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Dom 24. 01. 16. Declaración de Nazaret: La Gran Misericordia (Lc 4, 16-30)

Domingo, 24 de enero de 2016

Del blog de Xabier Pikaza:

12592685_540207719489758_4210817368257347611_nDom 3. Tiempo ordinario. Ciclo c. Jesús expone y condensa en su Sermón de Nazaret (Lc 4, 16-30) el mensaje central del evangelio, en la línea de Is 61, 1-3, la Carta Magna de la Misericordia.

Frente a los nazarenos, que tienden a encerrar la acción liberadora de Dios en su propio pueblo (sólo a favor de los suyos), Jesús expone su mensaje universal de misericordia, que se inspira en el Tercer Isaías y en la ley del Jubileo israelita (perdonar las deudas, liberar a los esclavos).

Este pasaje ofrece con Mt 25, 31-46 el “núcleo duro” de la misericordia cristiana, tal como ha sido propuesta por el Papa Francisco en el Año Jubilar 2016.

Acabo de publicar con J. A. Pagola un comentario de los textos bíblicos sobre la misericordia (Entrañable Dios, Verbo Divino 2016). De allí tomo básicamente las reflexiones que siguen, ofreciendo este comentario de la Declaración Nazarena de Jesús.

Jesús aparece así, en ese pasaje, como gran exegeta de la Biblia, intérprete de definitivo del mensaje de misericordia del Antiguo Testamento, tal como ha sido proclamado por el profeta Isaías (cf. Imagen 1: Jesús declara su interpretación en la Sinagoga de Nazaret).

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En esa misma línea quiero recordar otra escena paralela de misericordia, la de la adúltera (Jn 8, 1-11), donde Jesús y los acusadores de la mujer discuten sobre aquello que está escrito en la Biblia. Así lo ha recogido esta famosa tabla del Retablo de la Catedral Vieja de Salamanca, que se suele titular: In Lege quid Scriptum est (¿que se dice en la Ley sobre estos casos?).

Jesús se inclina para estudiar la Ley, junto a la mujer (imagen 2), mientras la gente le mira y acusa. También aquí responderá con misericordia, escribiendo su sentencia en el polvo:¡Quien está libre de pecado que tire la primera piedra!

La imagen 1 recoge el gesto de Jesús que toma el libro de Isaías y lo interpreta en el “aula” de Nazaret, donde le examinan (y rechazan) los sabios rabinos, como hoy le siguen (seguimos) rechazando muchos en la nueva iglesia. La imagen 2 nos sitúa ante un tema clave de la misericordia, en una Iglesia que muchas parece incapaz de inclinarse con (ante) la mujer para intepretar y resolver el tema en clave de amor.
Buen domingo a todos.

1. Anuncio profético: cinco obras mesiánicas (Lc 4, 16-21).

Con esta escena introduce Lucas la vida pública de Jesús, que viene a Nazaret su pueblo para presentar su programa de Reino; pero los nazarenos, sus paisanos, no le aceptan, y parecen preguntarle ¿tú, quién eres? y él responde citando unas palabras del Tercer Isaías, aplicadas a la liberación de los oprimidos:

Entró en la sinagoga, tomó el libro… y encontró el pasaje donde está escrito:
El Espíritu del Señor esta sobre mi;
‒ por eso me ha ungido para evangelizar a los pobres;
– por eso me ha enviado:
para ofrecer la libertad a los presos y la vista a los ciegos;
para enviar en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Enrolló el volumen… y dijo: Hoy… se ha cumplido esta Escritura (cf. Lc 4, 16-21).

Como Ungido de Dios (=Mesías), retoma Jesús las palabras de Is 61, 1-3, introduciendo en ellas una novedad significativa, tomada de Is 58, 6: “para enviar en libertad a los oprimidos”. No es mensajero de un Dios puramente interior, ni maestro intimista (¡que lo es!), sino que declara cumplidas para todos, de un modo social, en su vida y persona, las promesas de la misericordia:

‒ (Dios…) me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres (ptôkhois). Le ha concedido su Espíritu y de esa forma puede expresar su presencia, evangelizando a los pobres, hambrientos de pan y/o carentes de esperanza. Ésta es la raíz de su jubileo, expandido en los momentos que siguen.

‒ Me ha enviado para proclamar la libertad a los prisioneros (aikhmalôtois), esclavizados en cárcel o destierro, víctimas de la violencia. Prisioneros son los que han caído bajo el poder de los fuertes, los vencidos, expulsados y encadenados, víctimas de guerra…

‒ Para proclamar (=ofrecer) vista a los invidentes, aquellos a quienes la enfermedad o violencia ha impedido que vean, encerrándoles en su oscuridad. Sólo libera de verdad quien enseña a ver a los que no pueden hacerlo, de manera que ellos se valgan y piensen por sí mismos

‒ Para enviar en libertad a los oprimidos. Lo que antes era anuncio (proclamar) se hace ahora gesto: enviar en libertad, romper los muros que oprimen a los hombres, a fin de que ellos puedan vivir por sí mismos. Ése es el programa, que Jesús proclamó (en Nazaret) y que ha de seguir realizándose en el mundo.

‒ Para proclamar el año de gracia (dekton=aceptable) del Señor. Así culmina la unción de Jesús y se cumplen de un modo ejemplar los momentos anteriores de su obra, que aparece como fiesta jubilar: tiempo de gozo y libertad, perdón de las deudas, liberación de esclavos, reparto de tierras (cf. Lev 25).

Jesús puede afirmar así, de un modo público, ante todos: Hoy se ha cumplido esta Escritura (Lc 4, 21), que se expresa y despliega en cinco obras de misericordia mesiánica, que empiezan con la buena noticia a los pobres, siguen con la liberación de prisioneros/oprimidos (y la curación de ciegos), y culminan en el cumplimiento del jubileo israelita. Éste es el mensaje y camino mesiánico de la misericordia del Reino, el programa y camino de salvación de Jesús.

2. Controversia y crisis profética (Lc 4, 22-28).

Los cinco momentos de la misericordia mesiánica (jubilar) que Jesús empieza a realizar en Nazaret, se encuentran implicados, a través de una acción liberadora, que supera las fronteras nacionales, procurando amor y curación a judíos y extranjeros. Así lo ratifica interpretando su camino desde la tradición de Elías y Eliseo, que ayudaron y curaron a enfermos y extranjeros (4, 24-27). Pues bien, en vez de alegrarse por ello y de aceptar gozosamente esa apertura a los gentiles, sus paisanos nazarenos le expulsan de la sinagoga, queriendo asesinarle, en un gesto de linchamiento colectivo (cf. Lc 4, 28-29). No quieren que Jesús extienda la misericordia, pues no pueden aceptar que Dios cure y libere por igual a nacionales y extraños; sólo quieren que Jesús les ofrezca libertad y les cure a ellos.

Leída así, esta escena cobra una inquietante actualidad, como hemos indicado al ocuparnos del perdón de las deudas y de la liberación de los esclavos en cap. 1, 3 del libro y citado (¡Entrañable Dios…).

También a nosotros, ilustrados del siglo XXI, nos turba y extraña el universalismo de Jesús: queremos libertad, pero sólo para los paisanos de nuestro estamento o grupo nacional; queremos misericordia, pero de un modo selectivo, sólo para nosotros. Pues bien, en contra de eso, Jesús ofrece su camino de perdón a todos y, por eso, sus paisanos le rechazan:

Todos eran testigos (emartyroun) contra él,
y se extrañaban (ethaumadson) de las palabras de gracia (kharitos) que salían de su boca.
Y decían: –¿No es este el hijo de José? (Lc 4, 22)

No se limitaban a escuchar, sino que intervenían, oponiéndose al proyecto de Jesús, y se extrañaban de aquello que hacía y decía. No podían imaginar que un “hijo de José” a quien habían conocido bien (y a quien respetaban, como a buen “nacionalista” judío) actuara de esa forma. Ciertamente, admitían sus palabras de gracia, pero sólo para ellos, no para gentiles o extranjeros.

Esas palabras de gracia se sitúan en la línea del mensaje universal de Pablo, pero, en un sentido más intenso, han de entenderse desde la perspectiva del jubileo israelita (cf. cap. 1, 3), que Jesús ha interpretado a la luz del mensaje de Jonás, que extiende esa misericordia de Dios a los gentiles, como palabras de “gracia”, kharis, en la línea de Ex 34, 6-7, donde Dios aparece como rahum-hannun, lleno de hen, gratuidad, perdonando los israelitas.

Los nazarenos no pueden aceptar que Jesús extienda esa promesa de perdón y gracia jubilar a los restantes pueblos, renunciando de esa forma al día de venganza/desquite en contra de los enemigos, como indicaba el texto base de Is 61, 2. Ellos se enfurecen, lo mismo que Jonás (Jon 4, 3; cap. 1, 2), cuando descubren que Dios es misericordioso, pero no sólo para ellos, sino para todos, de manera que, en esa línea, él debe renunciar al juicio de venganza contra los gentiles. En ese contexto preguntan con admiración: ¿No es éste el hijo de José? Sin duda, ellos saben que lo es (en un plano legal, nacional). Por eso, su pregunta no es para responder sí o no, ratificando o negando el origen familiar de Jesús, sino para distinguirle de José, quien, a sus ojos, había sido un nacionalista religioso, partidario de la separación entre buenos israelitas y malos extranjeros.

Ésta es la pregunta de fondo: ¿Cómo un hijo de José puede portarse así? ¿Cómo un buen judío puede proclamar la misericordia universal de Dios, sin venganza contra los enemigos?

Según eso, la razón de la disputa es la gracia/misericordia (hen) que Jesús ha proclamado, precisamente en Nazaret, y en ese contexto ha de entenderse su comentario: Un verdadero profeta no es bien recibido en su tierra (Lc 4, 24), ya que debe proclamar la gracia de Dios sobre todos (y no sólo sobre sus “buenos” paisanos), ofreciendo así un mensaje universal, como habían hecho los profetas a quienes asesinaron los viejos judíos (cf. Lc 13, 34), es decir, como Elías y Eliseo, que curaron a extranjeros, cuando había muchos enfermos en Israel. Desde ese fondo se entiende la reacción de los nazarenos, cuando descubren que su paisano Jesús, ha universalizado la misericordia de Isaías, suprimiendo sus palabras finales de juicio contra los extranjeros:

‒ Isaías 61, 2 interpretaba el jubileo como tiempo de división de suertes: era Año Aceptable (de Gracia, ratson) de Yahvé, para los fieles israelitas; y era Día de Venganza (naqam) de Dios, para los infieles. Entendida así, esa profecía confirmaba la singularidad y elección israelita, conforme a las dos “suertes” que el libro de Ester había desarrollado: Misericordia y triunfo para los judíos; destrucción para los adversarios. Esa doble sanción (Año de Gracia, Día de Venganza) pasaje seguía dividiendo a los hombres, pues ratificaba y confirmaba la diferencia entre unos y otros, buenos y malos, israelitas y extranjeros.

‒ Lucas 4, 19 universaliza, en cambio, la parte positiva del mensaje de Isaías, con las palabras de gracia/misericordia (Año de liberación), pero suprime la cita del castigo, el Día de venganza de Dios. Jesús niega así el privilegio de los nazarenos (judíos), tratándoles como a todos, sin tomarles como depositarios únicos de la misericordia (mientras castigaba con ira a los de fuera). No les escandaliza la gracia (misericordia), sino su extensión universal, sin venganza contra los enemigos. Les irrita la apertura de este mansaje de gracia, propio del Sermón de la Montaña, sin oposición entre amigos a quienes debe amarse y enemigos a quienes se rechaza (cf. Lc 6, 20-42).

Por fidelidad a esa lógica de elección y ventaja particular, los nazarenos se oponen al mensaje de Jesús. Aceptan su misericordia con los pobres (encarcelados, ciegos) de Israel, pero no quieren que ella se extienda a los otros, rompiendo sus privilegios judíos. Suponen así que la gracia es buena, pero a condición de que ratifique la separación entre aquellos que son dignos de ella y los demás, que son indignos.

Pues bien, Jesús ha roto ese modelo de división y ha ofrecido el perdón a los judíos, pero sin venganza contra los adversarios,
abriendo así para todos la misericordia de Dios. Lógicamente, sus paisanos de Nazaret le condenan (quieren matarle) porque anula su ventaja anterior, ofreciendo curación y libertad a los de fuera:

En verdad os digo: ningún profeta es bien recibido en su tierra. Muchas viudas había en Israel en los días de Elías… y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio». Y todos en la sinagoga se llenaron de ira cuando oyeron estas cosas, y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero Jesús, pasando por en medio de ellos, se marchó (Lc 4, 28-29).

Para confirmar su gesto, Jesús apela a dos figuras venerables de la profecía israelita, que eligieron y ayudaron precisamente a paganos. Siguiendo en esa línea, él ha ofrecido salvación a los antes oprimidos y expulsados, de manera que ha debido renunciar por gracia de Dios a la venganza.

Es normal que los nazarenos se sientan defraudados, pues han perdido su ventaja, y se enfurezcan e intentan linchar a Jesús. También hoy (2016), en la Iglesia de Jesús, hay algunos que se oponen a la misericordia del Papa Francisco

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