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El fundamento de la religión es el miedo, el fundamento del cristianismo es el amor y la confianza

Domingo, 21 de junio de 2020

índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. El miedo. Tal vez el eje central de la Palabra de hoy la encontramos en la primera lectura del profeta Jeremías: el Señor está conmigo. Jesús constata que los seres humanos tenemos miedo. No tengáis miedo. Y la razón última de este “no tener miedo” es que el Señor está conmigo…

En principio el miedo es un instinto de auto-conservación por el que tendemos a autoprotegernos de la enfermedad, de una agresión, de diversos peligros. El miedo es como un mecanismo de defensa ante los peligros de la vida.

También nosotros podemos sentir miedos de todo tipo: miedo a la enfermedad, al futuro: a que no nos llegue el dinero, la pensión, miedo a quedar relegado, a perder brillo social, ante la decrepitud de las fuerzas, de las capacidades. ¿Quién está libre de un cáncer, de un infarto, de un Alzheimer? Miedo ante la muerte.

Podemos sentir miedo ante las instituciones. A mí que no me quiten el puesto de trabajo. En la vida política esto lo vemos todos los días, también en la vida eclesiástica: cargos, potestades, miedos a no medrar o a perder el puesto. Por eso sentimos miedo ante las instituciones eclesiásticas: que el “obispo no me toque” o vamos a ver si me “asciende”. (A veces da la impresión de que los curas y los obispos son los “gestores” de la salvación. Dios no tiene más remedio que hacer lo que dice un obispo).

También hemos vivido otros miedos más profundos y traidores: miedos y angustias de tipo moral-religioso. ¡Cuánto daño y angustia ha infundido la moral que hemos recibido!

“El fundamento de la religión es el miedo”, el fundamento del cristianismo es la confianza y la paz.

El miedo es insuficiente para vivir. El miedo bloquea, paraliza. Hace falta confianza en el bien para superar los miedos, sobre todo los miedos últimos y definitivos de la vida. El miedo (angustia) y la confianza son principios antagónicos.

En esta pandemia muchas personas, ¿todos?, tenemos miedo y, mejor o peor, ponemos los medios que nos aconsejan las instituciones sanitarias y políticas. Pero el miedo profundo y último se supera con confianza, con la intimidad con Dios.

Cuatro veces aparece hoy en el evangelio la situación de miedo, “no tengáis miedo”. Es una llamada frecuente en Jesús: no perdáis la calma, no temáis…

Si bien no siempre, pero en estas cuestiones tienen mucho que decir la psicología, tal vez a la medicina-psiquiatría, pero también la bondad, la cercanía, la familiaridad, la empatía tienen mucho que decir y hacer. Evidentemente que la farmacopea puede calmar, sedar, y no es menos cierto que en ciertos momentos habrá que echar mano de la farmacia, pero no es lo mismo estar dormido que estar en paz. El miedo y la angustia son problemas que encuentran un buen tratamiento en la confianza, en el amor, la amistad, la fe. La bondad es una buena -excelente- terapia.

         Jesús dice que no tengamos miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma, la persona podríamos decir. Es evidente que Dios no nos va a liberar de la muerte física, ni –posiblemente- de una enfermedad, Dios no nos va a liberar de algunos desasosiegos personales. Pero a eso no hay que temer.

         Hay que tener miedo a lo que puede matar el alma, la persona. Y no olvidemos que se puede estar muerto en vida. Recordemos que este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, (hijo pródigo).

Hay realidades que pueden matar la persona: el racismo, la ambición de dinero, el poder; las adicciones matan…

  1. El miedo se supera con confianza.

         El miedo aparece con frecuencia en el NT

El lago, el mar es sitio de peligro y la barca (la Iglesia naciente) atravesó como pudo diversas tormentas en las que los creyente sintieron miedo y angustia. Pedro sintió miedo en el mar y se hundía. (Mt 14,26ss). ¿Y quién no siente miedo en las travesías de la vida? Cuando Cristo está presente en la vida de la comunidad y de los comuneros (creyentes) se hace la calma (Mt 8,26). Cuando la misericordia y el amor de Dios se están haciendo presentes en la Iglesia con el papa Francisco, sentimos un cierto alivio) A veces las instituciones infunden miedo. Los padres del ciego del Templo no se atrevían a hablar por miedo a los judíos del Templo (Jn 19,38). Las instituciones eclesiásticas y algunos de sus representantes con sus modos de actuar han infundido miedo y desesperanza José de Arimatea fue un hombre valiente y, al mismo tiempo, con miedo pues pide a Pilatos el cadáver de Jesús para darle tierra. (Jn 19,38).  ¿Nos haríamos cargo de un ejecutado en una pena de muerte? Tras la muerte de Jesús, los discípulos estaban encerrados por miedo a los judíos (Jn 20,19). Cuando Jesús no está en mi vida, en nuestra vida eclesial, vivimos encerrados y con miedo.

  1. confianza: Jesús insiste: no tengáis miedo. Vivid en paz.

         Jesús seguro que sintió miedo en su vida. Era hombre y en muchos momentos “le venían mal dadas”: de hecho lo buscaron para despeñarlo por el barranco. Jesús fue audaz y valiente, pero sintió miedo ante los fariseos (la ley Y el poder del pueblo), ante Herodes, ante los sacerdotes del Templo (la banca), Jesús sintió miedo ante la cruz: la víspera de su muerte sudó sangre en el huerto de los Olivos: estoy triste hasta la muerte; y en la cruz se sintió abandonado. Muchas realidades le tuvieron que infundir miedo.

         Sin embargo, Jesús fue un hombre de calma y de paz. No perdáis la calma, confiad (Jn 14,1-12). No temáis a los que pueden hacer daño al cuerpo, pero no pueden tocar la vida y los valores (Mt 10,28). La paz os dejo, mi paz os doy. No se turbe vuestro corazón, no tengáis miedo. (Jn 10,27). no temas, pequeño rebaño.

         Para un creyente vivir sin miedo es confiar en Dios, vivir en la paz de Dios. Toda la primera lectura de hoy (Hebreos) está impregnada de confianza, de fe en Dios: Abraham y Sara en situaciones imposibles se fían y viven en la paz de Dios, La paz en el plano personal es la integración y armonía de la existencia.[1] Dejar, descansar toda nuestra existencia en manos de Dios. Hay una expresión popular que creo recoge bien este sentimiento: que sea lo que Dios quiera. Es -probablemente- el acto de fe más hondo que podemos hacer en la vida.

         Una enfermedad incierta, puede ser fuente de gran preocupación. Un superior, un jefe, un político o un obispo despótico pueden hacer daño, hacen mucho daño, pero mi vida no descasa en ellos, solamente en Dios descansa mi vida (salmo 61) y ahí encuentro la paz.

         Estas cosas son más para pensarlas y vivirlas en nuestro interior, que para decirlas.

Nos pase lo que nos pase que no nos pase sin el Señor.

  1. Seamos gente que sembramos calma.

         En nuestro convivir y transcurrir seamos gente de calma. No infundamos miedo, nervios, despotismo, sino serenidad. Hay personas que tienen veinte céntimos de poder, un cargo o un bastón de mando y van perdonando la vida a los demás. No infundamos miedo. Muchas veces somos una cabeza hitleriana y un manojo de nervios: transmitimos miedo, angustia, ansiedad.

         No encendamos el ventilador y aireemos enseguida litigios, defectos, malos augurios y chismes. No seamos un vulgar Internet que airea todo lo que recibe. Juan XXIII decía aquello: no seamos profetas de calamidades.

         El Seños nos dejó su paz, la paz os dejo, mi paz os doy. No temamos, comuniquemos paz.

No temas, pequeño rebaño. Dios Padre nos lleva al Reino

[1] No es el momento, pero también hemos de tener en cuenta el problema de la paz socio-política y de la pacificación. Los cristianos hemos de trabajar para pacificar la vida de los pueblos, de nuestro pueblo.

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