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“El peligro de creerse más que humano”, por Gabriel María Otalora

Martes, 28 de marzo de 2023
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imagenes_cerebro_4a117db7image001Con el desarrollo científico en todos los órdenes se ha fortalecido la confianza ilimitada en las capacidades del ser humano. La consecuencia directa es no aceptar el sometimiento a ningún dios y por extensión, tampoco a las leyes de la vida finita. Hace tiempo que la bioética no se circunscribe al debate médico en los conflictos entre facultativo y paciente y sus eventuales consecuencias jurídicas; esta rama de la ética trabaja también la cuestión ambiental y en el desarrollo de la vida frente al crecimiento consumista, en la línea de lo que afirmó su ideólogo Van R. Potter.

Ante la crisis económica mundial y las tentaciones de reforzar el modelo neoliberal, la ética científica tiene una obligación mayor de hacerse notar para reclamar la importancia y el subsiguiente protagonismo de los verdaderos indicadores del progreso humano, tan desdibujados por nuestro modelo de consumismo insostenible. Las academias de Ciencias de todo el mundo han coincidido sobre la necesaria transición hacia la sostenibilidad. Pero hace falta algo más que un diagnóstico y buena voluntad para cambiar la conciencia de quienes potencian el modelo consumista, sin retornar al otro extremo del péndulo, claro.

El ser humano se vuelve peligroso para sí mismo en la medida que decide prescindir de la ética poniendo en peligro los grandes equilibrios biológicos y del ecosistema. A estas alturas, es preciso salir del generalizado conformismo e indiferencia para cuestionar el fundamento de los patrones de consumo decadente que algunos encubren llamándolo desarrollo. Cuestionarlos como referentes culturales haciendo hincapié en demostrar los caminos alternativos en concordancia con las necesidades humanas básicas, a la vista de los resultados injustos de este Modelo. Tarea ardua, sin duda, cuando las principales agencias de noticias procuran esquivar la crítica a las estructuras inhumanas e insolidarias que rigen los destinos del Planeta, y los cristianos tampoco estamos especialmente implicados en el este tema.

Potter llegó a cifrar la necesaria conversión del desarrollo sostenible en cinco categorías de supervivencia global: la mera supervivencia, la supervivencia miserable, la supervivencia idealista, la supervivencia irresponsable y la supervivencia aceptable. Como supervivencia irresponsable señalaba a la cultura dominante en los países desarrollados basada en el consumo ligado con la explotación, la degradación y el agotamiento de recursos que “provee empleo con elevada remuneración a unos pocos en tanto millones permanecen por debajo de los niveles de pobreza”. Y añadía: “La cultura dominante es irresponsable e inaceptable y no puede sobrevivir a largo plazo”.

Gracias a este humanista, se abrió un camino fundamental para aunar la bioética con la ecología, la medicina y los valores humanos que otros han continuado en la búsqueda de soluciones éticas ante los limitados recursos naturales no renovables; enfrente están quienes eluden su responsabilidad sin ofrecer soluciones prácticas que detengan la transgresión a la naturaleza ni los ratios mundiales de miseria y mortandad. Trabajó para que el conocimiento se utilice al servicio del bien social, combinando  las ciencias ecológicas con un sentido de responsabilidad moral en pos de un mundo en el que se pueda vivir.

En esa dirección, hizo suya la propuesta del ecólogo Aldo Leopold por una “ética de la tierra” que cambie el rol de conquistador por el de miembro solidario de la comunidad planetaria. Para ello, abogaba por una evolución cultural desde la educación -siempre la educación- como base a los cambios que deben producirse en la conducta social hasta que el camino científico y el desarrollo confluyan en los que nada cuentan. Sin duda que todo esto forma parte de la nueva Era que se vislumbra.

Se ha avanzado en el camino de la denuncia y la sensibilización social aunque no tanto como para que lleguen a las soluciones estructurales en manos de los gobernantes (y de los poderes económicos que les dan sombra). Clama al cielo la manera en que el Derecho internacional hace aguas por los cuatro costados, alejado en su práctica de los fines que debe perseguir un verdadero orden mundial. El actual status quo no mejorará hasta que la sensibilidad social apriete a los gobernantes y conviertan la evidencia en una prioridad política mundial; aunque lo hagan por pura supervivencia egoísta.

Entre los fundamentos de la esperanza está el poder que tiene muchos pocos y la fuerza de las convicciones cuando son tan justas como perseverantes. Estoy seguro que Jesús de Nazaret estaría muy sensible con este tema demandando actitudes responsables y solidarias a todos los niveles, también al nuestro, el del seguidor de a pie.

Fuente Atrio

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Miguel Ángel Munárriz: Nosotros, los seres humanos.

Miércoles, 30 de diciembre de 2020
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DmfyifZX0AAjX9PYa en los últimos compases de la evolución, sucedió que unos primates genéticamente esclavos de sus instintos, adquirieron la capacidad de sofocarlos y supeditarlos a la razón. También sucedió que aquel mundo de individuos egoístas, donde los conceptos de bien y de mal carecían de sentido, dio paso a un mundo de seres capaces de amar y compadecer, capaces del arte y capaces de Dios. Y la pregunta es… ¿de dónde le viene al ser humano su bagaje intelectual, espiritual y moral?

Desde la ciencia se afirma que fue la coevolución entre el cerebro —cada vez más grande— y las relaciones sociales —cada vez más complejas— la que propició el salto ontológico que media entre un animal irracional y un ser humano. Y la cosa debió ocurrir más o menos así, pero tuvo que haber algo más, pues la escala ontológica es como la ladera de una montaña, en la que una piedra solo puede ir hacia abajo y nunca remontarse hacia arriba. Un ser humano puede descender en esta escala si pierde la razón y deviene en “irracional”, o si muere y se convierte en materia inerte, pero nadie ha sido capaz de dotar de vida a un objeto inanimado ni de razón a un ser irracional.

Desde la lógica metafísica podemos afirmar que para que algo exista en el mundo —como libertad, tolerancia o amor— tiene que haber un “principio de su existencia”, y claro, si no lo encontramos dentro del mundo tendremos que buscarlo fuera. Dentro no lo hemos encontrado, pues sabemos por experiencia que ninguna realidad ontológica —ninguna “forma de ser” (inerte, viva o consciente)— puede tener el principio de su existencia en otra inferior, lo que nos sitúa ante la acción de una causa eficiente ajena a nosotros e inasequible a nuestro entendimiento.

La película “2001, odisea en el espacio” de Stanley Kubrick (quien manifiesta no creer en Dios), narra la historia de la evolución humana a lo largo de varios millones de años, y lo curioso es que imagina esa evolución dirigida por algún tipo de fuerza o inteligencia indeterminada representada por un monolito negro. El monolito aparece en los momentos clave de la evolución, cuando el cambio es sustancial, y en cierto modo expresa lo que aquí estamos planteando. Y es que —al parecer— a Kubrick le ocurría lo mismo que a nosotros: que le resultaba muy difícil imaginar un mecanismo evolutivo capaz de convertir un animal irracional esclavo de sus instintos, en un ser humano libre y consciente.

La lógica por tanto invita a pensar que al principio tuvo que haber una mente a la que le resultasen familiares la materia, la vida y la psique, y que planificase el proceso para que fuesen surgiendo sucesivamente. Es más, es posible que este proceso no haya concluido, aunque desde nuestra perspectiva de personas humanas no podamos concebir siquiera nuevos atributos que hoy no existen y que pueden existir en el futuro. Stanley Kubrick termina su película con la imagen de un niño raro que se supone un nuevo hito en la escala evolutiva, pero lógicamente se queda en el símbolo y no va más allá.

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¿Y qué dice la religión?

Hace tres mil años el cronista bíblico lo tenía muy claro: «Modeló Yahvé al hombre de la arcilla, y sopló en su rostro aliento de vida». Desde nuestra cultura cientifista, desdeñamos su interpretación porque nos consta que no sabía nada de cosmología, selección natural ni genética, pero quizás nos convendría hacer un pequeño esfuerzo por comprenderle. Nuestro cuerpo y nuestro cerebro proceden del barro, pero es evidente que somos más que barro. El cronista expresa este plus con una imagen preciosa: “el soplo de Dios; el espíritu de Dios”. Y desde esta imagen se puede comprender por qué amamos, por qué compadecemos, por qué sabemos distinguir entre el bien y el mal, por qué nos estremecemos con la música… y es porque venían con el soplo de Dios. Dios nos ha trasmitido su espíritu, y su espíritu es amor, inteligencia, libertad, belleza…

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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La peregrina es cauce para la evolución.

Jueves, 21 de noviembre de 2019
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gadea-ultimo-intento_41001El mundo sería diferente si personas concretas, a lo largo de la historia, no se hubieran atrevido a salir de los moldes.

Recordando los inicios del cristianismo, con Juan Bautista sumergiendo a las personas en el Jordán, con sabor a exigencia, no puedo menos que valorar mucho que Jesús, según el texto, se sumergiera.

Jesús se sumerge y: experimenta, escucha, siente, evoluciona.

Ese paso de Jesús es determinante para la evolución de una religiosidad.

Él nos acerca el abrazo fresco de Dios, recibido en las aguas. Lo que para otros fue purificación, perdón…para él es de un empoderamiento imparable. Esa experiencia le cambia. Le hace evolucionar.

Y yo, ¿me sumerjo? Hoy poco nos atemorizan los predicadores… gracias a Dios hemos madurado, pero la pregunta importante es si el agua me atrae, si me sumerjo en “el Jordán” por voluntad propia.

Sumergirnos es necesario para evolucionar, y así contribuir al desarrollo de procesos nuevos o de los que vamos tomando consciencia en nosotras y en los otros.

Sumergirme es sinónimo de dejar a Dios, la Vida, trabajar en mí. El agua, con su irreductible misterio, con su capacidad de gestar vida, es también un símbolo de dejar lo viejo para dejarme sumergir en lo de Dios, nunca viejo, nunca gastado. Como el agua, se la puede ver sucia, pero no vieja. El agua que corre, que fluye, siempre es nueva. Cuando se detiene, se encharca y se pudre. Se convierte en fuente de infección. Dios: Ruah, aire, aliento, espíritu, dinamismo, puro fluir.

Se encharca el agua y por ende la evolución de aquel maravilloso inicio, cuando nos atrevimos a sumergirnos, cuando Ruah fluía y alentaba nuestra vida. Necesito sumergirme de nuevo.

Vivo muy cerca del Camino del Norte (Camino de Santiago). El peregrino y la peregrina forman parte de nuestro paisaje. Ellas y ellos caminan. Es otra manera simbólica de adentrarse en caminos desconocidos, para descubrir su mapa interior. Sí, maravilloso trazado que intuimos está, y no acabamos de descubrir.

Para ello, hay que sumergirse en el paisaje que te va acompañando e invitando a entrar, a soltar, a escuchar.

A un lado el mar, el acantilado, el ruido del agua, que recuerda la del Jordán del que todos procedemos, porque allí surgió un proyecto que evoluciona con nosotros.

Al otro, la vida, las gentes, el ajetreo, el dolor y el amor con sus pasiones y rutinas…todo, desde el Camino se reinterpreta. Por un lado el mar, su bravura, su frescura e intrepidez, por el otro, las gentes con nuestras infinitas capacidades en desarrollo, en evolución, regaladas a la humanidad, o, estancadas en nuestros miedos empequeñecedores.

¡Nutramos al peregrino que llevamos dentro! Dejemos que se sumerja en el agua y en el paisaje, hermoso y hoy amenazado. El agua nos acompaña.

Colaboremos con la evolución adentrándonos en “nuestros Jordán”. Y disfrutemos, disfrutemos del paisaje de fuera descubriendo así el de dentro.

Y si te apetece, prueba de orar, ahí, afuera. Lo vas a disfrutar. Deja, poco a poco, emerger tu mapa interior. Contémplalo y agradece, agradece… todo. Lo bueno, lo buenísimo y lo difícil y tortuoso. Así es el camino.

Normalmente después de una tortuosa subida, difícil y larga, hay un paisaje de los que cortan el aliento.

Por nuestra parte, para dejar emerger el mapa interior y fruir del exterior, preparamos una liturgia en el bosque o en la playa, o en los acantilados… todos los meses en un sitio diferente, afuera, donde la vida evoluciona y los humanos nos engrandecemos, somos iguales, somos Uno.

Y, una Pascua cerca de peregrinos, para entender el camino, dejándonos acompañar por sus preguntas y sus experiencias… y para estar cerca de los que sí caminan, y aprender de ellos y ellas, y disfrutar con ese fluir de vida.

Es una pequeña manera de colaborar con la evolución y de seguir evolucionando.

Magda Bennásar Oliver

Fuente Fe Adulta

Imagen, del libro Gadea. La peregrina de Santiago de Compostela, de José Antonio Adell Castán 

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“La Resurrección como una revolución en la evolución”, por Leonardo Boff.

Lunes, 21 de mayo de 2018
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Resurrección2En la siguiente entrevista del 27 de marzo de 2018 Boff explica que “la Resurrección es la concreción de la utopía predicada por Jesús, el Reino de Dios que implica la superación de morir y de la muerte”. Pero ¿cómo comprenderlo dejando de lado pruebas (científicas) concretas? Es ahí donde, según el teólogo, se inscribe como alternativa la narrativa mítica. “El mejor camino es elaborar narrativas y proyectar mitos que, en el sentido moderno del término, son un medio de expresar lo indecible. El mito no inventa el hecho, le da una forma para que podamos comprenderlo”, explica.

Lea la entrevista completa.

IHU On-Line – ¿En qué medida la Modernidad perturba el entendimiento pleno del concepto de Resurrección?

Leonardo Boff – No veo que la Modernidad tenga interés en el tema de la Resurrección, no los autores que conozco. Sí se preocupan por el tema de la muerte. Por otro lado, si tenemos un concepto más profundo del ser humano, ahí sí apunta el tema de la Resurrección. Si aceptamos que el ser humano es un proyecto infinito y está devorado por un deseo que no conoce límites, como Aristóteles y Freud reconocieron, ahí se plantea la pregunta: ¿cuál es el objeto adecuado a su impulso infinito y al oscuro objeto de su deseo infinito?

Sólo un infinito sacia nuestra sed de infinito, sólo una vida que es eterna hace descansar el deseo. Es la famosa experiencia agustiniana del “cor inquietum” que sólo descansa cuando encuentra a Dios. El sentido de la vida es más vida, es la plenitud de la vida. Es lo que los cristianos llamamos Resurrección.

IHU On-Line – ¿En qué consiste el “resucitar” según la Teología y la Antropología?

Leonardo Boff – La Resurrección no puede ser identificada con la reanimación de un cadáver como el de Lázaro que, finalmente, acabó muriendo. La resurrección es la irrupción del “novissimus Adam” de San Pablo (1Cor 15,45). Es decir, es la completa realización de todas las incontables virtualidades presentes en el ser humano. Si es un proyecto infinito, la Resurrección representa el momento en que estas virtualidades llegan a su plena floración.

IHU On-Line – ¿Cuáles son los límites de buscar la Resurrección como un dato histórico? ¿Y de qué forma la lectura mítica puede ampliar el entendimiento acerca de la Resurrección?

Leonardo Boff – Nadie vio la resurrección de Jesús. Tenemos sólo testimonios de personas a las que se dejó ver y algunas señales como el sepulcro vacío y sus vestiduras. Por lo tanto, no es un hecho histórico susceptible de ser detectado por una cámara o por la televisión. Es un hecho que sucedió en Jesús, accesible por la fe en los testimonios.

Este evento no pertenece al mundo del bios, de la vida biológica que siempre termina en la muerte. Por eso los textos juiciosamente hablan de Zoé, que significa una vida eterna. Tampoco dicen: hemos visto al Señor, sino: Él se dejó ver (óphte en griego, aoristo pasivo de oráo ver). La iniciativa parte de Jesús y no de los apóstoles, a los que les permite verlo. Podríamos decir que la Resurrección es la concreción de la utopía predicada por Jesús, el Reino de Dios, que implica la superación de la muerte y el morir. No sin razón Orígenes, uno de los más geniales teólogos cristianos del norte de Egipto en el siglo III, denomina la resurrección como la autobasilea tou Christou: la autorrealización del Reino en Cristo.

Cuando las realidades son demasiado grandes, nos faltan conceptos y palabras. El mejor camino es elaborar narrativas y proyectar mitos que en el sentido moderno del término (en C.G. Jung y en los antropólogos) son un medio de expresar lo indecible. El mito no inventa el hecho, le da una forma que podamos comprender. En esa línea se debería pensar la resurrección de Jesús. Antropológicamente es fecunda, pues se encuentra con lo que de utópico e infinito discernimos en el ser humano.

IHU On-Line – Muchos estudiosos sostienen que la Resurrección de Cristo es la victoria de la vida sobre la muerte. ¿Cómo podemos comprender tal perspectiva?

Leonardo Boff – La vida está llamada a la vida y no a la muerte, aun cuando sabemos que un día vamos a morir. Este es el anhelo fundamental del ser humano, no sólo vivir mucho, sino, como señalaba Nietzsche, vivir eternamente. En ese sentido, la Resurrección representa un tipo de vida tan plena que en ella no penetra la muerte. Pero para eso, ella necesita transfigurarse, es decir, realizar totalmente al ser humano en sus infinitas posibilidades. No vivimos para morir, como dirían los existencialistas. Morimos para resucitar. Don Pedro Casaldáliga lo formuló bien: la alternativa cristiana es o vida o resurrección.

IHU On-Line – ¿Es posible afirmar que el Dios vivo en el Cristo sólo se revela plenamente en la Resurrección? ¿Por qué?

Leonardo Boff – Mientras estaba entre nosotros, Jesús participaba de todo tipo de limitaciones e incluso achaques de la existencia humana. Es lo que está implícito en la encarnación. El autor de la Epístola a los Hebreos es muy concreto: “entre súplicas, clamores y lágrimas se dirigió a aquel que lo podía salvar de la muerte… y aprendió a obedecer por medio de los sufrimientos” (Hb 5,7-8). Más adelante dice que él “es el general de la fe” (12,2). La Resurrección es la superación de esta situación carnal y el paso a la situación “espiritual” (del Espíritu de vida). Aquí Dios se revela como el Dios que hace de un muerto, un vivo y de un vivo el “novísimo Adán”. Se da la plena revelación del Dios vivo que quiere la vida y que en el libro de la Sabiduría se revela como “el apasionado amante de la vida” (Sb 11,24).

IHU On-Line – ¿En qué consiste la idea de “resurrección de la carne” y de qué forma se articula con la perspectiva del sepulcro vacío, tan detalladamente descrito en la narrativa de Marcos?

Leonardo Boff – “Carne”, bíblicamente, significa la situación humana frágil, enfermiza, mortal. Esta situación fue totalmente transmutada por la Resurrección. Pablo lo dice claramente: “se siembra un cuerpo vital y se resucita un cuerpo espiritual” (1Cor 15,44). Yo sostengo la tesis, aceptada por muchos, de que las apariciones al final del evangelio de Marcos serían un añadido posterior, un pequeño resumen de las apariciones. El Marcos original no tendría nada de eso. Jesús termina diciendo “a los discípulos y a Pedro que Él (Jesús) los precederá en Galilea. Allí me veréis como os dije” (Mc 16,7).

Con eso quiero decir que Jesús no se ha manifestado aún de forma plena. Todos estamos en camino a Galilea (el término de la historia) para verlo entonces cara a cara. Me parece que  así se entiende mejor la historia humana, porque a pesar de la Resurrección de Cristo en  verdad nada ha cambiado, pues campa la muerte y la violencia en el mundo. En la esperanza caminamos hacia la Galilea de la resurrección. El mismo Jesús está en proceso de resurrección, pues sus hermanos y hermanas, que somos nosotros, aún no han resucitado ni el universo que le pertenece ha alcanzado su plenitud. Está todavía en fase de cosmogénesis. Cuando todo se complete, entonces, Jesús y su comunidad habrán finalmente resucitado. Aquí caben las palabras de Ernst Bloch: “el génesis está al final y no al principio”.

IHU Online – Usted dice que la Resurrección representa “una revolución en la evolución”. Me gustaría que detallara esa perspectiva.

Leonardo Boff – La moderna cosmología afirma unánimemente que el estado del universo no es la estabilidad, sino la movilidad. Todo se está expandiendo, completándose y autocreando. La evolución permite que las virtualidades latentes dentro del universo conozcan emergencias, puedan irrumpir bajo las formas más diferentes. En este sentido, el universo no está todavía listo. En vez de hablar de cosmología, deberíamos hablar de cosmogénesis, la lenta y progresiva génesis de todas las cosas.

Cuando digo, siguiendo a Jürgen Moltmann, que la Resurrección es una revolución en la evolución, quiero decir que la Resurrección es una pequeña anticipación del fin bueno de la creación, como si el término de la evolución se anticipase y nos mostrara en pequeño lo que nos está preparado. Eso es una revolución dentro de la evolución que aún continúa y sigue su curso.

IHU On-Line – ¿De qué forma el panenteísmo puede contribuir al entendimiento de la Resurrección en nuestro tiempo?

Leonardo Boff – La expresión panenteísmo fue creada en el siglo XIX por un teólogo protestante de nombre Krause. Y no tiene nada que ver con el panteísmo. Él quiere decir lo que la teología antigua y clásica enseñaba y todavía enseña con la expresión “pericóresis” (la intro y retro relación de todo con todo) o “circumincesión”. Primero se aplicaba a la relación de la creación con el Creador: ambos están de tal manera imbricados que uno no puede ser entendido sin el otro. Después se aplicó a la cristología y a la doctrina trinitaria. Las tres divinas Personas están tan íntimamente relacionadas que una siempre implica a la otra y así eternamente.

Panenteísmo significa, entonces, que Dios está en todo y todo está en Dios, guardadas las diferencias entre criatura y Creador. No se trata de panteísmo según el cual todo es indistintamente Dios. El propio Voltaire mostró el absurdo filosófico que tal afirmación comporta. El panenteísmo guarda las diferencias, pero revela cómo ambos están presentes el uno en el otro y no pueden ser pensados separadamente. Esta comprensión puede generar una mística como la de Pierre Teilhard de Chardin o la de San Francisco de Asís, que conseguían ver a Dios en todas y en cualquiera de las realidades.

El Cristo cósmico de las epístolas de San Pablo y de la introducción del evangelio de San Juan nos da la perspectiva del “pléroma”, es decir, de la universalidad de la presencia del Resucitado en todas las cosas. Es célebre el dicho 33 del evangelio apócrifo de Santo Tomás, al que grandes nombres de la exégesis como Joaquim Jeremías y otros confieren gran autoridad, pues parece haber salido de la boca del Resucitado: “Yo soy la Luz del mundo. Todo salió de mí y todo vuelve a mí. Raja la leña y estoy dentro de ella, levanta la piedra y estoy debajo de ella, porque estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos. Levantar una piedra cuesta y rajar la leña es duro. Incluso estos quehaceres comunes contienen la presencia del Resucitado.

IHU On-Line – ¿Cómo puede la vuelta a la experiencia de la Resurrección de Cristo inspirar a la humanidad de nuestro tiempo a superar sus dilemas?

Leonardo Boff – Tal vez este pequeño cuento del área de la ecología que se encuentra en mi libro Ecología: grito de la Tierra – grito de los pobres (307) pueda responder a esta pregunta:

«En cierta ocasión un anciano y santo monje fue visitado en sueños por el Resucitado. Este, el Resucitado, lo invitó a pasear por el jardín. El monje accedió con entusiasmo y lleno de curiosidad. Después de caminar largo tiempo dando vueltas por el sendero del jardín como hacen aún hoy los monjes después del almuerzo, el santo y anciano religioso se atrevió a preguntar:

-“Señor, cuando andabas por los caminos de Palestina, una vez dijiste que un día volverías con toda tu pompa y gloria, ¡pero esa vuelta se está demorando mucho!”.

Tras unos momentos de silencio que parecían una eternidad, el Resucitado respondió:

-“Mi querido hermanito: cuando mi presencia en el universo y en la naturaleza sea evidente; cuando mi presencia en tu piel y en tu corazón sea tan real como mi presencia aquí y ahora; cuando esta conciencia se vuelva cuerpo y sangre en ti hasta el punto de no pensar más en ello; cuando estés tan lleno de esta verdad que ya no necesites preguntar con curiosidad, entonces mi querido hermano habré regresado con toda mi pompa y gloria”».

Más no se necesita decir: el Resucitado está entre nosotros sólo en las fimbrias del misterio; quien crea y sea sensible percibirá su presencia.

Leonardo Boff

Equipo Atrio

Traducción de Mª José Gavito Milano

Tema: Jesús de Nazaret, Resurrección

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“Más allá del homo sapiens”, por José Arregi.

Miércoles, 22 de junio de 2016
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homo-sapiensLeído en su blog:

Más pronto que tarde, los avances científicos nos obligarán a repensar casi todo lo que la filosofía y la teología nos han enseñado y que en buena medida seguimos pensando acerca del ser humano y de su “singularidad”: su autoconciencia y libertad, su razón y corazón, su mente o espíritu. ¿Somos tan singulares como hemos pensado durante miles de años? Necesitamos una gran cura de humildad, que es como decir sabiduría. O humanidad. O incluso transhumanidad.

Lo cierto es que nos hallamos en camino, aunque no sabemos exactamente hacia dónde. A las religiones monoteístas y sus teologías les está costando más asumir esta visión inacabada, provisional, evolutiva del ser humano; están anclados en un paradigma demasiado antropocéntrico y fixista, ligado a dogmas que consideran revelados e intocables. Pero las ciencias nos irán obligando, nos están obligando ya a superar esa visión.

Las neurociencias demuestran que todo lo que llamamos “humano” depende de las neuronas, que son células, que son moléculas, que son átomos organizados. Y todos los animales, salvo las esponjas, poseemos neuronas, en grados muy diversos de complejidad organizativa. A cerebros más complejos capacidades más altas. Y esa evolución que nos lleva desde el átomo a la autoconciencia es un proceso unitario de saltos cualitativos, y los saltos cualitativos se producen a medida que se da una mayor complejización cuantitativa.

Cierto, la mente y los factores sociales que la condicionan contribuyen también a modelar el cerebro, por eso que llaman “plasticidad” del cerebro. Hay una cierta interacción: del cerebro emerge la mente, y la mente actúa sobre el cerebro. La mente o “espíritu” también hace ser en alguna medida al cerebro que nos hace ser inteligentes o espirituales. Los sentimientos, los pensamientos y la conciencia son sin duda más que mera biología (células, genes y neuronas), y la biología es sin duda más que mera química (átomos, moléculas, sustancias). Pero la psicología existe gracias a la biología y no puede existir sin ella, ni la biología sin la química. La mente o “espíritu” no puede ser sin el cerebro. Dependemos de las neuronas para reír y llorar, pensar y hablar, recordar y proyectar, confiar y temer, amar y odiar, ser fieles o infieles, valientes o cobardes. Y para creer y orar, amar e imaginar a Dios para bien o para mal. Nos diferenciamos de las lombrices por el número de neuronas y de conexiones neuronales. Somos más que neuronas, pero siempre por medio de las neuronas, y de los átomos y las moléculas que las forman.

Hay más. Las neurociencias no solo estudian el cerebro, sino que abren caminos para cambiarlo profundamente. Lo que ayer era insospechable es hoy realidad. Lo que hoy solo se empieza a barruntar, e infinitamente más, algún día será realidad. Que sea para bien o para mal, he ahí la cuestión. Pero será. Hace tres meses, en marzo del 2016, 20 años después de que un ordenador venciera al mejor jugador de ajedrez de la época, Gary Kasparov, el programa AlphaGo de Google ganó por 4 a 1 uno al surcoreano Lee Sedol, el mejor jugador mundial de go, una especie de ajedrez oriental que consiste en ir colocando piedras negras y blancas sobre las casillas de un tablero. Parece sencillo, pero debe de ser más complicado que el ajedrez convencional. Pues bien, un ordenador le puede al cerebro humano mejor preparado.

Y la capacidad del ordenador aumentará sin medida. Stephen Hawking no alberga ninguna duda de que este hecho tendrá lugar, sino sobre si cuando tenga lugar será beneficioso para nosotros. En septiembre de 2015, dijo en una entrevista: “Los ordenadores superarán a los humanos gracias a la inteligencia artificial en algún momento de los próximos cien años. Cuando eso ocurra, tenemos que asegurarnos de que los objetivos de los ordenadores coincidan con los nuestros”.

¿Pero no podrán igualmente mejorar las capacidades del cerebro humano? Éste ya es absolutamente portentoso, con sus 100.000 millones de neuronas y 500 billones de conexiones entre ellas (conexión más, conexión menos). Nada impide, sin embargo, pensar que sus capacidades puedan aumentar y sus prestaciones “mejorar” indefinidamente, gracias, por ejemplo, a implantes de nanorobots invisibles. Y entonces ¿qué seremos? Çuando nuestro cerebro actual llegue a ser o lo hagamos ser mucho más capaz…, ¿seremos aún humanos? La pregunta es ineludible, como ineludible parece la futura interacción y simbiosis creciente entre el cerebro y el robot. Cuando Nicholas Negroponte, hace 30 años, predijo libros electrónicos y videoconferencias, nadie le creyó; hace unos meses anunció que podremos aprender idiomas con solo tomar una pastilla, que instalará un nanochip en nuestro cerebro. Así será con todo.

¿Con todo? ¿También con nuestras cualidades “espirituales”: conciencia, libertad, inteligencia, amor? ¿Y por qué no? Todas las funciones que llamamos “espirituales”, insisto, emergen de lo que llamamos materia: de menos surge más, gracias a relaciones u organizaciones más complejas. Pero es ingenuo –y sería descorazonador– pensar que, con nuestra especie humana, la evolución ha llegado al máximo grado de capacidad cerebral o neuronal, al máximo grado de desarrollo “espiritual”, a la última “singularidad” posible… ¿Qué nos permite pensar, además, que no puedan existir ya en algún lugar de este o de otros universos otros seres más “espirituales” que nuestra especie sapiens? En cualquier caso, la evolución prosigue, con una peculiaridad: la de que la especie humana se ha convertido ahora –esto no lo sospechó Darwin– en el factor decisivo de su propia evolución y de la evolución de la vida en general en todo el planeta. ¿Hasta dónde llegaremos? Y vuelve la pregunta más inquietante: ¿Será para bien del ser humano y de la comunidad de los vivientes? ¿Qué habremos ganado con todos nuestros progresos si no nos llevan a cuidar mejor la vida en su conjunto?

El horizonte está lleno de enormes amenazas y de inmensas posibilidades. Todo nos llama a dar un gran salto más allá de nuestros esquemas y conductas tan estrechas, de nuestros intereses tan egoístas, tan engañosos al final. No habrá esperanza para nuestra especie y para todas las especies que dependen cada vez más de nosotros, mientras no superemos nuestro actual nivel “espiritual” de conciencia y libertad. Y no lo logramos solo con las ciencias, pero tampoco sin ellas. Ciencia, educación, política, espiritualidad… todo nos hará falta para ser espirituales o más sabios.

Solo seremos sabios cuando seamos humildes, cuando nos sepamos tierra, humus, misteriosa “materia” dotada de movimiento y relación y gracias a ello de infinita creatividad, de posibilidad de ser más, de misterioso “espíritu” emergiendo de la materia. Seremos sabios cuando queramos y podamos ser de verdad hermanas, hermanos de todos los seres. Y es posible que para eso tengamos que dejar de ser esta especie que hoy llamamos muy impropiamente homo sapiens.

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“Una revolución en la evolución”, por Leonardo Boff

Jueves, 9 de abril de 2015
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09c7a7_c32447e8edcc46d6aff4962a3763acdf.jpg_srz_p_649_446_75_22_0.50_1.20_0.00_jpg_srzLeído en la página web de Redes Cristianas

Existe una percepción generalizada de que el ser humano de hoy es alguien que debe ser superado. Todavía no ha terminado de nacer, pero está latente dentro de los dinamismos del proceso evolutivo. Esta búsqueda del hombre y mujer nuevos tal vez sea uno de esos anhelos que jamás lograron progresar en la historia.

Demos dos ejemplos. El pensamiento mesopotámico produjo la epopeya de Gilgamesh (siglo VII a.C) que está muy cerca del relato bíblico de la creación y del diluvio. El héroe Gilgamesh, angustiado por el drama de la muerte, busca el árbol de la vida. Quiere encontrar a Utnapishtim que había escapado del diluvio, había sido inmortalizado, y vivía en una isla maravillosa donde no reinaba la muerte. En su camino, el dios Sol (Shamash) le apostrofa: «Gilgamesh, la vida que buscas nunca la vas a encontrar». La divina ninfa Siduri le advierte: «cuando los dioses crearon la humanidad le dieron como destino la muerte; ellos retuvieron para sí la vida eterna. Gilgamesh, harías mejor llenando el vientre y gozando la vida de día y de noche; alégrate con lo poco que tienes en tus manos».

Gilgamesh no desiste. Llega a la isla de la inmortalidad. Consigue le árbol de la vida y regresa. Al volver, la serpiente sopla con su aliento fétido el árbol de la vida y lo roba. El héroe de la epopeya muere desilusionado y va «al país donde no hay retorno, donde la comida es polvo y barro y los reyes son despojados de sus coronas». La inmortalidad sigue siendo una búsqueda perenne.

Nuestros tupi-guaraní y apopocuva-guaraní crearon la utopía de la “tierra sin males” y la “patria de la inmortalidad”. Vivían en movilidad constante. De la costa de Pernambuco de repente se desplazaban hacia el interior de la selva, junto a las cabeceras del río Madeira. De allí, otro grupo se ponía en marcha hasta llegar a Perú. De la frontera de Paraguay, otro grupo se dirigía a la costa atlántica y así sucesivamente. El estudio de los mitos por los antropólogos desveló su significado. El mito de la “tierra sin males” ponía en marcha a toda la tribu. El chamán profetizaba: “va a aparecer en el mar”. Para allí marchaban esperanzados. Mediante ritos, danzas y ayunos creían volver el cuerpo ligero e ir al encuentro en las nubes de la “patria de la inmortalidad.” Desilusionados, regresaba a la selva hasta oír otro mensaje e ir en busca de la ansiada “tierra sin males”, anhelo de una esperanza imperecedera.

Los dos relatos expresan en forma mítica lo mismo que expresan los modernos en el dialecto de las ciencias. Estos no esperan el ser nuevo del cielo, quieren gestarlo con los medios que les ofrece la manipulación genética. Seguimos buscando y no obstante, muriendo siempre, jóvenes o mayores.

El cristianismo se inscribe también dentro de esta utopía. Con la diferencia de que ya no es una utopía sino una topía, es decir, un acontecimiento bienaventurado e inaudito que irrumpió dentro de la historia. El testimonio más antiguo del paleocristianismo es este: “Christus ressurrexit vere et aparuit Simoni” (Lc 24,34): “Cristo resucitó verdaderamente y apareció a Simón”.

Entendieron la resurrección no como la reanimación de un cadáver, como el de Lázaro, que después acabó muriendo nuevamente, sino como la emergencia del ser humano nuevo, el “novíssimus Adam” (1Cor 15,45), el “novísimo Adán”, como realización plena de todas las virtualidades presentes en lo humano.

No encuentran palabras para expresar ese fenómeno inaudito. Lo denominan “cuerpo espiritual” (1Cor 15,44). Eso parece contradictorio para la filosofía dominante en la época: si es cuerpo no puede ser espíritu; si es espíritu no puede ser cuerpo. Solo uniendo los dos conceptos, según los primeros cristianos, hacían justicia al hecho nuevo: es cuerpo pero transfigurado; es espíritu pero liberado de los límites materiales y con dimensiones cósmicas.

Dicen más: la resurrección no es simplemente un acontecimiento personal, realizado en la vida de Jesús. Es algo para todos e incluso cósmico, como aparece en las epístolas de san Pablo a los Colosenses y a los Efesios. Por eso san Pablo reafirma: “él es la anticipación de los que han muerto… Así como por Adán todos murieron, así por Cristo todos volverán a vivir” (1Cor 15,22).

Este es un discurso de fe y religioso, pero no deja de tener su importancia antropológica. Representa una entre tantas respuestas al enigma de la muerte, tal vez la más prometedora.

Si es así, estamos ante una revolución dentro de la evolución, como si la evolución anticipase su fin bueno en el auge de la realización de sus potencialidades escondidas. Sería una miniatura que nos muestra a qué gloria y a qué destino sumamente feliz estamos llamados.

Así vale la pena vivir y morir. En realidad, no vivimos para morir. Morimos para resucitar. Para vivir más y mejor.

A todos los que creen y a aquellos que dejan en suspenso su juicio, buenas fiestas de Pascua.

*Leonardo Boff escribió La resurrección de Cristo, nuestra resurrección en la muerte, 5ª ed., Sal Terrae 2007.

Traducción Mª José Gavito Milano

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“Si la evolución continúa”, por José Arregi

Domingo, 15 de marzo de 2015
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1195095618_fLeído en su blog:

Admirable ser humano, con todas sus miserias. Es capaz de escribir un poema, de pintar lo invisible, de cantar y de bailar, de tocar con diez dedos seis voces a la vez. Ez capaz de decir lo que piensa y de hacer lo que dice, aunque salga perdiendo o le cueste la vida. Es capaz de sonreír y de llorar, de compadecer, consolar, cuidar. Es comprensible que, contemplándolo, el salmista hebreo exclamara ante Dios: “Lo hiciste poco inferior a los ángeles… Todo lo sometiste bajo sus pies”.

Pero eso era cuando creían que los ángeles son seres espirituales de otro mundo sobrenatural, que la tierra es el centro del universo, que el ser humano es la corona y el rey de la tierra y del cosmos, que Dios es el creador y señor por encima del mundo. Nosotros compartimos su misma admiración, pero ya no podemos hablar su lenguaje. Al igual que después de Copérnico y Galileo ya no podemos pensar que el sol gira en torno a la tierra ni que la galaxia gira en torno al sol ni el universo en torno a nuestra galaxia, después de Darwin no podemos pensar que el ser humano sea ni la finalidad ni el fin del milagro de la vida, ni el centro ni la cúspide ni el sentido ni el término de la evolución.

Todos los astros y seres del universo actual venimos de la misma materia o energía que estalló en el mismo Big Bang hace 13.700 millones de años. Todos los vivientes de la Tierra –células procariotas, eucariotas, hongos, plantas y animales– venimos de la misma célula primera, surgida hace más de 3.000 millones de años. Todos los animales descendemos de los mismos protozoos unicelulares microscópicos. Y otras formas más complejas que nosotros que podrán nacer en este y tal vez en otros innumerables planetas. No somos la medida del universo y de la evolución de la vida.

Somos una especie absolutamente especial, pero todas las especies lo son, y también lo es cada individuo en cada especie. Y cada gota de agua, y cada partícula de tierra sagrada. Somos el fruto de una mutación genética que tuvo lugar hace casi tres millones de años en una familia de simios. Pero éramos todavía muy similares a éstos, porque seguíamos teniendo una masa encefálica muy similar a la suya: 350 cm3 aproximadamente. Hace un millón de años, debido a cambios climáticos y a mejoras en la dieta, y en buena parte por azar –sin diseño previo ni Gran Diseñador– , se dobló nuestra capacidad cerebral hasta los 800 cm3. Y hace 200.000 años, por las mismas contingencias, volvió a duplicarse hasta nuestra medida actual de 1.500 cm3. Fuimos capaces de imaginar lo invisible, de hacer “el arte por el arte”, de entendernos mejor (y de odiarnos), de pensar mejor (y mucho peor), de cuidarnos mutuamente (y de hacernos daño por rencor y venganza). Estamos inacabados.

La libertad –capacidad de querer el bien y de hacerlo– y la conciencia – de nuestro auténtico ser en comunión con el Todo– son en nosotros solamente incipientes. Somos seres en camino de ser. Las religiones apenas han afrontado todavía el reto de pensar el mundo, la vida, el ser humano, la libertad, la culpa, la gracia, Dios, en coherencia con el paradigma de un mundo que continúa en evolución.

Somos una partícula de tierra, y la Tierra es una partícula en el universo, probablemente habitado de vida y de conciencia en formas que no conocemos. La evolución puede crear en el futuro tanta novedad o más que en el pasado. Espero firmemente que la Tierra engendrará (o que nuestra propia especie creará) vivientes mucho más conscientes y libres, más felices y mejores que nosotros y –¡perdón!– que todo los profetas, santos, maestros, gurús, Budas y boddhisatvas que ha sido hasta hoy: compartían nuestro mismo cerebro y, por tanto, nuestras angustias y miedos, aunque llegaron mucho más lejos que nosotros. La matriz del universo puede inventar y crear en el futuro más de lo inventado y creado hasta hoy. Todo está infinitamente abierto.

Y Dios… ¿no será, por ejemplo, esa apertura infinita, esa infinita posibilidad de Bien, esa creatividad inagotable de bien que habita en el corazón del universo o de todos los universos? ¿No estamos llamados a hacer que Dios se manifieste y crezca en todo?

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“Biología de la homosexualidad”, por Diego López Alonso.

Viernes, 21 de noviembre de 2014
Comentarios desactivados en “Biología de la homosexualidad”, por Diego López Alonso.

9788490770603El autor de este libro nos ha escrito  recientemente:

En vuestra web se reseñó mi intención de publicar mi ensayo Biología de la homosexualidad”. Finalmente, acaba de publicarse en Editorial Síntesis. Creo que el contenido del libro (al que se tiene libre acceso) resultará de mucho interés para los miembros de este foro.

Adjunto el enlace: http://www.sintesis.com/psicologia-educacion-206/biologia-de-la-homosexualidad-libro-1896.html

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¿El homosexual nace o se hace? En esta obra, partiendo de datos rigurosamente científicos, y con un lenguaje tan claro como accesible para cualquier lector, se aborda esta cuestión. Para ello, se proporciona cuantiosa información, llamativa y original, que conduce a sostener la hipótesis de que la homosexualidad humana no solo tiene un origen biológico, sino que además es un producto de la evolución.

Por ello, se trata de una contribución relevante y actual encaminada a eliminar los prejuicios sobre la homosexualidad humana, proporcionando una sólida base para que se asuma, sin angustia, la condición homosexual tanto por las propias personas (gays y lesbianas) como por sus familias.

Diego López Alonso es catedrático de Genética en la Universidad de Almería.

ISBN Digital: 9788490775929

Bibliografía completa  (para descargar pulse aquí)

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