Presentación de Jesús, Purificación de María y… Salida del armario
La reflexión de hoy es de Jason Steidl Jack, teólogo católico gay y profesor adjunto de Estudios Religiosos en la Universidad de San José en Nueva York. Es el autor de LGBTQ Catholic Ministry: Past and Present, publicado por Paulist Press.
Las lecturas litúrgicas de la Presentación del Señor se pueden encontrar aquí.
Hoy la Iglesia celebra la Fiesta de la Presentación del Señor, también conocida como la Fiesta de la Purificación de María. La festividad se origina en Lucas 2:22-40, que relata la aparición de María con el niño Jesús en el templo para cumplir dos obligaciones religiosas: primero, la escritura requería que las familias hebreas ofrecieran a sus primogénitos varones como un sacrificio simbólico a Dios; y segundo, se esperaba que las mujeres que habían dado a luz pasaran por un sacerdote para restaurar su pureza ritual. Entonces, ¿qué tiene que ver la festividad con las personas queer?
A primera vista, celebrar la purificación de María parece misógino. Según la tradición hebrea, una nueva madre era considerada ceremonialmente impura, “como en el momento de su menstruación” (Lev. 12:2), durante los primeros siete días después del nacimiento de un niño, o durante 14 días después del nacimiento de una niña. Durante este tiempo, cualquier objeto o persona que tocara también se volvería ceremonialmente impuro. Estas reglas significaban que las madres jóvenes podían ser separadas físicamente de sus esposos y de algunos de los muebles de su casa. Durante 33 días adicionales después del nacimiento de un niño (66 días en el caso de una niña) la nueva madre tenía que esperar hasta “estar limpia de su flujo de sangre”. Durante este tiempo, Levítico insistía, “no tocará ninguna cosa sagrada ni entrará en el santuario hasta que se cumplan los días de su purificación” (Levítico 12:4).
Hoy en día, muchos podrían ver estas reglas como parte de un antiguo patriarcado que objetivaba y avergonzaba los cuerpos de las mujeres, especialmente durante la menstruación o inmediatamente después del parto. De hecho, la ley levítica mantenía a las madres jóvenes fuera de los espacios sagrados, pero también restringía su acceso al poder y la autoridad religiosa. Después de semanas de espera, una madre joven tenía que presentarse ante un sacerdote varón, quien sacrificaba un animal en su nombre para “hacer expiación” y restaurar su pureza ritual. Intencionalmente o no, la Torá limitaba el acceso de las mujeres a lo sagrado mucho más que el de los hombres.
Sin embargo, las académicas judías feministas señalan que la tradición hebrea significa mucho más que exclusión y dominación. En el mundo hebreo antiguo, la impureza ritual para hombres y mujeres era resultado del contacto con la muerte o la “pérdida de la vida potencial”, porque sólo los vivos pueden alabar a Dios, como observa el Salmo 115. La rabina Lauren Eichler Berkun explica que dar a luz en el mundo antiguo, como hoy, ponía en peligro la vida tanto de las madres como de los niños. Incluso cuando salía bien, el nacimiento siempre era “un encuentro con la muerte potencial” y, por lo tanto, exigía un tiempo de separación de la vida religiosa ritual. Desde esta perspectiva, la purificación de María habría sido un motivo de celebración, una forma de dar la bienvenida de nuevo a la tierra de los vivos a quienes habían estado cerca de tocar la muerte. La purificación era, en cierto modo, la afirmación de la nueva orientación relacional de la madre y el niño con todos los que los rodeaban.
Las personas queer experimentan algo análogo a la precariedad de dar a luz. Al igual que el embarazo, aceptar quiénes somos puede ser un proceso complicado que exige tiempo y atención. Salir del armario, como el nacimiento, suele ser complicado y lleno de peligros, percibidos y/o reales. Puede parecer que cada aspecto de nuestra vida espiritual y relacional se está desgarrando. Salir del armario en el momento equivocado o ante la persona equivocada puede amenazar las relaciones con la familia, los amigos y la iglesia que nos sostuvieron en el pasado. Para algunos, salir del armario puede sentirse como una especie de muerte, ya que muere el sueño de una vida “normal” y cishet*. Si sobrevivimos, es como una persona diferente, y puede que quede poco de cómo éramos antes.
Pero salir del armario, como dar a luz, también tiene sus recompensas: una nueva forma de ser y relacionarse con los demás. Para la persona queer, como Jesús y María en la historia de la Presentación, salir del armario pone fin al aislamiento y la vergüenza con el reconocimiento gozoso de la buena obra de Dios en nuestra sexualidad y nuestro ser. Salir del armario nos abre a ver y abrazar la salvación que Dios trae para transformar nuestro mundo para mejor.
Los autores del Evangelio relatan este espíritu de celebración en la segunda mitad de la historia. Imaginemos la alegría de Simeón, que, después de haber esperado toda una vida para recibir al elegido de Dios, tomó al niño Jesús en sus brazos y proclamó: «Señor, ahora despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado en presencia de todos los pueblos, luz para revelación a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (v. 29-32). La esperanza irracional del profeta dio paso a la experiencia de la alegría divina. La oscuridad del mundo fue iluminada de repente por el niño que trajo la luz.
Lucas también presenta a Ana, una viuda anciana que había estado viviendo y orando en el templo durante décadas. Cuando finalmente conoció a Cristo, su alegría era palpable para todos los que la rodeaban y ella “comenzó a alabar a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (v. 38). Juntos, Simeón y Ana anunciaron el fin del peligro y el aislamiento que enfrentaron María y Jesús al dar a luz y anunciaron un nuevo comienzo para la sagrada familia.
La Presentación y la Purificación, por supuesto, no significan que los problemas de María y Jesús habían terminado. De hecho, Simeón advirtió que una espada atravesaría el alma de María, ya que Jesús estaba “destinado a la caída y al levantamiento de muchos en Israel y a ser un signo que será contradicho” (v. 34-35). Lo mismo sucede con quienes recorren el difícil camino de ser queer en este mundo. Nuestros corazones, como el de María, serán traspasados muchas veces, ya sea por nuestras propias penas o por las penas de los demás. Nuestras vidas y nuestros amores, nuestro ser mismo, pueden estar en clara contradicción con lo que el mundo espera de nosotros.
En la Fiesta de la Presentación, podemos regocijarnos de que el dolor y la vergüenza den paso a la luz y la vida. La separación de la comunidad y la cercanía a la muerte pueden persistir durante un tiempo, pero Dios, obrando a través de su hijo, Jesucristo, y del testimonio de María, nos da la bienvenida de nuevo a la abundancia de vida y a la plena afirmación de nuestra humanidad.
—Jason Steidl Jack, 2 de febrero de 2025
* cishet: una contracción común de “cisgénero y heterosexual”
Fuente New Ways Ministry
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