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Archivo para Domingo, 3 de marzo de 2019

Claroscuro

Domingo, 3 de marzo de 2019
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*

 Claroscuro del sentido,
claroscuro de la fe.

Creo la luz que se ve,
veo el misterio escondido.

Claroscuro voy perdido
de belleza y de verdad.

Sombras, decidme. Callad,
luces sabidas.

Creer
es la manera de ver
total la realidad.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la Espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

 

En aquel tiempo, Jesús les puso también esta parábola:

¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?

El discípulo no es más que su maestro, pero el discípulo bien formado será como su maestro.

¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?

¿Y cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la mota que tienes en el ojo», cuando no ves la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás bien para sacar la mota del ojo de tu hermano.

No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno.

Cada árbol se conoce por sus frutos. Porque de los espinos no se recogen higos, ni de las zarzas se vendimian racimos.

El hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón, y el malo de su mal corazón saca lo malo. Porque de la abundancia del corazón habla su boca.

*

Lucas 6, 39-45

***

El Señor es luz, y esto será para nosotros un medio incomparable para un encuentro más íntimo con él. Una cosa es segura, y es que el amor de Dios somete nuestro corazón a dura prueba. Para que nuestro corazón se vuelva capaz de este amor, es necesario que Cristo lo convierta de manera incesante. Durante esa conversión, que tal vez dure hasta el final de nuestra vida, deberemos sufrir unas veces por mezquindades, otras por parcialidad, otras por errores de nuestro amor.

Y tierno es el corazón capaz de misericordia con todos los hombres, incluidos también nosotros. La ternura «bautizada» sigue siendo ternura y se convierte en misericordia. Jesús es totalmente esta ternura; es la ternura con todo lo que es bello y bueno, por ser creación de Dios; pero, al mismo tiempo, es misericordia, a saber: un corazón que conoce la miseria de los esplendores creados…, enfermos de pecado, devastados por el mal. Es menester que nunca tengamos que reprocharnos a nosotros mismos una firmeza que no esté «redoblada» por un verdadero calor del corazón y por una caridad exigente. Arriémonos los unos a los otros en nuestra pobreza, dentro de nuestros límites: éstos son el signo visible de las misericordias de Dios con nosotros. Esta es la fe en espíritu y en verdad. Pensemos que todos nosotros somos pobres y que el Señor ama a los pobres, y que nosotros le amamos precisamente a él en los pobres. Esta sensación interior de nuestra miseria y de la misericordia omnipotente, para ser verdadera, debe ir acompañada de nuestra disposición exterior de personas que han sido ampliamente perdonadas y a las que, un día u otro, se les ha pedido que perdonen ellas un poquito. Se trata de asumir ante los otros la actitud que asumimos ante Dios. Y eso simplemente porque no somos otra cosa entre nosotros más que pecadores entre otros pecadores, hombres y mujeres perdonados en medio de otros hombres y mujeres perdonados.

*

Madeleine Delbrél,
Indivisibile amore,
Cásale Monf. 1994, pp. 100-102, passim).

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“Detenernos”. 8 Tiempo ordinario – C (Lc 6,39-45)

Domingo, 3 de marzo de 2019
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08-TO-C-600x400Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. No es fácil liberarnos del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.

Ni siquiera en el propio hogar, invadido por la televisión y escenario de múltiples tensiones, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para encontrarnos con nosotros mismos o para descansar gozosamente ante Dios.

Pues bien, precisamente, en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes mantenemos con frecuencia cerrados nuestros templos e iglesias durante buena parte del día.

Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.

Cuánto necesitamos los hombres y mujeres de hoy encontrar ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior.

Acostumbrados al ruido y a la agitación, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que solo nos alimenta y enriquece de verdad aquello que somos capaces de escuchar en lo más hondo de nuestro ser.

Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como seres humanos y como creyentes. Según Jesús, la persona «saca el bien de la bondad que atesora en su corazón». El bien no brota de nosotros espontáneamente. Lo hemos de cultivar y hacer crecer en el fondo del corazón. Muchas personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su corazón.

José Antonio Pagola

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“Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca”. Domingo 3 de marzo de 2019. 8º Ordinario

Domingo, 3 de marzo de 2019
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ordinario16c8De Koinonia:

Eclesiástico 27, 4-7: No alabes a nadie antes de que razone.
Salmo responsorial: 91: Es bueno darte gracias, Señor.
1Corintios 15, 54-58: Nos da la victoria por Jesucristo.
Lucas 6, 39-45: Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.

La separación entre la teoría y la práctica, entre el decir y el hacer, entre el conocer y el ser, es un problema filosófico digno de toda atención. La filosofía, y luego, el espíritu imperial de Roma, constituyen el ambiente espiritual en el que el cristianismo nació, y por el que quedó profundamente marcado. Así, el cristianismo institucional, históricamente, ha estado mucho más preocupado por la ortodoxia (la «opinión correcta», la ausencia de herejía, la verdad, la fe) que por la ortopraxis (la «práctica correcta», el amor, la caridad): no ha perseguido tanto a quien no vive o no practica el amor, cuanto a quien ha expresado (o incluso sólo pensado) una opinión teórica discrepante de los dogmas oficiales. Las persecuciones que la Inquisición montó en los siglos oscuros de la historia de la Iglesia de Occidente son un ejemplo de la hipertrofia de esta primacía dada a lo teórico o dogmático, sobre lo práctico.

El pensamiento moderno cambió esta situación en la cultura occidental, asumiendo una fuerte valoración e incluso una clara preferencia por la praxis frente a la teoría. El “primado de la acción”, la primacía de la praxis… marcan característicamente a la modernidad: la acción es más importante que la teoría, el hacer más que el decir, la transformación de la realidad más que su simple interpretación.

Al cristianismo esta preferencia moderna por la praxis no nos sorprende fuera de juego: la mejor tradición bíblica coincide plenamente con ella. La Palabra de Dios –dabar, palabra en hebreo- no es un sonido (flatus vocis, un mero ruido de la voz), ni un simple concepto mental, sino un hecho, una actuación: Dios no se revela en afirmaciones doctrinales… sino en acontecimientos, en intervenciones salvadoras en la historia.

Los profetas de Yavé no cesan de reconvenir al Pueblo de Dios cuando éste se desvía hacia un culto quizá fervoroso pero que, sin el respaldo de la vida, se convierte en idolátrico. Los dioses son nada; el Dios de Israel es vida, amor, historia. «Conocer a Yavé es practicar la justicia», repetirán los profetas con una insistencia casi obsesiva (Mq 6,6-8), con una paradoja digna de ser subrayada ante nuestra cultura occidental: “conocer es practicar…”. La praxis del amor y de la justicia es el criterio máximo de la bondad moral, por encima de todo culto o sacrificio (Is 1,10-18; 58,1-12; 66,1-3; Am 4,4-5; 5,21-25; Jer 7,21-26), o de cualquier otra seguridad moral (Jer 7,1-15; 9,24) o de toda ortodoxia doctrinal; así como la referencia fundante de la fe religiosa de Israel y de su misma constitución como Pueblo es la praxis liberadora de Dios en el Exodo (Ex 20,1).

Jesús, «profeta poderoso en obras y palabras» (Lc 24,19), que primero comenzó “haciendo” para enseñar (cfr Hch 1,1), que provocaba el asombro de unas muchedumbres «que oían “lo que hacía”» (Mc 3, 8) tanto o más que lo que decía, recogerá esta veta profética e insistirá -con fuerza mayor y una coherencia total hasta su propia muerte- en que «no todo el que “dice”… sino el que “hace” la voluntad del Padre entrará en el Reino» (Mt 7,21-23); que «los verdaderos adoradores adorarán en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23), y que si lo amamos a Él «practicaremos sus mandatos» (Jn 14,24).

La palabra de Jesús alcanza en este punto su claridad máxima cuando propone la práctica del amor, especialmente «con estos mis hermanos más pequeños», como el «criterio escatológico de salvación», conforme al cual se realizará el «juicio de las naciones» (Mt 25,31-46). La parábola del «buen samaritano» (Lc 10,25-37) subrayará esta primacía de la práctica del amor por encima de las fronteras de credo, culto o religión. El evangelio de Juan recalcará hasta la saciedad que la práctica concreta, las obras, son las que dan testimonio creíble (Jn 5,36; 6,30; 7,3; 9,3; 10,25; 10,37-38; 14,11; 15,24).

“Por sus obras los conocerán”, dice Jesús. La prueba de la persona está en su hablar (segunda lectura de hoy). “Obras son amores, y no buenas razones”, dice un refrán castellano. “Una cosa es predicar y otra dar trigo”, dice otro. “Del dicho al hecho hay un buen trecho”, añade un tercero. “Operari sequitur esse“, el obrar sigue al ser, decía por su parte un principio aristotélico: los frutos buenos sólo pueden venir del árbol bueno, y por eso, los frutos prácticos, los hechos, son el mejor criterio de discernimiento moral. En el fondo, Jesús nos está enseñando algo de sentido común, del buen y profundo sentido común.

Jesús no simplemente “predicó” esta primacía de la práctica, sino que la vivió. Pasó por este mundo «haciendo el bien» (Hch 10,37), y «todo lo hizo bien» (Mc 7,37)… De ahí que Jesús recomiende a sus seguidores que comiencen por practicar lo que confiesan con la boca, lo que creen con la fe. Importa mucho que el seguidor de Jesús presente antes de nada las credenciales de su autenticidad. Su vida ha de ser el modelo de lo que predica. No es posible creer a quien contradice con los hechos lo que dice con sus palabras. Por eso, Jesús nos inculca la necesidad de vivir coherentemente con lo que creemos, como condición previa a todo “apostolado”. No es posible pretender corregir o mejorar a los demás cuando nuestra vida no muestra aquello que predicamos; eso sería ser ciegos y querer guiar a los demás. La mejor invitación a los otros, en este sentido, es el propio ejemplo: “el ejemplo arrastra”, dice el refrán. Es necesaria pues la humildad de comenzar por luchar contra los propios defectos, en vez de querer corregir a los demás. “Quita la viga de tu ojo, y entonces podrás quitar la brizna del ojo de tu hermano”. Lo contrario es incoherencia y probablemente hipocresía. Jesús, en su propia persona, fue ejemplo de esa misma veracidad y autenticidad.

“Hay tiempos en los que la mejor manera de decir es hacer” (José Martí). Leer más…

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Dom 3.3.19. Si un ciego guía a otros ciegos (de Jesús a Sábato)

Domingo, 3 de marzo de 2019
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AF4E244F-0BDD-4DF3-AEFA-488C6E60EBEFDel blog de Xabier Pikaza:

Imagen 1: La parábola de los ciegos deP. Brueghel el Viejo.   Museo di Capodimonte de NápolesItalia.

El evangelio de este domingo (3.2.19) es más largo (Lucas 6, 39-45), pero he querido detenerme sólo en la parábola de los ciegos:

39 Les dijo también una parábola: ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo? … 41 ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no sacas ver la viga de tu propio ojo?

 42 ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, si no ves la viga del tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano (Lc 6, 39-42).

 Esta parábola no trata de los ciegos en sí, sino de aquellos ciegos que quieren guiar a otros ciegos,  y que lo hacen precisamente por ser ciegos, es decir, por el resentimiento de no ver, por la envidia, el deseo de poder… Con una larga tradición bíblica, Jesús supone que este mundo está guiado por un tipo de secta de ciegos que quieren guiar a otros ciegos.

Este es un tema esencial de la Biblia, con grandes conexiones políticas y religiosas, personales y sociales, que quiero destacar en lo que sigue, en una línea crítica, de tipo evangélico, para terminar evocando el famoso informe de ciegos de E. Sábato.  

Buen domingo a todos.

El tema de los ciegos en la Biblia

La Biblia ha vinculado el poder con la ceguera. Ciertamente, ella sabe que hay gobernantes y sacerdotes sabios que “ven”, que saben discernir, que ayuda a los otros. Pero a partir de los grandes profetas se ha extendido el convencimiento de que los “pastores” de Israel (gobernantes, sacerdotes) hay sido y son ciegos, que no guían, sino que oprimen, desvían, destruyen a los hombres:

Ezequiel ha puesto de relieve el tema de los pastores ciegos…  y que por eso hacen que se descarríen las ovejas, a las que utilizan y matan, para alimentarse ellos.  Este es un tema especialmente desarrollado por Zacarías, quien parece indicar que los pastores-gobernantes en general son ciegos y que precisamente por serlo toman el poder y destruyen a los hombres y mujeres de su pueblo.

– Este es un tema central de la apocalíptica judía, que Jesús conocía bien, en la línea de Daniel y de las tradiciones de Henoc. En esa línea, una de las causas principales del “poder” civil y religioso es la “ceguera” de los dirigentes, que precisamente por ello (por ignorancia y resentimiento) dominan sobre los hombres y les destruyen.

Ceguera de los dirigentes, un tema esencial de Jesús

   Asumiendo la línea profética de los profetas y apocalípticos de Israel, Jesús ha condenado la ceguera de los dirigentes de Israel y lo ha hecho de manera tan intensa que a veces nos parece incluso exagerada. Estos son algunos de los puntos salientes de su mensaje (tal como lo he destacado en mis comentarios a Marcos Mateo, Verbo Divino, Estella, 2013 y 2017), de manera que aquí puedo prescindir de las citas::

  1. Jesús supone en principio que los que mandan son ciegos... precisamente por mandar y dominar como lo hacen. Sólo unos ciegos, con gran complejo de inferioridad, pueden mandar como hacen, oprimiendo a los demás… Son ciegos que quieren guiar a otros ciegos, de forma que todos, al fin caerán en la fosa (infierno, muerte…) si no cambian.
  2. Jesús ha venido a abrir los ojos a los ciegos…, retomando la palabra y misión del profeta del 2º Isaías: “He venido a abrir los ojos a los ciegos…”. Ésta es su misión, éste su milagro: Quiere que los hombres vean, que se conozcan a sí mismos y conozcan a los otros, para acompañarles en el camino, no para oprimirles.
  3. El Evangelio de Juan ha comentado esta misión de Jesús,  ejemplificada en el milagro del “ciego de Siloé”, a quién él abre los ojos para que vea… Pero se oponen un tipo de fariseos que quieren que los ciegos sigan ciegos para dominarles. Estos fariseos son ciegos que dominan a otros ciegos, son el testimonio más claro de la perversión de un poder civil y religioso que se impone oprimiendo (manteniendo ciegos a los otros).

Proyecto y camino de Jesús, que los hombres y mujeres vean:

   Ésta es, a su juicio, la tarea esencial del evangelio, que se centra en el gesto y camino de abrir los ojos de los ciegos, para que vean y caminen en libertad, ayudándose unos a los otros. Éstos son algunos de los rasgos principales de este proyecto:

  1. Jesús pude a los hombres que “curen” su ceguera, para así poder guiar a los demás, como ha destacado el evangelio de este domingo: Los que juzgan y se imponen sobre los demás tienen una “viga” en su ojo… No quieren ver (como los fariseos de Jn 9). Por eso, porque ellos no ven, juzgan a los otros y les oprimen. Por eso, Jesús les dice que “curen” su ceguera, que aprender a ver (que conozcan, que se reconozcan) para poder así acompañar a los demás.
  2. Aprender a ver (curar la ceguera) es un tipo de resurrección: Nacer de nuevo para ver, ver a Jesús, ver en su verdad a los demás, para ayudarles en vez de oprimirles, para compartir la vida con ellos en vez de resucitarles.
  3. Esta es la misión del evangelio: Una nueva “visión”, mirar de forma distinta, mirar para admirar, para reconocer, para compartir, para alabar… como van indicando las escenas de ciegos del evangelio, desde el ciego de Betsaida (que se refiere quizá a Pedro, que tiene que aprender a ver, para asumir el camino de Jesús, Marcos 8, 22-26) hasta el ciego del camino de Jericó (Mc 10, 45-52), a quien Jesús cura para que le pueda acompañar en la subida a Jerusalén.

En un mundo de ciegos…, un juicio político, un juicio eclesial:

    El tema de los ciegos del evangelio nos sitúa en el centro de la “dinámica” de juicio que marca nuestra sociedad. Sólo quiero poner dos ejemplos, uno tomado de la política española, otro de la vida de la Iglesia. No tengo solución, ni en un caso ni en otro, pero pienso que su tema cae de lleno en la “dinámica” del dicho de Jesús: Si un diego guía (dirige, juzga…) a otros posible ciegos…

  1. Uno es el caso del Gran Tribunal de España en Madrid que está juzgando el caso de posible sedición de unos políticos de Cataluña que parecen haber declarado la independencia de su país… Hay muchos problemas de fondo en ese juicio, pero me da la impresión de que estamos ante unos ciegos quieren guiar a otros ciegos… y se atreven a juzgarles. No sé quién tiene la razón, ni si hay alguien que la tenga (ni en esta postal me importa…), pero siento que estamos ante un tribunal de ciegos. A mi juicio, las cosas deberían arreglarse (hablarse, resolverse) de otra forma, en la línea de nuestro pasaje y de todo el Semón de la Llanura de Lc 6, 17-49.
  2. Algo más claro me parece el “juicio” del Pleno sobre la Pederastia del Clero, celebrado en el Vaticano (del 21 al 24 del 2 de 2019). Ciertamente, el pleno ha sido muy importante… pero tengo la impresión de que en el fondo podrían aplicarse las palabras de Jesús “si unos ciegos guías/juzgan a otros ciegos pueden caer todos en la fosa.”. Quizá la palabra principal sería “quita la viga que tienes en tu ojo…”.

Dejo así el tema abierto, pues no me atrevo a comentar la versión del dicho en Mt 15, 14:  «Dejadlos: son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo». Dejadlos… ¿a quienes? ¿A los jueces del tribunal de Madrid? ¿A los “padres” del pleno sobre la pederastia en el Vaticano? ¿Quienes son, quiénes somos, estos ciegos que guían a otros ciegos? No me atrevo a seguir. Dejo a mis lectores con el Informe sobre ciegos de E. Sábato.

E. Sábato: Informe sobre cielos, el del Imperio de los ciegos  

35F338D7-A36B-459E-8231-01FDD604B588El evangelio de  hoy trata de un ciego que guía a otro ciego, de forma que ambos caen en el hoyo, es decir, en la fosa.

   Ciertamente hay ciegos que asumen su condición y la transcienden (se transcienden a sí mismos), como poetas o videntes, como hombres o mujeres de sabiduría superior.  Pero como dice la parábola-milagro de Jn 9 hay ciegos que precisamente por serlo (por complejo de inferioridad, por deseo de mando…) se convierten en guías de los otros, como ha podido suceder con ciertos “fariseos ciegos” judíos y/o cristianos.
Pues bien, de estos ciegos resentidos que quieren ocultar su ceguera dominando sobre los demás trata el Informe Sobre Dios de E. Sábato,   una de las parábolas más fascinantes y dolorosas de la literatura moderna, que forma parte de su novela Sobre Héroes y tumbas.
Jesús vino a curar al ciego de nacimiento de Jn 9, y a muchos otros ciegos que encontró en su camino, para que todos pudieran ver y vivir, en un mundo luminoso, abierto al diálogo y a la lucidez, en la que está Dios. Pues bien, en contra de ese Jesús de la Luz ha venido a elevarse la Secta de los ciegos que dominan y dirigen el mundo.

Desde Buenos Aires ¿Dominan el mundo los ciegos perversos?

  He pensado en este tema viviendo en el Gran Buenos Aires los primeros días de este mes, por un trabajo de catequesis cristiana (del 30 al 10 del 2 de 2019).  Allí he vuelto a recordar-recrear la figura  Fernando Vidal Olmos, uno de los personajes clave de la novela de E. Sábato, un hombre que quiso descubrir, en alucinación durísima, los poderes que dominan sobre el mundo, en el subsuelo del mismo Buenos Aires, en los años de las revoluciones y la dictadura militar (entre el 1960 y el 1980).

Jesús quiso que los ciegos vieran. Hay otros, en cambio, que quieren que los ciegos sigan ciegos para dominar con su ceguera el mundo entero
Este informe sobre ciegos constituye la descripción metafórica de un mundo dominado por la ceguera, por una Secta de Ciegos demoníacos.

Es como si Sábado encarnara en la figura de esos ciegos  perversión de un “fariseísmo” demoníaco e infernal, que quiere dominar el mundo, creando un submundo de ciegos que lo dirigen y destruyen todo, desde el subsuelo de Buenos Aires.

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Cuatro errores que debes evitar

Domingo, 3 de marzo de 2019
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thumbs_DIA-6-P.C-JMJ-20192019_01_245680Del blog El Evangelio del Domingo de José Luis Sicre:

La última parte del “Discurso de la llanura” desconcierta por la variedad de personajes que aparecen: dos ciegos, un discípulo y su maestro, dos miembros de la comunidad, un hombre bueno y otro malo; uno inteligente, que construye su casa sobre roca, otro insensato, que la edifica sobre arena. Y también son muy diversas las imágenes: un hoyo, la mota y la viga en el ojo, el árbol sano y el árbol podrido; higos y zarzas, uvas y espinos. Evidentemente, se trata de frases de Jesús pronunciadas en diversos momentos y circunstancias. Sin embargo, pueden relacionarse con el tema que preocupa a Lucas, leído el domingo pasado: “no juzguéis, no condenéis”.

[Nota: la liturgia, con su afición a mutilar el evangelio, ha suprimido la importantísima advertencia final sobre la necesidad de poner en práctica todo lo anterior. La añado en el comentario y aconsejo que en la homilía se tenga presente.]

Cuatro errores que debes evitar

  1. Si te consideras con buena vista para juzgar y condenar a los demás, te equivocas. Estás ciego. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caen en el hoyo.

¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

  1. Si te consideras muy listo y bien preparado para juzgar y condenar a los demás, te equivocas. No eres un catedrático, sino un alumno de 1º. A lo más que puedes aspirar, después de mucho esfuerzo, es a ser como el catedrático.

Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

  1. Si te consideras digno de juzgar y condenar a los demás, te equivocas y eres un hipócrita. Tus fallos son mucho mayores. La viga de tu ojo es mucho más grande que la mota en el ojo de tu hermano y te impide ver bien.

¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.

  1. Si piensas que cuando juzgas y criticas a los demás lo único que haces es disfrutar o hacerles daño, te equivocas. Te haces daño a ti mismo, porque las palabras que salen de tu boca dejan al descubierto la maldad de tu corazón. [En esta última comparación del árbol bueno y el malo, cada uno con sus frutos, la clave está en las palabras finales: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Del hombre bueno nunca saldrán críticas, juicios malévolos ni murmuraciones; solo saldrá perdón y generosidad. En cambio, quien critica, juzga, murmura, revela que tiene el corazón podrido.]

No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».

Advertencia final (suprimida en la liturgia)

El discurso ha terminado. Jesús ha indicado a sus seguidores que hay dos grupos opuestos: pobres-odiados y ricos-elogiados. Ellos pertenecen al primero. Pero no deben enfrentarse a sus enemigos, sino amarlos, tratarlos bien, bendecirlos, rezar por ellos. Su modelo debe ser el Padre misericordioso y compasivo, “generoso con ingratos y malvados”. Con respecto a los hermanos, los miembros de la comunidad, las exigencias han sido también grandes: no juzgar, no condenar, perdonar, dar.

Cabe un peligro: considerar lo anterior un bonito discurso que no es preciso poner en práctica. Basta con llamar a Jesús “¡Señor, Señor!”, que es una gran confesión de fe. Como quien dice: “Basta con ir a misa”. No. La enseñanza de Jesús hay que ponerla en práctica. En caso contrario, serías como el insensato que construye una casa al borde de un río. Cuando ocurre la inundación, se la lleva. Sé sensato y ponlo en práctica.

 

1ª lectura: ¿Quieres saber cómo es una persona? (Eclesiástico 27,5-8)

Este breve texto, desconcertante a primera vista, resulta claro cuando lo relacionamos con las palabras del evangelio: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. ¿Quieres saber cómo es una persona? Fíjate en lo que hace la gente de tu entorno (estamos en el siglo II a.C.).

Cuando quiere separar el trigo de la paja, criba.

Cuando quiere probar una vasija de barro, la mete en el horno del alfarero.

Cuando quiere saber si un árbol es bueno, mira sus frutos.

Cuando tú quieras conocer a fondo a una persona fíjate en cómo razona y en lo que dice. “De lo que rebosa el corazón habla la boca”.

Se agita la criba y queda el desecho,
así el desperdicio del hombre cuando es examinado.

El horno prueba la vasija del alfarero,
el hombre se prueba en su razonar.

El fruto muestra el cultivo de un árbol,
la palabra, la mentalidad del hombre.

No alabes a nadie antes de que razone,
porque esa es la prueba del hombre.

Reflexión

El “Discurso de la llanura”, aunque no tenga la fama del “Sermón del monte” de Mateo, es un resumen muy bueno de la actitud que debemos tener ante enemigos y hermanos. Generalmente se recuerda el amor a los enemigos. Pero es frecuente olvidar el amor a los otros miembros de la iglesia, la obligación de no juzgar ni condenar a quienes piensan o actúan de forma distinta.

En el siglo I, el papa Clemente preveía este peligro: «Cuando [los paganos] nos oigan decir que Dios dice: “No tenéis mérito si amáis a los que os aman; tenéis mérito si amáis a los enemigos y a los que os odian”, al escuchar esto se admirarán de una bondad tan grande; pero si ven que no solo no amamos a los que nos odian, sino que ni siquiera amamos a los que nos aman, se reirán de nosotros y blasfemarán” (Segunda carta de Clemente a los Corintios, 13,4).

Por otra parte, el carácter tan radical de algunas afirmaciones requiere explicación. Pero el mejor comentario no está en inglés ni en alemán. Es el mismo evangelio de Lucas. Leyendo y releyéndolo se iluminan muchas frases misteriosas.

 

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03 de marzo. Domingo VIII. Tiempo Ordinario

Domingo, 3 de marzo de 2019
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“¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llegas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.”

(Lc 6, 39-45)

¡Qué bien nos conoces, Maestro! Cómo se nota que te has hecho uno de nosotros, que te has mezclado con todo lo nuestro.

Y sí, tenemos esa tendencia generalizada y muy extendida de querer solucionar problemas ajenos.¡ Ah!, y no solo los pequeños problemas de nuestro vecino más próximo, también estamos convencidos de que si el mundo estuviera en nuestras manos todo andaría mucho mejor.

Por eso no es difícil escuchar una conversación acerca de cómo mejorar la política de Estados Unidos, o de cómo acabar con el hambre en el mundo. También nos atrevemos con la violencia de genero o los casos de corrupción en política. Es todo tan sencillo que en una conversación de media hora lo hemos solucionado.

Después nos volvemos a nuestras vidas, con nuestros grandes problemas. Porque quizá tenemos muy claro cómo solucionar el problema de la inmigración mundial pero no somos capaces de entendernos con nuestro hijo.

Y también le hemos encontrado solución a la violencia machista pero luego nuestro jefe nos da pánico y no nos queda más remedio que aguantar para cobrar a fin de mes.

Tenemos necesidad de solucionar aquello que no depende de nosotras para no tener que enfrentarnos a lo nuestro. ¡Qué miedo nos da lo nuestro! Además, parece que si no le prestamos atención es menos real. Pasa más desapercibido.

Por eso necesitamos que Jesús nos repita más de una vez esa palabra que nos sacude y nos despierta: ¡Hipócrita! No nos gusta oírla pero nos viene muy bien.

Además, solo ante Jesús nos quedamos sin poder rebatir. No podemos contestarle nada. Sencillamente tiene razón. “Nos ha pillado”, como al niño travieso, con la mano dentro del bote de galletas.

Tienes razón Jesús, somos hipócritas. Nos resulta más sencillo preocuparnos de las motas ajenas que ocuparnos de nuestras vigas.

Oración

Haznos ver, Trinidad Santa, nuestra propia oscuridad, esa viga que tratamos de ocultarnos a nosotras mismas. Y ayúdanos a sacárnosla. Nosotras no podemos.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Exigir a los otros lo que yo no cumplo es hipocresía

Domingo, 3 de marzo de 2019
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090916-Lc-6-39-42-660x330Lc 6, 39-45

El sermón del llano en Lc termina con una retahíla de frases hechas, que tratan de explicar el contenido del mensaje. Recordemos que Mt lo coloca en lo alto del monte mientras que Lc nos dice que lo pronunció en un rellano (Jesús bajó del monte con sus discípulos y se paró en un rellano). En la mitología de la época el monte era el lugar de la divinidad (de ahí que todas las teofanías se dieran en los montes. El valle era el lugar del hombre. Para Mt Jesús habla desde el ámbito de lo divino, para Lc habla desde una situación intermedia. Quiere hacer ver que Jesús hace de puente entre lo divino y lo humano, que es a la vez divino y humano.

Las frases que acabamos de leer y las que leíamos el domingo pasado son proverbios que eran patrimonio de todas las culturas del entorno. No son inventadas por Jesús sino un destilado de la sabiduría popular que durante miles de años se había ido condensando en frases rotundas fáciles de recordar. Tengamos en cuenta que durante la mayor parte de la prehistoria humana no hubo escritura y durante la mayor parte del tiempo en que ya se había inventado, la inmensa mayoría de la gente no sabía ni leer ni escribir. Era muy importante facilitar la retención de ideas claves que podrían ser útiles en la vida de cada día.

Aun en nuestros días estamos acostumbrados a aplicar frases famosas a personajes concretos sabiendo que no las pronunciaron ellos, pero son muy útiles para hacer ver la sabiduría de aquellos a los que se les atribuye o resaltar la importancia de la frase, atribuyéndolo a una persona de gran prestigio. En el AT hay un libro que se llama “Proverbios” y que el mismo texto atribuye a Salomón, cuando hoy sabemos que está escrito cuatro siglos después. En el caso de Jesús, está claro que esos proverbios pueden servir para destacar la sabiduría que estaba manifestando en todo momento. Por eso se utilizan como resúmenes de su mensaje.

En los relatos de hoy se trata de hacer ver que la bondad o la malicia no son entes que andan por ahí y que me puedo apropiar en un momento dado. Son cualidades de la persona humana y solo indirectamente podemos descubrirlas, lo mismo en nosotros que en los demás. No es fácil acceder al interior del hombre, por eso es tan difícil hacer un juicio de valor sobre las personas. Las juzgamos por lo que sale al exterior, pero no siempre eso es suficiente para descubrir lo que de verdad se esconde en lo más profundo del ser humano.

Solo las obras nos pueden revelar lo que hay dentro de otra persona. Aun así, ni siquiera las obras pueden ser argumento seguro para llegar al otro. Un acto bueno puede ser fruto de una programación calculada y por lo tanto sin ninguna conexión con las actitudes fundamentales de la persona. Un acto malo puede ser fruto de un momento de arrebato o ira y no reflejar tampoco la verdadera postura vital del individuo. Tal vez por eso el evangelio nos dice: “No juzguéis y no seréis juzgados.” “No condenéis y no seréis condenados”.

El creernos en posesión de la verdad y por tanto con el derecho de imponerla a otros, es la actitud más contraria al mensaje evangélico. Según el evangelio, debíamos estar siempre con los oídos muy abiertos para escuchar lo que nos pueden decir los demás y con la boca cerrada para no engañar a los demás con nuestros discursos interesados y simplistas. No hay nada más desagradable que un sabelotodo que está siempre queriendo decir la última palabra sobre lo que hay que hacer o evitar. El mundo no está necesitado de maestros sino de discípulos. Dice un proverbio oriental: cuando el discípulo está preparado, el maestro surge.

La imagen del ciego guiando a otro ciego es muy esclarecedora. Parece absurda, pero es la que con más frecuencia adoptamos los humanos. Siempre nos creemos con derecho a enseñar porque confundimos nuestra verdad con la verdad. Decía Antonio Machado: tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya quédatela. Esto es verdad en todos los aspectos del conocimiento, pero en el aspecto religioso, se ha llevado al paroxismo. Cuando esta postura se institucionaliza se convierte en un verdadero sarcasmo. Solo nos queda un paso para afirmar con toda rotundidad: fuera de la Iglesia no hay salvación.

No es menos esclarecedora la imagen de la mota y la viga. El afán de corregir a los demás es una constante, sobre todo entre los que nos creemos religiosos. A pesar de que el evangelio nos aconseja la corrección fraterna, no hay nada más peligroso en la vida real que esa práctica. No solo porque nunca podemos estar seguros de lo que es mejor para el otro, incluso cuando hayamos constatado que es bueno para nosotros mismos; sino porque tendemos a corregir al otro desde la superioridad moral que creemos tener. En el momento que te sientas superior, sea moral sea intelectualmente, estás incapacitado para ayudar.

Estamos muy acostumbrados a identificar a los demás con sus obras. Esto nos lleva a considerarlos pecadores sin mayores precisiones. Pero las obras son algo externo y accidental. La bondad o malicia está en el ser. Nuestra auténtica preocupación debía estar en ser lo que debíamos ser, no en lo que hacemos o dejamos de hacer que suele estar condicionado por la preocupación por lo que los demás piensan de mí. Ya decían los escolásticos que el obrar sigue al ser. Mi verdadera preocupación debo ponerla en ser lo que soy realmente. Si consigo ser auténtico, las obras surgirán espontáneamente, sin esfuerzo.

La actitud de superioridad nace siempre de la superficialidad, es decir, está en estrecha relación con nuestro falso ser. El caparazón que nos envuelve es lo único que consideramos y nos interesa. En materia del espíritu, creemos que es suficiente con lo aprendido de otros, creyendo que el simple conocimiento nos va a transformar. Jesús está siempre invitándonos a la autenticidad, es decir, a bajar a lo hondo de nuestro propio ser y descubrir allí lo que está de acuerdo con lo que en realidad somos. Por eso está siempre criticando una acomodación externa a las normas y preceptos. La única Ley definitiva es la que está escrita en nuestro propio ser y es ahí donde hay que descubrirla para que sea eficaz y constante.

El seguimiento de Jesús no consiste en imitarle en sus correrías ni en aceptar sin rechistar todas sus enseñanzas sino en alcanzar la experiencia interior que él vivió y en dejar que se manifieste como él la manifestó. No debemos poner hincapié en obras puntuales programadas sino en una actitud permanente que funcione y se manifieste al exterior en todo momento y en todas las circunstancias. Los cristianos hemos terminado copiando la actitud de los fariseos, dando más valor al cumplimiento de lo mandado que a la búsqueda interior de las exigencias de nuestro verdadero ser. Esta es la causa de nuestro fracaso en la vida espiritual.

Todo lo dicho no invalida el famoso refrán: obras son amores y no buenas razones. Con la misma rotundidad que hemos afirmado que lo importante es la actitud interior, tenemos que decir que una actitud que no se manifieste en obras, es una ilusión. Si de verdad quieres saber cuál es tu postura espiritual, no tienes más remedio que examinar tus obras. Tu manera de comportarte con los demás te irá manifestando tu estado interior. A continuación de lo que hemos leído hoy, dice Jesús: ¿Por qué decís; ¡Señor, Señor! y no hacéis lo que os digo? Pero debe quedar claro que el hacer es consecuencia del ser auténtico.

Meditación

El instrumento de aprender y de enseñar es la palabra.
Primero tengo que escuchar para llenarme.
Pero solo cuando la haya convertido en vida,
estaré preparado para llevarla a los demás.
¡Que nunca se me ocurra catequizar o imponer!
Demuestra con tu vida que lo que crees te ha liberado.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Huríes en el Paraíso.

Domingo, 3 de marzo de 2019
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fb99e871e906d613f1cddb3901d12359“La suerte busca una aguja en un pajar y sale con la hija del granjero”. (Phyllipps Martin)

3 de marzo 2019. Domingo VIII del TO

Lc 6, 39-45

Por los frutos distinguís cada árbol. No se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian uvas de los espinos (v 44)

En el Islam las hurís son doncellas que tienen el don de la eterna juventud y están dotadas de toda suerte de encanto; para los musulmanes simbolizan la eterna bienaventuranza, y la tienen garantizada los que cumplen la ley del Profeta y especialmente los ayunos del ramadán.

Cuando leí en el Corán todos estos privilegios, estuve a punto de declararme discípulo fiel de Mahoma. Pero como lo de ponerme un turbante, montarme en un camello, blandir al viento un sable y lanzarme al galope para conquistar imperios, no me parecía una idea muy cristiana, desistí de tan atractiva sugerencia. A consecuencia de lo cual, perdí hurís, hidromiel y Paraíso.

Lo que de verdad me encandilaba, era el tema de las hurís ofreciendo sus encantos e hidromiel a los guerreros. En Europa lo habían bebido ya romanos, griegos y vikingos, con lo que les resultaba comodísimo salir siempre victoriosos de cualquier tipo de batalla.

¿Por qué el Antiguo y el Nuevo Testamente no han ofrecido nunca tan apetecibles privilegios?

En mi parroquia, cada domingo que yo acudo a misa, el cura se desgañita gritando únicamente a los cuatro vientos los pétreos mandamientos negativos de las Tablas, y frente a tan osado desvarío, a mí se me revuelven las entrañas y me declaro politeísta. Porque para el politeísmo, Dios está en todas partes. Lo comprobé en las tribus del Zaire, durante el mes que tuve la interesante ventura de estar allí perdido.

Por otra parte, dispongo de la inmensa suerte de que en mi parroquia se diga que el mensaje es el mismo para todos, que no hay privilegios para nadie, puesto que, a priori, somos todos iguales.

“La suerte busca una aguja en un pajar y sale con la hija del granjero”. dijo Phyllipps Martin, músico neozelandés.

El día que me dijeron que arriba no había cielo, me hicieron perder la virginidad mental de que yo disponía, y con ella, mis esperanzas de futuro, y me vino a la memoria La Divina Comedia de Dante que, perdido en una selva oscura, es incapaz de encontrar la “diritta via, que era smarrita”. Aunque lo que sí encuentra a la puerta del Infierno, es una voz que le dice: “Tú, que entras aquí, pierde toda esperanza”, siendo evidente que yo, como el poeta, lo que deseo es poder cantar con todas las demás almas la gloria de Dios eternamente.

Al salir desolado de la iglesia, estuve a punto de pedir cuentas a alguien, aunque no sabía a quién, por lo que me conformé con gritarle aquello de Lucas 4, 23: “Medice cura teipsum”.

Y le clamé también lo de Isaías Is 61, 1: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido (…) para dar proclamar la liberación de los cautivos”.

O, quizás como dice Jeremías en 1, 17 obedeciste el mandato de Dios cuando le dijo: “Y tú, cíñete en pie, diles lo que yo te mando”.

¿Te ha capacitado, acaso, como apunta Pablo en su Carta primera a los corintios 12, 31 para ser el responsable de señalarme el mejor camino?

Afortunadamente, y para mi consuelo; recordé de nuevo a Dante, que en el Paraíso dice:

“O divina virtù, se mi ti presti
tanto che l’ombra del beato regno
segnata nel mio capo io manifesti
”.

¿Me facilitarán acaso estos versos lo que anunció Phyllipps Martin en esta frase?: “La suerte busca una aguja en un pajar y sale con la hija del granjero”. (Phyllipps Martin)

Y por lo demás, imperativo cura de mi pueblo, no quiero que tu palabra me impida llegar a plenitud, pues me abandonaste en un naufragio, como un capitán que abandona su barco.

LOCURA DE AMOR

Como la de Juana la Loca
por Felipe el Hermoso.

O como tantas otras
protagonistas de ópera,
que la razón perdieron por amor:

En Don Giovanni, Doña Elvira;
Ofelia en Hamlet;
en Lucia de Lammermoor, Lucía;
Elvira en I Puritani;
en La sonnambula, Amina;
y Margarita en Mefistófeles.

……………………

¡¡Yo en locura de amor
perderme por ti, Tierra, quiero!!

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Falsos maestros y guías

Domingo, 3 de marzo de 2019
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31bb3a_ciego.jpgLc 6, 39-45

El texto de hoy nos sitúa en el mismo escenario en el que Jesús había proclamado las bienaventuranzas.  El maestro está enseñando a un amplio grupo de seguidoras y seguidores buscando despertar en ellas y ellos la radicalidad que pide el Reino de Dios, sin falsos orgullos ni aparentes perfecciones sino desde una vida que se sabe sostenida por las buenas manos de Dios y abierta a la bondad, al encuentro y la solidaridad.

La enseñanza de Jesús que leemos este domingo había comenzado un poco antes con una afirmación tajante: No juzguéis y Dios no os juzgará, no condenéis y Dios no os condenará (Lc 6, 37). Después de la propuesta de la Bienaventuranzas y su contrario en los ayes contra quienes están llenos de honores, riqueza y poder, Jesús va desgranando una serie de afirmaciones que orientan el discipulado al que convoca, pero también advierten de las trampas que en las que se puede caer cuando alguien se cree en el buen camino.

En el discurso se encadenan una serie de sentencias que ponen en guardia contra quienes viven autorreferenciados y consideran que solo ellos tienen la verdad.

Jesús muchas veces se indigna cuando fariseos y escribas hacen alarde de una clara visión de la ley, situándose en un plano superior a los demás y sin capacidad de ver más allá de su orgullo. Su actitud se muestra tan ridícula como el ver guiar un ciego a otro ciego.

En la antigüedad los maestros eran muy apreciados y con frecuencia los jóvenes con medios se ponían bajo la dirección de un maestro reconocido que los acompañaba y les enseñaba hasta que adquirían los conocimientos necesarios para ser ellos mismos formadores de otros. El respeto a quien te había transmitido los conocimientos era un rasgo de honorabilidad que mostraba la calidad del discípulo. Por eso Jesús va a afirmar que ningún discípulo es más que su maestro. Querer ponerse por encima de su maestro demostraba orgullo y desconsideración. Por eso en la comunidad del Reino nadie es superior a nadie porque todos y todas han de ser hermanos y hermanas, hijos e hijas de un mismo Padre/Madre Dios.

Quien se siente perfecto/a y mira los errores o límites de otro/a con condescendencia es para Jesús un/una hipócrita porque está tan pendiente de ver la mota en el ojo del hermano o la hermana que ignora la viga que hay en el suyo. Hipócrita es aquel o aquella tan ocupado demostrar que cumple las normas y en velar por que se cumplan que es incapaz de ver sus propios errores.

En estos días hemos estado recibiendo mucha información relativa a la “cumbre anti-abusos” celebrada en el Vaticano. Los testimonios de las víctimas y las reflexiones y propuestas que las y los diferentes relatores que hablaron ante la asamblea hacen las enseñanzas de Jesús, que se leen este domingo, especialmente actuales. Vivimos un momento tremendamente difícil para la credibilidad de la Iglesia, pero sobre todo asistimos con impotencia al desvelamiento de tantos falsos maestros y guías que no solo veían la mota en el ojo ajeno, sin reconocer la viga que cegaba su mirada, sino que se creían más que el Maestro haciéndose dueños de las vidas de niños y niñas, de jóvenes y mujeres sin respeto a su dignidad y la sacralidad de su vida.

Jesús nos recuerda por último que “no se cosechan higos de las zarzas ni se vendimian uvas de los espinos”, que “por los frutos se distingue cada árbol”. Metáforas agrícolas que inciden de nuevo en la necesidad de tomarse en serio la pertenencia a la comunidad del Reino y no basta con la intención; es necesario fortalecer la bondad de nuestro corazón, es necesario vestirnos de misericordia y no de preceptos… porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.

Carmen Soto Varela

Fuente Fe Adulta

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Vivir en verdad

Domingo, 3 de marzo de 2019
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ojoDomingo VIII del Tiempo Ordinario

3 marzo 2019

Lc  6, 39-45

El evangelista parece haber unido aquí una serie de dichos que giran en torno a la “visión correcta”, la sinceridad y la bondad.

“Guía ciego” es aquel que se sitúa por encima del otro, exigiendo de él cualquier forma de “sumisión”. Eso ocurre porque el presunto “guía” carece de comprensión, habla de oídas y no busca sino alimentar y fortalecer su propio ego.

El guía auténtico, por el contrario, se considera a sí mismo como “acompañante”, habla desde su propia experiencia y remite a cada persona a sí misma, en la certeza de que el único “guía” es siempre el “guía interior” o “maestro interno” que se expresa en cada ser humano.

Así, mientras el “guía ciego” terminará en el “hoyo”, el acompañante auténtico brinda luz y espaciosidad para que cada cual vaya encontrando su propio camino.

Suele ocurrir también que el “guía ciego” es incapaz de ver y reconocer su propia sombra: en eso consiste precisamente su “ceguera”. Esclavo de la imagen para la que vive, ha terminado ocultando a sus propios ojos todos aquellos aspectos de su vida y de su persona que pudieran cuestionarla. Una vez reprimida, la sombra se proyectará en los otros, para terminar condenando o rechazando en ellos lo que en uno mismo no es visto ni aceptado.

La sabiduría de Jesús recuerda algo elemental: el otro es nuestro espejo. Por lo que cada “mota” que veo en su ojo me está hablando de una “viga” que hay en el mío.

Y aquí se inserta también la imagen del árbol y sus frutos. Dada la tendencia habitual y nuestra capacidad para autoengañarnos y seguir alimentando la imagen que hemos construido, se hace imprescindible validar la verdad o no de nuestra vivencia en el día a día. Lo que vivimos en nuestra existencia cotidiana, particularmente en el campo de las relaciones interpersonales, constituye así el test que verifica o no nuestras palabras. El árbol se conoce por sus frutos, la persona por la calidad de sus relaciones.

Tal advertencia no busca generar en la persona actitudes de culpabilidad o auto-reproche. Constituye, por el contrario, una llamada a la humildad y a la lucidez, en la certeza de que solo reconociendo la verdad de lo que vivimos es posible poner las bases del crecimiento.

¿Soy capaz de decirme la verdad de lo que vivo?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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No juzguemos a los demás

Domingo, 3 de marzo de 2019
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304a94_juzgarDel blog de Tomás Muro La verdad es Libre:

01.   cegueras en la vida.

         Venimos de escuchar el pasado domingo el llamamiento de Jesús a amar incluso al enemigo (Lucas 6, 27-38). El evangelio de Lucas continúa y hoy hemos escuchado que, un ciego no puede guiar a otro ciego. Quien no ama a su hermano, es ciego; quien critica el mal-pecado de los demás no viendo el mal propio, es ciego.

         Ciego es quien no tiene luz. En castellano existe un dicho a modo de refrán que dice: “no tiene luces” en la vida.

02.   cada cual ve según lo que cree.

         Cada cual ve en la vida conforme a lo que cree. La fe (lo que uno cree) es el acto-actitud más central de la existencia humana. Hay quien cree en la patria y vive por y para la patria, o para el poder, o desde el placer.

¿Puede haber alguien que no crea en nada de nada? ¿Es posible vivir sensatamente y por largo tiempo creyendo en la “nada” absoluta?…

         La luz del cristiano es la misericordia, el amor. La luz del cristiano no es el poder eclesiástico, ni creer que se tiene la razón. La luz con la que ve el cristiano es la bondad. Quien no tiene misericordia, no ve cristianamente.

La ceguera fundamental es no sentirse necesitado del amor de Dios. Ciego es quien no ha experimentado el amor de Dios.

         Ciego es quien vive y actúa sin misericordia, aunque tenga, aunque crea tener la razón y la verdad.

03.   bondad y poder

         Cuando la misericordia está lejos de nuestra vida o, simplemente, no está presente, se vive desde el poder.

         El poder es el ansia (ansiedad) y pretensión de mi autoafirmación y de mi autosatisfacción. “Yo sé”, “Yo soy”, yo puedo”, “yo tengo razón”, “las cosas se hacen como digo yo”, etc.

         Entonces vemos la vida y a los demás desde esa altanería prepotente, no desde la bondad. No miro a los demás con bondad y misericordia sino que veo sus fallos, defectos, su pecado.

         Soy crítico con los demás, no bondadoso. En el subconsciente de la mayor parte de las críticas, lo que se puede apreciar es una autoafirmación de mis ansias de poder.

         Sin embargo conmigo mismo no soy autocrítico, más bien soy hipócrita, (que literalmente significa “ser bajo en crítica”).

La mayor parte de las críticas que hacemos a los demás, si llevan algo de verdad, que no siempre la tienen, no son para ayudarle, sino para triunfar sobre el otro, para derrotar al de al lado.

Desde el evangelio queda descalificada la crítica. Al otro se le corrige con bondad, no con hipocresía barata.

04.   El árbol bueno da frutos buenos.

El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien.

Probablemente ser cristiano es ser buena gente, buena persona en la vida.

Siempre la bondad y el amor de por medio. La razón, el poder, la verdad, el dogma, la justicia en el cristianismo se viven desde el amor y desde la bondad-amor.

Si Jesús hubiese vivido y actuado solamente desde la ley, desde la justicia o desde el poder, ¿qué hubiese sido de la mujer adúltera, del buen ladrón, del hijo pródigo, de la samaritana, de Pedro, etc.?

El punto focal, central del cristianismo es la bondad, el amor y de ahí sale el bien para uno mismo y para los demás.

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