo verdaderas barbaridades en contra del ser humano. El Dios de Jesús nunca puede ir en contra del hombre; las normas que hemos promulgado en su nombre, sí. Entender la religión como verdades absolutas, es fundamentalismo.

También hoy podemos ir más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tienen valor absoluto. Las obras pueden ser la manifestación de una actitud vital, pero pueden ser fruto de una programación desconectada de nuestro verdadero ser. Los fariseos cumplían todas las normas, pero lo hacían mecánicamente, sin ninguna sinceridad de corazón. No pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos estamos diciendo “no” cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo “sí” con una pasmosa ligereza.

Quiero resaltar el paralelismo de esta parábola con la del hijo pródigo. En ambas la actitud del padre es decisiva, aunque no se suele tener en cuenta. En aquella cultura (ser hijo significaba por encima de todo obedecer al padre) resalta su actitud ante los dos. Confía en las palabras del segundo, pero no toma represalias contra el primero rebelde. Mantiene la esperanza y crea un ámbito que hace posible la recapacitación del primero. El hijo deja de ser hijo, pero el padre sigue siendo padre y sigue confiando en el hijo.

 Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Felicidad y sentido de la vida.

Domingo, 1 de octubre de 2023
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two_sonsMt 21, 28-32

«Voy, señor. Pero no fue»

Consciente o inconscientemente, la búsqueda de la felicidad es el motor que nos mueve a todos a la hora de realizar todos y cada uno de los actos que realizamos, y ese impulso irresistible que nos empuja al logro de la felicidad está indeleblemente impreso en nuestra propia naturaleza.

Esta evidencia —fruto de nuestra experiencia cotidiana— lleva a los eudemonistas a considerar la felicidad como el fin último del ser humano, y, en mayor o menor medida, todos somos eudemonistas. Gottfried Leibniz dice que «la felicidad es al hombre, como la perfección a los entes», lo que significa que en el hombre la perfección consiste en ser feliz. Fueron eudemonistas Aristóteles y Tomás de Aquino, aunque este último refería la felicidad a la vida entera; la de antes y la de después de la muerte.

Pero cada uno de nosotros concibe la felicidad de forma diferente, por cuya razón hallamos infinidad de definiciones distintas. Es habitual devaluar el concepto y llamar felicidad a “cualquier situación de satisfacción y contento”. En el extremo opuesto encontramos personas que le piden mucho a la vida, y restringen el significado de felicidad a un estado de “plenitud y armonía del alma”. Son personas que distinguen muy bien entre lo que es felicidad, y lo que no pasa de ser placer, contento, gozo, júbilo o euforia; personas que consideran la felicidad como un estado superior relacionado con la esencia más genuina de la condición humana.

La felicidad, así concebida, es algo que sólo sentimos circunstancialmente; que no somos capaces de abarcar ni comprender, y que, por tanto, no podemos definir con rigor. Hay conceptos como belleza, felicidad o amor que no pueden ser comprendidos desde la razón; que se nos escapan de entre los dedos. Los identificamos cuando los sentimos, pero somos incapaces de definirlos o comprenderlos; y mucho menos de aprehenderlos.

Es como si se tratase de una realidad ontológica superior para la que todavía no estamos preparados; como un adelanto de las facultades del hombre libre de sus limitaciones; como un eslabón que nos une a algo superior en ciertos momentos de nuestra vida; como un paisaje entre nubes que sólo vemos parcialmente. Tratamos de intuir el resto, pero se nos resiste, y cuando estamos disfrutando de lo que vislumbramos, cuando esperamos que se abra el cielo para verlo en su conjunto, se cierra todavía más y lo perdemos.

Por eso se nos escapa, nos supera, no sabemos cuándo se va a presentar o dónde se halla. Aún en el momento en que nos sentimos felices, no sabemos en qué consiste ni cuánto va a durar. Sin duda, sobre nuestro cerebro estará actuando un aluvión de estímulos, pero ésa no puede ser la causa de la felicidad, sino el efecto; la respuesta a un estado del ánimo superior provocado por causas que se nos escapan.

Pero ¿dónde buscarla?

La auténtica felicidad sólo es alcanzable a través de actitudes que trascienden a los demás. Es decir, la auténtica felicidad se logra a través del ejercicio de nuestra humanidad; y esta conclusión es perfectamente coherente, pues si la felicidad es el fin último del ser humano, en buena lógica debe estar íntimamente ligada a lo que mejor expresa la calidad de lo humano; la humanidad.

Así llegamos a esa correspondencia estrecha entre felicidad y amor: “La felicidad consiste en amar y ser amado”. Parafraseando a Sócrates, podemos decir que el amor es condición necesaria y suficiente para alcanzar felicidad, y que otros cauces sólo nos llevan a situaciones que no van más allá del gozo. Y ya sabemos que esta afirmación choca con el testimonio de muchas personas que aseguran encontrar la felicidad a través de actitudes egoístas, pero creemos que esta discrepancia está motivada por la distinta concepción de felicidad que tiene cada uno de nosotros.

Las “Bienaventuranzas” nos muestran los criterios de Jesús en materia de felicidad: “Cuánto más felices seríais si os conformaseis con poco y compartieseis lo que tenéis con los que no tienen, si no fueseis violentos, si aprendieseis a sufrir porque en esta vida no os va a faltar el sufrimiento, si no hubiese doblez en vosotros, si fueseis compasivos y misericordiosos, si trabajaseis por la paz y la justicia… Y si por todo ello os persiguiesen, todavía más felices

Estos criterios suponen un vuelco radical de los valores vigentes en tiempo de Jesús y en cualquier tiempo, pero son la base y fundamento del Reino. Se da la paradoja de que trabajar por el Reino parece en principio una tarea ardua y exigente, y lo es, pero vemos que quienes se lo toman en serio, dan muestras de una felicidad que los demás posiblemente ni imaginamos Y es que, como decía Jon Sobrino: «A eso es a lo que tenemos miedo; a ser felices a lo cristiano».

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Un Reino de “privilegiados”.

Domingo, 1 de octubre de 2023
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1Hay algunos textos en el evangelio que son provocativos, que ciertamente llaman la atención. Mateo 21,28-32 es uno de ellos. Y una de las cosas llamativas es que el relato señala grupos sociales preferentes y de cercanía del reino: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas van delante en el camino del reino de Dios. Porque vino a vosotros (sumos sacerdotes y ancianos) Juan enseñándoles el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio los publicanos y prostitutas le creyeron” (Mt 21,30).

La preferencia de los grupos marginales o de excluidos por encima de aquellos que gozan de privilegios y de reconocimiento no es una novedad en la tradición judía. Los profetas, como por ejemplo Miqueas, señalan a ciertos grupos con especial responsabilidad sobre las injusticias que caen sobre los débiles: príncipes, jueces, profetas, sacerdotes (Miq 3,9-11). Algo similar leemos en Ezequiel 22,23-31. A profetas y sacerdotes no se les acusa generalmente de robar sino de justificar y tolerar. Esta crítica llega a su máxima expresión en Isaías, quien no solo amonestará fuertemente a los grupos acomodados y reconocerá al “huérfano y a la viuda”, al migrante como los primeros en recibir la misericordia y los cuidados de Dios, sino que dará un paso más: señalará al grupo de los excluidos, en este caso de las víctimas del cautiverio de Babilonia, como la fuente de una nueva dirección en las relaciones sociales. De este pequeño conjunto de personas despojadas y saqueadas, de mujeres y esclavos, surgirá “el resto” de Israel; un pequeño grupo insignificante capaz de vivir y de dar continuidad a un pueblo deshecho. Los que “fueron llevados como despojo” (Is 42,22) son los herederos de la promesa y guardan la esperanza para todas las naciones (Is 55,3).

Nosotros, deudores de la teología que predominó desde el siglo IV, tenemos generalmente más presente la dimensión individual de la salvación. En el mejor de los casos creemos que Jesús ofrece la salvación a todos y a cada uno independientemente del lugar social que ocupen. A veces, incluso admitimos que nos salvamos solos como consecuencia de actos determinados desde una ética solitaria.

Este texto apunta hacia una dimensión social y colectiva de modo explícito. En el Reino, se afirma, van delante unos grupos sobre otros. Los grupos tienen sus propias leyes y normas internas. Y parece que este Reino anunciado también las tiene; priman los colectivos sin prestigio e incluso grupos de personas denotados y vapuleados. En ellos permanece con más evidencia y radicalidad la apertura, la posibilidad de la fe. Son quienes creen, porque escuchan con más facilidad y prontitud el anuncio. Hay una recolocación social y sociológica ya que se habla de dos colectivos muy concretos, y no de individuos particulares: son los publicanos y las prostitutas. Ellos llevan la delantera en lo que respecta a la fe. Porque reconocen el “camino de la justicia”, cosa ciertamente más difícil para los prestigiosos “sumos sacerdotes y ancianos” (cf. v. 28).

No dejo de oír entre mis colegas teólogos una idea generalizada de que estamos en un tiempo de secularidad, incluso se habla del siglo del “silencio de Dios”. No puedo dejar de pensar que es posible que estemos buscando a Dios donde definitivamente no lo vamos a encontrar. Tal vez este relato y la larga tradición profética nos redirigen pertinazmente la atención hacia quienes sufren, hacia colectivos vulnerados. Hoy podríamos decir que nos señalan a las víctimas de la trata de personas, mayoritariamente mujeres, hacia quienes no pueden salir de situaciones indignas y donde no se respeta a la tierra y a sus habitantes más vulnerables… Me pregunto si ellos no siguen siendo un resto creyente y los depositarios privilegiados de la esperanza de un mundo más acogedor y servicial; e incluso si no señalen con sus vidas la dirección hacia nuevas relaciones sociales de justicia para todos.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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Decir o hacer: El legalismo y la bondad de corazón.

Domingo, 1 de octubre de 2023
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IMG_0637Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

01 octubre 2023

Jesús se dirige “a los sumos sacerdotes y a los ancianos”, es decir, a la jerarquía religiosa y política de su pueblo. Y se atreve a decirles -hacía falta libertad interior valentía y coraje- que “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”. Conocemos las consecuencias de tales denuncias: todo el poder terminará aliándose para acabar ejecutando en la cruz al Maestro de Galilea. Pero, ¿qué significa exactamente aquella expresión y cuál puede ser la causa que origina el comportamiento de aquellas personas religiosas, que es denunciado con tanta dureza por parte de Jesús?

El significado parece obvio: el “camino del Reino de Dios” pasa por la vivencia de los valores que apreciamos en el propio Jesús de Nazaret: amor, compasión, servicio, gratuidad, fraternidad… De él se dijo, sencillamente, que “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hech 10,38). En síntesis: el “Reino de Dios” no es una cuestión de creencias y de normas, sino de bondad de corazón.

Lo que sucede es que, con frecuencia, la autoridad religiosa pone el acento en la llamada “ortodoxia”, en la adhesión a determinadas creencias y formas de comportamiento, dictadas por aquella misma autoridad. No es raro que los dirigentes religiosos se presenten como aquellos que “saben” -o creen saber- todo lo referido a lo que es necesario creer o cumplir. No solo eso; han solido alimentar la pretensión de imponer todo ello a la gente, tal como también denunciara el propio Jesús: “Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mt 23,4).

Tanto por la formación recibida como por el rol con el que han ido identificándose, no es extraño que la autoridad religiosa rija su vida por aquella llamada “ortodoxia” y, en definitiva, por un legalismo que fácilmente genera orgullo.

Ante ello, la postura de Jesús es clara: lo que cuenta no es el legalismo, sino la bondad de corazón. Se trata de algo tan decisivo para él, que insistirá en diferentes ocasiones de manera inequívoca: “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21).

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La verdad no se dice, se hace

Domingo, 1 de octubre de 2023
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40-Teología-de-la-liberación.Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01. Siempre dos hermanos.

    Resulta curioso las veces que en la Biblia aparecen dos hermanos: Caín y Abel, (Gn 4,1-2); Esaú y Jacob, (Gn 25,24ss); un padre tenía dos hijos: el hijo mayor y  el hijo pródigo, (Lc 15,11ss); en la parábola de hoy también un padre tenía dos hijos… Dos hermanas: Marta y María

    Tal vez más que de dos hermanos se trata de dos dimensiones, que todos llevamos dentro. Todos somos algo bipolares. Probablemente todos llevamos dentro algo de Caín y algo de Abel; un poco de hermano mayor cumplidor, prepotente; y algo de hijos pródigos. Todos hablamos mucho y seguramente hacemos poco, como en la parábola de hoy.

Los dos hijos representan como dos modos de entender también la libertad y la responsabilidad. Uno  habla buenas palabras y no hace nada, cosa harto frecuente también hoy. El otro dice menos, pero es responsable y trabajador.

Son posturas que se repiten en nosotros.

02.- Obras son amores, que no buenas razones.

    Así reza el refrán: más obras y menos palabras. De grandes palabras (palabrería) están llenos los espacios políticos, eclesiásticos y también los personales. Las promesas de las campañas electorales duran hasta el día siguiente de las elecciones. ¡Ya quisiéramos también que la Iglesia fuese conforme a lo que leemos en el Nuevo Testamento, en las encíclicas y documentos!, etc.

03. Ortodoxia y orto praxis.

Orto significa: recto / correcto. Doxa: doctrina / pensamiento y Praxis: práctica / acción.

Corren tiempos en los que se disfruta buscando recuperar una ultra-ortodoxia que anquilosa la vida y el evangelio, y olvidamos la ortopraxis, es decir la vida.

    Muchas veces la ortodoxia tiene poco que ver con lo que hacemos, con la ortopraxis.

  • A veces la ortodoxia no es más que una trinchera donde defendemos nuestros posicionamientos ideológicos y religiosos. Algunos movimientos religiosos modernos viven afincados en una super-ortodoxia insignificante, sin significado, pero es el “santo y seña”
  • Otras personas y actitudes hacen la verdad: están con los que sufren, los pobres, el sida, etc., incluso con una doctrina (ortodoxia) muy elemental, incluso no muy puritana para el orden establecido.

04.- La verdad no se dice, se hace.

Esta veta la recogió con energía la Teología de la Liberación.

Gustavo Gutiérrez [1] formula muy bien esta cuestión cuando dice que la “Verdad no se dice, se hace“, o también en castellano se suele decir que “obras son amores, que no buenas razones”.

Supongamos que uno recita perfectamente el Credo. Eso no quiere decir que tenga fe. Es lo mismo que el hijo que dice “sí”, pero no va a trabajar. Dicen lo que hay que decir, pero sin ninguna implicación personal.

05.- El cristianismo no son unas olimpiadas

    A veces da la impresión de que la moral católica es como el Comité Olímpico Internacional. Citius, altius, fortius: más rápido, más alto, más fuerte. Mire usted para ir a la Olimpíada hay que saltar 2,50 mts en salto de altura, además de hacer los 100 mts en 10 segundos. Bueno eso lo dice usted, pero luego, el común de los ciudadanos pasamos caminando tranquilamente por debajo del listón y hacemos los 100 mts en unos tres minutos y amigablemente.

    Algo de esto es lo que pasa en la Iglesia Católica (también en las demás iglesias y en la humanidad). La normativa es altísima, pero también es altísimo el tanto por cien de los católicos que vive, que vivimos en tensión con la Iglesia y va -vamos- por la vida como buenamente podemos. El 90% de los católicos vivimos como podemos: el que no está separado – divorciado, vive en pareja de hecho; quien no toma anticonceptivos, no va a Misa; quien no vive en discrepancia con los modos eclesiásticos, tiene dificultades con algunas interpretaciones dogmáticas y vive en tensión con la jerarquía…

    Hemos de pensar que nadie es totalmente coherente y responsable en la vida. Dios nos libre de una persona humana que sea totalmente justa, santa, perfecta. Las incoherencias y debilidades nos hacen humanos.

Un ser humano perfecto sería inhumano e insoportable, al menos en este mundo. Hemos de aprender a vivir con nuestras propias limitaciones, defectos y pecado. Cada cual somos algo de Caín y Abel, del hermano mayor y menor, del hijo que fue a trabajar a la viña y del que no fue, de Marta y María, coherentes e incoherentes al mismo tiempo. Siempre nos hará bien recordarnos lo de San Felipe de Neri (1515-1595): sed buenos si podéis, que probablemente no podremos.

06.- ¿Quién hizo la voluntad de Dios Padre?

Lo de Jesús tiene su retranca. Resulta que termina (y empieza) poniendo como modelos de cristianismo a los prototipos oficiales de pecadores: publicanos y prostitutas.

La conclusión de la parábola de JesuCristo es desconcertante y osada. Jesús pone modelos de vida escandalosos para los estamentos oficiales. Probablemente nadie se lo creyó entonces, ni hoy, que los publicanos (ladrones legales de impuestos) y las prostitutas estarán -están- por delante de nosotros en la viña del Señor, en el Reino.

Nos puede resultar escandaloso y molesto, pero en el cristianismo de Jesús las cosas -gracias a Dios- son así.

[1] Gustavo Gutiérrez es un teólogo sacerdote peruano nacido en 1928,  al que se le considera uno de los creadores-fundadores de la Teología de la Liberación latinoamericana.

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Bendito seas, por tantas personas buenas.

Lunes, 18 de septiembre de 2023
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Madre Teresa visita a Dorothy Day

Bendito seas
por tantas personas buenas
que viven y caminan con nosotros
haciéndote presente cada día
con rostro amigo de padre y madre.

Bendito seas
por quienes nos aman sinceramente,
nos ofrecen gratis, lo que tienen
y nos abren las puertas de su amistad,
sin juzgarnos ni pedirnos cambiar.

Bendito seas
por las personas que contagian simpatía
y siembran esperanza y serenidad
aún en los momentos de crisis y amargura
que nos asaltan a lo largo de la vida.

Bendito seas
por quienes creen en un mundo nuevo
aquí, ahora, en este tiempo y tierra,
y lo sueñan y no se avergüenzan de ello
y lo empujan para que todos lo vean.

Bendito seas
por quienes aman, y lo manifiestan,
y no calculan su entrega a los demás;
y por quienes infunden ganas de vivir
y comparten hasta lo que necesitan.

Bendito seas
por las personas que destilan gozo y paz
y nos hacen pensar y caminar;
y por las que se entregan y consumen
por hacer felices a los demás.

Bendito seas
por las personas que han sufrido y sufren
y creen que la violencia no abre horizontes;
y por quienes tratan de superar la amargura
y no se instalan en las metas conseguidas.

Bendito seas
por quienes hoy se hacen cargo de nosotros
y cargan con nuestros fracasos
y se encargan de que no sucumbamos
en medio de esta crisis y sus ramalazos.

Bendito seas
por tantos y tantos buenos samaritanos
que detienen el viaje de sus negocios
y se paran a nuestro lado a curarnos,
y nos tratan como ciudadanos y hasta hermanos.

Bendito seas
por la buena gente, creyente y no creyente,
que recorre nuestra tierra entregándose
y sirviendo a quienes tienen necesidades;
ellos son los nuevos santos que te hacen presente.

Bendito seas
por haber venido a nuestro encuentro
y habernos hecho hijos e hijas queridas.
Hoy podemos contar, contigo y con tantos hermanos,
a pesar de nuestra torpeza y heridas.

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

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¿Cómo Amarte y hablar de ti sin nombrarte, sin estar tú, mi amado?

Miércoles, 13 de septiembre de 2023
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Del blog De Alfonso J. Olaz El Rincón del Peregrino:

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Es como un árbol frondoso en el verano, que no tenga hojas

Unos niños que en los columpios juegan, y no sean felices como niños.

¡Amarte y hablar de ti sin nombrarte!

¡Es…!
Leerte sin lectura
Vivirte y negar lo ya vivido
Servirte sin ser tu servidor
Oírte sin ser escucha

Hablarte sin ser cuerdas de tu guitarra nueva
Memoria de saber que no es memoria lo tenido por sabido
Entendimiento, de algo comprender lo incomprendido de lo vivido
Habiendo estado con el guitarrero
Y Verte así!…

¡Amarte y hablar de ti sin nombrarte!

¡Amarte sin amarte!
Vibrar sin ser cuerdas del alma.
Al verte y no mirarte
Y Estando en tu presencia
Querer estar en total ausencia.

Amor de la guitarra del guitarrero
Humilde aprendiz de lo divino-

Que Tú, con tus dedos
de poesía,
elevas la cuerda con el cubo del agua fresca del pozo blanco.
Y este pozo esté  seco
En el jardín del jardinero.

No hay amor más grande y delicia
Que dejarse alcanzar por las flechas del amor

¡Amarte y hablar de ti sin nombrarte!

Estando tú
Sin nombrarte
Estando con el amado
Dejándose amarse
Sin preguntar nada

Amor que hiere de amor, sin heridas que desangran
Sin marcas, ni cicatrices.

¿Cómo es posible, escribir de ti, sin Amarte, sin conocerte?
Amarte y hablar de ti sin nombrarte!… 

*
Alfonso Olaz
25.08.2023

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“Duc in altum”

Martes, 5 de septiembre de 2023
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F4156AA7-8AF7-47EC-99B5-6DA059531F8C El verano se acaba y comienza el curso o se reanudan los trabajos; otros siguen. Y psicológicamente he pensado recurrir a un relato de un libro de sabiduría para alentarnos a vivir lo mejor posible este inicio con confianza, emprendería, alegría y sobre todo, camino de madurez, que necesitamos todos para poder seguir haciendo una Humanidad más humana, es decir, de “hominización a humanización”. El panorama actual no entusiasma demasiado por su fijación a etapas muy inmaduras y con cierta perversidad, por no decir maldad, a través del poder.

Este libro de sabiduría, cuyo título es «La Buena Nueva», el protagonista, un sabio, hombre totalmente libre, comprometido con los que no tienen voz o no se les escucha, inspira y transfiere confianza, se llama Jesús. De su realidad sabemos muy poco, pero ha habido muchos intentos de reconstruirlo y hacer uno de histórico, que son muchos. No se sabe el autor, en el siglo II, le pusieron un nombre, un tal Lucas. El relato es el siguiente:

En una ocasión se encontraba Jesús a orillas del lago de Genesaret, y se sentía apretujado por la multitud que quería oír el mensaje de Dios. Vio Jesús dos barcas en la playa. Estaban vacías, porque los pescadores habían bajado de ellas a lavar sus redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó en la barca y comenzó a enseñar a la gente. Cuando terminó de hablar dijo a Simón:

–Lleva la barca lago adentro, y echad allí vuestras redes, para pescar.

Simón le contestó:

–Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, puesto que tú lo mandas, echaré las redes.

Cuando lo hicieron, recogieron tal cantidad de peces que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos barcas que les faltaba poco para hundirse.

EVANGELIO DE LUCAS

Aquí entra en juego la confianza básica, punto neurálgico de la psicología profunda: Confiar en la palabra relacional del otro por su vínculo profundo. En el relato, la noche anterior, por mucho que se hubieran afanado, el trabajo fue inútil. Pero al confiar en la palabra del otro: «duc in altum»… o «mar a dentro»… las redes se les rasgaban y las barcas casi se hunden…

Dos meses sin escribir: julio y agosto. ¿Fructíferos? ¿Sanógenos? ¿Fracasados? La gobernanza del llamado Estado español ha cogido un rumbo que no da confianza: Las famosas elecciones del 23J dieron un resultado totalmente inesperado. Y ahora aún toca esperar. Ejercicio de paciencia, pero no de confianza. Aun así, la vida continúa igualmente con angustias y esperanzas, inquietudes y satisfacciones, dolores y gozos, sufrimientos y alegrías, muerte y vida. Tal vez y más evidente, desanimados, frustrados aunque haya habido un reposo. Pero, ¿no hay nada que nos empuje, que nos anime? Y en esta situación hay que confiar y echar las redes «mar a dentro»: duc in altum… En latín altum significa tanto altura como profundidad.

Y si no lo hacemos así, será un inicio de curso, de trabajo, de relaciones, de iniciativas y todo lo que podáis pensar e imaginar fracasado y destructivo antes ya de empezar. La mente puede hacernos una mala jugada. No hay que perder la confianza junto con la esperanza, pero sin dejar de ser realistas, pero no pesimistas.

Pero, en primer lugar, para poder avanzar mar adentro, hacer una buena pesca, hace falta, en mi opinión, una gran red social con hilos de empatía, de sonrisa, de comprensión, de respeto, de responsabilidad. Necesitamos una buena red grupal y resistente para poder ir mar adentro: Duc in altum. Y sabiendo, por visión global, que hay una red que controla y domina a pesar de que sólo tiene interés de “pescar” sea como sea para él: El golpe de estado global, que no mundial, por el poder financiero que no tiene fronteras y quien entra en él, que es todo el mundo, puede hundirse o sólo sobrevivir. ¿No va a depender con qué actitud se está en este sistema económico inhumano por la brecha que produce cada día más entre quien tiene confianza o desconfianza? Tema totalmente actual, pero complejo, convulso y confundido. El 90% de los medios de comunicación en manos de unas seis corporaciones provoca y genera «una opinión pervertida». Y entonces es necesario una capacidad crítica personal con confianza para navegar en este mar. Y sin olvidar que no toda opinión publicada es una opinión pública.

En segundo lugar, entrar en este mar, es necesario toda una escuela de aprendizaje, que debería ser el sistema de enseñanza, más que de educación ya que toda la sociedad educa, para ejercer la crítica razonada y realista. Por eso este duc in altum en un inicio de curso es necesario hacerlo con confianza y esperanza.

Y en tercer lugar, para pescar es necesario tener además de las redes buenos medios que nos permitan ver el fondo del mar, la brújula que nos guía, las normas vitales del mar y ganas de navegar junto con sus riesgos, que no son pocos.

Quizás aquí el relato nos quede algo corto en la lectura de su estructura superficial ante la enormidad del cambio que vivimos, y no acabamos de imaginárnoslo: Una cibercultura donde las redes no nos sirvan, tal vez tanto, pero sí el mensaje del duc in altum: La confianza en cada una y cada uno de nosotros.

Vivimos teniendo un horizonte inalcanzable, que nos atrae más que empujarnos. Además de afirmar y confirmar que la confianza es la base del crecimiento integral de la persona, asunto reconocido por autores que no pertenecen al mundo psiquista ya que en la psicología profunda es la confianza básica, es necesario que la persona lectora tome conciencia de que se tienen intuiciones profundas, fruto de la autoobservación, de la relación con los demás y básicamente del propio conocimiento en profundidad.

Y concluyo con citas algunos autores, bien conocidos. Goethe (1749-1832): Si confías en ti mismo, también inspiras confianza en los demás. O Nietzsche (1844-1900): No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no puedo creerte. O Hemingway (1899-1961): La mejor forma de saber si puedes confiar en alguien es confiando”.

No podemos evitar riesgos ya que el solo vivir es un riesgo; además, hay que aprender a escuchar y solo con confianza y firmeza, podemos no decir, sino hacer: duc in altum, volver a pescar.

Jaume Patuel i Puig
pedapsicogogo y teólogo,
MATARÓ (BARCELONA).

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Reconfigurar la vida

Lunes, 4 de septiembre de 2023
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madurez

Reconfigurar la vida:
irse contigo siguiendo tus huellas,
no dar importancia a nuestros proyectos y cosas,
cargar con la cruz que nos venga
sin perder la dignidad y la sonrisa.

Reconfigurar la vida:
ponernos en tus manos humanas y divinas,
por esos lugares de la historia
tan poco frecuentados y llenos de sorpresas.

Reconfigurar la vida:
aceptar los golpes, marcas y heridas,
pero no arrugarse ni detener el paso;
vibrar menos sin perder la música
y mantener fresca la memoria.

Reconfigurar la vida:
admirar tus surcos y huellas
en nuestra carne vieja y correosa;
abrirse a tus sugerencias
aunque no lleguemos a entenderlas.

Reconfigurar la vida:
jugar al juego que tú jugaste,
partiéndonos en tiras, esquejes o estrellas,
y compartirse con dignidad
dándose en fraternidad.

Reconfigurar la vida:
aceptar como centro, eje y motor
tu Espíritu en nuestra vida;
poner todas las cruces bajo su presencia
y exponernos con esperanza a su brisa.

Reconfigurar la vida:
descubrirnos como flor florecida
-hermosa, perfumada y distinta-;
acercarnos a los otros dignamente
y hacer un jardín para los caminantes.

Reconfigurar la vida:
vivir siendo plenamente en la tierra
aunque la situación sea pasajera;
admirar a las personas
y agradecer la vida.

Reconfigurar la vida:
no malograrla en tonterías,
no conservarla escondida
sino compartirla, sin medida,
gratis y con alegría

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

mayores_lgtb

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Sufrir por la verdad, florecer en la verdad

Lunes, 4 de septiembre de 2023
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BrianFlanaganBrian Flanagan

La publicación de hoy es de Brian Flanagan (él/él), teólogo y miembro principal del New Ways Ministry. Es ex presidente de la Facultad de Teología y, más recientemente, profesor asociado en la Universidad Marymount en Arlington, Virginia. Su investigación se centra en la eclesiología y el ecumenismo, y su libro más reciente es Tropezar en la santidad: pecado y santidad en la Iglesia. Recibió su licenciatura en la Universidad Católica de América y su maestría y doctorado en teología en Boston College. Es un hombre gay casado y feligrés de la Iglesia Holy Trinity en Georgetown, D.C.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el 22º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

“Me digo a mí mismo, no lo mencionaré,
No hablaré más en su nombre.
Pero luego se vuelve como fuego ardiendo en mi corazón,
aprisionado en mis huesos;
Me canso de aguantarlo, no puedo soportarlo”.
(Jeremías 20:9)

En la primera lectura de Jeremías de hoy, escuchamos una de las quejas épicas de las Escrituras hebreas. Continúa unos versos después: “¡Maldito el día / en que nací! / ¡Que el día que mi madre me dio a luz / nunca sea bendito! […] ¿Por qué salí del vientre, / para ver tristeza y dolor, / para terminar mis días en vergüenza?” (Jer 20:14, 18)

Jeremías nunca quiso ser profeta. Lo metieron en el cepo, lo arrojaron a un pozo, lo abandonaron sus amigos, todo por decir la verdad. E incluso mientras anunciaba al pueblo de Jerusalén su inminente derrota a manos de los babilonios, también se queja –en voz alta– de que Dios lo ha puesto en esta posición. ¿Cómo puede ser esto una buena noticia?

Si bien no sabemos nada sobre la sexualidad de Jeremiah, este episodio de su historia podría resonar en algunos católicos LGBTQ+ y sus familias. [1]  Lo que muchos de nosotros, quizás la mayoría de nosotros, esperamos es el espacio y la libertad para vivir vidas de alegría tranquila en las amistades, el trabajo, la familia y la comunidad, para lograr la santidad en el amor a Dios y a nuestro prójimo. Y, sin embargo, ¿cuántas veces se les ha pedido a las personas LGBTQ+ que guarden silencio para no molestar a alguien, causar un problema, agitar el barco o avergonzar a alguien? No estoy sugiriendo que no haya buenas razones para la discreción y la prudencia, y que nadie debería revelar ni verse obligado a revelar su sexualidad o identidad de género de una manera que pudiera ponerlo en peligro a sí mismo o a sus familias. Pero en lugares donde actos simples como tomar la mano del cónyuge o especificar los pronombres elegidos pueden recibirse como “echárnoslo en cara”, ¿por qué las personas LGBTQ+ han insistido en salir del armario de varias maneras?

La experiencia de Jeremías de ser profeta y la experiencia de los católicos LGBTQ+ de salir del armario comparten una cosa importante en común: el compromiso de decir la verdad. Cuando tratamos de escondernos en las sombras, “nos cansamos de aguantarlo”. “No podemos soportarlo”. Decirle a otro la verdad sobre quiénes somos no es parte de una gran conspiración para apoderarse del mundo, sino que está arraigado en un impulso mucho más simple y humilde: el deseo de ser honesto con los demás.

El compromiso de las personas LGBTQ+ de decir la verdad sobre sus propias vidas y sus propias experiencias puede ser un impulso profundamente religioso: un acto de fidelidad a la verdad y, por tanto, un acto de fidelidad al Dios que es la Verdad. Al negarse a cumplir con formas de “no preguntes, no digas”, las personas LGBTQ+ se niegan a ser cómplices de regímenes de mendacidad que ocultan u oscurecen la verdad. Y como hemos visto en las últimas décadas, cuanto más se dice la verdad, menos a menudo es necesario que se convierta en pronunciamientos dramáticos o declaraciones audaces. En cambio, ahora es posible que suceda con mayor frecuencia y de manera más orgánica a través de rutas más suaves y normales de compartir quién es uno o a quién ama durante una cena con un nuevo amigo o a la hora del café después de Misa. Estos actos de ser “profetas menores” han comenzado a crear el tipo de mundo que muchos de nosotros esperamos, y que creo que Dios está esperando.

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Pero decir la verdad tiene un costo: Jeremías nos muestra que decir verdades que incomodan a la gente a veces hace que te arrojen a un pozo. La lectura del Evangelio de hoy proporciona más detalles sobre el costo del discipulado. “El que quiera venir en pos de mí, debe negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme”, enseña Jesús. “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”. (Mateo 24-25)

La vida cruciforme de Jesús es el patrón de nuestras propias vidas como discípulos de Cristo, y quizás de las vidas de las personas LGBTQ+ que sufren en su compromiso con la autenticidad. Esto no significa que el sufrimiento sea de alguna manera “bueno” por sí mismo o que debamos buscarlo como una insignia de honor. Pero la fidelidad a Dios, la fidelidad a la verdad y la fidelidad a la realidad del Reino de Dios, ya pero aún no plenamente presente, conduce a menudo al sufrimiento impuesto por los poderes de este mundo.

  Nuestros hermanos LGBTQ+ en lugares y situaciones vulnerables saben muy bien lo costoso que puede ser decir la verdad. Aquellos de nosotros que tenemos la suerte de estar protegidos de un peligro tan inmediato tenemos la responsabilidad continua de ser solidarios con estos “mártires de la verdad”. También podríamos valorar –sin celebrar– las formas en que nuestro propio discipulado nos ha unido a su sufrimiento y al sufrimiento de Cristo, y consolarnos con el florecimiento más profundo al que nuestras cruces podrían llevarnos. En momentos como estos, quizás podamos orar como Jeremías, quien en medio de la queja encuentra espacio para expresar su fe:

Señor de los ejércitos, tú pruebas a los justos,
ves mente y corazón,
Déjame ver la venganza que tomas sobre ellos,
a ti he confiado mi causa.

Cantad al Señor,
alabado sea el Señor,
Porque ha salvado la vida de los pobres.
del poder de los malhechores!
(Jeremías 20:12-13)

[1] Dios le instruye a no tomar esposa ni tener hijos porque “en cuanto a los hijos e hijas nacidos en este lugar, las madres que los dan a luz, los padres que los engendran en esta tierra: De enfermedad mortal morirán. Sin lamento ni sepultura quedarán como estiércol en la tierra. La espada y el hambre acabarán con ellos, y sus cadáveres se convertirán en comida para las aves del cielo y las bestias de la tierra. (Jer 16:3-4) Cosas divertidas.

—Brian Flanagan (él/él), New Ways Ministry , 3 de septiembre de 2023

Fuente New Ways Ministry

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Si queremos ser de Jesús.

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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Si queremos ser de Jesús, ser de los suyos aquí abajo, y luego
en la bienaventurada eternidad del cielo, debemos seguirlo;
tomar la cruz y llevarla con él, siguiéndole:
imponer una regla a nuestra naturaleza herida por el pecado,
con el fin de que triunfe en ella el hombre nuevo, que fue
“creado a imagen de Dios en la justicia y la santidad verdaderas” (Ep 4, 24)

No nos dejemos engañar, cegar, ilusionar:
la cruz es siempre la única esperanza de salvación;
la ley de Dios siempre está presente, con sus diez mandamientos,
para recordar al mundo que sólo ella es el refugio seguro,
la muralla de las conciencias,
y que observándolos se posee el secreto de la paz y la tranquilidad de conciencia.
El que lo olvida, incluso el que aparece huir de todo compromiso serio,
Se reserva tarde o temprano la tristeza y la miseria.

*

Juan XXIII
Alocución del 3 de abril de 1960 La documentación católica n°1330

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*

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:

“¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.”

Jesús se volvió y dijo a Pedro:

“Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.

Entonces dijo a sus discípulos:

“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

*

Mateo 16,21-27

***

“Aprende a despreciar las cosas exteriores y dirigirte a las interiores y verás venir el Reino de Dios a ti” (Imitación de Cristo, 2,1).  Se trata de separarse, y con fuerza, de esa exterioridad en que queda aprisionada y reducida la vida del hombre, para volverse y renovar el interior, eso interioridad que caracteriza al hombre. El logro de una conquista semejante requiere distanciamiento de las cosas exteriores, yo que mientras estés ocupado en ellas no puedes pensar en ti: Cristo vendrá a ti si le has reparado en tu interior una digna vivienda; por eso el autor de la Imitación te sugiere insistentemente: hazle sitio en tu interior a Cristo y niégale la entrada a todo lo demás. ¿Cuántos desapegos no están incluidos en “todo lo demás”!

Desapego de las cosas, de todas las cosas a las que a veces se apega nuestro corazón inadvertidamente y que nos impiden adherirnos totalmente a Cristo; desapego de los lugares a los que fácilmente el corazón se vincula bajo la apariencia de bien; desapego de las personas, en el sentido de que los afectos no obstaculicen el triunfo de Cristo en nosotros ni se lo impidan a los demás…

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G. Luzzcnti,
El Reino de Dios está en medio de nosotros,
I, Milán, 1976, Wss.

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“Arriesgar todo por Jesús”. 22 Tiempo ordinario – A (Mateo 16,21-27)

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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42_TO_22_A_1698208 Es difícil no sentir desconcierto y malestar al escuchar una vez más las palabras de Jesús: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Entendemos muy bien la reacción de Pedro, que, al oír a Jesús hablar de rechazo y sufrimiento, «se lo lleva aparte y se pone a increparlo». Dice el teólogo mártir Dietrich Bonhoeffer que esta reacción de Pedro «prueba que, desde el principio, la Iglesia se ha escandalizado del Cristo sufriente. No quiere que su Señor le imponga la ley del sufrimiento».

Este escándalo puede hacerse hoy insoportable para los que vivimos en lo que Leszek Kolakowsky llama «la cultura de analgésicos», esa sociedad obsesionada por eliminar el sufrimiento y malestar por medio de toda clase de drogas, narcóticos y evasiones.

Si queremos clarificar cuál ha de ser la actitud cristiana, hemos de comprender bien en qué consiste la cruz para el cristiano, pues puede suceder que nosotros la pongamos donde Jesús nunca la puso.

Nosotros llamamos fácilmente «cruz» a todo aquello que nos hace sufrir, incluso a ese sufrimiento que aparece en nuestra vida generado por nuestro propio pecado o nuestra manera equivocada de vivir. Pero no hemos de confundir la cruz con cualquier desgracia, contrariedad o malestar que se produce en la vida.

La cruz es otra cosa. Jesús llama a sus discípulos a que le sigan fielmente y se pongan al servicio de un mundo más humano: el reino de Dios. Esto es lo primero. La cruz no es sino el sufrimiento que nos llegará como consecuencia de ese seguimiento; el destino doloroso que habremos de compartir con Cristo si seguimos realmente sus pasos. Por eso no hemos de confundir el «llevar la cruz» con posturas masoquistas, una falsa mortificación o lo que P. Evdokimov llama «ascetismo barato» e individualista.

Por otra parte, hemos de entender correctamente el «negarse a sí mismo» que pide Jesús para cargar con la cruz y seguirle. «Negarse a sí mismo» no significa mortificarse de cualquier manera, castigarse a sí mismo y, menos aún, anularse o autodestruirse. «Negarse a sí mismo» es no vivir pendiente de uno mismo, olvidarse del propio «ego», para construir la existencia sobre Jesucristo. Liberarnos de nosotros mismos para adherirnos radicalmente a él. Dicho de otra manera, «llevar la cruz» significa seguir a Jesús dispuestos a asumir la inseguridad, la conflictividad, el rechazo o la persecución que hubo de padecer el mismo Crucificado.

Pero los creyentes no vivimos la cruz como derrotados, sino como portadores de una esperanza final. Todo el que pierda su vida por Jesucristo la encontrará. El Dios que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros a una vida plena.

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José Antonio Pagola

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“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo”. Domingo 03 de septiembre de 2023. 22º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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45-OrdinarioA22Leído en Koinonia:

Jeremías 20,7-9: La Palabra del Señor se volvió oprobio para mí
Salmo responsorial 62: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Romanos 12,1-2: Presentad vuestros cuerpos como hostia viva
Mateo 16,21-27: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo

La liturgia de hoy centra la atención sobre las consecuencias dolorosas del ministerio profético y del seguimiento de Jesús. Tanto Jeremías como Mateo, llaman la atención sobre el conflicto que tienen que afrontar tanto el profeta como Jesús.

La experiencia del exilio marcó la vida del pueblo de Israel. Fue un momento muy doloroso que le exigió replantear su fe en el Dios de la Alianza. En este marco histórico se ubica el Profeta Jeremías.

Este pasaje pone de relieve el clamor del profeta porque Dios le ha seducido y le ha forzado, ha sido objeto de burla de todos y la palabra ha sido motivo de dolor y desprecio. Por eso el profeta ha querido desentenderse de la misión pero la Palabra ha sido más fuerte y, prácticamente, lo ha vencido.

La mayoría de los profetas bíblicos han sufrido experiencias similares a las de Jeremías. Son rechazados por sus propios hermanos y por las autoridades correspondientes. Muchos de ellos tuvieron que sufrir la muerte o el destierro. Pero pudo más la fidelidad a Dios y a su Pueblo que su propia seguridad y bienestar. La Palabra de Dios actúa en el profeta como un fuego abrasador que no lo deja tranquilo y lo mantiene siempre alerta en el cumplimiento de su misión.

La segunda lectura de la carta de Pablo a los cristianos de Roma utiliza un lenguaje imperativo. Estos versículos sirven de enlace entre la parte anterior de orden más indicativo. El lenguaje es exhortativo. Les habla no sólo como hermano en la fe sino con la autoridad del Apóstol. Les invita a hacer de su cuerpo una ofrenda permanente a Dios. El verdadero culto no se reduce a ritos externos sino que procede de una vida recta. El cuerpo, vehículo de la vida interior, debe ser un canto de alabanza y gratitud a Dios. En esto consiste la conversión para Pablo: en una vida totalmente transformada por el Espíritu de Dios, en el cambio de mentalidad, de valores, de horizonte. Sólo así se podrán tener los criterios de discernimiento para buscar, encontrar y realizar la voluntad de Dios.

En el evangelio nos encontramos con un bello esquema catequético «sobre el discipulado como seguimiento de Jesús hasta la cruz». Jesús pone de manifiesto a sus discípulos que el camino de la resurrección está estrechamente vinculado a la experiencia dolorosa de la cruz. El núcleo principal es el primer anuncio de la pasión. Pero los discípulos, simbolizados en la persona de Pedro, no han comprendido esta realidad. Ellos están convencidos del mesianismo glorioso de Jesús que se enmarca dentro de las expectativas mesiánicas del momento. Jesús rechaza enfáticamente esta propuesta, pues la voluntad del Padre no coincide con la expectativa de Pedro y los discípulos. Por eso Pedro aparece como instrumento de Satanás delante de Jesús para obstaculizar su misión.

El maestro invita al discípulo a continuar su camino detrás de él porque aún no ha alcanzado la madurez del discípulo. Luego Jesús se dirige a todos los discípulos para señalarles que el camino del seguimiento por parte del discípulo también comporta la cruz. No hay verdadero discipulado si no se asume el mismo camino del Maestro. El anuncio del evangelio trae consigo persecución y sufrimiento. Tomar la cruz significa participar en la muerte y resurrección de Jesús. La pérdida de la vida por la Causa de Jesús habilita al discípulo para alcanzarla en plenitud junto a Dios.

En el Bautismo hemos sido consagrados sacerdotes profetas y reyes. Por lo tanto la dimensión profética de nuestra fe es intrínseca a la consagración bautismal. Hoy no podemos prescindir del profetismo en el seguimiento de Jesús. Y sabemos que las consecuencias del profetismo, vinculado estrechamente a la misión evangelizadora, son la oposición, la persecución, el rechazo y el martirio. Muchos hombres y mujeres en distintas partes del mundo se han jugado la vida por la fe y la defensa de los valores evangélicos. Si se quiere seguir a Jesús en fidelidad tendremos que enfrentar muchas contradicciones, caminar a contravía de lo que propone el orden establecido, la cultura imperante y la globalización del mercado –que no es otra cosa que la globalización de la exclusión–.

Quisiéramos vivir un cristianismo cómodo, sin sobresaltos, sin conflictos. Pero Jesús es claro en su invitación: hay que tomar la cruz, hay que arriesgar la vida, hay que perder los privilegios y seguridades que nos ofrece la sociedad si queremos ser fieles al evangelio. ¿Cómo vivimos en la familia y en la comunidad cristiana la dimensión profética de nuestro bautismo? ¿Estamos dispuestos/as a correr los riesgos que implica el seguimiento de Jesús? ¿Conocemos personas que han vivido la experiencia del martirio por el evangelio? ¿Ya no es tiempo para mártires, o lo es para mártires de otra manera? Leer más…

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3.9.23, Dom 22 TO. Pedro corrige a Jesús; Jesús reprende a Pedro: Apártate, Satanás (Mt 16,21-27)

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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Del blog de Xabier Pikaza:

Este evangelio (Mt 16, 21‒27) y el del domingo anterior (Mt 16, 13‒20), ofrecen una radiografía de contraste de la iglesia:

– El domingo pasado Pedro decía a Jesús que era Cristo, y Jesús le prometía (concedía) las llaves de reino de los cielos. Este domingo Pedro corrige a Jesús (no vayas por cruces)  y Jesús  rechaza a Pedro: tu eres Satanás.

Cristo y Pedro, con papado al fondo.

‒ El evangelio anterior (Mt 16, 13‒20) sigue teniendo valor: Simón, hijo de Juan, confiesa a Jesús y le llama “Cristo”. Por su parte, Jesús bautiza a Simón como Piedra, concediéndole las llaves de la iglesia.

‒ El evangelio hoy (Mt 16, 21‒27) insiste en el riesgo de la confesión de Pedro, que se aprovecha de Jesús, invierte su mensaje y quiere convertirlo en signo de máxima riqueza sobre el mundo (como ha querido cierto papado).

‒ Ese riesgo se vio el año 1054 cuando el Patriarca de Bizancio rechazó el “dictado papal” (=dictadura papal) de León IX, que ratificará pronto Gregorio VII (1075), formulado de manera al menos muy ambigua.

‒ Ese riesgo suscitó la protesta y ruptura de Lutero (1517). Tenía su razón el papa (¡León X Medici!) al mantener la confesión (¡tú eres el Cristo!) pero la forma de entenderla y aplicarla fue también muy problemática.

‒ En un sentido, la confesión petrina del Papa (tú eres el Cristo) es muy positiva, aunque debe mantenerse, como dije el pasado domingo,  pero puede y debe matizarse,  como puse también de relieve, pues puede contener un elemento satánico,  como avisa Jesús en el evangelio de hoy.

Por esas y otras razones es necesario reformular el primado del Papa, desmontando muchas piedras de este Vaticano,  para que no sea simple museo del pasado.

‒ Éste me parece el intento del papa, Francisco,  que sigue firme en su propuesta sinodal de la iglesia y del papado. Dos tipos de pedros/papas parecen parece esconderse en el fondo de las iglesias, como verá quien siga leyendo esta postal.

(Imagen 1: Tú eres Pedro, cúpula el Vaticano. Imagen 2 icono muy antiguo de Pedro, siglo VI, Santa Catalina del Sinai,   con llaves y báculo en forma de cruz, Cristo arriba, y la Virgen y Juan Bautista a los lados, en un entorno de Iglesia. Imagen 3, comentario de Mateo, del que tomo esta postal)).

 Texto. Mt 16,21-27

 ‒ En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.”

Jesús se volvió y dijo a Pedro: “Apártate de mí, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.

 “Entonces dijo a sus discípulos: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.”

Introducción

Este pasaje plantea el destino y despliegue de la Iglesia primitiva, que se enfrenta ante la gran alternativa: (a) Conseguir el Reino a través de un tipo de poder militar o social, espiritual o económico (b) O dar la vida por el Reino, es decir, instaurarlo de un modo gratuito, regalando (perdiendo la propia vida en el intentoo).

Este pasaje retoma un elemento de la relación entre Jesús y Pedro, pero no habla de Pedro como persona individual, propia del pasado, sino del Pedro que (según Mateo) es signo de la estructura y organización de la Iglesia.

‒ Pedro (un tipo de Iglesia) supone que, siendo Mesías, Jesús ha de subir a Jerusalén al estilo de David y de los reyes del mundo, para triunfar en la ciudad de las promesas, instaurando el Reino en claves de poder (evidentemente al servicio de los oprimidos del pueblo, y en algún sentido de todos los necesitados), pero desde el poder, esto es, desde arriba. Quiere ser Piedra Gloriosa, base de un edificio de victoria, sin riesgo de sufrimiento, sin entrega de la vida.

‒ Pero, en contra de Pedro, Jesús decide subir a Jerusalén en un gesto de amor arriesgado, no para triunfar de un modo regio, sino para entregar su vida a favor de los demás, dispuesto a perderlo todo (aunque no como masoquista, que quiere que le maten).

‒ Al corregir a Jesús, este Pedro papal en el mal sentido de la palabra aparece como Satán (tentador) para Jesús… es decir como skándalon, es decir, como piedra que hace caer al caminante o que destruye todo el edificio. Entendido en este perspectiva, este pasaje eleva la mayor de todas las críticas posibles en contra de un Pedro establecido en clave de poder sobre la colina del Vaticano; un Pedro que puede ser bueno, incluso muy bueno, pero en clave de poder. Resulta escandaloso que un tipo de Iglesia (con buenísima voluntad) no se haya dado cuenta de ello.

Propuesta de Jesús. El Hijo de Hombre tiene que ir Jerusalén (16, 21).

  Éste es su descubrimiento, la experiencia que define de ahora en adelante el evangelio. Jesús no es masoquista: no ha venido a sufrir por sufrir, ni a morir por morir, sino a extender el reino. Pero su misma fidelidad a la misión de Dios le lleva a subir a Jerusalén, dejándolo todo, sin dinero, sin ejército, a fin de dar su vida por el Reino (es decir, por los demás, en compañía con los expulsados y pobres, los asesinados). Éste es su gran descubrimiento, el secreto mesiánico.

En esa línea, tras haber aceptado la confesión de Simón (¡Tú eres el Cristo!) y de responderle diciendo que esa confesión es la la roca firme de la Iglesia, Jesús profundiza en el tema y entiende (interpreta) su mesianismo (tarea de Reino) en una línea de entrega (hasta la muerte), como seguirá diciendo en Mt 17, 22-23; 20, 17-19) [1].

16 21 Desde entonces, comenzó Jesús a explicar (a mostrar) a sus discípulos que él debía(dei) ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser matado y resucitar al tercer día.

‒ “Dei”, la voluntad de Dios. Jesús descubre y proclama esa voluntad de Dios que se va abriendo y mostrando en su camino. No habla del Hijo del Hombre, como Mc 8, 31, sino de sí mismo, diciendo que “él debe” (dei auton) ir a Jerusalén… El tema no es el destino doloroso de una figura simbólica, como el Hijo del Hombre, sino su proceso y tarea concreta de ser humano, de Jesús como persona.

‒ Ir a Jerusalén. Jesús indica así que no se trata de un sufrimiento en general (una especie de destino cósmico), sino de un sufrimiento que proviene de su “enfrentamiento” con los poderes civiles (ancianos), religiosos (sacerdotes) y legales (escribas) de la ciudad sagrada, a favor de los pobres y expulsados. De esa forma expresa la paradoja central del evangelio. Los escribas concebían a Jerusalén como “roca de cimiento” no sólo del templo, sino de todo el pueblo de Israel, e incluso del universo entero. Pues bien, la Roca de la Iglesia es la confesión de Pedro (Jesús es el Cristo)… y el destino y tarea del Cristo es dar la propia vida para que vivan los pobres, los excluidos.

‒ De forma que será matado, pero resucitará al tercer día. Jesús descubre el carácter mortal de su decisión (subir a Jerusalén). No dice quiénes son los causantes directos de su muerte (¿sanedritas, romanos…?), pero insiste en su conflicto con la ciudad sagrada, añadiendo que “al tercer día” resucitará. No después de tres días, como en Mc 9, 31, sino al tercer día, como afirma la fórmula tradicional de la Escritura, entendiendo ese día como tiempo de culminación (muerte, transformación). Jesús confirma así que su entrega y muerte está al servicio de la llegada del Reino, es decir, de la resurrección; el Reino no llega como poder sobre los otros, sino en el gesto concreto de dar la vida por ellos, de morir con los excluidos y condenados del mundo [2].

Respuesta de Pedro, reproche de Jesús (16, 22-23).

  Pedro ha dicho que Jesús es Cristo, Hijo de Dios… y Jesús le ha respondido que eso se lo ha revelado su Padre, para añadir que él (Jesús) ha de morir en Jerusalén. Pues bien, desde su nueva situación, Pedro se cree capacitado para increpar a Jesús, marcándole su dirección, no por simple miedo, sino porque él tiene otra propuesta mesiánica, que no incluye la Cruz.

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Seguir a Jesús vale la pena. Domingo 22. Ciclo A

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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imageDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En el evangelio del domingo anterior, Pedro, inspirado por Dios, confiesa a Jesús como Mesías. Inmediatamente después, dejándose llevar por su propia inspiración, intenta apartarlo del plan que Dios le ha encomendado. El relato Mateo 16,21-27 lo podemos dividir en tres escenas.

1ª: Jesús y los discípulos (primer anuncio de la pasión y resurrección)

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Pedro acaba de confesar a Jesús como Mesías. Él piensa en un Mesías glorioso, triunfante. Por eso, Jesús considera esencial aclarar las ideas a sus discípulos. Se dirigen a Jerusalén, pero él no será bien recibido. Al contrario, todas las personas importantes, los políticos (“ancianos”), el clero alto (“sumos sacerdotes”) y los teólogos (“escribas”) se pondrán en contra suya, le harán sufrir mucho, y lo matarán. Es difícil poner de acuerdo a estos tres grupos. Sin embargo, tratándose de Jesús, coinciden en el deseo de hacerlo sufrir y eliminarlo. Esto que parece una simple conjura humana, Jesús lo interpreta como parte del plan de Dios. Por eso, no dice a los discípulos: «Vamos a Jerusalén, y allí una panda de canallas me va a perseguir y matar», sino «tengo que ir» a Jerusalén a cumplir la misión que Dios me encomienda, que implicará el sufrimiento y la muerte, pero que terminará en la resurrección.

Para la concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto resulta inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimien­to y la muerte no es desconocida al pueblo de Israel. La expresó un profeta anónimo, y su mensaje ha quedado en el c.53 de Isaías sobre el Siervo de Dios.

2ª: Pedro, portavoz de Satanás, y Jesús

Jesús termina hablando de resurrección, pero lo que llama la atención a Pedro es el «padecer mucho» y el «ser ejecutado». Según Mc 8,32, Pedro se puso entonces a reprender a Jesús, pero no se recogen las palabras que dijo. Mateo describe su reacción con más crudeza:

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:

― ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.

Jesús se volvió y dijo a Pedro:

― Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. 

Ahora no es Dios quien habla a través de Pedro, es Pedro quien se deja llevar por su propio impulso. Está dispuesto a aceptar a Jesús como Mesías victorioso, no como Siervo de Dios. Y Jesús, que un momento antes lo ha llamado «bienaventurado», le responde con enorme dureza: «¡Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar!»

Estas palabras traen a la memoria el episodio de las tentaciones a las que Satanás sometió a Jesús después del bautismo. El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado con su persona y su mensaje. Y Jesús, que no vio especial peligro en las tentaciones de Satanás, ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, como ante el demonio; no aduce tranquilamente argumentos de Escritura para rechazar al tentador, sino que está llena de violencia: «Tú piensas como los hombres, no como Dios.» Los hombres tendemos a rechazar el sufrimiento y la muerte, no los vemos espontáneamente como algo de lo que se pueda sacar algún bien. Dios, en cambio, sabe que eso tan negativo puede producir gran fruto.

3ª: Jesús y los discípulos (parábola del maletín y el joyero)

Entonces dijo Jesús a sus discípulos:

― El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

No se conocían de nada, sólo les unió compartir dos asientos de primera clase. Ella colocó en el compartimento un elegante estuche con sus joyas. Él, un pesado maletín con su portátil y documentos de sumo interés. El pánico fue común al cabo de unas horas, cuando vieron arder uno de los motores y oyeron el aviso de prepararse para un aterrizaje de emergencia. Tras el terrible impacto contra el suelo, ella renunció a sus joyas y corrió hacia la salida. Él se retrasó intentando salvar sus documentos. El cadáver y el maletín los encontraron al día siguiente, cuando los bomberos consiguieron apagar el incendio. Extrañamente, ella recuperó intacto el estuche de sus joyas.

En tiempos de Jesús no había aviones, y él no pudo contar esta parábola. Pero le habría servido para explicar la enseñanza final de este evangelio. Para entender esta tercera parte conviene comenzar por el final, el momento en el que el Hijo del Hombre vendrá a pagar a cada uno según su conducta. En realidad, sólo hay dos conductas: seguir a Jesús (salvar la vida, renunciando al joyero) o seguirse a uno mismo (salvar el maletín a costa de la vida). Seguir a Jesús supone un gran sacrificio, incluso se puede tener la impresión de que uno pierde lo que más quiere. Seguirse a uno mismo resulta más importante, salvar la vida y el maletín. Pero el avión está ya ardiendo y no caben dilaciones. El que quiera salvar el maletín, perderá la vida. Paradójicamente, el que renuncia al joyero salva la vida y recupera las joyas.

Jeremías y Jesús (Jer 20,7-9)

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción.» La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.

            La vida de Jeremías no fue fácil. Él no quería ser profeta, le objetó a Dios que era demasiado joven y que no sabía hablar. Pero el Señor no aceptó su protesta y lo obligó a transmitir el mensaje más duro en los años más difíciles del reino de Judá: cuando se avecinaba la desaparición de la monarquía, la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia.

            Al principio, todo fue bien («me sedujiste, Señor, y me dejé seducir»). Pero el tener que anunciar y justificar la desgracia futura se le convierte en una carga insoportable. Personalmente, tiene la sensación de que todo su mensaje se sintetiza en dos palabras horribles: «violencia» y «destrucción». Socialmente, esta predicación le procura críticas, burlas, persecuciones, incluso amenazas de muerte. ¿Solución? Olvidarse de Dios y de su palabra. Pero no puede hacerlo. Esa palabra arde en sus entrañas, es un fuego incontenible.

            Jeremías, igual que Jesús, se siente obligado a cumplir la misión que Dios le encomienda. Es cierto que en Jesús no encontramos la misma rebeldía, pero la reacción tan humana del profeta ayuda a comprender que, para el Señor, «tener que ir a Jerusalén» supuso también un gran sacrificio.

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