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Para el camino

Lunes, 15 de julio de 2024
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Para el camino, Señor,
no llevo oro, ni plata,
ni dinero en el bolsillo
me fío de tu palabra.

Ni tengo alforja con provisiones y repuestos,
que me basta tu compañía
y el pan de cada día.

Túnica, la puesta, sin más,
que no tengo que ocultar nada,
y el frío y el calor se atemperan
cuando se comparten, en familia.

Tampoco llevo bastón,
aunque tú dijiste que podíamos,
pues mis hermanos me sostienen y dan la mano
cuando el camino se hace duro,
y sangro, tropiezo y caigo.

Y sandalias, unas de quita y pon,
abiertas y bien ajustadas,
para evitar callos y rozaduras
en el cuerpo y en el alma,
andar ligero
y no olvidarme del suelo que piso
cuando tu Espíritu me levanta,
me mece libre, al viento,
me lleva y me arrastra.

Eso sí, voy en compañía,
desbordando ternura y paz
regalando salud y buena noticia
y caminando con alegría.

Casi ligero de equipaje,
fiándome de tu palabra,
yo te sigo y…
eso me basta.

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

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Aprendiendo a ser discípulo

Lunes, 22 de enero de 2024
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Paseando por la orilla del lago,
o recorriendo pueblos y ciudades,
o adentrándote en el silencio del desierto,
o deteniéndote en las plazas públicas,
o contemplando las muchedumbres derrengadas,
o invitándote a comer en nuestra casa,
o haciéndote presente en las sendas y encrucijadas
que frecuentamos, y en las que nos perdemos…
nos ves tan atrapados
en las redes del ayer y del presente
-en el trabajo, en la familia,
en el ocio o en el negocio,
en el paro o en el confort,
en los viajes y en las soledades,
en internet y facebook,
en los msn, twitter y skype,
en las drogas con nombre o sin él,
en las migajas de placer….

Pero Tú nos invitas y llamas a seguirte,
dejando lo que nos ata libremente,
y ofreciéndonos un nuevo horizonte
si creemos y acogemos el reino que traes.

Y nosotros te escuchamos,
y dejando todas las redes,
nos convertimos
y nos vamos contigo,
y gustamos tu buena noticia al instante.

Mas al poco tiempo,
como casi siempre,
viene la crisis,
se nos nubla el horizonte,
nos hacemos reticentes
y nos olvidamos de que nos enamoraste.

Pero Tú, que eres fiel,
vuelves a llamarnos por nuestro nombre
y a susurrarnos tus quereres
invitándonos a ser tus seguidores
para que vivamos felices.

*

Florentino Ulibarri

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Para ser discípulo

Viernes, 6 de octubre de 2023
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Del blog de los Amigos de Thomas Merton:

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“Con gran ingenuidad pensamos que el camino espiritual es transitado por «los buenos». Nada de eso: no necesitan de salud los sanos – asegura Jesús – , sino precisamente los enfermos. Nadie emprendería un camino de búsqueda espiritual si no fuera consciente, al menos en parte, de que su alma está afligida por alguna enfermedad. ¿Enfermedad? (Yo diría también: alguna carencia, algún anhelo) ¿Qué enfermedad? Nuestro cuerpo y nuestra mente nos revelan que hay algo que no funciona: nos falta espíritu. Para ser discípulo basta tomar consciencia de esta carencia, escuchar la llamada a crecer y, en fin, ponerse a caminar (“Sal de tu tierra… “Conviértete”). Ningún fallo es un verdadero obstáculo si existe el deseo honesto de superarlo (La “determinada determinación” de Santa Teresa) .

Un camino espiritual es un conjunto de pautas o consignas que orientan la transición desde un origen oscuro, o al menos insatisfactorio, hasta una meta luminosa, enseñando cómo superar las dificultades o trabas que se puedan presentar. Un camino espiritual es bueno si nunca pierde de vista ni el horizonte último al que tiende ni el paso siguiente que debe darse para ir a él: ambos polos deben permanecer siempre unidos, pues sólo esta unión es la que conforma un camino. La función del maestro espiritual es mostrar al discípulo que ese horizonte lo tiene dentro (que es su verdadera identidad) y que el siguiente paso que debe dar para alcanzarlo lo tiene ante sus ojos, al alcance de la mano”.

*

Pablo D’Ors

Biografía de la luz.
(Con algunos añadidos)

Abrahánblog

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Sufrir por la verdad, florecer en la verdad

Lunes, 4 de septiembre de 2023
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La publicación de hoy es de Brian Flanagan (él/él), teólogo y miembro principal del New Ways Ministry. Es ex presidente de la Facultad de Teología y, más recientemente, profesor asociado en la Universidad Marymount en Arlington, Virginia. Su investigación se centra en la eclesiología y el ecumenismo, y su libro más reciente es Tropezar en la santidad: pecado y santidad en la Iglesia. Recibió su licenciatura en la Universidad Católica de América y su maestría y doctorado en teología en Boston College. Es un hombre gay casado y feligrés de la Iglesia Holy Trinity en Georgetown, D.C.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el 22º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

“Me digo a mí mismo, no lo mencionaré,
No hablaré más en su nombre.
Pero luego se vuelve como fuego ardiendo en mi corazón,
aprisionado en mis huesos;
Me canso de aguantarlo, no puedo soportarlo”.
(Jeremías 20:9)

En la primera lectura de Jeremías de hoy, escuchamos una de las quejas épicas de las Escrituras hebreas. Continúa unos versos después: “¡Maldito el día / en que nací! / ¡Que el día que mi madre me dio a luz / nunca sea bendito! […] ¿Por qué salí del vientre, / para ver tristeza y dolor, / para terminar mis días en vergüenza?” (Jer 20:14, 18)

Jeremías nunca quiso ser profeta. Lo metieron en el cepo, lo arrojaron a un pozo, lo abandonaron sus amigos, todo por decir la verdad. E incluso mientras anunciaba al pueblo de Jerusalén su inminente derrota a manos de los babilonios, también se queja –en voz alta– de que Dios lo ha puesto en esta posición. ¿Cómo puede ser esto una buena noticia?

Si bien no sabemos nada sobre la sexualidad de Jeremiah, este episodio de su historia podría resonar en algunos católicos LGBTQ+ y sus familias. [1]  Lo que muchos de nosotros, quizás la mayoría de nosotros, esperamos es el espacio y la libertad para vivir vidas de alegría tranquila en las amistades, el trabajo, la familia y la comunidad, para lograr la santidad en el amor a Dios y a nuestro prójimo. Y, sin embargo, ¿cuántas veces se les ha pedido a las personas LGBTQ+ que guarden silencio para no molestar a alguien, causar un problema, agitar el barco o avergonzar a alguien? No estoy sugiriendo que no haya buenas razones para la discreción y la prudencia, y que nadie debería revelar ni verse obligado a revelar su sexualidad o identidad de género de una manera que pudiera ponerlo en peligro a sí mismo o a sus familias. Pero en lugares donde actos simples como tomar la mano del cónyuge o especificar los pronombres elegidos pueden recibirse como “echárnoslo en cara”, ¿por qué las personas LGBTQ+ han insistido en salir del armario de varias maneras?

La experiencia de Jeremías de ser profeta y la experiencia de los católicos LGBTQ+ de salir del armario comparten una cosa importante en común: el compromiso de decir la verdad. Cuando tratamos de escondernos en las sombras, “nos cansamos de aguantarlo”. “No podemos soportarlo”. Decirle a otro la verdad sobre quiénes somos no es parte de una gran conspiración para apoderarse del mundo, sino que está arraigado en un impulso mucho más simple y humilde: el deseo de ser honesto con los demás.

El compromiso de las personas LGBTQ+ de decir la verdad sobre sus propias vidas y sus propias experiencias puede ser un impulso profundamente religioso: un acto de fidelidad a la verdad y, por tanto, un acto de fidelidad al Dios que es la Verdad. Al negarse a cumplir con formas de “no preguntes, no digas”, las personas LGBTQ+ se niegan a ser cómplices de regímenes de mendacidad que ocultan u oscurecen la verdad. Y como hemos visto en las últimas décadas, cuanto más se dice la verdad, menos a menudo es necesario que se convierta en pronunciamientos dramáticos o declaraciones audaces. En cambio, ahora es posible que suceda con mayor frecuencia y de manera más orgánica a través de rutas más suaves y normales de compartir quién es uno o a quién ama durante una cena con un nuevo amigo o a la hora del café después de Misa. Estos actos de ser “profetas menores” han comenzado a crear el tipo de mundo que muchos de nosotros esperamos, y que creo que Dios está esperando.

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Pero decir la verdad tiene un costo: Jeremías nos muestra que decir verdades que incomodan a la gente a veces hace que te arrojen a un pozo. La lectura del Evangelio de hoy proporciona más detalles sobre el costo del discipulado. “El que quiera venir en pos de mí, debe negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme”, enseña Jesús. “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”. (Mateo 24-25)

La vida cruciforme de Jesús es el patrón de nuestras propias vidas como discípulos de Cristo, y quizás de las vidas de las personas LGBTQ+ que sufren en su compromiso con la autenticidad. Esto no significa que el sufrimiento sea de alguna manera “bueno” por sí mismo o que debamos buscarlo como una insignia de honor. Pero la fidelidad a Dios, la fidelidad a la verdad y la fidelidad a la realidad del Reino de Dios, ya pero aún no plenamente presente, conduce a menudo al sufrimiento impuesto por los poderes de este mundo.

  Nuestros hermanos LGBTQ+ en lugares y situaciones vulnerables saben muy bien lo costoso que puede ser decir la verdad. Aquellos de nosotros que tenemos la suerte de estar protegidos de un peligro tan inmediato tenemos la responsabilidad continua de ser solidarios con estos “mártires de la verdad”. También podríamos valorar –sin celebrar– las formas en que nuestro propio discipulado nos ha unido a su sufrimiento y al sufrimiento de Cristo, y consolarnos con el florecimiento más profundo al que nuestras cruces podrían llevarnos. En momentos como estos, quizás podamos orar como Jeremías, quien en medio de la queja encuentra espacio para expresar su fe:

Señor de los ejércitos, tú pruebas a los justos,
ves mente y corazón,
Déjame ver la venganza que tomas sobre ellos,
a ti he confiado mi causa.

Cantad al Señor,
alabado sea el Señor,
Porque ha salvado la vida de los pobres.
del poder de los malhechores!
(Jeremías 20:12-13)

[1] Dios le instruye a no tomar esposa ni tener hijos porque “en cuanto a los hijos e hijas nacidos en este lugar, las madres que los dan a luz, los padres que los engendran en esta tierra: De enfermedad mortal morirán. Sin lamento ni sepultura quedarán como estiércol en la tierra. La espada y el hambre acabarán con ellos, y sus cadáveres se convertirán en comida para las aves del cielo y las bestias de la tierra. (Jer 16:3-4) Cosas divertidas.

—Brian Flanagan (él/él), New Ways Ministry , 3 de septiembre de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Arriesgar todo por Jesús”. 22 Tiempo ordinario – A (Mateo 16,21-27)

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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42_TO_22_A_1698208 Es difícil no sentir desconcierto y malestar al escuchar una vez más las palabras de Jesús: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Entendemos muy bien la reacción de Pedro, que, al oír a Jesús hablar de rechazo y sufrimiento, «se lo lleva aparte y se pone a increparlo». Dice el teólogo mártir Dietrich Bonhoeffer que esta reacción de Pedro «prueba que, desde el principio, la Iglesia se ha escandalizado del Cristo sufriente. No quiere que su Señor le imponga la ley del sufrimiento».

Este escándalo puede hacerse hoy insoportable para los que vivimos en lo que Leszek Kolakowsky llama «la cultura de analgésicos», esa sociedad obsesionada por eliminar el sufrimiento y malestar por medio de toda clase de drogas, narcóticos y evasiones.

Si queremos clarificar cuál ha de ser la actitud cristiana, hemos de comprender bien en qué consiste la cruz para el cristiano, pues puede suceder que nosotros la pongamos donde Jesús nunca la puso.

Nosotros llamamos fácilmente «cruz» a todo aquello que nos hace sufrir, incluso a ese sufrimiento que aparece en nuestra vida generado por nuestro propio pecado o nuestra manera equivocada de vivir. Pero no hemos de confundir la cruz con cualquier desgracia, contrariedad o malestar que se produce en la vida.

La cruz es otra cosa. Jesús llama a sus discípulos a que le sigan fielmente y se pongan al servicio de un mundo más humano: el reino de Dios. Esto es lo primero. La cruz no es sino el sufrimiento que nos llegará como consecuencia de ese seguimiento; el destino doloroso que habremos de compartir con Cristo si seguimos realmente sus pasos. Por eso no hemos de confundir el «llevar la cruz» con posturas masoquistas, una falsa mortificación o lo que P. Evdokimov llama «ascetismo barato» e individualista.

Por otra parte, hemos de entender correctamente el «negarse a sí mismo» que pide Jesús para cargar con la cruz y seguirle. «Negarse a sí mismo» no significa mortificarse de cualquier manera, castigarse a sí mismo y, menos aún, anularse o autodestruirse. «Negarse a sí mismo» es no vivir pendiente de uno mismo, olvidarse del propio «ego», para construir la existencia sobre Jesucristo. Liberarnos de nosotros mismos para adherirnos radicalmente a él. Dicho de otra manera, «llevar la cruz» significa seguir a Jesús dispuestos a asumir la inseguridad, la conflictividad, el rechazo o la persecución que hubo de padecer el mismo Crucificado.

Pero los creyentes no vivimos la cruz como derrotados, sino como portadores de una esperanza final. Todo el que pierda su vida por Jesucristo la encontrará. El Dios que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros a una vida plena.

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José Antonio Pagola

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“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo”. Domingo 03 de septiembre de 2023. 22º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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45-OrdinarioA22Leído en Koinonia:

Jeremías 20,7-9: La Palabra del Señor se volvió oprobio para mí
Salmo responsorial 62: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Romanos 12,1-2: Presentad vuestros cuerpos como hostia viva
Mateo 16,21-27: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo

La liturgia de hoy centra la atención sobre las consecuencias dolorosas del ministerio profético y del seguimiento de Jesús. Tanto Jeremías como Mateo, llaman la atención sobre el conflicto que tienen que afrontar tanto el profeta como Jesús.

La experiencia del exilio marcó la vida del pueblo de Israel. Fue un momento muy doloroso que le exigió replantear su fe en el Dios de la Alianza. En este marco histórico se ubica el Profeta Jeremías.

Este pasaje pone de relieve el clamor del profeta porque Dios le ha seducido y le ha forzado, ha sido objeto de burla de todos y la palabra ha sido motivo de dolor y desprecio. Por eso el profeta ha querido desentenderse de la misión pero la Palabra ha sido más fuerte y, prácticamente, lo ha vencido.

La mayoría de los profetas bíblicos han sufrido experiencias similares a las de Jeremías. Son rechazados por sus propios hermanos y por las autoridades correspondientes. Muchos de ellos tuvieron que sufrir la muerte o el destierro. Pero pudo más la fidelidad a Dios y a su Pueblo que su propia seguridad y bienestar. La Palabra de Dios actúa en el profeta como un fuego abrasador que no lo deja tranquilo y lo mantiene siempre alerta en el cumplimiento de su misión.

La segunda lectura de la carta de Pablo a los cristianos de Roma utiliza un lenguaje imperativo. Estos versículos sirven de enlace entre la parte anterior de orden más indicativo. El lenguaje es exhortativo. Les habla no sólo como hermano en la fe sino con la autoridad del Apóstol. Les invita a hacer de su cuerpo una ofrenda permanente a Dios. El verdadero culto no se reduce a ritos externos sino que procede de una vida recta. El cuerpo, vehículo de la vida interior, debe ser un canto de alabanza y gratitud a Dios. En esto consiste la conversión para Pablo: en una vida totalmente transformada por el Espíritu de Dios, en el cambio de mentalidad, de valores, de horizonte. Sólo así se podrán tener los criterios de discernimiento para buscar, encontrar y realizar la voluntad de Dios.

En el evangelio nos encontramos con un bello esquema catequético «sobre el discipulado como seguimiento de Jesús hasta la cruz». Jesús pone de manifiesto a sus discípulos que el camino de la resurrección está estrechamente vinculado a la experiencia dolorosa de la cruz. El núcleo principal es el primer anuncio de la pasión. Pero los discípulos, simbolizados en la persona de Pedro, no han comprendido esta realidad. Ellos están convencidos del mesianismo glorioso de Jesús que se enmarca dentro de las expectativas mesiánicas del momento. Jesús rechaza enfáticamente esta propuesta, pues la voluntad del Padre no coincide con la expectativa de Pedro y los discípulos. Por eso Pedro aparece como instrumento de Satanás delante de Jesús para obstaculizar su misión.

El maestro invita al discípulo a continuar su camino detrás de él porque aún no ha alcanzado la madurez del discípulo. Luego Jesús se dirige a todos los discípulos para señalarles que el camino del seguimiento por parte del discípulo también comporta la cruz. No hay verdadero discipulado si no se asume el mismo camino del Maestro. El anuncio del evangelio trae consigo persecución y sufrimiento. Tomar la cruz significa participar en la muerte y resurrección de Jesús. La pérdida de la vida por la Causa de Jesús habilita al discípulo para alcanzarla en plenitud junto a Dios.

En el Bautismo hemos sido consagrados sacerdotes profetas y reyes. Por lo tanto la dimensión profética de nuestra fe es intrínseca a la consagración bautismal. Hoy no podemos prescindir del profetismo en el seguimiento de Jesús. Y sabemos que las consecuencias del profetismo, vinculado estrechamente a la misión evangelizadora, son la oposición, la persecución, el rechazo y el martirio. Muchos hombres y mujeres en distintas partes del mundo se han jugado la vida por la fe y la defensa de los valores evangélicos. Si se quiere seguir a Jesús en fidelidad tendremos que enfrentar muchas contradicciones, caminar a contravía de lo que propone el orden establecido, la cultura imperante y la globalización del mercado –que no es otra cosa que la globalización de la exclusión–.

Quisiéramos vivir un cristianismo cómodo, sin sobresaltos, sin conflictos. Pero Jesús es claro en su invitación: hay que tomar la cruz, hay que arriesgar la vida, hay que perder los privilegios y seguridades que nos ofrece la sociedad si queremos ser fieles al evangelio. ¿Cómo vivimos en la familia y en la comunidad cristiana la dimensión profética de nuestro bautismo? ¿Estamos dispuestos/as a correr los riesgos que implica el seguimiento de Jesús? ¿Conocemos personas que han vivido la experiencia del martirio por el evangelio? ¿Ya no es tiempo para mártires, o lo es para mártires de otra manera? Leer más…

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3.9.23, Dom 22 TO. Pedro corrige a Jesús; Jesús reprende a Pedro: Apártate, Satanás (Mt 16,21-27)

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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Del blog de Xabier Pikaza:

Este evangelio (Mt 16, 21‒27) y el del domingo anterior (Mt 16, 13‒20), ofrecen una radiografía de contraste de la iglesia:

– El domingo pasado Pedro decía a Jesús que era Cristo, y Jesús le prometía (concedía) las llaves de reino de los cielos. Este domingo Pedro corrige a Jesús (no vayas por cruces)  y Jesús  rechaza a Pedro: tu eres Satanás.

Cristo y Pedro, con papado al fondo.

‒ El evangelio anterior (Mt 16, 13‒20) sigue teniendo valor: Simón, hijo de Juan, confiesa a Jesús y le llama “Cristo”. Por su parte, Jesús bautiza a Simón como Piedra, concediéndole las llaves de la iglesia.

‒ El evangelio hoy (Mt 16, 21‒27) insiste en el riesgo de la confesión de Pedro, que se aprovecha de Jesús, invierte su mensaje y quiere convertirlo en signo de máxima riqueza sobre el mundo (como ha querido cierto papado).

‒ Ese riesgo se vio el año 1054 cuando el Patriarca de Bizancio rechazó el “dictado papal” (=dictadura papal) de León IX, que ratificará pronto Gregorio VII (1075), formulado de manera al menos muy ambigua.

‒ Ese riesgo suscitó la protesta y ruptura de Lutero (1517). Tenía su razón el papa (¡León X Medici!) al mantener la confesión (¡tú eres el Cristo!) pero la forma de entenderla y aplicarla fue también muy problemática.

‒ En un sentido, la confesión petrina del Papa (tú eres el Cristo) es muy positiva, aunque debe mantenerse, como dije el pasado domingo,  pero puede y debe matizarse,  como puse también de relieve, pues puede contener un elemento satánico,  como avisa Jesús en el evangelio de hoy.

Por esas y otras razones es necesario reformular el primado del Papa, desmontando muchas piedras de este Vaticano,  para que no sea simple museo del pasado.

‒ Éste me parece el intento del papa, Francisco,  que sigue firme en su propuesta sinodal de la iglesia y del papado. Dos tipos de pedros/papas parecen parece esconderse en el fondo de las iglesias, como verá quien siga leyendo esta postal.

(Imagen 1: Tú eres Pedro, cúpula el Vaticano. Imagen 2 icono muy antiguo de Pedro, siglo VI, Santa Catalina del Sinai,   con llaves y báculo en forma de cruz, Cristo arriba, y la Virgen y Juan Bautista a los lados, en un entorno de Iglesia. Imagen 3, comentario de Mateo, del que tomo esta postal)).

 Texto. Mt 16,21-27

 ‒ En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.”

Jesús se volvió y dijo a Pedro: “Apártate de mí, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.

 “Entonces dijo a sus discípulos: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.”

Introducción

Este pasaje plantea el destino y despliegue de la Iglesia primitiva, que se enfrenta ante la gran alternativa: (a) Conseguir el Reino a través de un tipo de poder militar o social, espiritual o económico (b) O dar la vida por el Reino, es decir, instaurarlo de un modo gratuito, regalando (perdiendo la propia vida en el intentoo).

Este pasaje retoma un elemento de la relación entre Jesús y Pedro, pero no habla de Pedro como persona individual, propia del pasado, sino del Pedro que (según Mateo) es signo de la estructura y organización de la Iglesia.

‒ Pedro (un tipo de Iglesia) supone que, siendo Mesías, Jesús ha de subir a Jerusalén al estilo de David y de los reyes del mundo, para triunfar en la ciudad de las promesas, instaurando el Reino en claves de poder (evidentemente al servicio de los oprimidos del pueblo, y en algún sentido de todos los necesitados), pero desde el poder, esto es, desde arriba. Quiere ser Piedra Gloriosa, base de un edificio de victoria, sin riesgo de sufrimiento, sin entrega de la vida.

‒ Pero, en contra de Pedro, Jesús decide subir a Jerusalén en un gesto de amor arriesgado, no para triunfar de un modo regio, sino para entregar su vida a favor de los demás, dispuesto a perderlo todo (aunque no como masoquista, que quiere que le maten).

‒ Al corregir a Jesús, este Pedro papal en el mal sentido de la palabra aparece como Satán (tentador) para Jesús… es decir como skándalon, es decir, como piedra que hace caer al caminante o que destruye todo el edificio. Entendido en este perspectiva, este pasaje eleva la mayor de todas las críticas posibles en contra de un Pedro establecido en clave de poder sobre la colina del Vaticano; un Pedro que puede ser bueno, incluso muy bueno, pero en clave de poder. Resulta escandaloso que un tipo de Iglesia (con buenísima voluntad) no se haya dado cuenta de ello.

Propuesta de Jesús. El Hijo de Hombre tiene que ir Jerusalén (16, 21).

  Éste es su descubrimiento, la experiencia que define de ahora en adelante el evangelio. Jesús no es masoquista: no ha venido a sufrir por sufrir, ni a morir por morir, sino a extender el reino. Pero su misma fidelidad a la misión de Dios le lleva a subir a Jerusalén, dejándolo todo, sin dinero, sin ejército, a fin de dar su vida por el Reino (es decir, por los demás, en compañía con los expulsados y pobres, los asesinados). Éste es su gran descubrimiento, el secreto mesiánico.

En esa línea, tras haber aceptado la confesión de Simón (¡Tú eres el Cristo!) y de responderle diciendo que esa confesión es la la roca firme de la Iglesia, Jesús profundiza en el tema y entiende (interpreta) su mesianismo (tarea de Reino) en una línea de entrega (hasta la muerte), como seguirá diciendo en Mt 17, 22-23; 20, 17-19) [1].

16 21 Desde entonces, comenzó Jesús a explicar (a mostrar) a sus discípulos que él debía(dei) ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser matado y resucitar al tercer día.

‒ “Dei”, la voluntad de Dios. Jesús descubre y proclama esa voluntad de Dios que se va abriendo y mostrando en su camino. No habla del Hijo del Hombre, como Mc 8, 31, sino de sí mismo, diciendo que “él debe” (dei auton) ir a Jerusalén… El tema no es el destino doloroso de una figura simbólica, como el Hijo del Hombre, sino su proceso y tarea concreta de ser humano, de Jesús como persona.

‒ Ir a Jerusalén. Jesús indica así que no se trata de un sufrimiento en general (una especie de destino cósmico), sino de un sufrimiento que proviene de su “enfrentamiento” con los poderes civiles (ancianos), religiosos (sacerdotes) y legales (escribas) de la ciudad sagrada, a favor de los pobres y expulsados. De esa forma expresa la paradoja central del evangelio. Los escribas concebían a Jerusalén como “roca de cimiento” no sólo del templo, sino de todo el pueblo de Israel, e incluso del universo entero. Pues bien, la Roca de la Iglesia es la confesión de Pedro (Jesús es el Cristo)… y el destino y tarea del Cristo es dar la propia vida para que vivan los pobres, los excluidos.

‒ De forma que será matado, pero resucitará al tercer día. Jesús descubre el carácter mortal de su decisión (subir a Jerusalén). No dice quiénes son los causantes directos de su muerte (¿sanedritas, romanos…?), pero insiste en su conflicto con la ciudad sagrada, añadiendo que “al tercer día” resucitará. No después de tres días, como en Mc 9, 31, sino al tercer día, como afirma la fórmula tradicional de la Escritura, entendiendo ese día como tiempo de culminación (muerte, transformación). Jesús confirma así que su entrega y muerte está al servicio de la llegada del Reino, es decir, de la resurrección; el Reino no llega como poder sobre los otros, sino en el gesto concreto de dar la vida por ellos, de morir con los excluidos y condenados del mundo [2].

Respuesta de Pedro, reproche de Jesús (16, 22-23).

  Pedro ha dicho que Jesús es Cristo, Hijo de Dios… y Jesús le ha respondido que eso se lo ha revelado su Padre, para añadir que él (Jesús) ha de morir en Jerusalén. Pues bien, desde su nueva situación, Pedro se cree capacitado para increpar a Jesús, marcándole su dirección, no por simple miedo, sino porque él tiene otra propuesta mesiánica, que no incluye la Cruz.

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Seguir a Jesús vale la pena. Domingo 22. Ciclo A

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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imageDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En el evangelio del domingo anterior, Pedro, inspirado por Dios, confiesa a Jesús como Mesías. Inmediatamente después, dejándose llevar por su propia inspiración, intenta apartarlo del plan que Dios le ha encomendado. El relato Mateo 16,21-27 lo podemos dividir en tres escenas.

1ª: Jesús y los discípulos (primer anuncio de la pasión y resurrección)

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Pedro acaba de confesar a Jesús como Mesías. Él piensa en un Mesías glorioso, triunfante. Por eso, Jesús considera esencial aclarar las ideas a sus discípulos. Se dirigen a Jerusalén, pero él no será bien recibido. Al contrario, todas las personas importantes, los políticos (“ancianos”), el clero alto (“sumos sacerdotes”) y los teólogos (“escribas”) se pondrán en contra suya, le harán sufrir mucho, y lo matarán. Es difícil poner de acuerdo a estos tres grupos. Sin embargo, tratándose de Jesús, coinciden en el deseo de hacerlo sufrir y eliminarlo. Esto que parece una simple conjura humana, Jesús lo interpreta como parte del plan de Dios. Por eso, no dice a los discípulos: «Vamos a Jerusalén, y allí una panda de canallas me va a perseguir y matar», sino «tengo que ir» a Jerusalén a cumplir la misión que Dios me encomienda, que implicará el sufrimiento y la muerte, pero que terminará en la resurrección.

Para la concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto resulta inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimien­to y la muerte no es desconocida al pueblo de Israel. La expresó un profeta anónimo, y su mensaje ha quedado en el c.53 de Isaías sobre el Siervo de Dios.

2ª: Pedro, portavoz de Satanás, y Jesús

Jesús termina hablando de resurrección, pero lo que llama la atención a Pedro es el «padecer mucho» y el «ser ejecutado». Según Mc 8,32, Pedro se puso entonces a reprender a Jesús, pero no se recogen las palabras que dijo. Mateo describe su reacción con más crudeza:

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:

― ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.

Jesús se volvió y dijo a Pedro:

― Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. 

Ahora no es Dios quien habla a través de Pedro, es Pedro quien se deja llevar por su propio impulso. Está dispuesto a aceptar a Jesús como Mesías victorioso, no como Siervo de Dios. Y Jesús, que un momento antes lo ha llamado «bienaventurado», le responde con enorme dureza: «¡Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar!»

Estas palabras traen a la memoria el episodio de las tentaciones a las que Satanás sometió a Jesús después del bautismo. El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado con su persona y su mensaje. Y Jesús, que no vio especial peligro en las tentaciones de Satanás, ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, como ante el demonio; no aduce tranquilamente argumentos de Escritura para rechazar al tentador, sino que está llena de violencia: «Tú piensas como los hombres, no como Dios.» Los hombres tendemos a rechazar el sufrimiento y la muerte, no los vemos espontáneamente como algo de lo que se pueda sacar algún bien. Dios, en cambio, sabe que eso tan negativo puede producir gran fruto.

3ª: Jesús y los discípulos (parábola del maletín y el joyero)

Entonces dijo Jesús a sus discípulos:

― El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

No se conocían de nada, sólo les unió compartir dos asientos de primera clase. Ella colocó en el compartimento un elegante estuche con sus joyas. Él, un pesado maletín con su portátil y documentos de sumo interés. El pánico fue común al cabo de unas horas, cuando vieron arder uno de los motores y oyeron el aviso de prepararse para un aterrizaje de emergencia. Tras el terrible impacto contra el suelo, ella renunció a sus joyas y corrió hacia la salida. Él se retrasó intentando salvar sus documentos. El cadáver y el maletín los encontraron al día siguiente, cuando los bomberos consiguieron apagar el incendio. Extrañamente, ella recuperó intacto el estuche de sus joyas.

En tiempos de Jesús no había aviones, y él no pudo contar esta parábola. Pero le habría servido para explicar la enseñanza final de este evangelio. Para entender esta tercera parte conviene comenzar por el final, el momento en el que el Hijo del Hombre vendrá a pagar a cada uno según su conducta. En realidad, sólo hay dos conductas: seguir a Jesús (salvar la vida, renunciando al joyero) o seguirse a uno mismo (salvar el maletín a costa de la vida). Seguir a Jesús supone un gran sacrificio, incluso se puede tener la impresión de que uno pierde lo que más quiere. Seguirse a uno mismo resulta más importante, salvar la vida y el maletín. Pero el avión está ya ardiendo y no caben dilaciones. El que quiera salvar el maletín, perderá la vida. Paradójicamente, el que renuncia al joyero salva la vida y recupera las joyas.

Jeremías y Jesús (Jer 20,7-9)

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción.» La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.

            La vida de Jeremías no fue fácil. Él no quería ser profeta, le objetó a Dios que era demasiado joven y que no sabía hablar. Pero el Señor no aceptó su protesta y lo obligó a transmitir el mensaje más duro en los años más difíciles del reino de Judá: cuando se avecinaba la desaparición de la monarquía, la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia.

            Al principio, todo fue bien («me sedujiste, Señor, y me dejé seducir»). Pero el tener que anunciar y justificar la desgracia futura se le convierte en una carga insoportable. Personalmente, tiene la sensación de que todo su mensaje se sintetiza en dos palabras horribles: «violencia» y «destrucción». Socialmente, esta predicación le procura críticas, burlas, persecuciones, incluso amenazas de muerte. ¿Solución? Olvidarse de Dios y de su palabra. Pero no puede hacerlo. Esa palabra arde en sus entrañas, es un fuego incontenible.

            Jeremías, igual que Jesús, se siente obligado a cumplir la misión que Dios le encomienda. Es cierto que en Jesús no encontramos la misma rebeldía, pero la reacción tan humana del profeta ayuda a comprender que, para el Señor, «tener que ir a Jerusalén» supuso también un gran sacrificio.

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Domingo XXII del Tiempo Ordinario. 03 Septiembre, 2023

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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“Jesús se volvió y dijo a Pedro: -¡Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como las gentes, no como Dios!”

Mt 16, 21-27

Es muy interesante ver cómo la Biblia pone al descubierto las oscuridades de sus más ilustres personajes. Las grandes figuras de sus páginas son personas con grandes defectos y pecados, desde Adán hasta Pablo, pasando por Abraham, Moisés, David o cualquiera de los Doce.

¡Ojo!, que solo aparecen referentes masculinos, pero así ha sido, las grandes figuras bíblicas, las que se han puesto como modelo, han sido varones. Mas la Biblia está también llena de mujeres que aparecen con sus sombras y que muchas veces han quedado ocultadas, olvidadas.

Pero lo que interesa en este texto es que Pedro, una de las figuras más importantes de la Iglesia primitiva, se muestra incapaz de comprender hacia dónde conduce el camino que lleva Jesús.

Pedro, uno de los íntimos de Jesús, a quien Jesús le confía la dirección de aquellos primeros discípulos está completamente equivocado. Mete la pata hasta las orejas y el evangelio nos lo cuenta sin ocultar detalle.

La verdad de nuestra debilidad no le quita nada a lo que somos a los ojos de Dios. No nos ha elegido porque seamos perfectas ni mejores que las demás. Nos ha escogido porque nos ama y nos conoce. Y quiere que nosotras nos amemos y nos conozcamos. Por eso nos hace ver nuestra oscuridad, para que no nos perdamos en ella.

Esa parte oscura lo mejor que podemos hacer en la vida es ponerla a la luz, darla a conocer. Porque cuando algo sale de la oscuridad se convierte en luz.

Tanto la Iglesia, como de manera personal, deberíamos reflexionar esta tendencia bíblica de dar a conocer los defectos y debilidades de todas las personas que bullen en sus páginas. Esa tendencia a la verdad que conduce a la Verdad con mayúsculas que es Dios.

Una tendencia a la verdad que nos hace optar por una humildad adulta y responsable que nos capacita para mostrarnos como somos aunque nos hayamos equivocado.

Oración

Ábrenos, Trinidad Santa, a nuestros propios errores, para que podamos sacarlos a la luz y dejen de crecer en la oscuridad. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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No tienes que renunciar a nada, pero como ser limitado debes estar siempre eligiendo.

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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Mt 16,21-27

El texto es continuación del leído el domingo pasado. Lo que Mateo pone hoy en boca de Jesús ni siquiera es aceptable para los seguidores. Jesús acaba de felicitar a Pedro por expresar pensamientos divinos. Ahora le critica muy duramente por pensar como los hombres. La diferencia es abismal. Pedro es coherente con lo que dijo de Jesús: tú eres el ungido, el hijo de Dios vivo. ¿A qué judío se le podía ocurrir que el Mesías iba a morir en la cruz? Ni Jesús pudo pensar tal cosa, aunque nuestros prejuicios lo ven como natural.

Los primeros cristianos tardaron mucho tiempo en armonizar las diversas maneras de concebir a Jesús. A pesar del esfuerzo, encontramos en los evangelios infinidad de incoherencias. Como Pedro, los cristianos en todas las épocas nos hemos escandalizado de la cruz. Nadie hubiera elegido para Jesús ese camino. La imagen de un Mesías victorioso es la única que puede tener sentido desde la perspectiva judía. La muerte de Jesús en la cruz es un contrasentido que se trató de integrar con una serie de argumentos contradictorios.

La muerte de Jesús fue para los primeros cristianos el punto más impactante de su vida. Seguramente el primer núcleo de los evangelios lo constituyó un relato de su pasión. No nos debe extrañar que, al redactar el resto de su vida se haga desde esa perspectiva. Hasta cuatro veces anuncia Jesús su muerte en el evangelio de Mateo. No hacía falta ser profeta para darse cuenta de que la vida de Jesús corría serio peligro. Lo que decía y lo que hacía estaba en contra de la doctrina oficial y los encargados de su custodia tenían el poder suficiente para eliminar a una persona tan peligrosa para sus intereses.

Pedro responde a Jesús con toda lógica. ¿Podía Pedro dejar de pensar como judío? Incluso el día que vinieron a prenderle, Pedro sacó la espada y atizó un buen golpe a Malco, para evitar que se llevaran al Maestro. Era inconcebible para un judío que al Mesías lo mataran los más altos representantes de Dios. El texto quiere transmitirnos la idea de un Jesús acomodado a los acontecimientos inaceptables, como representante de Dios. La radical crítica de Jesús a Pedro tiene como objetivo ordenar los juicios contradictorios que se sucedieron durante los primeros años del cristianismo.

La respuesta de Jesús a Pedro es la misma que dio al diablo en las tentaciones. Ni a los fariseos ni a los letrados, ni a los sacerdotes dirige Jesús palabras tan duras. Quiere indicar que la propuesta de Pedro era la gran tentación, también para Jesús. La verdadera tentación no viene de fuera, sino de dentro. Lo difícil no es vencerla sino desenmascararla y tomar conciencia de que ella es la que puede arruinar nuestra Vida. Jesús no rechaza a Pedro, pero quiere que descubra su verdadero mesianismo, que no coincide ni con el del judaísmo oficial ni con lo que esperaban los discípulos.

El seguimiento es muy importante en todos los evangelios. Se trata de abandonar cualquier otra manera de relacionarse con Dios y entrar en la dinámica espiritual que Jesús manifiesta en su vida. Es identificarse con Jesús en su entrega a los demás, sin buscar para sí poder o gloria. Negarse a sí mismo supone renunciar a toda ambición personal. El individualismo y el egoísmo quedan descartados de Jesús y del que quiera seguirlo. Cargar con la cruz es aceptar la oposición del mundo. Se trata de la cruz que nos infligen otras personas –sean amigas o enemigas– por ser fieles al evangelio.

En tiempo de Jesús, la cruz era la manera más denigrante de ejecutar a un reo. El carácter simbólico solo llegó para los cristianos después de comprender la muerte de Jesús. Como el relato habla de la cruz en sentido simbólico, es improbable que esas palabras las pronunciara Jesús. El condenado era obligado a cargar con la parte trasversal de la cruz (patibulum). No está hablando de la cruz voluntariamente aceptada sino de la impuesta por haber sido fiel a sí mismo y Dios. Lo que debemos buscar es la fidelidad. La cruz será consecuencia inevitable de esa fidelidad.

Jesús nos muestra el camino que nos puede llevar a una mayor humanidad. Esa propuesta es la única manera de ser humano. Todo ser humano debe aspirar a ser más; incluso ser como Dios. Pero no es fácil encontrar el camino que le lleve a su plenitud. Los argumentos finales dejan claro que las exigencias, que parecen tan duras, son las únicas sensatas. Lo que Jesús exige a sus seguidores es que vayan por el camino del amor. Aquí está la esencia del mensaje cristiano. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir en cada momento lo mejor. Verlo como renuncia es no haber entendido ni jota.

Jesús no pretende deshumanizarnos como se ha entendido con frecuencia sino llevarnos a la verdadera plenitud humana. No se trata de sacrificarse, creyendo que eso es lo que quiere Dios. Dios quiere nuestra felicidad en todos los sentidos. Dios no puede “querer” ninguna clase de sufrimiento; Él es amor y solo puede querer para nosotros lo mejor. Nuestra limitación es la causa de que, a veces, el conseguir lo mejor, exige elegir entre distintas posibilidades, y el reclamo del gozo inmediato inclina la balanza hacia lo que es menos bueno e incluso malo. Entonces mi verdadero ser queda sometido al falso yo.

La mayoría de nuestras oraciones pretenden poner a Dios de nuestra parte en un afán de salvar el ego y la individualidad, exigiéndole que supere con su poder nuestras limitaciones. Lo que Jesús nos propone es alcanzar la plenitud despegándonos de todo apego. Si descubrimos lo que nos hace más humanos, será fácil volcarnos hacia esa escala de valores. En la medida que disminuyo mi necesidad de seguridades materiales, más a gusto, más feliz y más humano me sentiré. Estaré más dispuesto a dar y a darme, aunque me duela, porque eso es lo que me hace crecer en mi verdadero ser.

Una perfecta vida biológica no supone ninguna garantía de mayor humanidad. Todo lo contrario, ganar la Vida es perder la vida, yendo más allá del hedonismo. Lo biológico es necesario, pero no es lo más importante. Sin dejar de dar la importancia que tiene a la parte sensible, debes descubrir tu verdadero ser y empezar a vivir en plenitud. La muerte afecta solo a tu ser biológico que se pierde siempre. Si accedes a la verdadera Vida, la muerte pierde su importancia. La plenitud se encuentra más allá de lo caduco: no más allá enel tiempo, sino más allá en profundidad, pero aquí y ahora.

Para ser cristiano, hay que trasformarse. Hay que nacer de nuevo. Lo natural, lo cómodo, lo que me pide el cuerpo, es acomodarme a este mundo. Lo que pide mi verdadero ser es que vaya más allá de todo lo sensible y descubra lo que de verdad es mejor para la persona entera, no para una parte de ella. Los instintos no son malos; que los sentidos quieran conseguir su objeto, no es malo. Sin embargo, la plenitud del ser humano está más allá de los sentidos y de los instintos. La vida humana no se nos da para que la guardemos y preservemos, sino para que la consumamos en beneficio de los demás.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La sabiduría de los sencillos.

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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ayudaMt 16, 21-27

«Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén ser matado y resucitar al tercer día»

Hay dos formas distintas de interpretar este pasaje. Una, Jesús, hombre verdadero, se da cuenta de que su enfrentamiento con las autoridades se está enconando, y advierte a sus discípulos del peligro que entraña seguir con él porque ese rechazo creciente puede acabar en la muerte. Y otra, Jesús, el Verbo que existe desde el principio junto al Padre, lo sabe todo y va preparando a sus discípulos para una revelación que él posee desde siempre.

Según sea nuestra postura, entenderemos la cruz como el sacrificio redentor de Jesús siguiendo “la voluntad del Padre”, o como el resultado inevitable de su predicación y la posterior reacción del poder establecido. Ambas lecturas son insuficientes, y resulta preciso hacer una síntesis adecuada que resulte coherente con la figura de Jesús que se desprende del evangelio.

Esta búsqueda de una mayor comprensión de Jesús puede estar bien, pero sabiendo que corremos el riesgo de dar demasiada importancia a los planteamientos teológicos y metafísicos propios de especialistas, y olvidar la esencia de la buena Noticia. Para nosotros, los cristianos de a pié, lo más más importante del evangelio es aquello que nos puede ayudar a dar sentido a nuestra vida: “Abbá” … “A mí me lo hicisteis” …

Así las cosas, lo que me interesa resaltar en estas línes es que la religión de Jesús no altera la vida, sino que le da sentido. En Getsemaní, Dios no libró a Jesús de beber el cáliz, pero tras la oración encontró sentido a su sacrificio, y aquel hombre angustiado hasta el extremo fue capaz de afrontar con coraje inaudito su destino. Y lo mismo ocurrió en la cruz, que, tras sentirse abandonado por Dios, pasó a un acto de confianza plena seguro de que al otro lado de la muerte le esperaban los brazos amorosos de su Padre: «En tus manos encomiendo mi espíritu»

Dios no es el que me libra de la mala suerte, ni de la enfermedad ni de las calamidades. Dios no es el que me facilita la vida. Esa concepción de Dios tan propia del judaísmo se acabó con Jesús, y todos aquellos que la alentaban entendieron el peligro que entrañaba y decretaron su muerte.

Jesús nos invita a una religiosidad mucho más profunda que la de escribas y fariseos. Dios no es un parche a las dificultades de la vida, sino el sentido de todo; de lo bueno y lo malo, de lo agradable y lo desagradable. Como decía Ruiz de Galarreta: «El Reino no es huir de la realidad humana, sino dar pleno sentido a toda realidad humana»

Y ésa es la auténtica sabiduría; la sabiduría de los sencillos.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Como un parto.

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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wp_20170802_13_59_22_pro-e1503912088272Es poco común escuchar en nuestras comunidades eclesiales el lenguaje en femenino, y mucho menos expresiones de la vida y realidad profunda de lo que sentimos, pensamos y percibimos las mujeres.

Así la Palabra pierde fuerza para nosotras, lo cual es una gran lacra para la espiritualidad y estilo de vida de más de la mitad de la humanidad creyente, y sigue sin importarles a los que se otorgan la autoridad divina de decidir quién habla y quien se calla, aún hoy.

La expresión original de los textos bíblicos es interpretada siempre por una mente masculina, en detrimento de la riqueza femenina, de la mente y percepción de más del noventa por cien de las personas que  “están en ello, que están ahí”.

Si quisieran, también ellos podrían ser uno más y aportar su talento, no su autoritarismo que tanto daño ha hecho y sigue haciendo, sobre todo a la riqueza femenina que el Espíritu/Ruah ha regalado a la historia, al Universo y que por falta de respeto, por falta de Shemá, se ha ido dispersando y está en la otra orilla, posiblemente más cerca del Reino, también hoy.

Este mes de Agosto hemos celebrado a dos mujeres extra-ordinarias: Clara de Asís, posiblemente una de las primeras que enfrentó al papa por  conseguir lo que el Espíritu le decía a ella y a su comunidad, consiguiendo un poco de espacio, pero no pudo evitar que las metieran detrás de las rejas cuyo carisma original no lo consideraba…y Edith Stein, luego llamada Teresa Benedicta de la Cruz, asesinada durante el holocausto aún a pesar de haberse convertido al catolicismo y ser religiosa. La raza no perdona. Esta mujer nos deja un tesoro literario-filosófico y espiritual: una de sus frases me ayuda para un discernimiento a pie de calle: “es en la oración donde encontrarás la luz para ver por donde seguir, no en los análisis y razonamientos.

Por último, antes del texto, compartir que aún en los ambientes más abiertos aparentemente, sigue dominando mucho ese hacer masculino: nos decía una teóloga de la liberación que ese maravilloso movimiento se vino abajo mayormente porque la teoría de la igualdad era preciosa en las reuniones y textos…pero en la realidad la cultura y la vida misma seguía siendo machista, patriarcal, opresora… y parece que el Espíritu se fue retirando al ver que era más de lo mismo, que allí no había hueco para la metanoia que tanto hambreaban y hambreamos.

Y de pronto, como una brisa en mitad de un calor abrasador, Jeremías irrumpe en este primer domingo de septiembre, como iniciando para nosotrxs el curso con una contraseña siempre actual, una que nunca se gasta ni envejece, ni pasa de moda, pero sí muy obviada: “tú me sedujiste y yo me dejé seducir…

Es un lenguaje poco masculino, y por ello le damos las gracias. ¡Cuántas vocaciones ha despertado e interpretado esta frase! Y continúa  “Tu palabra era como fuego ardiendo en mis huesos…”

Lenguaje de una persona atrapada por la fuerza centrípeta del amor, del amor que integra a la persona entera y la dispone para la vida. Esa persona que se deja atrapar en esa espiral de vida y amor personal, redunda en entrega total, rendida y fiel al amor que le invade.

Desde ahí tiene sentido asumir el parto del que nos habla en lenguaje de cruz, el evangelio.

Quien se acerca al Dios vivo queda preñado de vida. Y esa vida tiene que gestarse, nacer y crecer. El seguimiento es como una larga gestación donde sólo quien es consciente de la vida de Dios que lleva dentro la cuida, la alimenta y la comparte.

Tomar la cruz es acoger la Vida, dejar lo que le hace daño…

Jesús avisa que va a padecer mucho a causa del poder del dinero, de los líderes religiosos e intelectuales que pasarán a la ofensiva contra él. Y nos indica que la muerte no será la última palabra.

Las palabras de Pedro concretan la tercera gran tentación, la del poder y la gloria. Pedro es obstáculo porque quiere desviar el mesianismo de Jesús hacia el poder y el triunfo.

Entonces Jesús irrumpe, en nuestro texto de hoy, con un elenco sencillo de Condiciones del Seguimiento:

Precedido de una firme adhesión inicial: venirse conmigo

– renunciar a toda ambición personal

– aceptar ser perseguido por la sociedad, incluso a ser condenado a muerte

– “ser” contra la vanidad de poder y de tener

Es un proceso de muerte del yo con todas sus tretas y ambiciones recónditas disfrazadas de bondad, generosidad, altruismo…para asumir la desnudez de lo auténtico; lo peligroso de adherirte a alguien; la total intemperie, que nos remite a no buscar refugios fáciles…sino asumir, en carne propia el proceso de gestar vida.

Por todo ello, a la hora de poner cuerpo al texto de hoy emerge la imagen de un embarazo: el feto está adherido a ti y tú a él. Lo que cuenta es la vida, no la belleza,  ni el éxito, ni el poder…que queda tan relativizado frente al amor apasionado de una madre para conseguir dar a luz. Y por ello no repara en optar por lo mejor para la vida en gestación, aún que le cueste dolor, sacrificio, renuncia, incluso la propia vida, porque esta valentía es innata en la persona.

Cuántas personas también hoy nos dejamos seducir por la Vida que   se nos otorga el privilegio de gestar, eso sí, asumiendo los riesgos de la gestación que es donde la mayoría retrocede porque tal vez lo que falta no es valentía sino amor apasionado, dejarnos seducir como Jeremías y como Clara y como Edith y como las beguinas que permearon Europa de Vida. Ojalá acojamos su espíritu con la sabiduría de ver el momento y responder con nuestra vida.

Y luego sí, el Reino tiene rostro humano, rostro de criatura viva, rostro de comunidad y de bienaventuranza y de Magnificat. Y la cruz, como el parto, la herramienta para liberarnos de tanto ego acumulado. Acabo de saber que tres diócesis de California, donde he tenido el honor de trabajar y estudiar, se han declarado en bancarrota por el tema indemnizaciones por abusos. Eso significa, de nuevo, que la ausencia de Vida es lo que domina y que tantas personas que trabajan por la justicia, por una pastoral familiar, de jóvenes…se quedarán en la calle.

¡Cuánto amor de seducción por el Amado ha faltado en la institución! Acabemos con la ausencia poniendo presencia, y en esto las mujeres somos número uno. Lo fueron también nuestras hermanas y hermanos que así lo vivieron.

Buen inicio de curso para todxs,

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Fuente Fe Adulta

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El ego ante el dolor.

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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IMG_0390Domingo XXII del Tiempo Ordinario

03 septiembre 2023

Mt 16, 21-27

El guion por el se rige el ego es muy simple: “La vida está ahí para responder a mis expectativas”. A partir de ese axioma, traza una línea divisoria entre aquello que le agrada y aquello que lo frustra. Mientras trata de aferrar lo primero por todos los medios, rechazará con la misma fuerza lo segundo. Nace así la conocida como “ley del apego y de la aversión”. Y así discurrirá la existencia del ego, entre el apego insaciable y el rechazo airado.

Con tales premisas, resulta sencillo entender que para el ego será “bueno” aquello que le agrada y “malo” aquello que lo amenaza; será “verdadero” aquello que lo sostiene y fortalece y “falso” aquello que lo pone en peligro.

En consecuencia, lo más temido por el ego es el dolor y la muerte. Mientras el primero hace aflorar su vulnerabilidad dolorosa, la segunda significa su final. ¿Cómo podría no temerlos? Y dado que, en último término, no se pueden evitar, tratará de ocultarlos o incluso de vivir como si no existieran. Desde el ego no hay salida posible.

Y se produce una paradoja inesperada, sabiamente denunciada por Jesús: cuanto más queremos que el ego esté a salvo, más estamos perdiendo la vida. Y la perdemos porque nos hemos encerrado en la ignorancia de base, olvidando que no somos el ego -con el que nos habíamos identificado, viviendo según sus criterios-, sino la vida misma que se halla siempre a salvo.

Todo ello no niega la dureza del dolor ni el desgarro que, en ocasiones, puede llegar a producir, como cuando se te parte el corazón por una pérdida y te ves envuelto en completa oscuridad. Ante el dolor de las personas, necesitamos descalzarnos, en actitud de respeto y compasión eficaz. Cuando nos alcanza a nosotros mismos, tal vez -aun en medio de la secuencia de oleajes que se suceden y parecen arrasar con todo- podamos abrirnos al silencio y, desde él, a la Vida y al Amor que somos en profundidad, y que sostienen el dolor despertado. Sin duda, la sabiduría se halla en el Silencio de la mente. Y, con ella, la comprensión experiencial de lo que somos.

“Perder la vida por mí” significa morir a la identificación con el ego -a esa creencia errónea- porque hemos comprendido que no somos el ego, sino el “Yo soy” (el “mí”, que nombra Jesús)) que constituye el Fondo último de todo lo que es.

El trabajo de desidentificación del ego requiere silencio mental. Porque solo acallando el griterío de la mente y sus discursos aprendidos y repetitivos, podremos acceder a “aquello” que no tiene nombre, pero que percibiremos nítidamente en nuestro interior…, cuando mantenemos el silencio consciente.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿Por qué no seduce hoy JesuCristo?

Domingo, 3 de septiembre de 2023
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

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Habitualmente la homilía se centra y versa sobre el Evangelio del día. Pero hoy la 1ª lectura del profeta Jeremías tiene un gran encanto y una fuerza muy viva: Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir… Por eso, leamos hoy el evangelio desde el AT.

    El eje central de la Palabra de hoy podría ser este: seguir a Cristo porque nos ha sobrecogido, nos ha seducido.

01.- Seguimos al Señor porque nos ha seducido / seducir

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir,  hemos escuchado al profeta Jeremías.

Seducir significa una fuerte atracción que hace o invita a “salir de uno mismo hacia otra realidad, hacia otra persona”. Seducir es embargar o cautivar el ánimo por alguna realidad.  Seducir es ejercer sobre alguien una gran influencia y atractivo. (Diccionario de la Real Academia de la Lengua). [1]

Es evidente que hay realidades en la vida que ejercen una gran atracción, una gran fascinación: la belleza física y espiritual, el arte (la emoción estética), el sentimiento de pertenencia a una cultura-nación (donde uno ha nacido), la sexualidad, la vocación religiosa, la “llamada” al matrimonio, la fe, los valores de algunas personas, etc.

+ Cuando un chico y una chica se encuentran en la vida, se produce una gran seducción. La afectividad y la sexualidad ejercen una fuerte fascinación y seducción.

+ Cuando san Pablo “cayó del burro”, más que del caballo, quedó seducido por Cristo, lo mismo que san Ignacio de Loyola y tantos otros en la historia.

Ese encanto y seducción a veces reviste formas de serenidad profunda.

+ Cuando un enfermo terminal ve en su mesilla la imagen de la Virgen de su pueblo o mira su alianza matrimonial, abre infinitos recuerdos, vivencias, probablemente que evocan más paz que todas las teologías de la historia.

+ Una conversación reconciliadora con un familiar con el que la historia ha sido turbulenta, es fuente de serenidad sobrecogedora.

No sé si me equivoco al pensar y decir que la seducción es una fuerza “no racional” que “arrastra” al ser humano. “Irracional” no significa que no sea valiosa y buena, mucho menos quiero decir que lo no racional sea algo malo, sino que quiero decir que no depende, al menos no depende exclusivamente de la razón.

02.- Seguir a Cristo es tomar la cruz.

Quien quiera seguirme, que tome su cruz.

    No es que sea un consejo piadoso, sino que la vida misma es así. La vida es esfuerzo y descanso, placer y muerte que decía Freud, es ascética y mística.

Seguir a Cristo o simplemente vivir humanamente es el camino del Éxodo, de la libertad que requiere esfuerzo y, a veces, removernos de nuestra vida cómoda. El desierto es siempre arduo. La libertad, ser libres, es algo trabajoso y difícil. La libertad es dura pero realizadora.

    Hay situaciones y momentos en los que hemos de tomar la cruz que la vida nos depara: la enfermedad, los cansancios de la edad, del trabajo, la cansera y la tristeza de algunas situaciones, el esfuerzo del trabajo y las tareas que hemos de hacer, etc…

Seguir a Cristo es dejarse embargar y seducir por su bondad, por su salvación. La seducción cristiana no es una cuestión racional y especulativa, mucho menos pertenece al Derecho Canónico. El Derecho Canónico puede que sea necesario, pero desde luego no seduce a nadie. Seguir a Cristo es dejarse impregnar no por lo que se puede o no se puede hacer, por lo que hay que cumplir, sino que seguir a Cristo es quedar embargado de la paz y serenidad profundas que nos vienen del Señor

    Hemos dado forma a nuestro ser cristiano en una teología, en una dimensión casi exclusivamente racionalista, doctrinal, ritual, jurídico-legal y moral.

    Sin embargo, la seducción del Señor proviene de la acogida del misterio último de la vida, del sentido de todo esto que la vida nos pone en nuestras manos, del amor, de la entrega, de la oración y contemplación.

En la vida, sobre todo a ciertas edades, nos hace bien sentir y vivir en la llamada seductora del Señor. Poco más podremos hacer y nos hace bien vivir según dice el profeta Jeremías:

Tu Palabra era  en mis entrañas fuego ardiente,

que algo tiene de la calidez de Emaús.

[1] También la seducción tiene otras acepciones de engaño, pero no vienen al caso.

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Pero también puedo ser discípulo.

Lunes, 5 de septiembre de 2022
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Podría seguir así,

tirando más o menos como hasta ahora,
manteniendo el equilibrio prudentemente,
justificando mis opciones y decisiones,
diciendo sí aunque todo sea a medias…
Pero también puedo ser… discípulo.

Más que nunca quiero ser dueño
de mis hechos, pasos y vida,
no renunciar a la libertad conseguida,
entregarme a los míos con cariño,
y tener esa serena paz del deber bien cumplido…
Pero también puedo ser… discípulo.

Puedo cargar con mi cruz, quizá con la tuya;
también complicarme la vida
y complicársela a otros con osadía,
hablar de tu buena noticia
y sembrar nuevas utopías…
Pero también puedo ser… discípulo.

Anhelo hacer proyectos,
proyectos vivos y sólidos
para un futuro más humano y solidario;
deseo trabajar, ser eficaz,
dar en el clavo y acertar…
Pero también puedo ser… discípulo.

Soy capaz de pararme y deliberar,
escuchar, contrastar y discernir;
a veces, me refugio en lo sensato,
otras, lanzo las campanas al vuelo
y parece que rompo moldes y modelos…
Pero también puedo ser… discípulo.

Puedo entretenerme en cosas buenas,
agradecer, día a día, mi tarea, mi suerte,
mis amigos, mis estudios,
mi vida sana y solvente;
puedo construir torres y puentes…
Pero también puedo ser… discípulo.

No siempre acabo lo que emprendo;
otras arriesgo y no acierto,
o me detengo haciendo juegos de equilibrio;
me gusta dejar las puertas abiertas, por si acaso.
y la agenda con huecos…
Pero también puedo ser… discípulo.

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

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Para el camino

Lunes, 12 de julio de 2021
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Para el camino, Señor,
no llevo oro, ni plata,
ni dinero en el bolsillo
me fío de tu palabra.

Ni tengo alforja con provisiones y repuestos,
que me basta tu compañía
y el pan de cada día.

Túnica, la puesta, sin más,
que no tengo que ocultar nada,
y el frío y el calor se atemperan
cuando se comparten, en familia.

Tampoco llevo bastón,
aunque tú dijiste que podíamos,
pues mis hermanos me sostienen y dan la mano
cuando el camino se hace duro,
y sangro, tropiezo y caigo.

Y sandalias, unas de quita y pon,
abiertas y bien ajustadas,
para evitar callos y rozaduras
en el cuerpo y en el alma,
andar ligero
y no olvidarme del suelo que piso
cuando tu Espíritu me levanta,
me mece libre, al viento,
me lleva y me arrastra.

Eso sí, voy en compañía,
desbordando ternura y paz
regalando salud y buena noticia
y caminando con alegría.

Casi ligero de equipaje,
fiándome de tu palabra,
yo te sigo y…
eso me basta.

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

“Arriesgar todo por Jesús”. 22 Tiempo ordinario – A (Mateo 16,21-27)

Domingo, 30 de agosto de 2020
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No es fácil asomarse al mundo interior de Jesús, pero en su corazón podemos intuir una doble experiencia: su identificación con los últimos y su confianza total en el Padre. Por una parte sufre con la injusticia, las desgracias y las enfermedades que hacen sufrir a tantos. Por otra confía totalmente en ese Dios Padre que nada quiere más que arrancar de la vida lo que es malo y hace sufrir a sus hijos.

Jesús estaba dispuesto a todo con tal de hacer realidad el deseo de Dios, su Padre: un mundo más justo, digno y dichoso para todos. Y, como es natural, quería encontrar entre sus seguidores la misma actitud. Si seguían sus pasos, debían compartir su pasión por Dios y su disponibilidad total al servicio de su reino. Quería encender en ellos el fuego que llevaba dentro.

Hay frases que lo dicen todo. Las fuentes cristianas han conservado, con pequeñas diferencias, un dicho dirigido por Jesús a sus discípulos: «Si uno quiere salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará». Con estas palabras tan paradójicas, Jesús les está invitando a vivir como él: agarrarse ciegamente a la vida puede llevar a perderla; arriesgarla de manera generosa y valiente lleva a salvarla.

El pensamiento de Jesús es claro. El que camina tras él, pero sigue aferrado a las seguridades, metas y expectativas que le ofrece su vida, puede terminar perdiendo el mayor bien de todos: la vida vivida según el proyecto salvador de Dios. Por el contrario, el que lo arriesga todo por seguirle encontrará vida entrando con él en el reino del Padre.

Quien sigue a Jesús tiene con frecuencia la sensación de estar «perdiendo la vida» por una utopía inalcanzable: ¿No estamos echando a perder nuestros mejores años soñando con Jesús? ¿No estamos gastando nuestras mejores energías por una causa inútil?

¿Qué hacía Jesús cuando se veía turbado por este tipo de pensamientos oscuros? Identificarse todavía más con los que sufren y seguir confiando en ese Padre que puede regalarnos una vida que no puede deducirse de lo que experimentamos aquí en la tierra.

José Antonio Pagola

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“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo”. Domingo 30 de agosto de 2020. 22º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 30 de agosto de 2020
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45-OrdinarioA22Leído en Koinonia:

Jeremías 20,7-9: La Palabra del Señor se volvió oprobio para mí
Salmo responsorial 62: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Romanos 12,1-2: Presentad vuestros cuerpos como hostia viva
Mateo 16,21-27: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo

La liturgia de hoy centra la atención sobre las consecuencias dolorosas del ministerio profético y del seguimiento de Jesús. Tanto Jeremías como Mateo, llaman la atención sobre el conflicto que tienen que afrontar tanto el profeta como Jesús.

La experiencia del exilio marcó la vida del pueblo de Israel. Fue un momento muy doloroso que le exigió replantear su fe en el Dios de la Alianza. En este marco histórico se ubica el Profeta Jeremías.

Este pasaje pone de relieve el clamor del profeta porque Dios le ha seducido y le ha forzado, ha sido objeto de burla de todos y la palabra ha sido motivo de dolor y desprecio. Por eso el profeta ha querido desentenderse de la misión pero la Palabra ha sido más fuerte y, prácticamente, lo ha vencido.

La mayoría de los profetas bíblicos han sufrido experiencias similares a las de Jeremías. Son rechazados por sus propios hermanos y por las autoridades correspondientes. Muchos de ellos tuvieron que sufrir la muerte o el destierro. Pero pudo más la fidelidad a Dios y a su Pueblo que su propia seguridad y bienestar. La Palabra de Dios actúa en el profeta como un fuego abrasador que no lo deja tranquilo y lo mantiene siempre alerta en el cumplimiento de su misión.

La segunda lectura de la carta de Pablo a los cristianos de Roma utiliza un lenguaje imperativo. Estos versículos sirven de enlace entre la parte anterior de orden más indicativo. El lenguaje es exhortativo. Les habla no sólo como hermano en la fe sino con la autoridad del Apóstol. Les invita a hacer de su cuerpo una ofrenda permanente a Dios. El verdadero culto no se reduce a ritos externos sino que procede de una vida recta. El cuerpo, vehículo de la vida interior, debe ser un canto de alabanza y gratitud a Dios. En esto consiste la conversión para Pablo: en una vida totalmente transformada por el Espíritu de Dios, en el cambio de mentalidad, de valores, de horizonte. Sólo así se podrán tener los criterios de discernimiento para buscar, encontrar y realizar la voluntad de Dios.

En el evangelio nos encontramos con un bello esquema catequético «sobre el discipulado como seguimiento de Jesús hasta la cruz». Jesús pone de manifiesto a sus discípulos que el camino de la resurrección está estrechamente vinculado a la experiencia dolorosa de la cruz. El núcleo principal es el primer anuncio de la pasión. Pero los discípulos, simbolizados en la persona de Pedro, no han comprendido esta realidad. Ellos están convencidos del mesianismo glorioso de Jesús que se enmarca dentro de las expectativas mesiánicas del momento. Jesús rechaza enfáticamente esta propuesta, pues la voluntad del Padre no coincide con la expectativa de Pedro y los discípulos. Por eso Pedro aparece como instrumento de Satanás delante de Jesús para obstaculizar su misión.

El maestro invita al discípulo a continuar su camino detrás de él porque aún no ha alcanzado la madurez del discípulo. Luego Jesús se dirige a todos los discípulos para señalarles que el camino del seguimiento por parte del discípulo también comporta la cruz. No hay verdadero discipulado si no se asume el mismo camino del Maestro. El anuncio del evangelio trae consigo persecución y sufrimiento. Tomar la cruz significa participar en la muerte y resurrección de Jesús. La pérdida de la vida por la Causa de Jesús habilita al discípulo para alcanzarla en plenitud junto a Dios.

En el Bautismo hemos sido consagrados sacerdotes profetas y reyes. Por lo tanto la dimensión profética de nuestra fe es intrínseca a la consagración bautismal. Hoy no podemos prescindir del profetismo en el seguimiento de Jesús. Y sabemos que las consecuencias del profetismo, vinculado estrechamente a la misión evangelizadora, son la oposición, la persecución, el rechazo y el martirio. Muchos hombres y mujeres en distintas partes del mundo se han jugado la vida por la fe y la defensa de los valores evangélicos. Si se quiere seguir a Jesús en fidelidad tendremos que enfrentar muchas contradicciones, caminar a contravía de lo que propone el orden establecido, la cultura imperante y la globalización del mercado –que no es otra cosa que la globalización de la exclusión–.

Quisiéramos vivir un cristianismo cómodo, sin sobresaltos, sin conflictos. Pero Jesús es claro en su invitación: hay que tomar la cruz, hay que arriesgar la vida, hay que perder los privilegios y seguridades que nos ofrece la sociedad si queremos ser fieles al evangelio. ¿Cómo vivimos en la familia y en la comunidad cristiana la dimensión profética de nuestro bautismo? ¿Estamos dispuestos/as a correr los riesgos que implica el seguimiento de Jesús? ¿Conocemos personas que han vivido la experiencia del martirio por el evangelio? ¿Ya no es tiempo para mártires, o lo es para mártires de otra manera? Leer más…

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Dom 22, Mateo 16,21-27. 30.8.20. Apártate de mí, Satanás: Inversión de Pedro y Papado

Domingo, 30 de agosto de 2020
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PetersinaiDel blog de Xabier Pikaza:

El evangelio de este domingo (Mt 16, 21‒27) con el anterior (Mt 16, 13‒20) forma la roca de sustentación de la iglesia y, al mismo tiempo, su mayor riesgo y problema:

‒ Jesús ha fundado su iglesia sobre la confesión de Pedro, que le dice “Tú eres el Cristo”, eres Hijo (=presencia) de Dios y plenitud (=salvación) de los hombres.

‒ Pero, al negarse a seguir el camino de Jesús, Pedro se convierte en Satanás, Diablo concreto y real, no los diablos míticos y folclóricos de la Iglesia.

Este Pedro Papa (en clave de “poder”) es la “inversión” de Cristo, en los dos sentidos de la palabra. (a) Invierte su “dinero” en Cristo, convirtiéndole en poder-dinero y de esa forma se hace rico, de manera simbólica y sacral. (b) Pero, al hacerlo, invierte a Cristo, le da la vuelta, queriendo hacerle (y haciéndose) Satanás.

27.08.2020 | X.Pikaza

Paradoja de un papado

‒ El evangelio anterior (Mt 16, 13‒20) queda firme: Simón, hijo de Juan, confiesa a Jesús y le llama “Cristo”. Jesús responde a Simón y le llama Pedro/Piedra, afirmando que sobre esa roca de su confesión fundará la iglesia.

‒ El de hoy (Mt 16, 21‒27) ratifica lo anterior, destaca su peligro: y traza el riesgo de la confesión de Pedro, que se aprovecha de Jesús, invierte su mensaje y quiere convertirlo en signo de máxima riqueza sobre el mundo (como ha querido cierto papado).

Esa paradoja del papado la vio el año 1054 el Patriarca de Constantinoplaal rechazar el “dictatus papae” (=dictadura papal) de León IX, que ratificará pronto Gregorio VII (1075). La confesión de Pedro (tú eres Cristo) se convierte en esa línea en lo contrario: “Yo puedo dominar sobre el orbe de la tierra”.

Esa paradoja suscitó la protesta y ruptura de Lutero (1517). Tenía razón el papa (¡León X, un financiero Medici!) al mantener la confesión (¡tú eres el Cristo!) pero la quiso plasmar construyendo (a su honra) el mayor edificio (basílica: casa del rey) sobre la tierra.

El Papado Vaticano tiene un elemento positivo: Decir sobre todos los vientos “tú eres el Cristo”… y en ese sentido debe mantenerse, con la respuesta de Jesús (tú es Petrus, tú eres Pedro…), y así quiero confesarlo, sin vacilación, como católico, leyendo y actualizando el evangelio.

‒ Pero en su forma actual tiene también un elemento satánico pues se alza sobre una base de poder(¡el mayor poder simbólico del mundo!), signo de firmeza, riqueza, estabilidad. No es un edificio para “dar la vida”, entregarla por los otros, como Jesús pide a Pedro, sino para conservarla, mantenerla, asegurarla.

Por eso es necesario desmontar este Vaticano,convirtiéndolo en museo, para ciertas ceremonias de recuerdo, de forma que el Papa‒Pedro pueda ser lo que quiere Cristo: Aquel que da la vida por los otros, al descampado del mundo…

Éste me parece el intento del papa actual, Francisco, aunque de un modo sutil y miedoso, sin llegar quizá hasta el fin de su propuesta. Ha comenzado a salir del Vaticano, a desmontar sus engranajes, pero va despacio, quizá no se atreve.

De eso seguiré hablando mañana, con una reflexión de M. Losada. Hoy quiero sólo comentar el evangelio del domingo, que es más fuerte (consolador y duro) que todo lo que yo pueda decir. Como de costumbre, en estos casos, me limito a retomar y condensar lo que digo en mi Comentario de Mateo.

(El icono más antiguo de Pedro, siglo VI, Santa Catalina del Sinai, antes de las luchas iconoclastas, con las llaves y el báculo en forma de cruz, con Cristo arriba, y la Virgen y Juan Bautista a los lados, en un entorno de Iglesia; la imagen anterior es la del interno de la cúpula del Vaticano, con la leyenda tu es petrus; la siguiente es la de plaza vaticana).

Texto (traducción oficial: Mateo 16,21-27)

‒ En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.‒ Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.”

Jesús se volvió y dijo a Pedro: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.”Entonces dijo a sus discípulos: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.”

Introducción

Este pasaje plantea el destino y despliegue de la Iglesia primitiva, que se enfrenta ante la gran alternativa: (a) Conseguir el Reino a través de un tipo de poder militar o social, espiritual o económico (b) O dar la vida por el Reino, es decir, instaurarlo de un modo gratuito, regalando (perdiendo la propia vida en el interno).

Este pasaje retoma un elemento de la relación entre Jesús y Pedro, pero no habla de Pedro como persona individual, propia del pasado, sino del Pedro que (según Mateo) es signo de la estructura y organización de la Iglesia.

‒ Pedro (un tipo de Iglesia) supone que, siendo Mesías, Jesús ha de subir a Jerusalén al estilo de David y de los reyes del mundo, para triunfar en la ciudad de las promesas, instaurando el Reino en claves de poder (evidentemente al servicio de los oprimidos del pueblo, y en algún sentido de todos los necesitados), pero desde el poder, esto es, desde arriba. Quiere ser Piedra Gloriosa, base de un edificio de victoria, sin riesgo de sufrimiento, sin entrega de la vida.

‒ Pero, en contra de Pedro, Jesús decide subir a Jerusalén en un gesto de amor arriesgado, no para triunfar de un modo regio, sino para entregar su vida a favor de los demás, dispuesto a perderlo todo (aunque no como masoquista, que quiere  que le maten).

Al corregir a Jesús, este Pedro papal en el mal sentido de la palabra aparece como Satán (tentador) para Jesús… es decir como skándalon, es decir, como piedra que hace caer al caminante o que destruye todo el edificio. Entendido en este perspectiva, este pasaje eleva la mayor de todas las críticas posibles en contra de un Pedro establecido en clave de poder sobre la colina del Vaticano; un Pedro que puede ser bueno, incluso muy bueno, pero en clave de poder. Resulta escandaloso que un tipo de Iglesia (con buenísima voluntad) no se haya dado cuenta de ello.

Propuesta de Jesús. El Hijo de Hombre tiene que ir Jerusalén (16, 21).

 Éste es su descubrimiento, la experiencia que define de ahora en adelante el evangelio. Jesús no es masoquista: no ha venido a sufrir por sufrir, ni a morir por morir, sino a extender el reino. Pero su misma fidelidad a la misión de Dios le lleva a subir a Jerusalén, dejándolo todo, sin dinero, sin ejército, a fin de dar su vida por el Reino (es decir, por los demás, en compañía con los expulsados y pobres, los asesinados). Éste es su gran descubrimiento, el secreto mesiánico.

En esa línea, tras haber aceptado la confesión de Simón (¡Tú eres el Cristo!) y de responderle diciendo  que esa confesión es la la roca firme de la Iglesia, Jesús profundiza en el tema y entiende (interpreta) su mesianismo (tarea de Reino) en una línea de entrega (hasta la muerte), como seguirá diciendo en Mt 17, 22-23; 20, 17-19)[1].

16 21 Desde entonces, comenzó Jesús a explicar (a mostrar) a sus discípulos que él debía(dei)  ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser matado y resucitar al tercer día.

“Dei”, la voluntad de Dios. Jesús descubre y proclama esa voluntad de Dios que se va abriendo y mostrando en su camino. No habla del Hijo del Hombre, como Mc 8, 31, sino de sí mismo, diciendo que “él debe” (dei auton)   ir a Jerusalén…  El tema no es el destino doloroso de una figura simbólica, como el Hijo del Hombre, sino su proceso y tarea concreta de ser humano, de Jesús como persona.

Ir a Jerusalén. Jesús indica así  que no se trata de un sufrimiento en general (una especie de destino cósmico), sino de un sufrimiento que proviene de su “enfrentamiento” con los poderes civiles (ancianos), religiosos (sacerdotes) y legales (escribas) de la ciudad sagrada, a favor de los pobres y expulsados. De esa forma expresa la paradoja central del evangelio. Los escribas concebían a Jerusalén como “roca de cimiento” no sólo del templo, sino de todo el pueblo de Israel, e incluso del universo entero. Pues bien, la Roca de la Iglesia es la confesión de Pedro (Jesús es el Cristo)… y el destino y tarea del Cristo es dar la propia vida para que vivan los pobres, los excluidos.

‒ De forma que será matado, pero resucitará al tercer día. Jesús descubre el carácter mortal de su decisión (subir a Jerusalén). No dice quiénes son los causantes directos de su muerte (¿sanedritas, romanos…?), pero insiste en su conflicto con la ciudad sagrada, añadiendo que “al tercer día” resucitará. No después de tres días, como en Mc 9, 31, sino al tercer día, como afirma la fórmula tradicional de la Escritura, entendiendo ese día como tiempo de culminación (muerte, transformación). Jesús confirma así que su entrega y muerte está al servicio de la llegada del Reino, es decir, de la resurrección; el Reino no llega como poder sobre los otros, sino en el gesto concreto de dar la vida por ellos, de morir con los excluidos y condenados del mundo[2].

Respuesta de Pedro, reproche de Jesús (16, 22-23).

 Pedro ha dicho que Jesús es Cristo, Hijo de Dios… y Jesús le ha respondido que eso se lo ha revelado su Padre, para añadir que él (Jesús) ha de morir en Jerusalén.   Pues bien, desde su nueva situación, Pedro se cree capacitado para increpar a Jesús, marcándole su dirección, no por simple miedo, sino porque él tiene otra propuesta mesiánica, que no incluye la Cruz.

Desde su propuesta radical de entrega de la vida, Jesús le contesta ratificando su camino mesiánico, y diciéndole que ser Roca de su Iglesia significa estar dispuesto a iniciar con los demás un camino de entrega generosa de la vida.  Jesús le ha llamado Petros/piedra y le ha vinculado a la Petra/roca de su comunidad mesiánica, tras haberle encargado (con otros) la tarea de la pesca escatológica (cf. 4, 18-22). Es normal que Pedro piense y hable como representante de una Iglesia de Poder, corrigiendo a Jesús y ofreciéndole su propia visión, en una línea tradicional de triunfo mesiánico:

16 22 Y Pedro, tomándole aparte, se puso a increparle diciendo: ¡Dios no lo permita, Señor! Eso no puede pasarte. 23 Pero él (Jesús), volviéndose a Pedro, le dijo: Apártate de mí, Satanás, eres Escándalo para mí, porque no piensas las cosas de Dios, sino las de los hombres[3].

 Como representante de una tradición que espera al mesías triunfal (y como adelantado y anuncio de papado poderoso vaticano), este Pedro/piedra de escándalo se cree obligado a corregir a Jesús, dándole una lección de realismo. Pues bien, Jesús le responde diciendo que él defiende las cosas de los hombres (no las de Dios). Pedro ha realizado una buena confesión (¡eres el Cristo, Hijo de Dios: 16, 16) que será roca de cimiento de la iglesia… y sin embargo él es Satanás, como el Diablo de 4, 1-11, un Escándalo (aquel que hace caer) para Jesús:

− Pedro(16, 22). Ha proclamado la buena confesión (¡Jesús es el Cristo!) y por fidelidad a ella (pero entendida en clave de hombre, no de Dios) él rechaza ahora con dureza el camino de entrega y muerte de Jesús: ¡Dios no lo quiera, Señor! Le llama Kyrios, Señor, en terminología de veneración cúltica (como los falsos profetas de 7, 22)… Le llama Kyrios, pero no cree en él (en lo que él, Jesús, le dice), y así quiere imponerle su camino, un mesianismo del éxito, un gran Vaticano, la mayor iglesia d del mundo, apelando a Dios, casi con un juramento: hileôs soi, (Dios) se apiade de ti, Dios….no lo quiera. Utilizando grandes palabras, por la “razón de Dios”, Pedro desea triunfar. Es evidente que no tiene miedo a la muerte en sentido externo; tiene miedo de perder el poder.

− Jesús. (16, 23). Él había declarado que Simón Pedro era por su confesión la Roca de la Iglesia, cimiento firme de ella. Pero ahora le rechaza, llamándole Satanás y pidiéndole que se aparte de su lado (cf. 4, 10), pues se ha vuelto para él una piedra de escándalo, un escándalo. Pedro ha querido aprovechar de esa manera su pretendida “autoridad” sobre Jesús (a quien llama Kyrios), para apartarle de su camino: Jesús no puede morir, no puede fracasar… Jesús tiene que ser autoridad triunfante, en el mayor de todos los templos, de todos los posibles vaticanos.   El problema no es el sufrimiento en general,  sino el hecho de que el proyecto mesiánico israelita de  Jesús fracase, de que le rechace la autoridad judía…, de que tenga que morir sin haber cumplido su promesa de Reino en este mundo.

Ésta es la gran paradoja. Jesús ha presentado la confesión de fe de Pedro como Roca, fundamento de la Iglesia (16, 18). Pues bien, ahora le llama escándalo, piedra de tropiezo, un simple Petros/Pedro, guijarro del camino, en el que Jesús puede tropezar y caerse. Este Pedro es aquel que impide que los hombres puedan creen en el Mesías Cristo. El verdadero enemigo de Jesús no es Pilato, ni Caifás (a quienes Jesús no llama Satanás). El enemigo primero de Jesús es Pedro, aunque en otro sentido, pueda presentarse por su confesión como Roca y portador de las llaves de la Iglesia[4].

Pedro quiere el mando, pues sólo con mando puede conseguirse el Reino, y para ello tiene que pactar de alguna forma con los poderosos del mundo; por eso no puede permitir que Jesús sea condenado y ajusticiado en Jerusalén, sino todo lo contrario. Pues bien, en contra de eso, Jesús no subirá a Jerusalén para tomar el mando, sino para ofrecer su vida:

‒ Por un lado está Pedro, que busca una autoridad que parece buena (limpia, legal), para realizar así unos cambios a favor de los hombres, en línea de justicia, pero bajo su mando, un gesto que para Jesús es un “escándalo” (piedra de tropiezo), pues significa aceptar el poder de ancianos-sacerdotes-escribas. En principio, Pedro no quiere poder, para oprimir a los demás, sino para ayudarles, pues cree que sólo con poder se puede organizar el mundo y resolver sus problemas. Pero Jesús rechaza su propuesta, llamándole Satanás, pues va en la línea del Diablo de las tentaciones (4, 1-11), diciéndole que es un escándalon   para él, una piedra de tropiezo, un mal petros, que pone en riesgo el edificio de la Iglesia, lo contrario de la “petra” (16,18:) que debía sustentarla (cf. Rom 9, 33; 1 Per 2, 8).

‒ Por otro está Jesús, que no apela al poder, en la línea de los ancianos-sacerdotes-escribas, sino que supera todo poder, convirtiéndose a sí mismo y convirtiendo asi su vida en petra o roca que sostiene el edificio de una Iglesia, conforma a la confesión de Pedro. El mismo Jesús, piedra/lithon desechada por los arquitectos (cf. 21, 42) es la piedra angular…El contra de Pedro, Jesús no quiere (no puede) tomar el poder en la línea de los ancianos-sacerdotes-escribas, ni siquiera para hacer el bien (como quisieron muchos celosos antiguos y modernos), porque el poder, una vez tomado, se vuelve imposición y debe defenderse con violencia. La estrategia de de Pedro  pertenecía a las cosas de los hombres, que Jesús quiso superar en la antítesis (5, 21-48), subiendo a Jerusalén, para ofrecer con su vida la buena noticia de Dios, que es amor y que triunfa precisamente como amor (palabra creadora, perdón, superación del juicio).

Eso significa que el Reino de Dios no se conquista con una buena guerra (victoria de los justos), ni con una buena democracia (voluntad de poder de la mayoría), sino que se identifica con el ofrecimiento de la vida a favor de los demás, no por sacrificio, sino por despliegue de amor. El reino de Dios no se expresa construyendo un Vaticano, el mayor signo de poder simbólico de mundo, la mayor inversión mesiánica de capital… sino dando la vida. Leer más…

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Seguir a Jesús en tiempos de crisis. Domingo 22. Ciclo A

Domingo, 30 de agosto de 2020
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cola de comidaCola de comida ante Cáritas

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 

Este último fin de semana de agosto, al menos en España, no parece el momento más adecuado para honduras teológicas. La preocupación de la mayoría de la gente se centrará en el fin de las vacaciones, la vuelta al trabajo o la amenaza del paro, la difusión del coronavirus, los problemas a los que se enfrenta la escolarización … Sin embargo, en este contexto en el que muchísimos van a tener que cargar con su cruz, es bueno hacerlo siguiendo a Jesús.

 Evangelio según Mateo 16,21-27

             En el evangelio del domingo anterior, Pedro, inspirado por Dios, confiesa a Jesús como Mesías. Inmediatamente después, dejándose llevar por su propia inspiración, intenta apartarlo del plan que Dios le ha encomendado. El relato lo podemos dividir en tres escenas.

 1ª escena: Jesús y los discípulos (primer anuncio de la pasión y resurrección)

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Pedro acaba de confesar a Jesús como Mesías. Él piensa en un Mesías glorioso, triunfante. Por eso, Jesús considera esencial aclarar las ideas a sus discípulos. Se dirigen a Jerusalén, pero él no será bien recibido. Al contrario, todas las personas importantes, los políticos (“ancianos”), el clero alto (“sumos sacerdotes”) y los teólogos (“escribas”) se pondrán en contra suya, le harán sufrir mucho, y lo matarán. Es difícil poner de acuerdo a estas tres clases sociales. Sin embargo, tratándose de Jesús, coinciden en el deseo de hacerlo sufrir y eliminarlo. Esto que parece una simple conjura humana, Jesús lo interpreta como parte del plan de Dios. Por eso, no dice a los discípulos: «Vamos a Jerusalén, y allí una panda de canallas me va a perseguir y matar», sino «tengo que ir» a Jerusalén a cumplir la misión que Dios me encomienda, que implicará el sufrimiento y la muerte, pero que terminará en la resurrección. [La necesidad de cumplir el plan de Dios es el tema de la primera lectura, como veremos luego].

Para la concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto resulta inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimien­to y la muerte no es desconocida al pueblo de Israel. La expresó un profeta anónimo, y su mensaje ha quedado en el c.53 de Isaías sobre el Siervo de Dios.

2ª escena: Pedro, portavoz de Satanás, y Jesús

Jesús termina hablando de resurrección, pero lo que llama la atención a Pedro es el «padecer mucho» y el «ser ejecutado». Según Mc 8,32, Pedro se puso entonces a reprender a Jesús, pero no se recogen las palabras que dijo. Mateo describe su reacción con más crudeza:

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:

― ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.

Jesús se volvió y dijo a Pedro:

― Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. 

Ahora no es Dios quien habla a través de Pedro, es Pedro quien se deja llevar por su propio impulso. Está dispuesto a aceptar a Jesús como Mesías victorioso, no como Siervo de Dios. Y Jesús, que un momento antes lo ha llamado «bienaventurado», le responde con enorme dureza: «¡Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar!»

Estas palabras traen a la memoria el episodio de las tentaciones a las que Satanás sometió a Jesús después del bautismo. El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado con su persona y su mensaje. Y Jesús, que no vio especial peligro en las tentaciones de Satanás, ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, como ante el demonio; no aduce tranquilamente argumentos de Escritura para rechazar al tentador, sino que está llena de violencia: «Tú piensas como los hombres, no como Dios.» Los hombres tendemos a rechazar el sufrimiento y la muerte, no los vemos espontáneamente como algo de lo que se pueda sacar algún bien. Dios, en cambio, sabe que eso tan negativo puede producir gran fruto.

Esta función de tentador que desempeña Pedro en el pasaje y la reacción tan enérgica de Jesús nos recuerdan que las mayores tentaciones para nuestra vida cristiana no proceden del demonio, sino de las personas que están a nuestro lado y nos quieren. Frente a una mentalidad que mitifica y exagera el peligro del demonio en nuestra vida, es interesante recordar este episodio evangélico y unas palabras de santa Teresa que van en la misma línea. Después de contar las dudas e incerti­dumbres por las que atravesó en muchos momentos de su vida, causadas a veces por confesores que le hacían ver el demonio en todas partes, resume su experiencia final: «…tengo yo más miedo a los que tan grande le tienen al demonio que a él mismo; porque él no me puede hacer nada, y estotros, en especial si son confe­sores, inquietan mucho, y he pasado algunos años de tan gran trabajo, que ahora me espanto cómo lo he podido sufrir» (Vida, cap. 25, nn.20-22).

3ª escena: Jesús y los discípulos (parábola del maletín y el joyero)

Entonces dijo Jesús a sus discípulos:

― El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

No se conocían de nada, sólo les unió compartir dos asientos de primera clase. Ella colocó en el compartimento un elegante estuche con sus joyas. Él, un pesado maletín con su portátil y documentos de sumo interés. El pánico fue común al cabo de unas horas, cuando vieron arder uno de los motores y oyeron el aviso de prepararse para un aterrizaje de emergencia. Tras el terrible impacto contra el suelo, ella renunció a sus joyas y corrió hacia la salida. Él se retrasó intentando salvar sus documentos. El cadáver y el maletín los encontraron al día siguiente, cuando los bomberos consiguieron apagar el incendio. Extrañamente, ella recuperó intacto el estuche de sus joyas.

En tiempos de Jesús no había aviones, y él no pudo contar esta parábola. Pero le habría servido para explicar la enseñanza final de este evangelio. Para entender esta tercera parte conviene comenzar por el final, el momento en el que el Hijo del Hombre vendrá a pagar a cada uno según su conducta. En realidad, sólo hay dos conductas: seguir a Jesús (salvar la vida, renunciando al joyero) o seguirse a uno mismo (salvar el maletín a costa de la vida). Seguir a Jesús supone un gran sacrificio, incluso se puede tener la impresión de que uno pierde lo que más quiere. Seguirse a uno mismo resulta más importante, salvar la vida y el maletín. Pero el avión está ya ardiendo y no caben dilaciones. El que quiera salvar el maletín, perderá la vida. Paradójicamente, el que renuncia al joyero salva la vida y recupera las joyas.

Jeremías y Jesús (Jer 20,7-9)

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción.» La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.

        La vida de Jeremías no fue fácil. Él no quería ser profeta, le objetó a Dios que era demasiado joven y que no sabía hablar. Pero el Señor no aceptó su protesta y lo obligó a transmitir el mensaje más duro en los años más difíciles del reino de Judá: cuando se avecinaba la desaparición de la monarquía, la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia.

            Al principio, todo fue bien («me sedujiste, Señor, y me dejé seducir»). Pero el tener que anunciar y justificar la desgracia futura se le convierte en una carga insoportable. Personalmente, tiene la sensación de que todo su mensaje se sintetiza en dos palabras horribles: «violencia» y «destrucción». Socialmente, esta predicación le procura críticas, burlas, persecuciones, incluso amenazas de muerte. ¿Solución? Olvidarse de Dios y de su palabra. Pero no puede hacerlo. Esa palabra arde en sus entrañas, es un fuego incontenible.

            Jeremías, igual que Jesús, se siente obligado a cumplir la misión que Dios le encomienda. Es cierto que en Jesús no encontramos la misma rebeldía, pero la reacción tan humana del profeta ayuda a comprender que, para el Señor, «tener que ir a Jerusalén» supuso también un gran sacrificio.

Una introducción muy abstracta a un capítulo muy concreto (Rom 12,1-2)

Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; este es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

           Estos dos versículos plantean al lector, o a quien los escucha durante la celebración de la Eucaristía (suponiendo que preste atención), más interrogantes que respuestas: ¿cómo podemos presentar nuestros cuerpos como «hostia viva»?, ¿por qué es un «culto razonable»?, ¿qué significa «no ajustarse a este mundo» y «transformarse por la renovación de la mente»?, ¿cómo sé lo que es bueno y perfecto, lo que a agrada a Dios?

           Sin embargo, estos versículos tan abstractos encuentra una respuesta muy concreta en lo que sigue del capítulo 12 de la carta a los Romanos. Sería bueno encontrar un momento para leerlo. Una frase, al menos, se adapta perfectamente a las circunstancias actuales, cuando miles de personas se están quedando sin trabajo y pasando grandes apuros económicos: «Sed solidarios con los consagrados en sus necesidades». Pablo se refería a los cristianos. Hoy debemos pensar en cualquier persona.

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