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Archivo para Domingo, 4 de junio de 2023

Relación de Comunión

Domingo, 4 de junio de 2023
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Maurice Zundel escribió páginas emocionantes sobre el corazón humano, este espacio donde la conciencia que se despierta accede en el sentido de su dignidad de su inviolabilidad, y que se revela, detrás del mí prefabricado y condicionado que lo recubre, como un espacio de pura acogida del otro, el espacio que no puede ser violado por principios autoritarios, ni siquiera divinos, sino que vive de la apertura y de la comunión con el Otro, a la imagen del Dios de Pobreza que  se desposee de él mismo perpetuamente en la relación de ofrenda que mantienen entre ellas las tres Personas de la Trinidad.

” (…) La Trinidad es la liberación de una pesadilla en la que la humanidad se debate cuando se sitúa frente a una divinidad de la que depende y a la que es sometida: ¿Por qué Él bastante más que yo? ¿Por qué soy la criatura, y Él el Creador? ¿Por qué, si es mi creador, me puso en esta situación de saber que yo soy su esclavo? ¿Por qué me dio justo bastante inteligencia para comprender que dependo de Él? ¡Hay una rebelión sorda e implacable qué sube del corazón del hombre en esta confrontación de su espíritu con esta especie de Dios que aparece en él como la apisonadora del espíritu!

En la apertura del Corazón de Dios a través del Corazón del Cristo, hay justamente esta manifestación increíble y maravillosa que Dios es Dios porque se comunica, que es Dios porque se da todo, porque el es la desapropiación infinita y eterna, porque tiene la transparencia de un niño, la transparencia en la que toda especie de apropiación es imposible, donde la mirada siempre es dirigida hacia “El Otro”, donde la personalidad, donde el yo, es sólo un altruismo puro e infinito. ¡Allí está la gran confidencia qué resplandece en el Evangelio de Cristo! ¡La perla del reino, es para que Dios sea este Dios!

¡Jesús, revelándonos la Trinidad, nos libró de Dios! Nos libró de este Dios pesadilla, exterior a nosotros, límite y amenaza para nosotros: ¡nos libró de aquel Dios! Nos libró de nosotros mismos que necesariamente estábamos, y sordamente, aunque no nos atrevíamos a reconocerlo, en rebelión contra este Dios.

Con la Trinidad, entramos en el mundo de la relación. (…)

Subsistir en forma de don, subsistir como una relación con los demás otro, subsistir en una respiración pura de amor, tenemos ahí el Dios que se transparenta y se revela personalmente en Jesucristo. (…)

Lo que justamente es tan patético, y lo que nos hace sensible la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y el paso que trasciende que hay que obrar del uno al otro, es que, mientras que en el Antiguo Testamento el pecado supremo, el pecado original, es querer ser como Dios, en el Nuevo,  es esto mismo lo único que es necesario. (…)

¡Se trata de ser como Dios! Y, en el fondo, esta intuición nietzscheana, esta voluntad de ser Dios, de no sostener a ningún Dios aparte de sí mísmo, es el bosquejo de una vocación auténtica. ¡Pero atención! ¡Sí, ser como Dios, pero después de haber reconocido en Dios justamente  la desapropiación infinita, la pobreza suprema, el despojo translúcido!

Si Dios es aquel Dios, si hay en nuestro corazón una espera infinita, ser como Dios, ahora esto quiere decir desapropiarnos fundamentalmente de nosotros mismos para que nuestra vida se cumpla como la suya en un don sin reserva.”

*

Maurice Zundel,
Le Problème que nous sommes“,
Le Sarment, Fayard, 2000, pp 39-42

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Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

*

Juan 3, 16-18

***

Si se pretendiese que una oración tuviera la precisión de un tratado de teología, entonces la oración a la Trinidad seria una cima casi inalcanzable. Sin embargo, la oración no es el fruto de unos razonamientos. En caso contrario, esperemos que la teología nos saque de esta contradicción. Ella, en efecto, ha creado el término técnico de circumincesión (o pericoresis, según la etimología griega) para hablar del “movimiento inamovible” de la presencio recíproca de las tres personas de la Trinidad – “Lo mismo que tu estés en mi y yo en ti”, le dice Jesús al Padre- en el rico “tránsito” de la circulación del Amor. De la misma forma, la verdadera oración trinitaria, como cualquier oración cristiana pasa sin cesar de una Persona a la otra. De este modo, Cristo, desde el momento que lo contemplamos como Hijo de Dios, nos remite al Padre, que nos lo “entrega”, y el Padre, cuando le expresamos nuestra acción de gracias, nos remite al Espíritu que el Hijo nos da “de parte” del Padre, y así incesablemente, cualquiera que sea el orden que empleemos e indistintamente de la Persona a la que inicialmente nos dirijamos en nuestra oración. Porque la oración trinitario sigue la lógico del amor, que es compartido y comunicado.

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J. Moingt,
Los tres visitadores. Conversaciones sobre la Trinidad,
Mensajero, Bilbao 2000.

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“El cristiano ante Dios”. 04 de junio de 2023. Santísima Trinidad (A.) Juan 3, 16-18.

Domingo, 4 de junio de 2023
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29_SANT-TRINIDAD_A_1682738No siempre se nos hace fácil a los cristianos relacionarnos de manera concreta y viva con el misterio de Dios confesado como Trinidad. Sin embargo, la crisis religiosa nos está invitando a cuidar más que nunca una relación personal, sana y gratificante con él. Jesús, el Misterio de Dios hecho carne en el Profeta de Galilea, es el mejor punto de partida para reavivar una fe sencilla.

¿Cómo vivir ante el Padre? Jesús nos enseña dos actitudes básicas. En primer lugar, una confianza total. El Padre es bueno. Nos quiere sin fin. Nada le importa más que nuestro bien. Podemos confiar en él sin miedos, recelos, cálculos o estrategias. Vivir es confiar en el Amor como misterio último de todo.

En segundo lugar, una docilidad incondicional. Es bueno vivir atentos a la voluntad de ese Padre, pues solo quiere una vida más digna para todos. No hay una manera de vivir más sana y acertada. Esta es la motivación secreta de quien vive ante el misterio de la realidad desde la fe en un Dios Padre.

¿Qué es vivir con el Hijo de Dios encarnado? En primer lugar, seguir a Jesús: conocerlo, creerle, sintonizar con él, aprender a vivir siguiendo sus pasos. Mirar la vida como la miraba él; tratar a las personas como él las trataba; sembrar signos de bondad y de libertad creadora como hacía él. Vivir haciendo la vida más humana. Así vive Dios cuando se encarna. Para un cristiano no hay otro modo de vivir más apasionante.

En segundo lugar, colaborar en el proyecto de Dios que Jesús pone en marcha siguiendo la voluntad del Padre. No podemos permanecer pasivos. A los que lloran, Dios los quiere ver riendo, a los que tienen hambre los quiere ver comiendo. Hemos de cambiar las cosas para que la vida sea vida para todos. Este proyecto que Jesús llama «reino de Dios» es el marco, la orientación y el horizonte que se nos propone desde el misterio último de Dios para hacer la vida más humana.

¿Qué es vivir animados por el Espíritu Santo? En primer lugar vivir animados por el amor. Así se desprende de toda la trayectoria de Jesús. Lo esencial es vivirlo todo con amor y desde el amor. Nada hay más importante. El amor es la fuerza que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. Es el amor el que nos salva de tantas torpezas, errores y miserias.

Por último, quien vive «ungido por el Espíritu de Dios» se siente enviado de manera especial a anunciar a los pobres la Buena Noticia. Su vida tiene fuerza liberadora para los cautivos; pone luz en quienes viven ciegos; es un regalo para quienes se sienten desgraciados.

José Antonio Pagola

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“Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él”. Domingo 04 de junio de 2023. Santísima Trinidad.

Domingo, 4 de junio de 2023
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32-TrinidadA cerezoLeído en Koinonia:

Éxodo 34,4b-6.8-9: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso
Interleccional:
Daniel 3. A ti gloria y alabanza por los siglos.
2Corintios 13,11-13: La gracia de Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
Juan 3,16-18: Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él

La Biblia nos revela en una palabra quien es Dios: Dios es amor (1 Jn 4,8). Amor personal (porque te ama a ti, como si sólo a ti amase) amor total (sin medida, porque la medida del amor es dar sin medida), amor sacrificado (oblativo, entregado y paciente), amor universal (inclusivo, no excluyente), amor preferencial (se inclina más hacia el débil). Las lecturas de hoy nos revelan el perfil, el rostro o la fisonomía de Dios. La lectura del Éxodo lo revela como un Dios “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad” (Ex 34,6); y esto inmediatamente después del episodio de adoración al becerro de oro (Ex 32). Como queriendo contrastar la infidelidad del Pueblo y la fidelidad de Dios.

Pablo, en la segunda lectura nos desvela el misterio de un Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, mediante el saludo trinitario a la asamblea: “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con ustedes” 2 Cor 13, 13.

Finalmente el evangelio de hoy, tomado de San Juan, es uno de esos textos cumbres de la literatura bíblica que revelan una luz especial: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo” (Jn 3,16).

Éstos serían como los versículos fundamentales para nuestra fiesta. En primer lugar el Dios de Israel y de Jesús, es un Dios inserto en la historia. El antiguo y nuevo Pueblo de Dios no llegaron a la experiencia de Dios, ni por la naturaleza (religiones naturalistas, tendentes a divinizar la creación), ni por la filosofía (la elucubración de los filósofos, que a través de las causas segundas, llegaron a una primera causa: Dios), sino por la historia. De ahí que el credo de Israel y el de la Iglesia se definan como credos históricos. Imposible proclamar a este Dios, dejando de lado los grandes acontecimientos salvíficos: que “nació de María, la virgen, que padeció bajo Poncio Pilatos, que fue crucificado, muerto y sepultado”, etc., son datos históricos puntuales. Dejar de lado la historia, sería desencarnar la fe, privarla de su sacramentalidad histórica. Un Dios desentendido de la historia no sería el Dios de los cristianos. En segundo lugar, en esta historia llena de luces y de sombras, pero guiada de la mano de Yahveh, se va dando un avance; lo que los teólogos han llamado “la revelación progresiva”. Cuando éramos niños tuvimos una experiencia de Dios que fue madurando poco a poco hasta hacernos adultos… Se trata de un principio de la pedagogía divina. El misterio de Dios uno y trino es fruto de esta experiencia de revelación progresiva en la historia. Revelación cumbre, expresión de maduración: Dios no es un ser aislado, desentendido de las realidades temporales, solitario. Es un Dios comunitario, familia, sociedad, fraternidad, etc. Por eso como dijimos al principio; la cumbre de toda la revelación bíblica es ésta: Dios es amor. Y el amor nunca es soledad, aislamiento, sino comunión, cercanía, diálogo, alianza.

La naturaleza misma de Dios es todo un proyecto de vida que revela la naturaleza misma del alma humana, creada a imagen y semejanza de Dios. De este modo podemos entender cómo la misma humanidad siente esa necesidad de alianza, aun en medio de la pluralidad. Vivimos en una casa común, somos una familia (humana), tenemos las mismas necesidades, los mismos problemas. Dios en esta hora de la historia habla a través de esos signos de un mundo en búsqueda.

En tercer lugar no hay que estar rompiéndose la cabeza para intentar comprender (desde nuestra lógica natural) un misterio que nos es dado por revelación, y que sólo puede ser aceptado plenamente por la fe. A Dios nadie lo ha visto jamás, sólo el Hijo que estaba en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer (Jn 1,18). La fe ciertamente que pasa del oído a la mente, de la mente al corazón, y del corazón a la vida. No se trata de un proceso meramente racional. Pues la razón se entiende necesitada de la razonabilidad de la fe, al reconocerse humilde ante el misterio de Dios. En efecto Dios revela estas cosas a la gente sencilla, y las esconde a los sabios de este mundo. Esta es la lógica y la sabiduría de nuestro Dios, muy distinta y muy distante de la lógica natural, marcada por los egoísmos humanos. Dios entra más fácilmente en le corazón del niño que en el del adulto, en el corazón del humilde que en el del soberbio, en el corazón del débil que en el del fuerte.

Estamos ante el más grande misterio, que ni ojo vio, ni oído escuchó… Acerquémonos a Dios con Adoración (El Padre)… dispuestos a asumir su proyecto de fraternidad (El Hijo)… con toda la profundidad de nuestro ser (El Espíritu Santo). Leer más…

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Trinidad: Historia humana de Dios, trayectoria divina del hombre

Domingo, 4 de junio de 2023
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09-SANT-TRINIDAD-C-600x399Del blog de Xabier Pikaza:

La confesión trinitaria ofrece la mejor hermenéutica (interpretación) cristiana de Dios, conforme a la Escritura y tradición de la Iglesia.

Dios mismo es principio, camino y meta de la humanidad, no sólo en perspectiva arqueológica (pasado) sino en clave de adoración (gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo) y de redención y plenitud del hombre,  pues la Trinidad es el Dios encarnado en Jesucristo

 

EL SER DE DIOS ES HACERSE CAMINO EN LA HISTORIA

 Conforme a una visión tradicional, popularizada y sistematizada por Hegel, el ser de Dios consiste en revelarse. En esa perspectiva han de entenderse las grandes religiones de la historia: son formas de captar y explicitar la revelación de lo divino. Por eso, en un sentido extenso, puede hablarse de una Trinidad revelatoria que consta de tres rasgos o momentos que se pueden condensar de esta manera:

  1. Hay un Revelante (Revelador), es decir, un ser primigenio o fundante que se manifiesta a sí mismo, en gesto de generosidad o donación. En el principio no está el puro vacío, ni el enigma insoluble, ni la confusión general; en el principio hallamos siempre a Aquél (aquello) que se abre y manifiesta.
  2. Hay un Mediador o mediación, es decir, unos signos de presencia o manifestación de 1o divino. Toda nuestra forma de experiencia es “simbólica” en eI sentido radical del término: el Revelante (a quien nunca vemos por sí mismo) se vuelve “palabra” para nosotros.
  3. Hay una Realidad sagrada que viene a explicitarse como expresión o resultado de la presencia divina. A través de su “palabra” o mediación, el Revelante original (o Dios) se vuelve presente en medio de nosotros, que somos la expresión y presencia del Espíritu divino.

Estos tres elementos de la Trinidad o tríada revelatoria pertenecen a la misma estructura de la realidad interpretada como proceso de comunicación: somos personas o existimos porque hay alguien que “nos habla” desde el mismo fondo de la realidad, en llamada o palabra que nos constituye como humanos. De esa forma lo ha entendido la Escritura judeocristiana, en proceso de impresionante fidelidad cultural y religiosa.

Son muchos los caminos de experiencia que encontramos en la Biblia. Ella es una especie de gran enciclopedia o biblioteca donde se recogen múltiples aspectos de la vida: hay sendas o veredas que parecen ya perdidas para siempre o superadas; hay aspectos culturales que no tienen ya para nosotros ningún tipo de importancia.

Pero en el fondo de esa multiplicidad hallamos una especie de camino central o unificante que nos capacita para orientarnos en el cúmulo de textos; es como la clave hermenéutica o la guía de lectura de la Biblia; Dios se va expresando o revelando entre los hombres a través de unos acontecimientos y personas que se encuentran mutuamente vinculados.

El Dios bíblico no viene a revelarse en un sistema de verdades claras y distintas, al modo cartesiano; por eso, la Biblia no se puede tomar como si fuera un libro filosófico. Tampoco se revela Dios en la unidad y variedad de fenómenos del cosmos, en línea que estaría dirigida hacia las ciencias naturales que han desarrollado después los eruditos y sabios de occidente. El Dios bíblico “acontece” (se manifiesta y habla) a través de unas personas que aparecen así como sus mensajeros o profetas. Los grandes profetas de Israel, entendidos de una forma extensa (Abraham y Moisés, Oseas e Isaías, Jeremías y Ezequiel) vienen a entenderse así en una clave teomórfica: su misma vida es “imagen” o manifestación de Dios, a 1o largo de un camino que se encuentra abierto hacia el futuro.

Pues, bien, dentro del AT, ningún profeta puede presentarse como “lugar de revelación total” de Dios; de esa forma se mantiene abierta la transcendencia, Dios es siempre un “más” y el hombre no refleja nunca del todo su misterio. Por eso, Jesús de Nazaret representa un “novum” con respecto a lo anterior. Dios se ha revelado totalmente en Jesús, de tal forma que su verdad interior (su inmanencia) se identifica con eso que podemos llamar “el fenómeno” Jesús (la economía divina).

Jesús es la novedad de Dios, pero se encuentra en la misma línea del AT: habló Dios en otro tiempo “en los profetas”, aunque nunca había revelado del todo su misterio; ahora lo ha hecho, nos ha hablado del todo; por eso decimos que Jesús mismo es su Hijo (cf Jn 1 y Hb 1). Estamos en la línea de eso que pudiéramos llamar revelación descendente.

En el principio era y sigue siendo la manifestación de un Dios que dice su palabra o se desvela por medio de los hombres. Imagen y presencia de Dios era Adán en el principio (Gn 1). Imagen y manifestación parcial de Dios fueron los profetas que forman eso que pudiéramos llamar la columna vertebral o gran vereda de la historia israelita. Pues, bien, en la culminación de ese camino, como profeta total de Dios, hallamos a Jesús.

Por eso, allí donde la línea israelita llega hasta su meta tenemos que hablar de Trinidad (=Dios se expresa en su Hijo, haciendo que su Espíritu o su vida se desvele ya del todo sobre el mundo, es decir, como mundo: Comunidad de comunicación, el ser humano). Antes que misterio teológico (esencia interna de un Dios que existe en sí mismo en comunión de tres personas) la Trinidad viene a entenderse de esa forma como hermenéutica cristiana consecuente del conjunto de la Biblia.

Los judíos siguen con la línea abierta hacia un futuro no alcanzado (ni alcanzable): Dios no se ha revelado ni se puede revelar nunca del todo; en el fondo los hombres nunca pueden encontrarle, para dialogar con El en comunión definitiva (es decir, en una vida abierta en Dios en forma de resurrección).

Los cristianos, en cambio, afirman que la línea de la revelación de Dios ya ha culminado: lo que era anuncio y anhelo en los profetas se ha convertido en presencia y gracia ya definitiva; siendo divino (Padre transcendente) Dios se manifiesta del todo por Jesús. Allí donde la revelación es plena tenemos que hablar de Trinidad: el Padre (Revelante), por medio de Jesús (Mediador) se hace presente como vida (Revelación plena) entre los hombres, en la experiencia escatológica o definitiva del Espíritu.

TRINIDAD, PLENITUD Y TAREA DEL HOMBRE

 Repetimos de algún modo el esquema anterior, introduciendo una variante significativa: nos fijamos en el hombre, interpretado ya como proceso o despliegue de vida, una vida personal que se transmite y despliega por nacimiento y resurrección. No hay en la Biblia una visión del hombre como esencia ya forjada e inmutable para siempre (en plano de eternidad espiritual), pues la visión y realidad del hombre se va desplegando, haciéndose realidad en la historia (que es presencia de Dios).

 El hombre es imagen de Dios (Gen 1) y por eso ha de entenderse en forma de proceso o camino de realización. Por eso, la revelación de Dios (abierta en línea trinitaria) se identifica de algún modo con la misma realización del hombre (también interpretada en línea trinitaria). En esta línea se sitúa eso que a veces se ha llamado mesianismo ascendente, es decir, la visión del hombre como búsqueda de Dios. El hombre no es todavía: se va haciendo, se busca a sí mismo y consigue realizarse solamente cuando y donde alcanza lo divino (llega a encontrarse plenamente con Dios). Esto es lo que hallamos al principio de la Biblia (Gen 2-3); allí se dicen dos cosas que parecen contradictorias y que, sin embargo, se encuentran bien relacionadas:

  1.  El hombre no puede hacerse Dios por fuerza, es decir, como resultado de una obra “suya”. El hombre no se puede “fabricar” a sí mismo como divino, pues todo lo que él fabrica como cosas‒objetos de consumo son ídolos (realidades que le terminan engañando y dominando). El hombre no puede comer del árbol del conocimiento del bien/mal que se halla reservado a lo divino. Sólo allí donde reconoce su límite (se sabe fundado en lo divino) el hombre puede realizarse como humano, es decir, abrirse a lo divino
  2.  Al hombre se le ofrece el árbol de la vida, pero sólo puede conseguirla allí donde renuncia a dominarla (y dominarlo todo) por la fuerza, fabricándose a sí mismo, fabricando cosas, en la línea de eso que Jesús llama Mammón. El camino de Dios (reflejo en ese árbol de la Vida) se convierte de esa forma en experiencia de gratuidad, de creación gratuita de su misma vida, en comunión. Situados al principio del gran texto de Gen 2, estos dos árboles ofrecen eso que podemos llamar la parábola y fundamento hermenéutico de la interpretación de la Biblia y del ser de Dios como gratuidad, pobreza y universalidad (como seguiré indicando en este trabajo).
  3. Ésta es la historia de Adám, como ser humano encerrado en sí mismo, tal como la ha interpretado San Pablo en Rom 1‒5, partiendo de Gen 2‒3. En la línea del dominio de lo bueno/malo (del hombre como forjador violento de sí mismo) se encuentra la violencia impositiva, la destrucción del ser humano, que no se descubre y despliega a sí mismo como gracia y don o regalo de sí mismo, sino como imposición y deseo de dominio (es decir, de Mammón: Mt 6, 24).  Desde la perspectiva bíblica, el hombre es Gratuidad, como Dios Padre trinitario: El ser no es dominio de sí, sino regalo de vida.

 A 1o largo de su historia larga, rica y creadora de la Biblia, siempre que los hombres (Israel) han querido fundar su existencia en sí mismos, en clave de lucha y violencia han fracasado.  La vida de los hombres es gracia, es el don supremo, el don de los dones, como signo y presencia de Dios, que es ante todo “gracia”, el Padre, esto es, aquel que se da y entrega a sí mismo.

En esta perspectiva ha de entenderse la experiencia de Jesús a quien el NT ha descubierto y presentado como “el hombre”, es decir, como el verdadero ser humano. Jesús es Cristo, es decir, es Mesías porque expresa y realiza el verdadero sentido de lo humano, es decir, de Adam. Así debe entenderse el título Hijo del Hombre de la tradición de los sinópticos, lo mismo que las reflexiones de Rom 5 donde San Pable le presenta como auténtico Adam, el hombre verdadero.

Cristo es Adán, hombre primero, porque descubierto y realizado para sí y para todo el conjunto de lo humano la verdad de aquello que estaba ya anunciado en Gen 2-3. No ha comido del árbol de 1o bueno/malo, es decir, no ha querido hacerse dueño de las cosas con su esfuerzo dominador, en la línea del “juicio” (cf. Mt 7,1), no ha querido dominar sobre los otros por la fuerza, como destaca el himno de Flp 2, 6‒12, no se ha impuesto por la fuerza, para ser así mesías sobre los demás, no ha comido del árbol de la vida”, sino que ha recibido y desplegado el amor de Dios de un modo gratuito, dando su vida por los demás y recibiendo así, por la resurrección  el don de vida/gracia de Dios Padre.

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Fiesta de la Santísima Trinidad. Ciclo A.

Domingo, 4 de junio de 2023
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Trinidad-RubliovAndréi Rubliov (hacia 1411)

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 El año litúrgico comienza celebrando cómo Dios Padre envía su Hijo al mundo. En los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje de Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu, cuya venida celebramos el domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y estamos preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad.

Esta fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa Juan XII quien la instituyó. Quizá pretendía (como ocurrió con la fiesta del Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban la divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo. Así se explica que el lenguaje usado en el Prefacio sea más propio de una clase de teología que de una celebración litúrgica. En cambio, las lecturas son breves y fáciles de entender, centrándose en el amor de Dios.

La única definición bíblica de Dios (Éxodo 34,4b-6.8-9)

La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, ofrece la única definición (mejor, autodefinición) de Dios en el Antiguo Testamento y rebate la idea de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios terrible, amenazador, a diferencia del Dios del Nuevo Testamento propuesto por Jesús, que sería un Dios de amor y bondad. La liturgia, como de costumbre, ha mutilado el texto. Pero conviene conocerlo entero.

            Moisés se encuentra en la cumbre del monte Sinaí. Poco antes, le ha pedido a Dios ver su gloria, a lo que el Señor responde: «Yo haré pasar ante ti toda mi riqueza, y pronunciaré ante ti el nombre de Yahvé» (Ex 33,19). Para un israelita, el nombre y la persona se identifican. Por eso, «pronunciar el nombre de Yahvé» equivale a darse a conocer por completo. Es lo que ocurre poco más tarde, cuando el Señor pasa ante Moisés proclamando:

«Yahvé, Yahvé, el Dios compasivo y clemente, paciente y misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos» (Éxodo 34,6-7).

            Así es como Dios se autodefine. Con cinco adjetivos que subrayan su compasión, clemencia, paciencia, misericordia, fidelidad. Nada de esto tiene que ver con el Dios del terror y del castigo. Y lo que sigue tira por tierra ese falso concepto de justicia divina que «premia a los buenos y castiga a los malos», como si en la balanza divina castigo y perdón estuviesen perfectamente equilibrados. Es cierto que Dios no tolera el mal. Pero su capacidad de perdonar es infinitamente superior a la de castigar. Así lo expresa la imagen de las generaciones. Mientras la misericordia se extiende a mil, el castigo sólo abarca a cuatro (padres, hijos, nietos, bisnietos). No hay que interpretar esto en sentido literal, como si Dios castigase arbitrariamente a los hijos por el pecado de los padres. Lo que subraya el texto es el contraste entre mil y cuatro, entre la inmensa capacidad de amar y la escasa capacidad de castigar. Esta idea la recogen otros pasajes del AT:

            «Tú, Señor, Dios compasivo y piadoso,

            paciente, misericordioso y fiel» (Salmo 86,15).

            «El Señor es compasivo y clemente,

            paciente y misericordioso;

            no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.

            No nos trata como merecen nuestros pecados

            ni nos paga según nuestras culpas;

            como se levanta el cielo sobre la tierra,

            se levanta su bondad sobre sus fieles;

            como dista el oriente del ocaso,

            así aleja de nosotros nuestros delitos;

            como un padres siente cariño por sus hijos,

            siente el Señor cariño por sus fieles» (Salmo 103, 8-14).

            «El Señor es clemente y compasivo,

            paciente y misericordioso;

            El Señor es bueno con todos,

            es cariñoso con todas sus criaturas» (Salmo 145,8-9).

            «Sé que eres un dios compasivo y clemente,

            paciente y misericordioso,

            que se arrepiente de las amenazas» (Jonás 4,2).

            Como consecuencia de lo anterior, Dios se convierte para Moisés en modelo de amor al pueblo: las etapas del desierto han sido momentos de incomprensión mutua, de críticas acervas, de relación a punto de romperse. Ahora, las palabras de Dios mueven a Moisés a interesarse por el pueblo y a demostrarle el mismo amor que Dios le tiene.

El amor de Dios al mundo (Juan 3,16-18)

            Este breve fragmento, tomado del extenso diálogo entre Nicodemo y Jesús, insiste en el tema del amor de Dios llevándolo a sus últimas consecuencias. No se trata solo de que Dios perdone o sea comprensivo con nuestras debilidades y fallos. Su amor es tan grande que nos entrega a su propio Hijo para que nos salvemos y obtengamos la vida eterna. «De tal manera amó Dios al mundo…». La palabra «mundo» puede significar en Juan el conjunto de todo lo malo que se opone a Dios. Pero en este caso se refiere a las personas que lo habitan, a las que Dios ama de una forma casi imposible de imaginar. Dios no pretende condenar, como muchas veces se predica y se piensa, sino salvar, dar la vida. Una vida que consiste, desde ahora, en conocer a Dios como Padre y a su enviado, Jesucristo, y que se prolongará, después de la muerte, en una vida eterna. En estos meses de pandemia, que nos han puesto en contacto frecuente con la muerte, las palabras de Jesús nos sirven de ánimo y consuelo.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Nuestra respuesta: amor con amor se paga (2 Corintios 13,11-13) 

En la primera lectura, Dios se convertía en modelo para Moisés, animándolo al amor y al perdón. En la carta de Pablo a los corintios, Dios se convierte en modelo para los cristianos. La misma unión y acuerdo que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu debe darse entre nosotros, teniendo un mismo sentir, viviendo en paz, animándonos mutuamente, corrigiéndonos en lo necesario, siempre alegres.

Esta lectura ha sido elegida porque menciona juntos (cosa no demasiado frecuente) a Jesucristo, a Dios Padre y al Espíritu Santo. En esas palabras se inspira uno de los posibles saludos iniciales de la misa.

Hermanos: Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.

Conclusión

«Escucha, Israel: el Señor, tu Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser».

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4 de junio de 2023. Domingo de la Solemnidad de la Trinidad. Ciclo A

Domingo, 4 de junio de 2023
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Tanto amó Dios al mundo…”

(Jn 3, 16-18)

Y eso precisamente es lo que celebramos hoy: ¡Qué Dios es Amor AMANDO!

Dios no solo es amor, porque también es AMAR. La Trinidad, lejos de ser una cosa muy complicada de la que es difícil hablar, sencillamente nos muestra que Dios ama. Es amor activo.

El Padre, el Hijo y la Santa Ruah ponen ante nuestros ojos la más bella relación de amor. Y, al mismo tiempo, nos invitan a participar de ella.

Tanto amó Dios al mundo…” ¿Qué puede hacer el amor sino amar?

Descubrir que Dios es amor o mejor, descubrir que Dios te ama personalmente, no te hace la vida más fácil. Tampoco te da respuesta a todas las preguntas. No. Pero le añade una riqueza única. Un plus de sentido.

Aunque una cosa es saberlo y otra experimentarlo. Cuando experimentas que Dios es amor porque te descubres profundamente amada es un punto y aparte.

Es descubrir que cada ser humano, cada persona es Icono de la Trinidad. Porque todas estamos llamadas a ser pura relación de amor.

No, la Trinidad no es un complicado tratado sobre el misterio de Dios lleno de dogmas y extendido en cientos de volúmenes. No. La Trinidad somos tú y yo, somos todas nosotras juntas, la humanidad entera. Recreada. Siempre amada. Divina. En plenitud. La Trinidad es el movimiento de Dios en la humanidad que nos entrelaza haciéndonos hermanas.

Para hablar de la Trinidad no necesitamos palabras complicadas. Ya que la Trinidad, como el Reino, se parece a todo lo humano. Está inmersa en todo lo nuestro.

Parafraseando a Jesús podríamos decir: “La Trinidad se parece a una bella danza en grupo a la que tú estás invitada a participar.”

Oración

Trinidad Santa, damos el don de re-conocerte, de descubrirte presente en nuestra vida. Revélanos la grandeza de sabernos Icono de tu amor en relación.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios ni es 1 ni es 3. Es TODO y, a la vez, no es NADA de lo que es.

Domingo, 4 de junio de 2023
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trinidadTRINIDAD (A)

Jn 3,16-18

Nos ha hecho polvo el empeño griego de explicar racionalmente el evangelio. Del Abba celeste (origen de todo lo que es) no se puede pasar al Padre todopoderoso creador del cielo y de la tierra entendido literalmente.

De Hijo cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre y hacerlo presente allí donde actúa, no se puede pasar al Hijo engendrado no creado.

Del Espíritu que lo invade todo y está en todo, no se puede pasar al sujeto concreto que está por ahí haciendo de las suyas y distribuyendo dones y frutos.

Esto no quiere decir que despreciemos el dogma. El famoso slogan que obsesionó a los teólogos de la Edad Media “fides quaerens intelectum” (la fe buscando ser entendida) ha perdido todo su mordiente. Hoy aceptamos que las verdades de fe no pueden ser demostradas. A lo máximo que podemos aspirar es a descubrir que no son irracionales. Lo que me llevará a una verdadera fe no es el conocimiento sino la vivencia personal e interior. La gran enseñanza de la Trinidad es que solo vivimos si convivimos. Nuestra vida debía ser un espejo que en todo momento reflejara el misterio de la Trinidad.

Debemos estar muy alerta, porque tanto en el AT como en el nuevo podemos encontrar retazos de este falso dios. Jesús experimentó al verdadero Dios, pero fracasó a la hora de hacer ver a sus discípulos su vivencia. En los evangelios encontramos chispazos de esa luz, pero los seguidores de Jesús no pudieron aguantar el profundo cambio que suponía sobre el Dios del AT. Muy pronto se olvidaron esos chispazos y el cristianismo se encontró más a gusto con el Dios del AT que le daba las seguridades que anhelaba.

La Trinidad no es una verdad para creer sino la base de nuestra vivencia cristiana. Una profunda experiencia del mensaje cristiano será siempre una aproximación al misterio Trinitario. Solo después de haber abandonado siglos de vivencia, se hizo necesaria la reflexión teológica sobre el misterio. Los dogmas llegaron como medio de evitar lo que algunos consideraron errores en las formulaciones racionales, pero lo verdaderamente importante fue siempre vivir esa presencia de Dios en el interior de cada cristiano. Solo viviendo la realidad de Dios en nosotros se podrá manifestar luego en el servicio al otro.

Lo más urgente en este momento, para el cristianismo, no es explicar mejor el dogma de la Trinidad, y menos aún, una nueva doctrina sobre Dios Trino. Tal vez nunca ha estado el mundo cristiano mejor preparado para intentar una nueva manera de entender el Dios de Jesús, una nueva espiritualidad que ponga en el centro al Espíritu-Dios, que impregna el cosmos, irrumpe como Vida, aflora en la conciencia de cada persona y se vive en comunidad. Sería, en definitiva, la búsqueda de un encuentro vivo con Dios. No se trata de explicar la esencia de la luz, sino de abrir los ojos para ver.

Nadie se podrá encontrar con el Hijo o con el Padre o con el Espíritu Santo. Nuestra relación será siempre con el TODO que nos identifica con Él. Debemos tomar conciencia de que cuando hablamos de cualquiera de las tres personas, estamos hablando de Dios. En teología, se llama “apropiación” (¿indebida?) esta manera impropia de asignar acciones distintas a cada persona. Ni el Padre ha creado, ni el Hijo separado ha venido a salvarnos, ni el Espíritu Santo actúa por su cuenta. Todo es obra de Dios sin hacer nada.

Nada de lo que pensamos o decimos sobre Dios es adecuado. Cualquier definición o cualquier calificativo que atribuyamos a Dios es incorrecto. Lo que creemos saber racionalmente de Dios es un estorbo para vivir su presencia vivificadora en nosotros. Mucho más si creemos que solo nuestro dios es verdadero. Incluso los ateos pueden estar más cerca del verdadero Dios que los muy creyentes. Ellos por lo menos rechazan la creencia en el ídolo que nosotros nos empeñamos en mantener a toda costa.

Los creyentes no solemos ir más allá de unas ideas (ídolos) que hemos fabricado a nuestra medida. Callar sobre Dios es siempre más exacto que hablar. Dicen los orientales: “Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate”. Las primeras líneas del “Tao” rezan: El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao; el nombre que se le puede dar, no es su verdadero nombre. Teniendo esto en cuenta, podemos hablar de Dios sin ninguna limitación, pero con la conciencia de que toda palabra es inadecuada.

De la misma manera, siempre que aplicamos a Dios contenidos verbales, aunque sean los de “ama”, “perdonó”, “salvará”, estamos radicalmente equivocados, porque en Dios los verbos no pueden conjugarse. Dios no tiene tiempos ni modos. Dios no tiene “acciones”. Dios, todo lo que hace lo es. Si ama, es amor. Pero al decir que es amor, nos equivocamos también, porque le aplicamos el concepto de amor humano que no se puede aplicar Dios. En Dios, el AMOR es algo completamente distinto.

Es un amor que no podemos comprender, aunque sí experimentar. Los primeros cristianos emplearon siete palabras diferentes para hablar del amor. Al amor que es Dios lo llamaron ágape. No se trata de una relación entre sujeto y objeto sino en la identificación de ambos. En el amor humano hay un sujeto que ama, un objeto amado y el amor. Ese amor no se puede aplicar a Dios porque no hay nada fuera de Él. El amor es su esencia, no una cualidad como en nosotros; no puede no amar, dejaría de ser.

Vivir la experiencia de la Trinidad, sería convivir. Sería experimentarlo: 1) Como Dios, ser absoluto. 2) Como Dios a nuestro lado presente en el otro. 3) Como Dios en el interior de nosotros mismos, fundamento de nuestro ser. En cada uno de nosotros se está reflejando la Trinidad. Si descubrimos a Dios en nosotros, identificado con nuestro propio ser, descubriremos a Dios con nosotros en los demás. Descubrimos también a Dios que nos trasciende y en esa trascendencia completamos la imagen de Dios.

Hoy no tiene ningún sentido la disyuntiva entre creer en Dios o no creer. Todos tenemos nuestro Dios o dioses. Hoy la disyuntiva es creer en el Dios de Jesús o creer en un ídolo. La mayoría de los cristianos no vamos más allá del ídolo que nos hemos fabricado a través de los siglos. Lo que rechazan los ateos, es nuestra idea de Dios que no supera un teísmo interesado y miope. Después de darle muchas vueltas a tema, he llegado a la conclusión de que es más perjudicial para el ser humano el teísmo que el ateísmo.

La verdad es que no hemos hecho mucho caso al Dios revelado por Jesús. Su Dios es amor y solo amor. Aunque condicionado por la idea de Dios del AT, dio un salto en el vacío y nos llevó al Abba insondable. La mejor noticia que podía recibir un ser humano es que Dios no puede apartarle de su amor. Esta es la verdadera salvación que tenemos que apropiarnos. Es también el fundamento de nuestra confianza en Dios.

Más allá de la Trinidad

De Dios no podemos decir nada porque nada podemos pensar sobre Él

Pretender llegar a Dios por vía intelectual o racional o conceptual es absurdo

El único conocimiento de Dios posible es el vivencial, místico

Pero esa vivencia no se puede meter en palabras y conceptos

Eckhart hace una profunda, aunque sutil diferencia entre Dios y Deidad

Dios sería lo que percibimos de Dios en las criaturas, el Dios que puede ser nombrado

Las criaturas nos hablan de Dios, pero no pueden hablar de la Deidad

Deidad sería lo que trasciende y nada puede verse de ella porque es pura unidad

No se puede relacionar con nada porque no hay nada fuera de ella

En la divinidad todo es uno y todo se identifica con ella

El ser humano puede relacionarse con Dios como presente en su creación

Pero con la Divinidad no hay relación posible sino solo identidad total

La Trinidad es una representación que nos hacemos de Dios

Pero esa representación no puede afectar a la Divinidad porque es simplicidad absoluta

La Trinidad es Dios captado por el hombre y comprendido a su manera

La Deidad es Dios sacado de los límites de toda manipulación humana

Mientras tratemos con Dios podemos permanecer siendo nosotros mismos

Si me sumerjo en la Divinidad, no quedará nada de mí, me confundiré con ella

Al relacionarse con Dios, el hombre busca sus propios intereses

Si se relaciona con la Deidad, camina hacia la disolución total y desaparición del yo

No solo debe renunciar a todo lo externo a él sino renunciar a sí mismo

La pura Nada de Dios y el absoluto vacío del hombre se identifican

Cualquier palabra pronunciada te descentrará de la UNIDAD y te volverá a tu yo

La Deidad es nada y vacío, para alcanzarla tienes que vaciarte totalmente

Nada expresa la imposibilidad absoluta de identificar a la Deidad con nada

Hay que dejar de ser para llegar a ser uno con el ser absoluto

Ese vaciamiento exige incluso vaciarse de Dios (el dios pensado y visto desde fuera)

Ahora entenderéis la frase: pido a Dios que me libre de Dios

Esa nada absoluta de la Divinidad y del hombre está fuera del tiempo y el espacio

Solo se puede dar en el aquí y ahora eternos, es decir, en la eternidad presente

Por eso la encarnación no pudo darse en un único ser y un tiempo determinado

Dios es encarnación y se está encarnando siempre en todos y en todo

Todo ser humano puede vivir esa experiencia de encarnación en él mismo

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Teología evangélica.

Domingo, 4 de junio de 2023
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Trinidad

Jn 3, 16-18

«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único»

A todo aquel que conoce el estilo de Jesús, sus parábolas que nos hablan del Padre, su apelativo de Abbá… la lectura del dogma de la santísima Trinidad le desconcierta y quizá le lleve a preguntarse: ¿Quién se ha atrevido cambiar el estilo de Jesús? ¿Quién ha tenido la osadía de poner en lo más alto de la fe una formulación metafísica basada en filosofías aristotélicas que ni nos interpela ni nos ayuda a vivir? ¿Cuándo vamos a asumir que nuestra mente no puede vislumbrar siquiera la esencia de Dios, ni nuestra propia esencia, ni puede darnos a conocer mínimamente nuestro destino?…

Pero todo tiene su explicación. Las comunidades joaneas habían puesto en circulación dos dioses, el Padre y el Hijo, y era necesario aclarar las cosas para no desconcertar a los creyentes con raíces monoteístas. Pero en lugar de zanjar la cuestión apelando a la incapacidad de nuestra mente para acceder a la naturaleza de Dios, o recurrir al evangelio en busca de respuestas, lo obispos reunidos en Nicea decidieron tomar el camino de la formulación dogmática que cortase de raíz la controversia. Y con todo respeto a la multitud de personas que consideran este dogma un pilar básico de su fe, creemos que ése no era el camino (aunque dios nos libre de juzgar la decisión de aquellos obispos en aquellos tiempos y aquellas circunstancias).

Si queremos conocer a Dios, el punto de partida es siempre Jesús, porque el quicio fundamental de quienes nos llamamos cristianos es creer en Jesús visibilidad de Dios sin poner en duda su humanidad. Jesús es la “Palabra” que nos señala el camino. Y cuando le oímos hablar de Dios, nos quedamos asombrados porque no menciona ninguna de las cualidades maravillosas que siempre le habíamos atribuido, sino que nos habla de Abbá; el “Padre” que sale cada atardecer a esperar a su hijo perdido.

Y cuando le vemos dedicar su vida a enseñar y curar sin descanso, o rodeado de multitudes que le siguen fascinadas, o escuchamos sus criterios poderosos de vida, o le vemos capaz de llegar hasta las últimas consecuencias por fidelidad a su misión… creemos que en él sopla un viento irresistible, el “Viento de Dios”; el Espíritu de Dios que actúa en cada uno de nosotros y que en él soplaba como un huracán.

Y así, mirando a Jesús, vemos que Dios es el Padre con quien podemos contar, la Palabra que nos guía por la vida y el Viento que nos ayuda a caminar; Padre, Palabra y Viento. Dios se comunica con nosotros, actúa en nosotros y es nuestro Padre. Y esto significa que Dios no es un arcano misterioso, sino un sembrador que esparce la semilla de la Palabra continuamente y nos alienta en nuestro caminar por la vida.

Y esto es magnífico, porque si lo despojamos de su formulación metafísica y lo vemos a la luz del evangelio, ese dogma incomprensible que creíamos que no nos interesaba nada, se convierte en algo importante para nosotros, porque encierra un conocimiento de Dios que señala nuestro destino, orienta nuestra vida, nos permite caminar por ella sin tropiezo y es fuente de seguridad y estímulo.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Un presente preñado de eternidad.

Domingo, 4 de junio de 2023
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trinidad-misericordiosaJn 3, 16-18

Si la experiencia pudiera acercarnos a una forma de hablar de Dios, tal vez podríamos acercarnos con el término “amor”. Sí, en ello concuerdan la mayoría de las religiones y confesiones, y en el ámbito cristiano este amor infinito de Dios queda descrito con palabras como reciprocidad, relación, comunicación y cercanía.

Según el relato de Juan 3,16-18, este amor se consolida como la entrega del Hijo unigénito. Podemos preguntarnos contemplando esta entrega, de manera similar a como lo han hecho los creyentes a lo largo de todos los siglos cristianos, qué significa esta entrega y el porqué o el para qué de ello. Se han dado diversas respuestas a estas preguntas: para que esté con nosotros, para que su presencia nos cure, para ofrecernos la paz… Por su parte, la respuesta del texto de Juan 3,16-18 nos devuelve estas preguntas a las entrañas de la vida misma: para que todos tengamos vida eterna. Se trata de un tipo especial de vida. Una vida caracterizada por la no temporalidad, o la eternidad, que depende directamente de una relación recíproca entre el don y la fe, del creer. No se trata de un juicio: “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo” (Jn 3,17a), se trata de la salvación (Jn 3,17b), y esta salvación salta también la línea temporal que delimita pasado, presente y futuro, porque “el que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado”. El presente de la fe es el que determina la eternidad. Quien “ahora” cree no “será” juzgado; y el que no cree “ahora” ya “está” juzgado. Está claro: solo disponemos del presente y ese presente es colmado de eternidad por la apertura de la fe incondicional. Y ahí radica la eternidad: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Formamos parte de esta dinámica del Padre con su unigénito al participar de la Vida; vida regalada con el aliento de Dios, de su espíritu que realiza en nosotros este amor y entrega recíprocas.

Hoy celebramos la fiesta de la Trinidad. La fiesta de este amor infinito de Dios a su creación; es también la fiesta de la eternidad que se abre a quienes se trascienden por la fe y a quienes ya no dependen de ningún juicio. Es una eternidad de libertad, porque el juicio ya no pesa sobre quienes creen (Rm 3,19; 25-26). Es una eternidad de sobreabundancia de amor (“Tanto amó Dios al mundo”). Celebramos entonces un presente preñado de eternidad.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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Fiesta de la Trinidad: La trinidad como símbolo.

Domingo, 4 de junio de 2023
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Relacion-500x500Fiesta de la Trinidad

4 junio 2023

Jn 3, 16-18

No parece casual que dos grandes religiones, tan distintas como distantes, hablen de Dios en clave trinitaria. La Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en el cristianismo, y el Trimurti (Brahma, Visnú y Shiva) en el hinduismo -más allá del perfil propio de cada una de esas religiones- parecen responder a una misma intuición y orientar en la misma dirección: la divinidad es relación; lo que es, el fondo último de la realidad es relacionalidad.

El problema surge cuando la intuición se objetiva y, en cierto sentido, se cosifica. Porque, al hacerlo, aunque sea de manera inconsciente, se convierte a dios en un objeto a la medida de nuestra mente.

El motivo no es difícil de explicar: dado nuestro carácter “personal”, nos vemos inclinados a “personalizar” lo divino, haciendo de ello un “Tú” a nuestra imagen y en quien depositar la confianza y la seguridad.

Nos cuesta más permanecer en silencio ante el Misterio. Y más todavía, reconocer que ese Misterio constituye nuestra identidad última. Se trata, para quien se sienta motivado a ello, de recorrer el camino que va de la creencia a la comprensión experiencial de lo que somos. Cuando esto se da, no hay ninguna dificultad en seguir expresándose a través de símbolos, pero sin caer en la trampa de objetivarlos.

Lo que somos, en nuestra verdad profunda, es relación. Lo cual es otro modo de decir que lo real es uno, que la realidad es no-dual: todo lo que percibimos -nosotros incluidos- somos “formas” íntima e inextricablemente interrelacionadas, precisamente porque no hay nada separado de nada, en el “Fondo” común y único que compartimos: ese Fondo, al que las religiones han llamado “Dios” y acerca del cual han intentado balbucear a través de símbolos.

¿Soy consciente de la trampa de objetivar la divinidad?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Ya quisiéramos tener ateos como Dios manda

Domingo, 4 de junio de 2023
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hijo-prodigo-detalleDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. –  A Dios nadie le ha visto.

    A veces hablamos de Dios como si tuviésemos su teléfono móvil o nos concediera una entrevista diaria.

    Sin embargo, el mismo Jesús dijo: a Dios nadie le ha visto, (1Jn 1,18 – 1Jn 4,12).

    Todas las imágenes, palabras, lenguajes sobre Dios son muy limitados, son aproximaciones, nostalgias de Dios, porque Dios no cabe en nuestras fórmulas, en nuestro pensamiento.

    Nosotros vivimos a la orilla de la infinitud de Dios, pero es un océano inmenso que no cabe en nuestra limitada y pobre mente.

    Sin embargo tenemos, sentimos necesidad de Dios. Señor, eres Aquel sin el cual yo no puedo ser. Podré vegetar, pero no podré ser persona sin Ti. Dios es Aquel desde el cual, yo puedo ser.

    Nuestra fe en Dios es un acto intelectualmente oscuro, pero existencialmente abierto a Él, siempre oteando el horizonte.

02.- Dios en sí mismo y Dios hacia nosotros.

Rahner hizo aquella distinción acerca de nuestra comprensión de Dios, que puede darnos un poco de luz.

    Por una parte “Dios, la Trinidad inmanente” (Dios en sí) y, por otra,  “Dios, la Trinidad económica”.

  • De lo que “Dios sea en sí mismo” (Trinidad inmanente) no sabemos ni palabra. El silencio y la contemplación serían el mejor lenguaje para “acercarnos” a “Dios en sí”.
  • Ahora bien, lo que sí sabemos es lo que Dios ha hecho por nosotros (Trinidad económica): y lo que Dios ha hecho por nosotros es darnos vida amarnos y salvarnos. Dios es amor, (1Jn 4,8).

Lo malo de la teología es que ha discurrido casi exclusivamente por la abstracción y no ha tenido en cuenta la historia de la salvación: Dios entra en nuestra historia para crearnos y salvarnos.

Dios es salvación para el ser humano.

03.- La profundidad de la vida.

Pensando y orando decía el teólogo alemán Paul Tillich (1896-1965) que Dios es la profundidad de la vida.

El nombre de esta profundidad infinita e inagotable y el fondo de todo ser es Dios. Esta profundidad es lo que significa la palabra Dios. Y si esta palabra carece de suficiente significación para vosotros, traducidla y hablad entonces de las profundidades de vuestra vida, de la fuente de vuestro ser, de vuestro interés último, de lo que os tomáis seriamente, sin reserva alguna. Para lograrlo, quizá tendréis que olvidar todo lo que de tradicional hayáis aprendido acerca de Dios, quizás incluso esta misma palabra. Pero si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o incrédulos. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudierais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. Quien sabe algo acerca de la profundidad, sabe algo acerca de Dios.[1]

No confundamos las cosas sofisticadas con las cosas profundas. Profundizar es esforzarse por buscar la verdad, no quedarse en las mediaciones tan cómodas como superficiales.

Profundizar es amar la libertad, la justicia, la paz, el arte, el pensamiento, la filosofía, la Palabra, la Vida. La profundidad de la razón es una punta de flecha que dirige la mirada más allá de sí misma hacia aquello que fundamenta su ser: a Dios.

Hay personas que viven siempre en la cresta de la ola, en una inmensa superficialidad, añadiendo capas y más capas de superficialidad a la vida. Lo más profundo que tienen es la camisa, el clerygman, la sotana o el uniforme que llevan.

Hay personas que viven entre cosas serias y profundas y son unos perfectos superficiales. Por contraposición, muchas gentes sencillas, rurales, amas de casa y obreros viven la existencia en profundidad.

Lo opuesto a la superficialidad es la profundidad como actitud vital y camino espiritual.

La verdad es profunda y no superficial. [2]

Solemos pensar que hoy en día el ateísmo ha invadido la sociedad. Sin embargo lo que abunda no es el ateísmo, sino la superficialidad. El pensamiento científico, los estilos de vida, la misma predicación eclesiástica ha perdido referencia a la profundidad y “añadimos capas y más capas de superficialidad”. La modernidad y, ya, la post.modernidad,  vive únicamente de la razón técnica, que es un magnífico instrumento, pero “no toca” las cuestiones de la profundidad de la existencia.

Hoy en día ateo no es quien no cree en Dios, sino el superficial, el frívolo y trivial.

En gran medida nuestra vida transcurre en la superficialidad. Vivimos en un aturdimiento de bagatelas y dispersión que no nos permiten escuchar la voz de la profundidad de la existencia.

Hoy en día ateo no es quien no cree en Dios, sino el superficial, el frívolo y trivial.

Uno se encuentra a sí mismo en la profundidad.

Gente sencilla, poetas, obreros, campesinos, filósofos, místicos han pensado y recorren caminos hacia la hondura de la vida. Siempre hay un nivel mayor de profundidad, porque la profundidad es Dios:

04.- Dios se expresa en Jesús.

    Nuestro Dios es el Dios del Señor JesuCristo.

Lo que Jesús nos transmite de Dios, es que es Padre, su y nuestro Padre, que nos ama a todos: Dios es amor. El Dios de Jesús es el amor mismo.

    El amor no necesita muchas explicaciones, ni religiones, ni ideología, ni pasaportes. Para entender por qué una madre quiere a su pequeño, o para comprender por qué dos jóvenes se aman, no hacen falta mucha filosofía ni teología.

La incomprensibilidad de Dios se comprende en el amor. Donde hay amor, allí está Dios y se nos hace presente. Donde hay caridad y amor, allí esta Dios (Ubi caritas et amor, Deus ibi est)

    Dios se nos acerca en JesuCristo no tanto para “hablarnos” sino para querernos y salvarnos. La palabra de Dios es amor y salvación.

    En tiempos de inquisiciones dogmáticas e intransigencias fanáticas, en medio de nuestras noches oscuras de la fe, basta que pensemos y disfrutemos que Dios nos quiere y nos salva.

Dios es una nostalgia infinita de amor y salvación.

[1] TILLICH, P. Se conmueven los cimientos de la tierra, 95.

[2] TILLICH, P. Se conmueven los Cimientos de la Tierra, 90.

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