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La muerte está vencida

Jueves, 2 de noviembre de 2017
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Del blog ya desaparecido À Corps… À Coeur:

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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

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Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , , ,

“Mesa compartida, sí. Ni sacrificio, ni sacerdocio”, por José María García-Mauriño.

Jueves, 19 de octubre de 2017
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eucaristia0Todas las culturas tienen su religión. Todas las religiones tienen su sacerdocio. Esta institución, la religión, tiene la tarea de mediación entre los dioses y el pueblo. Los dioses imponen su voluntad a la gente, tienen que cumplir las normas que provienen del Olimpo. Y el que no las cumpla es objeto de castigo, personal o socialmente. Se castiga a los individuos y al pueblo entero que no cumplen sus mandatos. Las enfermedades son un “castigo” divino, personal. Las tormentas, la sequía, son un castigo colectivo. Así, Júpiter, el rey de los dioses, se “enfada” enviando rayos y truenos, al territorio de un pueblo que no obedece sus órdenes. Entonces, el sacerdote ofrece sacrificios para aplacar la ira de los dioses. El sacerdote es un ser especial, apartado de la gente, una persona sagrada y consagrada para ejercer un culto a los dioses. Es una persona que tiene poder para tener propicios a los dioses, celebrando cultos, sacrificios, ritos expiatorios, como la inmolación del cordero pascual. Se le da carácter divino, como personas escogidas por dios. Existe, pues, una relación entre el sacerdote, el sacrificio y el pueblo. El acceso al dios se realiza mediante los ritos que el sacerdote ofrece a los dioses, en reparación por los pecados. El sacerdote está más cerca del dios que el resto de la gente. Por eso, se acude a él y le ofrecen dones, animales, dinero, etc. para estar a buenas con dios.

Esta mentalidad ancestral es la que se ha trasladado al cristianismo. El sacerdocio hace de mediación entre Dios y la comunidad cristiana. El sacerdocio de Cristo es el único mediador entre el Padre y los fieles. Los fieles han pecado, han desobedecido órdenes, mandatos, (los 10 mandamientos), y necesitan una reparación para no cargar con la ira de Dios (“ab ira tua, libera nos, Domine”. “De tu ira líbranos Señor”, ¿recuerdan?) La muerte de Cristo, dicen algunos teólogos, es una reparación sacrificial por nuestros pecados. Esto es lo que dice la teología tradicional. “Dios no perdona ni a su propio Hijo y lo entrega por todos nosotros”. La idea de que Dios necesita del sacrificio y muerte, para perdonar los pecados, es sencillamente repugnante. ¿Qué clase de Dios es éste? ¿Acaso la muerte de Cristo fue un sacrificio sacerdotal? Recuerdo la grandiosa afirmación del profeta Oseas (6, 6): “Misericordia quiero y no sacrificios”.

Las primeras comunidades judeocristianas asocian la celebración eucarística con los sacrificios del AT que están muy presentes en su cultura religiosa. Eran práctica habitual en el templo de Jerusalén. No podía ser de otro modo. Seguían lo ritos propios de las religiones antiguas. Durante mucho tiempo se decía, y todavía se sigue repitiendo, que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Todo esto se ha ido fraguando en el cristianismo, y surge la imagen de la Eucaristía como sacrificio. Se repite el tema de las religiones: la liberación del pecado por medio del rito de la muerte. Se ha dicho con machacona insistencia por teólogos, pastores y el pueblo cristiano que el culto al que hay que asistir los domingos y fiestas de guardar, le llamen el “santo sacrifico de la Misa”. Resulta sorprendente la cantidad de veces que se emplea la palabra sacrificio en los textos de la Misa.

Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso. El Señor reciba de tus manos este sacrificio

En la Plegaria Eucarística II, se dice textualmente:

“Así, pues, Padre, 
al celebrar ahora el memorial
de la pasión salvadora de tu Hijo, 
de su admirable resurrección y ascensión al cielo, 
mientras esperamos su venida gloriosa, 
te ofrecemos, en esta acción de gracias, 
el sacrificio vivo y santo.

De nuevo, el sacrificio. Pero continúa la Plegaria

“Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, 
y reconoce en ella la Víctima
por cuya inmolación 
quisiste devolvernos tu amistad,…”

Estas frases suenan a blasfemia: Dios nos devuelve su amistad gracias a la inmolación de una víctima que es su Hijo… El Hijo es sustituido por el Cordero. Y el cordero hay que inmolarlo en el altar de los sacrificios para aplacar al Dios que está enojado con su pueblo por sus pecados ¿Tan cruel es Dios? ¿Necesita la sangre y la sangre de su Hijo, para recuperar la amistad con los seres humanos (SH)? El Dios de Jesús no necesita sangre para perdonar los pecados. Jesús fue ejecutado, no “sacrificado”. Se ha sustituido el altar por la mesa. El sacrificio, por el disfrute de la mesa compartida, es decir, por la comensalía, en la que se comparte la comida para todos, que nadie pase hambre en el mundo, se comparte la vida, para todos los seres humanos, porque todos son hijos de Dios.

El rito, el culto religioso, que se realiza es para establecer o restablecer, la comunicación con Dios. Cristo estableció una comunicación perfecta, directa y definitiva entre el SH y Dios. No necesita de mediaciones. Jesús, al morir como murió, no ofreció a Dios, ni un rito religioso, ni una ceremonia sagrada, ni un culto reparador, sino que se ofreció a sí mismo. No ofreció sangre de animales, ni pan ni vino, sino que ofreció su vida, su propia sangre. Su ofrenda consistió en ofrecer su propia humanidad. Jesús rompió con las normas y prácticas religiosas, porque para él lo importante no son los ritos sagrados que le relacionan con Dios, sino la relación humana solidaria entre todos los seres humanos en la realidad de la vida, la fraternidad universal. Lo importante en cualquier religión, no es Dios, sino la gente, las personas. Dios no necesita nuestra adoración, ni nuestra alabanza ni nuestro servicio, ni nuestros ritos. Para muchos jerarcas, sacerdotes y teólogos, el culto es el centro de la religión. Es lo que pasa en muchas religiones que el culto lo es todo. En la iglesia católica actual el culto tiende a ser casi la única expresión de la iglesia.

La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los seres humanos otro camino de relación con Dios, distinta del culto, de lo sagrado, distinta de los ritos y ceremonias religiosas. Es decir, el camino sencillo de la relación con el prójimo que no pasa por la Ley. Y la relación ética, no religiosa, vivida como servicio al prójimo y llevada hasta el sacrificio de uno mismo. Jesús abrió otra vía de acceso a Dios a través de su propia persona, aceptando pagar con su vida al combatir esa creencia de que el culto religioso de los sacerdotes tenía el monopolio de la salvación. La salvación venía de otra parte. Jesús denunció los abusos del poder religioso y del poder político. “Jesús dejó sentado que el camino hacia Dios no pasa por el Poder, ni por el Templo, ni por el Sacerdocio, ni por la Ley. Pasa por los excluidos de la historia.” (González Faus) En adelante ya no hay sacerdocio que valga. La comunicación con Dios es una relación filial, de Padre a Hijos, no de mediación sacerdotal. Ni el sacerdocio personal, ni el llamado sacerdocio de los fieles.

Sacerdocio, propiamente tal, no existe ninguno en la Iglesia. En todo el N.T. sólo se habla de sacerdocio cristiano aplicándolo a Cristo, pero en el sentido de una transformación revolucionaria en el concepto mismo de sacerdocio. Porque el sacerdocio de Cristo no es un sacerdocio ritual, sino existencial. Es decir, se trata del sacerdocio que se realiza y se vive en la existencia entera. No limitado a los ritos y ceremonias del Templo y del culto sagrado.

En la Iglesia se empezó a hablar de sacerdocio en el s. III, aplicado a los dirigentes (presbíteros) de las comunidades. Hay una alusión en la 1 Carta de Pedro donde se habla de un “pueblo sacerdotal”, pero eso no pasa de ser una pura denominación. Y además una usurpación que hizo la Iglesia de algo que correspondía, más bien, al judaísmo.

El sacerdocio de los fieles, del pueblo de Dios, es una de tantas interpretaciones, bonita, pero innecesaria. ¿Qué intermediación o qué sacrificio ofrecen? La comunidad como tal no es tampoco mediadora entre Dios-Padre y los creyentes. Son los creyentes mismos los que se relacionan directamente con Dios. La religión que Dios quiere, la comunicación con Dios que nos ha dejado Jesús como horizonte, es el culto, personal y comunitario de la propia vida, la vida honrada, honesta, bondadosa, compasiva, servicial y solidaria.

José María García-Mauriño

Enero de 201

Fuente Fe Adulta

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad , , , , ,

“La misa en latín, ¿qué representa?”, por José Mª Castillo

Viernes, 6 de octubre de 2017
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"misa-en-latDe su blog Teología sin censura:

Es bien sabido que en la Iglesia hay gente, seguramente más de la que imaginamos, que añora la misa en latín. Y conste que, entre los añorantes del latín eclesiástico, no faltan numerosos obispos e incluso importantes cardenales. Según parece, así muestran estos “latinistas” su fidelidad a la tradición cristiana. Y, de paso, parece que pretenden situarse de frente – o en contra – del papa Francisco.

No estoy hablando de un tema intranscendente. La cosa tiene más enjundia de lo que seguramente imaginamos. Por lo menos, así pensaba san Pablo, ya desde los primeros años en que los cristianos empezaron a reunirse en sus incipientes reuniones litúrgicas. Mucha gente, que se considera culta, no sabe que, en la Antigüedad, concretamente en el s. I, en no pocas regiones del Imperio (en Roma, por ejemplo), se hablaban dos lenguas, el griego y el latín. En Rom 1, 14, Pablo se dirige a “ellenes kai bárbaroi”, los que entendían el griego y los que no lo entendían, lo que significaba “los que eran cultos y los que no lo eran”. Por eso el término “bárbaros” se aplicaba a quienes hablaban una lengua que no se entendía. Era el tipo extraño, con el que no había modo de comunicarse.

Pues bien, así las cosas, san Pablo no duda en hacer afirmaciones muy duras contra los que, en las reuniones litúrgicas, se ponen a hablar contra los que, cuando la comunidad está reunida, ellos utilizan una lengua que no entiende nadie. Pablo es claro y tajante: “Por tanto, si se reúne toda la comunidad en el mismo lugar y todos hablan en lenguas (extrañas), y entran en ella personas no iniciadas o no creyentes, ¿no dirán que estáis locos?” (1 Cor 14, 23).

Sabemos que finalmente y después de tres siglos, terminó por imponerse el latín como lengua común de la Iglesia, ya que era la lengua común en el “tardo-Imperio”. Pero, con el paso del tiempo, ocurrió “lo que tenía que ocurrir”. Y fue sencillamente que, a medida que el clero fue creciendo y se fue imponiendo, el “clero” terminó por equipararse con la Iglesia. En el siglo nueve, autores como Amalario y Floro no tuvieron reparo en afirmar que “la Iglesia designa principalmente al clero”. O bien, “la Iglesia que consiste sobre todo en los sacerdotes”.

Las consecuencias, que se siguieron de una Iglesia así pensada y sobre todo organizada con una presencia clerical tan avasalladora y totalizante, fueron de enorme importancia: el desarrollo creciente de las lenguas vernáculas no pudo impedir que la misa se siguiera diciendo en latín. Es más, a partir de aquellos tiempos, los sacerdotes empezaron a decir la misa de espaldas al pueblo, rezando en voz baja, se difundieron las misas solitarias, es decir, misas que decía el sacerdote solo y sin asistencia de fieles o, a lo más, un acólito. Además, el pueblo ya no aportaba las ofrendas al altar, sino que se pasaba el “cepillo” de las limosnas, etc.

Y así han estado las cosas en la Iglesia hasta el concilio Vaticano II. Pero la fuerza de aquellas tradiciones ha sido tan resistente, que ya estamos viendo lo que tenemos. Es evidente que el empeño por mantener el latín en la misa no es cuestión de fidelidad a la tradición, sino que lo que está en juego es la pasión por el mantener el poder del clero. En una Iglesia en la que el Papa se acerca más al pueblo sencillo que el clero, es inevitable que tengamos que ver a importantes cardenales defendiendo los privilegios de los clérigos. En ello se juegan su poder, su prestigio y su futuro, por más que eso aleje más a la gente de la Iglesia. O incluso sea. para no pocos, motivo de risa y burla.

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Todos los domingos

Martes, 25 de julio de 2017
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mesa-compartida…y fiestas de guardar.

Es gordo y serio. El juez me obliga a ir a visitar a mi madre “x” días a la semana.  Algo no funciona. Y no funciona fundamentalmente el amor.

De siempre me ha resultado muy preocupante el que la Iglesia haya puesto como mandamiento y obligación el “oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”.  Ya en principio, chirria eso de “oír”. Preferiría “celebrar”. Y el tenerlo que hacer ciertos días por obligación, indica que algo no funciona en nuestra fe, en nuestra vivencia de Jesús Resucitado, en nuestro sentido de comunidad. Si realmente estoy enamorado de Jesús, no hace falta que me lo manden, sino que espontáneamente acudiré y participaré con la comunidad en “el recuerdo de Jesús” y en su vivir su presencia.

Y ¿eso de entera? ¿Es que se puede “cumplir” estando solo en la consagración?

En esta línea, me extraña enormemente el que nos obliguen a comulgar por lo menos en “Pascua Florida”. ¿Es que estamos en otoño o en invierno lo restante del año?  No entiendo una eucaristía sin participar en la comunión “Tomad y comed todos”. Es una celebración gozosa y en ella no puede faltar ninguna parte esencial.

Se ha metido la idea de que hay que confesarse antes de comulgar, pero yo creo que es más la idea de “cumplir”, de “oír” lo que nos penetra y así nos quedamos viendo y oyendo: “Ya hemos cumplido”.

Es cierto que si todos hiciésemos caso, tendríamos unas celebraciones de toda la comunidad.  Pero, dado el giro y la evolución de la sociedad, ¿no sería preferible el fomentar que cada día sea una celebración viva sin esperar al domingo?

Porque los niños están el fin de semana con los deportes y los padres con las salidas fuera. Una misa entre semana, bien vivida, ¿no podría ser el futuro? Es más, cuando cada vez va a haber menos eucaristías los domingos por falta de clero?

Avancemos más hacia la celebración aunque perdamos la obligación. Todo esto me surge al ver que vamos perdiendo la fe y dejando la costumbre y esa también la olvidamos.

Es preciso preparar mejor las eucaristías, más vivas, más participadas, más comunitarias.  Y eso irá creando sentido de celebración gozosa caminaremos hacia la celebración de la primitiva comunidad

Es curioso eso de “fiestas de guardar”, porque se van cambiando y haciendo laborables, fiestas que antes se celebraban religiosamente.

Cuando la sociedad avanza hacia la secularización, podemos trabajar ese día pero a la vez celebrar la Eucaristía…  Y no con menor devoción. Porque hay un aspecto del Misterio de Jesús que celebrar… Y sin duda, es más importante ese Misterio que la fecha del calendario.

Lo importante, me parece, es que nuestras eucaristías sean vivas, participativas, asamblearias. Que salgamos todos entusiasmados a continuar nuestra misión de cristianos que nos ha propuesto la Palabra de Dios.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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Las misas de la tele no son misas

Jueves, 6 de abril de 2017
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imagesteleDel blog de Xabier Pikaza:

El diputado P. Iglesias ha propuesto que la televisión pública no ofrezca la misa, pues se trata de un servicio religioso privado, propio de algunos ciudadanos, que no pueden “imponer” su afirmación religiosa sobre el conjunto de la población.

Esa propuesta me parece equivocada y falsa en una línea de democracia social, pero válida en sentido religioso cristiano.

1. Como ciudadano de un país que dice ser libre defiendo la misa en la televisión pública, siempre que haya un número significativo de ciudadanos que la quieran. Ciertamente, el Estado es a-confesional (no ha de inclinarse por ninguna confesión religiosa), pero debe respetar la voluntad de los ciudadanos, y si un grupo significativo quiera misa se la debe ofrecer.

Personalmente, puede que no me gusten los toros, ni un tipo de fútbol, ni ciertos programas con intimidades ambiguas… Pero si otros las quieren debo conformarse. Así también la misa puede y debe emitirse en la televisión, si hay bastantes ciudadanos que la quieren. Ése un principio fundamental de la democracia. Unos pueden querer misa, otros una ceremonia musulmana, otros música de cámara, como ciudadanos libres.

2. Como cristiano, en cambio, me siento molesto con la misa por televisión, no por “culpa” del Estado o de la sociedad, sino como miembro de la misma Iglesia. Ciertamente, se pueden y se deben emitir programas de tipo religioso, sean de tipo católico, islámico o budista (si una parte de la sociedad lo quiere, y si ellos no van en contra de los principios fundamentales de la sociedad).

_1917325_020408risi300Pero creo que la misa en cuanto tal no es un “tema” de televisión, no es para verse desde fuera, en una pantalla, sino una celebración activa de una comunidad creyente, donde los que “van a misa” deben celebrarla, estando juntos, compartiendo la palabra, incluso “tocándose” (dándose la paz unos a otros) y, sobre todo, comunicándose el pan y el vino de Jesús, en gesto de comunión personal humana.

Por eso he dicho que la misa por televisión no es misa y, a mi juicio (al menos en general, en cuanto misa-misa), no debería retransmitirse por televisión. Puede y quizá debe haber otros programas de tipo religiosos y/o cristiano de televisión (sermones, debates, narraciones, incluso oraciones…), pero la misa de televisión no es tal, pues le falta la presencia comunitaria, la conversación y comunión, el pan y el vino… Puede hacerse quizá en televisión una “liturgia de la palabra” (como en una video-conferencia), pero no una misa estrictamente dicha.

Se me podrá decir ¿qué pasa entonces con los enfermos o ancianos que no pueden participar en la misa comunitaria? Hay dos respuestas o soluciones:

(a) Se lleva a los enfermos o ancianos la comunión a casa o al hospital, a modo de prolongación de la liturgia eucarística, como se hacía en tiempos antiguos, retomando en casa la proclamación de la Palabra y la celebración comunitaria.

(b) O se celebra una auténtica misa, aunque quizá más breve y simple, en la misma habitación del anciano o enfermo, una eucaristía doméstica, presidida y animada por alguno de sus familiares o vecinos, con presencia personal y comunión (sin necesidad de que sea una misa oficial de la parroquia, celebrada por el párroco u obispo ministerial).

En este contexto quiero añadir algunas reflexiones complementarias.

La eucaristía se celebra en directo y en común, no se mira ni se ve en televisión

eucaristia_casa_enferma_25_03_14_1Un tipo de mundo vincula a los hombres y mujeres a través de un tipo de espectáculos externos, de tipo impersonal. Por el contrario, la iglesia les vincula por la eucaristía, que es Palabra y Pan compartido, que no puede convertirse nunca en un puro espectáculo.

La eucaristía retoma el motivo de las comidas de Jesús a campo abierto (multiplicaciones: Mc 6-8 par) y a su Cena de entrega y despedida (Mc 14 par), de manear que ella debe entenderse como activo, en el que participan todas y todas. La misa no es una ceremonia que pueda convertirse en un simple espectáculo para ver en una pantalla, sino un gesto común y concreto de comunicación humana, fundada en el recuerdo de Jesús y en su presencia, expresada en la palabra y el pan (vino) compartido.

Parece que tenemos miedo a la eucaristía concebida de esa forma, y por eso tendemos a convertirla en un ritual de sacralidad escindida de la vida concreta, de tal forma que a veces parece un ejercicio sacral, repetido como espectáculo, en las grandes reuniones de los fieles, que siguen estando solos, sin comunicarse entre ellos, como clientes pasivos de un misterio exterior, que podría ‘celebrarse’ (mal-celebrarse) incluso por televisión, como he puesto de relieve Fiesta del Pan, fiesta del Vino. Mesa común y Eucaristía, EVD, Estella 2000.

En contra de eso he de afirmar que no es bueno que la eucaristía se vuelva espectáculo: algo que se puede exponer y ostentar, como un rito entre otros rituales deportivos o circenses de nuestra cultura dominada por los medios. No se ha de ir a la misa como se va a ver un partido de televisión o a escuchar una música de cámara. La misa es música donde todos cantan, drama en que todos actúan, conversación donde todos hablan y mesa en la que todos comen.

Entendida así, la eucaristía es una forma intensa de asumir la creación, el pan y vino del trabajo, el alimento personal (¡quiero vivir!), la participación comunitaria (¡comemos juntos!), tal como se expresa en la encarnación pascual del Cristo, en la que compartimos uno a uno y todos juntos el recuerdo y la presencia de Jesús (=de la vida de Dios) en la Palabra y el Pan.


La eucaristía es la Vida que se abre y encarna en la comunidad y en cada uno de sus participantes, de tal forma que nadie puede celebrarla por nadie, realizando funciones superiores o de representación, pues cada uno ha de ‘comer’ por sí, compartiendo la palabra que se centra en Cristo y comiendo todos juntos
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Es bueno que las celebraciones se hayan valorado y dignificado, desarrollando rituales de lugares (edificios) y formas artísticas (música, pintura) pero no se puede suplantar u oscurecer lo central: la Palabra y Pan compartido, la comunicación real de los creyentes. La cena de Jesús se per-vierte si las formas se hacen centro, si los signos rituales se separan de la vida, convirtiéndose en espectáculo para ver, sin comunión concreta de creyentes y sin es comida real.

La liturgia oficial ha tendido a olvidar a veces esta experiencia de comunicación, desligando la alabanza de Dios de la comida real y la solidaridad de los creyentes de los creyentes, reunidos en torno a la palabra y el pan compartido. En esa línea, pienso y digo que la iglesia necesita recuperar la realidad física (social, alimenticia… ) de su eucaristía, vinculada al recuerdo de la entrega de Jesús (última Cena) y a sus comidas concretas (multiplicaciones). Por eso, una misa que sólo “se ve” (como espectáculo externo de televisión no es eucaristía).

La eucaristía es celebración compartida de la vida de los hombres, partiendo de la Vida de Jesús

Los cristianos hemos discutido a veces de forma cosista, hasta enfermiza, el momento en que Jesús se trans-sustancia en el pan consagrado, olvidando algo previo: lo más importante es que haya pan ofrecido y compartido, mesa común, palabra y camino de encuentro, por encima de un mundo de pura imagen donde todo se ve, de un mundo de mercado donde todo se compra-vende.

Este es el punto de partida: que los cristianos se junten y celebran su experiencia común, la palabra de Jesús, proclamada y comentada entre todos, el pan y el vino de la vida…
Este es el pan nuestro, que nosotros, cristianos, deberíamos ofrecer, como mesa abierta a todos los humanos. Este es, al mismo tempo, el pan de los otros, de aquellos que nos invitan a la mesa de su cultura y vida. Sólo así, en la encarnación concreta de la palabra y el pan, de ellos y nuestro, va gestándose y creciendo la concordia humana de Jesús, que los cristianos llamamos eucaristía.

Otros signos y presencias pasan, pero queda para siempre para los cristianos la palabra de la vida de Jesús, con la comida compartida, en la que descubrimos y celebramos el Signo y Presencia de Dios que es Jesucristo. No podemos imponer esa eucaristía a musulmanes y judíos (o agnósticos y fieles de otras religiones), pero debemos ofrecerla, volviéndonos expertos en Palabra y Mesa fraterna.

Sin esta palabra y pan compartido en con concreto, en comunidad humana, no se puede hablar de eucaristía. Por eso, una misa para ver en la televisión no es “sacramento” de Jesús, no es misa cristiana. Un judío famoso, llamado F. Rosenzweig (La estrella de la Redención, Salamanca 1997, 374-389, 427-428), nos llamaba la atención diciendo que la pascua-comida judía es comida real que vincula de hecho a los comensales, mientras la eucaristía sólo reúne a los cristianos en espíritu, dejando que sigan en lo externo separados.

Una celebración pascual judía por televisión no es pascua, ni celebración. En una línea semejante, una misa cristiana por televisión puede ser buena en sentido intimista como devoción o en sentido artístico como celebración ritual de cantos… pero no es misa cristiana, no es recuerdo y presencia concreta de Jesús.

Sólo en esa línea podemos hablar en verdad de la eucaristía cristiana. Los cristianos no tenemos más autoridad y riqueza que la presencia de Dios en cada uno de los hombres y mujeres de la tierra, por medio de Jesús que ha puesto su vida al servicio del Reino, esto es, de la humanidad entera expresada y concretada en cada una de las comunidades que celebran su memoria, en concreto, dándose la mano, el beso de la paz, y compartiendo la palabra y el pan de Jesús.

Ciertamente, la misa por televisión puede ayudar en un sentido a ciertos cristianos… Pero esa misa no es la misa de verdad. Por eso, el tema no es que haya o no haya misa “televisada” en los canales públicos del Estado (¡cosa a la que tienen derecho los cristianos como ciudadanos!), sino el que haya de verdad eucaristía en todas las comunidades cristianas, incluso en las habitaciones privadas de enfermos o ancianos.

Maria Jesus Moreno (FB)

Hola Xavier. Entiendo muy bien lo que dices y lo comparto en cierta medida, pero yo creo que es importante hacer algunas matizaciones. Las personas mayores que ponen la misa de TV cada domingo, no la ven como un espectáculo, sino que suelen estar presentes con verdadera devoción.

Claro que lo ideal sería celebrar una eucaristía en casa o una celebración de la Palabra a la vez que se les administra la comunión, pero lo cierto es que ese servicio no se da. En muchos casos, los hijos, nietos etc de las personas mayores que “ven” la misma por la tele, no están dispuestos a ser ellos los promotores de esa celebración casera. La mayoría de las veces son agnósticos o pasan de lo religioso.

Tampoco hay sacerdotes suficientes, o los sacerdotes que hay no tiemen tiempo suficiente como para acercarse a cada casa, a cada familia para hacer este servicio. Podría haber un servicio de laicos que desempeñara esta función de acompañamiento en la vivencia de la fe y en la celebración de la Palabra pero hoy por hoy eso todavía no se da. Y además las familias de los ancianos tendrían que permitirlo.

Mientras no se pueda facilitar a este colectivo de personas otras forma más adecuadas de celebrar comunitariamente la fe, la misa de la TV puede ayuderles mucho y hacerles acercarse, aunque sea muy precariamente a ese Misterio de Comunión. No creo que hayamos de verlo simplemente como un espectáculo. Creo que esos televidentes no lo perciben así.

Espiritualidad, General, Iglesia Católica ,

No privarles de la Santa Misa.

Sábado, 1 de abril de 2017
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misa-tveAunque a mí personalmente me pongan de los nervios algunas homilías que se retransmiten, les recordaría a estos señores que antes de la misa, y en la misma cadena, se emiten los programas de distintas confesiones: Judía, Islámica y Protestante… Por cierto, en la laica y plural (quizá precisamente por eso) Francia, se hace exactamente lo mismo… pero para eso, quizá tengan que madrugar un poco y abrir la mente. Por eso, les puede ayudar este artículo…

He vuelto al templo, en realidad lo he hecho a menudo a lo largo de los últimos años. Voy de acompañante, primero de un padre, ahora de una madre en edad de agradecer filial compañía. Acompaño pero también canto a pleno pulmón, me arrodillo, doy la mano en señal de paz y me arranco sin dudar a comulgar cuando suena aquello de “Tú has venido a la orilla…” Lo paso peor con una “señal de la cruz que nos libra de nuestros enemigos…” y cuyos gestos lamentablemente ya he olvidado.

También he orado, con no menos fe, en los templos budistas, hinduistas, en sinagogas, en mezquitas…, sobre todo en templos universales de los diferentes continentes. En los templos de unos y otros países viví similar devoción, en todos observé gentes rendidas al mismo Dios “que los hombres distintos llamamos con distintos nombres, pero que es el Uno, el Único y el Mismo…” (Lanza de Vasto) De vuelta a mi ciudad natal, he visto a tantas personas de edad y buena voluntad remontar con sus bastones las escaleras de la parroquia del barrio, que me he visto inundado de un hondo y reconvertido aprecio por su íntima esfera religiosa. Deseo en este sentido expresar mi disenso ante la solicitud de “Podemos” de retirar la misa de la programación de TVE.

Sí, es cierto, el Estado y sus medios de comunicación han de hacer gala de aconfesionalidad, pero ello no contradice el hecho de mantener una escasa hora semanal de misa, mientras otros credos tengan asegurada su ventana a los televidentes, como ahora es el caso. En este sentido también esperamos que el ente público no tarde en abrirse a otras tradiciones espirituales que aún no tienen cabida en la parrilla.

Es preciso respetar la laicidad en la educación, en el ejército, en los actos oficiales… El Estado ha de mantenerse neutro ante una creciente pluralidad confesional, pero el Estado ha de servir también a los ciudadanos a través de sus medios de comunicación. La cesión en la tele pública de espacios a los diferentes credos en razón de su arraigo es un servicio nada desdeñable. Por lo demás, si la misa retransmitida reconforta a muchas personas de edad, ¿por qué precipitar su apagón? Tantos programas deberían desaparecer de la programación antes que ese oficio religioso. Sobran primero las series en las que se dispara y sangra,  las tertulias en las que se falta y ofende, las corridas en las que se tortura y mata gratuitamente

Ha de prevalecer una cierta amabilidad intergeneracional. Hemos de honrar a nuestros mayores, hemos de preservar sus referentes culturales y espirituales aunque no coincidan plenamente con los nuestros. Hemos de ser considerados con lo que tiene importancia y relieve para las generaciones que nos precedieron. Barrer la misa es olvidarnos en alguna medida de ellas. Hemos de unir a los pueblos, a las clases, a las razas y tradiciones…, pero hemos de empezar más cerca y tratar de enlazar también a las generaciones.

Por más que puedan aburrir sus fórmulas repetidas hasta la saciedad, por más que nos sorprenda que la mujer no ocupe aún su debido lugar en la presidencia del altar…, la misa es momento sagrado. En realidad todo lo que adquiere vital importancia para el otro es algo sagrado. Somos privilegiados, pues participamos de un mundo rico y diverso en el que se reúnen muy diferentes momentos y territorios sagrados. La consigna de manual de la emergente formación política puede ser poco considerada con el universo vital de quienes nos dieron vida. La necesidad  de superar los antagonismos civiles, nos invita también a ser respetuosos con los mayores y su misa de las once ya en vivo, ya a través de la pantalla.

Nadie nos obliga a sentarnos el domingo por la mañana al televisor, pero pienso en nuestros ancianos, muchos de ellos enfermos o impedidos, que en ese programa encontrarán consuelo y confort del alma. Nunca arrasar, nunca llevarse lo que es significativo para un importante colectivo, más al contrario intentar hacer nuestro algo de su universo. Para muchos de nuestros padres un domingo sin misa no es un verdadero domingo. Honrar a nuestros mayores no significa que tengamos que arreglarnos corriendo y salir al toque de sus campanas, que debamos arrodillarnos ante sus mismos iconos, que debamos necesariamente  oír el sermón de sus sacerdotes…, pero sí intentar facilitar la expresión de su fe, su legado, sus tradiciones.

Ninguna generación que nos precede ha debido de hacer  tamaño  esfuerzo para adecuarse a los nuevos tiempos como la de nuestros progenitores. Privarles de sus imprescindibles referentes, de sus anclajes, es un flaco reconocimiento a ellos y a cuanto nos dieron. No hay nada más revolucionario que el sincero agradecimiento y en ello debiera también reparar la formación morada.

Koldo Aldai

Fuente Fe Adulta

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Aquella misa en la favela…, por Pedro Arrupe sj

Viernes, 3 de junio de 2016
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fabela_1Hace algunos años, cuando visitaba una provincia de jesuitas en América Latina, fui invitado a celebrar en un suburbio, en una favela , en uno de los lugares más pobres de la zona. Unas cien mil personas vivían allí en medio del barro, porque este suburbio estaba construido en una depresión que se inundaba cada vez que llovía…

La misa tuvo lugar bajo una es pecie de techumbre en mal estado, sin puerta, con perros y gatos que entraban libremente. La eucaristía comenzó con cantos, acompañados por un guitarrista que no era precisamente un virtuoso. El resultado me pareció, con todo, maravilloso. El canto repetía : “Amar es darse… ¡Qué bello es vivir para amar y qué grande tener para dar!”.

A medida que el canto avanzaba, sentí que se me hacía un gran nudo en la garganta. Tenía que hacer un verdadero esfuerzo para continuar la misa. Aquellas gentes, que parecían no tener nada, estaban dispuestas a darse a sí mismas para comunicar a los demás la alegría, la felicidad.

Cuando en la consagración elevé la hostia, percibí, en medio del tremendo silencio, la alegría del Señor que se encuentra entre los que ama. Como dic e Jesús: “Me ha enviado a predicar la Buena Noticia a los pobres”, y “felices los pobres”...

Al dar la comunión, me fijé en que en aquellos rostros secos, duros, quemados por el sol, había lágrimas que rodaban como perlas. Acababan de encontrarse con Jesús, que era su único consuelo. Mis manos temblaban.

Mi homilía fue corta. Fue sobre todo un diálogo. Me contaron cosas que no suelen escucharse en los discursos importantes, cosas sencillas, pero profundas y sublimes, desde un punto de vista humano.

Una vie jecita me dijo: “Usted es el superior de estos padres, ¿no? Pues bien, señor, un millón de gracias, porque vosotros, los jesuitas, nos habéis dado este gran tesoro que necesitamos y no teníamos: la misa”.

Un muchacho dijo en público: “Padrecito: quiero qu e sepa que estamos muy agradecidos, porque estos padres nos han enseñado a amar a nuestros enemigos. Hace una semana yo había conseguido un cuchillo para matar a un compañero al que odiaba. Pero después de escuchar al padre predicar el Evangelio, en vez de matar a aquel compañero compré un helado y se lo regalé”.

Por fin, un tipo corpulento, con aspecto de delincuente y que casi daba miedo, me dijo: “Venga a mi casa. Tengo un regalo para usted”. Yo, indeciso, dudaba si debería aceptarlo, pero el jesuita qu e me acompañaba me dijo: “Acepte, padre, son muy buena gente”.

Así que fui con él a su casa, que era una barraca medio destruida, y me invitó a sentarme en una silla desvencijada. Desde mi sitio yo podía contemplar la puesta del sol. El grandullón me dijo: “Mire, señor, ¡qué hermosura!” Nos quedamos en silencio durante algunos minutos. El sol desapareció. El hombre exclamó: “No sabía cómo agradecerle todo lo que hacen por nosotros. No tengo nada que darle. Pero pensé que le gustaría ver esta puesta de sol. ¿A que le ha gustado? Adiós”. Y me dio la mano.

Cuando se iba, pensé: “No es fácil encontrar un corazón así”. Ya abandonaba la calleja, cuando una mujer, muy pobremente vestida, se acercó a mí, me besó la mano, me miró y me dijo con voz emocionada: “Padre, rece por mí y por mis hijos. Yo también he oído esa misa tan bonita que usted acaba de decir. Tengo que volver a mi casa. Pero no tengo nada que dar a mis hijos… Rece por mí: Él nos ayudará”. Y desapareció corriendo hacia su casa.

¡Qué cosas aprendí en aquella misa entre los pobres! ¡Qué diferencia con las grandes recepciones que organizan los poderosos de este mundo!

Testimonio de Pedro Arrupe recogido en un libro-entrevista de Jean-Claude Distsch

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Los cristianos no tienen templos ni celebran sacrificios

Viernes, 21 de agosto de 2015
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the-last-supper-sarah-jenkinsDe Reflexión y Liberación:

 El espíritu está en la asamblea, no en la cabeza aislada. En la Iglesia no hay poder sino misión….
(José Ruiz de Galarreta, SJ).

La Cena del Señor, la Fracción del Pan, no nace en el templo sino en la Sinagoga. La Sinagoga Cristiana toma la estructura de la Judía, pero la modifica y la completa.

Su local no es el Templo, ni la preside un sacerdote (ni un doctor); en ella no se celebran sacrificios sino que se lee la palabra y se hace oración. La modifica, porque la palabra del AT se ve sustituida por los hechos y dichos de Jesús, no narrados y explicados por sabios doctores sino por los Testigos; y los participantes ponen en común lo que el Espíritu da a cada uno (profetas). La completa, porque termina con la Fracción del Pan, que no tiene precedente en el AT. En esa reunión no hay sacerdotes, ni aparece alguien que por oficio la presida, ni aparece por ninguna parte que se ofrezca un sacrificio, ni se nombre la palabra altar.

Nuestra pregunta tendrá que ser, necesariamente, ¿de dónde ha salido la interpretación sacrificial de la Eucaristía, llamada “el santo sacrificio de la Misa”, con todos sus ritos, su clericalización y la mera “asistencia y participación” de los “laicos”?

Esteban, hace un virulento ataque contra el Templo: “no se pueden hacer casas en el Altísimo”. Los primeros seguidores de Jesús no tienen Templos, lugares de presencia de Dios y de adoración. Pero más tarde fueron surgiendo. ¿Es un retorno al Antiguo Testamento, una traición a Jesús? La magnificencia de los templos cristianos ¿tiene que ver con Jesús o más bien con el Templo de Jerusalén?

Aquí llegamos a la conjunción de varias líneas que ya hemos tratado: el aumento del número, la progresiva crecimiento de la clase clerical, el cambio de teología, de banquete a sacrificio, la posesión de riquezas y la concepción de los templos como esplendorosos monumentos a la gloria de Dios, son un peligro mortal para la Cena del Señor.

Recordemos: Dios no necesita nada, solo que cuidemos de sus hijos. Todo el dinero que tenga la Iglesia es para los pobres. Sólo cuando nadie en el mundo padezca ninguna necesidad podremos dedicar dinero a la gloria de Dios.

El espíritu está en la asamblea, no en la cabeza aislada. En la Iglesia no hay poder sino misión. Hemos comprobado que, invariablemente, las decisiones importantes se toman en la asamblea, que aparece siempre como órgano supremo a la hora de decidir, aun cuando estén presentes los apóstoles y el mismo Pedro.

Esto sucede desde el principio, con la elección de Matías, hasta el final, con el que llamamos “Concilio de Jerusalén”, a cuyas autoridades se someten Pedro y Pablo, con reticencias de los de Santiago.

¿Cómo se tomarán las decisiones importantes en el futuro? El modo asambleario fue declinando, dejando paso al modo monárquico. ¿Cuándo comenzó esta sustitución? ¿Se parece algo este modo asambleario original al modo actual de ejercerse la autoridad del Papa, de los obispos y de los Concilios?

La función de los Doce, y muy especialmente de Pedro: “Nosotros nos dedicaremos a la oración y a la Palabra”, dejando la administración a otras, elegidas por la comunidad. Los Doce, y más tarde los apóstoles, tienen la misión de la Palabra, para cumplir la cual les es necesaria la oración. Eso les da autoridad, pero nunca aparece esta autoridad como un poder ni lejanamente semejante a poderes civiles, ni menos aún militares o económicos. El caso de Pedro es llamativo:

– toma iniciativas aceptadas por todos (elección de Matías (1,12);
– propone a la comunidad y a ésta le parece bien (ibid.);
– es enviado por la comunidad, junto con Juan, a la evangelización de Samaria (8,14);
– toma por su cuenta y riesgo de decisión de entrar en casa de paganos y bautizarlos (10,34);
– tiene que dar explicaciones a la comunidad de Jerusalén, cosa que hace con toda naturalidad (11, 1);
– opina, con autoridad pero sin carácter de decisión definitiva, en el “Concilio de Jerusalén” (15,7);
– recibe la reprimenda de Pablo (Gal. 2,11) “porque era digno de reprensión”.

Las formas de gobierno. Hemos comprobado que existen varias formas. La comunidad de Jerusalén parece regirse por un consejo de ancianos presididos por Santiago, “el hermano del Señor”.En otras comunidades aparecen sin más “los presbíteros”, que parecen ser también consejos de ancianos, unas veces espontáneos y otras nombrados por Pablo o algún otro apóstol. Finalmente aparecerán los epíscopos, que una veces son presidentes del consejo de ancianos y otras se presentan con autoridad más personal. De todas estas formas solamente ha subsistido en la Iglesia el episcopado, monárquico.

Tendremos que preguntarnos por qué declinaron las otras formas y también si no podrían existir hoy en la Iglesia sistemas de gobierno diferentes. Aparecen los diáconos, como encargados de temas económicos, como encargados de los aspectos físicos de la Fracción del Pan y como auxiliares de los epíscopos.

Tanto los epíscopos como presbíteros, los diáconos, y profetas son casados; más aún los textos no aparecen tolerarlo sino exigirlo. 1Tim 3,2-5: Es, pues, necesario que el epíscopo sea irresprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?

Incluso se habla de los apóstoles, y expresamente de Pedro, como “acompañados por una mujer cristiana” (1 Corintios 9,5). Solamente se habla de célibes refiriéndose a Pablo y Bernabé y no para ponerlos como modelos por su celibato sino precisamente para justificar su carácter excepcional… ¿De dónde ha salido el celibato sacerdotal obligatorio? Ha ido surgiendo más tarde en la Iglesia, puesto que no la encontramos en las primeras comunidades.

No hay más sacerdotes que los del Templo de Jerusalén. Las comunidades cristianas no tienen sacerdotes. ¿Cómo nacieron y qué significan? De todo esto se deduce algo muy claro. Todos estos modos de gobierno pueden ser convenientes o inconvenientes, eficaces o inútiles, pero nunca podrán decir que provienen de Jesús, y por tanto pueden modificarse. Pero lo sí es de Jesús, y resplandece en las primeras comunidades, es que se sienten responsables de sí mismas, que no hay división ninguna entre los que mandan y los demás, que no hay clase clerical, que nadie se siente con poderes divinos. Las formas pueden cambiar, pero si no cabían con el Espíritu de Jesús son traición y llevan al fracaso.

Las mujeres. Son muy importantes: lo fueron en la vida de Jesús y más aún en la Resurrección; son parte mayoritaria de la primera comunidad de Jerusalén y probablemente también de otras. Son citadas con mucha frecuencia en Hechos como magníficas colaboradoras, y aparecen ostentando los cargos de apóstoles, diaconisas y profetas. Incluso aparecen breves citas en que da la impresión de que es la pareja, el matrimonio, el que es sujeto de la misión.

Esto fue desapareciendo e la Iglesia. No desapareció su importancia real, pero sí toda la participación en cargos de las iglesias. ¿Cuál es la causa de su exclusión a lo largo del tiempo, y cuáles son sus reales y posibles funciones en la Iglesia hoy? Sería largo de explicarlo pero es fácil hacer una afirmación: su exclusión no viene de Jesús.

Al rechazar el sacerdocio para las mujeres se suelen aducir dos argumentos: que Jesús en la última cena ordenó sacerdote a solo varones; y que en la tradición de la Iglesia no ha habido nunca mujeres-sacerdotes. La respuesta a estos argumentos es muy sencilla: en los Hechos de Apóstoles aparece claramente que en las primeras comunidades no hubo sacerdotes, muestra evidente de que Jesús no ordenó de sacerdotes a nadie; pero en todos los servicios a la Iglesia que aparecen en esas comunidades, apóstoles, profetas, diaconisas… aparecen mujeres.

Convertíos: cambiar. El vino nuevo rompe los odres viejos. Si el Antiguo Testamento era fidelidad al pie de la letra a lo antiguo, lo formulado, inmutable, lo de Jesús va a ser muy diferente, y así se muestra en Hechos.

Las primeras comunidades no tuvieron inconveniente en cambiar: abandonaron el Templo, la circuncisión, las restricciones alimentarías, la prohibición de tratar con paganos, el modo de autoridad, la función de las mujeres…

Y se atrevieron a cambiar dos cosas que pasan desapercibidas y son radicalmente importantes: Cambiaron de idioma. Abandonaron el sagrado hebreo de las escrituras y el arameo en que se expresó a Jesús. Hablaron a la gente, tradujeron a Jesús al idioma de todo el mundo. Y es que no tenían un idioma sagrado, ni fórmulas sacras o mágicas.

En el mismo sentido, cambiaron de cultura. No hace falta ser judío, ni en idioma ni en costumbres ni en cultura para seguir a Jesús. Ni hace falta ser occidental, ni romano, ni en idioma ni en costumbres ni en cultura. Leer más…

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“Una misa no es una cena”, por José Mª Castillo, teólogo

Lunes, 10 de agosto de 2015
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cena-del-corderoDe su blog Teología sin censura:

Jesús instituyó la eucaristía en una cena, no en una misa. Es decir, Jesús instituyó la eucaristía en una comida compartida, no en un ritual religioso. Y sabemos que Jesús añadió: “Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24. 25; Lc 22, 19 b). O sea, el recuerdo de Jesús está inseparablemente unido al hecho de realizar lo que realizó Jesús. Y cualquiera que lea los evangelios sabe que, exactamente en los evangelios y en 1 Cor 11, 23-26, la eucaristía está asociada a la comida compartida. En los seis relatos de la multiplicación de los panes, especialmente en la del evangelio de Juan (c. 6), y en la última cena de Jesús con sus apóstoles, eucaristía y comensalía son realidades vinculadas la una a la otra. Es decir, la eucaristía está vinculada al hecho de compartir con otros lo que se tiene para comer. La eucaristía no está vinculada – ni solamente ni principalmente – a un ritual sagrado que se observa exactamente según lo establecido en las normas.

Pero ocurrió que, con el paso del tiempo, la eucaristía se convirtió en un ritual sagrado y dejó de ser una cena compartida. No es posible saber con exactitud cuando sucedió esto. Parece ser que ocurrió en el s. III. El hecho es que así, una vez más y en un asunto de tanta importancia como éste, la Religión se sobrepuso al Evangelio. Un desafortunado cambio, que ha ocurrido demasiadas veces en la Iglesia. Y que es la causa de un fenómeno muy frecuente y del que tantas veces ni nos damos cuenta. Porque seguramente somos más fieles a la Religión que al Evangelio. Y eso que – como estamos viendo – la religiosidad está en crisis. Lo cual es verdad. Tenemos arrumbada la Religión. Pero tenemos más arrumbado el Evangelio. A fin de cuentas, misas, bodas, bautizos, comuniones, cofradías, curas y obispos seguimos teniendo. Pero, ¿y las enseñanzas de Jesús sobre la honradez, la justicia, la sinceridad, sobre el dinero y la riqueza, sobre la sensibilidad ante el sufrimiento humano, sobre la libertad ante los poderes que oprimen y dominan a la gente más débil y desamparada?

Si digo aquí estas cosas, no es porque yo pretenda ingenuamente que sustituyamos las misas por cenas. Ni eso es posible. Ni eso arreglaría las cosas. El problema más serio, que tenemos ahora mismo, es que vemos que la economía mejora, pero no tenemos políticos que sepan gestionar las cosas de manera que esa mejoría sirva para todos, sobre todo para quienes más lo necesitan. Y las cosas se han encanallado hasta el extremo de preferir – o consentir – que nuestros mares sean un inmenso cementerio de desesperados, con tal que esos desesperados no vengan a molestarnos. Aquí no hablo sólo de España o de Europa. Hablo del mundo entero.

Por supuesto, que hay gente buena. Mucha más de la que imaginamos. Ante el fracaso de la economía, de la política, de las más avanzadas tecnologías, incluso también ante la incapacidad de las religiones para remediar tanto dolor, crece y crece el número de personas que a esto no le ven otra solución que la búsqueda de nuestra más profunda humanidad. Lo que nos va a salvar es la honradez, la honestidad, la trasparencia, la justicia, la bondad. La espiritualidad profunda, que respeta por supuesto la misa, pero que encuentra vida y futuro en la cena. Como dijo san Juan de la Cruz: “la cena que recrea y enamora”.

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“Un problema: nuestras liturgias”, por José Agustín Cabré

Domingo, 2 de agosto de 2015
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topiceucaristia-720_270x250De su blog El catalejo del Pepe:

Una buena parte de los católicos que acuden a los templos el día domingo son adultos mayores. Pueden recordar, por lo tanto, la sorpresa y el alivio que les significó en su experiencia religiosa, hace 50 años, los cambios que el Concilio Vaticano realizó en la liturgia de los sacramentos y de la misa: se les invitó a pasar de “asistentes” a “participantes en los ritos y el culto. Se pasó de “oír misa” a “celebrar la misa”.

Con el paso del tiempo se ha podido comprobar que esas reformas no fueron tan completas como se esperaba: los católicos siguen asistiendo a misas como a un espectáculo en donde ellos son el público y los actores son otros: el cura, los acólitos, los ministros, los lectores, el coro…todo distribuido en un espacio acomodado como un teatro: un público que mira a cierta distancia la actuación de unos disfrazados que están en el escenario.

De la Eucaristía, la gran acción de gracias a Dios por el don de la vida, mediante la experiencia humana de Jesús de Nazaret, con su vida, pasión, muerte y resurrección…en realidad queda bien poco.

Un lenguaje desconocido.

Hubo algunos cambios, es cierto: se pasó del latín- que nadie entendía- al idioma de cada país. Pero no se cambió el nefasto sistema de la lectura continuada de la biblia. En el afán de que el pueblo escuche alguna vez toda la biblia, se han mantenido en la misa las lecturas (antiguo y nuevo testamento más evangelios) leyendo de corrido desde el Génesis al Apocalipsis en un período de tres años; la idea, si alguna vez fue buena, ha fracasado en la práctica. Con este sistema el pueblo católico tiene que escuchar lo que toque leer ese día, sea cual sea la experiencia vital que esté viviendo. Aún son pocos los pastores que abandonan ese sistema y se atreven a buscar las lecturas más apropiadas para cada ocasión; esto exige tiempo de preparación, buen criterio de discernimiento y capacidad de diálogo con los equipos laicales. También puede exigir entereza para ir a dar explicaciones al obispo que necesariamente defenderá el otro esquema impuesto desde Roma.

Pero no es el único cambio para que la misa sea realmente Eucaristía. Si como dice la catequesis, con más poesía que seguridad, se trata de una comunidad a modo de familia que celebra su fe, alimenta su esperanza y vive la caridad, la misa debiera contar con un ambiente atractivo y con signos entendibles y didácticos.

En uno de sus textos incisivos pero veraces, el periodista Raúl Gutiérrez, que se considera un cristiano de base y de mentalidad amplia y pluralista, escribió:

Las improvisaciones.

La sensación que a uno le queda con frecuencia al salir de alguna misa dominical es la improvisación, como si el sacerdote y los encargados de la ceremonia no estuvieran demasiado convencidos de la importancia y la solemnidad del acto.

En pocos templos los fieles son acogidos en la puerta por el sacerdote o laicos que los saluden y entreguen una hoja con los textos bíblicos que se leerán en la celebración. Como la mayoría llega atrasada, es frecuente que la misa se inicie en presencia de una exigua concurrencia, que terminará de engrosarse recién durante la homilía.

La improvisación del equipo encargado de la misa se advierte en los cuchicheos entre el guía y los lectores, e incluso entre el celebrante y sus acólitos, actitudes que sumadas a desplazamientos nerviosos y aparatosos de estos personeros en torno al altar y hacia la sacristía distraen a la comunidad.

Dejando de lado toda consideración o exigencia de carácter estético, cabe señalar que la mayoría de los coros maneja un estilístico repertorio de canciones litúrgicas, lo que explica que con frecuencia entone algunas que guardan escasa o ninguna relación con la fiesta que se trata o la enseñanza básica del Evangelio de ese domingo. Dejar los coros, por llamarlos de alguna manera piadosa, a la buena de Dios, demuestra una escasa comprensión del significado de la música como medio universal de comunicación, sobre todo en el caso de los jóvenes”.

Una liturgia que no convence.

Resultan interesantes las anotaciones del periodista. Pero, lamentablemente, deberá pasar todavía mucho agua bajo los puentes antes que la liturgia católica se haga comprensible, celebrativa, compartida, santificadora de la vida. Se está hablando de la gran tarea de evangelizar al siglo XXI, de comprometerse con la misión permanente, de hablar un lenguaje de palabras y signos entendibles al mundo de hoy. Pero no se nota ningún cambio hacia delante; mas bien se advierten muchos retornos al pasado: algunos llegan a la paranoia de querer volver al latín, de colocar aún más colgajos en las vestiduras de los clérigos, de incorporar de modo permanente el incienso en las liturgias…

El mundo del siglo XXI los mira, se ríe y sigue su camino buscando, casi a la desesperada, quién lo acompañe en su caminar por la vida. Los grandes valores del Reino de Dios, los que nos humanizan, siguen sin ser descubiertos porque se les quiere poner demasiados trapos encima.

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La muerte está vencida

Domingo, 2 de noviembre de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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¡ Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

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Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

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