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Archivo para Domingo, 21 de junio de 2020

No tengas miedo: Amar es darlo todo y darse uno mismo.

Domingo, 21 de junio de 2020
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Ed Knippers, “El lavatorio de pies” (Cristo y sus discipulos)

Tan pronto como se olvida la  divina pobreza, tan pronto como se deja de ver en Dios el amor que se da, que no  puede sino darse, tan pronto como se deja de vivir este amor dándose, se acabó. Esta luz se desvanece, todo el dogma se convierte en una fórmula y se materializa, todos los sacramentos se transforman en rito externo, toda la jerarquía se hace una tiranía, toda la Iglesia se convierte en una pérdida de tiempo y un absurdo, toda la Biblia, un tejido de mitos.

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Maurice Zundel

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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

“No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.

Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.”

*

Mateo 10,26-33

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“La cruz de la Madre Teresa ha sido el primer signo cristiano que se ha vista en la televisión estatal, al menos desde 1967”, declaraba un refugiado albanés a su llegada a Italia en l990. La cruz de la que hablaba era aquella cruz negra que la Madre Teresa llevaba en su sarga blanca.

Si a partir de 1944 el régimen marxista había perseguida a los creyentes (católicas, ortodoxos y musulmanes), la situación empeoró en I967. Fue entonces cuando Albania se declaré oficialmente como la única nación atea de la Tierra. La religión fue atacada ferozmente. El modo como fueron tratados los católicos recordaba las persecuciones de los emperadores romanos mas crueles. En los tiempos modernos, la iglesia ha sido reducida como en los años de las catacumbas.

Un hecho sorprendente: mientras los albaneses no tenían derecho a pronunciar públicamente el nombre de Jesús, la Madre Teresa recorría el mundo con el nombre de Jesús en los labios y prodigando obras de misericordia. A un párroco que se encontraba en prisión le pidió un detenido que bautizase a su hijo, en secreto. Cuando las autoridades descubrieron esta desobediencia, el sacerdote fue condenado a muerte. Fue uno de los sesenta sacerdotes que murieron, ahorcados, fusilados o agotados por el rigor de los campos de trabajos forzados. Las persecuciones, como sabemos, se han cebado con el cristianismo. Los perseguidos son llamados “dichosos” porque defienden y enseñan la justicia.

La promesa que acompaña a esta bienaventuranza es asombrosa: nada memos que poseer el Reino de los Cielos. Señor Jesús, sabemos que para imitarte tenemos que hacer el bien a todos. Nos has dicho que sufriríamos trabajando por los otros contra la opresión, contra la degradación, contra la guerra.

Cada día encontramos la oposición, la contradicción. Ayúdanos a aceptar nuestros pequeños sufrimientos, porque conocemos su valor redentor. Transforma nuestra tristeza en gozo, mientras nos esforzamos en cumplir tu voluntad.

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E. Egan — K. Egan, Madre Teresa e le Beafifudini, Brescia 2ooo, 129-131

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“Seguir a Jesús sin miedo” 12 Tiempo ordinario – A (Mateo 10,26-33)

Domingo, 21 de junio de 2020
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claveEl recuerdo de la ejecución de Jesús estaba todavía muy reciente. Por las comunidades cristianas circulaban diversas versiones de su pasión. Todos sabían que era peligroso seguir a alguien que había terminado tan mal. Se recordaba una frase de Jesús: «El discípulo no está por encima de su maestro». Si a él le han llamado Belcebú, ¿qué no dirán de sus seguidores?

Jesús no quería que sus discípulos se hicieran falsas ilusiones. Nadie puede pretender seguirle de verdad sin compartir de alguna manera su suerte. En algún momento alguien nos rechazará, maltratará, insultará o condenará. ¿Qué hay que hacer?

La respuesta le sale a Jesús desde dentro: «No les tengáis miedo». El miedo es malo. No ha de paralizar nunca a sus discípulos. No han de callarse. No han de cesar de propagar su mensaje por ningún motivo.

Jesús les explica cómo han de situarse ante la persecución. Con él ha comenzado ya la revelación de la Buena Noticia de Dios. Deben confiar. Lo que todavía está «encubierto» y «escondido» a muchos, un día quedará patente: se conocerá el Misterio de Dios, su amor al ser humano y su proyecto de una vida más feliz para todos.

Los seguidores de Jesús están llamados a tomar parte desde ahora en ese proceso de revelación: «Lo que yo os digo de noche, decidlo en pleno día». Lo que les explica al anochecer, antes de retirarse a descansar, lo tienen que comunicar sin miedo «en pleno día». «Lo que yo os digo al oído, pregonadlo desde los tejados». Lo que les susurra al oído para que penetre bien en su corazón, lo tienen que hacer público.

Jesús insiste en que no tengan miedo. «Quien se pone de mi parte», nada ha de temer. El último juicio será para él una sorpresa gozosa. El juez será «mi Padre del cielo», el que os ama sin fin. El defensor seré yo mismo, que «me pondré de vuestra parte». ¿Quién puede infundirnos más esperanza en medio de las pruebas?

Jesús imaginaba a sus seguidores como un grupo de creyentes que saben «ponerse de su parte» sin miedo. ¿Por qué somos tan poco libres para abrir nuevos caminos más fieles a Jesús? ¿Por qué no nos atrevemos a plantear de manera sencilla, clara y concreta lo esencial del evangelio?

José Antonio Pagola

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“No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”. Domingo 21 de junio de 2020. 12º Domingo Ordinario

Domingo, 21 de junio de 2020
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35-ordinarioa12Leído en Koinonia:

Jeremías 20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de los impíos.
Salmo responsorial: 68 Que me escuche tu gran bondad, Señor.
Romanos 5,12-15: No hay proporción entre el delito y el don.
Mateo 10,26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo.

No hay mentira que no encuentre su verdad tarde o temprano. En julio de 2014, luego de 38 años de impunidad, en un juicio sin precedentes, fueron condenados a cadena perpetua los autores del homicidio de Mons. Enrique Angelelli, obispo mártir de La Rioja, Argentina. Días antes el prelado había confesado a sus allegados que querían alejarlo del país: “Tengo miedo… pero no se puede esconder el evangelio debajo de la cama”. Su muerte fue presentada por la prensa local como un accidente y como tal fue tratada durante mucho tiempo, incluso por sus hermanos en el episcopado. Como tantos otros testigos de Jesús, Angelelli prefirió la verdad desnuda del evangelio a la incómoda seguridad de los cobardes.

El evangelio nos ha conservado algunos dichos o refranes con los que Jesús exhortaba a la comunidad de discípulos a no dejarse intimidar por las adversidades. Los discípulos, con frecuencia, veían la amenaza evidente que representaban los grupos armados, pero eran incapaces de descubrir el peligro encubierto en muchas personas e instituciones que alienaban y sometían ideológicamente a las personas.

Las comunidades cristianas primitivas tuvieron que afrontar la misma amenaza, que provenía de los ‘actores armados’ en conflicto. De una parte, las autoridades romanas con un despliegue enorme de fuerza militar y policial. De la otra parte, los fanáticos rebeldes dispuestos a eliminar al que no estuviera de acuerdo con ellos. En medio del ‘fuego cruzado’ estaba la comunidad cristiana con una propuesta alternativa de paz y justicia que no coincidía con ninguno de los dos bandos. Para los romanos, la justicia era, en gran medida, la aplicación universal de los principios que sostenían la legislación romana. El sometimiento a las duras condiciones de la ‘paz romana’ obligaba a las poblaciones de las colonias a pagar fuertes tributos, a incorporar en la propia religión el culto a los dioses imperiales y a destinar grandes masas de la población a la esclavitud y al servicio militar obligatorio. La comunidad cristiana luchaba por lugar un espacio para su propuesta en la sociedad: ellos querían una comunidad humana en la que fuera posible la solidaridad, el respeto por el otro, la distribución equitativa de los recursos. Sin embargo, en esta lucha estaban prácticamente solos. Los grupos rebeldes que se presentaban como la gran alternativa contra el imperio estaban regidos por la lógica de la violencia incontrolable, el sometimiento de los disidentes y por la imposición de la ideología del grupo. Estos grupos fanáticos veían a los cristianos como una amenaza para la identidad del grupo, por eso, con frecuencia los convertían en blanco de persecuciones y en ‘chivo expiatorio’ sobre el cual descargar toda su frustración, prepotencia e intolerancia.

Pero, Jesús ponía en guardia a toda la comunidad contra la creencia de que la única amenaza estaba representada por las armas de metal, piedra y madera. La amenaza mas grave provenía, con frecuencia, de las ideologías que estos grupos representaban. Tanto la ideología de legitimación del imperio romano como los ideales de venganza de los fanáticos rebeldes escondían todo su veneno. Cada grupo se presentaba como un defensor de la justicia, la paz y la libertad, pero evidentemente los hechos contradecían sus grandilocuentes discursos. Cada grupo perseguía sus intereses particulares ignorando los más mínimos principios éticos. El dilema para los cristianos era el de alinearse en uno u otro bando, creyendo que así se alcanzarían los ideales de justicia, paz y libertad que Jesús de Nazaret había propuesto con su ideal del reinado de Dios.

Este mismo problema lo afronta Pablo desde el punto de vista de la justificación por la ley. Las comunidades cristianas estaban deslumbradas por la creencia de que el cumplimiento estricto de los preceptos religiosos conducía inevitablemente a la salvación del individuo. Pero, Pablo denuncia esta falsa creencia al denunciar que el mero cumplimiento de la letra de la ley no conduce a la justicia. La ejecución de los deberes del culto, como las ofrendas, los baños rituales, los sacrificios, las peregrinaciones… no garantizan una auténtica experiencia de Dios. La reunión de grandes masas en los templos o en las sinagogas no son sin más expresión de un auténtico encuentro con el hermano. Los favores intercambiados entre parientes, colegas, coterráneos o correligionarios no constituyen genuina solidaridad. Pablo denuncia precisamente la incapacidad de los mecanismos habituales de la religión para brindar a la comunidad humana una auténtica experiencia de fraternidad, esperanza y comunión.

Pablo invita a la comunidad a no dejarse engañar por las artimañas de el legalismo, el ritualismo y la religión de masas. La justicia que nos une al Dios de la vida es un don para toda la comunidad. La auténtica religión es aquella que nos conduce del hermano hacia Dios, mediante la compasión, la misericordia y la solidaridad.

El cristiano que se ha comprometido con la causa del reino puede, entonces, hacer suyas las palabras del profeta Jeremías y clamar: «a ti, Señor, he encomendado mi causa». Pero no como expresión superflua de triunfalismo religioso ni como pura exaltación individualista de los bienes recibidos, sino como expresión de la única justicia posible: la vida plena del pobre. Porque, la vida plena es manifestación patente de que la lógica de la muerte no ha prevalecido. Si el pobre vive, vive por gracia de Dios y por la opción radical de las comunidades humanas que no se dejan sumir en la lógica legalizada de la barbarie. Por eso el profeta nos invita a alabar al Señor, porque Él ha salvado la vida del pobre.

Tanto la violencia, el afán de venganza, el imperialismo como el ritualismo, el legalismo y la alienación son armas ideológicas ocultas que conducen imperceptiblemente a la pequeña comunidad hacia la muerte. Estos son los enemigos que pueden matar no solo el cuerpo, sino también el alma y llevar a la gente a las inaplacables llamas del fanatismo. Si una comunidad no va a fondo en su conocimiento de la palabra de Jesús, si no descubre los peligros ocultos al interior de ella misma, si no es radical en su opción por la vida, es muy probable que termine creyendo que la paz es la ausencia de guerra y que la justicia es un asunto individual, negando así la gracia y la justicia como bien mayor. Leer más…

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Pikaza

Domingo, 21 de junio de 2020
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Ni miedo a hablar, ni miedo a morir. Domingo 12 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 21 de junio de 2020
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Jesús-y-sus-discípulos-Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Domingo 12 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Después de la fiesta del Corpus volvemos al Tiempo Ordinario y seguimos leyendo el evangelio de Mateo. Interrumpimos su lectura el 1 de marzo para dar paso al gran paréntesis de la Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Pentecostés y Trinidad. Ahora, cuando reanudamos la lectura de Mateo es como si entrásemos tarde en el cine, con la película empezada hace tiempo.

¿Qué ha ocurrido desde el Sermón del Monte, que es lo último que estábamos leyendo? Jesús ha realizado diez milagros, demostrando que su autoridad le capacita no solo a proponer una doctrina superior a la de Moisés, sino que tiene también poder sobre la enfermedad, la naturaleza y los demonios. Su actividad crece, reúne un grupo de doce discípulos y les dirige un discurso sobre la misión que deben realizar y sus consecuencias.

El discurso de misión

            El segundo de los cinco discursos de Jesús que incluye el evangelio de Mateo está dirigido a los discípulos, cuando los envía de misión. El domingo pasado (11 del Tiempo Ordinario), al coincidir con la fiesta del Corpus, no se leyó el comienzo, en el que Jesús, compadecido de la gente, elige a doce para que anuncien el Reino de Dios, curen enfermedades, y hagan todo de forma gratuita. Ninguno de ellos imagina que este mensaje o esta actividad, sin pedir nada a cambio, pueda provocarles calumnias y persecuciones. Sin embargo, repetir el mensaje de Jesús y vivir como él vivió provoca mucho malestar en ciertos ambientes. Por eso, les deja claro a los discípulos que van a ser muy perseguidos (Mt 10,16-25). Ante esto, corren dos peligros: callar, para no meterse en complicaciones; y dejarse arrastrar por el miedo a la muerte. Es el tema del evangelio de este domingo 12.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 26-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

  1. A) No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
  1. B) Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo, también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo

            Mateo ha recogido frases pronunciadas por Jesús en distintos momentos de su vida. Por eso, pueden desconcertar un poco. Por ejemplo, las palabras: “Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse”, no encajan muy bien en el contexto. Sería más claro si las suprimiésemos y dejáramos: “No tengáis miedo a los hombres. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea.” Pero el conjunto resulta claro. Podemos dividirlo en dos bloques; por motivos de claridad, los he titulado A y B.

            En el primero (A), llama la atención la triple repetición de “no tengáis miedo”. Aunque esas palabras se usan a menudo en el Antiguo Testamento, no debemos interpretarla como una fórmula hecha, de escaso valor. Los discípulos van a sentir miedo en algunos momentos. Un miedo tan terrible que los impulsará a callar, para evitar que los maten. La forma en que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa, usando tres argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene importancia alguna, lo importante es la muerte del alma; 2) por consiguiente, no hay que temer a los hombres, sino a Dios; 3) en realidad, a Dios no debéis temerlo porque para él contáis mucho; aunque caigáis por tierra, como los gorriones, él cuidará de vosotros.

            El segundo bloque (B) trata un tema algo distinto: el peligro no consiste ahora en callar sino en negar a Jesús, una situación que recuerda las persecuciones de los primeros cristianos. Y el argumento que se usa no es el del temor a Dios, sino tener en cuenta la reacción de Jesús: él se comportará con nosotros igual que nosotros nos comportemos con él. Si nos ponemos de su parte, él se pondrá de la nuestra; si lo negamos, él nos negará.

Resumiendo

            En el primer caso, a quien deben tener los apóstoles es a Dios, el único que puede matar el alma. En el segundo, a quien deben temer es a Jesús, que podría negarlos ante el Padre del cielo. A quienes no deben temer es a los hombres.

            Cuando se piensa en los recientes asesinatos de cristianos en Egipto, Siria y otros países, quienes vivimos en una sociedad tranquila y segura (por mucho que nos quejemos) podemos tener la impresión de que estas palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo, a esos cristianos perseguidos de todos los tiempos les han infundido enorme esperanza y energía para confesar su fe. Han preferido la muerte a renegar de Jesús; han preferido ponerse de su parte, salvar el alma antes que el cuerpo.

Jeremías, apóstol y anti-apóstol

            La primera lectura sirve de paralelismo y contraste con el evangelio. El destino de Jeremías, calumniado y perseguido por sus paisanos de Anatot y por las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén, recuerda lo que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero hay una gran diferencia. El profeta termina pidiendo a Dios que lo vengue de sus enemigos. Jesús nunca sugiere algo parecido a sus discípulos. Al contrario, morirá perdonando a quienes lo matan.

Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13

Dijo Jeremías:

Oía el cuchicheo de la gente: “Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo.” Mis amigos acechaban mi traspié: “A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él.” Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará. Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos. porque a ti encomendé mi causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos.

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21 De Junio. Domingo XII del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 21 de junio de 2020
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No tengáis miedo a las gentes, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.”

(Mt 10, 26-33)

En este pequeño fragmento del evangelio de Mateo Jesús nos repite hasta en tres ocasiones “no tengáis miedo.” Y he oído decir que la biblia repite esa misma invitación 365 veces. Podríamos decir que la Palabra de Dios tiene una invitación a la confianza para cada día del año.

Dios, que nos conoce muy bien, sabe que el miedo es nuestro peor enemigo. El miedo nos deshumaniza. Nos lleva a cometer las peores traiciones.

Y si el miedo se une al poder el resultado son los grandes tiramos de la historia. También los pequeños. El miedo a perder el poder nos hace ver en las demás personas enemigos a los que hay que eliminar.

Jesús sabe que el miedo, aunque es una reacción humana ante el peligro, puede ser dañino, por eso nos repite: “no temáis.”

Es decir, nos invita a la confianza que también es una realidad humana y que además humaniza.

Pero, ¿cómo vamos a confiar en una época en la que nos inyectan miedo a diario? ¿Es posible confiar en una sociedad dónde la corrupción campa a sus anchas? ¿Cómo vamos a confiar cuando nos han enseñado desde pequeños a no fiarnos de nadie?

A simple vista parece que la confianza no tiene cabida. Pero en definitiva solo cuando la realidad es ambigua y hay riesgo de perder y ser traicionada es cuando puede ejercerse la confianza.

Porque la confianza es un acto de libertad que asume riesgos en busca de una realidad alternativa.

La espiral del miedo solo puede destruirse con confianza, de la misma manera que solo el amor nos salva del odio y la venganza.

Oración

¡Llámanos a la confianza! Tú que nos conoces, Tú que sabes que solo la confianza puede cambiar nuestras relaciones humanas.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El miedo a un peligro real puede salvarte la vida.

Domingo, 21 de junio de 2020
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paureMt 10,26-33

El “no tengáis miedo”, que hoy hemos escuchado una y otra vez en el evangelio, está encuadrado en el contexto de la misión. Jesús acaba de decir a sus seguidores que les perseguirán, les encarcelarán, incluso les matarán. Sin embargo, está claro que la advertencia podemos aplicarla a todas las situaciones de miedo paralizante que podemos encontrar en la vida. No solo porque Jesús dice lo mismo en otros contextos, sino porque así lo insinúan las bellísimas imágenes de los gorriones y los cabellos.

Hay un miedo instintivo que es producto de la evolución. Este es imprescindible para mantener la vida biológica de cualquier ser vivo. Es un logro de la evolución y por lo tanto bueno. Su objeto primero es defender la vida biológica; ya sea huyendo, sea liberando energía para enfrentarse a la amenaza. Este miedo es natural y sería inútil luchar contra él. Pero el hombre puede ser presa de un miedo aprendido racionalmente, que le impide desplegar sus posibilidades de verdadera humanidad. Este es el que nos traiciona y nos lleva a desatinos constantes porque nos paraliza y atenaza. Este miedo artificial en lugar de defender, aniquila. Este miedo es contrario a la fe-confianza.

¿Por qué tenemos miedo? Anhelamos lo que no podemos conseguir y surge en nosotros el miedo de no alcanzarlo. No estamos seguros de poder conservar lo que tenemos y surge el temor de perderlo. El miedo racional es la consecuencia de nuestros apegos. Creemos ser lo que no somos y quedamos enganchados a ese falso “yo”. No hemos descubierto lo que realmente somos y por eso nos apegamos a una quimera inconsistente. Jesús dijo: “La verdad os hará libres”. Los miedos, que no son fruto del instinto, son causados por la ignorancia. Si conociéramos nuestro verdadero ser, no habría lugar para esos miedos.

Si Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos prometa un camino de rosas. No se trata de confiar en que no me pasará nada desagradable, o de que si algo malo sucede, alguien me sacará las castañas del fuego. Se trata de una seguridad que permanece intacta en medio de las dificultades y limitaciones, sabiendo que los contratiempos no pueden anular lo que de verdad somos. Dios no es la garantía de que todo va a ir bien, sino la seguridad de que Él estará ahí en todo caso. Cuando exigimos a Dios que me libere de mis limitaciones, estoy demostrando que no me gusta lo que hizo.

La confianza no surge de un voluntarismo a toda prueba, sino de un conocimiento cabal de lo que Dios es en nosotros. Aceptar nuestras limitaciones y descubrir nuestras verdaderas posibilidades, es el único camino para llegar a la total confianza. La confianza es la primera consecuencia de salir de uno mismo y descubrir que mi fundamento no está de mí. El hecho de que mi ser no dependa de mí, no es una pérdida, sino una ganancia, porque depende de lo que es mucho más seguro que yo mismo. Mi pasado es Dios, mi futuro es el mismo Dios; mi presente es Dios y no tengo nada que temer.

Hablar de la confianza en Dios, nos obliga a salir de las falsas imágenes de Dios. Confiar en Dios es confiar en nuestro propio ser, en la vida, en lo que somos de verdad. No se trata de confiar en un Ser que está fuera de nosotros y que puede darnos, desde fuera, aquello que nosotros anhelamos. Se trata de descubrir que Dios es el fundamento de mi propio ser y que puedo estar tan seguro de mí mismo como Dios está seguro de sí. Por grande que sea el motivo para temer, siempre será mayor el motivo para confiar. Confiar en Dios no es esperar su intervención desde fuera para que rectifique la creación. Confiar es descubrir que la creación es como tiene que ser y lo que falla es mi percepción.

El miedo es utilizado por todo aquel que pretende someter al otro. No solo es explotado por empresas que se dedican a vendernos toda clase de seguros, sino también por las religiones, que explotan a sus seguidores ofreciéndoles seguridades absolutas, después de haberles infundido un miedo irracional a lo sagrado. Creo que todas las religiones han intentado manipular la divinidad para ponerla al servicio de intereses egoístas. El miedo es el instrumento más eficaz para dominar a los demás. Todas las autoridades, civiles y religiosas, lo han utilizado siempre para conseguir el sometimiento de sus súbditos.

En nuestra religión, el miedo ha tenido y sigue teniendo una influencia nefasta. La misma jerarquía ha caído en la trampa de potenciar y apuntalar ese miedo. La causa de que los dirigentes no se atrevan a actualizar doctrinas, ritos y normas morales, es el miedo a perder el control absoluto. La institución se ha dedicado a vender, muy baratas por cierto, seguridades externas de todo tipo, y ahora su misma existencia depende de los que sus adeptos sigan confiando en esas seguridades engañosas que les han vendido. Han atribuido a Dios la misma estrategia que utilizamos los hombres para domesticar a los animales: zanahoria o azúcar y si no funciona, palo, fuego eterno.

Las religiones siguen necesitando un Dios que sea todopoderoso, y que ese poder omnímodo lo ponga al servicio de sus intereses. Pero Dios es nadapoderoso, porque todo su poder ya lo ha desplega­do, mejor dicho lo está desplegando constantemente, por lo tanto no puede en un momento determinado actuar con un poder puntual. Por eso mismo, tenemos que confiar totalmente en él, porque nada puede cambiar de su amor y compromiso con los hombres. La causa de Dios es la causa del hombre. No nos engañemos, ponerse de parte de Jesús es ponerse de parte del hombre. Dios no está desde fuera manejando a capricho su creación. Está implicado en ella inextricablemente. Su voluntad es inmutable. No es algo añadido a la creación, sino la misma creación.

Si de verdad me creo que, vistas desde Dios, las criaturas no se distinguen del creador, entonces surgirá en mí un sentimiento de total seguridad, de total confianza en mí, en lo que soy y en lo que yo significo para Dios. Lo mismo que descubriré lo que Dios significa para mí. Esta experiencia no tiene nada que ver con lo que yo individualmente sea. La confianza no es un regalo para los buenos, sino una necesidad de los que no lo somos. Cuando confiamos porque nos creemos buenos, entramos en una dinámica peligrosísima, porque no confiamos en Dios, sino en nosotros mismos y en nuestras obras. Jesús nos invita a no tener miedo de nada ni de nadie. Ni de las cosas, ni de Dios, ni siquiera de ti mismo. El miedo a no ser suficientemente bueno es la tortura de los más religiosos.

Todos los miedos se resumen en el miedo a la muerte. Si fuésemos capaces de perder el miedo a morir, seríamos capaces de vivir en plenitud. Todo lo que tememos perder con la muerte, es lo que teníamos que aprender a abandonar durante la vida. La muerte solo nos arrebata lo que hay en nosotros de contingente, de individual, de terreno, de caduco, de egoísmo. Temer la muerte es temer perder todo eso. Es un contrasentido intentar alcanzar la plenitud y seguir temiendo la muerte. En el evangelio está hoy muy claro. Aunque te quiten la vida, lo que te arrebatan es lo que no es esencial para ti.

Meditación

Si tienes miedos, no has hecho tuya la salvación que Jesús te ofrece
Si sigues temiendo a Dios,
en vez de avanzar en tu liberación,
te has metido por un callejón oscuro y sin salida.
No pienses que tienes que ser bueno para salvarte.
Tienes que sentirte ya salvado para ser bueno.

 

 Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Sin preocuparse por nada.

Domingo, 21 de junio de 2020
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preocuparse-por-nadaLos ojos de los demás son nuestras cárceles, sus pensamientos nuestras jaulas (Virginia Woolf)

21 de junio. DOMINGO XII DEL TO

Mt 10, 16-23

Cuando os entreguen, no os preocupéis por lo vais a decir

“Donde hay poca justicia es un peligro tener razón”, decía Francisco de Quevedo recordando su injusto encarcelamiento en el convento Real de San Marcos de León por el Conde Duque de Olivares sin motivo alguno.

La verdad está reñida con un entorno injusto, y entonces sí que hay que preocuparse porque, en este caso, si la justicia nos persigue y amenaza con la cárcel, lo mejor es sacudirse las sandalias y evadirse a otra parte, como aconseja Jesús a sus discípulos.

El rey Herodes temía mucho a Juan Bautista, y preocupado, le temía, pero Herodías le sujetó más firmemente en sus redes y se vengó de Juan, induciendo a Herodes a encarcelarle.

Después, durante una macabra escena en la que Salomé danza ante Herodes, le ruega que le ejecute. Herodías le quiso demostrar que la orden había sido cumplida, enarbolando una bandeja de plata, en la que estaba sangrando la cabeza del Bautista.

Tres años más tarde, también otro murió Crucificado, así como en el siglo XIX fueron también asesinados, Thomas Moro, Jonh Fitzgerald Kennedy, Luther King, Arnulfo Romero, Ignacio Ellacura y tantos otros.

A ninguno de ellos les permitieron sacudirse el polvo de las sandalias y marcharse a otra ciudad cualquiera.

En el cielo, Dios rechinó los dientes, y en la Capilla Sixtina, el Cristo de Miguel Ángel hubiera condenado a tan inicuos jueces al infierno de Dante.

Virginia Woolf, dijo que “Los ojos de los demás son nuestras cárceles, sus pensamientos nuestras jaulas, que a lo largo de su vida se vio igualmente acosada por los periódicos, de cambios de humor y enfermedades asociadas.

Y para Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia:

“Las leyes son semejantes a las telas de araña; detienen a lo débil y ligero y son deshechas por lo fuerte y poderoso, lo que por otra parte confirma el aforismo latino del Summum ius summa iniuria. 

Y lo mejor de todo, no estar preocupados por nada: Como el cínico Diógenes, que habitaba en un tonel, y que no tenía más bienes que una capa, un bastón y una bolsa de pan. Una vez en que estaba sentado tomando el sol delante de su tonel, le visitó Alejandro Magno, el cual se colocó delante del sabio y le dijo que, si deseaba alguna cosa, él se la daría. Diógenes contestó: “Sí, que te apartes un poco y no me tapes el sol”.

Francisco de Quevedo calificó de esta manera todos los hechos mencionados:

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Esclavos de nuestros miedos o discípulos y discípulas de Jesús?

Domingo, 21 de junio de 2020
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12-to-aMt 10, 26-33

En el texto de hoy Jesús repite tres veces “No temáis”. Recordamos que el número 3 en la Biblia representa “la totalidad” o “siempre”. Es decir, en este texto se refiere a todos los miedos que podemos tener como discípulos. En el Antiguo Testamento esta expresión, “No temáis” iba siempre unida a la ayuda de Dios: Él era la causa por la que podían vivir sin temor.

Jesús es consciente de los miedos que amenazan a sus primeros seguidores y de nuestros miedos y nos presenta, a lo largo del texto, tres caminos para que seamos conscientes de la ayuda de Dios.

En primer lugar, que no tengamos miedo a manifestar la revelación; la Palabra, se va des-velando: revela y desvela el misterio oculto de Dios. Por eso, lo que se nos dice en la oscuridad, o lo que se nos comunica en la intimidad, hay que sacarlo a la luz y los discípulos de Jesús tenemos la misión de contribuir a esa revelación, a dar a conocer a todos quién es Dios y su mensaje de salvación. El mensaje que Dios mismo quiere revelarnos.

En segundo lugar, que no tengamos miedo a las persecuciones de todo tipo. Cuando Mateo escribió el evangelio, las persecuciones físicas, tortura y muerte, eran habituales; pero para que los discípulos comprendieran que en medio de las persecuciones estaban en las manos del Abbá utiliza un recurso habitual en la literatura judía: observar lo que ocurre en la naturaleza y aprender de ella. Más de una vez los textos del evangelio utilizan el recurso a los animales, así se nos dice que debemos ser inteligentes como las serpientes y sencillos como las palomas, o que tengamos cuidado con los lobos que se disimulan bajo la piel de corderos… En este caso nos habla de los gorriones, pequeños e indefensos, como debían sentirse los primeros cristianos ante las persecuciones judías y romanas, para decirnos: Si Dios cuida a los gorriones ¡cuanto más! nos cuidará a nosotros… Cuanto más cuidará a los que comparten la misión de su hijo.

En tercer lugar, no debemos tener miedo, porque si damos testimonio de Él, Jesús mismo será testigo nuestro ante el Padre. Mateo se dirige a una comunidad misionera que experimenta la persecución y multitud de dificultades y les ayuda a reflexionar para que el miedo no los lleve a la negación de Jesús, al silencio de la Buena Noticia, a la apostasía, etc. En tiempos de Jesús y cuando se escriben los evangelios, dar testimonio de una persona ante la autoridad podía suponer salvar o perder la vida. La justicia impartida por los tribunales se apoyaba en los testimonios, en quien salía valedor de los acusados. Por eso Jesús les dice: No tengáis miedo de dar testimonio de mí porque yo daré testimonio de vosotros ante el Padre.

Dar testimonio de Jesús puede suponer muchos peligros, hasta la muerte, pero si Jesús va a ser nuestro testigo ante el Padre, sabemos que estamos en buenas manos, protegidos y salvados… si es Jesús el que nos defiende, estamos salvados y tendremos la vida plena que nadie nos podrá quitar.

En el contexto de miedo en el que vivimos también nosotros, el evangelio de hoy nos invita a preguntarnos, ¿A qué y a quienes tenemos miedo? ¿A dónde nos conducen nuestros miedos? ¿Qué germen de cobardía descubrimos en nosotros como discípulos y discípulas? ¿Estamos sacando a la luz la revelación, desvelando el velo que oculta el rostro de Dios y su mensaje de salvación? Cuando, como en esta época, nos experimentamos como personas débiles y frágiles, ¿a quién recurrimos? ¿En quién ponemos nuestra confianza?

El evangelio nos recuerda que cuando damos testimonio de Jesús ante las personas que nos rodean, sirviéndolas, acompañándolas, desvelándoles el amor que Dios les tiene… Jesús también será el que dé testimonio de nosotros ante el Padre. Esta es nuestra profunda esperanza y nuestra fuente de alegría. De esa clase de alegría que no depende de lo que nos ocurra, de lo que otros nos puedan hacer… porque se nos ha dado para siempre.

Para Mateo el juicio final (25, 31-46) es importante, ese encuentro con Jesús en el que se revela la coherencia y la verdad de nuestra fe y de nuestras obras. En esta perspectiva y en contexto de las persecuciones o de las dificultades actuales, insiste: no tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo (como ocurría entonces y ocurre hoy aunque sea por otras causas) pero no os pueden arrebatar la vida en plenitud. Dale importancia a lo fundamental, a lo que puede destrozar todo tu ser para la eternidad; el ser esencial no lo mata nadie. Nuestra fe afirma que la vida es mucho más que la vida física.

Estas son pues las claves para combatir el miedo que este domingo se nos ofrecen. Vivir desde ellas y ayudar a desvelar la revelación, para que otros puedan hacerlo, es la misión que se nos encomienda. Misión que queremos vivir sin miedos, porque estamos en buenas manos y hay quien da testimonio por nosotros.

Mª Guadalupe Labrador Encinas. fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Confianza

Domingo, 21 de junio de 2020
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2AE750E6-06B1-4026-AFA8-3D64B26ACBFCDomingo XII del Tiempo Ordinario

21 junio 2020

Mt 10, 26-33

El miedo es lo opuesto a la confianza. Y aseguran los neurocientíficos que ambos usan las mismas redes neuronales. Lo cual implica que alimentar el miedo –consciente o inconscientemente– significa socavar la posibilidad misma de confiar.

          El miedo es una emoción importante que nos permite detectar las amenazas y protegernos ante ellas. Forma parte, por tanto, de nuestro equipamiento biológico. El problema surge cuando la amenaza no es real, sino fabricada por nuestra mente, como consecuencia de miedos “heredados” generacionalmente, de experiencias infantiles más o menos traumáticas o de la ignorancia acerca de lo que realmente somos.

          Con tales condicionamientos, no es extraño que la mente vea peligros por doquier, instalándonos en el miedo de manera habitual, incrementando la ansiedad y encerrándonos en una cárcel interna que cada vez oprimirá más. El miedo acobarda y constriñe, aísla y obliga a vivir a la defensiva en permanente estado de alerta.

          Frente a tales miedos-fantasmas –creados y alimentados por una mente temerosa e ignorante–, el mensaje de las personas sabias aparece indefectiblemente coloreado por la confianza. Es lo que percibimos, por ejemplo, en Jesús de Nazaret quien, de manera constante, insiste: “No tengáis miedo”, confiad.

          La confianza brota de la comprensión, de la certeza de que aquello que somos se halla siempre a salvo. En palabras del propio Jesús: “pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Experimentaremos dolor y muerte en nuestra forma vulnerable, pero lo que somos realmente permanece siempre inafectado. Por decirlo de manera simple: somos aquello que no puede ser dañado.

          Y habla Jesús de “gorriones” y de “cabellos”… Todo, absolutamente todo, hasta lo más insignificante, responde a un designio sabio. Vivimos confundidos porque percibimos solo una apariencia muy limitada de la realidad. Si pudiéramos apreciarla en su conjunto, advertiríamos que, en lo profundo, todo está bien, todo tiene su lugar. Y que la vida no se equivoca cuando cae un pájaro del cielo o un cabello de nuestra cabeza.

          Si lo quiero analizar desde mi mente analítica, no entenderé nada, me sublevaré ante ese tipo de afirmaciones y, con toda probabilidad, añadiré sufrimiento. Si comprendo que soy (somos) la misma vida expresándose, superada la consciencia de separatividad, viviré en la confianza. Porque quien percibe su (nuestra) verdadera identidad vive ecuánime e imperturbable en toda situación.

          De una forma que puede sonar escandalosa tanto a la mente analítica como a la ortodoxia religiosa, la mística beguina del siglo XIV, Juliana de Norwich, proclamaba gozosa: “El pecado es necesario, pero todo acabará bien, y todo acabará bien, y cualquier cosa, sea cual sea, acabará bien”.

¿En mi día a día, alimento más el miedo o la confianza?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El fundamento de la religión es el miedo, el fundamento del cristianismo es el amor y la confianza

Domingo, 21 de junio de 2020
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. El miedo. Tal vez el eje central de la Palabra de hoy la encontramos en la primera lectura del profeta Jeremías: el Señor está conmigo. Jesús constata que los seres humanos tenemos miedo. No tengáis miedo. Y la razón última de este “no tener miedo” es que el Señor está conmigo…

En principio el miedo es un instinto de auto-conservación por el que tendemos a autoprotegernos de la enfermedad, de una agresión, de diversos peligros. El miedo es como un mecanismo de defensa ante los peligros de la vida.

También nosotros podemos sentir miedos de todo tipo: miedo a la enfermedad, al futuro: a que no nos llegue el dinero, la pensión, miedo a quedar relegado, a perder brillo social, ante la decrepitud de las fuerzas, de las capacidades. ¿Quién está libre de un cáncer, de un infarto, de un Alzheimer? Miedo ante la muerte.

Podemos sentir miedo ante las instituciones. A mí que no me quiten el puesto de trabajo. En la vida política esto lo vemos todos los días, también en la vida eclesiástica: cargos, potestades, miedos a no medrar o a perder el puesto. Por eso sentimos miedo ante las instituciones eclesiásticas: que el “obispo no me toque” o vamos a ver si me “asciende”. (A veces da la impresión de que los curas y los obispos son los “gestores” de la salvación. Dios no tiene más remedio que hacer lo que dice un obispo).

También hemos vivido otros miedos más profundos y traidores: miedos y angustias de tipo moral-religioso. ¡Cuánto daño y angustia ha infundido la moral que hemos recibido!

“El fundamento de la religión es el miedo”, el fundamento del cristianismo es la confianza y la paz.

El miedo es insuficiente para vivir. El miedo bloquea, paraliza. Hace falta confianza en el bien para superar los miedos, sobre todo los miedos últimos y definitivos de la vida. El miedo (angustia) y la confianza son principios antagónicos.

En esta pandemia muchas personas, ¿todos?, tenemos miedo y, mejor o peor, ponemos los medios que nos aconsejan las instituciones sanitarias y políticas. Pero el miedo profundo y último se supera con confianza, con la intimidad con Dios.

Cuatro veces aparece hoy en el evangelio la situación de miedo, “no tengáis miedo”. Es una llamada frecuente en Jesús: no perdáis la calma, no temáis…

Si bien no siempre, pero en estas cuestiones tienen mucho que decir la psicología, tal vez a la medicina-psiquiatría, pero también la bondad, la cercanía, la familiaridad, la empatía tienen mucho que decir y hacer. Evidentemente que la farmacopea puede calmar, sedar, y no es menos cierto que en ciertos momentos habrá que echar mano de la farmacia, pero no es lo mismo estar dormido que estar en paz. El miedo y la angustia son problemas que encuentran un buen tratamiento en la confianza, en el amor, la amistad, la fe. La bondad es una buena -excelente- terapia.

         Jesús dice que no tengamos miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma, la persona podríamos decir. Es evidente que Dios no nos va a liberar de la muerte física, ni –posiblemente- de una enfermedad, Dios no nos va a liberar de algunos desasosiegos personales. Pero a eso no hay que temer.

         Hay que tener miedo a lo que puede matar el alma, la persona. Y no olvidemos que se puede estar muerto en vida. Recordemos que este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, (hijo pródigo).

Hay realidades que pueden matar la persona: el racismo, la ambición de dinero, el poder; las adicciones matan…

  1. El miedo se supera con confianza.

         El miedo aparece con frecuencia en el NT

El lago, el mar es sitio de peligro y la barca (la Iglesia naciente) atravesó como pudo diversas tormentas en las que los creyente sintieron miedo y angustia. Pedro sintió miedo en el mar y se hundía. (Mt 14,26ss). ¿Y quién no siente miedo en las travesías de la vida? Cuando Cristo está presente en la vida de la comunidad y de los comuneros (creyentes) se hace la calma (Mt 8,26). Cuando la misericordia y el amor de Dios se están haciendo presentes en la Iglesia con el papa Francisco, sentimos un cierto alivio) A veces las instituciones infunden miedo. Los padres del ciego del Templo no se atrevían a hablar por miedo a los judíos del Templo (Jn 19,38). Las instituciones eclesiásticas y algunos de sus representantes con sus modos de actuar han infundido miedo y desesperanza José de Arimatea fue un hombre valiente y, al mismo tiempo, con miedo pues pide a Pilatos el cadáver de Jesús para darle tierra. (Jn 19,38).  ¿Nos haríamos cargo de un ejecutado en una pena de muerte? Tras la muerte de Jesús, los discípulos estaban encerrados por miedo a los judíos (Jn 20,19). Cuando Jesús no está en mi vida, en nuestra vida eclesial, vivimos encerrados y con miedo.

  1. confianza: Jesús insiste: no tengáis miedo. Vivid en paz.

         Jesús seguro que sintió miedo en su vida. Era hombre y en muchos momentos “le venían mal dadas”: de hecho lo buscaron para despeñarlo por el barranco. Jesús fue audaz y valiente, pero sintió miedo ante los fariseos (la ley Y el poder del pueblo), ante Herodes, ante los sacerdotes del Templo (la banca), Jesús sintió miedo ante la cruz: la víspera de su muerte sudó sangre en el huerto de los Olivos: estoy triste hasta la muerte; y en la cruz se sintió abandonado. Muchas realidades le tuvieron que infundir miedo.

         Sin embargo, Jesús fue un hombre de calma y de paz. No perdáis la calma, confiad (Jn 14,1-12). No temáis a los que pueden hacer daño al cuerpo, pero no pueden tocar la vida y los valores (Mt 10,28). La paz os dejo, mi paz os doy. No se turbe vuestro corazón, no tengáis miedo. (Jn 10,27). no temas, pequeño rebaño.

         Para un creyente vivir sin miedo es confiar en Dios, vivir en la paz de Dios. Toda la primera lectura de hoy (Hebreos) está impregnada de confianza, de fe en Dios: Abraham y Sara en situaciones imposibles se fían y viven en la paz de Dios, La paz en el plano personal es la integración y armonía de la existencia.[1] Dejar, descansar toda nuestra existencia en manos de Dios. Hay una expresión popular que creo recoge bien este sentimiento: que sea lo que Dios quiera. Es -probablemente- el acto de fe más hondo que podemos hacer en la vida.

         Una enfermedad incierta, puede ser fuente de gran preocupación. Un superior, un jefe, un político o un obispo despótico pueden hacer daño, hacen mucho daño, pero mi vida no descasa en ellos, solamente en Dios descansa mi vida (salmo 61) y ahí encuentro la paz.

         Estas cosas son más para pensarlas y vivirlas en nuestro interior, que para decirlas.

Nos pase lo que nos pase que no nos pase sin el Señor.

  1. Seamos gente que sembramos calma.

         En nuestro convivir y transcurrir seamos gente de calma. No infundamos miedo, nervios, despotismo, sino serenidad. Hay personas que tienen veinte céntimos de poder, un cargo o un bastón de mando y van perdonando la vida a los demás. No infundamos miedo. Muchas veces somos una cabeza hitleriana y un manojo de nervios: transmitimos miedo, angustia, ansiedad.

         No encendamos el ventilador y aireemos enseguida litigios, defectos, malos augurios y chismes. No seamos un vulgar Internet que airea todo lo que recibe. Juan XXIII decía aquello: no seamos profetas de calamidades.

         El Seños nos dejó su paz, la paz os dejo, mi paz os doy. No temamos, comuniquemos paz.

No temas, pequeño rebaño. Dios Padre nos lleva al Reino

[1] No es el momento, pero también hemos de tener en cuenta el problema de la paz socio-política y de la pacificación. Los cristianos hemos de trabajar para pacificar la vida de los pueblos, de nuestro pueblo.

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