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La necedad.

Miércoles, 8 de octubre de 2014
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Para el bien, la necedad constituye un enemigo más peligroso que la maldad. Existe la posibilidad de protestar contra el mal, de ponerlo de manifiesto y, en caso necesario, de evitarlo por la fuerza; el mal lleva siempre en sí el germen de la autodestrucción, al dejar en las personas al menos una sensación de malestar. En cambio, frente a la necedad carecemos de toda defensa. Ni las protestas ni la violencia sirven aquí para nada; las razones no surten efecto; las realidades que contradicen al propio prejuicio no necesitan sencillamente ser creídas- en tales casos el necio se muestra incluso crítico-; y si los hechos son inevitables, pueden ser simplemente dejados a un lado como casos sueltos carentes de significado. En todo esto, el necio, a diferencia del malo, se siente enteramente satisfecho de si mismo, e incluso puede hacerse peligroso cuando, levemente irritado, pasa al ataque. Por ello es necesario mayor precaución frente al necio que frente al malo. Nunca más intentaremos convencer al necio mediante razonamientos; tal procedimiento es absurdo y peligroso.

Pienso que deberíamos totalmente prepararnos por una disciplina del cuerpo y del espíritu para el día en el que que seremos puestos a prueba. Debemos empezar de nuevo a comprender.

(…)

Nos queda el camino estrecho y casi imposible de encontrar del que recibe cada una de sus días como la última y  que vive a pesar de todo por su fe y su responsabilidad, como si tuviera un futuro largo.

*

Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y Sumisión – Cartas y apuntes desde el cautiverio. Ediciones Sígueme. Salamanca 2004 (El peso de los días, 18).

Prólogo. ˜Después de diez años. Balance en el tránsito al año 1943. Página 16-17

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“El futuro del Evangelio”, por José María Castillo, teólogo.

Sábado, 27 de septiembre de 2014
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9788433027146_04_mDe su blog Teología sin Censura:

La estimación comúnmente aceptada entre los expertos sitúa los orígenes del ser humano en torno a los cien mil años (Ernst Mayr, Bioastronomy News, 7, 3 (1995). De esos cien mil años, unos siete mil nos son suficientemente conocidos, ya que es en el tercer milenio (a. C.) donde se sitúa el “nacimiento de la civilización”, cuando en Oriente Medio (Mesopotamia) aparecieron la agricultura, la metalurgia y la escritura (Jean Bottéro, Mésopotamie, Paris, 1987, 8). Nacieron así las primeras “ciudades-estado”, con su organización, sus jerarquías y las consiguientes desigualdades sociales. Y fue entonces cuando dieron la cara dos grandes fenómenos culturales que han crecido sin cesar hasta el día de hoy: la evolución de la tecnología y la evolución social. Pero ahora caemos en la cuenta de que estos dos grandes fenómenos, que han marcado la historia de la humanidad, han crecido en sentido opuesto: la evolución tecnológica como progreso imparable, la evolución social como degradación inhumana que ahonda cada día más y más las desigualdades, las humillaciones y el sufrimiento de los mortales. (María Daraki, Las tres negaciones de Yahvé, Madrid, 2007, 8).

¿Qué papel ha desempeñado el Evangelio en esta apasionante y amenazante historia de la humanidad? Por los datos más fiables que nos proporcionan los cuatro evangelios, sabemos que Jesús tenía muy claro el peligro que representan, en la historia de los mortales, el dinero de los ricos y el poder de los grandes. De ahí que “servir al dinero” y “servir a Dios” son dos cosas incompatibles (Mt 6, 24). Como “mantener riquezas” y “seguir a Jesús” son igualmente incompatibles (Mc 10, 17-31). Y en cuanto al asunto del poder de los grandes de este mundo, Jesús fue tajante: lo que hacen es “dominar” y “tiranizar” (Mt 20, 25). Por eso, el mismo Jesús cortó en seco las apetencias de poder y mando que ya asomaron en los primeros apóstoles (Mt 20, 26; Lc 22, 25-26). Y el ejemplo supremo lo dio el propio Jesús cuando, al despedirse de sus discípulos, hizo con ellos el oficio de un esclavo (Jn 13, 1-15).

Más aún, las tres grandes preocupaciones de Jesús, un hombre profundamente religioso (por su relación con el Padre y su frecuente oración), no fueron de orden religioso, sino preocupaciones laicas, comunes a todos los humanos: la salud de los enfermos (relatos de curaciones), compartir mesa y mantel con toda clase de personas (relatos de comidas), y las mejores relaciones humanas de todos con todos (sermón del monte, (Mt 5-7), o de la llanura, Lc 6, 12-49). Pero sabemos que Jesús realizó todo esto de tal manera, que entró en conflicto con los dirigentes de la religión (José M. Castillo, La laicidad del Evangelio, Bilbao 2014, 121-137). Hasta el extremo de tener que aceptar “la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado” (Gerd Theissen, El movimiento de Jesús. Historia de una revolución de valores, Salamanca, 2005, 53).

¿En qué ha quedado todo esto? En un programa heroico y raro, para pocas personas. ¿Y para la Iglesia? Es imposible contarlo en un breve artículo. Pero el hecho es que, con el paso de los tiempos, en la Iglesia terminó por imponerse más la Religión (con sus jerarquías, sus poderes, sus rituales, sus dogmas…) que el Evangelio (con las convicciones tan claras que Jesús transmitió). Como igualmente es un hecho que la cultura de Occidente, tan marcada por la Iglesia, ha sido una cultura de guerras y violencias, colonizaciones y poderes, a los que la misma Iglesia se ha tenido que acomodar, a los que la Iglesia “legitima” y de los que la Iglesia recibe, tantas veces, dinero y privilegios. Es cierto que en Occidente se han elaborado los derechos humanos (que, por cierto, no han sido aún suscritos por el Vaticano). Pero no es menos verdad que Occidente representa el ideal del desarrollo tecnológico (con su contrapartida de degradación social), la cuna del capitalismo, y el mantenedor de las más brutales desigualdades entre los pueblos y entre los seres humanos.

¿Se puede decir que el futuro de la Iglesia es el futuro del Evangelio?
Lo será, en la medida en que la Iglesia se ajuste al Evangelio. Pero, ¡atención!, el Evangelio no es una doctrina, ni es una organización. El Evangelio es un proyecto de vida. De manera que quien viva ese proyecto, ése será el que se entere de lo que es el Evangelio. Y de lo que debe ser, y cómo debe ser, la Iglesia de Jesús. La Iglesia del Jesús de la vida, no de la religión que ha discutido con las demás religiones para ver cuál de ellas es la verdadera; o para buscar a las otras religiones, con el buen deseo de ver si, por fin, nos ponemos de acuerdo.

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“Nuestro futuro y las ganancias de los negociantes”, por José Mª Castillo

Miércoles, 27 de agosto de 2014
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ricos-y_pobres_3Leído en su blog Teología sin censura:

Da miedo pensarlo. Pero es así. Cada día queda más patente el descaro y la desvergüenza de los que negocian con todo lo que se puede negociar en este mundo. Ahora le ha tocado el turno a nuestra propia salud. Con motivo de la muerte del misionero Miguel Pajares, víctima del virus del ébola, ha quedado meridianamente claro que lo que interesa, a la imponente maquinaria mundial que gestiona la salud de la humanidad, no es precisamente la salud de los humanos, sino las ganancias que nuestra salud les proporcionamos a las empresas que se dedican a negociar con el seguro negocio de nuestra sanidad.

Lo han dicho, sin pelos en la lengua, los funcionarios de la OMS y algún que otro atrevido funcionario de las multinacionales farmacéuticas. Ellos no hacen “medicamentos para pobres. Porque, como es lógico, los pobres no aportan ganancias, sino problemas. De ahí que la malaria o ahora el ébola, ahí están. Campando a sus anchas por el mundo pobre, matando a millones de criaturas cada año, mientras que en los países ricos ya no sabemos las cremas y potingues que hay que untarse para estar guapos. El negocio descarado de la salud más pujante que nunca. Y hay quienes quieren estrujarlo para que rinda más. ¿Por qué, si no, tantos intentos de privatizar hospitales, medicamentos y todo cuanto se puede poner en manos de empresas privadas, aunque eso suponga que los pobres tendrán que aguantarse y morirse (si es preciso) para que el negocio aumente?

Al decir estas cosas, no puedo dejar de pensar en el actual obispo de Roma, el papa Francisco. Un hombre bueno, que, si algo ha dejado patente, es que una de sus mayores preocupaciones es el sufrimiento de los enfermos, de los niños y de los ancianos, los más débiles de este mundo.

Pero antes que de ningún papa o ningún santo, me acuerdo de lo que nos relata el Evangelio sobre la conducta de Jesús. Los cristianos decimos que creemos en esto. Pero, ¿creemos de verdad? Porque, si algo hay claro en el Evangelio, es que la primera preocupación de Jesús fue la salud de los enfermos. Relatos de curaciones, los hay en casi todas las páginas de los evangelios. Lo malo es que los entendidos en las cosas de la religión se han empeñado en explicar las curaciones, que hacía Jesús, como “milagros” o “intervenciones divinas”, para demostrar así que Jesús era Dios. Sinceramente, quienes explican el Evangelio con tal argumento, no se han enterado del tema.

Yo no estoy diciendo que Jesús no fuera Dios. Lo que digo es que los relatos evangélicos de hechos prodigiosos son “formas literarias” que se utilizaban en la antigüedad para enaltecer la figura y el mensaje de profetas y otros personajes que tenían una resonancia social importante. Baste recordar los relatos de Filóstrato sobre Apolonio de Tiana. Es notable que, en los evangelios, Jesús curaba a los enfermos en circunstancias o en días en los que la religión prohibía hacer aquellas curaciones.

De ahí, los enfrentamientos constantes de Jesús con los dirigentes religiosos por este motivo. ¿Qué pretende el Evangelio al repetir una y otra vez este argumento? Que para Jesús, es más importante la salud humana que la observancia religiosa. ¿Y no va a ser más importante para nosotros la salud de los pobres que las ganancias de los ricos? Y que nadie me venga con que esto es demagogia política. Esto es sencillamente humanidad. Y humanidad es lo que quiere Dios, que (según la fe cristiana) se hizo humano.

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El Centro de Gravedad.

Martes, 10 de junio de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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Me reprochas por situar el centro de gravedad de la fe cristiana en el futuro en lugar de situarla en el drama redentor de la muerte y resurrección de Jesucristo. El reproche es justo… ¡Pero es Jesús mismo quien sitúa el centro de gravedad de la fe cristiana en el futuro! No hago sino conformarme con ello como lo hacían el cristianismo primitivo y San Pablo, y como debemos hacerlo nosotros mismos/as. El centro de gravedad de la fe cristiana no es el drama redentor de nuestra dogmática, sino la llegada del Reino de Dios en nuestro corazón y en el mundo. La naturaleza del cristianismo está constituida por la predicación de Jesús del Reino que está próximo, no por la teoría de la redención de san Agustín. Lo que debe ocuparnos ante todo, es el Reino de Dios.

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Albert Schweitzer, carta del 11 de julio de 1952 a Maurice Carrez

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