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“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. Domingo 01 de noviembre de 2021. Todos los Santos

Lunes, 1 de noviembre de 2021
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58-TodoslossantosALeído en Koinonía:

Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.
Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor. 1Juan 3,1-3Veremos a Dios tal cual es.
Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que los «santos» en ella celebrados no se redujeran sólo a los del “mundo católico”, los santos de nuestro pequeño mundo, de la Iglesia Católica, sino a «todos los santos del mundo», a los santos de un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, referido al todo), o sea, «universal». ¿No queremos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, según esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de nuestra Iglesia, en ese libro? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos»… o tal vez serán sólo una insignificante minoría entre todos ellos?

Es decir: pocas fiestas como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que fueron santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», a los que el pasaje de Mt 25,31ss pone en evidencia («cada vez que lo hicieron con alguno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron»).

Una fiesta, pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: sobre la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y sobre el «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan -sin querer, desde luego- en «un Dios muy católico». Para algunos Dios sería incluso «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.

La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el Dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).

Hoy nos parece todo esto tan natural, pero hace apenas 50 años que estamos pensando de esta manera -los años que hace que se celebró el Concilio Vaticano II-. En las vísperas de aquel Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía, con la mentalidad que era común en el ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay una diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64). Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos. No quedarían incluidos hoy en esta fiesta, según la visión católico-romana de aquellos tiempos preconciliares, porque «santos», sólo podrían serlo los buenos cristianos, ¡y católicos! Ésta es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.

La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque se consideraba que cada pueblo-raza-nación tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los judeocristianos, sino a «todos los pueblos», lo que equivale a decir: a todas las religiones.

Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos-. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.

Las bienaventuranzas comparten esta misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», de una religión, no es «religiosamente tribal». No exige ningún ritual de ninguna religión. Sino el «rito» de la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…

Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la santidad universal (y supra-religional, simple y profundamente humana); en y con las Bienaventuranzas como carta de navegación para nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.

En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero –finalmente reconocido como «mártir» por Roma–; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!»)… La manera de cambiar la vieja mentalidad «tribal», que también nos ha afectado en la concepción de la santidad, es practicar, conversar, manifestar la nueva mentalidad macroecuménica.

Dentro de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos como la mejor referencia el capítulo V de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, sobre el “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se solía pensar que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, que se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares, como que se les consideraba de alguna manera dispensados de tener que tender a la santidad. Leer más…

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1.11.21. Santos son los Dichosos, es decir, los Felices (Mt 5, 1-12)

Lunes, 1 de noviembre de 2021
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C00CE5E7-A83D-4AA3-96FE-06207E2EEAD0Del blog de Xabier Pikaza:

La Iglesia celebra hoy la fiesta de Todos los santos, quizá con discursos sobre la santidad y los santos del calendario cristiana. Pero el texto que aduce como evangelio para esta fiesta es el de los bienaventurados-felices de Mt 5, 1-12.

Según ese evangelio, la nota esencial de la santidad cristiana, no  es gloria del cielo, sino la felicidad de la tierra. Santos son los bienaventurados/dichosos de este mundo: aquellos que lo son y aquellos que hacen felices a los otros. Éste es el testimonio clave de la santidad cristiana. Todo lo demás, incluidas canonizaciones, ceremonias y condecoraciones especiales, son apostillas secundarias.

Sobre este tema he tratado, en estos dos últimos años, en dos libros distintos, pero convergentes, uno en italiano, Cammini di Felicità, otro en castellano, Felices vosotros . Verá quien siga leyendo el mensaje central de ambos libros: La esencia de la santidad cristiana consiste en la felicidad.

Texto litúrgicos: los Santos/Felices de Jesús (los canonizados):

  1. Dichosos/santo los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
  2. Dichosos/santos los que lloran, porque ellos serán consolados.
  3. Dichosos/santos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
  4. Dichosos/santos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
  5. Dichosos/santos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
  6. Dichosos/santos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
  7. Dichosos/santos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
  8. Dichosos/santos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 3‒12)

Don son los tipos santos o bienaventurados o santos, según este evangelio de Mateo:

  1. Los pobres como tales: hambrientos, mansos, oprimidos…
  2. Los que ayudan a los pobres: misericordiosos, pacificadores…

No es que existan dos grupos separados (por un lado los pobres, por otro los que ayudan a los pobres), pues unos y otros se encuentran no sólo mezclados, sino que cada uno puede formar parte de ambos grupos, siendo en un sentido pobre (necesitado) y en otro también (pudiendo así ofrecer a otros su riqueza). En ese contexto hay que empezar diciendo que sólo aquellos que en un sentido son pobres pueden “salvar” (enriquecer, humanizar) a los que se toman como ricos.

Las bienaventuranzas han recibido en Mateo un tono más “confesional”, y así aparecen como expresión de la vida de la Iglesia, pero, en otra línea, estrictamente hablando, ellas ofrecen un mensaje universal de humanidad, de tal forma que en ellas no hay nada que sea específico y exclusivo de la iglesia (re en Jesús, jerarquía eclesial, bautismo‒ eucaristía, dogma de encarnación, Trinidad…), sino que todo puede y debe aplicarse a los hombres y mujeres como tales.

1. Felices/santos los pobres de Espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos

A diferencia del penês,que es un hombre de pocos recursos, pero que puede mantenerse con su esfuerzo y trabajo, ptojos es aquel que no posee nada, el pordiosero o mendigo, que  no tiene otro medio de vida que la limosna (cf. Lc 14,13.21; 16, 20, 22). A menudo, estos ptojoi‒pobres suelen ser de mala fama, de manera que no se puede hablar en general de pobres moralmente buenos, llenos de riquezas interiores (como serían algunos anawim del judaísmo tardío).

Pues bien, esos pobres de la bienaventuranza, carecen en principio de todo, de manera que sólo pueden subsistir por la ayuda o sostén de los demás, es decir, como mendigos, empiezan siendo los bienaventurados de Dios. Lc 6, 20 les llamaba simplemente pobres, prometiéndoles la dicha del Reino. Mateo, en cambio, les presenta como pobres de espíritu no para negar su carencia material, sino para matizarla desde una perspectiva cristiana, en dos líneas posibles:

 ‒ Son pobres por voluntad, es decir, por decisión personal. En esa línea destaca Mt 5, 3 la bienaventuranza de aquellos que, pudiendo hacerse o vivir como ricos, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad, al servicio de los demás (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11), como Jesús que no fue sólo pobre por condición social (artesano, trabajador desposeído), sino por opción personal, esto es, por decisión creyente: no ha querido ayudar a los pobres desde arriba o por milagro externo (como le dice el diablo de la primera tentación: Mt 4, 1-4), ni quiere “salvarles” desde su más alta autoridad externa (como Job, antes de ser derribado de su altura), sino que se ha “encarnado” (=ha vivido) en la vida de los pobres, compartiendo con ellos su historia de carencias, para iniciar una transformación social y personal, desde lo más bajo, abriendo con los carentes, la marcha el Reino de Dios.

En esa línea, Jesús ha promovido un movimiento mesiánico de solidaridad y ayuda, con y por los pobres, para expresar y ofrecer la bienaventuranza de Dios a todos, incluso a los ricos. Ciertamente, Mateo no ha negado la bienaventuranza de los pobres materiales (a quienes el Jesús de 25, 31-46 llama sus “hermanos más pequeños”), pero ha querido destacar la pobreza por opción de los creyentes que renuncian a la riqueza propia (personal o de Iglesia) a favor de los pobres, para abrir así el camino del Reino desde abajo, en comunión de vida con los excluidos personales y sociales, dentro de la Iglesia, pues en ella sólo pueden construir activamente el camino de Dios y ser felices aquellos que se hacen por voluntad pobres y hermanos de los pobres conforme a la justicia del Reino (cf. Mt 5, 20).

Ciertamente, se puede hablar de ricos que tienen espíritu pobre, de manera que, teniendo muchas riquezas, no se elevan sobre lo demás, sino que les ayudan, aunque desde arriba (como Job antes de su prueba). Pero Jesús no quiere ese tipo de ricos en su Iglesia, no quiere que existan en ella patronos ricos que asisten y ayudan a los otros desde arriba, sino que todos compartan en comunión de amor la vida, unos con todos, desde la pobreza de los más pobres.

En otra línea, esta expresión (pobres de Espíritu)podría referirse a personas que son especialmente indigentes en un plano de espíritu, en decir de conocimientos y de entendimiento. Estos serían aquellos que, en un sentido intelectual, no saben, no entienden, no logran penetrar en los “secretos” de la interpretación rabínica de la ley, siendo así como mendigos espirituales. Pero de ordinario, estos pobres de espíritu suelen ser también pobres “materiales” (mendigos, sin posesiones ni trabajo), hombres y mujeres que, en una sociedad competitiva, quedan en un plano inferior, por ser agresivos y capaces de triunfar en un plano cultural, social o psicológico.

Sea como fuere, estos pobres suelen ser también despreciados por falta de cultura, indigentes económicos, personas sin dignidad, los más pequeños, aquellos que no pueden elevarse sobre los demás imponerles su derecho, la masa de marginados, derrotados, expulsados, sin posibilidades de cambiar por fuerza la historia de los hombres, sometidos a un destino de desprecio y muerte. Pues bien, con ellos ha venido a vincularse Jesús, no para hacerles orgullosos, capaces de triunfar con violencia sobre los demás, sino para crear una humanidad distinta, fundada en la confianza y en la solidaridad. Sólo desde este principio pueden entenderse las bienaventuranzas que siguen: No habrá justicia ni paz si los hombres no asumen un camino voluntario de pobreza, es decir, de desprendimiento actito y comunicación de bienes (Mt 6, 19).

Conforme a este principio, solo se puede hablar de felicidad humana y especialmente de Iglesia allí donde se empieza situando en el centro del cuidado de la vida a los pobres, en línea de bienaventuranza. Como he dicho, al poner pobres de espíritu allí donde Lc 6, 20 decía simplemente pobres, Mateo no ha negado la bienaventuranza de la pobreza material, y así sigue hablando en su evangelio de marginados, excluidos y despreciados (cf. Mt 18, 1-14), pero él no quiere que en la Iglesia siga habiendo pobres materiales si es que hay otros que tienen bienes muy abundantes en ella, pues una iglesia donde algunos mueren de hambre mientras otras derrochan riquezas no es iglesia, ni cristiana.

Jesús habla pues de la felicidad de los pobres de cuerpo y espíritu, de bienes materiales y sociales, de aquellos que son “pobres por voluntad de entrega a los demás” con aquellos que son “pobres de espíritu” (de menos recursos y posibilidades), llamados también a ser felices. Es la felicidad de aquellos que, pudiendo enriquecerse a cosa de otros, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad, esto es, por servicio a los demás, como Jesús, que, pudiendo haberse puesto al lado de los ricos, se unió a los pobres, iniciando con ellos un camino de felicidad salvadora (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11).  Quien quiera vivir como rico, y ayudar a los pobres solamente desde fuera (quedando siempre arriba) no será en verdad feliz, ni podrá ser cristiano en la línea de Jesús.

2. Felices/santos los que sufren, porque serán consolados  

  Lc 6, 21 decía hoi klaiontes nyn, los que actualmente lloran, destacando quizá más el llanto en sí, por cualquier causa que fuere, el dolor que se expresa en forma de lamentación amarga (cf. Mt 2, 18; 26, 75) o grito fuerte de hambre, enfermedad o abandono. Mateo, en cambio, dice hoi penthountes término que parece referirse más en concreto a los que saben sufrir y aún más a los que aceptan el dolor como una forma de maduración (purificación), en línea de catarsis y de ayuda a los demás, no en gesto penitencial de lamentación, sino por felicidad más honda.

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Ocho puertas para entrar en el Reino de Dios. Fiesta de todos los Santos

Lunes, 1 de noviembre de 2021
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Carrera 100 ms vallaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En la Fiesta de Todos los Santos, la lectura del evangelio recoge las bienaventuranzas. Es una forma de indicarnos el camino que llevó a tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia a la santidad. Resulta imposible comentar cada una de ellas en poco espacio. Me limito a indicar algunos detalles fundamentales para entenderlas.

Las bienaventuranzas no son una carrera de obstáculos

Muchos cristianos conciben las bienaventuranzas como una carrera de obstáculos, hasta que conseguimos llegar a la meta del Reino de Dios. Y la carrera se hace difícil, tropezamos continuamente, nos sentimos tentados a abandonar cuando vemos tantas vallas derribadas. «No soy pobre material ni espiritualmente; no soy sufrido, soy violento; no soy misericordioso; no trabajo por la paz… No hace falta que un juez me descalifique, me descalifico yo mismo.» Las bienaventuranzas se convierten en lo que no son: un código de conducta.

Las bienaventuranzas son ocho puertas para entrar en el Reino de Dios

El arquitecto de la basílica de las bienaventuranzas la concibió con ocho grandes ventanas que permiten ver el hermoso paisaje del lago de Galilea. Prefiero concebir las bienaventuranzas no como ocho ventanas, sino como ocho puertas que permiten entrar al palacio del Reino de Dios. Para entenderlas rectamente hay que advertir donde las sitúa Mateo: al comienzo del primer gran discurso de Jesús, el Sermón del Monte, en el que expone su programa e indica la actitud que debe distinguir a un cristiano de un escriba, de un fariseo y de un pagano.

            A diferencia de los políticos, capaces de mentir con tal de ganarse a los votantes, Jesús dice claramente desde el principio que su programa no va a agradar a todos. Los interesados en seguirlo, en formar parte de la comunidad cristiana (eso significa aquí el «Reino de los cielos»), son las personas que menos podríamos imaginar: las que se sienten pobres ante Dios, como el publicano de la parábola; los partidarios de la no violencia en medio de un mundo violento, capaces de morir perdonando al que los crucifica; los que lloran por cualquier tipo de desgracia propia o ajena; los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, como Jesús, que decía que su alimento era cumplir la voluntad del Padre; los misericordiosos, los que se compadecen ante el sufrimiento ajeno, en vez de cerrar sus entrañas al que sufre; los limpios de corazón, que no se dejan manchar con los ídolos de la riqueza, el poder, el prestigio, la ambición; los que trabajan por la paz; los perseguidos por querer ser fieles a Dios.

            Pero las bienaventuranzas son ocho puertas distintas, no hay que entrar por todas ellas. Cada cual puede elegir la que mejor le vaya con su forma de ser y sus circunstancias.

Evitar dos errores

            En conclusión, las bienaventuranzas no dicen: «Sufre, para poder entrar en el Reino de Dios». Lo que dicen es: «Si sufres, no pienses que tu sufrimiento es absurdo; te permite entender el evangelio y seguir a Jesús».

            No dicen: «Procura que te desposean de tus bienes para actuar de forma no violenta». Dicen: «Si respondes a la violencia con la no violencia, no pienses que eres estúpido, considérate dichoso porque actúas igual que Jesús».

            No dicen: «Procura que te persigan por ser fiel a Dios». Dicen: «Si te persiguen por ser fiel a Dios, dichoso tú, porque estás dentro del Reino de Dios».

            Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón del Monte le enseñará a hacerlo en distintas circunstancias.

Las puertas y el palacio

            Finalmente, no olvidemos que estas ocho puertas nos permiten entrar en el palacio y sentarnos en el auditorio en el que Jesús expondrá su programa a propósito de la interpretación de la ley religiosa, de las obras de piedad, del dinero y la providencia, de la actitud con el prójimo… Este gran discurso es lo que llamamos el Sermón del Monte. Limitarse a las bienaventuranzas es como comprar la entrada del cine y quedarse en la calle.

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Todos santos porque lo divino nos atraviesa y es nuestra esencia.

Lunes, 1 de noviembre de 2021
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7229TODOS SANTOS (B)

Mt 5, 1-12

Esta fiesta puede tener un profundo sentido si la entendemos como invitación a la unidad de todos en Dios. No recordamos a cada uno de los humanos como individuos. Celebramos la Santidad (Dios), que se da en cada uno. No se trata de distinguir mejores y peores, sino de tomar conciencia de lo que hay de Dios en todos. El hombre perfecto no solo no existe, sino que no puede existir. El concepto de santo que arrastramos desde hace siglos tiene que ser superado. No refleja el mensaje de Jesús sobre lo que Dios espera de nosotros.

Trataré de explicar cómo hemos llegado a ese concepto. Cuando el cristianismo se tropezó con la cultura griega, los ‘Santos Padres’ emprendieron una tarea de inculturación que trastocó el mensaje de Jesús. La razón griega trituró el mensaje que era vitalista. El Logos griego engulló el mito judío. Hoy conocemos el ideal de perfección que manejaban los filósofos griegos. Los cristianos incorporaron ese ideal. La ‘arete’ griega pasó al latín como ‘virtus’; en ambos casos significa fortaleza, valor, perfección. El hombre perfecto era el ‘vir’ que se guiaba siempre por la razón y no se dejaba llevar nunca para la pasión.

La propuesta del evangelio se convirtió en perfección griega y se vendió como propuesta evangélica. Pero la perfección griega es fruto de la razón y el evangelio no tiene nada que ver con la racionalidad. Desde entonces el santo era aquel ser humano que obraba siempre desde una fuerza de voluntad (vir-tuoso). Este sutil cambio tuvo consecuencias nefastas para la religiosidad posterior. El santo será para siempre el que actúa desde la racionalidad que quiere decir desde el falso yo. Todo lo que haga o deje de hacer estará encaminado a potenciar su individualidad. Será una pura programación para conseguir un fin personal.

Digo todo esto porque la idea de santo que hemos manejado corresponde a esta influencia griega. Queda así explicado, no justificada, la racionalización del concepto de santo. Las dos consecuencias nefastas de esa postura las seguimos padeciendo hoy. Por un lado el sentirse superior y, en la medida que alcanzo ese ideal de perfección, mirar a los demás por encima del hombro, creyendo que son inferiores. No hay nada más alejado del mensaje evangélico. Por otro lado, en la medida que no consigo ese objetivo que me he propuesto, la necesidad de simular para que los demás me crean perfecto, cayendo en un fariseísmo deshumanizador.

Esta distorsión se culminó con la incorporación al cristianismo de la juridicidad romana. Durante muchos siglos quien canonizaba a los santos era la comunidad (pueblo de Dios), con criterios de humanidad. Después canonizó la Iglesia con criterios racionales: un proceso con abogados que defienden la perfección del candidato y la aportación de los preceptivos milagros bien justificados y el veredicto final de unos jueces. Así se explica que haya en los altares tantas personas que han llevado una vida programada perfecta. Muy cumplidores de todas las normas externas, pero con ninguna empatía con los demás seres humanos.

Es verdad que los evangelios ponen en boca de Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. Pero ¿cómo es perfecto Dios? Cuando Dios dice: “sed santos porque yo soy santo”, no hace alusión a la condición moral. La perfección de Dios no se debe a sus cualidades. Dios es solo esencia, no hay nada que pueda no tener. Nosotros somos perfectos en nuestro verdadero ser, en lo que hay de Dios en nosotros. No hablamos de nuestras cualidades sino de Dios nuestra esencia, tesoro que llevamos en vasija de barro.

“Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es un error garrafal el creer que podemos alcanzar la perfección evangélica con el esfuerzo personal. “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios”. Jesús decía eso precisamente a los ‘perfectos’, a los que cumplían la Ley hasta la último tilde. Esta frase de Jesús es un aldabonazo contra la idea de perfección que acabamos de explicar. Dios no valora el cumplimiento de una programación sino un corazón sincero, humilde y agradecido. Todo lo que somos lo hemos recibido de Dios.

Después de estas sencillas explicaciones, ¿qué sentido tiene hablar de “comunión de los santos”? Si pensamos que se trata de unas gracias, que ellos han ‘merecido’ y que nos ceden a nosotros, estamos ridiculizando a Dios y al ser humano. Los dones de Dios ni se pueden cuantificar ni se almacenan. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito, nunca se puede merecer. Si tomamos conciencia de que en Dios todos somos uno, veremos que lo que cada uno puede vivir de Dios, lo viven todos y beneficia a todos.

Por la misma razón tenemos que aquilatar la expresión “intercesores”, aplicada a los santos. Si lo entendemos pensando en un Dios que solo atiende las peticiones de sus amigos, o de aquellos que son “recomendados”, estamos ridiculizando a Dios. En (Jn 16,26-27) dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad, Dios no nos ama porque somos buenos, menos por recomendación sino porque Él es amor y está en cada uno de nosotros.

Se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si descubrimos que esas personas, que han tomando conciencia de su verdadero ser, son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden facilitarnos ese mismo descubrimiento, y por lo tanto, el acercamiento a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios a pesar de sus miserias, nos tiene que animar a confiar más nosotros mismos. Y no solo valdría para los que convivieron con ellos, sino para todos los que después de haber muerto, tuvieran noticia de su “vida y milagros”. Allanarían el camino para que creciera el número de los conscientes.

No os dejéis llamar maestro. No llaméis a nadie padre. Jesús dijo al joven rico: ¿por qué me llamas bueno? ¿Cómo habría respondido si le hubiera llamado santo? Pues nosotros no solo santo, sino que nos atrevemos a llamar a un ser humano santísimo. ¡Cuándo tomaremos en serio el evangelio! No somos santos cuando somos perfectos, sino cuando vivimos lo más valioso que hay en nosotros como don absoluto. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa. Todos somos santos aunque muy pocos lo descubren.

Las bienaventuranzas quieren decir que es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es preferible llorar que hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre porque les hemos negado el sustento. Dichosos, no por ser pobres, sino por no ser egoístas. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no oprimir.

Para mí, tiene un profundo significado teológico que la fiesta de los difuntos esté ligada a la de todos los santos. Litúrgicamente ‘los difuntos’ se celebra el día 2, pero para el pueblo sencillo, el día de todos los santos es el día de difuntos, sin más. Con lo que hemos dicho tenemos datos para una interpretación en profundidad de esta fiesta. Si todo ser humano tiene un fondo impoluto, Dios tiene que amarnos precisamente por eso que ve en nosotros de sí mismo. No puede haber miedo a equivocarse. Todos son santos en su esencia.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Vivir definitivamente felices.

Lunes, 1 de noviembre de 2021
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todoslossantosDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01. UNA MUCHEDUMBRE INMENSA: LA HUMANIDAD.

En un lenguaje enigmático, solemne -y con la caja de los truenos preparada-, la apocalíptica (1ª lectura) nos habla de una muchedumbre inmensa, es decir de toda la humanidad significada con ese número simbólico de 144.000 (12 tribus x 12), que va llegando a la casa del Padre pasando por la gran tribulación de la vida.

Todos –toda la humanidad- estamos marcados en la frente por nuestro Dios: todos estamos destinados a la vida, a la salvación.

La fiesta de hoy, Todos los Santos, es la misma que la de mañana: Todos los difuntos. Son como dos caras de la misma moneda. Toda la humanidad está sellada y llamada a la vida.

La memoria de los santos, que son nuestros mayores, nuestros difuntos, la memoria de JesuCristo nos hace bien, nos reconcilia. La Comunión de los Santos: una especie de memoria, de solidaridad y “circularidad” entre los que se fueron y los que quedamos. Ellos se acuerdan de nosotros y de un modo más amable. Ellos oran por nosotros.

02. HACIA TI MORADA SANTA: HACIA LA VIDA ETERNA:

Todos los Santos es fiesta de gran esperanza, porque nos anuncia nuestro futuro, el futuro absoluto. Hacia Ti, morada santa, cantamos.

Creemos -fe- en la vida eterna, que no es lo mismo que una vida “indefinida”, sin fin. No es lo mismo vida “sin fin” que vida plena, definitiva. No es lo mismo amontonar años o tiempo que la vida plena de JesuCristo.

El papa Benedicto se preguntaba y nos preguntaba en el comienzo de su encíclica: Spe Salvi ¿DE VERDAD QUEREMOS VIVIR ETERNAMENTE?

Muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. En modo alguno quieren vida eterna, sino la presente y, para esto, la fe en la vida eterna les parece más bien un obstáculo.

Seguir viviendo para siempre -sin fin- parece más una condena que un don.

Queremos vivir sin fin, (¿), pero vivir siempre, sin un término, sólo sería a fin de cuentas aburrido y al final insoportable.

Decía San Ambrosio que la inmortalidad es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia. No debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación. (San Ambrosio).

La eliminación de la muerte o su aplazamiento ilimitado crearían una situación imposible y no comportaría beneficio alguno para el individuo mismo ni para la humanidad.

Pero vivimos como una contradicción, un contraste interior en nuestra propia existencia:

o Por una parte, no queremos morir, los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos.

o Por otra parte, sin embargo, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente y mucho menos queremos seguir existiendo como vivimos en este estado de cosas, (más de lo mismo, no).

o Tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva de una vida indefinida. La Tierra y el universo (o pluriversos) terminarán simplemente por las leyes cósmicas.

03. ¿QUÉ VIDA QUEREMOS?

santos-2Entonces ¿qué es lo que realmente queremos? La pregunta de fondo que está tras esta cuestión es: ¿Y qué es realmente vida? ¿Qué significa “eternidad”? En el fondo lo que deseamos es felicidad, libertad, paz, amor, serenidad, una vida bienaventurada, feliz. En el fondo queremos la felicidad.

Un poco por educación y otro poco porque desconocemos completamente cómo son estas cosas, nos imaginamos que el cielo es como “Disneylandia” o como “la casa de la pradera”. Pero la vida definitiva no es eso. El cielo no es un lugar, decía el mismo papa Benedicto, sino un estado, una situación, personal y comunitaria”.

“El cristianismo no anuncia sólo una salvación cualquiera del alma en un impreciso más allá, en el cual todo aquello que en este mundo nos ha sido precioso y querido será cancelado, sino que promete la vida eterna” (Benedicto XVI)

Además tenemos la experiencia de que la vida feliz, la vida definitiva no es ésta. Solemos decir que “esto no es vida”. Tenemos una sabia ignorancia de lo que es la vida. Tenemos una nostalgia profunda de vida definitiva.

La vida definitiva es esta que tenemos “entre manos” pero vivida desde JesuCristo: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Todo el evangelio de San Juan está lleno de alusiones a la vida: Yo soy el pan de vida, el agua de vida, Yo soy la Resurrección y la vida, etc.

La eternidad no es una continua sucesión de días en el calendario, sino el momento pleno de satisfacción y plenitud en el que Dios y la humanidad nos abraza y nosotros abrazamos a Dios y a la humanidad.

La vida eterna es bienaventuranza.

Bienaventurados

La eternidad es el momento de sumergirnos en el océano de amor infinito en el cual el tempo -el antes y el después ya no existe-.

Este momento es la vida eterna.

No sabemos más, vivimos en una docta ignorantia, una sabia ignorancia.

Confiamos en Cristo, nos fiamos de Él. Sé de quién me he fiado.

04. ESPERANZA

El ser humano nunca ha sabido tanto de sus orígenes y tan poco de su destino.

Entre el Génesis, Darwin y los bing-bang del origen, sabemos, más o menos, de dónde venimos, pero estamos escasos de horizontes y de futuro absoluto. ¿Hacia dónde vamos?

Por otra parte, la postmodernidad científico-nihilista en la que vivimos tan llena de adelantos y progresos, va de victoria en victoria hasta la derrota final. Vivimos en el club de los proyectos vivos y las esperanzas muertas.

Sin embargo el ser humano es una sed infinita, una esperanza de plenitud, aunque tal plenitud no está en nuestras manos. Pero la sed nos habla del agua, el hambre nos habla de algún alimento.

¿La esperanza infinita no nos estará hablando de Dios?

Sin embargo la esperanza tiene poca, más bien nula, presencia en grandes sectores de la sociedad, de la vida cultural, de la vida política, incluso de la vida eclesiástica.

El animal puede seguir caminando a oscuras, hacia el muro infranqueable o hacia el abismo.

El hombre se resiste a caminar si no presiente uno puerta abierta al futuro» (Teilhard de Chardin).

Es sano vivir en la frontera: nada está cerrado ni tan siquiera por la muerte. Miremos la vida con esperanza y ojos de plenitud.

La esperanza es el keroseno que nos lanza siempre hacia adelante.

Esperemos en lo más hondo de nuestro ser y sembremos esperanza en la medida que podamos.

El cristianismo es una esperanza infinita en la misericordia de Dios.

Nuestro corazón está inquieto y solamente descansará cuando te encuentre, decía san Agustín

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Llamados/as a ser felices, bienaventurados, santos.

Lunes, 1 de noviembre de 2021
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1130312909sermon-mountMt 5, 1-12

Si algo constatamos estos dias es ese afan de salir, de disfrutar, de recuperar encuentros perdidos o aplazados, en definitiva el deseo de vivir y ser felices. Y en este momento a los cristianos se nos ocurre celebrar la fiesta de “Todos los Santos” y proclamar repetidas veces, ¡hasta siete! Que somos felices, dichosos, bienaventurados… ¡santos! Pero muchsa veces sentimos que el mensaje no es claro, o no logra conectar con nuestra gente. Sinceramente, ¿a quien le interesa hablar hoy de santidad? ¿Será que esta búsqueda de felicidad tiene algo que ver con la santidad o es totalmente ajena a ella?

Todo depende de cómo concibamos la santidad. Si santo es separarse de este mundo y buscar una perfección personal, haciendo cosas más o menos “raras”, lo más seguro es que no interesa a muchos. Pero si nos apropiamos de la llamada a la santidad que hizo el Vaticano II para todos (y no sólo para sacerdotes, obispo o religiosos), la propuesta puede ir muy de la mano de quien busca la felicidad y el sentido de su vida. O si recordamos cómo el Papa Francisco nos invita a mirar a nuestro alrededor y descubrir a los que ya lo son, a  los santos de la puerta de al lado que son los varones y mujeres del pueblo de Dios: “los padres que crían con tanto amor a sus hijos, los hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, los enfermos, las religiosas ancianas que siguen sonriendo (…) son aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios”. Entonces, estaremos de acuerdo con él, y constataremos que la santidad excede los límites de la iglesia católica porque el Espíritu derrama sus dones sin medida y suscita por doquier signos de su presencia. Y, ¿qué signo de la presencia de Dios es más elocuente que la vida, el amor, la plenitud o la felicidad?

Desde ahí vamos a dejarnos sorprender por el evangelio de esta fiesta y a descubrirnos “bienaventurados” llamados a ser felices, incluso a descubrir cómo somos felices en circunstancias que no lo hubiésemos sospechado, y a dejar que se nos grabe en lo más hondo, hasta que llegue a transformarnos.

No vamos a tomar las bienaventuranzas como un programa de vida o algo a cumplir. Son el horizonte, la meta, el tesoro a descubrir. Tenemos que acercarnos a cada una de ella, y quizá solo a su primera parte, como a realidades y experiencias, propias unas veces y que vemos en otras personas en muchas ocasiones. Como pistas por las que avanzamos hasta vivir en esa “dinámica” del reino, que tantas veces choca con otras dinámicas y formas de vivir que nosotros mismos tenemos.

Y escuchamos y acogemos que somos “felices”, santos, cuando somos pobres de espíritu”, que significa haber alcanzado la libertad interior, ser conscientes de dónde ponemos la seguridad de nuestra vida… Pero también vivir una existencia austera y despojada, sintiéndonos llamados a compartir la vida de los más necesitados.

O cuando somos manso/a, para poseer la tierra a diferencia del orgullo que se cultiva en la sociedad. La mansedumbre es fruto del Espíritu, propio de quien deposita toda su confianza en Dios. Si vivimos tensos, engreídos ante los demás, terminamos cansados y agotados. Pero cuando miramos nuestros límites y defectos –y los de los demás- con ternura y mansedumbre, sin sentirnos más ni menos que nadie, podemos darnos una mano evitando desgastar energías en lamentos o disimulos inútiles.

Que somos felices, santos, cuando sabemos llorar con los demás, compartir el sufrimiento ajeno y afrontar las situaciones dolorosas, solidarizándonos con el sufrimiento del mundo para transformarlo.

Y seguimos escuchando que somos felices, bienaventurados, cuando sentimos hambre y sed de justicia, de que la vida digna sea posible para todos y sentirlo como se siente el hambre, desde las entrañas.

Cuando somos misericordiosos dejando que fluya de nuestro corazón el amor recibido de Dios, y acogiendo a los demás incondicionalmente, como nos sentimos acogidos nosotros.

Que somos santos o felices, cuando tenemos un corazón limpio para poder ver a Dios un corazón sencillo, sin doblez, auténtico, transparente.

Y nos admiramos en estos tiempos de escuchar que somos felices, santos, cuando trabajamos por la paz sin excluir a nadie. Construyendo la paz en la búsqueda de consenso, de armonía, de perdón, de posibilidad de vida para todos.

Más aun, al final se nos dice que somos santos, felices, cuando nos sentimos perseguidos a causa de la justicia porque el reino de Dios reclama una sociedad justa y en paz y esto no se puede hacer sin una gran dosis de entrega personal para contrarrestar todos los obstáculos a la justicia que nacen de los intereses personales y los egoísmos grupales que, una y otra vez, retrasan la plenitud del reino.

Y quizá queda resonando en nosotros el “somos”, como una invitación a descubrir en el presente, no como una promesa de futuro. ¿Cómo podemos vivir a diario las bienaventuranzas? Anclando experiencias, es decir, cada vez que tengamos experiencia de estar viviendo una de estas actitudes que nos dice el evangelio conviene que nos paremos y tomemos conciencia de ello, de que “somos felices” viviendo así. Que respiremos profundamente y dejemos que se nos grabe en lo más hondo. Ser conscientes de la cantidad de experiencias de bienaventuranza que vivimos es posible y nos ayuda a darnos cuenta de cómo caminamos hacia la meta y a qué paso.  

A esta santidad estamos todos llamados. Esta santidad es don de Dios que se acoge y da fruto en nuestra vida. Nos permite sentirnos “hijos e hijas de Dios, ser consolados, alcanzar misericordia… sentir que se nos ha dado y ya es nuestro el reino de Dios y, por ello, desbordar de felicidad. ¿Estamos dispuestos a arriesgar lo necesario para experimentarlo?

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Día de los Santos: Morir como cristiano (M. del Pozo Garrigós)

Lunes, 1 de noviembre de 2021
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E3CAB9D2-A3EF-4C9C-BB62-2A7A625488B1Del blog de Xabier Pikaza:

Se llamaba Manuel, pero le llamábamos Garrigós, pues en Galicia todos era manolos. Le conocí en la Merced de Poio (Pontevedra), donde fui su profesor dos años (1969-1971). Él venía del noviciado, yo del Bíblico de Roma. Era algo mayor que yo, nacido y crecido en Madrid. Su padre era torero, luego apoderado de torero (de J. Bernardó). Su madre era dueña de una peletería.

Estudió medicina, aunque le faltaban alguna asignatura. Conoció a los mercedarios de la Buena Dicha (Silva 25, Madrid),entró en la Orden, hizo el noviciado y estudiaba teología en Poio. Era hombre de inteligencia  y conversación, mas que de libros.

Atendía inmóvil en clase con ojos admirados, boli en la mano y media cuartilla en el pupitre. De vez en cuando apuntaba alguna  idea y seguía escuchando. No necesitaba  más, sabía lo que oía, sin necesidad de estudiar luego. De vez en cuando me decía “hablamos”, salíamos a la glorieta del naranjo y me preguntaba algunos temas que le parecían oscuros. Hablábamos, él opinaba en línea clásica, eso le bastaba.

Le interesó el sentido de la muerte, sobre la que tuve que escribirle después unas ideas-vivencias personales, cuando supo que moría, diciéndome que quería morir como cristiano.

Morir sabiendo por qué moría, morir como cristiano

      Conocía de primera mano el riesgo (dolor, sangre incluso belleza) de la muerte, desde niño, en el Madrid sitiado de la guerra, como hijo de familia de toreros, como estudiante de medicina y luego como aprendiz de teólogo (así me decía).

            El año 1972 nos separamos, comunicándonos con cierta frecuencia, no por carta (no era hombre de escritos), sino por múltiples encuentros. Él se había ordenado de presbítero fue conventual (profesor, formador) en varios conventos del entorno de Castilla y Galicia. Yo empecé a enseñar teología en la Pontificia de Salamanca.

            A finales del 1988 enfermó de gravedad, y supo desde el principio que era “cosa de muerte”. Me llamó a Verín (Orense) donde estaba y me dijo: “Me quedan unos meses, no puedo engañarme. Quiero que me digas qué es morir como cristiano, no como torero, ni como militar, ni de anciano… sino como cristiano”.

            Así hablamos toda una tarde, bajo la inmensa higuera otoñal del convento de Verín. Me contó, le conté, nos contamos. No sacó ni un solo apunte. Al día siguiente, de mañana, cuando tomé el coche para Salamanca, me pidió: “Escríbeme cuatro o cinco páginas de eso que me has dicho. Me las mandas por correo, me quedan aún unos meses”.

            Escribí unas páginas, se las mandé. Me llamó para darme gracias, diciéndome que había subrayado y “pintado” algunas líneas. “Quiero pensar en ellas”, nos vemos dentro de dos meses, si te parece en Madrid. Estaré por allí, debo despedir a mi madre”.

Así fue como pase con él una mañana de enero del año 1989, por la calle Arenal,en la casa de su madre donde estaba “descansando”. Me dijo que gustaría vivir todavía unos meses, recibir la muerte con las flores de la Pascua de Primavera. No pudo verlas, murió el 3 de febrero, la Pascua la celebró en cielo.

Tenía mis cinco folios coloreados y subrayados en la mesilla de noche. No hablamos apenas de ellos. Nos miramos mucho, yo sentí que todo estaba bien. Él me dio las gracias por haber sido su amigo, y también su profesor (¡sé algo más de teología, he leído un par de veces todos los evangelios…).  Le dije que volvería al final del semestre. No pude volver para verle en vida. Murió antes.

7EC4B508-6C27-48CD-BC62-70B0A8B688B2            No sé qué pasó con aquellos cinco folios titulados “morir como cristiano”. No me atreví a pedírselos a su madre. No tenía copia, aunque sé que los había transcrito, caso de memoria, en el último capítulo de un libro titulado Trinidad y Comunidad Cristiana (Secretariado Trinitario, Madrid 1989, pags. 293-298), ya descatalogado, del que tengo algún ejemplar. Acabo de mirar, y veo que el libro ha sido “publicado” on line 

   Para facilitar la tarea de alguno que tenga interés por esas páginas (¡que para mí son emocionantes, una parte de vida, mi relación más honda con Manolo Garrigós!) las transcribo aquí, con algunas leves correcciones y adaptaciones. Fueron y siguen siendo mi experiencia de “morir como cristiano”, a través de mi hermano, alumno y, sobre todo, amigo Manuel del Pozo Garrigós.

MORIR COMO CRISTIANO. PARA M. DEL POZO GARRIGÓS

   (Dios de vivos, Dios Padre)

 Martín Heidegger había definido al hombre como ser para la muerte. Pero nosotros podemos y debemos definirlo como ser para la vida, en la línea de Sab 2,23 (Dios creó al hombre para la inmortalidad), conforme a la palabra de Jesús en Mc 12, 27, donde se presenta a Dios como Dios de vivos, no de muertos.

El Dios cristiano es Dios de vivos porque es Padre en un sentido muy profundo, principio y fin de todo lo que existe. Es Padre originario porque da la vida, en gesto de confianza y libertad: nos capacita para ser y realizarnos dentro de este mundo conflictivo, amenazado por la herida del dolor y de la muerte. Así nos acompaña, a lo largo de un camino que resulta muchas veces enigmático e hiriente, como Padre amigo que nos permite ser y nos alienta en medio de los riesgos de la historia. Pero Dios es, a la vez, Padre final.

Los padres de este mundo dan la vida y normalmente nos ayudan y acompañan mientras somos aún pequeños. Pero a veces nos dejan solos, luego mueren normalmente antes que nosotros y nos dejan solos del todo, de manera que debemos morir sin su asistencia. El Padre Dios es diferente: nos ha dado vida en el principio, nos acompaña en el camino y nos espera al final, de tal manera que su paternidad se define del modo más profundo precisamente aquí, en la línea de frontera de la muerte. En un nivel de experiencia cristiana, Dios se muestra plenamente como Padre porque nos recibe tras el velo de la muerte, nos acoge y resucita, como indica Rom 1, 3-4.

Jesús murió, porque era un hombre… Pero, al mismo tiempo, sintió y vivió tiempo la muerte como trance de dolor y abandono. Le dejaron solo todos sus amigos, sólo unas mujeres amigas, con la madre, le miraban y lloraban de lejos, no podían acercarse más, era guerra, habia soldados.

09B06F82-80E8-40E8-95F8-ECD8F2FB9F1A  Jesús sintió, además, en otro sentido mas hondo, que le abandonaba el mismo Dios, y así le preguntó, con las palabras de un salmo que sabia de memoria:  «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (Sa 22,2; Mc 15, 34).

Esas palabras fueron el comienzo y clave de una conversación dolorida, entrañable, que mantuve ante el lecho de la muerte con mi amigo Manuel del Pozo Garrigós, a principios del año 1989. Me dijo que esperaba seguir vivo cuando salieran las primeras flores de la primavera en el huerto pequeño que podía  tras el cristal de su ventana.

Pero no llegó a verlas en la tierra. Falleció poco después en Madrid, un frío  3 de febrero de 1989. Su recuerdo, con las palabras que entonces nos dijimos, me ayudan entender y asumir mejor el misterio de la muerte en Cristo. Hablamos de la humanidad más honda de Jesús, que había cargado hasta el final con nuestro sufrimiento, padeciendo nuestra angustia y soledad ante la muerte.

 En cierto sentido, también nosotros, situados ante ella, debemos asumir y recorrer hasta el final su experiencia de soledad, el misterio más profundo del fracaso: ¿Por qué me has abandonado? (Mc 15, 34, cf Sal 22, 2). ¿Para qué ha sido la vida, si al final debe acabarse? ¿para qué la luz del cielo y la esperanza de su reino si al final nos doblegamos, impotentes, ante el peso del dolor, ante el cansancio de la muerte?

 (Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu)

 Pero Manuel me dijo: No me hables más de esas palabras de abandono; ya he pensado en ellas, con ellas he sufrido y he rezado, ahora quiero que me expliques otras, las de otro evangelio que dice “en tus manos encomiendo mi espíritu”

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La Transfiguración: Una lectura desde el pensamiento de Monseñor Romero

Viernes, 6 de agosto de 2021
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san_romeroMauricio Manzano*

El viernes 05 de agosto se celebró la misa en el atrio de catedral en honor al Divino Salvador del Mundo. En la tarima principal se encontraban autoridades religiosas y políticas, muchas personas portaban poster y camisas con el rostro sonriente de Monseñor Romero. En este contexto litúrgico un amigo me pregunto ¿Cómo entendía Romero la Transfiguración? Algunas reflexiones.

En Teología, la transfiguración indica la transformación experimentada por Jesús en el Monte Tabor ante la presencia de Pedro, Juan y Santiago. Con la “aparición” de Elías y Moisés, el relato fue de gran importancia para las primeras comunidades cristianas que fue plasmando en tres evangelios: Mateo 17,1-9, Marcos 9, 2-10 y Lucas 9,28.36.

Este relato de la Trasfiguración de Jesús impactó profundamente a Romero, sus acciones se pueden leer a la luz de éste. Para él, la Teología de la Trasfiguración abarca y trasciende todo, de esta “Gran Teología” se derivan tres teologías que se vislumbran en sus escritos: la teología sobre Cristo, la teología antropológica y la teología eclesial. Para Romero la transfiguración es una transformación, implica un cambio de forma y de fondo de las personas, de la iglesia y de las estructuras sociales injustas.

Ciertamente, el principio y fundamento de la vida de Romero fue Jesús. Como el niño va formando su símbolo en base al juego y a la imitación, Romero fue configurándose con Jesús en base a la oración, al discernimiento y la contemplación. Tanto en su diario espiritual como en sus homilías, en el centro ubica la figura de Jesús quien fue su referencia de imitación y seguimiento. Para Romero, Jesús no era una divinidad abstracta alejada de la historia, en la humanidad de Jesús percibía su divinidad.

Sin una pizca de ingenuidad, Romero sabía que esta concepción, seguimiento e imitación de Jesús no estaban exentos de conflictos; en una homilía lo expreso: “Cristo es piedra de escándalo, por eso a mí me hacen un inmenso honor cuando me rechazan porque me parezco un poquito a Jesucristo, que también fue piedra de escándalo…” (Hom. 12/08/1978). La teología cristológica de Romero consiste en hacer de Jesús el fundamento más profundo de su vida y, desde esa concepción cristológica, se logra comprender su amor por los pobres y su pasión por la justicia. Sabía que la transfiguración en Jesús, en ocasiones, pasa por el calvario de la cruz, y lo asumió.

También Romero tenía claro que no hay transformación auténtica sin conversión personal. Para Romero la fe en Jesús lleva implícito la exigencia de una transformación humana. Un cambio de estructura si no pasa por un cambio de la persona no sirve de nada, dice Romero, en una homilía, dejando claro que la trasfiguración social demanda un cambio personal:

“Yo creo, queridos hermanos … que nosotros, los cristianos, somos los llamados a ofrecer a la historia del Continente latinoamericano, los hombres nuevos que los obispos señalaron allá en Medellín cuando dijeron: ‘De nada sirve cambiar estructuras económicas, sociales, políticas, de nada sirven estructuras nuevas si no hay hombres nuevos’. Y los hombres nuevos, los hombres renovados, son aquellos que con su fe en la resurrección de Jesucristo hacen suya toda esta grandiosa Teología de la Transfiguración” (Hom. 02/03/ 1980).

Por último, la iglesia transfigurada de Romero es una iglesia encarnada e identificada con los más vulnerables.

Son cuatro cartas pastorales las que escribió, y es significativo que tres de ellas fueron publicadas en el contexto de la fiesta de la trasfiguración de Jesús. Y en las cuatro cartas aparece la convicción de una Iglesia encarnada e identificada con los sufrimientos de los pobres. Incluso, algunos testimonios afirman que adrede detuvo la construcción de la catedral, argumentando que una iglesia de lujo era una ofensa para muchos feligreses que vivían en casas de cartón y lámina.

La misión de la iglesia lleva implícita un mensaje de redención y trasformación de las estructuras injustas, “el reto amoroso de la transfiguración de Cristo a los salvadoreños: la transfiguración de nuestro pueblo”, afirmó el obispo mártir. Y la Iglesia debe ser imagen y testimonio de trasformación.

A Romero se le dio la gracia de entrar al corazón de su Referente y conocer la justicia que lo habitaba y con todos los riesgos que suponía se aferró a ello. Esto era peligroso, sin duda. Para Romero, Cristo fue su principio y fundamento. Una de las causas por las que asesinan a Jesús es por su pretensión de asimilarse a Dios (Marcos 15,2); podemos decir de Romero que una de las causas por lo que es asesinado es por su pretensión de asimilarse a Jesús.

Para Romero, la transfiguración es una transformación que implica un cambio de forma y de fondo de las personas, de la iglesia y de las estructuras sociales injustas. Estaba convencido que este mundo es posible pero transfigurado, es decir, si los que lo habitan, en unidad, se comprometen a realizar una trasformación estructural de la sociedad, más justa, solidaria e inclusiva, que ponga en el centro al ser humano de manera integral, especialmente a los más pobres.

Año con año, el pueblo salvadoreño sigue celebrando la transfiguración de Jesús como parte de su identidad religiosa y cultural. Romero llamó a comprometerse con la transformación. Sus palabras deben seguir inspirando esta tarea que hoy por hoy sigue siendo la mayor deuda de la sociedad salvadoreña, y sobre todo de aquellos y aquellas que un día la propugnaron como la razón de ser de sus vidas.

*Catedrático e investigador de la Universidad Luterana Salvadoreña

Fuente Universidad Luterana Salvadoreña

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Jueves 01 de Abril de 2021. “Jueves Santo”.

Jueves, 1 de abril de 2021
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De Koinonia:

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1ª Lectura:

Éxodo 12,1-8.11-14

Prescripciones sobre la cena pascual

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: “Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido.

Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor. Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones.””

***

Salmo responsorial: 115

El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.

¿Como pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R.

***

2ª Lectura:

1Corintios 11,23-26

Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor

Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.” Lo mismo hizo con él cáliz, después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.” Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

***

Evangelio:

Juan 13,1-15

Los amó hasta el extremo

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: “Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?” Jesús le replicó: “Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.” Pedro le dijo: “No me lavarás los pies jamás.” Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.” Simón Pedro le dijo: “Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.” Jesús le dijo: “Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.” Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios.”

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.”

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***

Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy

Queridos hermanos:

Con esta ceremonia en honor de la institución de la Eucaristía se inicia lo que litúrgicamente se llama el Solemne Triduo Pascual. Tres días para celebrar el acontecimiento religioso cristiano más grande de la historia y naturalmente, del año litúrgico. San Agustín llamaba a este triduo: la fiesta de la Pasión, la muerte y la resurrección del Señor. Esta noche, pues, es como una síntesis, como un resumen de toda la Pascua que estamos celebrando. Para comprenderlo, las lecturas de hoy nos han colocado en una historia vieja de Israel que desemboca en Cristo Nuestro Señor y que El, Cristo, la encarga a su Iglesia para que la lleve hasta la consumación de los siglos.

He aquí tres pensamientos de esta noche santísima del jueves Santo: una historia de Israel.

Un Cristo que la encarna

Y una prolongación eucarística hasta la consumación de los siglos.

1 º UNA HISTORIA DE ISRAEL

La vieja historia nos la ha contado el libro del Exodo que se acaba de leer. Los judíos celebraban en esta luna llena del mes de Nisan, un mes hebreo que coincide con nuestro marzo-abril. “Este será el primer mes del año -les había dicho- celebraréis la Pascua”. La Pascua era la celebración de dos grandes ministerios del Viejo Testamento: la liberación de Egipto y la Alianza con el Señor. Pascua y Alianza. La Pascua era aquel momento en que los israelitas esclavizados por el Faraón en Egipto no podían salir hasta en la décima plaga terrible, que consistió en que todos los primogénitos de Egipto iban a morir esa noche. Y para que se libraran las familias hebreas Dios les dijo, por medio de Moisés, que mataran un cordero y que con su sangre marcaran los dinteles de las puertas porque esa noche iba a pasar el ángel. El paso del ángel, eso quiere decir la Pascua: el paso de Dios que para los egipcios va a ser castigo y para Israel va a ser liberación.

Y aquella noche, mientras los egipcios lloraban a sus primogénitos que morían, los israelitas marcados con la sangre del cordero, salían de la esclavitud todas las familias para atravesar el desierto y encaminarse hacia la tierra prometida. Todos los años celebraban algo así como nuestro 15 de septiembre, la fiesta de la emancipación, la fiesta de la libertad, la fiesta en que Dios pasó salvando a Israel. Y al mismo tiempo que hacían actualidad esta fiesta del pasado, recordaban que había una alianza entre Dios y aquel pueblo, por la cual Israel se comprometía a respetar la ley de Dios y Dios se comprometía a proteger de manera especial a ese pueblo. La Pascua y la Alianza encontraron eco en fiestas que ya se celebraban entre los pastores pero que a través de estas revelaciones y de estos signos, tenían ya un sentido de profecía. La Pascua y la Alianza iban a encontrar una personificación cuando el más grande de los judíos, el nacido de Abraham, de David, de la descendencia santa de Israel, va a celebrar la Pascua.

Esta noche, Cristo Nuestro Señor, como buen israelita, con su grupo de israelitas que eran los apóstoles formando una familia, mandaron también a matar su corderito para comerlo en la noche del jueves Santo como lo comían todas las familias de Israel, recordando la vieja historia de la liberación y de la Alianza. ¡Cómo bullían en la mente de Cristo tantos recuerdos de la historia sagrada, cómo se hacían presente en la vida del Señor esta noche de emociones profundas toda la historia de Israel! No ha habido un patriota con más cariño a su pueblo, y a su tierra, y a sus costumbres, que Nuestro Señor Jesucristo. Cuando queramos ser auténticos salvadoreños miremos a Cristo que fue el auténtico patriota que vio la historia de su pueblo, que sintió como suya y como presente la esclavitud de Egipto, y vivió con agradecimiento a Dios la libertad y la alianza entre Dios y el pueblo. Leer más…

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Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Martes, 8 de diciembre de 2020
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Leído en Koinonia:

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Génesis 3,9-15.20

 Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer

Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre:

– “¿Dónde estás?”

Él contestó:

“Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.”

El Señor le replicó:

– “¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?”

Adán respondió:

– “La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.

El Señor dijo a la mujer:

– “¿Qué es lo que has hecho?”

Ella respondió:

– “La serpiente me engañó, y comí.”

El Señor Dios dijo a la serpiente:

“Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.”

El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

*

Salmo responsorial: 97

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado /
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.

*

Efesios 1,3-6.11-12

Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria.

*

Lucas 1,26-38

 

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo:

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.”

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:

“No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.”

Y María dijo al ángel:

“¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?”

El ángel le contestó:

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.”

María contestó:

“Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.”

Y la dejó el ángel.

 

Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy (8 de Diciembre de 1977)

AGRADECIMIENTOS AL SACERDOTE Y RELIGIOSAS

Yo quiero aprovechar esta oportunidad, pues, para agradecer a los padres norteamericanos este servicio tan insigne que nuestra diócesis aprecia inmensamente, así como también a las hermanas de San José que, junto con ellos los sacerdotes, están cultivando este mensaje de la palabra de Dios y alimentando con él a nuestro pueblo.

Quiero alegrarme también, porque junto a los sacerdotes y las religiosas un grupo de hombres y de mujeres, celebradores de la palabra, catequistas, asociaciones parroquiales y católicos que sienten la responsabilidad de la Iglesia en este momento tan trascendental de la historia de El Salvador no desfallecen en su difícil misión de predicar este mensaje del Señor. Celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, es tener la oportunidad de acercarnos a la fuente misma desde donde brota todo ese río que no terminará de correr hasta la consumación de los siglos. La Iglesia, con su mensaje, con su palabra, encontrará mil obstáculos, como el río encuentra peñascos, escollos, abismos; no importa; el río lleva una promesa: “estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos” y “las puertas del infierno no podrán prevalecer”, contra esta Voluntad del Señor.

EL PECADO DE ORIGEN

¿Cuál es la Voluntad del Señor?. El misterio de la Inmaculada Concepción de María nos está ofreciendo a la luz de esas lecturas que acaban de escuchar cuáles son los designios de Dios para con nosotros los hombres.

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Tamayo, sobre la condena a Montano: “Escuché con emoción la sentencia. Se hizo justicia, pero no completa”

Jueves, 17 de septiembre de 2020
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Martires-UCA_2164893508_13973497_667x375Ignacio Ellacuría: Pasión por la justicia, compasión con las víctimas y amor por la verdad

Escuché con emoción la sentencia de la Audiencia Nacional que condena a Inocente Orlando Montano a 133 años de prisión como culpable de los asesinatos de Ignacio Ellacuría y de sus compañeros jesuitas españoles

Se hizo justicia pero no completa, ya que quedaron impunes los asesinatos de los salvadoreños el jesuita Joaquín López y López, la trabajadora doméstica Julia Elba Ramos y su hija Celina, de 15 años

Ellacuría es uno de los más cualificados creadores y cultivadores de la teología y de la filosofía de la liberación en América Latina

Su honestidad intelectual le llevó a ser fiel a la realidad, una realidad transida de muerte, pero abierta a la esperanza de vida; una realidad aparentemente plana y opaca, pero cargada de potencialidades ocultas que él quiso sacar a la luz

El acto primero de su teología fue el pueblo crucificado de El Salvador, su lucha histórica por vencer a la muerte provocada por el triángulo oligarquía-ejército-gobierno, su compromiso por la vida

Encarnó la máxima del filósofo griego Epicuro: “Vana es la palabra del filósofo (y yo añado: del teólogo) que no sirva para curar algún sufrimiento de los seres humanos”

La lectura de su obra y el conocimiento más preciso de su actividad política y universitaria nos permiten valorar en sus justos términos el sentido crítico de su pensamiento, la autenticidad de su experiencia religiosa, su vocación pacificadora

El desarrollo y la profundización de de estas ideas se encuentran en mi libro, escrito en colaboración con José Manuel Romero, Ignacio Ellacuría. Teología, filosofía y crítica de la ideología (Anthropos, Barcelona, 2019)

El caso jesuitas y la búsqueda de la verdad, por José María Tojeira

El viernes pasado, 11 de septiembre, escuché con profunda emoción y lágrimas de alegría la sentencia de la Audiencia Nacional que condenaba a Inocente Orlando Montano a 133 años de prisión como culpable de los asesinatos de Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad José Simeón Cañas (UCA), y de sus compañeros jesuitas españoles Segundo Montes, Ignacio Martín Baró, Amando López y Juan Manuel Moreno la madrugada del 16 de noviembre de 1989. Se hizo justicia pero no completa, ya que quedaron impunes los asesinatos de los salvadoreños el jesuita Joaquín López y López, la trabajadora doméstica Julia Elba Ramos y su hija Celina, de 15 años.

“Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”

 “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”: Este texto poético, de José Martí, tiene aire del Atahualpa Yupanki y recuerda el mensaje utópico de los viejos profetas de Israel y la proclama liberadora de Jesús de Nazaret. Con él comienzo esta evocación de Ignacio Ellacuría, con quien colaboré intensamente en libros, conferencias y congresos. Cuando se creó la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones en la Universidad Carlos III de Madrid, el rector Gregorio Peces-Barba me pidió le pusiera el nombre de un teólogo español fallecido. “Ignacio Ellacuría”, le respondí sin dudar un minuto. El método seguido en los cursos y las publicaciones de la Cátedra es el de la historificación de los conceptos filosóficos, teológicos y políticos, que él creó e inspira mi teología.

Ellacuría es, sin duda, uno de los más cualificados creadores y cultivadores de la teología y de la filosofía de la liberación en América Latina, y constituye todo un ejemplo de coherencia entre pensar y vivir, teología y praxis, biografía y bibliografía, pasión por la justicia y compasión con las víctimas, amor a la verdad y compromiso con la liberación de las personas y los sectores empobrecidos. En él no había compartimentos estancos ni doblez: vivía como pensaba, pensaba como vivía. Su vida fue la mejor ejemplificación de su pensamiento; su pensamiento, la más nítida explicación de su vida.

Siempre me impresionó su serenidad, cualidad de los espíritus libres y equilibrados que, como la naturaleza, no dan saltos en el vacío, sino que saben estar en cada situación de manera ecuánime y sin hace concesiones a las ideológicas.

Ellacuría era una persona de una pieza, un hombre cabal, que armonizaba de manera espontánea y sin fisuras la ética y la política, la fe y la esperanza, la reflexión y la praxis de liberación. La ética resultaba ser en él la bisagra y el punto de conexión entre la doble dimensión de la fe: la mística y la política. La causa de la liberación, y por ende de la libertad, no era algo accidental, de lo que se ocupara en ratos de ocio, sino consustancial. Esa causa guió su pensar y vivir, su punto de partida y de llegada. Quizá no haya otra causa más noble, más gratuita e interesada a la vez, en cuanto estaba vinculada a intereses de emancipación.

Intelectual honesto y fidelidad a lo real

Su honestidad intelectual le llevó a ser fiel a la realidad, una realidad transida de muerte, pero abierta a la esperanza de vida; una realidad aparentemente plana y opaca, pero cargada de potencialidades ocultas que él quiso sacar a la luz.

La fidelidad a lo real le convirtió en un intelectual honesto: le llevó a analizar la realidad en toda su complejidad, con un instrumental científico riguroso, desde unos presupuestos éticos de justicia y solidaridad. Él mismo solía repetir, siguiendo a su maestro Xabier Zubiri, que la inteligencia debe aprehender la realidad y enfrentarse con ella, siguiendo estos tres pasos: a) hacerse cargo de la realidad, que consiste en un estar “real” en la realidad de las cosas a través de las mediaciones materiales y activas; b) cargar con la realidad, esto es, tener en cuenta el carácter ético fundamental de la inteligencia; c) encargarse de la realidad, que significa asumir hasta sus últimas consecuencias la dimensión práxico-emancipatoria de la inteligencia.

Pero lo más importante de esta caracterización de la inteligencia es que Ellacuría fue capaz de encarnarla vitalmente y de convertirla en praxis histórica martirial, acompañando al pueblo de El Salvador y a los “pueblos crucificados” con la luz de la inteligencia y la radicalidad del Evangelio.

Supo articular, en su vida y pensamiento , el análisis de la realidad a través del recurso a las ciencias sociales, políticas y económicas, el quehacer teológico a través de la mediación hermenéutica y la reflexión filosófica bajo guía de Xavier Zubiri, de quien fue primero el discípulo sobre quien hizo su tesis doctoral y después el colaborador más cercano, cuyo pensamiento recreó. Sorprendía gratamente comprobar cómo armonizaba la seriedad metodológica con la sensibilidad hacia las mayorías empobrecidas, la precisión científica con la sintonía crítica hacia los proyectos de las organizaciones populares de El Salvador.

Nada tiene que ver el teólogo Ellacuría con la irónica definición que de los teólogos daba el que fuera arzobispo de Canterbury, Willian Temple: los teólogos son, afirmaba, “personas que consumen toda una vida irreprochable en dar respuestas exactísimas a preguntas que nadie se plantea”. El acto primero de la teología de Ellacuría fue el pueblo crucificado de El Salvador, su lucha histórica por vencer a la muerte provocada por el triángulo oligarquía-ejército-gobierno, su compromiso por la vida, su anhelo de resurrección, expresado por monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado en 1980 en su afirmación “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”, grabada a la entrada de la capilla de la UCA, donde está enterrados los mártires jesuitas.

La convergencia con monseñor Romero, cristiano cabal que le precedió en el martirio, era total. Ambos creían en la “fuerza histórica de los pobres” para liberarse de las cadenas de la opresión y construir la fraternidad-sororidad desde abajo. La muerte de ambos era una “muerte anunciada”, pero también estaba anunciada su victoria sobre la muerte, como anticipara monseñor Romero en la frase antes citada.

Bajar de la cruz a los pueblos crucificados

Ni una sola línea de sus escritos ni una sola acción de su itinerario vital le alejaron de su pasión por los pueblos crucificados, no para dejarlos ahí colgados, sino para bajarlos de la cruz. Creo que cualquier teología o filosofía que pase por alto las densas y significativas preguntas surgidas del infierno de la muerte de los inocentes y de las situaciones de explotación que viven los pueblos empobrecidos en el Norte Gobal y en el Sur Global, termina por convertirse en un estéril ejercicio de retórica vacua o en un gran acto de cinismo.

Ellacuría encarnó la máxima del filósofo griego Epicuro: “Vana es la palabra del filósofo (y yo añado: del teólogo) que no sirva para curar algún sufrimiento de los seres humanos”, que no está tan lejos de las palabras del profeta Oseas “Misericordia quiero, no sacrificios”, puestas por los evangelistas en boca del profeta Jesús de Nazaret.

La vida y el pensamiento de Ignacio Ellacuría plantean a la sociedad y a las religiones, al pensamiento filosófico y teológico del Norte Global la necesidad de un giro copernicano, de un cambio de dirección en las siguientes alternativas: del individualismo a la comunidad; de la civilización de la riqueza a la cultura de la austeridad; de la retórica de los derechos humanos a la defensa de los derechos de las personas empobrecidas y de los pueblos oprimidos; de la historia entendida como como progreso lineal de los colectivos privilegiados a la historia como cautiverio e interrupción; del “fuera de la Iglesia no hay salvación” al “fuera de los pobres no hay salvación”; de la moral privada a la ética pública: En suma, de la razón instrumental inmisericorde, en que ha desembocado la razón ilustrada, a la razón compasiva.

“Hombre de compasión y misericordia”

Ellacuría encarnó la máxima del filósofo griego Epicuro: “Vana es la palabra del filósofo (y o añado: del teólogo) que no sirva para curar algún sufrimiento de los seres humanos”, que está en plena sintonía con las palabras del profeta Oseas puestas por los evangelistas en boca de Jesús: “Misericordia quiero, no sacrificios”. Es la base de la ética de la compasión.

Los numerosos estudios sobre la vida y el pensamiento de Ellacuría que se han sucedido ininterrumpidamente a lo largo de los treinta años tras su asesinato, nos han descubierto nuevas dimensiones de su personalidad, en la que convivían armónicamente el profesor universitario y el analista político, el crítico del poder y el defensor de las personas víctima de la violencia del sistema, el filósofo de la realidad histórica y el teólogo de la justicia, el intelectual comprometido y el creyente sincero, el lúcido polemista y el mediador para la paz, el pensador y el activista de los derechos humanos, el testigo y el creyente en el Dios de la esperanza y en Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador .

La lectura de su obra y el conocimiento más preciso de su actividad política y universitaria nos permiten valorar en sus justos términos el sentido crítico de su pensamiento, la autenticidad de su experiencia religiosa, su vocación pacificadora en medio de los conflictos, su compromiso ético con los pobres de la tierra, la vigencia de muchos de sus análisis políticos, el horizonte emancipador de su filosofía y la perspectiva liberadora de su teología. Su vida fue ejemplo de coherencia entre pensar y actuar, fe cristiana y compromiso con los excluidos, reflexión y solidaridad con las víctimas. El filósofo y amigo personal de Ellacuría, Pedro Laín Entralgo le definió como Pharmakós por su pasión en reconciliarnos con el ser humano que somos. Jon Sobrino le llama “hombre de compasión y misericordia”. Dos definiciones que comparto.

El desarrollo y la profundización de de estas ideas se encuentran en mi libro, escrito en colaboración con José Manuel Romero, Ignacio Ellacuría. Teología, filosofía y crítica de la ideología (Anthropos, Barcelona, 2019)

Fuente Religión Digital

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La Transfiguración: Una lectura desde el pensamiento de Monseñor Romero

Jueves, 6 de agosto de 2020
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san_romeroMauricio Manzano*

El viernes 05 de agosto se celebró la misa en el atrio de catedral en honor al Divino Salvador del Mundo. En la tarima principal se encontraban autoridades religiosas y políticas, muchas personas portaban poster y camisas con el rostro sonriente de Monseñor Romero. En este contexto litúrgico un amigo me pregunto ¿Cómo entendía Romero la Transfiguración? Algunas reflexiones.

En Teología, la transfiguración indica la transformación experimentada por Jesús en el Monte Tabor ante la presencia de Pedro, Juan y Santiago. Con la “aparición” de Elías y Moisés, el relato fue de gran importancia para las primeras comunidades cristianas que fue plasmando en tres evangelios: Mateo 17,1-9, Marcos 9, 2-10 y Lucas 9,28.36.

Este relato de la Trasfiguración de Jesús impactó profundamente a Romero, sus acciones se pueden leer a la luz de éste. Para él, la Teología de la Trasfiguración abarca y trasciende todo, de esta “Gran Teología” se derivan tres teologías que se vislumbran en sus escritos: la teología sobre Cristo, la teología antropológica y la teología eclesial. Para Romero la transfiguración es una transformación, implica un cambio de forma y de fondo de las personas, de la iglesia y de las estructuras sociales injustas.

Ciertamente, el principio y fundamento de la vida de Romero fue Jesús. Como el niño va formando su símbolo en base al juego y a la imitación, Romero fue configurándose con Jesús en base a la oración, al discernimiento y la contemplación. Tanto en su diario espiritual como en sus homilías, en el centro ubica la figura de Jesús quien fue su referencia de imitación y seguimiento. Para Romero, Jesús no era una divinidad abstracta alejada de la historia, en la humanidad de Jesús percibía su divinidad.

Sin una pizca de ingenuidad, Romero sabía que esta concepción, seguimiento e imitación de Jesús no estaban exentos de conflictos; en una homilía lo expreso: “Cristo es piedra de escándalo, por eso a mí me hacen un inmenso honor cuando me rechazan porque me parezco un poquito a Jesucristo, que también fue piedra de escándalo…” (Hom. 12/08/1978). La teología cristológica de Romero consiste en hacer de Jesús el fundamento más profundo de su vida y, desde esa concepción cristológica, se logra comprender su amor por los pobres y su pasión por la justicia. Sabía que la transfiguración en Jesús, en ocasiones, pasa por el calvario de la cruz, y lo asumió.

También Romero tenía claro que no hay transformación auténtica sin conversión personal. Para Romero la fe en Jesús lleva implícito la exigencia de una transformación humana. Un cambio de estructura si no pasa por un cambio de la persona no sirve de nada, dice Romero, en una homilía, dejando claro que la trasfiguración social demanda un cambio personal:

“Yo creo, queridos hermanos … que nosotros, los cristianos, somos los llamados a ofrecer a la historia del Continente latinoamericano, los hombres nuevos que los obispos señalaron allá en Medellín cuando dijeron: ‘De nada sirve cambiar estructuras económicas, sociales, políticas, de nada sirven estructuras nuevas si no hay hombres nuevos’. Y los hombres nuevos, los hombres renovados, son aquellos que con su fe en la resurrección de Jesucristo hacen suya toda esta grandiosa Teología de la Transfiguración” (Hom. 02/03/ 1980).

Por último, la iglesia transfigurada de Romero es una iglesia encarnada e identificada con los más vulnerables.

Son cuatro cartas pastorales las que escribió, y es significativo que tres de ellas fueron publicadas en el contexto de la fiesta de la trasfiguración de Jesús. Y en las cuatro cartas aparece la convicción de una Iglesia encarnada e identificada con los sufrimientos de los pobres. Incluso, algunos testimonios afirman que adrede detuvo la construcción de la catedral, argumentando que una iglesia de lujo era una ofensa para muchos feligreses que vivían en casas de cartón y lámina.

La misión de la iglesia lleva implícita un mensaje de redención y trasformación de las estructuras injustas, “el reto amoroso de la transfiguración de Cristo a los salvadoreños: la transfiguración de nuestro pueblo”, afirmó el obispo mártir. Y la Iglesia debe ser imagen y testimonio de trasformación.

A Romero se le dio la gracia de entrar al corazón de su Referente y conocer la justicia que lo habitaba y con todos los riesgos que suponía se aferró a ello. Esto era peligroso, sin duda. Para Romero, Cristo fue su principio y fundamento. Una de las causas por las que asesinan a Jesús es por su pretensión de asimilarse a Dios (Marcos 15,2); podemos decir de Romero que una de las causas por lo que es asesinado es por su pretensión de asimilarse a Jesús.

Para Romero, la transfiguración es una transformación que implica un cambio de forma y de fondo de las personas, de la iglesia y de las estructuras sociales injustas. Estaba convencido que este mundo es posible pero transfigurado, es decir, si los que lo habitan, en unidad, se comprometen a realizar una trasformación estructural de la sociedad, más justa, solidaria e inclusiva, que ponga en el centro al ser humano de manera integral, especialmente a los más pobres.

Año con año, el pueblo salvadoreño sigue celebrando la transfiguración de Jesús como parte de su identidad religiosa y cultural. Romero llamó a comprometerse con la transformación. Sus palabras deben seguir inspirando esta tarea que hoy por hoy sigue siendo la mayor deuda de la sociedad salvadoreña, y sobre todo de aquellos y aquellas que un día la propugnaron como la razón de ser de sus vidas.

*Catedrático e investigador de la Universidad Luterana Salvadoreña

Fuente Universidad Luterana Salvadoreña

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“Tiempos de gracia”, por Gabriel Mª Otalora

Jueves, 30 de julio de 2020
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Este año se cumplen cuarenta años del asesinato de dos grandes testigos del evangelio en circunstancias trágicas ya que ambos murieron por su fidelidad a Cristo. Me refiero al jesuita Luis Espinal y a Monseñor Óscar Romero, asesinados con una diferencia de tres días; uno en Bolivia y el otro en El Salvador por el único delito de amar a los demás.

Suena extraño explicarlo así, pero una actitud semejante fue la causa del asesinato de Jesús de Nazaret, en este caso por amor extremo, ejemplo al que seguían esos dos seguidores suyos. El amor trinitario del que Bruno Forte afirma que el Padre es el amante, el Hijo el amado y el Espíritu es el encuentro entre ambos en perfecta comunión que la entenderemos cuando veamos a Dios “cara a cara”.

Espinal y Romero murieron por no ser políticamente correctos frente a la injusticia, es decir, por defender al desvalido como a un hermano, por amor. La fiesta del Espíritu Santo y después la Trinidad no se alejan de la Pascua sino que la circunscriben a lo esencial: el amor de Dios al mundo, hoy y aquí, cuando la vida corre peligro por ser fiel al Mensaje frente al ritualismo silente, excluyente, tras un virtuosismo hueco de amor que ignora lo que el Maestro nos enseñó.

Para cambiar las cosas no vale la falsa prudencia, como bien lo saben las personas tocadas por el verdadero amor. La prudencia es virtud mientras que la cobardía es todo lo contrario. Jesús nos habló del reparto de talentos y lo mal que le fue al que recibió uno cuando lo guardó  por su cobardía disfrazada de prudencia y por la falta de confianza. En los poemas del mártir Espinal se recoge bien esta idea: Hemos sido prudentes (en realidad, cobardes) y nos hemos cuidado; pero, ¿para qué? Nuestro único ideal no puede ser llegar a viejos… Y en otro poema refuerza estos pensamientos: Líbranos, Señor, del silencio “prudente” (sic) para no comprometernos. Que nunca tu Iglesia sea Iglesia del silencio que no calla ni ante el guante blanco ni ante las armas.

No queremos una prudencia que nos lleve a la omisión, a ser cristianos mudos, que mientras no les toquen a ellos, se quedan tranquilos aunque se cuartee el mundo. Por reflexiones similares a estas de Luis Espinal llevadas a la práctica, asesinaron a Jesús de Nazaret y a muchos de sus seguidores, Espinal y Romero incluidos. La prudencia es virtud que Jesús supo administrar y de qué manera: habló y calló cuando era necesario, no cuando le vino bien. De hecho, no contemporizó con sus enemigos para mejorar su cada vez más difícil situación personal.

¿Por qué confundimos tantas veces el amor cristiano con una especia de platonismo celestial carente de todo compromiso? ¿O con una actitud comprometida desde una ideología política violenta? Cada vez que actuamos así apelando a Cristo, borramos la esencia de lo que Jesús predicó y de su implicación para salvar especialmente a los más desfavorecidos, precisamente por serlo, implicado como estuvo en que la religión no fuera la excusa perfecta para mantener la injusticia basada en la exclusión, ajena al Dios Amor. No podemos en ensalzar al Dios de Jesús templando gaitas con el poder que utiliza a Dios para perpetuarse, ni ser tampoco los abanderados de medios violentos y cainitas que Jesús rehusó. Por ambas cosas murieron Jesús, Espinal y Romero. No traicionemos el amor cristiano disfrazándolo de luchas de poder o de falta de compromiso, parapetados en ritos que solo se representan a sí mismos.

Tampoco se trata de hacer una Contracruzada, sino de vivir nuestra fe, valientes y firmes, dando testimonio allí donde nos ha tocado; dando ejemplo gracias a la fuerza del Dios Trinidad que insufla sobre lo débil para hacerse fuerte entre nosotros. En medio de este tiempo difícil, Dios empuja fuerte para que descubramos mediante una actitud de escucha humilde una experiencia enteramente nueva en medio del infortunio y las debilidades.

La audacia del amor tiene reglas y sus frutos se recogen tras la puerta estrecha.

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“Aquella fatídica madrugada de noviembre”, por Juan José Tamayo.

Sábado, 13 de junio de 2020
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dia-mataron-Ellacuria_2176592399_14086101_660x371Juan José Tamayo, al presunto responsable del asesinato de Ellacuría: “La historia no le absolverá”

“No tenía nada en contra de los jesuitas”: Montano se declara inocente del asesinato de Ellacuría, pero sólo responde a las preguntas de su abogado

Ildefonso Camacho: “La consigna era eliminar a Ignacio Ellacuría, pero sin dejar testigos”

En el mes de agosto, durante mi estancia en San Salvador como profesor invitado en la Universidad Don Bosco y la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), leí la novela Noviembre, del escritor salvadoreño Jorge Galán, que se inspira en el asesinato de seis jesuitas -Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Juan Ramón Moreno. Amando López y Joaquín María López y López-, y dos mujeres -Elba Ramos, empleada doméstica, y su hija Celina, de 15 años-, por el sanguinario batallón Atlacatl, del Ejército salvadoreño. Sucedió en la UCA la fatídica madrugada del 16 de noviembre de 1989. La novela aporta luz sobre los hechos y se adentra en otros crímenes impunes contra religiosos y religiosas de El Salvador como el jesuita Rutilio Grande, monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, y cuatro religiosas de Estados Unidos. Recoge el testimonio de Alfredo Cristiani, entonces presidente del país centroamericano, que reconoce la autoría militar de los crímenes de los jesuitas.

El novelista se vio obligado a abandonar el país por las amenazas de muerte recibidas. La obra se caracteriza por un insobornable compromiso ético, una profunda sensibilidad hacia el sufrimiento de las víctimas y la valentía para denunciar a los autores materiales y a los responsables intelectuales, a quienes pone nombre. Ha sido galardonada con el Premio de la Real Academia Española 2016 por ser “una novela y una construcción literaria llena de verdad histórica y humana”.

Leí el libro de Jorge Galán recorriendo algunos de los escenarios donde sucedió el óctuplo asesinato. Visité las aulas donde impartían clases los profesores. Conocí la residencia donde vivía la comunidad de jesuitas. Toqué el césped del Jardín de Rosas donde se encontraron los cadáveres, así llamado porque en él plantó Obdulio, esposo de Elba y papá de Celina, un círculo de rosas rojas y en el centro dos rosas amarillas en memoria de su hija y de su esposa. Entré en la capilla y me detuve ante sus tumbas. Visité el Memorial de los Mártires del Centro Monseñor Romero donde están expuestos algunos de los enseres personales de los muertos, entre ellos el libro ensangrentado El Dios crucificado, del teólogo alemán Jürgen Moltmann, que se encontraba en la estantería de la habitación de Jon Sobrino y cayó al suelo cuando fue arrastrado el cuerpo de uno de los asesinados. Es todo un símbolo en plena sintonía con Ellacuría, para quien la realidad histórica de los “pueblos crucificados” es el lugar social y hermenéutico de su teología.

Los militares entraron en la UCA con la voluntad de eliminar a su rector, Ignacio Ellacuría, una de las figuras más relevantes de la teología y de la filosofía de la liberación, y a sus compañeros jesuitas, prestigiosos intelectuales que analizaban críticamente la realidad del país centroamericano desde diferentes disciplinas: ciencias sociales, psicología social, filosofía, teología, teoría política, filosofía de los derechos humanos, etcétera. El múltiple asesinato, la autoría militar del mismo y la forma irracional como se produjo conmovieron a El Salvador, a América Latina y al mundo entero.

Mientras leía la novela y recorría los lugares de la vida y de la muerte de los mártires me rondaba una pregunta: ¿Por qué los mataron? Y encontré varias respuestas.

Para los sectores eclesiásticos salvadoreños aliados con el Ejército, la oligarquía y el poder político, el asesinato se debió a que los jesuitas se habían alejado de su misión pastoral y se habían implicado en la actividad política del lado de los guerrilleros revolucionarios. “¡Se lo tenían merecido!”, pensaban para sus adentros.

Jon Sobrino, compañero de las víctimas, que se libró de la muerte por encontrarse fuera de El Salvador, piensa de manera muy distinta: los mataron “porque analizaron la realidad y sus causas con objetividad. Dijeron la verdad del país con sus publicaciones y declaraciones públicas. Desenmascararon la mentira y practicaron la denuncia profética. Por ser conciencia crítica de una sociedad de pecado y conciencia creativa de una sociedad distinta, la utopía del reino de Dios entre los pobres. ¡Y eso no se perdona!”

No puedo compartir la respuesta de los sectores eclesiásticos conservadores, sí la de Sobrino, a la que añadiría: los mataron por haber vivido el cristianismo no como opio del pueblo, sino como liberación de los oprimidos, denunciar la triple alianza del poder político, económico y militar, trabajar por la paz y la justicia desde la no violencia y anticipar con su estilo de vida la utopía de otro mundo posible.

Juan José Tamayo

Fuente El País

Juan José Tamayo es director de la Cátedra “Ignacio Ellacuría” de la Universidad Carlos III de Madrid y codirector de Ignacio Ellacuría: utopía y teoría crítica (Tirant lo Blanch, 2014).

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Jueves 09 de Abril de 2020. “Jueves Santo”.

Jueves, 9 de abril de 2020
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De Koinonia:

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1ª Lectura:

Éxodo 12,1-8.11-14

Prescripciones sobre la cena pascual

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: “Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido.

Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor. Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones.””

Salmo responsorial: 115

El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.

¿Como pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R.

2ª Lectura:

1Corintios 11,23-26

Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor

Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.” Lo mismo hizo con él cáliz, después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.” Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Evangelio:

Juan 13,1-15

Los amó hasta el extremo

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: “Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?” Jesús le replicó: “Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.” Pedro le dijo: “No me lavarás los pies jamás.” Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.” Simón Pedro le dijo: “Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.” Jesús le dijo: “Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.” Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios.”

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.”

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***

Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy

Queridos hermanos:

Con esta ceremonia en honor de la institución de la Eucaristía se inicia lo que litúrgicamente se llama el Solemne Triduo Pascual. Tres días para celebrar el acontecimiento religioso cristiano más grande de la historia y naturalmente, del año litúrgico. San Agustín llamaba a este triduo: la fiesta de la Pasión, la muerte y la resurrección del Señor. Esta noche, pues, es como una síntesis, como un resumen de toda la Pascua que estamos celebrando. Para comprenderlo, las lecturas de hoy nos han colocado en una historia vieja de Israel que desemboca en Cristo Nuestro Señor y que El, Cristo, la encarga a su Iglesia para que la lleve hasta la consumación de los siglos.

He aquí tres pensamientos de esta noche santísima del jueves Santo: una historia de Israel.

Un Cristo que la encarna

Y una prolongación eucarística hasta la consumación de los siglos.

1 º UNA HISTORIA DE ISRAEL

La vieja historia nos la ha contado el libro del Exodo que se acaba de leer. Los judíos celebraban en esta luna llena del mes de Nisan, un mes hebreo que coincide con nuestro marzo-abril. “Este será el primer mes del año -les había dicho- celebraréis la Pascua”. La Pascua era la celebración de dos grandes ministerios del Viejo Testamento: la liberación de Egipto y la Alianza con el Señor. Pascua y Alianza. La Pascua era aquel momento en que los israelitas esclavizados por el Faraón en Egipto no podían salir hasta en la décima plaga terrible, que consistió en que todos los primogénitos de Egipto iban a morir esa noche. Y para que se libraran las familias hebreas Dios les dijo, por medio de Moisés, que mataran un cordero y que con su sangre marcaran los dinteles de las puertas porque esa noche iba a pasar el ángel. El paso del ángel, eso quiere decir la Pascua: el paso de Dios que para los egipcios va a ser castigo y para Israel va a ser liberación.

Y aquella noche, mientras los egipcios lloraban a sus primogénitos que morían, los israelitas marcados con la sangre del cordero, salían de la esclavitud todas las familias para atravesar el desierto y encaminarse hacia la tierra prometida. Todos los años celebraban algo así como nuestro 15 de septiembre, la fiesta de la emancipación, la fiesta de la libertad, la fiesta en que Dios pasó salvando a Israel. Y al mismo tiempo que hacían actualidad esta fiesta del pasado, recordaban que había una alianza entre Dios y aquel pueblo, por la cual Israel se comprometía a respetar la ley de Dios y Dios se comprometía a proteger de manera especial a ese pueblo. La Pascua y la Alianza encontraron eco en fiestas que ya se celebraban entre los pastores pero que a través de estas revelaciones y de estos signos, tenían ya un sentido de profecía. La Pascua y la Alianza iban a encontrar una personificación cuando el más grande de los judíos, el nacido de Abraham, de David, de la descendencia santa de Israel, va a celebrar la Pascua.

Esta noche, Cristo Nuestro Señor, como buen israelita, con su grupo de israelitas que eran los apóstoles formando una familia, mandaron también a matar su corderito para comerlo en la noche del jueves Santo como lo comían todas las familias de Israel, recordando la vieja historia de la liberación y de la Alianza. ¡Cómo bullían en la mente de Cristo tantos recuerdos de la historia sagrada, cómo se hacían presente en la vida del Señor esta noche de emociones profundas toda la historia de Israel! No ha habido un patriota con más cariño a su pueblo, y a su tierra, y a sus costumbres, que Nuestro Señor Jesucristo. Cuando queramos ser auténticos salvadoreños miremos a Cristo que fue el auténtico patriota que vio la historia de su pueblo, que sintió como suya y como presente la esclavitud de Egipto, y vivió con agradecimiento a Dios la libertad y la alianza entre Dios y el pueblo.

Todo eso había en el corazón de Cristo esta noche de tantos recuerdos. Pero que para El significaba un misterio especial.

2º. UN CRISTO QUE SE ENCARNA

Este es el segundo pensamiento de esta noche: Cristo encarna toda la historia de la salvación. Le habla dicho Cristo a la samaritana: “Y llega el tiempo en que ni en Jerusalén ni en este monte se ha de adorar a Dios porque Dios busca adoradores en espíritu y en verdad”. Habla dicho Cristo en estos días y había sido una de las acusaciones mas graves en el tribunal de esta noche ante el Sanedrín. “Ha dicho que va a destruir el templo y que lo va a reedificar en tres días”. Y el evangelio aclara: lo que había dicho es destruir este templo que era su cuerpo porque su cuerpo era el templo donde se daba cita la alianza, la victoria de Dios, la libertad del pueblo de Israel. El era templo, víctima, sacerdote, altar. El es todo para la redención. En Cristo Nuestro Señor se encarna toda la gratitud del pueblo israelita a su Dios que lo ha liberado. En Cristo Nuestro Señor se encarna toda la esperanza patriótica de Israel, toda la esperanza de los hombres. Cristo Nuestro Señor siente esta noche que El es el cordero que quita los pecados del mundo, que es su sangre la que va a marcar de libertad el corazón del hombre que quiera ser verdaderamente libre. El es el sacerdote que eleva ya desde esta noche, la adoración al Padre y trae del Padre el perdón, las bendiciones a su pueblo. Leer más…

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Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Domingo, 8 de diciembre de 2019
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Leído en Koinonia:

Génesis 3,9-15.20

 Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer

Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre:

– “¿Dónde estás?”

Él contestó:

“Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.”

El Señor le replicó:

– “¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?”

Adán respondió:

– “La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.

El Señor dijo a la mujer:

– “¿Qué es lo que has hecho?”

Ella respondió:

– “La serpiente me engañó, y comí.”

El Señor Dios dijo a la serpiente:

“Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.”

El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

*

Salmo responsorial: 97

 

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado /
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.

*

Efesios 1,3-6.11-12

Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria.

 

*

Lucas 1,26-38

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo:

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.”

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:

“No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.”

Y María dijo al ángel:

“¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?”

El ángel le contestó:

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.”

María contestó:

“Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.”

Y la dejó el ángel.

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Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy (8 de Diciembre de 1977)

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Ignacio Ellacuría: Filosofía de la realidad histórica y teología de la liberación

Lunes, 18 de noviembre de 2019
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ellacuria_1280x720_foto610x342Denunció “la mentira ideológica de las apariencias democráticas” del capitalismo

El que fuera rector de la UCA “30 años después de su asesinato sigue vivo y activo en sus obras, muchas de ellas publicadas póstumamente”

“Era jesuita, científico social, analista político e impulsor de la teoría crítica de los derechos humanos”

“Para el teólogo hispano-salvadoreño, la ética es la teología primera y el profetismo la manifestación crítico-pública de la ética”

Todo El Salvador se volcó en el 30 aniversario de la masacre de la UCA

¿Beatificará el Papa a Ellacuría?

Treinta años de los mártires de la UCA

“Mártires” Jesuitas: Antorchas de luz y esperanza

“Los mártires nos enseñaron lo que significa amar; y lo hicieron más con obras que con palabras

Arturo Sosa, sj.: “Fueron asesinados por su compromiso con la fe y la justicia”

Michael Czerny sj: “El martirio de nuestros compañeros no fue casual, no fue un accidente ni una equivocación”

Juan José Tamayo

“Ellacuría debe ser eliminado y no quiero testigos”. Fue la orden que dio el coronel René Emilio Ponce al batallón Atlacatl, el más sanguinario del ejército salvadoreño. La orden se cumplió el noche del 16 de noviembre de 1989 en que fueron asesinados con premeditación, nocturnidad y alevosía seis jesuitas y dos mujeres, Elba Ramos, trabajadora doméstica, y su hija Celina, de 15 años, en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, de San Salvador (UCA). Entre los asesinados se encontraba el jesuita vasco, nacionalizado salvadoreño, Ignacio Ellacuría, rector de la UCA, discípulo de Rahner y de Zubiri, estrecho colaborador de este y editor de algunas de sus obras. Era filósofo y teólogo de la liberación, científico social, analista político e impulsor de la teoría crítica de los derechos humanos, dimensiones que son difíciles de encontrar y de armonizar en una sola persona, pero, en este caso, convivieron no sin conflictos internos y externos, y se desarrollaron  con lucidez intelectual y coherencia vital.

“Revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”; “sanar la civilización enferma”, “superar la civilización del capital”; “evitar un desenlace fatídico y fatal”, “bajar a los crucificados de la cruz”, “solo una Iglesia que se deja invadir por el Espíritu renovador y que está atenta a los signos de los tiempos puede convertirse en el cielo nuevo que necesitan el ser humano y la tierra nuevos”; denunció “la maldad intrínseca del sistema capitalista y la mentira ideológica de las apariencias democráticas que lo acompañan” (son afirmaciones suyas): estos fueron los grandes desafíos a los que quiso responder con la palabra y la escritura, el compromiso político y la vivencia religiosa. Y lo pagó con su vida.

30 años después de su asesinato Ellacuría sigue vivo y activo en sus obras, muchas de ellas publicadas póstumamente. En 1990 y 1991 aparecieron dos de sus libros mayores: Conceptos fundamentales de la teología de la liberación, de la que es editor junto con su compañero Jon Sobrino, entonces la mejor y más completa visión global de dicha corriente teológica latinoamericana, y Filosofía de la realidad histórica, editada por su colaborador Antonio González, cuyo hilo conductor es la filosofía de Zubiri, pero recreada y abierta a otras corrientes como Hegel y Marx, leídos críticamente. Es parte de un proyecto más ambicioso trabajado desde la década los setenta del siglo pasado y que quedó truncado con el asesinato.  Posteriormente la UCA publicó sus Escritos Políticos 3 vols., 1991; Escritos Filosóficos, 3 vols., 1996, 1999, 2001; Escritos Universitarios, 1999; Escritos Teológicos, 4 vols., 2000-2004.

En los treinta años posteriores a su asesinato se han sucedido ininterrumpidamente los estudios, monografías, tesis doctorales, congresos, conferencias, investigaciones, cursos monográficos, círculos de estudio, Cátedras universitarias con su nombre (la que yo dirijo, creada en 2002 en la Universidad Carlos III de Madrid, se llama Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría), que demuestran la “autenticidad” de su vida y la creatividad y vigencia de su pensamiento en los diferentes campos del saber y del quehacer humano: política, religión, derechos humanos, universidad, ciencias sociales, filosofía, teología, ética, filosofía política, etc.

Lo que descubrimos con la publicación de sus escritos y los estudios sobre su pensamiento es que Ellacuría tuvo excelentes maestros: Pedro Elizondo, que le introdujo en la espiritualidad ignaciana; Aurelio Espinosa, que le abrió al humanismo de la cultura clásica; Rahner en teología; Zubiri en filosofía; monseñor Romero en espiritualidad y compromiso liberador; Jon Sobrino, colega en la UCA, que fue su maestro en cristología.

De ellos aprendió a pensar y actuar alternativamente. Pero su discipulado no fue escolar, sino creativo, ya que, inspirándose en ellos, desarrolló un pensamiento propio y él mismo se convirtió en maestro, si por tal entendemos no solo el que da lecciones magistrales en el aula, sino, en expresión de Kant aplicada al profesor de filosofía, el que enseña a pensar. Ciertamente, Ellacuría enseñó a pensar con sentido crítico a varias generaciones de estudiantes en su cátedra de la UCA, a ciudadanos y ciudadanas de todo el mundo a través de sus artículos, libros y conferencias.

Ellacuría parte del pensamiento de sus maestros, pero no se queda en ellos; avanza, va más allá, los interpreta en el nuevo contexto y, en buena medida, los transforma. Ahí radica su originalidad. Su relación con ellos es, por tanto, dialógica, de colaboración e influencia mutuas. Sus obras así lo acreditan y los estudios sobre él lo confirman.

Teología

Su colega y amigo Jon Sobrino ha escrito páginas de necesaria lectura sobre el “Ellacuría olvidado”, en las que recupera tres pensamientos teológicos fundamentales suyos: el pueblo crucificado; el trabajo por una civilización de la pobreza, superadora de la civilización del capital; la historización de Dios en la vida de sus testigos, que Ellacuría acuñó con una aforismo memorable “con monseñor Romero Dios pasó por la historia”.

Martires-UCA_2164893508_13973497_667x375Mártires de la UCA

Yo he profundizado en sus aportaciones sobre “Utopía y profetismo en Américas Latina”, que pueden considerarse su testamento teológico, ya que fue uno de sus últimos textos que escribió. Ellacuría vincula intrínsecamente utopía, profetismo y esperanza. Su reflexión hasta llegar a la utopía concreta sigue estos pasos: a) la utopía solo puede construirse sobre el profetismo, al tiempo que este es necesario para la utopía; b) existe una utopía cristiana que es la utopía del reino de Dios; c) que debe explicitarse en términos histórico-sociales para no caer en idealismo y espiritualismo; d) historizarse y hacerse operativa a través de las mediaciones históricas en dirección a la utopía concreta.

Ellacuría entiende la teología de la liberación como teología histórica a partir del clamor ante la injusticia, establece una correcta articulación entre teología y ciencias sociales y asume un compromiso por la transformación de la realidad histórica desde los análisis políticos y desde su función como mediador en los conflictos. La teología es el momento teórico de la praxis de liberación.

La ubicación social de la teología y de la filosofía es lo que separa y diferencia unas teologías y filosofías de otras. Considera fundamental la necesidad de optar por un determinado lugar social, y este es el de la verdad histórica y el de la verdadera liberación, “los despojados, los injustamente tratados y los que sufren, los condenados de la tierra, los oprimidos”. El lugar social debe ser iluminado por una valoración ética.

El teólogo austríaco Sebastián Pittl recupera la primera idea destacada por Sobrino y la interpreta teológicamente: la realidad histórica de los pueblos crucificados como lugar hermenéutico y social de la teología. Asimismo hace una lectura de la concepción ellacuriana de la espiritualidad radicada en la historia desde la opción por los empobrecidos.

El resultado es una teología posidealista cuyo método no es el trascendental de sus maestros, sino la historización de los conceptos teológicos y el punto de partida, la praxis histórica. La teología de Ellacuría tiene un fuerte componente ético-profético. Aplicándola a ella, la consideración lévinasiana de la ética como filosofía primera, bien podría decirse que, para el teólogo hispano-salvadoreño, la ética es la teología primera y el profetismo la manifestación crítico-pública de la ética.

Filosofía

El objeto de la filosofía ellacuriana es la realidad histórica como unidad física, dinámica, procesual y ascendente. De aquí emanan los conceptos y las ideas fundamentales de su filosofía: historia (materialidad, componente social, componente personal, temporalidad, realidad formal, estructura dinámica), praxis histórica, liberación, unidad de la historia. Su método es la historización de los conceptos filosóficos y políticos como principio de desideologización, crítica de la ideología y verificación práctica de la verdad-falsedad, justicia-injusticia. El filósofo Héctor Samour, uno de los mejores especialistas e intérpretes de Ellacuría, reinterpreta al maestro relacionando su pensamiento con la realidad histórica contemporánea, al tiempo que considera la filosofía de la historia como filosofía de la praxis.

iglesia-puebloTeología de la liberación del pueblo

Recientemente se está desarrollando una nueva línea de investigación del pensamiento filosófico del intelectual hispano-salvadoreño: la que hace una lectura pluridimensional con las siguientes derivaciones creativas, que enriquecen, recrean y reformulan su filosofía:

a) Su conexión con la dialéctica hegeliano-marxista, que implica analizar la concepción que Ellacuría tiene de la dialéctica, la utilización del método dialéctico en su análisis político e histórico, y la dialéctica entre historia personal –biografía- e historia colectiva –el pueblo salvadoreño-, en otras palabras, el impacto y la capacidad transformadora de su vida y de su muerte en la historia de El Salvador (Ricardo Ribera).

b) Su conexión con la teoría crítica de la primera Escuela de Frankfurt, que integra dialécticamente las diferentes disciplinas dando lugar a un conocimiento emancipador, así como su incidencia en la negatividad de la historia (Luis Alvarenga).

c) Su conexión con la filosofía utópica de Bloch en uno de los últimos textos más emblemáticos de Ellacuría: “Utopía y profetismo en América Latina” (Tamayo).

d) Su original teoría del “mal común” como mal histórico, la crítica de la civilización del capital y las diferentes formas de superarla (Hector Samour).

e) La recuperación filosófica del cristianismo liberador (Carlos Molina).

f) La fundamentación moral de la actividad intelectual y la relevancia del lugar de los oprimidos en los diferentes campos y facetas de quehacer teórico (José Manuel Romero).

g) La crítica de la ideología, en cuanto conciencia que invierte la realidad, “fundada en las formas de apariencia social necesaria de la sociedad burguesa” (José Manuel Romero).

Teoría crítica de los derechos humanos

Ellacuría ha hecho aportaciones relevantes –aunque al principio poco estudiadas- en el terreno de la teoría y de la fundamentación de los derechos humanos. Cabe destacar a este respecto su contribución a la superación del universalismo jurídico abstracto y de una visión desarrollista de de los derechos humanos, y a la elaboración de una teoría crítica de los derechos humanos (J. A. Senent, A. Rosillo).

El pensamiento de Ellacuría no es intemporal, sino histórico, y debe ser interpretado no de manera esencialista (aun cuando algunas de sus primeras obras escritas bajo el discipulado escolar y la influencia de Zubiri tuvieron esa orientación), sino históricamente, en diálogo con los nuevos climas culturales. Así leído e interpretado puede abrir nuevos horizontes e iluminar la realidad histórica contemporánea.

 Fuente Religión Digital

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“Ellacuría, Romero y Francisco a los 40 años de Puebla”, por Agustín Ortega

Sábado, 16 de noviembre de 2019
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Ellacuria-Romero-Francisco-anos-Puebla_2176892291_14086215_660x371De su blog Acción-formación social y ética:

Recientemente, el Papa Francisco ha hecho memoria del martirio de I. Ellacuría, I. Martin-Baro y el resto de compañeros jesuitas de la UCA (El Salvador). Al igual que los obispos latinoamericanos en Aparecida (DA 396), Francisco reconoce la fecundidad de todos estos mártires latinoamericanos para la vida de fe, la misión y el constitutivo compromiso social por la justicia con los pobres de la tierra. El martirio de santos reconocidos como Mons. Romero, con el que Ellacuría y los jesuitas de la UCA colaboraron estrechamente, o el de tantos otros del pueblo, esos cristianos mártires anónimos: son modelo e impulso para el seguimiento de Jesús.

En mis próximas actividades académicas y formativas, en esta semana que conmemoramos el 30 aniversario del martirio de los queridos Ellacuría y jesuitas de la UCA, estaré presentando el libro “Ellacuría en las fronteras”, editado por la Universidad Jesuita Ibero de México. En dicha publicación soy co-autor y hago un capitulo con el título: “Filosofía de la acción-formación social en el horizonte de la espiritualidad. Claves desde Ellacuría, Martín-Baró y los jesuitas mártires de la UCA”. Haremos esta presentación en algunos centros universitarios de Lima, donde actualmente realizo mi misión en América Latina y soy profesor, enseñando los documentos de su iglesia como la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Puebla, de la que se cumple asimismo su 40 aniversario.

En el camino del Concilio Vaticano II y de Medellín con Puebla, expondremos como Romero, Ellacu y en la actualidad el Papa Francisco: nos muestran esta “martyría” (testimonio) de la fe que, desde la Gracia de Dios, se realiza en el servicio al Reino de Dios que nos regala la vida y la salvación en el amor, la paz, la dignidad y la justicia con los pobres que nos libera integralmente de todo mal, pecado, muerte, opresión, esclavitud e injusticia. La misión testifica con la fe y vida esta salvación que nos dona el Dios Encarnado en Jesucristo pobre (crucificado-resucitado) y que ya se va efectuando en el mundo e historia con la liberación integral, personal, social e histórica-escatológica culminado en la tierra nueva y los cielos nuevos.

La Gracia asume toda la naturaleza e historia para su realización y llevarla a plenitud con el amor fraterno, el respeto de la vida en todas fases o aspectos y la justicia con los pobres. De esta forma, ya se va anticipando la salvación en la realidad histórica con la liberación del pecado personal, estructural y de toda muerte que consuma la historia en la trascendencia de la vida plena-eterna.

La antropología bíblica-católica, con la unidad inseparable del cuerpo y el alma, articula e incluye la gracia y la naturaleza, la creación y la salvación, la fe y la justicia, el amor a Dios y al otro promoviendo el bien más universal (1 Jn, 4-20), la espiritualidad y el compromiso moral, la mística y política. Esa caridad interpersonal y política que busca la civilización del amor, el bien común y los derechos humanos que hay que historizar en la verdad real, en la realidad histórica para que se verifique realmente la justicia con los pueblos, con los pobres, víctimas y oprimidos.

La misión de la iglesia tiene pues, en este servicio al Reino de Dios siguiendo a Jesús, como elementos constitutivos la promoción humana, el desarrollo liberador e integral que nos promueve la conversión al Evangelio, el cambio personal, moral y la transformación socio-estructural. La salvación, que nos regala la Gracia de Dios en Cristo, ya se va incoando en la liberación integral, en toda estas liberaciones personales, sociales e históricas para ser libres de todo mal, pecado e injusticia. Y, en este sentido, amar a los otros con la responsabilidad por la justicia liberadora de toda esclavitud, muerte e ídolo de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia.

La sabiduría de la fe, honrada con lo real, inspira toda esta inteligencia de la razón que se hace cargo de la realidad. La inteligencia ética para cargar con la realidad en la misericordia compasiva, que asume solidariamente el sufrimiento e injusticia que padece el otro. Y la inteligencia practica que se encarga de la realidad, con la praxis liberadora por la justicia en la promoción de las personas, de los pueblos y la opción por los pobres como autores de su liberación integral.

Es esta sabiduría e inteligencia la que posibilita una educación y formación humanizadora, ética, social, espiritual e integral de la persona solidaria para el conocimiento y transformación de la realidad (sociedad-mundo). Siguiendo a Jesús, la iglesia convertida al Reino de Dios y su justicia, es la iglesia-sacramento universal de salvación y liberación integral en la historia, que se consuma en la eternidad. Iglesia pobre con los pobres como sujetos de la misión evangelizadora, protagonistas de su promoción liberadora e integral (Lc, 1, 46-55: 4, 18; 6, 20-49).

Desde la Gracia de Jesús pobre (2 Cor 8, 9) y crucificado (Flp 2) por el Reino de Dios, los pobres, victimas y crucificados de la historia nos evangelizan, traen luz y salvación como presencia (sacramento) real de Cristo pobre (Mt 25, 31-46), que nos libera de todas estas idolatrías del dinero, del poseer y tener. Los sufrimientos e injusticia que padecen los pobres, fruto del pecado del mundo y de la inequidad estructural, nos llaman a la conversión y honradez con toda esta realidad de los pueblos crucificados, que son el signo permanente de los tiempos.

 El lugar teologal y social donde El Espíritu, que habita la creación e historia, clama en el grito de los pobres y gemidos de la tierra (Rm 8, 22-39). El amor en la verdad del Evangelio de Jesús requiere toda esta liberación de la injusticia (Rm 1, 18-32), ya que de la fe brota la justicia (Rm 9,30) y nos libera del mal y mentira del mundo (Rm 12,2). Es la sabiduría escondida de los pobres y excluidos que, en Cristo pobre y crucificado, nos hacen libres del pecado del poder y la riqueza (1 Cor 1).

Se trata de revertir la historia y lanzarla en otra dirección, en esta “locura” evangélica de la civilización de la pobreza y del trabajo frente a la de la riqueza y el capital. La vida y dignidad de la persona trabajadora, de todo ser humano con sus derechos como es un salario justo, está  antes que el capital. Una economía al servicio de las necesidades y capacidades de las personas, los pueblos y los pobres con el destino universal de los bienes, la equidad en la distribución de los recursos, que tiene la prioridad sobre la propiedad. La civilización de la pobreza va logrando el sentido y la felicidad del ser humano con la solidaridad compartida de la vida, de los bienes y el compromiso por la justicia con los pobres frente a los falsos dioses de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia.

Es el buen vivir con la ecología integral en esta comunión solidaria desde Dios con los otros, con los pobres y con toda la creación para el cuidado de la vida en todas sus formas, fases y dimensiones que expresa toda una bioética global. El cuidado y la defensa de la vida, con la opción por los pobres, es el principio ético-practico que debe guiar toda la realidad humana, social e histórica que no puede ir nunca en contra de esta vida y dignidad de la persona. Hay que inspirar con todo este espíritu a lo real y a la civilización para que se oriente en la verdad, la belleza y el bien más universal buscando y hallando a Dios en todas las cosas, con estos pobres de espíritu y la civilización de la pobreza para la vida solidaria, fraterna y justa.

Los mártires por tanto nos llaman al profetismo, a la utopía y la esperanza. Desde el Dios de la vida, revelado en Jesús, “sólo utópica y esperanzadamente puede uno creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección” (Ellacuria). Hagamos siempre memoria de todo estos mártires que, como nos dice Aparecida, “han ofrecido su vida por Dios, por la Iglesia y por su pueblo”.

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Jon Sobrino: “Romero vivió y murió como Jesús de Nazaret”

Jueves, 26 de septiembre de 2019
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MOns. Romero“Proclamó la verdad, fue poseído por ella y la proclamó con pasión”

Lo que sucedió en el Vaticano el 14 de octubre de 2018 – su canonización – fue importante, pero en el lenguaje de los antiguos fue un “accidente”

Termino con las palabras ya citadas por Ignacio Ellacuría: “Con Monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador”. Palabras de mártir a mártir

¿Cuál era entonces el contenido del 14 de octubre? Le preguntaron a un campesino quién era Monseñor Romero, y sin dudarlo respondió: “Monseñor Romero ha dicho la verdad. Nos defendió a los pobres. Y por eso lo mataron”. Es decir, vivió y murió como Jesús de Nazaret

Escribo desde San Salvador, donde ya había vivido durante tres años, desde 1977, cuando Romero fue nombrado arzobispo, hasta su asesinato en 1980. Lo que estoy a punto de decir es algo conocido entre nosotros. En otros lugares, a pesar de aceptar e incluso admirar a Monseñor Romero, el enfoque puede ser diferente, y a menudo lo es.

Creo que personas como Ellacuría -mártir a su vez- o este siervo que soy, pueden añadir algo, a saber, la experiencia personal, directa e inmediata de Monseñor Romero. Durante la misa, Ellacuría dijo: Con Monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador”. No lo dijo por su aguda inteligencia, sino por su contacto real con el arzobispo. Por mi parte, en virtud del contacto personal con él, lo primero que escribí y dije después de su asesinato fue que “Monseñor Romero creía en Dios”.

Lo que sucedió en el Vaticano el 14 de octubre de 2018 – su canonización – fue importante, pero en el lenguaje de los antiguos fue un “accidente”. La “sustancia” era el verdadero Oscar Romero, su acción y su palabra, su total confianza en Dios, su total obediencia a Dios y su total entrega a los pobres y víctimas de este mundo.

No era necesario declararlo santo

En El Salvador, el 24 de marzo de 1980, el día de su asesinato, nadie pensó en términos de canonización, pero mucha gente habló de la excelencia humana, cristiana y arzobispal de Monseñor Romero. Llorando, una campesina dijo: “Mataron al santo”. Pocos días después Don Pedro Casaldáliga escribió: “San Romero de América, nuestro pastor y mártir”. Nadie pensó que sería necesario trabajar en alguna curia para declararlo santo.

No sucedió como en otras ocasiones. Cuando murió José María Escrivá de Balaguer, muchos se apresuraron a obtener su canonización. Cuando murió Madre Teresa de Calcuta, la estima por sus virtudes ya era grande, especialmente por su amorosa parcialidad hacia los que sufren y abandonados, y se esperaba su canonización. Cuando murió el Papa Juan Pablo II, se escuchó el grito “santo de inmediato”.

Nada de esto sucedió después de la muerte de Oscar Romero. Y vale la pena recordar que el mismo día en que fue enterrado el muerto Romero, se vivieron los horrores que había enfrentado el Romero vivo: en la plaza de la catedral llena de personas, estallaron bombas, muchos huyeron en busca de refugio y dejaron allí una montaña formada con cientos de zapatos. El delegado oficial del Papa, Monseñor Corripio, entre otros, pidió que fuera llevado inmediatamente al aeropuerto. Por otro lado, hay una foto en la que se puede ver a seis sacerdotes cargando sobre sus hombros el ataúd de Monseñor Romero, y entre ellos al Padre Ignacio Ellacuría.

el-romero-de-cerezoVayamos a la sustancia. Monseñor Urioste solía repetir que Romero era el salvadoreño más amado por las mayorías oprimidas y el más odiado por las minorías de los opresores.

Proclamó la verdad, fue poseído por ella y la proclamó con pasión

¿Cuál era entonces el contenido del 14 de octubre? Le preguntaron a un campesino quién era Monseñor Romero, y sin dudarlo respondió: “Monseñor Romero ha dicho la verdad. Nos defendió a los pobres. Y por eso lo mataron”. Es decir, vivió y murió como Jesús de Nazaret.

Proclamó la verdad, fue poseído por ella y la proclamó con pasión. Cuando la realidad era positiva para los pobres, Monseñor Romero proclamó la verdad como evangelio -buenas noticias- con alegría y regocijo.

Cuando la realidad era negativa, era miseria, opresión y represión, crueldad, muerte -especialmente para los pobres- Monseñor Romero decía la verdad como una mala noticia, denunciando y desenmascarando, y la decía con dolor. Rico en verdad, Romero fue un evangelizador sincero y un profeta incorruptible.

Como “anunciador de la verdad”, Mons. Romero expresó juicios sobre la realidad, sobre toda la realidad. Dejó que “la realidad tomara la palabra” (Karl Rahner) y tuvo la honestidad de hacer pública la palabra hablada por la realidad misma.

Sobre la base de estos principios Monseñor Romero habló la verdad de una manera sin precedentes en el país, ni antes ni después de él.

romero_01Lo dijo enérgicamente, porque se basaba en el principio esencial y fundamental: “No hay nada tan importante como la vida humana, como la persona humana. Sobre todo, la persona de los pobres y oprimidos” (16 de marzo de 1980). En Puebla le preguntó a Leonardo Boff: “Ustedes los teólogos nos ayudan a defender lo mínimo, que es el don más grande de Dios: la vida”. La proclamó ampliamente, para poder decir “toda” la verdad. Por esta razón su Eucaristía en las misas dominicales en la catedral podía durar una hora y media o más. Lo dijo públicamente, “desde los tejados” como lo pidió Jesús, en la catedral y a través de la estación de radio diocesana YSAX, que fue repetidamente objeto de ataques con bombas y sufrió interferencias. Su última homilía tuvo que ser pronunciada frente a un teléfono conectado a una estación de radio en Costa Rica. La YSAX sigue emitiendo, pero, sin Monseñor Romero, ha perdido el extraordinario valor que tenía. Romero decía la verdad de manera popular, aprendiendo muchas cosas del pueblo, de modo que, sin saberlo, los pobres y los campesinos eran en parte, coautores de sus homilías y de sus cartas pastorales: “Tú y yo escribimos la cuarta carta pastoral” (6 de agosto de 1979); “Tú y yo hacemos esta homilía” (16 de septiembre de 1979). Y formuló frases notables sobre su relación con el pueblo para decir la verdad: “Siento que el pueblo es mi profeta” (8 de julio de 1979); “Hemos hecho una reflexión tan profunda que creo que el obispo siempre tiene mucho que aprender de su pueblo” (9 de septiembre de 1979).

Respetaba y apreciaba la razón

Y fue popular también porque Monseñor Romero respetaba y apreciaba la “razón”, el pensamiento de la gente, de la gente sencilla. Y evitó con éxito la infantilización religiosa, un riesgo siempre presente en el trabajo pastoral.

En América Latina, y ciertamente en El Salvador, creo que un buen número de personas aceptan la “opción por los pobres”. Podemos decir que ya pertenece a la ortodoxia eclesial, con el riesgo de que toda ortodoxia suavice la aspereza y diluya lo fundamental. Sin subestimar las cosas bien dichas sobre los pobres y la pobreza en Puebla, especialmente la impresionante letanía de los rostros de los pobres (n. 32-39), su multitud (n. 29), las causas estructurales de la pobreza y las necesidades de los pobres (n. 30), insisto en una comprensión más precisa de la opción, que aparece en la formulación teológica de Puebla. Dice en el n. 1142 del documento: “Los pobres merecen una atención preferencial, sea cual sea la situación moral o personal en la que se encuentren. Hecho a imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen de ellos es borrosa e incluso indignada. Por eso Dios los defiende y los ama”.

Asesinato-arzobispo-Oscar-Romero-marzo_LNCIMA20130628_0300_27Ese campesino había comprendido bien la opción de Monseñor Romero por los pobres: “Nos defendió a los pobres”. No tengo nada más que añadir a este solemne juicio del campesino. Ni al lenguaje que usaba: defendía “nosotros los pobres”, es decir, nosotros “los que somos pobres”. La conclusión es que Monseñor Romero no sólo amó a los pobres y oprimidos del país, sino que también los defendió. Semana tras semana defendió a los pobres y a las víctimas con la verdad que proclamó públicamente en sus homilías. Estimuló la organización popular y la asistencia jurídica para defender a los campesinos y a las víctimas. Cuando la represión se desató, abrió las puertas del seminario central de San José de la Montaña para recibir a los campesinos que huían de Chalatenango, algo que ciertamente molestaba a varios obispos. Leer más…

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“Romero, santo de los Derechos Humanos”, por Fernando Bermúdez.

Jueves, 5 de septiembre de 2019
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san-romero-4La mayoría de las canonizaciones se han reservado para aquellas personas que, aunque optaron por el servicio a los pobres, no cuestionaron las causas de la pobreza. Fueron personas obedientes y sumisas, no conflictivas para los poderes establecidos y no denunciaron las violaciones a los Derechos Humanos.

Gracias al papa Francisco se ha reconocido la santidad de los defensores de los derechos humanos. Para monseñor Romero los derechos humanos son derechos divinos porque cada ser humano es imagen viviente de Dios. Decía:

“La Iglesia defiende los derechos humanos de todos los ciudadanos con preferencia de los más pobres, débiles y marginados; debe promover el desarrollo de la persona humana y ser la conciencia crítica de la sociedad” (5. 3.1978). “Nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano” (16.3.1980).

La ONU proclamó el 24 de marzo, fecha de su muerte, “Día Internacional del Derecho a la Verdad sobre las violaciones de los Derechos Humanos y la dignidad de las víctimas”. Se trata de un reconocimiento de la importancia de rendir tributo a quienes han dedicado sus vida a la lucha por promover y proteger los derechos humanos, y a quienes la han perdido en ese empeño, como es el caso de monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien se consagró activamente a la promoción y protección de los derechos humanos.

La labor de Óscar Romero fue reconocida internacionalmente a través de sus mensajes, en los que denunció violaciones de los derechos humanos de la población más vulnerable. Fue un hombre profundamente humanista entregado al servicio de la humanidad sufriente, consagrado a la protección de vida humanas y a la promoción de la dignidad de todo hombre y mujer. Hizo llamamientos constantes al dialogo para evitar la violencia. Salió en defensa de la dignidad de la persona, de los perseguidos, de los pobres y de los bienes que son comunes.

Esta proclama de Naciones Unidas tiene para El Salvador y para el mundo un valor histórico indiscutible: el legado de monseñor Romero se ha institucionalizado de manera universal. Jon Sobrino lo ha calificado como una “canonización laica”. La visión y posición de Romero con respecto a los derechos humanos estuvo configurada por tres realidades específicas: una situación de agravio (opresión y represión), su fe cristiana (de la que se nutre su utopía y denuncia), y una práctica inspirada en esa fe (su reacción ante el sufrimiento de las víctimas). Monseñor Romero constató que los derechos de los pobres son estructural e institucionalmente violados a causa de la injusticia social y de la represión. A esa realidad la calificó de un “desorden espantoso”, y consideraba que la Iglesia traicionaría su fidelidad al Evangelio si dejara de ser defensora de los derechos de los pobres.

En coherencia con ese amor y esa fidelidad, defendió a las víctimas de la opresión y la represión. Lo hizo de una forma sorprendentemente humanizadora. Y las defendió con misericordia:

“Me duele mucho el alma de saber cómo se tortura a nuestra gente, de saber cómo se atropellan los derechos de nuestro pueblo…”. “Queremos ser la voz de lo que no tienen voz para gritar contra tanto atropello a los derechos humanos”…“Queremos el derecho a una vida digna para toda persona, particularmente de la gente más pobre. No me interesa una seguridad personal de mi vida mientras mire en mi pueblo un sistema económico, social y político que reprime y tiende cada vez más a abrir esas grandes diferencias sociales”.

Como vemos, su defensa y lucha por los derechos humanos no era abstracta y ahistórica, era defensa del débil contra el fuerte. Y lo hacía desde su fe en un Dios que se ha revelado como protector y defensor del huérfano, la viuda, el emigrante y el pobre; un Dios que se enfrenta a los gobernantes que se consideran dioses del mundo para exigirles que “hagan justicia al que sufre y al pobre” (Salmo 82).

En la proclama de Naciones Unidas se invita a todos los Estados miembros, así como a las entidades de la sociedad civil, a observar de manera apropiada esta celebración del 24 de marzo. Deja claro que esta memoria no se relaciona solo con actos conmemorativos, sino, sobre todo, con la puesta en práctica de las opciones primordiales a las que se consagró el obispo Romero: opción por la verdad, la justicia y la cercanía con el pueblo sufriente, opciones necesarias para transformar la deshumanización que predomina hoy en el mundo. En verdad podemos afirmar que Óscar Romero es el santo de los Derechos Humanos.

Romero sigue interpelándonos. ¿Qué diría hoy ante la violencia estructural de un sistema que mata de hambre a millones de personas, obligando a otras a emigrar?, ¿qué diría ante el hacinamiento y muertes de migrantes y refugiados en las fronteras o en el Mediterráneo porque Europa y Estados Unidos les cierra las puertas?, ¿qué diría ante el racismo y la xenofobia de Trump, de Bolsonaro, de Orbán y de los movimientos de ultraderecha que priorizan un nacionalismo inhumano y cruel? Romero es una voz desafiante en un mundo donde los derechos humanos están siendo relegados.

Fernando Bermúdez López

Fuente Fe Adulta

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