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“Este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia”. Domingo 20 ciclo C

Domingo, 18 de agosto de 2019
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bautismo_cruz_agua_fuegoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El título está tomado de la primera lectura. Es lo que dicen de Jeremías las autoridades de Jerusalén. Estamos en el año 587 a.C. La ciudad lleva un año asediada por el ejército de Babilonia, la gente muere de hambre y el profeta anima a rendirse. En opinión de los patriotas nacionalistas, está desanimando al pueblo, busca su desgracia.

            Eso mismo pensarían muchos escuchando lo que dice Jesús en el evangelio. Después de las enseñanzas de los domingos anteriores sobre la oración, la riqueza, la vigilancia, centradas en lo que nosotros debemos hacer, en el evangelio del próximo domingo Jesús habla de sí mismo: de su misión y su destino. Lo hace con un lenguaje tan enigmático que los comentaristas discuten desde los primeros siglos el sentido de estas palabras.

            Para entender este evangelio es preciso tener en cuenta la mentalidad apocalíptica, de la que Jesús participa en cierto modo. Según ella, el mundo malo presente tiene que desaparecer para dar paso al mundo bueno futuro: el Reinado de Dios.

            Lucas va a introducir algunos cambios importantes en esta mentalidad, reuniendo tres frases pronunciadas por Jesús en diversos momentos: la primera y la tercera hablan de la misión de Jesús (prender fuego y traer división); la segunda, de su destino (pasar por un bautismo). Esta forma de organizar el material (misión – destino – misión) es muy típica de los autores bíblicos.

 La misión: prender fuego

            He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

            Lo primero que viene a la mente es un campo ardiendo, o el fenómeno frecuente en la guerra del incendio de campos, frutales, casas, ciudades… Esta idea encaja bien en la mentalidad apocalíptica: hay que poner fin al mundo presente para que surja el Reino de Dios. Esta interpretación me parece más correcta que relacionar el fuego con el Espíritu Santo,

El destino: la muerte

            Tengo que pasar por un bautismo.

            También esta imagen es enigmática, porque “bautizar” significa normalmente “lavar”; por ejemplo, los platos se “bautizan”, es decir, se lavan. Esa idea la aplica Juan (y otros muchos judíos desde el profeta Ezequiel) al pecado: en el bautismo, cuando la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan sus pecados; al mismo tiempo, simbólicamente, la persona que entra en el agua muere ahogada y sale una persona nueva.         El bautismo equivale entonces a la muerte y el paso a una nueva vida. Así lo usa Jesús en un texto del evangelio de Marcos, cuando dice a Juan y Santiago: ¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir? (Mc 10,38). Jesús ve que su destino es la muerte para resucitar a una nueva vida.

La misión: dividir

            ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.

            Estas palabras se podrían interpretar como simple consecuencia de la actividad de Jesús: su persona, su enseñanza y sus obras provocan división entre la gente, como ya había anunciado Simeón a María: este niño “será una bandera discutida”.

            Pero Jesús habla de una división muy concreta, dentro de la familia, y eso favorece otra interpretación: Jesús viene a crear un caos tan tremendo (simbolizado por el caos familiar), que Dios tendrá que venir a destruir este mundo y dar paso al mundo nuevo. Parece una interpretación absurda, pero conviene recordar lo que dice el final del libro de Malaquías: “Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra” (Mal 3,23-24). De acuerdo con estas palabras, Dios ha pensado exterminar la tierra en un día grande y terrible. Sin embargo, para no tener que hacerlo, decide a enviar al profeta Elías, que restablecerá las buenas relaciones en la familia (padres con hijos, hijos con padres), como símbolo de las buenas relaciones en la sociedad: la situación mejora y Dios no se ve obligado a exterminar la tierra.

            Jesús dice todo lo contrario: hace falta acabar con este mundo, y por ello él ha venido a traer división en el seno de la familia.

La unión de las tres frases

            ¿Qué quiere decirnos Lucas uniendo estas tres frases? Que Jesús anhela y provoca la desaparición de este mundo presente para dar paso al Reinado de Dios, pero que ese cambio está estrechamente relacionado con su muerte.

La comunidad de Lucas, cuando escuchara estas palabras, vería también reflejada en ellas su propia situación. La conversión de algunos de sus miembros había supuesto división en la familia, enfrentamiento de hijos y padres, de hijas y madres. Los miembros no cristianos podrían decir de Jesús lo que se había dicho de Jeremías: «Este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia».

           

¿Tiene sentido todo esto para nosotros?

          Este mensaje apocalíptico resulta lejano al hombre de hoy. De hecho, Lucas lo matiza y modifica en el libro de los Hechos de los Apóstoles: los cristianos no debemos estar esperando el fin del mundo, aunque pidamos todos los días que “venga a nosotros tu reino”; nuestra misión ahora es extender el evangelio por todo el mundo, como hicieron los apóstoles. Y la idea de la segunda venida de Jesús cede el puesto a una distinta: el triunfo de Jesús, glorificado a la derecha de Dios.

Sin embargo, incluso en una sociedad que presume de tolerante, como la nuestra, Jesús puede seguir siendo causa de división. El ejemplo de las primeras comunidades cristianas, que creyeron en él a pesar de todas las dificultades, debe seguir animándonos.

Lectura de la carta a los Hebreos 12, 1-4

            Por una feliz casualidad, la segunda lectura ofrece cierta relación con el evangelio: el destino de Jesús sirve de ejemplo a los cristianos. La imagen de partida ya la uso Pablo, y es especialmente actual en estos días de Olimpiada: un estadio lleno de espectadores que contemplan el espectáculo.

            Jesús, como cualquier atleta, se entrena duramente, en medio de grandes renuncias y sacrificios; sabe, además, que competirá en un ambiente adverso, hostigado y abucheado por los espectadores. Pero no se arredra: renuncia a pasarlo bien, aguanta, soporta, y termina triunfando.

            Ahora nos toca a nosotros coger el relevo. Hay que despojarse de todo lo que estorba, correr la carrera sin cansarse ni perder el ánimo.

Hermanos:
Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

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Domingo XX del Tiempo Ordinario. 16 agosto, 2019

Domingo, 18 de agosto de 2019
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He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo ya que arda!”

(Lc 12, 49-59)

El evangelio de hoy nos puede dejar un poco perplejas. Estamos acostumbradas a ver a Jesús curando, predicando y recorriendo aldeas con sus discípulos, ¡y nos encanta verlo así!

En el fondo nos lo imaginamos imperturbable, siempre de buen humor, contento y apacible. Probablemente tuviera mucho de todo esto, pero los evangelios también nos muestran a un Jesús que se enfada, que denuncia, que se entristece.

Jesús no era un “Peter Pan” en un mundo maravilloso, se hizo humano, 100% humano, hasta sentir el cansancio en su cuerpo, la sed en su boca, la tristeza en su alma e incluso el miedo.

Tendemos a pensar que la bondad es neutral y por consiguiente que las personas buenas son las que no molestan. Grave error. La bondad genera conflicto porque se opone a todo lo que deshumaniza. Se opone a esa fuerza real y palpable que atraviesa el mundo: el mal.

El mal, una cierta maldad, nos es más cotidiana de lo que querríamos admitir y ensombrece todas nuestras relaciones… De la misma manera que nuestras casas o nuestra habitación se va llenando de cosas inútiles que se esconden en los armarios. También nuestra casa interior esconde alguna basura, y es con este material con el que Jesús quiere hacer una gran hoguera que arda.

Algunas fiestas populares en torno al fuego tienen su origen en la necesidad de hacer limpieza. La gente de los pueblos y los barrios a provechaba esa fecha para sacar una silla rota o un mueble viejo y con todo eso se hacía una buena hoguera en la que asar unas viandas y disfrutar juntas de la velada.

Hoy podríamos darnos una vuelta por nuestra casa interior y ver qué sobra, qué podemos sacar a la hoguera. Dejemos que Jesús vaya quemando nuestra cizaña.

Oración

Pasa, Trinidad Santa, por el fuego purificador de tu amor nuestras relaciones para que no nos separe ninguna oscuridad.

Amén

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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No puede haber verdadera Vida sin lucha evolutiva.

Domingo, 18 de agosto de 2019
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Tin-Mung-Lc-12,49-53Lc 12,49-53

Como colofón a la larga instrucción sobre la confianza y la vigilancia, Jesús habla brevemente de sí mismo de una manera enigmática. ¿Qué clase de fuego trae al mundo? ¿Qué significa ese bautismo? ¿De qué paz está hablando? Son frases que no es fácil colocar en un contexto que las hagan significativas para nosotros.

No se trata de un fuego destructor, como el que provocó Elías o como el que anunciaba el Bautista. Se trata del fuego que purifica y da vida. Jesús viene a traer fuego, pero nosotros nos defendemos con uñas y dientes contra todo lo que pueda socavar nuestro yo. El bautismo era signo de pruebas terribles, las aguas caudalosas del AT que destruyen todo lo que encuentran a su paso. Está haciendo clara alusión a su muerte, la gran prueba que demostrará la autenticidad de su ser.

¿Cómo podremos armonizar estas palabras: “no he venido a traer paz, sino división”, con aquellas otras: “La paz os doy, mi paz os dejo?” La primera lectura nos habla de la guerra que le hicieron a Jeremías por ser auténtico. Pablo nos habla de la guerra que debemos hacernos a nosotros mismos. Todo lo que hay de terreno y caduco en nosotros debe ser consumido para que surja lo eterno. Solo de esa manera podemos alcanzar la verdadera consumación a la que estamos llamados.

1.- Tenemos en primer lugar la paz romana, que se consigue con violencia. Los romanos, cuando conquistaban un país, ponían allí sus tropas, y nadie se movía. Es una paz que nace de la injusticia, nunca puede ser auténtica ni duradera. Es una paz injusta. Es una paz que se sigue dando también hoy, a escala internacional y a escala doméstica. Por ejemplo, la paz que existe en muchos matrimonios, porque uno de los miembros está anulado y ya no tiene posibilidad de rechistar.

2.- Existe otra clase de paz que podíamos llamar la paz justa: Es la que se da entre personas o países que dialogan, que defienden posturas distintas, pero que saben atender y respetar los derechos de los demás. Sería un equilibrio de intereses. Es una paz positiva, aunque no se trata de la verdadera paz, porque no es suficiente.

3.- La paz que equivaldría a la ausencia de problemas. ¡Que me dejen en paz! ¡Mucho cuidado! Es una trampa. Es la paz de los cementerios. Es una paz que anula la vida, porque la vida es, por naturaleza lucha, superación de obstáculos. Si llegáramos a conseguir esa paz y en la medida que la consigamos, dejamos de vivir, estamos ya muertos. Incluso la vida biológica es constante lucha.

4.- La paz de Jesús propone es el equilibrio que un ser humano alcanza cuando es lo que tiene que ser. Esta es la autentica paz. Esta es la paz (Shalom) que los judíos se deseaban al saludarse y al despedirse. Esta es la base de la paz verdadera. Esa armonía con uno mismo lleva a estar en armonía con los demás y con Dios. Esta paz es la consecuencia de un descubrimiento de lo trascendente en nuestro ser.

Tenemos paralelamente cuatro clases de guerra que debemos analizar:

1.- La guerra que se hace para someter al otro, para subyugarlos y utilizarlo, para ponerlo a nuestro servicio y anularlo como persona libre. Es la ley de la selva. Es el fruto del egoísmo más refinado. Surge siempre que utilizamos la superioridad biológica, mental o psicológica para machacar al otro. Es la guerra más frecuente y dañina.

2.- La guerra que hace el que está sometido, para salir de su situación. A primera vista, parece lo más natural del mundo, pero hay que tener mucho cuidado de no caer en la misma violencia contra la que se lucha. La Iglesia ha bendecido a través de la historia cañones y bombardas. Y sin embargo, todo el evangelio es un canto a la no-violencia, que supera la opresión sin entrar en su misma dinámica.

3.- La guerra que se hace a otro por ser auténtico. Esta guerra no hay que temerla. Esto no es fácil, porque, la mayoría de las veces, actuamos pensando más en el que dirán que en nuestras convicciones y lo que determina que obremos de una o de otra manera es la respuesta que vamos a obtener de los demás. Si tratamos de no molestar a los demás, antes o después, dejaremos de ser auténticos.

4.- La guerra de la que habla Pablo, la que debemos hacernos a nosotros mismos. Dentro del ser humanos existen fuerzas que le mantienen en tensión. Tenemos que pelear contra aquellas partes de nosotros mismos que nos impiden alcanzar mayor humanidad. Caemos en la trampa de creer que los instintos son malos. Para nada. Solo el ser humano es capaz de tergiversar los instintos y hacerlos malos.

Con todos estos datos, cada uno podrá descubrir qué paz hay que buscar y qué paz hay que evitar; qué guerra debemos evitar a toda costa, y qué “guerra” debemos aceptar como la cosa más natural del mundo. Pero debemos estar muy atentos, porque la diferencia es a veces muy sutil. El falso yo, que creemos ser, puede hacernos creer que estamos luchando por nuestro bien y solo estamos potenciando ese falso ser. Si no tomamos conciencia de la diferencia la guerra está perdida.

Jesús se presenta como la misma causa del conflicto. La actitud de Jesús no es la causa de la división. Jesús no viene a garantizar una paz exterior como esperaban lo judíos de su mesías. La paz o la guerra exterior no afectarán para nada a la interioridad de los que le sigan. Mi paz os doy, pero yo no la doy como la da el mundo, dijo Jesús con toda claridad. La paz de Jesús es otra cosa.

En resumen podíamos decir que en estos versículos se presenta la figura de Jesús como el modelo de ser humano. Debemos afrontar toda nuestra vida como un bautismo, como una inmersión en aguas abismales que en la tradición judía son el signo de lucha y sufrimiento. Pero ese fuego y ese bautismo son deseados porque de ellos surgirá la verdadera paz. Las tensiones e incluso rupturas violentas no las origina Jesús, sino los que deciden rechazarle. 

Meditación

Jesús nos da unas orientaciones valiosísimas.
Solo cuando dentro haya conseguido la paz,
estaré preparado para ganar otras batallas.
Tu verdadero ser es paz, es armonía y es felicidad.
Vete más allá de tu falso ser.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Yo no renuncio a nada.

Domingo, 18 de agosto de 2019
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angel-caidoEnciende un fuego,  y déjalo arder en ti (Shakespeare).

18 de agosto 2019

DOMINGO XX DEL TO

Lc 12, 49-53

Vine a traer fuego a la tierra, y ¡qué más quiero si ya ha prendido!

El fuego es un instrumento de juicio: aniquila o purifica. La predicación de Jesús ha encendido ya ese fuego (Is 1, 25)

En Isaías 1,25 dice Yahvé: “Volveré mi mano contra ti para limpiarte de la escoria en el crisol y eliminar todas tus desdichas”.

Zac.13, 9: “Mirad la piedra que presento a Josué: Es una y lleva siete ojos. Tiene una inscripción: En un día removerá la culpa de esta Tierra -Oráculo del Señor Todopoderoso-“

Y San Pablo en Hebreos 12, 1-4: “Corramos con constancia, en la carrera que nos toca”.

Yo creo que Jesús era de otra manera, aunque en una ocasión dijo: “Vine a traer fuego a la tierra y ¡qué más quiero si ya ha prendido! “

Creo que lo dijo para asustarnos, pero dijo también que hay que perder el miedo, y mostrar en qué somos muy valientes.

¿A mi leones?, dijo Don Quijote, y luchó contra salteadores de caminos y molinos de viento.

En el Antiguo Testamento, la guerra es una experiencia corriente en Israel y hecho común.

En 2 Samuel 11, 1 se dice: “Al año siguiente en que los reyes van a la guerra, Dios envió a Joab con sus oficiales y todo Israel a devastar la región de los Amonitas y sitiar a Raba”,  e incluso Dios acude a la batalla cuando Moisés lo ordenaba en Números 11, 35: “Levántate, Señor, que se dispersen tus enemigos, huyan de tu presencia los que te odian”. O se presenta en una teofanía de tormenta: “Desde el cielo combatieron las estrellas, desde sus órbitas combatieron contra Sísara” (Jueces 5, 20).

En el Nuevo, es uno de los signos escatológicos: “Cuando oigáis ruido de guerreros y noticias de ellos, no os alarméis. Todo eso ha de suceder, pero todavía no es el final” (Marcos 13, 7). Y el Apocalipsis contempla una batalla celeste: “Se declaro la guerra en el cielo. Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; el dragón luchaba asistido de sus ángeles  pero no vencieron y perdieron su puesto en el cielo”. Esta derrota contra Satanás, fue conmemorada siglos más tarde con un monumento de Ricardo Bellver en el Parque del Retiro madrileño. La espada y la armadura están presentes.

La paz no podría ser ajena a este combate. Es un concepto que pertenece al orden familiar, social, político y religioso. No solo es ausencia de guerra, si no que incluye de algún modo la prosperidad, plenitud, bendición divina.

Hay una Paz cósmica: “Aquel día haré una alianza con los animales salvajes, con las cosas del cielo y con los reptiles de la Tierra”  (Oseas 2, 20), y una Paz histórica: “Pondré paz en el país y dormiréis sin alarmas, descastaré las fieras y la espada no cruzará vuestro país” (Levítico 26, 8).

En el Evangelio, el saludo hebreo, cristiano y apostólico, es eficaz: “Cuando estéis en una ciudad o aldea preguntad por alguna persona respetable y hospedaos con él hasta que os marchéis, se entra en la casa saludándola con la paz” (Mateo 10, 11-12).

Se canta en la entrada en Jerusalén, y decían: “Bendito sea el rey. paz en el cielo, gloria al Altísimo”. Y también con todos: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios” (Mateo 5, 9).

El `poema de R. Bellver hace referencia a los hechos.

AL ÁNGEL CAIDO

Por su orgullo cae arrojado del cielo
con toda su hueste de ángeles rebeldes
para no volver a él jamás.
Agita en derredor sus miradas,
y blasfemo las fija en el impíreo,
reflejándose en ellas el dolor más hondo,
la consternación más grande,
la soberbia más funesta
y el odio más obstinado.”

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Qué fuego nos consume? ¿Qué paz buscamos?

Domingo, 18 de agosto de 2019
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fuego1Lucas 12,49-53

A primera vista este evangelio puede dejarnos un sabor amargo, da la sensación de que Jesús ha venido a traer fuego (un incendio provocado) y división. Lo que sería incoherente con el resto de su vida y su mensaje. Una cosa es el lenguaje y otra el mensaje que tenemos que entender relacionando las imágenes que nos ofrece (fuego, bautismo y paz) con otros textos del evangelio.

También nosotros ahora utilizamos expresiones que no reflejan la realidad, sino que expresan lo que sentimos en ese momento; por ejemplo: “Le haría un monumento” para expresar la gratitud o admiración hacia alguien. O, “Le partiría la cara”  para expresar el odio.

Vayamos al evangelio del domingo anterior para comprender el de hoy, porque no podemos abordar por separado el de este domingo, uno es continuación de otro.  Jesús dijo: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino” En consecuencia, nos decía el evangelio, vended vuestros bienes, dad limosna, estad en vela y sed buenos administradores. “Al que mucho se le dio mucho se le exigirá”

Si hemos comprendido que se nos ha dado el Reino, en consecuencia ¿qué se nos exige?

  1. Ser fuego, reavivar el fuego interior, alumbrar, dar calor…
    Jesús no vino a provocar un incendio destructor. Nos habla de la imagen del fuego como elemento que limpia y purifica, usado tanto por el campesino “limpiará completamente su era; y recogerá su trigo en el granero, pero quemará la paja en fuego inextinguible” (Mt 3, 12), como por el que busca purificar el oro, “que es probado a fuego” (I Pe 1,7) En cualquier caso la imagen del fuego es elocuente para los primeros cristianos, también probados en el fuego de la persecución, que deja al descubierto la pureza y solidez de su fe.
    Juan Bautista habla de Jesús como el que “bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3,11). Y esta promesa se cumple en Pentecostés: “Aparecieron lenguas como de fuego… Todos quedaron llenos de Espíritu Santo” (Hc 2, 3).
    Santa Teresa de Jesús lo entendió bien cuando habla del alma como una mariposilla que se acerca al Fuego, hasta quedar transformada ella misma en fuego.

  1. ¡Pobre bautismo! Qué lejos estamos de lo que suponía para las primeras comunidades. Tras años de preparación podían ser admitidos o no. Una vez bautizados se jugaban la vida, como ocurre hoy en algunos lugares del mundo…
    El bautismo era una toma de postura, una opción totalizante que podía llevar a la división familiar y a la expulsión de los miembros que se bautizaban. Incluso en el santoral, tenemos ejemplos de personas que fueron mandadas ajusticiar por su propia familia pagana o por sus amigos.

  1. Evidentemente las palabras y la vida de Jesús nos muestran que fue portador de Pero no una paz sin conflicto. Muchas veces recuerda que trabajar por el Reino es un proceso transformador que exige pasar por la puerta estrecha, dejarnos rehacer hasta nacer de nuevo… en este caso la paz no es comodidad, no es dejar las cosas como están, sino vivir un proceso de transformación hondo, que suele incluir despojo y sufrimiento.

Ser seguidor de Jesús, nos recuerda el evangelio, es optar, decidir por Jesús y su evangelio, sin trapicheos… y esta opción implica toda nuestra vida, que ya no será más como antes. Y, a veces, compromete incluso la vida y la unidad de nuestra familia. Hasta ahí llega la radicalidad del mensaje de Jesús, hasta ahí lo vivió Él, que terminó despreciado, traicionado y crucificado por los suyos, por su pueblo.

No olvidemos por qué ser fuego, vivir el bautismo y experimentar la paz que trajo Jesús merece la pena: Se nos ha dado el Reino y se nos envía cada día a proclamarlo, compartirlo, sembrarlo y ¡gozarlo!

Mª Guadalupe Labrador Encinas fmmdp.

Fuente Fe Adulta

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El fuego que nos consume.

Domingo, 18 de agosto de 2019
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13906842_1730887333830004_5746902168926801899_n-1280x720Domingo XX del Tiempo Ordinario

18 agosto 2019

Lc 12, 49-53

El mundo suele ser habitualmente un lugar de enfrentamientos. Lo cual es fácilmente comprensible si tenemos en cuenta que solemos girar en torno al yo. Y el yo vive de la confrontación, por cuanto necesita marcar las diferencias con los otros para poder autoafirmarse como un ser separado. Por decirlo de un modo simple: la identificación con el yo conduce inexorablemente a la división, en todos los ámbitos en los que nos movemos.

El enfrentamiento tiende a exacerbarse siempre que el yo es cuestionado. En un instintivo mecanismo de defensa, cuando interpreta lo que ocurre como una amenaza, el yo busca protegerse atacando aquello que lo incomoda. No es raro, por tanto, que una persona que vive con fidelidad a sí misma, aun sin pretenderlo, provoque movimientos hostiles a su alrededor.

La fidelidad a uno mismo es una actitud sabia, caracterizada por la coherencia, la libertad interior y la flexibilidad. Porque ser fiel no significa ser tozudo, así como tampoco seguir el impulso del propio capricho, sino responder, de manera desapropiada, a aquello que la Vida pone delante, desde una actitud de profunda alineación con ella.

Sin embargo, la misma libertad que conlleva puede hacer que resulte cuestionadora o incluso provocativa para quienes se hallan instalados en posicionamientos que no están dispuestos a modificar.

Por este motivo, la actitud y el comportamiento de la persona sabia puede ser fuente de tensión, conflicto o división. Y así parecen que han de entenderse las palabras de Jesús.

Pero lo que mueve a la persona sabia no es el conflicto por sí mismo, sino el “fuego” interior que la habita. Un fuego que la convierte en firme y flexible a la vez, en respetuosa al tiempo que apasionada.

Ese “fuego” no es otra cosa que la expresión de la Vida en nosotros. Si no le prestamos atención y nos vivimos al margen de él, queda como apagado e incluso mortecino. Nuestra existencia aparece marcada por la resignación y el conformismo. Cuando, por el contrario, mantenemos la conexión consciente con la Vida que somos, el fuego se despierta hasta consumirnos por completo. A partir de ahí, ya no vive el yo, sino la Vida misma en nosotros.

¿Percibo la fuerza de la Vida en mí?

 

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La Iglesia de algunos obispos y cardenales ni divierte ni convierte

Domingo, 18 de agosto de 2019
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untitledDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. El cristianismo de Jesús es frontal

El evangelio que acabamos de escuchar es un conjunto de sentencias recopiladas por San Lucas desde la memoria de Jesús para los  primeros tiempos de la comunidad cristiana.

Es un evangelio desconcertante, al menos a primera vista. Que Jesús diga que ha venido a traer fuego, que no ha venido a traer la paz, sino la división, etc. nos resulta desconcertante.

  1. Fuego.

En la tradición bíblica fuego puede significar tres realidades:

  1. Crisis, juicio. (Lc 3, 16-17: el juicio que anuncia Juan Bautista).
  2. El Espíritu de Jesús en la Iglesia. (HH 2,1-13: Pentecostés). Es como una fuerza vital que impulsa al ser humano
  3. El fuego de la persecución que el cristianismo iba a desencadenar contra la Iglesia por parte del mundo judío y del mundo romano.

En cualquiera de los tres casos significa que el Espíritu del evangelio de Jesús no es algo anodino, sino que tiene fuerza, provoca un juicio profundo al esquema religioso judío y a todo esquema religioso. Ese juicio profundo, ese poner en tela de juicio los esquemas puede acarrear persecución y un bautismo de sangre, que comenzó ya con Jesús y continúa cuando Ellacuría o los misioneros asesinados en un país de misión -o no misión- por amar y defender la verdad y el evangelio.

Al hilo de esta consideración, da la impresión de que el cristianismo que anunciamos hoy en día en muchas diócesis ya no produce ningún efecto ni reacción. Probablemente nuestro cristianismo está muy aguado si no se ha convertido en una cuestión inmobiliaria. El cristianismo es ya una cuestión doctrinaria, pero no vital.

Entre la nobleza frontal de Cristo y los contenidos y modos en que ha caído la Iglesia, sobre todo la europea e hispana, hay diferencias abismales. No es menos cierto, que en estos momentos las cosas van cambiando, al menos con el papa Francisco, y parece haber una voluntad de ir arrinconando protocolos, de sanear curias, IOR, costumbres y carrerismos

Pero el cristianismo que circula en nuestros ámbitos, al menos diocesanos y de muchas otras diócesis hispanas, ya no causa reacción, no es significativo. Esta Iglesia ni divierte ni convierte. Robinson (obispo anglicano) en su libro Sincero para con Dios, decía que el cristianismo había terminado por ser la “guinda del pastel” que no vale, no es lo más mínimo relevante para nuestras vidas, para nuestra sociedad, los problemas socio.políticos. ¿La Iglesia española, la iglesia vasca “juega” algún papel mínimamente relevante en el momento político actual?: en la crisis, en la pacificación de nuestro pueblo, etc. Nuestra fe está domesticada.  Lo más triste es que la sal se ha vuelto insípida.

El mensaje de Cristo no trae una falsa paz. El cristianismo no es neutro, pues porque no todo da igual, ni se puede vivir en un falso irenismo, una falsa paz.

Incluso pareciera que en la Iglesia ya no tenemos ni criterios. Cuando una persona piensa y desde el evangelio y la verdad defiende noblemente su pensamiento, ese tal es de admirar. Cuando un Obispo, un teólogo es criticado por defender noblemente sus posiciones cristianas, esa es una postura evangélica, aunque no posea la verdad absoluta o incluso tengan aspectos criticables.

Ojalá si el cristianismo, la Iglesia prendiera fuego, causara crisis, cuestionara y removiera los fondos de nuestra antropología racial, de nuestra comodidad capitalista, de una iglesia atrincherada.

  1. Nos hacen falta tres cualidades: lucidez, bondad diálogo.

Lucidez.

Hemos de ser conscientes y lúcidos en la vida. Padres, profesores, catequistas, médicos, psicólogos, políticos, teólogos, personas con responsabilidad en la Iglesia, etc. Hemos de ser conscientes y lúcidos: vivir con las lámparas encendidas.

Esta lucidez no se le puede pedir a una entidad bancaria capitalista, ni a un partido, ni a un funcionario del obispado, pero sí a una mujer y un hombre que amen la verdad para ser penetrantes para ver y analizar los momentos, los problemas, los valores, las situaciones para caminar hacia la verdad.

Diálogo.

La segunda actitud es la de diálogo. El diálogo es siempre difícil y lento, pero es educativo y realizador.

El fanático es un bastión pulsional de “su” verdad, y defiende ese fortín agrediendo a cañonazos a todo el que tenga otra visión de la vida, de la nación, de la economía, de la teología o de la cultura, de la religión o de la parroquia. Todos nos damos cuenta de que  las dictaduras y fanatismos crean más problemas de los que resuelven y, además, hacen daño.

La vida es plural y compleja, no es uniforme. Las personas, los pueblos y las iglesias somos diversos: blancos y negros, de una cultura y otra, hombres y mujeres, con unos valores y otros, diversas tradiciones cristianas y religiosas. En la vida pueden darse muchas opciones plurales, válidas y respetables. Uno se abre a la vida desde su pertenencia a un pueblo, otro desde su pertenencia a una clase social. Y son posturas válidas. Uno puede sentirse centrado en el pensamiento cristiano y otro no. Unos seguimos una tradición cristiana, teológica: el Vaticano II, otros siguen otras tradiciones, pero no nos impongan una, la que ustedes creen que es la verdad absoluta.

Los fascismos ciertamente tienen una mística, ejercen un gran atractivo de orden, disciplina, en las dictaduras hay orden, “no pasada nada, etc…”. Pero los totalitarismos políticos y eclesiásticos crean y dejan más problemas de los que resuelven.

Hace unos días, el viernes 9 de agosto, el papa Francisco decía en una entrevista al periódico italiana La Stampa y refiriéndose a Salvini, ministro del interior de Italia, decía que: Estoy preocupado porque escuchamos discursos que se parecen a los de Hitler en 1934. Y esos discursos se escuchan también en ámbitos eclesiásticos.

La vida es plural y diversa y hemos de saber acogerla y acogernos y dialogar, que no es lo mismo que simplemente hablar. Dialogar significa que fluya la sensatez, el logos, la voluntad de entendimiento. Y en todo caso, hemos de pensar y respetar.

Se trata de ser oteadores del horizonte de la Verdad y de la Esperanza: como el padre del hijo pródigo, salgamos todos los días a las colinas de la verde esperanza por si entre todos vamos haciendo caminos para todos, caminos que nos lleven a una unidad respetuosa y plural.

Bondad

         Hace bien ver y escuchar cómo el actual obispo de Roma, Francisco, en casi todas sus homilías, catequesis del “ángelus”, discursos, hace alusión a la bondad y misericordia de Dios. A la Iglesia católica casi se le había olvidado que Dios es bueno. La perfección de Dios es la misericordia, no la tiranía.

         Una verdad defendida “a palo y tente tieso” hace más daño que bien. No se puede, no es sano restregar la verdad por la cara. Decía Benedicto: Caritas in veritate: caridad y bondad en la verdad. Una verdad utilizada sin bondad es una bofetada

  1. Conclusión

Algo de todo esto es el fuego, la crisis y el Espíritu que Cristo ha venido a poner en la tierra y ojala estuviera ya ardiendo: lucidez, diálogo y bondad.

 

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Ser Hoguera

Miércoles, 17 de abril de 2019
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Del blog Nova Bella:

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“Nosotros somos los que arden

los que, por el deseo de arder,

renuncian al Agua de la Vida

y van en busca del fuego”

*

Jallaludin Rumi,
Dwan-e Kabir

rumi

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Carta 2 _ Sábado Santo 2018. 31 marzo, 2018

Sábado, 31 de marzo de 2018
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Aquí, 31 de marzo de 2018

¡Hola de nuevo! ¿Cómo vas? ¿Estás aquí? ¡Enhorabuena! ¡Aquí está el Señor! ¿Ya lo sabes?

Bueno, comenzamos, como quedamos en la carta anterior, a desgranar para poder alimentarnos del grano, de la celebración de esta noche.

¿Recuerdas aquello que se creía en la Antigüedad (y muuuucho tiempo después) sobre cuatro elementos que sostenían el mundo? ¿Sabes cuáles eran? Venga, piensa un poco, recuerda tus años de colegio… ¡Eureka! ¡, el fuego, el aire, el agua y la tierra!

Aquella gente sabia creía que estos cuatro elementos constituían la esencia del universo. Todo estaba compuesto por ellos. Tenían más razón de la que creemos, ¿no?

En fin. Lo cierto es que lo que vamos a vivir esta noche nos recuerda un poco a aquella creencia. La Vigilia Pascual posee cuatro partes bien diferenciadas, cuatro partes que son las que la conforman, y que también son quienes nos conforman como discípul@s de Jesús, porque… no podemos olvidar que la celebración de esta noche es la más importante de año, que de ella nacen todas las demás: Navidad, Jueves Santo, Viernes Santo, tu bautismo, el cumpleaños de la abuela,… Ninguna celebración eucarística tiene sentido sin la de esta noche. Importante, ¿eh?

Pues eso, puestos a utilizar simbología en nuestra liturgia, puestos a echarle poesía y belleza podemos vivir esta celebración uniéndonos a todas las gentes de todas las épocas de la historia. Nuestra celebración será cósmica, universal, total.

Empezamos con lo primero que vamos a vivir, la parte de la Luz (fuego). En el origen era algo más sencillo, tan sencillo como que al caer el día los cristianos aclamaban a Cristo como el verdadero sol, el vencedor de las tinieblas. Lo hacían con el humilde gesto de encender una lámpara (vela-luz) antes de comenzar la celebración. Si era en la víspera de una fiesta el gesto se hacía con más solemnidad. Era lo que se llamaba el rito del lucernario y que se mantiene actualmente, sobre todo en la vida monástica.

Esta noche, un hermoso cirio, nuevo, es la primera luz que se enciende. ¡Cristo vive!, ¡ya no existe el final!, ¡Él es el final, la meta!, ¡nos ilumina!, ¡nos marca el camino!, como aquella columna de fuego que guiaba al pueblo de Israel por la noche durante su travesía por el desierto.

El fuego es importante. Da calor, da luz, purifica, genera confianza, intimidad, cercanía. Como Jesús, como el Maestro.

También hay gente que tiene luz en su mirada. Venga, recuerda a alguien, da gracias por compartir con ella. O personas que desprenden luz, las que llamamos “antidepresivas”, con un particular don para iluminarte la jornada y hacerte sonreír…

¿Alguna vez has vivido momentos de noche, de tiniebla? ¿Y hacia dónde miras en esos momentos? Jesús es la luz que alumbra, que aclara, es la posibilidad para poder ver el camino a seguir, o discernir el momento que estás viviendo.

El primer elemento que sostiene nuestra celebración es el fuego, sí, la luz.

La Luz que da a luz tu propia luz. ¿Un trabalenguas? ¡No, tu propia vida!

Te envío un caluroso (como el fuego) abrazo.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Enciende un fuego…

Martes, 13 de septiembre de 2016
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Del blog de la Communion Béthanie:

El hermano Roger es un profeta de nuestro tiempo. Centró toda su vida en Cristo, en cuyo nombre dio la bienvenida a cualquier persona, cualquiera que sea su origen, su pasado, su edad, su religión. Hombre de oración, el fundador de la comunidad ecuménica de Taizé no ha dejado de animar a los hombres a reconciliarse. Su testamento espiritual continúa sosteniendo a aquellos que deseen desarrollar un monaquismo interior. Os proponemos oraciones y palabras del hermano Roger para alimentar cada semana la vida interior en el seguimiento del Dios uno y trino. (Citas sacadas del libro “Vivir para amar” Ed. Les Presses de Taizé, 2010)

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“Sin segunda intención, sin pesar, sin nostalgia, recoge los acontecimientos, aunque sean pequeños, con una admiración inagotable.

Ve, camina, pon un paso delante del otro, avanza de la duda hacia la fe y no te preocupes de las imposibilidades.

Enciende un fuego, incluso con las espinas que te desgarran. “

*

Frère Roger de Taizé,

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He venido a traer fuego a la tierra

Domingo, 14 de agosto de 2016
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Creo que la vida no es una aventura que debamos vivir según las modas que corren, sino con un compromiso encaminado a realizar el proyecto que Dios tiene sobre cada uno de nosotros: un proyecto de amor que transforma nuestra existencia.

Creo que la mayor alegría de un hombre es encontrar a Jesucristo, Dios hecho carne. En él, todo -miserias, pecados, historia, esperanza- asume una nueva dimensión y un nuevo significado.

Creo que cada hombre puede renacer a una vida genuina y digna en cualquier momento de su existencia. Cumpliendo hasta el final la voluntad de Dios no sólo puede hacerse libre, sino también derrotar al mal.”

*

Thomas Merton

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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!

¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.

En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.”

*

Lucas 12, 49-53

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“Prender fuego”. 20 Tiempo ordinario – C (Lucas 12,49-53)

Domingo, 14 de agosto de 2016
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20-TO-300x232Son bastantes los cristianos que, profundamente arraigados en una situación de bienestar, tienden a considerar el cristianismo como una religión que, invariablemente, debe preocuparse de mantener la ley y el orden establecido.

Por eso, resulta tan extraño escuchar en boca de Jesús dichos que invitan, no al inmovilismo y conservadurismo, sino a la transformación profunda y radical de la sociedad: «He venido a prender fuego en el mundo y ojalá estuviera ya ardiendo… ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división».

No nos resulta fácil ver a Jesús como alguien que trae un fuego destinado a destruir tanta mentira, violencia e injusticia. Un Espíritu capaz de transformar el mundo, de manera radical, aun a costa de enfrentar y dividir a las personas.

El creyente en Jesús no es una persona fatalista que se resigna ante la situación, buscando, por encima de todo, tranquilidad y falsa paz. No es un inmovilista que justifica el actual orden de cosas, sin trabajar con ánimo creador y solidario por un mundo mejor. Tampoco es un rebelde que, movido por el resentimiento, echa abajo todo para asumir él mismo el lugar de aquellos a los que ha derribado.

El que ha entendido a Jesús actúa movido por la pasión y aspiración de colaborar en un cambio total. El verdadero cristiano lleva la «revolución» en su corazón. Una revolución que no es «golpe de estado», cambio cualquiera de gobierno, insurrección o relevo político, sino búsqueda de una sociedad más justa.

El orden que, con frecuencia, defendemos, es todavía un desorden. Porque no hemos logrado dar de comer a todos los hambrientos, ni garantizar sus derechos a toda persona, ni siquiera eliminar las guerras o destruir las armas nucleares.

Necesitamos una revolución más profunda que las revoluciones económicas. Una revolución que transforme las conciencias de los hombres y de los pueblos. H. Marcuse escribía que necesitamos un mundo «en el que la competencia, la lucha de los individuos unos contra otros, el engaño, la crueldad y la masacre ya no tengan razón de ser».

Quien sigue a Jesús, vive buscando ardientemente que el fuego encendido por él arda cada vez más en este mundo. Pero, antes que nada, se exige a sí mismo una transformación radical: «solo se pide a los cristianos que sean auténticos. Esta es verdaderamente la revolución» (E. Mounier).

José Antonio Pagola

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Domingo 14 de agosto de 2016. 20º domingo del Tiempo Ordinario

Domingo, 14 de agosto de 2016
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45-ordinarioC20 cerezoLeído en Koinonia:

Jeremías 38, 4-6. 8-10: Me engendraste hombre de pleitos para todo el país.
Salmo responsorial: 39:Señor, date prisa en socorrerme.
Hebreos 12, 1-4: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos.
Lucas 12, 49-53: No he venido a traer paz, sino división.

Estamos en camino con Jesús y sus discípulos en su último viaje a Jerusalén, donde sabe que va a morir, y así se lo va diciendo. Esta subida a Jerusalén se alarga en el evangelio de Lucas como en ningún otro, pues aprovecha para situar ahí la mayor parte del material peculiar, sobre todo los discursos, las parábolas y los relatos que conoce por otro lado distinto a Marcos. Las frases que leemos en este domingo aparecen también en el evangelio de Mateo, pero en distinto orden y contexto. Esto hace que el sentido sea algo diverso, pues el contexto forma parte del significado de las frases; pero indica a la vez que muchos dichos de Jesús, como los de cualquier persona, son polivalentes; tienen alcances diversos y aplicaciones distintas según las circunstancias de los lectores u oyentes de los mismos. Así se nos abre también a nosotros el camino y la posibilidad de leerlos, con la libertad de los hijos de Dios, desde nuestra propia situación y para nuestro propósito. No es una traición, sino una fidelidad al Espíritu que inspiró a Jesús y a los evangelistas; pues ellos también se tomaron su libertad para situarlos diversamente y sacar sentidos distintos.

La liturgia, a su vez, nos pone estas frases en otro contexto diverso, al anteponer un episodio de la vida del profeta Jeremías, que suele llamarse “la pasión de Jeremías”; porque le toca sufrir golpes, burlas, acusaciones y prisión en una cisterna llena de fango por causa de la palabra de Dios que tiene que anunciar. El salmo que se nos propone es una súplica y acción de gracias a Dios, porque libra al pobre de la fosa; y parece así reforzar la situación del profeta, y anticipar una situación semejante para las frases del evangelio. Con ello se da un sentido de anuncio de la pasión, que ciertamente parece tener, sobre todo si lo leemos junto con la frase semejante de Marcos 10, 38; pero que no está muy resaltado en Lucas; apenas en la frase del “bautismo” por el que ha de pasar. El resto apunta a las diversas posturas que los hombres toman ante el mensaje de Jesús, como ya le acontecía a Jeremías y a otros profetas. Pero la segunda lectura, que nos presenta a Jesús como modelo germinal y definitivo de nuestra fe, vuelve a insistir en su pasión y cruz, y en la posibilidad de que también los cristianos nos veamos envueltos en la persecución y muerte; y, en todo caso, en la dura lucha contra el pecado, tanto personal como social.

Parece que Jesús cambia aquí radicalmente su mensaje. La Buena Nueva nos parece tan hermosa, tan atenta a los débiles y pequeños, tan llena de amor y solicitud hasta por los pecadores y enemigos, que su mensaje no puede ser otro que el de una gran paz y armonía entre todos los hombres. Eso es lo que proclamaban ya los ángeles en el momento del Nacimiento (Lc 2, 24) y lo que vuelve a proclamar el Resucitado apenas se deja ver por los discípulos atemorizados (Lc 24,20-21). Aquí, sin embargo, Jesús parece decir todo lo contrario. Su mensaje no viene a producir paz y concordia entre todos, sino que lleva a la división incluso entre los miembros más allegados de la familia, padres e hijos, nueras y suegras. Pero no se trata de cualquier mensaje, de cualquier propuesta, sino de la presencia misma del Reino de Dios en sus palabras y sus gestos, en sus milagros y sus actuaciones. No cabe oír esa Buena Nueva del Reino y permanecer neutral o indiferente; no cabe entusiasmarse con Jesús y seguir en lo mismo de siempre. Por eso hay que optar con pasión, hay que tomar decisiones y actuaciones que implican cambios muy radicales en la vida. Por eso nos van a afectar a todos profundamente, más allá incluso de los vínculos familiares, por muy respetables que estos sean. El que no pone por delante a Jesús, incluso sobre su propia familia, no puede ser su discípulo (Lc 14, 26).

El episodio de Jeremías nos pone un triste ejemplo de este sufrimiento que acarrea al profeta su fidelidad a la palabra de Dios, cuando el pueblo y sus líderes no la quieren escuchar. Él tenía que anunciar la destrucción del templo, de la dinastía davídica y de la ciudad de Jerusalén, por no querer someterse a Babilonia en ese momento. Era como poner punto final a las solemnes promesas hechas por Natán y otros profetas a David y a su ciudad capital, Jerusalén. Además, este descendiente de sacerdotes, debe predecir la ruina del templo salomónico. No le gustaban para nada esas desgracias que le tocaba anunciar, y sufrió enormemente por causa de esa misma palabra dura que debía predicar; pero lo que pretendía era precisamente que eso no ocurriera, porque le hacían caso, se convertían y se evitaban esas catástrofes. No logró esa conversión del pueblo, y menos aún de los líderes religiosos y políticos. Más bien logró esa división entre unos y otros, pues hasta entre el alto liderazgo político encuentra opositores y ayudantes, mientras el rey se deja llevar del viento político que sopla en cada momento. Pero la palabra de Dios y su profeta no es un viento cambiante, sino una palabra firme y segura, que exige darle fe y cambiar de mente y de conducta; que pide una opción radical de parte de los oyentes.

Esto mismo y en grado supremo le acontece al oyente de la Palabra que es Jesús. Por eso, el radicalismo con que se expresa en esta ocasión, pues se trata de la urgencia misma del Reino presente. Mateo dice en el pasaje paralelo: “¿cómo es que no son capaces ustedes de interpretar los signos de los tiempos?” (Mt 16, 3). Ver los signos de la gracia de Dios, de la presencia del Reino en las palabras y gestos humanos, en las acciones y hasta maravillas que acontecen en la vida. También en nuestro duro y doloroso presente, pues no existen tiempos sin gracia de Dios, sin presencia y fuerza de su Espíritu en medio de la historia, por oscura que sea. Ciertamente son los santos los que más perciben esto y donde mejor podemos ver los demás esa presencia, misteriosa pero eficaz, de la gracia de Dios en medio de esta empecatada historia humana; pero no faltan mil pequeños gestos, incluso o tal vez precisamente, en pobres y pequeños, en prostitutas y pecadores, en publicanos y hasta en ricos zaqueos y centuriones extranjeros. Hay gestos de solidaridad y simpatía con los pobres y pequeños, con los marginados y despreciados, que nos muestran esa fuerza del Espíritu de Dios y de Jesús actuando ya ese fuego en la tierra. Leer más…

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Dom 21.8.16. He venido a prender fuego. Muerte y resurrección de la familia

Domingo, 14 de agosto de 2016
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imagesDom 20 C. Lc 12, 49-53. Éstas son para muchos las palabras más fuertes del Evangelio:

— He venido a prender fuego… a dividir las familias: Tres contra dos y dos contra tres…
— el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre…

Jesús ha venido a prender fuego y quemar (superar) un tipo de “leyes naturales” de familia, para crear otras que se funden en la libertad y la gratuidad del evangelio.

Éste es un principio que algunos no entienden o no quieren entender, pensando que Jesús ha venido a ratificar sin más un tipo de familia natural que ya existía. Pues bien, él podía haberlo dicho quizá más alto,pero no más claro: Él ha venido a destruir un tipo de familia, para crear otra más alta:

Hay un amor más grande que el de padre-hijo o de madre-hija en la línea de la ley natural, hay un amor de libertad, de persona a persona, en gratuidad, un amor que no niega lo anterior, pero lo transfigura y suprema. Por eso, en un sentido muy hondo, Jesús dice que ha venido a prender fuego, a destruir un tipo de amor de padre-hijo y de madre hija.

la-familia-en-la-bibliaEstas palabras forman parte de la novedad del evangelio, son la buena nueva de Dios, que capacita a los hombres y mujeres para amarse de un modo gratuito, superando unos principios de familia, género y raza que parecían divinos, inmutables.

En esa línea dice Jesús que ha venido a prender fuego al mundo… para empiece el gran incendio de Dios, desde la familia, que ha de ser recreada sobre otras bases de amor en libertad.

–Jesús no fue un mesías militar, eso seria fácil, siguiendo en la línea de viejos y nuevos caudillos militares, de Ciro el Grande y Alejandro Magno hasta Napoleón. Ganando la guerra no se logra prácticamente nada.

— Jesús tampoco fue un mesías político, un creador de Estado, como Augusto…Éso sería relativamente fácil. Él ha venido a proclamar e iniciar la revolución más grande, que es la de la familia . Ésa fue su tarea y sigue siendo la tarea de su Iglesia.

Utilizo para desarrollar este programa del evangelio del domingo unos temas de dos libror:strong>Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2013) La familia en la Biblia (Verbo Divino, Estella 2014)…

Evangelio del domingo: Lucas 12, 49-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

Un movimiento mesiánico

Jesús inició un movimiento de paz, desde los más pobres, superando la lógica de enfrentamiento que regulaba la vida de familias y grupos de su tiempo, en Galilea. Fue una revolución desde abajo, desde aquellos que vivían en el margen de la sociedad establecida, un movimiento de seguidores y amigos, integrado básicamente por personas que habían sido expulsadas del nuevo (des-)orden social que se estaba imponiendo en Galilea, a causa de la trasformación económica y política vinculada al Imperio Romano.

Apoyándose en antiguas tradiciones (como la ley del jubileo: Lev 25) e invirtiendo el modelo dominante de política y economía importada de Roma, partiendo de su fe en Dios/Abba, Jesús no quiso formar grupos de dominio (para así imponer su proyecto en Galilea), sino de creatividad religiosa y de comunicación humana desde los más pobres.

Por eso empezó “curando” a los enfermos y haciéndose prójimo de los posesos e impuros a quienes invitaba a formar parte de su nueva familia social (eclesial), entendida a modo de comunión de personas unidas desde el mensaje y camino de Reino. Por eso invitó de un modo especial a los pobres, haciéndoles iniciadores de su proyecto de familia pacificada de hermanos (hijos) de Dios.

Una guerra de familia.

El movimiento de paz de Jesús no empezó con grandes reformas económicas y/o políticas, en sentido global, sino con la creación de grupos familiares pacificados, abiertos desde los pobres (itinerantes) hacia todos los hombres y mujeres, intensificando la comunicación personal. No anunció una paz sólo futura, ni quiso que sus pobres arrebataran la hacienda de los ricos, sino que ellos mismos (los pobres) empezaran a superar el sistema de propiedad particular (violenta), pero no matando o despojando de sus bienes a los ricos, sino ofreciéndoles salud y curación (paz), precisamente a partir de los mismos pobres a quienes ellos habían expulsado y arrebatado los biens.

Lógicamente, por querer y buscar esa paz (y por hacerlo como lo hacía) tuvo que enfrentarse a los violentos del sistema dominante.

El imperio romano, que dominaba en Galilea, se había formado como un “asunto de familia”, una jerarquía descendente, a partir de los niveles superiores, de manera que el gran orden de la sociedad reproducía un modelo de buena familia patronal (¡cosa nostra!), donde los más altos “beneficiaban” a los bajos (y los bajos se apoyaban a los altos, como clientes de un sistema patronal). El Imperio era un sistema de violencia controlada, de manera que su paz era el resultado de la imposición de unos sobre otros. Lógicamente, Dios era el Orden, el Valor de los valiosos, el sistema.

En contra de eso, Jesús quiso crear unas agrupaciones de familias no patriarcalistas, donde hubiera espacio para todos, desde los más pobres. Para eso tuvo que oponerse a los esquemas de familia tradicional, pues era una familia impositiva, centrada en el valor superior de los “patriarcas” (padres de familia, varones), dejando a los demás miembros de la familia en un lugar inferior y expulsando a los huérfanos-viudas-extranjeros (cf. Ex 22, 20-23; Dt 16, 9-15; 24, 17-22), víctimas de un tipo de vida y economía mercantil.

Para superar la violencia de la familia establecida (que, por otra parte, era incapaz de mantenerse en la nueva situación), Jesús tuvo que crear un nuevo tipo de familia más extensa, no patriarcalista, donde cupieran todos, no sólo los de dentro, sino los del entorno social, desde los más pobres. Ésta fue su revolución, esta su “guerra”, más difícil y dura que las guerras de Julio César o Augusto.

Lógicamente, al buscar lo que buscaba, una familia abierta a todos, para crear lo que él quería crear (grupos de Reino), no pudo empezar reforzando las instituciones existentes (¡más familia patriarcal, más orden, más ley, más templo!), sino que comenzó “creando familia” desde los huérfanos-viudas-extranjeros, es decir, desde aquellos que estaban siendo rechazados por la buena sociedad establecida.

No tuvo más remedio que oponerse a un tipo de familia dominante, de carácter jerárquico-impositivo, porque ella iba en contra de su opción de Reino y porque funcionaba con modelos de imposición jerárquica, expulsando a los más pobres (cf. Mt 10, 35-37; Lc 12, 53; 14, 26). Lógicamente, tuvo que decir a sus discípulos que “aborrecieran” a padre-padre, hermanos-hermanas… (Lc 14, 26 Q; cf. EvTom 55, 1-2; 101, 1-3).

¿Aborrecer a los padres?
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Con su duro lenguaje, Jesús dijo a sus seguidores que debían “aborrecer” a sus familiares (Lc 14, 26). Al decir eso, él no negar o criticar unos “lazos de sangre”, de tipo biológico y social, para impulsar un tipo de comunión espiritualista, sin vínculos de tipo “carnal” (como parece querer ya el Evangelio apócrifo de Tomás), sino que rechazó un modelo de familia exclusivista, para crear otro modelo de familia muy concreta (muy de carne y sangre, de amistad y comunión), pero no exclusivista; una familia donde importan los hombres y mujeres, cada uno de ellos y todos en relación concreta, sin imposiciones ni exclusiones, una familia donde cupieran los expulsados de las otras “tribus” y malas familias de su tiempo. Fue una revolución como nunca se ha dado.

La terapia de Jesús, resurrección de la familia: Fuego, bautismo, espada

Para explicar esa transformación de la de familia, el Evangelio de Lucas pone en boca de Jesús tres palabras simbólicas de una importancia enorme. Cada una de ellas marca una ruptura, las tres juntas evocan “la ruptura” esencial de Jesús, que así puede presentarse como impulsor de un nuevo Adán/Eva donde caben todos. Para ello recoge explosivas, que pueden aparecer separadas en otro contexto de la tradición evangélica, pero que aquí se unen para indicar la importancia de la “lucha” de familia: fuego, agua, división (espada). Más fuerte no podía haberse dicho.

1. Fuego. «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!». El tema del fuego mesiánico (del Dios/Fuego) ha sido ya aplicado a Jesús por Juan Bautista, cuando anuncia la llegada de uno más fuerte, que no bautiza en agua, sino con Espíritu Santo y Fuego (cf. Lc 3, 16; Mt 3, 10). El fuego es el poder del juicio de Dios, que purifica o destruye (para recrear).

Estamos ante el tema Jesús/Fuego, elaborado en especial por la tradición casi gnóstica del Evangelio de Tomas, que recoge este pasaje de Lucas, vinculando fuego y bautismo (EvTh 16), pero que añade otros impresionantes: «He arrojado fuego sobre el mundo y he aquí que lo estoy vigilando hasta que arda en llamas» (Ev Th 10) «Jesús ha dicho: Quien está cerca de mí está cerca del fuego, y quien está lejos de mí está lejos del Reino» (Ev Th 82).
Jesús es un fuego espiritual, sin duda, como indica el Evangelio de Tomas (apócrifo). Pero Tomás corre el riesgo de entender ese fuego en línea sólo intimista, como una llama que arde en el corazón de cada hombre o mujer que hace el camino de la santidad. Pues bien, conforme al evangelio de Lucas, ese fuego arde en familia, cambia las relaciones familias.

2. Bautismo.

«Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!». El bautismo no es ya un rito exterior de purificación, sino gesto de inmersión en el “agua de la vida”, gesto de entrega total, para crear la nueva humanidad. Está vinculado también la promesa del Bautista que decía que Jesús “bautizará (agua) con Espíritu y fuego”. Pues bien, el agua de Jesús lleva a crear nuevas relaciones, como las que él dice a los zebedeos cuando les invita a participar en su bautista de servicio para todos, sin jerarquías no poderes impositivos (cf. Mc 10, 38-39)

3. Espada.

¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. Lucas pone división (diamerismón). Mateo conserva quizá el término primitivo de “espada” Majaira (Mt 10, 34). Ésta es la espada de una guerra no militar, que penetra y divide y recrea, como un bisturí de doble filo (Hebr 4, 12), que corta, quita y cura; como espada de la palabra del Jinete del Logos, del logos de Dios (Ap 19, 15), que destruye a los poderes perversos, para crear la familia de los hijos de Dios, las bodas del Cordero. Leer más…

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“Fuego, vida y división”. Domingo 20 ciclo C

Domingo, 14 de agosto de 2016
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bautismo_cruz_agua_fuegoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Después de las enseñanzas de los domingos anteriores sobre la oración, la riqueza, la vigilancia, centradas en lo que nosotros debemos hacer, en el evangelio del próximo domingo Jesús nos sorprende hablando de sí mismo: de su misión y su destino. Lo hace con un lenguaje tan enigmático que los comentaristas discuten desde los primeros siglos el sentido de estas palabras.

            Presupuesto para entender este evangelio es la mentalidad apocalíptica, de la que Jesús participa en cierto modo. Según ella, el mundo malo presente tiene que desaparecer para dar paso al mundo bueno futuro, el Reinado de Dios.

            Lucas va a introducir algunos cambios importantes en esta mentalidad, reuniendo tres frases pronunciadas por Jesús en diversos momentos: la primera y la tercera hablan de la misión de Jesús (prender fuego y traer división); la segunda, de su destino (pasar por un bautismo). Esta forma de organizar el material (misión – destino – misión) es muy típica de los autores bíblicos.

 La misión: prender fuego

            He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

            Lo primero que viene a la mente es un campo ardiendo, o el fenómeno frecuente en la guerra del incendio de campos, frutales, casas, ciudades… Esta idea encaja bien en la mentalidad apocalíptica: hay que poner fin al mundo presente para que surja el Reino de Dios. Esta interpretación me parece más correcta que relacionar el fuego con el Espíritu Santo,

El destino: la muerte

            Tengo que pasar por un bautismo.

            También esta imagen es enigmática, porque “bautizar” significa normalmente “lavar”; por ejemplo, los platos se “bautizan”, es decir, se lavan. Esa idea la aplica Juan (y otros muchos judíos desde el profeta Ezequiel) al pecado: en el bautismo, cuando la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan sus pecados; al mismo tiempo, simbólicamente, la persona que entra en el agua muere ahogada y sale una persona nueva.         El bautismo equivale entonces a la muerte y el paso a una nueva vida. Así lo usa Jesús en un texto del evangelio de Marcos, cuando dice a Juan y Santiago: ¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir? (Mc 10,38). Jesús ve que su destino es la muerte para resucitar a una nueva vida.

La misión: dividir

            ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.

            Estas palabras se podrían interpretar como simple consecuencia de la actividad de Jesús: su persona, su enseñanza y sus obras provocan división entre la gente, como ya había anunciado Simeón a María: este niño “será una bandera discutida”.

            Pero Jesús habla de una división muy concreta, dentro de la familia, y eso favorece otra interpretación: Jesús viene a crear un caos tan tremendo (simbolizado por el caos familiar), que Dios tendrá que venir a destruir este mundo y dar paso al mundo nuevo. Parece una interpretación absurda, pero conviene recordar lo que dice el final del libro de Malaquías: “Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra” (Mal 3,23-24). De acuerdo con estas palabras, Dios ha pensado exterminar la tierra en un día grande y terrible. Sin embargo, para no tener que hacerlo, decide a enviar al profeta Elías, que restablecerá las buenas relaciones en la familia (padres con hijos, hijos con padres), como símbolo de las buenas relaciones en la sociedad: la situación mejora y Dios no se ve obligado a exterminar la tierra.

            Jesús dice todo lo contrario: hace falta acabar con este mundo, y por ello él ha venido a traer división en el seno de la familia.

La unión de las tres frases

            ¿Qué quiere decirnos Lucas uniendo estas tres frases? Que Jesús anhela y provoca la desaparición de este mundo presente para dar paso al Reinado de Dios, pero que ese cambio está estrechamente relacionado con su muerte.

¿Tiene sentido todo esto para nosotros?

            Este mensaje apocalíptico resulta lejano al hombre de hoy. De hecho, Lucas lo matiza y modifica en el libro de los Hechos de los Apóstoles: los cristianos no debemos estar esperando el fin del mundo, aunque pidamos todos los días que “venga a nosotros tu reino”; nuestra misión ahora es extender el evangelio por todo el mundo, como hicieron los apóstoles. Y la idea de la segunda venida de Jesús cede el puesto a una distinta: el triunfo de Jesús, glorificado a la derecha de Dios.

* * *

            Por una feliz casualidad, la segunda lectura ofrece cierta relación con el evangelio: el destino de Jesús sirve de ejemplo a los cristianos. La imagen de partida ya la uso Pablo, y es especialmente actual en estos días de Olimpiada: un estadio lleno de espectadores que contemplan el espectáculo.

            Jesús, como cualquier atleta, se entrena duramente, en medio de grandes renuncias y sacrificios; sabe, además, que competirá en un ambiente adverso, hostigado y abucheado por los espectadores. Pero no se arredra: renuncia a pasarlo bien, aguanta, soporta, y termina triunfando.

            Ahora nos toca a nosotros coger el relevo. Hay que despojarse de todo lo que estorba, correr la carrera sin cansarse ni perder el ánimo.

Lectura de la carta a los Hebreos 12, 1-4

Hermanos:
Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

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Domingo XX del Tiempo Ordinario. 14 agosto, 2016

Domingo, 14 de agosto de 2016
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TO-D-XX

“He venido a traer fuego a la tierra,

¡y cuánto deseo ya que arda!”  (Lc 12, 49)

Lc 12, 49-53

Ponte en situación. Cierra los ojos e intenta visualizar el texto, al menos esta frase de Jesús con la que comienza el evangelio de hoy. Céntrate, visualiza… ¿qué ves?, ¿algo que no pega mucho con el evangelio?, ¿algo que no le pega a Dios?

Sinceramente, la escena que veo yo va por ahí: Jesús caminando a hurtadillas, cual ladrón en la noche, cerilla encendida en mano… y de repente todo se convierte en una gran bola de fuego. ¡¡¡A ver si va a resultar que Jesús es pirómano!!!

En efecto, esto no le pega a Dios. Pirómano no, pero se me ocurre “choquémano” por no decir “terapiadechoquémano”. Nos pensamos que eso de la terapia de choque es novedad, que es algo de nuestro tiempo. En una ocasión leí algo sobre una medicación para tratar algunas alergias y consistía en unas pastillas con cierta cantidad de ese componente a lo que se tuviera alergia. Por ejemplo, ¿alergia a la lactosa?, pues pastillas con lactosa tratada, pero lactosa. Parece ser que funcionaban. La terapia de choque, empiezo a pensar que es tan antigua como Dios. Si nos fijamos en la biblia, podemos comprobar que Dios elige a los “torpes” para misiones importantes, que no se fija en los fuertes y poderosos; se queda con Jeremías y sus quejas, su salirle todo al revés, se queda con Moisés y la torpeza de su lengua.

¿Y contigo?, ¿qué hace contigo? Si te mueves como pez en el agua con un cuestionario tipo test, Dios va, y te pone uno de preguntas largas, a desarrollar, y con esa frase temible después de cada enunciado: razona tu respuesta. Y sudas, te agotas solo con pensarlo, tus pobres neuronas enloquecen, no sabes ni por dónde empezar… Y ahí, aparece Jesús caminando a hurtadillas para no asustarte más de lo que estás, cerilla encendida en mano para avivar el fuego de tu corazón, para alentarte, sostenerte, re-animarte y te dice “¡cuánto deseo ya que arda y te pongas en camino!

Trinidad Santa, reaviva tú nuestro fuego cada vez que intentemos sofocarlo. Abre nuestra escucha como a los discípulos de Emaús: ¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?

Amén.

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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No puede haber verdadera vida sin lucha

Domingo, 14 de agosto de 2016
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kAtnpMHiamrbEH5S8Ezs7BMODGwLc 12, 49-53

Como colofón a la larga instrucción sobre la confianza y la vigilancia, Jesús habla brevemente de sí mismo de una manera un tanto enigmática. ¿Qué clase de fuego trae al mundo? ¿Qué significa ese bautismo? ¿De qué paz está hablando? Son frases enigmáticas que no es fácil colocar en un contexto que las hagan significativas para nosotros.

No se trata de un fuego destructor, como el que provocó Elías o como el que anunciaba el Bautista. Se trata del fuego que purifica y da vida. El AT está plagado de imágenes en este sentido y ahí se apoya Jesús para transmitir la idea de renovación. Jesús viene a traer fuego, pero no contó con la capacidad que tenemos nosotros de abrir cortafuegos y usar extintores. Nos defendemos con uñas y dientes contra todo lo que pueda socavar nuestro yo. El bautismo (ser sumergido por las aguas) era signo de pruebas terribles, las aguas caudalosas del AT que destruyen todo lo que encuentran a su paso. Está haciendo clara alusión a su muerte, la gran prueba que demostrará la autenticidad de su ser.

Una vez más nos encontramos con una tajante contradicción. ¿Cómo podremos armonizar estas palabras: “no he venido ha traer paz, sino división”, con aquellas otras: “La paz os doy, mi paz os dejo?” A veces, la mejor manera de comunicar una idea difícil, es la paradoja, que obliga a salir de los caminos trillados. La primera lectura nos habla de la guerra que le hicieron a Jeremías por ser auténtico. Pablo nos habla de otra guerra, la que debemos hacernos a nosotros mismos. Vamos a intentar salir de toda esta maraña de guerras y paces, examinando distinta realidades a las que llamamos guerra y paz. Ni todas las guerras son malas, ni toda paz puede ser bendecida sin más.

1.- Tenemos en primer lugar la paz romana, que se consigue con violencia. La paz que conseguían los romanos cuando conquistaban un país. Ponían allí sus tropas, y nadie se movía, había paz. Es una paz que nace de la injusticia, nunca puede ser auténtica ni duradera. Es una paz injusta. Es una paz que se sigue dando también hoy, a escala internacional y a escala doméstica. Por ejemplo la paz que existe en muchos matrimonios, porque uno de los miembros está anulado, y ya no tiene posibilidad de rechistar.

2.- Existe otra clase de paz que podíamos llamar la paz justa: Es la que se da entre personas o países que dialogan, que defienden posturas distintas, pero que saben atender y respetar los derechos de los demás. Sería un equilibrio de fuerzas o de intereses. Es una paz positiva, aunque no se trata de la verdadera paz, porque no es suficiente.

3.- La paz que equivaldría a la ausencia de problemas. ¡Que me dejen en paz! ¡Mucho cuidado! Es una trampa. Es una paz que todos de alguna manera buscamos; incluso vamos a la religión o a Dios en busca de esta paz. Que no nos compli­quen la vida, que se solucionen los problemas. Es una paz que anula la vida, porque la vida es, por naturaleza lucha, superación de obstáculos. Si llegáramos a conseguir esa paz y en la medida que la consigamos, dejamos de vivir, estamos ya muertos.

4.- La paz que Jesús propone es la armonía interna; es el equilibrio que un ser humano alcanza cuando es lo que tiene que ser, cuando todo su ser está de acuerdo con las exigencias de su ser profundo. Esta es la autentica paz. Esta es la paz (Shalom) que los judíos se deseaban al saludarse y al despedirse. Esta es la base de toda paz verdadera. Esa armonía con uno mismo lleva a estar en armonía con los demás y con Dios. Esta paz es la consecuencia de un descubrimiento de lo trascendente como fundamento de nuestro ser.

Tenemos paralelamente cuatro clases de guerra que debemos analizar con cuidado:

1.- La guerra que se hace para someter al otro, para subyugarlos y utilizarlo, para ponerlo a nuestro servicio y anularlo como persona libre. Es la ley de la selva. Es el fruto del egoísmo más refinado. Surge siempre que utilizamos la superioridad biológica, mental o psicológica para machacar al otro. Es la guerra más frecuente y más dañina.

2.- La guerra que hace el que está sometido, para salir de su situación. Es una guerra que se ha llamado “justa”. A primera vista, parece lo más natural del mundo, pero hay que tener mucho cuidado de no caer en la trampa de la misma violencia contra la que se lucha. Todo ser humano tiene la obligación de luchar por su libertad, pero si lo hace utilizando los mismos medios que el opresor, no tiene nada de cristiano. La Iglesia ha bendecido a través de la historia cañones y bombardas. Y sin embargo, no cualquier clase de guerra es evangélica. En el evangelio se dice. Todo el evangelio es un canto a la no-violencia. Esta vivencia surge cuando el sometido supera la opresión sin entrar en su misma dinámica.

3.- La guerra que se hace a otro por ser auténtico, porque su manera de ser denuncia nuestra maldad. Es la guerra que le hicieron a Jeremías por ser fiel a sí mismo por no querer halagarles el oído a aquellos jefes, que por su mal comportamiento estaban llevando a su pueblo al desastre. Esta guerra no hay que temerla. Esto no es fácil, porque, la mayoría de las veces, actuamos pensando más en el que dirán que en nuestras convicciones y lo que determina que obremos de una o de otra manera, es la respuesta que vamos a obtener de los demás. Si tratamos de no molestar a los demás para que no se vuelvan contra nosotros, antes o después caeremos en la trampa y dejaremos de ser auténticos.

4.- La guerra de la que habla Pablo, la que debemos hacernos a nosotros mismos. Dentro del ser humanos existen fuerzas y tendencias que le obligan a estar en tensión. Tenemos que pelear contra aquellas partes de nosotros mismos que nos impiden alcanzar un objetivo humano. El objetivo del ser humano es el amor. Pero el amor cristiano es una posibilidad que no está en el ADN. Los instintos, los apetitos, las pasiones están ordenadas a la supervivencia y bienestar del ser biológico, no están orientadas a la plenitud específicamente humana. Al decir esto, la mayoría de los mortales caemos en al trampa de creer que los instintos son malos. Para nada. Todos los logros de la evolución son buenos. Solo el ser humano es capaz de tergiversar los instintos y hacerlos malos. Para conseguir el objetivo de su existen­cia, el ser humano tiene que esforzarse para desarrollar lo verdadero de su ser.

Con todos estos datos, cada uno podrá descubrir, qué paz hay que buscar y qué paz hay que evitar, qué guerra debemos evitar a toda costa, y qué “guerra” debemos aceptar como la cosa más natural del mundo. Pero debemos estar muy atentos, porque la diferencia es a veces muy sutil. El falso yo que creemos ser nos puede jugar una mala pasada porque puede hacernos creer que estamos luchando por nuestro bien y solo estamos potenciando ese falso ser. Si no tomamos conciencia de la diferencia, la guerra está perdida.

Jesús se presenta no solo como objeto de conflicto, sino como la misma causa del conflicto.

La actitud de Jesús no es la causa de la división, sino la aceptación o no de esa actitud vital que él exige a los que le escuchan. Jesús no viene a garantizar una paz exterior como esperaban lo judíos de su mesías. La paz o la guerra exterior no afectarán para nada a la interioridad de los que le sigan. Mi paz os doy, pero yo no la doy como la da el mundo.

En resumen podíamos decir que en estos versículos se presenta la figura de Jesús como el modelo de ser humano que tienen que imitar los que le siguen. Debemos afrontar el bautismo como una inmersión en aguas abismales que son el signo de lucha y sufrimiento. Pero ese fuego y ese bautismo son deseados porque de ellos surgirá la verdadera paz. Las tensiones e incluso las rupturas violentas no las origina Jesús, sino los que deciden rechazarle.

Meditación-contemplación

Una acertada guerra, me conducirá a la verdadera paz.
Miles de años de experiencia humana, nos dicen que no es fácil acertar.
Jesús nos da unas orientaciones valiosísimas.
Con esas claves podemos intentar la travesía sin miedo.
…………………..

No son las fuerzas externas las que me impiden alcanzar la armonía.
La primera y más importante guerra la tengo que librar dentro de mí.
Sólo cuando dentro haya conseguido la paz,
estaré preparado para ganar otras batallas.
……………………

No te quedes en la superficialidad del ego.
Baja más al fondo de ti mismo y descubrirás la armonía.
Tu verdadero ser es paz, es armonía y es felicidad.
Vete más allá de tu falso ser.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Guerra y Paz

Domingo, 14 de agosto de 2016
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fuego-300x240“La guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido” (Nietzsche)

14 de agosto, domingo XX del TO

Lc 12, 49-53

¿Pensáis que vine a traer paz a la tierra? No paz, os digo, sino guerra

Jesús ha venido al mundo para renovarlo y purificarlo. Su misión es salvadora y, a la vez, dramática. Como la de Jeremías que, igualmente fiel a la misión encomendada, fueron ambos perseguidos e incomprendidos por su pueblo. Jueces de Paz entre los suyos –La paz sea entre vosotros”– lucharon convirtiendo las armas en herramientas, como vaticinó Isaías en el AT: “De las espadas forjarán arados / de las lanzas, podaderas. / No alzará la espada pueblo contra pueblo, / ya no se adiestrarán para el combate” (Is 2, 4). Y como en los Juegos Olímpicos de Río 2016 donde los atletas y deportistas participan, no para vencer a nadie sino para batir records y superarse a sí mismos.

Las aves rapaces vuelan bajo este gélido invierno y “Las zorras tienen madriguera (…) pero este hombre no tiene donde recostar la cabeza (Mc 8, 20). Los terratenientes, ávidos de bienes materiales y espirituales olvidaron el deseo de Isaías y combaten perennemente sin piedad por ellos. Arados y podaderas de los labradores sueñan de brazos cruzados en los campos. Aunque no son tan ingenuos que crean que algún día “el lobo y el cordero pastarán juntos, el león como el buey comerá paja”  (Is 65, 25).

Los hombres honestos no disponen de corazas, de cascos, ni de escudos. Están desamparados y reciben golpes que dejan muy maltrecho su cuerpo. ¿Están perdiendo la batalla y la vida en este empeño? ¿O la perdió Dios solamente, con ellos o sin ellos? En la película Guerra y Paz, dirigida por King Vidor en 1956, se mantiene este diálogo ilustrativo entre Natacha y el príncipe Andrei:

“Cuando hubiese un caso complicado o cualquier arbitrariedad, vos juzgaríais y vuestra palabra sería ley.

¿Por qué yo?

Porque vuestro corazón es puro y sois bueno”.

Posiblemente fuera oportuno recordar aquí también las palabras de Vitelia, protagonista de La Clemenza di Tito -ópera de Mozart- “Antes que se oculte el sol / quiero muerto al indigno. / Sabes que usurpa un reino / que me dio por destino el cielo”. La obra concluye con todos los personajes alabando la extrema generosidad de Tito, mientras éste ruega a los dioses que acaben con su vida el día en que su prioridad no sea el bienestar del pueblo romano. ¿Sería oportuno reenviarlo por WhatsApp a Roma? Y tampoco estaría demás autoenviarlo a nuestro personal domicilio.

“La guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido”, dijo Nietzsche. Quizás porque él, como sabio, no ignoraba que tener paz conlleva mantener la calma y el amor en el corazón. Como lo tenía Carolina, la española casada con el compositor ruso Serguéi Prokófiev. Estando condenada en el gulag siberiano puso especial énfasis en que sus hijos le mandaran “El deseo”, de Chopin. Quería representarla en el campo de concentración, pues le gustaba esa historia de amor que hablaba de libertad y de amor incondicional. La sociedad repulsa a quienes desprecian a los demás y no colaboran.

ASAMBLEA EN LA CAPINTERÍA
1. Desavenencias

Cuentan que en la carpintería
hubo una vez una extraña asamblea.
Las herramientas querían arreglar
sus diferencias.

El tonante martillo
pidió ejercer la presidencia.
Mas como hacía demasiado ruido
y se pasaba el tiempo golpeando,
la Asamblea
propuso su renuncia.
Aceptó su culpa y pidió sin reservas
la expulsión del tornillo:
había que darle muchas vueltas
para que al fin sirviera de algo.

Aceptó el tornillo la oferta,
pero pidió también que se expulsara
a la lija, que era
muy áspera de trato,
y andaba con todos a la gresca.
Aceptó la lija dicho acuerdo
a condición de que el metro fuera
expulsado, pues se pasaba el día
midiendo a los demás con su medida
como si fuera el único perfecto.

Todos gimieron juntos: -“¡Ay qué pena!”

(SOLILOQUIOS. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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He venido a prender fuego en el mundo

Domingo, 14 de agosto de 2016
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no he venidoLc 12,49-53

En estos momentos en los que las noticias nos bombardean con múltiples informaciones sobre rupturas, faltas de acuerdo y divisiones; sobre fronteras y diferencias, impacta leer el evangelio de este XX Domingo del Tiempo Ordinario. “¡No!” podemos pensar… lo que justamente necesitamos es lo contrario, ¿cómo va a venir Jesús a crear más división? ¿Cómo va a prender fuego en un mundo tan necesitado de paz y encuentro?

Este texto evangélico requiere, pues, una lectura más sosegada y profunda. ¿Qué puede significar? ¿Cómo puede iluminar hoy nuestra vida?

La imagen del fuego aparece en numerosas ocasiones a lo largo de toda la Biblia. En algunas ocasiones es símbolo de castigo y destrucción (Gn 19,24); otras veces es imagen de purificación (Is 1,25; Zac 13,9). El mismo Lucas nos ha dicho que Juan bautizaba con agua, pero que Jesús bautizaría con fuego (Lc 3,16), como símbolo de una nueva vida en el Espíritu.

A lo largo de la historia, muchas mujeres y varones de Dios, han utilizado también el fuego como símbolo. Teresa de Jesús expresa su experiencia mística utilizando este término: “Viale en las manos un dardo de oro largo, y al fin de el hierro me parecía tener un poco de fuego. […] Al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios(Libro de la Vida, cap. XXIX). Santos como Ignacio de Loyola o Antonio Mª Claret son considerados “hombres de fuego”. Este último animaba a cada uno de sus hijos a ser “un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor” (Autobiografía, 494) y Joaquina de Vedruna, mujer apasionada por Jesús y su causa, decía a sus hijas: “Si sois fieles a la gracia, el mismo Señor os iluminará, porque en la intimidad de la oración, os manifestará su gran amor. Y si tenéis deseos de corresponderle, suplicaréis sin cesar que os encienda en el fuego de su mismo amor (Epistolario, 98).

Todos ellos entendieron y utilizaron el simbolismo del fuego para explicar metafóricamente la pasión irrefrenable que nace del amor de Dios. Todos ellos, siguiendo los pasos de Jesús, dedicaron su vida a propagar ese “fuego” que ardía en su corazón, que motivaba sus acciones y que les hacía desear que cada ser humano quedara contagiado por el mismo ardor.

Ese fuego, que arde en el corazón de Jesús y en todos los que le han seguido y le siguen con radicalidad, es la pasión por Dios y por su Reino. Es por tanto, la pasión por vivir como Jesús, compadeciéndose ante quienes han caído por el camino; ofreciendo ternura a quienes necesitan una palabra de ánimo; abriendo las puertas a quienes huyen de un peligro mortal; alargando los brazos para abrazar todas las necesidades y avivando la conciencia de que, al llamar a Dios “Abbá”, “Padre”, quedamos comprometidos a vivir como verdaderos hermanos.

Ese fuego es la llama del Espíritu, de la Ruah Santa, que aviva los corazones de todas las personas que se abren a su Presencia y se dejan transformar por ella.

Nos puede sorprender las palabras de Jesús: “¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división”. Pero el mismo Lucas, en el capítulo 2, ya había anunciado que Jesús sería fuente de división, “señal de contradicción” (Lc 2,34); y vemos, en muchos de los relatos vocacionales, en los que Jesús invita a su seguimiento, que hacerlo lleva intrínseco romper con la familia y el entorno (5,1-11; 18,18-30), algo extremadamente convulso en la cultura mediterránea del siglo I, en la que el “grupo familiar” y el “yo” no eran dos entidades separadas, sino dos aspectos de la misma condición[1]. Jesús invita a crear un nuevo grupo familiar, una nueva familia humana en torno a su Padre, y eso conlleva dificultades indiscutibles, propias de toda salida de nuestro círculo de confort, de lo conocido, de lo acostumbrado. En el fondo es lo que ya sabemos… si leer el Evangelio no nos deja inquietos tendríamos que preguntarnos qué lectura estamos haciendo del mismo.

Acojamos, por tanto, la invitación a dejarnos quemar por el fuego de Jesús, aquel que puede transformar nuestras propias vidas y nuestro mundo. ¿Qué fuego arde en tu corazón? ¿Qué pasión te embarga? ¿El encuentro con Jesús hace arder tu corazón, como les pasó a los discípulos de Emaús (Lc 24,32)? ¿Hacia dónde te moviliza? Que su fuego arda en nuestras entrañas: https://open.spotify.com/track/6pux1DvWRsVN9VqsfOND2r.

Inma Eibe


[1] MOXNES, Halvor, Poner a Jesús en su lugar. Una visión radical del grupo familiar y el Reino de Dios, EVD, Navarra 2005, 119

Fuente Fe Adulta

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La llama…

Sábado, 14 de mayo de 2016
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Acércate más, Platero. Ven… Aquí no hay que guardar etiquetas. El casero se siente feliz a tu lado, porque es de los tuyos. Allí, su perro, ya sabes que te quiere. Y yo, ¡no te digo nada, Platero!…! ¡Qué frío hará en el naranjal! Ya oyes a Raposo: “¡Dioj quiá que no je queme nesta noche muchaj naranja!”

¿No te gusta el fuego, Platero? No creo que mujer desnuda alguna pueda poner su cuerpo con la llamarada. ¿Qué cabellera suelta, que brazos, qué piernas resistirían la comparación con estas desnudeces ígneas? Tal vez no tenga la Naturaleza muestra mejor que el fuego. La casa está cerrada y la noche fuera y sola; y, sin embargo, ¡cuánto más cerca que el campo mismo estamos, Platero, de la Naturaleza, en esta ventana abierta al antro plutónico! El fuego es el universo dentro de casa. Colorado e interminable, como la sangre de una herida del cuerpo, nos calienta y nos da hierro, con todas las memorias de la sangre.

Hoguera-San-Juan

Platero, ¡qué hermoso es el fuego! Mira cómo Alí, casi quemándose en él, lo contempla con sus vivos ojos abiertos. ¡Qué alegría! Estamos envueltos en danzas de oro y danzas de sombras. La casa toda baila, y se achica y se agiganta en juego fácil, como los rusos. Todas las formas surgen de él, en infinito encanto: ramas y pájaros, el león y el agua, el monte y la rosa. Mira: nosotros mismos, sin quererlo, bailamos en la pared, en el suelo, en el techo.

¡Qué locura, qué embriaguez, qué gloria! El mismo amor parece muerte aquí, Platero.

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Juan Ramón Jimenez
Platero y yo

un hombre y su burro

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