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Archivo para Domingo, 14 de junio de 2020

Hacia un idolatría de la Eucaristía.

Domingo, 14 de junio de 2020
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Del desaparecido blog À Corps… À Coeur:

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[…] El mismo Cristo  debe asfixiarse en nuestros ostensorios de oro, en nuestros cálices incomparables, en nuestros copones incrustados de joyas, Él quiso sólo la paja del Pesebre o la madera de la cruz. El culto exagerado de la Eucaristía tiende a hacer de nuestras iglesias templos paganos.

Louis Evely
*

Condúceme de lo irreal a lo real, condúceme de las tinieblas a la luz, condúceme de la muerte a la inmortalidad.

Brihadaranyaka Upanishad
*

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Una liturgia sin compromiso místico

Los faraones de Egipto han sido divinizados y los monumentos no dejan de representar su investidura divina. Cuando, más tarde, Alejandro el Grande conquistó Egipto, no creyó que pudiera asegurar su dominación sobre las colonias sin hacerse reconocer como Dios. Del mismo modo los emperadores romanos, para consolidar la unidad de su imperio, aceptaron, luego finalmente impusieron, esta divinización de Roma y de su persona.

Pero esta divinización del faraón provocaba también, casi necesariamente, la “faraonización” de dios. Había una simbiosis, una suerte de comunidad de vida en la que las reacciones eran recíprocas y, finalmente, la imagen de la divinidad se amoldaba a la del faraón divinizado.

¿Hasta qué punto esta situación ha sido reproducida a lo largo de los siglos, incluso en el pensamiento de Israel? ¿En qué medida nuestra liturgia no guarda vestigios de este intercambio ambiguo entre la realeza terrestre y la realeza divina? ¿Hasta qué punto incluso el concepto de la realeza divina no es simplemente una emanación de la realeza humana?

¿En qué medida, en Bizancio, la liturgia de Palacio y la liturgia de Santa Sofía no coincidían en una misma imagen, donde la realeza divina y la realeza humana se confundían de nuevo?

Y en qué medida nuestra liturgia no es todavía una supervivencia de las liturgias reales que no comprometennunca el fondo del alma? ¿No podemos pensar, a veces, que en nuestra misma liturgia, se trata de rendir homenaje a un soberano, de procesiónar alrededor de su altar, de erigirle un santuario dedicado a él, y una vez hecho esto, queda con Dios, todo esto que puede realizarse y celebrar sin ninguna especie de compromiso místico?

Algo extremadamente peligroso

Es evidente que, si el hombre de la calle es tan a menudo completamente extraño a lo que pasa en nuestras iglesias, es porque no pasa allí ningún acontecimiento susceptible de tocarlo aunque sea un poco. El no se siente allí de ninguna manera alcanzado y concernido a lo más íntimo de él mismo.

Hay una religión aparente que  no asume compromiso profundo. Esto es extremadamente grave, y podemos preguntarnos hasta qué punto esto no es a causa de la Eucaristía que llegamos a una confusión tan radical sobre la esencia misma del mensaje de Jesús.

Una especie de materialismo religioso, el peor de todos; puede trágicamente establecerse alrededor de la Eucaristía; tenemos un catalizador de paladio, un pararrayos celeste, sobre la casa, podemos dormir tranquilo, Dios está allí en su cajita y lo tenemos constantemente a nuestra disposición.

¿Nos hemos cuestionado suficientemente sobre  el valor de nuestras comuniones? ¿sobre ell valor de esos niños? ¿Qué producen? ¿Qué cambian?

En las comuniones sin compromiso, donde se cuenta con el opus operatum (un efecto producido infaliblemente por el hecho de que se recibe el sacramento), en las comuniones donde mecánicamente se debe ser santificado porque se abrió la boca o se tendió la mano para recibir la hostia: hay allí algo extremadamente peligroso porque no se ve en absoluto toda la exigencia que está en la base de una conversión verdadera, y que supone a un nuevo nacimiento; no vemosen absoluto la exigencia de la comunión que implica esta transformación radical donde se pasa del mí posesivo al mi oblativo. ¿ Incluso, cuántos sacerdotes  que celebran la misa cada día todavía puede, quizá, estar todavía allí?

Resituar la Eucaristía en la perspectiva evangélica

Debemos pues resituar la Eucaristía, hay que situarla allí dónde la vida de la Iglesia debe encontrar su unidad, hay que situarla en su sitio, es decir en la perspectiva evangélica que se nos impone en los últimos encuentros del Señor con sus discípulos.

La última consigna que resuena en todas las páginas delrelato joánico, es que os améis unos a otros como yo os he amado. Y esta consigna es también el criterio que hace reconocer a los discípulos de Jesús: ” en esto os reconocerán que sois mis discípulos, si os amais los unos a los otros.

Y para dar una lección a sus discípulos, Jesús les lavó los pies. “Esto es lo que es amar a tu prójimo: lo que he hecho es para que hagáis vosotros lo mismo los unos a los otros.

Por extraño que pueda parecer, la Eucaristía parece haber desaparecido, ni siquiera se nombra en este lugar, ¿por qué? Debido a que está implícita en esta mandato (lavatorio de los pies). Está implícitamente contenida en el mandato y en la consigna final del Señor: “Amaos los unos a los otros”, ya que es exactamente la misma cosa.

“Os conviene que yo me vaya “

Recordemos las trágicas palabras de Jesús en el discurso después de la Última Cena: “Es bueno que yo me vaya porque, si no me voy, el Paráclito, el Espíritu Santo, no vendrá a a vosotros”. ¿Cómo no ver en estas palabras la confesión de un fracaso? Jesús nunca convirtió a nadie … ¡a nadie! Ni la muchedumbre, ni los sacerdotes, ni las autoridades, ni Herodes ni sus discípulos, ni incluso el discípulo amado que se dormirá como los otros enseguida en el Jardín de la Agonía: no ha convertido a nadie.

Y la llamada suprema que lesdirige  a sus discípulos en el lavamiento de los pies se quedará sin eco: no comprenden que el reino de Dios está dentro de ellos mismos.

No comprenderán que es para hacer nacer este reino interior que Jesús se arrodilla delante de ellos para lavarles los pies, y no comprenden  que es para arrancar la piedra de nuestros corazones que Jesús muere sobre la cruz. Y la última pregunta que le harán a Jesús justo antes de la Ascensión será significativa de estatotal  incomprensión.

¡La humanidad de Jesús debe pues desaparecer! Y es sólo en lo invisible, en el fuego del Pentecostes, como encontrarán a su Maestro como una presencia interior, no lo verán en lo sucesivo ya más delante de ellos sino dentro de ellos, y es en aquel momento cuando lo reconocerán. ¿Podemos desde entonces imaginar un solo instante que Nuestro Señor nos haya dado la Eucaristía para que refabriquemos con este sacramento un culto idolátrico, para que pudiéramos poseerlo allí, al alcance de nuestra mano, encerrándole en una caja para que nos pertenezca? ¿ Podemos concebir un materialismo igual por parte del Señor? ¿Cómo podemos imaginar que les hubiera robado su presencia visible a los Apóstoles para restituirnos en la hostia un foco de idolatría, como si pudiéramos disponer de Dios como el resultado de un objeto? Es absolutamente imposible, es exactamente lo contrario que sucede cuando Jesús nos da la Eucaristía.

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Maurice Zundel

La Rochette, 1963

(Fuente)

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En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:

“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”

Disputaban los judíos entre sí:

“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Entonces Jesús les dijo:

– “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.”

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Juan 6,51-58

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“Cada domingo”. 14 de junio de 2020. Cuerpo y Sangre de Cristo. Juan 6, 51-58.

Domingo, 14 de junio de 2020
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corpuschristiPara celebrar la eucaristía dominical no basta con seguir las normas prescritas o pronunciar las palabras obligadas. No basta tampoco cantar, santiguarnos o darnos la paz en el momento adecuado. Es muy fácil asistir a misa y no celebrar nada en el corazón; oír las lecturas correspondientes y no escuchar la voz de Dios; comulgar piadosamente sin comulgar con Cristo; darnos la paz sin reconciliarnos con nadie. ¿Cómo vivir la misa del domingo como una experiencia que renueve y fortalezca nuestra fe?

Para empezar, hemos de escuchar con atención y alegría la Palabra de Dios, y en concreto el evangelio de Jesús. Durante la semana hemos visto la televisión, hemos escuchado la radio y hemos leído la prensa. Vivimos aturdidos por toda clase de mensajes, voces, noticias, información y publicidad. Necesitamos escuchar otra voz diferente que nos cure por dentro.

Es un respiro escuchar las palabras directas y sencillas de Jesús. Traen verdad a nuestra vida. Nos liberan de engaños, miedos y egoísmos que nos hacen daño. Nos enseñan a vivir con más sencillez y dignidad, con más sentido y esperanza. Es una suerte hacer el recorrido de la vida guiados cada domingo por la luz del evangelio.

La plegaria eucarística constituye el momento central. No nos podemos distraer. «Levantamos el corazón» para dar gracias a Dios. Es bueno, es justo y necesario agradecer a Dios por la vida, por la creación entera y por el regalo que es Jesucristo. La vida no es solo trabajo, esfuerzo y agitación. Es también celebración, acción de gracias y alabanza a Dios. Es bueno reunirnos cada domingo para sentir la vida como regalo y dar gracias al Creador.

La comunión con Cristo es decisiva. Es el momento de acoger a Jesús en nuestra vida para experimentarlo en nosotros, identificarnos con él y dejarnos trabajar, consolar y fortalecer por su Espíritu. Todo esto no lo vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo. Cantamos juntos el Padrenuestro sintiéndonos hermanos de todos. Le pedimos que a nadie le falte el pan ni el perdón. Nos damos la paz y la buscamos para todos.

José Antonio Pagola

 

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“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Domingo 14 de junio de 2020. Cuerpo y Sangre de Cristo.

Domingo, 14 de junio de 2020
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34-CorpuschristiALeído en Koinonia:

Deuteronomio 8,2-3.14b-16a: Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres
Salmo responsorial: 147:
Glorifica al Señor, Jerusalén.
1Corintios 10,16-17:
El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo
Juan 6,51-58:
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida

El Deuteronomio pone en boca de Moisés tres grandes y solemnes discursos ante el pueblo, antes de entrar en la tierra prometida. Algunos han catalogado el Deuteronomio como el “testamento de Moisés”, refiriéndose a sus últimas palabras, llenas de unción y de una honda espiritualidad. Moisés hace memoria del pasado, para dar sentido al hoy de cada generación. La primera palabra de nuestro texto es “recuerda”. Recordar, hacer memoria, conectar con el pasado glorioso, es parte de la historia de fe, o de la salvación. Dios no sólo ha irrumpido en un momento dado en la historia de este pueblo, sino que ha estado presente en todos los momentos alegres y tristes. Nunca le ha abandonado. Más aún las pruebas sufridas en el desierto, fueron necesarias para madurar, para confiar, para vivir exclusivamente de Yahvé, sin apoyos humanos. El desierto es símbolo de la fe pura. El hambre, necesidad básica y urgente se convirtió en prueba para medir la fe-confianza en el Dios que sacia plenamente. Más tarde en una sociedad próspera y consumista el pueblo se olvidó de Yahveh. Fue entonces cuando estos discursos de Moisés adquirieron plena actualidad. Se les recuerda que: “no sólo de pan vive el ser humano sino de cuanto sale de la boca de Dios“. Desde esta perspectiva el ayuno adquiere su sentido profundo. Recuérdese que Mateo retomará este verso para enfrentar las tentaciones de Jesús. En la fiesta de hoy proclamamos a Jesús, Pan de vida, ante las hambres de nuestros desiertos. El es el verdadero maná que Dios da a la humanidad. Todos los demás panes (el dinero, el sexo, el consumismo, la fama, el poder…) no logran saciar plenamente las ansias de hambre del corazón humano, más aún dejan un hambre mayor… Viene entonces Jesús con su palabra y sus gestos, con su propuesta de Reino y Alianza y hace posible un mundo lleno de posibilidades en donde todo se comparte y nadie pasa necesidad.

Pablo orienta a una comunidad de los peligros de división. Aprovecha el contexto comunitario de la Eucaristía para hacer algunas aplicaciones prácticas a este respecto. La palabra clave es: el Cáliz, el Pan… ¿no nos “une” a todos, en la sangre, en el cuerpo de Cristo?. El tema es: La unión de todos en el cuerpo y la sangre de Cristo. De este modo revela el grave compromiso de unidad (común – unión) entre todos. Beber el Cáliz, comer el Pan…expresan el hondo sentido de una fe comprometida por la unidad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, la entrega, a los hermanos en Cristo. Si esto no está claro, nuestras Eucaristías están vacías de sentido, o son un mero rito religioso intimista, muy lejos de lo que lo que Pablo quiso inculcar a su comunidad. Acto seguido el Apóstol de los gentiles remacha el tema con la comparación “el Pan es uno… nosotros somos muchos”… para concluir que al comulgar “formamos un solo cuerpo”. La unidad en la universalidad, es un tema de gran actualidad. Pero también “el cuerpo” expresa la dimensión sacramental de la Iglesia que en la diversidad de razas y culturas visibiliza al Cristo total.

El capítulo 6 del evangelio según San Juan está consagrado al llamado “discurso eucarístico”. Los versos del 51-59 revelan una unidad en la expresión: “vivirá para siempre“, con la que comienza y termina nuestro texto. Jesús mediante una fórmula de auto revelación se declara: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo“. Los judíos no entendían. Sucede lo mismo en nuestros días. Sin fe es imposible entender este gran misterio. Aunque lo explique el mismo Jesús, sin fe es imposible captar el sentido que encierran estas palabras y su alcance en la vida. Partiendo entonces de la fe, podemos afirmar con propiedad que Jesús es el Pan de Vida. Es decir, es aquel que ha venido, no de este mundo limitado e insaciable, sino de arriba, de Dios, para saciar definitivamente las hambrunas enraizadas en el corazón humano. Las profundas insatisfacciones, que son muchas, el cansancio de la vida, el sin sentido, los anhelos del corazón… encuentran en este Pan de vida un remedio saludable. La terrible soledad se transforma en habitación de comunión de vida. El creyente ya no vive para sí, es un consagrado, un poseído por una presencia transformadora que le eterniza y da pleno sentido a su existencia. Un dato interesante de este Evangelio es la relación que hace de esta comida (única y sin precedentes), con el sacrificio de Jesús: se trata de comer su cuerpo, beber su sangre. Al comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo el creyente no solo recibe, se identifica, se une a… sino que es capacitado para dar, ofrecer, entregar una vida digna… a semejanza de aquel a quien comulga.

 Mi Cuerpo es Comida

Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.

Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida,

El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.

Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.

(Pedro CASALDÁLIGA)

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 058 de la serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/), de los hermanos LÓPEZ VIGIL, titulado «El gemido del viento». Leer más…

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Pikaza

Domingo, 14 de junio de 2020
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Del blog de Xabier Pikaza:

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Una día del Corpus a medias. Ciclo A.

Domingo, 14 de junio de 2020
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corpus-christiDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj: 

Este año 2020, la pandemia del coronavirus provocará que el día del Corpus falte en muchas ciudades y pueblos lo más típico de esta fiesta: la procesión solemne por las calles. Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.

            Sin embargo, las lecturas del ciclo A parecen adaptarse al coronavirus y carecen de ese aspecto alegre y festivo. Lo que pretenden es enseñarnos el valor de la eucaristía y su repercusión en nuestra vida.

El maná, un triste alimento de tiempo de crisis (Deuteronomio 8,2-3.14b-16a

            En el Antiguo Testamento hay dos tradiciones principales sobre el maná. La primera (Éxodo 16) lo presenta como un alimento que baja del cielo cada día (menos el sábado, para respetar el día de descanso), con sabor a galletas de miel, que toda la gente recoge por igual, sin que a nadie le falte o le sobre, tan sorprendente que se deben conservar dos litros en una jarra dentro del Arca de la Alianza. En esta línea, un salmo lo llamará «pan de ángeles».

            Pero hay otra tradición muy distinta, nada milagrosa (Números 11,4-9), en la que el maná se parece a una semilla que hay que recoger, moler y cocer, y al final tiene un sabor más prosaico: pan de aceite. Al cabo de poco tiempo, la gente comenta: «Se nos quita el apetito de no ver más que el maná» (Nm 11,6).

            El texto del Deuteronomio elegido para la primera lectura ocupa un puesto intermedio entre estas dos tradiciones: el maná es un don de Dios, un alimento «que no conocieron vuestros padres»; pero es un alimento de tiempo de crisis, cuando se recorre «un desierto inmenso y terrible, lleno de serpientes y alacranes, un sequedal sin una gota de agua». Si el texto del Dt se leyera completo, advertiríamos el contraste entre el maná y los alimentos que se encontrarán en la tierra prometida, «tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares y de miel, tierra en que no comerás tasado el pan, en la que no carecerás de nada» (Dt 8,8-9).

Moisés habló al pueblo, diciendo:

El camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»

            Ya que la catequesis bíblica ha insistido en la idea milagrosa del maná, conviene tener presente esta otra para comprender el contraste con el pan de vida que ofrece Jesús.

Sobrevivir y vivir eternamente (Juan 6,51-58)

            A principios de junio de 2020 se calculan en unos 400.000 los muertos por la covid-19. En este contexto es fácil sintonizar con el evangelio de la fiesta del Corpus. Comienza y termina con las mismas palabras: «El que coma de este pan vivirá para siempre». Y en medio: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día».

            Mucha gente acepta la muerte con resignación o fatalismo. Otros se rebelan contra ella. El cuarto evangelio es de los que se rebelan. Comienza afirmando que en la Palabra de Dios «había vida». Y ha venido al mundo para que nosotros participemos de esa vida eterna.

            El texto que leemos hoy está tomado del largo discurso tenido por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Relacionándolo con la primera lectura, advertimos el contraste entre “supervivencia” y “vida eterna”. El maná es un alimento de pura supervivencia, no garantiza la inmortalidad, como subraya Jesús: «vuestros padres lo comieron y murieron». En cambio, el alimento que da Jesús, su cuerpo y su sangre, sí garantiza la vida eterna: «yo lo resucitaré en el último día».

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:

―Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Disputaban los judíos entre sí:

―¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Entonces Jesús les dijo:

―Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.

            En una lectura precipitada, parece que esta última parte del discurso no ofrece ninguna novedad, que se limita a repetir la promesa de la vida eterna para quien coma «el pan que ha bajado del cielo». Sin embargo, hay aspectos nuevos e importantes.

  1. Beber la sangre. Hasta ahora, solo se ha hablado del pan. En esta sección final se hace referencia cuatro veces a la sangre, verdadera bebida, igual que el pan es verdadera comida. Dado la relación del discurso con la eucaristía, esta referencia era imprescindible. La iglesia primitiva siempre recordó el doble gesto de Jesús durante la última cena: al comienzo, partiendo el pan; al final, bendiciendo y pasando la copa. Pan y vino son esenciales. Un discurso sobre la eucaristía no puede dejar de mencionar la sangre, el vino.
  2. La dureza del lenguaje. Hasta ahora, el discurso ha sido polémico y ha provocado discusión y rechazo. Jesús, en vez de echarse atrás e intentar justificar sus expresiones, usa fórmulas escandalosas que se prestan a ser interpretadas como canibalismo: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Hay que comerla y beberla. Sin explicación alguna ni matices. ¿Por qué? Jesús no quiere seguidores inconscientes y rutinarios. En los evangelios sinópticos hay otras muchas expresiones suyas, durísimas, desanimando a seguirle a quienes no estén dispuestos a cargar con la cruz, a renunciar a todo, a abandonar al padre y a la madre… En una línea distinta, estas palabras del discurso son también una forma de seleccionar a sus seguidores, como queda claro poco después.
  3. La vida. La repetición frecuente de «la vida eterna» y de «yo lo resucitaré en el último día» parece sugerir que es algo que solo se consigue después de la muerte. Ahora se deja claro que «el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». La tiene ya, ahora, antes de morir. Sin decirlo expresamente, el texto supone que hay dos formas de vida: la normal, física, y la espiritual o eterna. La primera la tienen todos los seres humanos; la segunda, quienes comen el cuerpo y la sangre de Jesús. ¿En qué consiste esa vida?
  4. Jesús dentro de nosotros. La respuesta la ofrecen estas palabras: «El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él». Es la única vez que aparece este tema en el discurso, que recuerda la experiencia de Pablo: «Vivo yo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí». Pero la imagen que mejor puede expresarlo es la del feto en el vientre de su madre: habita en ella, y ella en él. Esa intimidad absoluta y misteriosa es la que se produce en la eucaristía. Y esa presencia de Jesús en los que comulgamos no termina al cabo de un cuarto de hora, como enseñaban hace años. Una educación religiosa bienintencionada, pero deficiente, hace pensar a muchos que Jesús está principalmente en el sagrario, olvidando que está dentro de nosotros tan realmente como allí.

Unión con Jesús y unión con los hermanos (1 Corintios 10,16-17)

            La idea de que, al comulgar, Jesús habita en nosotros y nosotros en él, corre el peligro de interpretarse de forma muy individualista. La lectura de Pablo a los corintios ayuda a evitar ese error. La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo no es algo que nos aísla. Al contrario, es precisamente lo que nos une, «porque comemos todos del mismo pan».

Hermanos: El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

            Este tema se inserta en el contexto de un problema muy candente en la comunidad de Corinto por aquel tiempo: ¿Puede un cristiano comer la carne de un animal inmolado a un dios pagano? He comentado esta larga sección en mi obra Hasta los confines de la tierra. II. El macedonio. Verbo Divino, Estella 2006, 167-205.

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Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. 14 Junio, 2020

Domingo, 14 de junio de 2020
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«Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.»

(Jn 6, 51-58)

Jesús nos habla del pan vivo. Nos habla de un elemento material, que es el pan, y de  un verbo, que habla de dinamicidad y vida, es decir, habla del espíritu.

Nos sitúa en  la realidad total que somos y de cómo hemos de alimentarnos desde nuestra humanidad, para llenarnos de divinidad.

¿Cómo no comer y beber la vida de Jesús si es lo que me permite unificar mi vida? Nuestros cuerpos vibran  al llenarse de la energía que aportan el pan y el vino. Pero no es una energía cualquiera, es la que aporta el espíritu. Vivificando nuestras vidas. Llenándolas de esa vibración incontenible, de quién renueva haciendo novedad su vida todos los días, a través  de la  Eucaristía.

Jesús se nos entrega de una manera total. Entrega todo lo que es. Y eso nos  permite a nosotras entregarnos  también en todo lo que somos. Una entrega que se renueva todos los días, porque todos los días recibimos lo que somos  y entregamos lo que somos.

Muchos hablan de la Eucaristía como un símbolo, y esta palabra, símbolo  significa reunir.  La reunificación de una materia llena de espíritu, puede ser un símbolo. Pero para mí es auténtica presencia de quién se deja comer para dar nueva vida.

Es cierto que hay muchas más presencias de Jesús en el mundo, porque todo lleva semillas de divinidad si lo sabemos “mirar” con los ojos de la transparencia. Pero la Eucarística es la que recibimos a través del saboreo, diluyéndose Dios en nosotras en una unidad llena de común –unión.

La Eucarística es una Presencia viva que todos los días se quiebra para entregarse. Es una invitación a vivir en la plenitud que somos. En  totalidad. Porque sólo podemos  entregarnos cuando somos una con todo.  Entonces sí, la parte es el todo y el todo, la parte.

Dejarnos amasar en las vulnerables semillas que se unifican para formar la masa y, posteriormente, llenas de ese fuego que impregna, entregarse sin miedo, en una donación confiada para ser parte y todo de la humanidad.

ORACIÓN

Gracias Jesús por entregar tu cuerpo y sangre todos los días, siendo alimento de Vida Nueva, que nutre, vivifica y nos hace comprender que nuestra vida, como la tuya, es un entrega sin medida ni tiempo.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La eucaristía, el sacramento de nuestra fe.

Domingo, 14 de junio de 2020
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Panes y pecesJn 6,51-59

La eucaristía es una realidad muy profunda y compleja, que forma parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más compleja y difícil de comprender y de explicar. Podíamos considerarla como acción de gracias (eucaristía), Sacrificio, Presencia, Recuerdo (anamnesis), alimento, fiesta, unidad. Tiene tantos aspectos que es imposible abarcarlos todos en una homilía. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su verdadera riqueza. Lo que vamos a hacer es intentar superar muchas visiones raquíticas o erróneas sobre este sacramento.

1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario, descubriremos que le viene como anillo al dedo a lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material. Cuando se piensa que en la consagración se produce un milagro, estamos hablando de magia.

2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión es solo la última parte del rito y tiene que estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión, como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa y dejar de comulgar, es sencillamente un absurdo. Ir a misa con el único fin de comulgar, sin ninguna referencia a lo que significa el sacramento, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos y Jn en el discurso del pan de vida. Jn hace referencia al alimento, pero alimentarse lo identifica con, “el que cree en mí, el que viene a mí”.

3º.- Cuerpo no significa cuerpo, sangre no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Cristo. En la antropología judía, el hombre es una unidad indivisible, pero podemos descubrir en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo era el ser humano en cuanto sujeto de relaciones. Al decir: esto es mi cuerpo, está diciendo: esto soy yo, esto es mi persona. Para los judíos la sangre no era solo símbolo de la vida. Era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo: esto es mi vida al servicio de todos, es decir, que toda su vida está entregada a los demás.

4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Solo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El clericalismo que otorga a los sacerdotes un poder divino para hacer un milagro, no tiene ningún apoyo en la Escritura. La eucaristía la celebran todos los cristianos gracias al sacerdocio de los fieles.

5º.- La comunión no es un premio para los buenos. Esta frase la dijo el Papa Francisco en una ocasión y me impresionó por su profundidad. No son los que “que están en gracia” los que pueden acercarse a comulgar. Somos los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando más necesito el signo del amor de Dios es cuando me siento separado de Él. Es absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesito.

6º.- La realidad significada no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don: El don total de sí mismo, que ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ese es el significado que yo tengo que descubrir. La eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades. Podemos oír misa sin que nos obligue a nada, pero no puedo celebrar la eucaristía sin comprometerme con los demás. No se puede salir de misa como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que me he quedado en el rito.

7º.- Haced esto no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que recordáramos el significado de lo que acaba de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer. Haced también vosotros esto. Entregad la propia vida a los demás como he hecho yo.

8º.- Los signos no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos, se llamó a la eucaristía la fracción del pan. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios es don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desapare­cer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromi­so es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.

Todavía es más tajante el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esto es mi vida que se está derramando, consumiendo, en beneficio de todos. Eso que los judíos tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra, mi propia vida. Nuestra vida solo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás como la mía.

Celebrar la Eucaristía es comprometerse a ser para los demás. Todas las estructu­ras que están basadas en el interés personal, o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean personales o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena.

La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos, ni son milagros ni son magia. Se produce un sacramento cuando el signo (algo que entra por los sentidos) nos conecta con una realidad trascendente que no podemos ver, ni oír, ni tocar. Esa realidad significada, es lo que nos debe interesar. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Las realidades trascendentes, ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su “ego”, a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del “ego”, que es precisamente lo contrario. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente. Estamos hablando del sacramento del amor, del sacramento de la unidad. Si la celebración de la eucaristía no nos lleva a esa unidad, significa que es falsa.

Meditación

No se trata solo de comer, sino de asimilar lo comido.
Si como sin asimilar, se producirá indigestión.
Si comulgo y no me identifico con lo que fue Jesús, me engaño.
Si no llego a lo significado, no hay sacramento que valga.
Realizado el signo, que entra por los sentidos,
queda por hacer lo importante: descubrir y vivir lo significado.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Dios ha muerto.

Domingo, 14 de junio de 2020
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jesus-cruzDios ha muerto, Nietszche ha muerto y yo no gozo de buena salud (Woody Allen)

Mt.18, 16-20

Jesús se acercó y les habló: Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra

Los Panteones antiguos eran celestiales, y los dioses podían permitirse el lujo de realizar visitas de placer a las mortales, como por ejemplo Zeus visitando a Dánae, del pintor austríaco Gustav Klimt, y del que según Karl Kraus, representa la libertad femenina.

Richard Wagner mostró el derrumbamiento de su templo en la ópera El ocaso de los dioses.

Asegura Feurbach en La esencia del cristianismo, que Dios ha muerto vencido por el hombre.

¿Será todo esto cierto? Yo personalmente lo deseo, porque si muere, no me quedaré huérfano, razón por la cual me atrevo a hacer mío lo que Esquilo dijo Prometeo: “en una palabra, aborrezco a todos los dioses”, si bien el anteriormente citado filósofo alemán, en otra ocasión dijo: “Homo homini deus est”, lo cual yo tampoco me creo, aunque tampoco lo de Homo homini lupus de Hobbes.

En cambio, sí me hubiera gustado aplicarme lo que alguien dijo del Cid Campeador: ¡Dios, que buen vassallo, si oviesse buen señore!

Mas ya que dios ni es ni existe, -tan solo un bello sueño mitológico-, dejémosle que muera o viva donde más le plazca: posiblemente en los sueños de los filósofos griegos y en los Panteones romanos.

Fiedrich Nietzsche escribió en La gaya ciencia, que “Dios está muerto” (Gott ist tot), y su frase no significa que Nietzsche creyera que existía un Dios, y que, en realidad, había muerto: lo que dijo es una metáfora. El filósofo alemán pretende expresar que no solo Dios murió, sino que el ser humano le mató con el propósito de llegar a un mayor entendimiento del mundo.

En cambio, God’s Not Dead, es una película norteamericana de drama cristiano, dirigida por Harold Cronk en 2014.

La trama de este largometraje relata los esfuerzos del estudiante Josh Wheaton por probar la existencia de Dios en su clase de filosofía, la cual es enseñada por su profesor ateo llamado Jeffery Radisson: un ateo que exige que, si sus estudiantes quieren aprobar, tienen que firmar una declaración de que Dios está muerto.

Josh es el único estudiante en la clase que se niega a hacerlo, por lo que Radisson, estudiante de intercambio chino cuyo padre le había alentado a no convertirse al cristianismo, se levanta y dice: “Dios no está muerto”. Casi toda la clase sigue el ejemplo de Martin, obligando a Radisson a salir del salón, derrotado.

Pero Woody Allen dijo: Dios ha muerto, Nietszche ha muerto y yo no gozo de buena salud.

Miguel de Unamuno no dejó nunca de plantearse la existencia de Dios y el destino del ser humano. Ante el cuadro del Cristo de Velázquez expresaba esas luces y sombras:

 

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?

Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.

Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra.

Blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?

Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.

Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra.

Blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Nos habita y nos nutre.

Domingo, 14 de junio de 2020
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manoscorazJn 6, 51-58

El Evangelio de este domingo ilumina la fiesta del Corpus Christi que la Iglesia celebra. Más allá de los tonos rituales y de tradición de esta fiesta, Juan nos revela su profundo significado tocando uno de los centros neurálgicos de nuestra fe cristiana. Para comprender este discurso de Jesús, identificándose con el Pan de Vida, con el alimento de su carne y sangre, hemos de situarnos en la certeza de que el lenguaje religioso es metafórico. Y, como en toda metáfora, coexisten dos elementos: uno imaginario y otro real; además, hay que tener en cuenta el contexto para comprenderlos.

Pues bien, este famoso sermón de Jesús es pronunciado en la Sinagoga de Cafarnaúm, tras haber realizado el milagro de la multiplicación de los panes y los peces y tras el intento de los judíos galileos de proclamarle rey. Subyace en este contexto la polémica de Jesús con algunos de sus contemporáneos que esperaban a un Mesías que les diera de comer y, otros, como un gran líder que restaurara la verdadera Ley.

Comienza con la metáfora del pan bajado del cielo. Para un israelita el pan bajado del cielo no puede ser otra cosa que el maná que recibieron sus antepasados en el desierto, para ellos un signo sagrado de la acción salvadora de Dios y que nadie había cuestionado hasta entonces. Sin embargo, Jesús se expresa superando esta tradición y recuperando un sentido nuevo y provocador. Él es el pan vivo bajado del cielo, el nuevo alimento de Dios que no sacia el hambre como necesidad fisiológica sino el hambre de sentido de la vida que es nutrido por su misma naturaleza. Sus oyentes no han comprendido esta metáfora y, situados en la literalidad de sus palabras, discuten porque lo que dice es imposible: –¿Cómo puede éste darnos de comer su carne? Esto es lo que nos ocurre cuando el lenguaje religioso metafórico lo intentamos convertir en una verdad absoluta real desde nuestras categorías humanas y no percibimos la realidad y el elemento que la representa; se corre, así, el riesgo de sacralizar el significante y diluir su significado. Claramente, con esta afirmación, Jesús se ha desmarcado de su propia tradición religiosa.

Este discurso de Jesús va girando en espiral hasta llegar a un núcleo que parece una radiografía de lo que es el ser humano en su esencia: –Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él–, es decir, lo más profundo de lo que somos está hecho de un intercambio permanente entre la humanidad y la Divinidad. Jesús no parece pretender formatear las mentes de los judíos para instalar su programa sino resaltar la libertad para elegir adherirse a su movimiento que es mucho más que una forma de vivir: es una nueva conciencia de la existencia.

Jesús avanza en su discurso y va mostrando a un Dios que es la fuente de la vida humana: – El Padre que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por Él. Así también el que me coma vivirá por mí -. Parece una danza que va entrelazando la vida humana en la vida divina revelando el sentido de la encarnación de Dios. Un Dios que se hace carne / Cuerpo no para deleitarse en su obra creadora, sino para agrandarla, no para recordar obsesivamente sus miserias y límites sino para liberarlos y que sea más real su presencia a través de ella. Así mismo, con su sangre supera el vínculo cerrado endogámico del judaísmo e inaugura una nueva familia abierta a todos: “quien quiera…”–; una nueva humanidad cuyo alimento es para todo ser y todo ser digno de pertenecer a ella.

FELIZ DOMINGO

 14 de junio de 2020

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Somos vida viviéndose en forma humana.

Domingo, 14 de junio de 2020
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435F30C7-250C-41B7-8E01-4CD0233A9722Fiesta de “Corpus Christi”

14 junio 2020

Jn 6, 51-58

“Yo soy la vida” (Jn 11,25).

          Es sabido que en la redacción del cuarto evangelio participaron diferentes autores que fueron rehaciendo o glosando el original. En lo que a la metáfora del “pan de vida” se refiere, se perciben dos modos de explicarla notablemente diferentes: según un autor, el “pan” es la palabra que Jesús, en cuanto “alimento” y fuente de vida para el ser humano; sin embargo, otro glosador posterior identifica al “pan” con la “carne”, probablemente para subrayar la importancia del rito y el lugar central que debía otorgarse a la celebración de la eucaristía en la comunidad. Si, en un primer momento, los discípulos afirmaban que su alimento era la palabra de Jesús, más tarde insistirán en que el verdadero alimento es su cuerpo, presente en el pan que comulgan.

          Más allá de la interpretación teológica y su insistencia en la “materialidad” física del cuerpo de Cristo que se hace presente en el pan –así lo proclama la doctrina de la “transubstanciación”–, el texto evangélico habla sobre todo de comunión y de vida: “Habita en mí y yo en él…; yo vivo por el Padre…, el que me come vivirá por mí”. Aquí se encuentra la clave espiritual.

          “Padre” es una metáfora intercambiable por la de “Vida”. Todo es vida, en un despliegue admirable de formas que, a nuestros ojos, parecieran, en ocasiones, ocultarla. Pero cualquier forma, toda forma es, en realidad, vida.

          La vida no es algo que tenemos; tampoco es algo en lo que nos movemos. La vida no es un “contenedor” dentro del cual aparecemos nosotros, así como el resto de los seres. Somos la vida, que temporalmente se expresa en esta forma.

          El Padre, Jesús, nosotros, todos los seres… somos, en nuestra identidad profunda, vida. Porque solo la vida es. Todo lo demás son formas que ex-isten.

         Eso significa, en lo concreto, que no somos nosotros los que vivimos la vida –como con frecuencia tendemos a pensar–, sino que es la vida la que se vive en –o nos vive a– nosotros.

        Se nos hace presente, una vez más, nuestra realidad paradójica: somos vida expresándose en una forma impermanente. Teniendo en cuenta los dos polos de la paradoja, la sabiduría consiste en vivir la persona –que tenemos, en la que nos experimentamos– como un cauce por el que la vida –que somos– fluye. Lo cual tiene una traducción tan concreta como revolucionaria con respecto a nuestra forma habitual de funcionar: se trata de vivir diciendo “sí”.

          Decir “sí” a la vida implica alinearse con ella, recibir todo lo que viene, amar lo que es, agradecer, bendecir, confiar, responsabilizarse…, en la certeza de que la propia sabiduría de la vida va conduciendo todo el proceso. El objetivo solo es uno: crecer en la comprensión de lo que realmente somos. Tal comprensión, cuando es experiencial, equivale a liberación. No somos un yo separado de la vida y enfrentado a ella –esta creencia constituye la fuente de todo sufrimiento mental–, sino la misma vida y, a la vez, un cauce particular por el que la vida se expresa en todo momento.

¿Cómo me sitúo ante la vida?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Mientras exista hambre en el mundo, la Eucaristía no será plena, (P Arrupe)

Domingo, 14 de junio de 2020
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9FDE193A-80CD-4EE1-8C0A-D343111392EFDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Corpus christi: cuerpo de Cristo.

         Celebramos hoy la fiesta del Cuerpo de Cristo, es decir la presencia de Cristo en nosotros y en nuestras comunidades cristianas.

         La presencia de Cristo no es una cuestión fisiológica (seamos delicados), se trata de que Cristo está siempre presente en medio de los creyentes: donde estáis dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo. (Mt 18,20). Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. (Mt 28,19). Guardad mi presencia en medio de vosotros, haced esto en memoria mía, (1Cor 11).

         El Señor está presente en toda asamblea cristiana por pequeña y humilde que sea, JesuCristo en medio de nosotros: comparte nuestra vida.

JesuCristo fue feliz comiendo con sus discípulos junto al lago, con los dos de Emaús, con publicanos y pecadores, que somos nosotros.

El Señor nos invitó a guardar su memoria en medio de nosotros.

  1. Vivir en eucaristía: en agradecimiento

Eu – Xaris: buen regalo, buena gracia.[1]

Celebrar la Eucaristía no es sola ni principalmente celebrar un mero rito, sino vivir en actitud de agradecimiento: agradecidos a la vida, que cantaba Violeta Parra. Gracias a la vida que me ha dado tanto… Gracias a Dios, gracias a nuestros padres y familia, a nuestros amigos, compañeros, gracias a nuestros maestros, a los médicos que nos cuidan,

De bien nacidos es ser agradecidos”, dice un refrán castellano. Todo esto es también celebrar la Eucaristía

  1. Eucaristía es Multiplicar los panes en plena pandemia y en un mundo

que vive-muere de hambre.

La multiplicación de los panes no es una cuestión de magia o de prestidigitación, sino de solidaridad.Es un milagro que el ser humano dé, pero cuando Cristo está presente en nuestra mente y en nuestro corazón, cuando celebramos la Eucaristía con lo poco que hay, apenas cinco panes y dos peces, se reparte y llega para todos.

En muchos momentos y también en esta etapa de enfermedad y, por tanto de crisis económica, laboral, etc. Eucaristía es la solidaridad del pueblo con los que tienen carencias. Pensemos en los bancos de alimentos, en los comedores sociales, en el P. Ángel, en la hermana Winie Mutuku (hija de la caridad premiada hace algunas semanas por el gobierno de Kenia por su labor de dar comida a los niños)

Se saciaron todos e incluso llega a sobrar. La multiplicación de los panes es multiplicar la vida.

         El milagro es la solidaridad y la generosidad.

         La solución a la crisis económica no está tanto en la economía, cuanto en el corazón y solidaridad de las personas, en la ética.[2] Lo que transforma el mundo no son las leyes, sino el corazón.

Multiplicar los panes es tener buen corazón y compartir.

Celebrar la Eucaristía es también hacer lo que podamos para crear una sociedad justa, para crear trabajo, viviendas y educación para todos

  1. La Eucaristía es una mesa, un banquete abierto a todos.

La Eucaristía hemos de situarla en el contexto de las muchas comidas, cenas salvíficas que Jesús celebró con mucha gente: comidas de encuentro y de vida.

  • o San Juan no sitúa la Eucaristía no tanto en la última Cena, sino en el cp. 6: en la multiplicación de los panes, (Jn 6). El pueblo tiene hambre (entonces y ahora). Cristo es pan de vida: Yo soy el pan de vida (Jn 6).
  • o El Reino de los cielos se parece a un banquete, (Mt 22,24), especialmente para los desheredados, para los pobres.
  • o Recordemos cómo Cristo resucitado come con sus compañeros y discípulos.
  • o Los dos de Emaús reconocen la Vida al partir el pan (Lc 24, 13-35, v 30: Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio).
  • o Junto al lago Jesús les dice a los suyos si tienen algo que comer, comen pan y pescado (Lc 24, 36-49) y cuando compartieron el pan, se les abrió la inteligencia y comprendieron (v 45).

La Eucaristía no es un precepto para cumplir con la Iglesia y salvar mi alma. No me imagino a Jesús diciendo a los suyos: tenéis que ir a Misa los domingos, etc. Les dijo: guardad mi presencia en medio de vosotros, ¿Cuándo, cuántas veces?

La Eucaristía es algo más, más serio y profundo: la eucaristía es  vida. Impregnemos nuestra vida de Vida. Disfrutemos de la vida.

         A veces pensamos en una Iglesia de perfectos, gente de élite, milimétricos en moral, espartanos en ética, puros hasta el escrúpulo. Sin embargo la Iglesia nunca fue así y nunca lo será, porque estamos los que estamos: pecadores profundos, que amamos la vida, pero no acertamos.

  1. Yo soy el pan de vida, quien coma de este pan, vivirá

         El Señor es nuestro alimento. Pero no se trata, al menos no se trata únicamente de comer fisiológicamente un trozo de pan en el que creemos que está el Señor. Más bien comer el pan de vida es alimentar nuestra existencia, nuestro pensamiento y corazón de JesuCristo. Si alimentamos nuestra mente y vida del amor del Señor, del servicio, de la solidaridad, etc., tendremos vida, vida plena, definitiva.

         A modo de ejemplo: vivir no es meramente engullir unas vitaminas, proteínas, etc., sino que vivir es convivir en respeto, paz, servicio en la familia, en la amistad, en el pueblo, en las ideologías, en la iglesia, etc., la Vida, el pan de vida, vivir es vivir en la paz del Señor, en solidaridad, en acogida.

  1. La mesa del Señor está abierta a todos.

         Se hace extraño cómo el rigor litúrgico y moral han ido reduciendo “los cubiertos de los comensales” de la mesa de JesuCristo y no precisamente por las normas sanitarias, sino por un rigorismo moral y ritual.

Para los que viven del entramado moral-litúrgico, la Eucaristía es un restaurante de no sé cuántas estrellas y con la “rigidez litúrgica del desfile del día de la victoria”. Para los que andamos como podemos en la vida, la Eucaristía es la última Cena, es Emaús, pobres hombres y mujeres desesperanzados, incluso traidores, (Judas[3] y Pedro), pero que tienen la fortuna de encontrarse con Cristo y se sientan a la mesa con él.

Sin embargo es de mucho consuelo saber que la mesa del Señor está abierta a todos, especialmente a los pecadores y publicanos.

         La mesa de los ricos y de los poderosos está cerrada a los pobres. La mesa del Señor está abierta incluso a Judas y le ofrece un trozo de pan.

         Jesús disfrutaba comiendo con los pobres, pecadores. Él mismo era pobre y era buena gente.

¿Y nosotros?

Da mucho alivio saber que todos tenemos sitio en la casa, en la mesa, en la fiesta del Padre. No importa nuestra condición moral, nuestro pecado. Sí, somos hijos pródigos, publicanos, “magdalenas”, hemorroísas, pero Dios nos sienta a su mesa y encantado. Dios nos tiene ya preparado el sitio para el banquete. Nuestro sitio es sobre todo su corazón, su amor.

         Tenía mucha razón el Padre Arrupe cuando decía que: Mientras exista hambre en el mundo, la Eucaristía no será plena.

  1. La Eucaristía crea la Iglesia.

         Cristo dijo a los suyos: “haced esto en memoria mía…”, y va y nos inventamos el sagrario.[4] ¡No! Lo que Jesús nos dijo es: “quiero estar en medio de vosotros: en vuestro pensamiento, en vuestro corazón, en vuestras opciones y decisiones, en vuestra vida, en vuestros pobres. Se trata de que El Señor esté presente en nosotros, haced esto en memoria mía…

         Conforme, Cristo está en el sagrario, ¿pero está en mi vida y en la nuestras parroquias y diócesis?

  1. Dadles vosotros de comer.

         Demos gracias a Dios, que eso es la Eucaristía: acción de gracias.

         Hay gente que se pregunta con un cierto escándalo: ¿Y qué hace Dios que permite el hambre en el mundo, la guerra, que tantos niños mueran de paludismo?

         Pues la respuesta está en el evangelio de hoy: Dios nos ha hecho a nosotros

Dadles vosotros de comer

[1] “Eu” en griego significa bueno y “Xaris” es la misma palabra que el ángel le dijo a María: Dios te salve María, llena eres de gracia (“Xaris”).

[2] Del mismo modo que una buena salud no está solamente en Osakidetza (Seguridad Social), sino en una buena ética.

[3] Nunca ha dicho nadie, ni la iglesia que Judas esté condenado.

[4] El sagrario tiene el sentido de una cierta prolongación de la Eucaristía, especialmente en la vida monástica, así como también para los enfermos

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